Terrorismo y vulnerabilidades -vs- inteligencia y seguridad


Francia ha vivido el peor ataque terrorista de su historia, que ya ha sido reivindicado por el Estado Islámico (EI): “Ocho hermanos ataviados con cinturones explosivos y ametralladoras atacaron objetivos seleccionados con precisión en el corazón de la capital francesa”, señala el comunicado publicado en foros yihadistas y redes sociales.


19/11/2015

MANUEL SANCHEZ GÓMEZ-MERELO

El último balance de los hospitales públicos de París referencia 352 víctimas. 129 muertos, 99 heridos en “extrema gravedad” y más de 100 en “urgencia moderada”.

Un atroz atentado que ha tenido una serie puntos de acción planificados cuidadosamente por tres grupos de terroristas.

Hacia las 21 horas de la noche del viernes 13 de noviembre se inician, casi simultáneamente, los ataques en seis puntos diferentes de los céntricos barrios 10 y 11 de París.

La acción más importante y objetivo principal, se ejecutó en la sala de espectáculos Bataclan donde tres terroristas entraron durante el concierto, tomaron rehenes y dispararon indiscriminadamente durante dos horas con subfusiles tipo kalashnikov, matando a 89 personas.

Las otras intervenciones fueron en el local Belle Équipe, en el bar Le Carillon, restaurante Le Petit Cambodge y el Boluevar Fontaine. También, en el estadio en Saint-Denis, durante el partido de fútbol entre Francia y Alemania, tres atacantes detonaron sus explosivos en las proximidades, matando a una persona. El partido continuó para evitar el pánico y, sólo cuando la policía aseguró todas las salidas, se produjo la evacuación con cientos de personas cantando La Marsellesa mientras abandonaban la instalación deportiva.

Unas acciones ejecutadas por tres equipos de terroristas coordinados con mucha organización, tiempo y conocimiento del medio donde, una vez más, la realidad ha superado a la ficción, reflejada en la película Made In France (a punto de estrenarse), que justamente cuenta cómo un periodista franco-musulmán se infiltra en una célula yihadista ubicada en el centro de París, cuyo objetivo era planear un ataque que causara el caos en la capital.

Después de estos ataques simultáneos en París, el presidente de Francia, François Hollande, ha decretado el Estado de Emergencia, que contempla protocolos de seguridad excepcionales para mantener el orden público, aplicados por primera vez en el conjunto del Estado. Un Estado de Emergencia que permite a las fuerzas del orden restringir la circulación de vehículos y personas, ordenar registros, decretar arrestos domiciliarios a personas “cuya actividad resulte peligrosa para la seguridad y el orden público” e, incluso, instaurar “medidas para asegurar el control de la prensa”.

Terrorismo y vulnerabilidades

El terrorismo islamista es un fenómeno a abordar con inteligencia y visión holística, para lo que es imprescindible tener en cuenta dónde están verdaderamente nuestras vulnerabilidades, y, en cualquier capital moderna éstas se pueden contar por miles, refiriéndonos simplemente a todas las infraestructuras estratégicas y críticas para el funcionamiento de los servicios esenciales del país o los lugares simbólicos que sean susceptibles de convertirse en escaparates del terror, y que reciben constantes y crecientes amenazas de acciones por parte del terrorismo yihadista.

En este sentido, el caso y la situación de España, citada y amenazada frecuentemente en comunicaciones de los grupos terroristas, aunque muy lejos de parecerse a la de Francia, Rusia, Holanda o Inglaterra, nos pone también en el punto de mira de los terroristas.

En España, las fuerzas de seguridad desarticularon este año varias células que ideaban atentar. Casi 200 islamistas están en prisión y más de 600 radicales han sido arrestados desde el 11-M.

En un mundo globalizado e hiperconectado, donde los métodos empleados para ejecutar las matanzas pueden ser estratégicos, suicidas, complejos y diferentes, nos vemos obligados a contemplar un nuevo planteamiento de nuestras seguridades a través del análisis de nuestras propias singularidades y puntos débiles, pero, además, es imprescindible el estudio profundo del talante, talento, fortalezas, debilidades y voluntad del agresor, que muestra en todas sus acciones el objetivo común de provocar el máximo daño indiscriminado y hacerlo con la mayor crueldad, a la búsqueda de un potente resultado mediático y psicológico complementario: La limitación de nuestro bienestar y libertades a través del temor, bajo la consigna de: “Mata a uno y asustarás a miles, mata a cientos y asustarás a millones”.

La habilidad del grupo Estado Islámico para perpetrar los ataques mortales en París revela una creciente sofisticación y nueva estrategia de gran impacto social, así como el alcance global de la red de los yihadistas.

Por otro lado, la intensidad de los procesos de radicalización yihadista vienen alcanzando en diversos países europeos cotas sin precedentes, sobre todo entre jóvenes, descendientes de inmigrantes musulmanes, afectados por una explosiva combinación de insatisfacción existencial, privación relativa, odio inducido y crisis de identidad.

No debemos olvidar, además, que no se trata de una amenaza lejana y de intermitente acercamiento, sino que, como ratas de cloaca, tenemos al enemigo en casa, pero es difuso, confuso, vive entre nosotros y usa los instrumentos de comunicación de la sociedad globalizada en donde habita. En este enfrentamiento, esencialmente delicado y asimétrico, nuestras plurales comunidades, sus múltiples facetas y lugares de actividad plagados de vulnerabilidades, además de su natural funcionamiento en libertad, representan una añadida facilidad para la existencia de nidos ocultos y objetivos asequibles para los terroristas.

Seguridad e inteligencia

En definitiva, estamos viviendo una situación frente a la que se presentan dos sentimientos consecuentes: el miedo y el desafío ante la violencia.

El miedo es de por sí un “precautor” que, si no se trasciende, inmoviliza, por lo que debe calmarse con medidas policiales y de seguridad que nos “empoderen” y nos permitan percibir la sensación subjetiva de estar a salvo para que nuestro día a día vuelva poco a poco a la normalidad, al tiempo que dejamos de alimentar el ego de los asesinos con la constante repercusión mediática de las consecuencias de su matanza o amenazas.

No debemos olvidar que el terror yihadista, por desgracia, multiplica a diario la cifra de fallecidos en muchos otros países, sin que éstos -o nuestra comprensión y compasión- aparezcan en primera plana de los diarios, ni sus caras inunden nuestras cadenas de televisión. Esos otros, los muertos sin rostro, piden también entrar en nuestras estadísticas y en nuestros planes de acción, convirtiendo la paz y el bienestar de los suyos en un reto tan importante como los de los nuestros.

El desafío que representa el guante lanzado al corazón de Francia por los terroristas es delicado de recoger. Por una parte, responder al terror con el terror ya tenemos experiencia sobre la terrible e inútil reacción en cadena que provoca, pero, la necesaria respuesta nos puede enfilar hacia dramatismos que es preciso enfriar.

Gobierno y sociedad pueden vencer al terrorismo con las armas de la democracia, aun a costa de mucho dolor, y siempre que seamos capaces de mantener la sangre fría frente a los previsibles y sucesivos ataques terroristas.

En principio, en Francia han tenido que recurrir a medidas de excepción que el Estado de Emergencia permite y que, inevitablemente, conllevan recortes de ciertas libertades y garantías jurídicas, así como unas medidas más férreas en cuanto al establecimiento de controles aduaneros.

Habría que considerar siempre y en todo caso el coste del miedo, ya que, si se llegara a impedir el traspaso de fronteras, restringir la entrada de refugiados e inmigrantes o dificultar la ayuda humanitaria, estaríamos ante un problema ético, económico y social de primer orden sobre el que la comunidad internacional debería responder de manera inteligente, respetuosa, eficaz, equitativa en cualquiera de sus aspectos.

En cualquier escenario, es totalmente necesario un planteamiento riguroso y meticuloso de las medidas a tomar, comenzando por un incremento de la inteligencia, tanto para el análisis y la adopción de soluciones en el origen del propio terrorismo, como para su aplicación en los procesos de control y vigilancia de movimientos de grupos o células terroristas, así como para el control, igualmente riguroso, de migrantes.

Con relación a esto, no se pueden repetir improvisaciones como las que han permitido deficiencias de protocolo del tipo de las que estamos sufriendo en estos momentos, en parte como consecuencia de una falta de previsión en la política de “puertas abiertas”, o la puesta en marcha de “ayudas de emergencia” descontroladas, haciendo posible una brecha realista en la seguridad, lo que supone una potencial filtración de terroristas entre los migrantes o refugiados de caótico acceso.

Como conclusión, seguridad e inteligencia son un binomio indisoluble como partes de un mismo objetivo, que, ahora especialmente, de forma integral e integrada, deben avanzar y potenciarse en un despliegue de iniciativas sensatas y preventivas contra la amenaza real de ese enemigo de alcantarilla, difuso y confuso que vive entre nosotros.