Quinta fase
EL DESCUBRIMIENTO DEL IDEAL AUTÉNTICO DE LA VIDA HUMANA
I. Los frutos del encuentro
Al vivir el encuentro plenamente, con la actitud virtuosa requerida, experimentamos los espléndidos frutos que reporta.
1) El encuentro nos otorga energía espiritual, buen ánimo para afrontar la vida diaria, tenacidad para perseverar en el esfuerzo. Cuenta, en sus Memorias, el genial pianista Arturo Rubinstein que algunas tardes, debido al cansancio, temía no poder dar el concierto. Con esfuerzo acudía a la sala, y, no bien introducía los dedos en el teclado del piano, recobraba las fuerzas en tal medida que tocaba durante dos horas con su acostumbrada vehemencia. Esta energía brotaba sin duda del encuentro del pianista con el instrumento y con las obras interpretadas.
2) Nos motiva para ser creativos por encima de los avatares de la existencia. Encontrarse es entrar en juego con una realidad que -por ser abierta y tener condición de ámbito- nos ofrece posibilidades para dar lugar a algo nuevo dotado de valor. Justamente, esta capacidad de asumir posibilidades y hacer que surja algo nuevo valioso es la definición de la creatividad. Yo puedo mover los dedos y pulsar unas teclas de piano (nivel 1). Esta potencia mía no es creativa si no cuento con las posibilidades de sonar que me ofrece un instrumento. Y esta forma de creatividad apenas tendrá un contenido valioso si no dispongo de las posibilidades de crear formas musicales que me otorga una partitura (nivel 2). Cuando estas posibilidades se entretejen con las que me da el instrumento y las que poseo como pianista, acontece un encuentro, se funda un campo de juego común, y en éste surge una realidad nueva, originaria: la obra musical interpretada.
3) Nos llena la vida de luz. Todo juego -el de la interpretación musical, el del deporte, el de los diálogos debidamente realizados...- tiene lugar a la luz que él mismo irradia. El tempo y el ritmo que hemos de imprimir a una obra nos lo revela la obra misma en el juego de la interpretación, lo mismo que el sentido o sinsentido de una jugada de ajedrez lo muestran las jugadas que abre y que cierra cada movimiento que se imprime a las piezas. El juego es fuente de luz. Al hacernos entrar en juego y participar, el encuentro ilumina nuestra existencia en cada momento. En los niveles 2, 3 y 4 conocemos una realidad en cuanto participamos en ella, asumiendo activamente las posibilidades de juego creador que nos ofrece (1) .
Recordemos el bello diálogo que sostienen Pablo, el ciego, y su lazarillo, Marianela, en la obra de Benito Pérez Galdós que lleva este nombre:
- «¿Brilla mucho el sol, Nela? Aunque me digas que sí, no lo entenderé porque no sé lo que es brillar.
Brilla mucho, sí, señorito mío. ¿Y a ti qué te importa eso? El sol es muy feo. No se le puede mirar a la cara.
- (...) Ya veo que estas cosas no se pueden explicar. Antes me formaba yo idea del día y de la noche. ¿Cómo? Verás: era de día cuando hablaba la gente; era de noche cuando la gente callaba y cantaban los gallos. Ahora no hago las mismas comparaciones. Es de día cuando estamos juntos tú y yo; es de noche cuando nos separamos.
- ¡Ay, divina Madre de Dios! -exclamó la Nela (...). A mí, que tengo ojos, me parece lo mismo» (2).
Al principio, el ciego se mueve en el nivel 1, y toma la luz en su aspecto físico. Más adelante, aprende a vivir en el nivel 2, y considera la luz como un símbolo del espacio de alegría y luminosidad que abre el encuentro con un ser querido.
4) Nos permite crear una unión de intimidad con otras realidades abiertas o ámbitos: valores, obras culturales, personas, instituciones...
5) Nos da alegría y satisfacción interior. Merced a los cuatro frutos anteriores, el encuentro enriquece nuestra vida personal, nos hace crecer, nos pone en camino de plenitud. Al cobrar conciencia de que estamos bien encaminados y, en consecuencia, nuestra vida tiene sentido, nos vemos invadidos de gozo, aunque no necesariamente de goce. El goce afecta, sobre todo, a los sentidos; el gozo brota del corazón, entendido como la capacidad de vibración de una persona ante lo valioso. Sentimos gozo -alegría profunda- cuando nos vemos vinculados al bien, la bondad, la justicia y la belleza, porque tal vinculación, lejos de esclavizarnos, nos otorga la libertad creativa necesaria para dar a nuestra vida personal el alcance a que está llamada. Este tipo de vinculación que libera constituye, como veremos más ampliamente, el nivel 3.
Esta expansión gozosa supera por dentro toda inclinación al mal humor y la depresión, ese “poder sombrío que le destruye a uno el alma si lo deja medrar”, como dice un buen conocedor del tema (3) . La alegría serena y honda que brota del encuentro no puede nadie arrebatárnosla desde fuera. Es fruto de nuestra relación íntima y comprometida con cuanto encierra valor. No es mera cuestión de temperamento o simple producto de circunstancias externas favorables; es el esponjamiento del ánimo suscitado por el hecho de vivir el acontecimiento del encuentro y alcanzar, así, el máximo desarrollo como personas.
6) Nos llena de entusiasmo. La alegría se hace desbordante cuando nos encontramos con una realidad muy valiosa que nos ofrece grandes posibilidades en uno u otro aspecto, de modo que, al asumirlas activamente, nos elevamos a lo mejor de nosotros mismos. Este tipo de elevación a lo perfecto lo denominaron los antiguos griegos «éxtasis». Lo perfecto era para ellos lo divino. «Estar inmerso en lo divino» significaba hallarse sumergido en lo perfecto -en cuanto a bondad, belleza, justicia...-. Esa inmersión es la raíz del «entusiasmo» (enthousiasmós). Si me sumerjo en un cuarteto de Beethoven, con su prodigiosa expresividad y hondura, siento entusiasmo, porque me encuentro con una realidad que supone una cima en mi vida.
7) Nos inunda de felicidad. Al sentir entusiasmo, intuimos que estamos bordeando la plenitud como personas, porque vemos cumplido nuestro afán natural de unirnos profundamente a lo valioso, lo noble y elevado en distintos aspectos. Esta forma de «satisfacción», de vernos logrados y «bien hechos» (es decir, «per-fectos»-) nos colma de felicidad interior, y se traduce en sentimientos de paz, amparo y gozo festivo, es decir, júbilo.
El hombre contemporáneo es considerado a menudo como un «ser desamparado e inseguro espiritualmente»(4) . Ante los riesgos de la existencia, busca a menudo amparo en la posesión creciente de bienes y el dominio de personas y grupos. Este afán de dominio y posesión amengua sus posibilidades de encontrarse -ya que el encuentro sólo es posible entre ámbitos, no entre objetos-, y acrecienta su soledad y desvalimiento. La solución se alumbra al descubrir que, en aparente paradoja, sólo podemos sentirnos de verdad amparados como personas cuando renunciamos a todo control (propio del nivel 1) y asumimos el riesgo de entregarnos confiadamente a los demás (nivel 2). Si nuestra confianza se ve correspondida y acontece el encuentro, experimentamos la forma singular de amparo que implica el desarrollo pleno de nuestra personalidad. Nos sentimos verdaderamente personas; nos vemos situados en nuestra verdad de seres finitos (nivel 3), abiertos por naturaleza al diálogo y la colaboración.
Este hallarse a cobijo crea un espacio interior de honda paz, lleno del júbilo propio de los acontecimientos festivos. El encuentro tiene, de por sí, un carácter festivo, jubiloso y luminoso, incluso en situaciones adversas (5) . En las fiestas se encienden luces para simbolizar la luz interior que ellas mismas irradian. Las fiestas se celebran para mostrar comunitariamente el regocijo que produce el encuentro. Todas las fiestas -las familiares, las cívicas y las religiosas- proceden de diversos tipos de encuentro y se nutren de las fuentes de alegría y júbilo que de ellos manan.
EL DESCUBRIMIENTO DEL IDEAL AUTÉNTICO DE LA VIDA HUMANA
I. Los frutos del encuentro
Al vivir el encuentro plenamente, con la actitud virtuosa requerida, experimentamos los espléndidos frutos que reporta.
1) El encuentro nos otorga energía espiritual, buen ánimo para afrontar la vida diaria, tenacidad para perseverar en el esfuerzo. Cuenta, en sus Memorias, el genial pianista Arturo Rubinstein que algunas tardes, debido al cansancio, temía no poder dar el concierto. Con esfuerzo acudía a la sala, y, no bien introducía los dedos en el teclado del piano, recobraba las fuerzas en tal medida que tocaba durante dos horas con su acostumbrada vehemencia. Esta energía brotaba sin duda del encuentro del pianista con el instrumento y con las obras interpretadas.
2) Nos motiva para ser creativos por encima de los avatares de la existencia. Encontrarse es entrar en juego con una realidad que -por ser abierta y tener condición de ámbito- nos ofrece posibilidades para dar lugar a algo nuevo dotado de valor. Justamente, esta capacidad de asumir posibilidades y hacer que surja algo nuevo valioso es la definición de la creatividad. Yo puedo mover los dedos y pulsar unas teclas de piano (nivel 1). Esta potencia mía no es creativa si no cuento con las posibilidades de sonar que me ofrece un instrumento. Y esta forma de creatividad apenas tendrá un contenido valioso si no dispongo de las posibilidades de crear formas musicales que me otorga una partitura (nivel 2). Cuando estas posibilidades se entretejen con las que me da el instrumento y las que poseo como pianista, acontece un encuentro, se funda un campo de juego común, y en éste surge una realidad nueva, originaria: la obra musical interpretada.
3) Nos llena la vida de luz. Todo juego -el de la interpretación musical, el del deporte, el de los diálogos debidamente realizados...- tiene lugar a la luz que él mismo irradia. El tempo y el ritmo que hemos de imprimir a una obra nos lo revela la obra misma en el juego de la interpretación, lo mismo que el sentido o sinsentido de una jugada de ajedrez lo muestran las jugadas que abre y que cierra cada movimiento que se imprime a las piezas. El juego es fuente de luz. Al hacernos entrar en juego y participar, el encuentro ilumina nuestra existencia en cada momento. En los niveles 2, 3 y 4 conocemos una realidad en cuanto participamos en ella, asumiendo activamente las posibilidades de juego creador que nos ofrece (1) .
Recordemos el bello diálogo que sostienen Pablo, el ciego, y su lazarillo, Marianela, en la obra de Benito Pérez Galdós que lleva este nombre:
- «¿Brilla mucho el sol, Nela? Aunque me digas que sí, no lo entenderé porque no sé lo que es brillar.
Brilla mucho, sí, señorito mío. ¿Y a ti qué te importa eso? El sol es muy feo. No se le puede mirar a la cara.
- (...) Ya veo que estas cosas no se pueden explicar. Antes me formaba yo idea del día y de la noche. ¿Cómo? Verás: era de día cuando hablaba la gente; era de noche cuando la gente callaba y cantaban los gallos. Ahora no hago las mismas comparaciones. Es de día cuando estamos juntos tú y yo; es de noche cuando nos separamos.
- ¡Ay, divina Madre de Dios! -exclamó la Nela (...). A mí, que tengo ojos, me parece lo mismo» (2).
Al principio, el ciego se mueve en el nivel 1, y toma la luz en su aspecto físico. Más adelante, aprende a vivir en el nivel 2, y considera la luz como un símbolo del espacio de alegría y luminosidad que abre el encuentro con un ser querido.
4) Nos permite crear una unión de intimidad con otras realidades abiertas o ámbitos: valores, obras culturales, personas, instituciones...
5) Nos da alegría y satisfacción interior. Merced a los cuatro frutos anteriores, el encuentro enriquece nuestra vida personal, nos hace crecer, nos pone en camino de plenitud. Al cobrar conciencia de que estamos bien encaminados y, en consecuencia, nuestra vida tiene sentido, nos vemos invadidos de gozo, aunque no necesariamente de goce. El goce afecta, sobre todo, a los sentidos; el gozo brota del corazón, entendido como la capacidad de vibración de una persona ante lo valioso. Sentimos gozo -alegría profunda- cuando nos vemos vinculados al bien, la bondad, la justicia y la belleza, porque tal vinculación, lejos de esclavizarnos, nos otorga la libertad creativa necesaria para dar a nuestra vida personal el alcance a que está llamada. Este tipo de vinculación que libera constituye, como veremos más ampliamente, el nivel 3.
Esta expansión gozosa supera por dentro toda inclinación al mal humor y la depresión, ese “poder sombrío que le destruye a uno el alma si lo deja medrar”, como dice un buen conocedor del tema (3) . La alegría serena y honda que brota del encuentro no puede nadie arrebatárnosla desde fuera. Es fruto de nuestra relación íntima y comprometida con cuanto encierra valor. No es mera cuestión de temperamento o simple producto de circunstancias externas favorables; es el esponjamiento del ánimo suscitado por el hecho de vivir el acontecimiento del encuentro y alcanzar, así, el máximo desarrollo como personas.
6) Nos llena de entusiasmo. La alegría se hace desbordante cuando nos encontramos con una realidad muy valiosa que nos ofrece grandes posibilidades en uno u otro aspecto, de modo que, al asumirlas activamente, nos elevamos a lo mejor de nosotros mismos. Este tipo de elevación a lo perfecto lo denominaron los antiguos griegos «éxtasis». Lo perfecto era para ellos lo divino. «Estar inmerso en lo divino» significaba hallarse sumergido en lo perfecto -en cuanto a bondad, belleza, justicia...-. Esa inmersión es la raíz del «entusiasmo» (enthousiasmós). Si me sumerjo en un cuarteto de Beethoven, con su prodigiosa expresividad y hondura, siento entusiasmo, porque me encuentro con una realidad que supone una cima en mi vida.
7) Nos inunda de felicidad. Al sentir entusiasmo, intuimos que estamos bordeando la plenitud como personas, porque vemos cumplido nuestro afán natural de unirnos profundamente a lo valioso, lo noble y elevado en distintos aspectos. Esta forma de «satisfacción», de vernos logrados y «bien hechos» (es decir, «per-fectos»-) nos colma de felicidad interior, y se traduce en sentimientos de paz, amparo y gozo festivo, es decir, júbilo.
El hombre contemporáneo es considerado a menudo como un «ser desamparado e inseguro espiritualmente»(4) . Ante los riesgos de la existencia, busca a menudo amparo en la posesión creciente de bienes y el dominio de personas y grupos. Este afán de dominio y posesión amengua sus posibilidades de encontrarse -ya que el encuentro sólo es posible entre ámbitos, no entre objetos-, y acrecienta su soledad y desvalimiento. La solución se alumbra al descubrir que, en aparente paradoja, sólo podemos sentirnos de verdad amparados como personas cuando renunciamos a todo control (propio del nivel 1) y asumimos el riesgo de entregarnos confiadamente a los demás (nivel 2). Si nuestra confianza se ve correspondida y acontece el encuentro, experimentamos la forma singular de amparo que implica el desarrollo pleno de nuestra personalidad. Nos sentimos verdaderamente personas; nos vemos situados en nuestra verdad de seres finitos (nivel 3), abiertos por naturaleza al diálogo y la colaboración.
Este hallarse a cobijo crea un espacio interior de honda paz, lleno del júbilo propio de los acontecimientos festivos. El encuentro tiene, de por sí, un carácter festivo, jubiloso y luminoso, incluso en situaciones adversas (5) . En las fiestas se encienden luces para simbolizar la luz interior que ellas mismas irradian. Las fiestas se celebran para mostrar comunitariamente el regocijo que produce el encuentro. Todas las fiestas -las familiares, las cívicas y las religiosas- proceden de diversos tipos de encuentro y se nutren de las fuentes de alegría y júbilo que de ellos manan.
II. El descubrimiento del ideal de la unidad
y las siete últimas fases de nuestro desarrollo
En este momento ruego a los lectores que hagan conmigo, cada uno de por sí, la siguiente experiencia. Al vivir interiormente estos frutos del encuentro y sentirme realizado, advierto que, por difícil que sea mi vida diaria, al vivir en estado de encuentro siento buen ánimo, luz interior, alegría, entusiasmo, plenitud y felicidad, y entonces descubro de golpe, con la lucidez de las iluminaciones fuertes, que el valor más grande de mi vida, el supremo, el que me da las máximas posibilidades de realización personal, es el encuentro, o -dicho en general- la fundación de los modos más elevados de unidad. Este valor de la unidad que los corona y ensambla a todos, como una clave de bóveda, constituye el ideal auténtico de mi vida.
Pero notemos enseguida que este ideal no es una mera idea, sino una idea motriz, pues alberga el valor más alto, y, merced a él, impulsa nuestra vida y le da pleno sentido. Un ideal falso dinamiza también nuestra existencia, puede imprimirle una fuerza devastadora, pero la vacía de sentido porque la desorienta y desquicia.
Del ideal depende todo en nuestra existencia, al modo de una clave musical. Cambias la clave, y todas las notas adquieren súbitamente un sentido distinto. Si descubres el ideal verdadero, optas por él y orientas tu existencia hacia él, experimentas una transfiguración que cambia toda tu vida. Vamos a ver de qué forma tan sencilla y tan profunda descubrimos la transfiguración que tiene lugar en las siete últimas fases de nuestro desarrollo una vez que hemos descubierto el ideal de la unidad y nos dejamos inspirar por él. Si logramos ver que esta múltiple transfiguración nos otorga la máxima excelencia personal, nos adentramos en el secreto de nuestra formación como personas, singularmente la formación para el amor.
El descubrimiento del ideal inspira siete transfiguraciones, las correspondientes a las fases 7ª- 12ª del proceso humano de desarrollo (6).
Veamos escuetamente cómo se cambian nuestras actitudes cuando actuamos en función del ideal de la unidad (7) .
1) La “libertad de maniobra”(nivel 1) se transforma en “libertad creativa” (nivel 2). Cuando elijo algo en virtud de mis intereses, practico la libertad de maniobra. Si elijo conforme al ideal de la unidad e impulsado por la energía que éste irradia sobre mí, actúo con libertad interior o libertad creativa. Advirtamos la facilidad con que acabamos de descubrir la quintaesencia de la auténtica libertad humana, la libertad creativa.
2) La vida anodina se colma de sentido. Una acción tiene sentido cuando está bien orientada, dirigida hacia la meta que debemos perseguir en nuestra vida. Esta meta viene dada por el auténtico ideal, que es –como acabamos de descubrir- el ideal de la unidad o del encuentro. Cuando nuestra vida desborda sentido, es una fuente de felicidad. Si carece de sentido, es un pozo de amargura.
3) La vida pasiva se vuelve creativa. Multitud de personas viven frustradas por creer que su vida no es creativa y resulta anodina. Este error debemos superarlo de inmediato y revalorizar la vida cotidiana. Si una persona crea en su hogar un ámbito de unidad, de acogimiento mutuo y afecto, está siendo eminentemente creativa. La más humilde de las madres que amamanta con cariño a su bebé crea con él la trama de afecto y tutela que el niño necesita para desarrollarse plenamente como persona. ¿Cómo no va a ser creativa la actividad de la madre, por sencilla que sea socialmente, si con su ternura y su desvelo por el hijo crea la «urdimbre afectiva» indispensable para el normal desarrollo de éste como persona? (8) .
4) La vida cerrada se torna abierta, creadora de relaciones. Para crear formas de unidad con las realidades del entorno y vivir así el ideal de la unidad, debemos abrirnos, tener gran aprecio por las relaciones creadas con amor. Este aprecio nos insta a promover el «pensamiento relacional», que nos abre a una forma nueva, más amplia y enriquecedora, de ver la realidad. El pan y el vino son elaborados a base de «frutos» de la tierra. No han sido «producidos» por nadie. Son fruto de una confluencia múltiple de elementos: El campesino, que recibió de sus mayores el arte del laboreo y unas semillas, deposita éstas en la madre tierra y espera; espera a que el océano evapore agua, que diversas circunstancias colaboren a convertir ese vapor en nubes y éstas descarguen agua sobre la tierra; que el agua sirva de elemento mediador entre las sales de la tierra y las semillas, y que, al fin, el sol –padre de toda energía- dore la mies. Vistos como fruto de un inmenso haz de relaciones, el pan y el vino adquieren un gran valor simbólico: remiten a la relación amistosa entre los hombres. El sentido para los símbolos es promovido por el pensamiento relacional.
5) El lenguaje pasa de ser mero medio de comunicación a vehículo viviente del encuentro. Si lo que más nos preocupa en la vida es realizar el ideal de la unidad, veremos fácilmente que el lenguaje auténtico es el que procede del amor y sirve de vehículo para crear relaciones de amor, no sólo para comunicarnos. El silencio, en el nivel 1, se reduce a mera carencia de sonidos, por tanto de palabras. En el nivel 2 –el nivel de la creatividad- el silencio auténtico es el campo de resonancia de la palabra que expresa realidades complejas, fruto de una confluencia de interrelaciones. En el silencio emparejado con el recogimiento podemos captar, a la vez, todo el haz de relaciones que implican las realidades complejas.
6) La vida temeraria –entregada al vértigo- se torna prudente –inspirada por el ideal de la unidad-. Cuando nos empapamos del ideal de la unidad, nos persuadimos de su inmenso valor y vivimos inspirados por él, nos cuidamos mucho de crear formas de auténtico encuentro y evitar la soledad de la fascinación.
7) La entrega al frenesí de la pasión se trueca en amor personal. Una vez realizado el recorrido anterior, quedamos libres del riesgo de confundir la mera pasión con el amor personal, pues se hallan en niveles distintos: el nivel 1 y el nivel 2, respectivamente.
El descubrimiento de estas siete transfiguraciones completa la experiencia de nuestro desarrollo personal. Ahora vemos con total lucidez que nuestra formación ética –es decir, la configuración perfecta de nuestro êthos o «segunda naturaleza»- depende del momento decisivo en que descubrimos el ideal de la unidad y optamos por él con la energía de las decisiones fuertes.
Sinopsis de lo descubierto anteriormente
Una vez realizada la experiencia del encuentro y sus frutos, hemos podido descubrir el ideal de la unidad. A su vez, este descubrimiento nos ha permitido vivir las siete transfiguraciones que nos elevan a un nivel de excelencia. Desde esta altura podemos ahora descubrir los distintos niveles de realidad y de conducta en que podemos movernos.
Si el lector desea complementar lo expuesto sobre el ideal de la vida, puede leer los breves textos que transcribo en la sección de Conferencias y artículos bajo el título de El ideal y los valores.
(1) «Los intelectuales desmontan la cara para explicarla por partes, pero ya no ven la sonrisa. Conocer no es desmontar, ni explicar. Es acceder a la visión. Pero, para ver, hay que comenzar por participar. Es un duro aprendizaje». «No comprendo sino a aquel con quien me uno». (Antoine de Saint-Exupéry: Piloto de guerra, Editorial Sudamericana, Buenos Aires 1958, págs. 47, 166; Pilote de guerre, Gallimard, Paris 1939, págs. 46, 174).
(2) Cf. Marianela, Alianza Editorial, Madrid 1984, págs. 69-70.
(3) Cf. Romano Guardini: Cartas sobre la formación de sí mismo, Palabra, Madrid 2000, p. 16. Versión original: Briefe über Selbstbildung, M. Grünewald, Maguncia 1930, 1968, 11ª ed., p. 10.
(4) El filósofo alemán Peter Wust estudió profundamente esta condición del hombre actual. Véase Ungewissheit und Wagnis, Kösel, Munich, 1946. Versión española: Incertidumbre y riesgo, Rialp, Madrid. Una amplia exposición de su pensamiento puede verse en mi obra: El poder del diálogo y del encuentro, BAC, Madrid 1997, 2ª ed., págs. 137-221.
(5) Víktor Frankl destaca que en la situación límite del campo de concentración de Auschwitz hubo personas que adoptaron formas de conducta increíblemente nobles y elevadas. Cf. El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona 1979, págs. 74-75; Man´s search for meaning, Pocket Books, Nueva York, s.f., p.114.
(6) Para analizarlas, conviene tener ante la vista el gráfico que figura al comienzo de la exposición del Método Primero.
(7) Para un conocimiento más amplio de estos temas me permito remitir al lector a los tres cursos on line que se están impartiendo con el título de Experto Universitario en Creatividad y Valores (www.escueladepensamientoycreatividad.org).
(8) Cf. Juan Rof Carballo: Urdimbre afectiva y enfermedad. Introducción a una medicina dialógica, Labor, Barcelona 1961. R. A. Spitz: El primer año de la vida del niño, Aguilar, Madrid 1970, 3ª ed.
y las siete últimas fases de nuestro desarrollo
En este momento ruego a los lectores que hagan conmigo, cada uno de por sí, la siguiente experiencia. Al vivir interiormente estos frutos del encuentro y sentirme realizado, advierto que, por difícil que sea mi vida diaria, al vivir en estado de encuentro siento buen ánimo, luz interior, alegría, entusiasmo, plenitud y felicidad, y entonces descubro de golpe, con la lucidez de las iluminaciones fuertes, que el valor más grande de mi vida, el supremo, el que me da las máximas posibilidades de realización personal, es el encuentro, o -dicho en general- la fundación de los modos más elevados de unidad. Este valor de la unidad que los corona y ensambla a todos, como una clave de bóveda, constituye el ideal auténtico de mi vida.
Pero notemos enseguida que este ideal no es una mera idea, sino una idea motriz, pues alberga el valor más alto, y, merced a él, impulsa nuestra vida y le da pleno sentido. Un ideal falso dinamiza también nuestra existencia, puede imprimirle una fuerza devastadora, pero la vacía de sentido porque la desorienta y desquicia.
Del ideal depende todo en nuestra existencia, al modo de una clave musical. Cambias la clave, y todas las notas adquieren súbitamente un sentido distinto. Si descubres el ideal verdadero, optas por él y orientas tu existencia hacia él, experimentas una transfiguración que cambia toda tu vida. Vamos a ver de qué forma tan sencilla y tan profunda descubrimos la transfiguración que tiene lugar en las siete últimas fases de nuestro desarrollo una vez que hemos descubierto el ideal de la unidad y nos dejamos inspirar por él. Si logramos ver que esta múltiple transfiguración nos otorga la máxima excelencia personal, nos adentramos en el secreto de nuestra formación como personas, singularmente la formación para el amor.
El descubrimiento del ideal inspira siete transfiguraciones, las correspondientes a las fases 7ª- 12ª del proceso humano de desarrollo (6).
Veamos escuetamente cómo se cambian nuestras actitudes cuando actuamos en función del ideal de la unidad (7) .
1) La “libertad de maniobra”(nivel 1) se transforma en “libertad creativa” (nivel 2). Cuando elijo algo en virtud de mis intereses, practico la libertad de maniobra. Si elijo conforme al ideal de la unidad e impulsado por la energía que éste irradia sobre mí, actúo con libertad interior o libertad creativa. Advirtamos la facilidad con que acabamos de descubrir la quintaesencia de la auténtica libertad humana, la libertad creativa.
2) La vida anodina se colma de sentido. Una acción tiene sentido cuando está bien orientada, dirigida hacia la meta que debemos perseguir en nuestra vida. Esta meta viene dada por el auténtico ideal, que es –como acabamos de descubrir- el ideal de la unidad o del encuentro. Cuando nuestra vida desborda sentido, es una fuente de felicidad. Si carece de sentido, es un pozo de amargura.
3) La vida pasiva se vuelve creativa. Multitud de personas viven frustradas por creer que su vida no es creativa y resulta anodina. Este error debemos superarlo de inmediato y revalorizar la vida cotidiana. Si una persona crea en su hogar un ámbito de unidad, de acogimiento mutuo y afecto, está siendo eminentemente creativa. La más humilde de las madres que amamanta con cariño a su bebé crea con él la trama de afecto y tutela que el niño necesita para desarrollarse plenamente como persona. ¿Cómo no va a ser creativa la actividad de la madre, por sencilla que sea socialmente, si con su ternura y su desvelo por el hijo crea la «urdimbre afectiva» indispensable para el normal desarrollo de éste como persona? (8) .
4) La vida cerrada se torna abierta, creadora de relaciones. Para crear formas de unidad con las realidades del entorno y vivir así el ideal de la unidad, debemos abrirnos, tener gran aprecio por las relaciones creadas con amor. Este aprecio nos insta a promover el «pensamiento relacional», que nos abre a una forma nueva, más amplia y enriquecedora, de ver la realidad. El pan y el vino son elaborados a base de «frutos» de la tierra. No han sido «producidos» por nadie. Son fruto de una confluencia múltiple de elementos: El campesino, que recibió de sus mayores el arte del laboreo y unas semillas, deposita éstas en la madre tierra y espera; espera a que el océano evapore agua, que diversas circunstancias colaboren a convertir ese vapor en nubes y éstas descarguen agua sobre la tierra; que el agua sirva de elemento mediador entre las sales de la tierra y las semillas, y que, al fin, el sol –padre de toda energía- dore la mies. Vistos como fruto de un inmenso haz de relaciones, el pan y el vino adquieren un gran valor simbólico: remiten a la relación amistosa entre los hombres. El sentido para los símbolos es promovido por el pensamiento relacional.
5) El lenguaje pasa de ser mero medio de comunicación a vehículo viviente del encuentro. Si lo que más nos preocupa en la vida es realizar el ideal de la unidad, veremos fácilmente que el lenguaje auténtico es el que procede del amor y sirve de vehículo para crear relaciones de amor, no sólo para comunicarnos. El silencio, en el nivel 1, se reduce a mera carencia de sonidos, por tanto de palabras. En el nivel 2 –el nivel de la creatividad- el silencio auténtico es el campo de resonancia de la palabra que expresa realidades complejas, fruto de una confluencia de interrelaciones. En el silencio emparejado con el recogimiento podemos captar, a la vez, todo el haz de relaciones que implican las realidades complejas.
6) La vida temeraria –entregada al vértigo- se torna prudente –inspirada por el ideal de la unidad-. Cuando nos empapamos del ideal de la unidad, nos persuadimos de su inmenso valor y vivimos inspirados por él, nos cuidamos mucho de crear formas de auténtico encuentro y evitar la soledad de la fascinación.
7) La entrega al frenesí de la pasión se trueca en amor personal. Una vez realizado el recorrido anterior, quedamos libres del riesgo de confundir la mera pasión con el amor personal, pues se hallan en niveles distintos: el nivel 1 y el nivel 2, respectivamente.
El descubrimiento de estas siete transfiguraciones completa la experiencia de nuestro desarrollo personal. Ahora vemos con total lucidez que nuestra formación ética –es decir, la configuración perfecta de nuestro êthos o «segunda naturaleza»- depende del momento decisivo en que descubrimos el ideal de la unidad y optamos por él con la energía de las decisiones fuertes.
Sinopsis de lo descubierto anteriormente
Una vez realizada la experiencia del encuentro y sus frutos, hemos podido descubrir el ideal de la unidad. A su vez, este descubrimiento nos ha permitido vivir las siete transfiguraciones que nos elevan a un nivel de excelencia. Desde esta altura podemos ahora descubrir los distintos niveles de realidad y de conducta en que podemos movernos.
Si el lector desea complementar lo expuesto sobre el ideal de la vida, puede leer los breves textos que transcribo en la sección de Conferencias y artículos bajo el título de El ideal y los valores.
(1) «Los intelectuales desmontan la cara para explicarla por partes, pero ya no ven la sonrisa. Conocer no es desmontar, ni explicar. Es acceder a la visión. Pero, para ver, hay que comenzar por participar. Es un duro aprendizaje». «No comprendo sino a aquel con quien me uno». (Antoine de Saint-Exupéry: Piloto de guerra, Editorial Sudamericana, Buenos Aires 1958, págs. 47, 166; Pilote de guerre, Gallimard, Paris 1939, págs. 46, 174).
(2) Cf. Marianela, Alianza Editorial, Madrid 1984, págs. 69-70.
(3) Cf. Romano Guardini: Cartas sobre la formación de sí mismo, Palabra, Madrid 2000, p. 16. Versión original: Briefe über Selbstbildung, M. Grünewald, Maguncia 1930, 1968, 11ª ed., p. 10.
(4) El filósofo alemán Peter Wust estudió profundamente esta condición del hombre actual. Véase Ungewissheit und Wagnis, Kösel, Munich, 1946. Versión española: Incertidumbre y riesgo, Rialp, Madrid. Una amplia exposición de su pensamiento puede verse en mi obra: El poder del diálogo y del encuentro, BAC, Madrid 1997, 2ª ed., págs. 137-221.
(5) Víktor Frankl destaca que en la situación límite del campo de concentración de Auschwitz hubo personas que adoptaron formas de conducta increíblemente nobles y elevadas. Cf. El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona 1979, págs. 74-75; Man´s search for meaning, Pocket Books, Nueva York, s.f., p.114.
(6) Para analizarlas, conviene tener ante la vista el gráfico que figura al comienzo de la exposición del Método Primero.
(7) Para un conocimiento más amplio de estos temas me permito remitir al lector a los tres cursos on line que se están impartiendo con el título de Experto Universitario en Creatividad y Valores (www.escueladepensamientoycreatividad.org).
(8) Cf. Juan Rof Carballo: Urdimbre afectiva y enfermedad. Introducción a una medicina dialógica, Labor, Barcelona 1961. R. A. Spitz: El primer año de la vida del niño, Aguilar, Madrid 1970, 3ª ed.