1. El verdadero camino hacia la felicidad
Un joven alemán, llamado Norberto, escribió una carta al famoso teólogo y filósofo P. Karl Rahner. En ella le decía: “Mis amigos y yo buscamos la felicidad frenéticamente, sin límites, con todas nuestras fuerzas. No nos ahorramos ninguna experiencia placentera. Incluso acudimos al latigazo de las drogas, el alcohol, las relaciones amorosas locas. Y, en plena juventud, acabamos quemados. Somos carne de hospital, y no hacemos sino preguntarnos qué es eso de la felicidad, ilusión que te promete todo y te lo quita todo a no tardar. Por favor, P. Rahner ¿podría decirme usted, por ventura, lo que es la felicidad?” (1).
Me hubiera gustado decirle a Norberto lo siguiente: Hiciste bien en querer ser feliz. Todos queremos serlo, porque es un deseo básico de nuestra naturaleza humana. Pero, con frecuencia, no sabemos cuál es el camino verdadero para lograr la felicidad. Está claro, por lo que dices, que has equivocado el camino hacia ella, y ahora te ves sin salida, es decir, estás desesperado. Pero no debes desanimarte. Has cometido un error –como podemos cometer todos-, pero ahora vas a descubrir cuál es el verdadero camino para llegar a la dicha y no a la desgracia. Y esto debe alegrarte.
La clave de solución consiste en distinguir diversos niveles de realidad y de conducta. En general, tendemos a pensar que ser felices es poder hacer lo que queremos, lo que nos gusta. Por eso reclamamos libertad para satisfacer nuestras apetencias. Pero no aclaramos bien qué valor tienen éstas y qué es la libertad y cuántas formas presenta. Hoy suele hablarse en general de la libertad, sin matizar. Y, al hacerlo, se piensa casi siempre en la forma más elemental de libertad, que es la libertad de hacer lo que nos apetece en cada instante (nivel 1). Esta libertad –que suelo llamar “libertad de maniobra”, de moverme a mi antojo- nos conduce con frecuencia a la destrucción, como es tu caso.
De hecho, tú hiciste cuanto deseaste para ser feliz; te concediste todos los gustos, pero al final caíste en un pozo de amargura, y no te sientes nada libre, sino esclavizado por tus apetencias. Lo malo de todo ello es que, en este momento, no sabes qué hacer, estás desorientado –igual que tus amigos-, porque no puedes comprender que algo tan valorado y apetecido como la libertad os haya llevado a la más desoladora decepción. Esta desorientación no responde a falta de inteligencia, porque tu forma de escribir revela que no te faltan dotes. Lo que sí te falta es una clave para discernir por qué, buscando la felicidad, caíste en la amargura.
Esa clave es la siguiente: La felicidad no se encuentra en el nivel 1, sino sólo a partir del nivel 2. Lo vas a descubrir enseguida. Ya sabes por experiencia que saciar las apetencias no equivale a ser feliz. La razón es porque los gustos suponen un goce o una cadena de goces. Éstos sacian algunos impulsos, halagan nuestra sensibilidad a veces de modo intenso, pero son fugaces, y sólo producen verdadero gozo cuando, al vivir esas experiencias gratificantes, nos desarrollamos como personas. Este desarrollo se da, según la ciencia actual más cualificada –Biología, Medicina, Antropología-, cuando lo que hacemos colabora a encontrarnos de veras con otras personas, con grupos humanos, con obras de arte...
Ahora piensa en esto: Tú buscaste tu felicidad a solas, sólo para ti, egoístamente. Aunque lo hiciste en grupo, seguiste tus deseos instintivos. Fuiste a lo tuyo. Pero bien sabes, por la ciencia actual, que los seres humanos somos seres de encuentro. Sobre esto no hay dudas en la investigación de hoy. Sólo podemos ser felices encontrándonos de veras con otras personas, y creando modos de auténtica amistad (nivel 2). Para crear encuentro y amistad debemos ser generosos, sinceros, cordiales, comunicativos, participativos… Estas condiciones del encuentro se llaman “valores”, y, cuando asumimos éstos como principios internos de acción, reciben el nombre de virtudes. En latín, virtutes significa capacidades. Las virtudes son capacidades para crear encuentros. Los encuentros y la práctica de las virtudes se dan en el nivel 2, en el cual no dominamos y manejamos realidades para ponerlas a nuestro servicio; las tratamos con respeto, estima y voluntad de colaboración.
Esta actitud virtuosa implica sin duda muchas renuncias. Y toda renuncia supone un sacrificio, pero el sacrificarse no es reprimirse, no significa bloquear nuestro desarrollo como personas. Al revés, maduramos como personas cuando renunciamos libremente a un valor inferior para ganar un valor superior. Este tipo superior de libertad es la libertad creativa, la que nos lleva a crear relaciones de encuentro y ser, con ello, felices.
Ya tenemos bien clara esta idea: La felicidad no debemos buscarla directamente. Lo que hemos de buscar directamente es la relación de encuentro. No importa que nos cueste, porque hayamos de renunciar a algo inmediatamente agradable, apetitoso, seductor. El encuentro es la meta, digamos “el ideal” de toda persona que abriga en su interior el deseo de vivir lo valioso. Y nada más valioso –como nos dijo el viejo y sabio Aristóteles- que la auténtica amistad, que es una forma muy alta de unidad. Cuando prescindimos de nuestros intereses inmediatos y egoístas, y perseguimos con tenacidad el ideal de la pura amistad, la pura bondad, la justicia inquebrantable…, nos situamos en la cima del nivel 3. Entonces, nuestros encuentros serán perfectos y nuestra felicidad alcanzará su grado máximo. Por tanto, subir a los niveles 2 y 3 es el camino regio para lograr la felicidad.
Ahora vemos nítidamente lo alejado que se halla de la verdad pensar que ser feliz es saciar todas las apetencias. Porque este ir a la caza de satisfacciones puede hacer imposible el encuentro. Bien sabemos que, para vivir una convivencia feliz, necesitamos a veces renunciar a hacer la propia voluntad y satisfacer nuestros gustos, a fin de ser complacientes con el otro. Esto supone un sacrificio, naturalmente, pero bendito sacrificio si nos lleva a la auténtica amistad, que, como decía el viejo y sabio Aristóteles en su Ética a Nicómaco, es lo más importante de la vida.
La amistad leal, generosa y sacrificada va unida con la felicidad auténtica. Y esto por la razón poderosa de que sólo podemos vivir felices si realizamos en la vida nuestro auténtico ideal, que es el ideal del encuentro, el ideal de la unidad. Si actúo en virtud del ideal egoísta de servirme a mí mismo, podré acumular sensaciones placenteras, darme todos los gustos, pero no seré feliz porque no crearé formas de unidad valiosa con los demás.
2. El descubrimiento de la creatividad salva una familia
Al terminar una conferencia, se acercaron a mí dos jóvenes esposos. El esposo me dijo:
“Hemos venido a la conferencia sólo por darle un abrazo”. Yo no los conocía de nada, pero nos dimos un abracito –un abracito él, un abracito ella-, e inmediatamente agregó el esposo: “Para que no llame usted al loquero, le diré a qué responde esto. Durante años, mi vida de familia –mi mujer, mis dos hijos y yo- fue un infierno. Mi mujer estaba crispada por creer que, al tener que dedicar bastante tiempo al hogar, estaba perdiendo su juventud, lo mejor de su vida. Su malestar me lo comunicaba a mí, y los dos se lo transmitíamos a los pequeños. Nuestra convivencia se convirtió en un calvario. Hasta que una tarde, al llegar a casa y abrir la puerta, vi que mi mujer –cosa insólita- salía a recibirme con una gran sonrisa. Y, a través del pasillo, entreví que en el comedor había flores y un mantel vistoso.
• “Esperas a tus amigas a cenar…”, le dije.
• “No, no espero a nadie –contestó ella-; te espero a ti, ¿te parece poco?”.
• “No, poco no –añadí yo-, pero ya me explicarás este cambio…”.
• Entonces ella me invitó a sentarme y me dijo, con toda seriedad: “Esta tarde, de pura desesperación, salí de casa y me puse a callejear por la ciudad sin rumbo…, hasta que me encontré con unas gentes que se agolpaban ante una puerta.
• “¿Qué reparten aquí?”, pregunté.
• “No reparten nada, me dijo un señor; vamos a una conferencia”. Y yo, sin saber ni quién hablaba ni de qué, entré como llevada por una ola. El conferenciante explicó, entre otras cosas, que una madre de familia, cuando cuida con cariño a su bebé, es eminentemente creativa y otorga a su vida una altísima dignidad, porque está creando con el hijo esa “urdimbre afectiva” que, según los expertos, es imprescindible para su desarrollo normal. Hoy sabemos que lo que más necesita un niño al nacer es ser bien acogido. Una madre, la más humilde de las madres, que colabora a crear en su hogar un clima de acogimiento, realiza una labor de gran trascendencia para toda la sociedad… “.
• “Me impactó esta idea, y salí de la sala diciéndome: ´¡Seré tonta…! Claro que estoy perdiendo la juventud y la vida, pero no porque sea poco importante lo que hago en casa, sino porque desconozco su valor´. Por el camino, tomé la determinación de empezar hoy mismo a crear un clima de hogar, mediante gestos tan sencillos como adornar el comedor y acogerte a ti con afecto”.
• “No me lo podía creer, agregó el esposo. Y me puse enseguida a la tarea de reconstruir el hogar. Porque el hogar no es sólo el piso. Es el piso cuando en él se crean encuentros. Los dos niños notaron enseguida el cambio y se sumergieron encantados en esa atmósfera cálida, hasta entonces desconocida. Días después, uno de los niños me sorprendió con esta pregunta: ´ Papa, ¿aquí las cosas han cambiado mucho, no?´"
• “Bien. Ahora ya sabe usted por qué deseábamos darle un abrazo”.
Esta joven esposa vivía amargada porque no veía el sentido de las renuncias y las consideraba como un fracaso injustificado, humillante. Luego descubrió que, si renunciamos a un valor inferior –por atractivo que sea- para conseguir uno superior, estamos en el camino de la auténtica felicidad. Es un error creer que ser feliz es saciar todas las apetencias. Porque tal saciedad ocurre en el nivel 1, y el encuentro se crea en el nivel 2. Bien sabemos que, para vivir una convivencia feliz, necesitamos a veces renunciar a hacer la propia voluntad y satisfacer nuestros gustos, a fin de ser complacientes con el otro.
3. En el nivel 2, la libertad y las normas se enriquecen mutuamente
En la actualidad, suele considerarse a menudo como obvio que la libertad humana y las normas se oponen. Más que nunca, es obligado aquí dar una respuesta matizada: eso es cierto en el nivel 1; no lo es en el nivel 2. La libertad de maniobra –propia del nivel 1- se opone a toda norma que limite nuestra capacidad de elegir. En el nivel 2, no nos preocupa poder elegir arbitrariamente sino actuar con eficacia, con libertad creativa. Esta forma de libertad es nutrida por las normas, vistas como fuente de posibilidades. Lo vimos al hacer la experiencia de los doce descubrimientos.
Cuando nos proponemos realizar una experiencia reversible –como es declamar un poema o interpretar una obra musical- no nos interesa hacer lo que queramos –con libertad de maniobra-, sino ser inspirados por una realidad estéticamente valiosa, cargada de posibilidades expresivas, y gozar así de libertad creativa, fruto singular del nivel 2. Renunciamos gozosamente a una forma de libertad desarraigada, desvinculada de normas, para obtener un tipo de libertad vinculada a cauces fecundos. Por eso, a mayor fidelidad a tales cauces –en este caso, el poema y la obra musical-, más libres nos sentimos para darles vida. Resulta patente que esta forma creativa de libertad es superior en rango a la libertad que no es sino franquía absoluta para elegir.
4. La falsa libertad conduce a la esclavitud
En un programa televisivo, un joven hizo la siguiente confesión: “Hasta hace poco yo era totalmente feliz. Adoraba a mi madre, con la que vivía; me encantaba mi novia; cursaba con gusto mi carrera, pero, un mal día, me entregué al juego de azar, y desde entonces ni mi madre, ni mi novia ni mi carrera me interesan nada. Sólo me interesa una cosa: seguir jugando. Me he convertido en un enfermo del juego, un ludópata. Y lo que más rabia me da es que todo esto lo hice libremente, y ahora me veo convertido en un esclavo”. Y acabó con las manos cruzadas, como si estuviera esposado”. Yo pensé que el director del programa, psicólogo de profesión, le daría al joven –que mostraba una tristeza profunda- alguna clave de orientación que le mostrara una salida y le levantara el ánimo. Pero se redujo a decirle el consabido “Gracias por haber venido”.
Una buena clave hubiera la siguiente: “Has cometido sin duda un par de errores -como nos puede pasar a todos alguna vez-, pero no debes abatirte, pues vas a realizar ahora un descubrimiento decisivo para tu futuro. Pensaste que para vivir a tope basta con hacer aquello que nos atrae hasta seducirnos: por ejemplo, el juego de azar que te fascina con la idea de ganar un dinero fácil (nivel 1). La fascinación es una excitación que tiene una apariencia de plenitud, pero nos deja pronto vacíos. Pensaste sólo en la satisfacción de tus impulsos y te olvidaste de que la felicidad viene del encuentro y la amistad verdadera. Tal vez tuviste experiencias excitantes, como las de obtener ganancias copiosas y fáciles; y viviste el choque de pérdidas masivas…, y este cúmulo de experiencias intensas pero nada creativas te llevaron a un estado de verdadera desolación. De ahí la tristeza infinita que mostraste en tu relato. Este amargo proceso podías haberlo previsto si conocieras que, además y por encima de la libertad de maniobra –la capacidad de hacer lo que más apetece en cada momento- está la libertad creativa –la libertad de crear relaciones que enriquecen y llenan interiormente de felicidad-; y, además de los procesos excitantes de vértigo, existen los procesos serenos de éxtasis que nos piden sacrificios pero al final nos llenan de gozo.
En conclusión. No conocías lo que es el vértigo y su oposición al proceso de éxtasis. Te lanzaste al vértigo creyendo que era éxtasis y te iba a llevar en volandas a saturarte de felicidad. Y ahora te encuentras en los antípodas de la dicha. Ya ves la importancia que tiene elegir bien el camino. No has hecho mal en querer “vivir a tope”. Pero te hubiera convenido pensar que vivir a tope es entendido de modo distinto en cada nivel de realidad. Si vivimos en el nivel 1, tendemos a pensar que vivir a tope va unido a la embriaguez, los amoríos fáciles y pasionales, los falsos éxtasis de la velocidad, los placeres de todo orden… Si subimos al nivel 2, cambian nuestras primacías: el botellón nos parece una excitación grupal vacía; los amoríos se nos antojan un empobrecimiento del concepto de amor; la entrega libre a la saciedad de los impulsos elementales la sentimos como una sombría servidumbre… Entonces vislumbramos lo que perdemos cuando ignoramos las leyes propias de cada nivel. Y ante esa pérdida no basta lamentarse y hacer promesas de recuperar el tiempo perdido. No lo conseguiremos si no aprendemos a pensar bien.
Pensar bien significa conocer las trampas que se nos tienden en el camino. La peor trampa es vivir en el nivel 1 y creer que lo que ahí acontece se aplica a toda nuestra vida. Esto nos lleva a desconocer las inmensas posibilidades que se nos abren cuando damos el salto a los niveles superiores.
5. En el nivel 2, la independencia y la solidaridad se enriquecen mutuamente
Numerosos jóvenes estiman que no es posible coordinar la independencia y la solidaridad, por ejemplo con los padres. “Si quiero ser solidario con ellos –me expone un joven estudiante-, no puedo ser independiente en la planificación de mis noches de fin de semana”.
Esto nos pasa a todos cuando vivimos en el nivel 1, en el que tomamos cuanto nos rodea como un medio para nuestros fines. El trabajo y el ocio, el día y la noche, los padres y los hermanos.., juegan en nuestro entorno el papel que les adjudica nuestra visión egoísta de la vida. No son para nosotros una meta, sino un medio. El criterio de nuestras elecciones no es el de hacer felices a nuestros allegados, sino el de tomarlos como medios para nuestros fines. Subamos al nivel 2, y veremos cómo son perfectamente compatibles.
En este nivel, la meta de mi vida, el ideal de la unidad, no es acumular sensaciones placenteras, sino encontrarme con los demás. Y el encuentro exige ante todo generosidad. Esta actitud de generosidad me lleva a pensar en el bien de los demás, no sólo en el mío, porque en ese nivel –que es el de las experiencias reversibles- mi bien implica el de quienes me acompañan en la vida. Este bien compartido implica un valor superior a mi bien aislado. Por eso, si tengo que renunciar a este valor inferior –por ejemplo, el gusto de disfrutar de una noche sin límite de tiempo- para conseguir aquel valor superior –mi bienestar unido al de mis padres-, haré este sacrificio gustosamente, bien seguro de que no ve voy a reprimir –es decir, a bloquear mi desarrollo personal-; me elevaré a lo mejor de mí mismo. No tardaré en experimentar que el gusto que me concedo dentro de los límites que me impone mi deseo de complacer a mis padres me reporta más gozo –más satisfacción honda- que la entrega a una diversión ilimitada. Si queremos aquilatar más, hemos de notar que no debemos actuar conforme a los dictados del nivel 2 con el fin de lograr una gratificación mayor, porque entonces bajamos al nivel 1, el de la búsqueda preferente de autosatisfacciones, y quedamos sometidos a su lógica, según la cual la independencia y la solidaridad se oponen insalvablemente.
Un joven alemán, llamado Norberto, escribió una carta al famoso teólogo y filósofo P. Karl Rahner. En ella le decía: “Mis amigos y yo buscamos la felicidad frenéticamente, sin límites, con todas nuestras fuerzas. No nos ahorramos ninguna experiencia placentera. Incluso acudimos al latigazo de las drogas, el alcohol, las relaciones amorosas locas. Y, en plena juventud, acabamos quemados. Somos carne de hospital, y no hacemos sino preguntarnos qué es eso de la felicidad, ilusión que te promete todo y te lo quita todo a no tardar. Por favor, P. Rahner ¿podría decirme usted, por ventura, lo que es la felicidad?” (1).
Me hubiera gustado decirle a Norberto lo siguiente: Hiciste bien en querer ser feliz. Todos queremos serlo, porque es un deseo básico de nuestra naturaleza humana. Pero, con frecuencia, no sabemos cuál es el camino verdadero para lograr la felicidad. Está claro, por lo que dices, que has equivocado el camino hacia ella, y ahora te ves sin salida, es decir, estás desesperado. Pero no debes desanimarte. Has cometido un error –como podemos cometer todos-, pero ahora vas a descubrir cuál es el verdadero camino para llegar a la dicha y no a la desgracia. Y esto debe alegrarte.
La clave de solución consiste en distinguir diversos niveles de realidad y de conducta. En general, tendemos a pensar que ser felices es poder hacer lo que queremos, lo que nos gusta. Por eso reclamamos libertad para satisfacer nuestras apetencias. Pero no aclaramos bien qué valor tienen éstas y qué es la libertad y cuántas formas presenta. Hoy suele hablarse en general de la libertad, sin matizar. Y, al hacerlo, se piensa casi siempre en la forma más elemental de libertad, que es la libertad de hacer lo que nos apetece en cada instante (nivel 1). Esta libertad –que suelo llamar “libertad de maniobra”, de moverme a mi antojo- nos conduce con frecuencia a la destrucción, como es tu caso.
De hecho, tú hiciste cuanto deseaste para ser feliz; te concediste todos los gustos, pero al final caíste en un pozo de amargura, y no te sientes nada libre, sino esclavizado por tus apetencias. Lo malo de todo ello es que, en este momento, no sabes qué hacer, estás desorientado –igual que tus amigos-, porque no puedes comprender que algo tan valorado y apetecido como la libertad os haya llevado a la más desoladora decepción. Esta desorientación no responde a falta de inteligencia, porque tu forma de escribir revela que no te faltan dotes. Lo que sí te falta es una clave para discernir por qué, buscando la felicidad, caíste en la amargura.
Esa clave es la siguiente: La felicidad no se encuentra en el nivel 1, sino sólo a partir del nivel 2. Lo vas a descubrir enseguida. Ya sabes por experiencia que saciar las apetencias no equivale a ser feliz. La razón es porque los gustos suponen un goce o una cadena de goces. Éstos sacian algunos impulsos, halagan nuestra sensibilidad a veces de modo intenso, pero son fugaces, y sólo producen verdadero gozo cuando, al vivir esas experiencias gratificantes, nos desarrollamos como personas. Este desarrollo se da, según la ciencia actual más cualificada –Biología, Medicina, Antropología-, cuando lo que hacemos colabora a encontrarnos de veras con otras personas, con grupos humanos, con obras de arte...
Ahora piensa en esto: Tú buscaste tu felicidad a solas, sólo para ti, egoístamente. Aunque lo hiciste en grupo, seguiste tus deseos instintivos. Fuiste a lo tuyo. Pero bien sabes, por la ciencia actual, que los seres humanos somos seres de encuentro. Sobre esto no hay dudas en la investigación de hoy. Sólo podemos ser felices encontrándonos de veras con otras personas, y creando modos de auténtica amistad (nivel 2). Para crear encuentro y amistad debemos ser generosos, sinceros, cordiales, comunicativos, participativos… Estas condiciones del encuentro se llaman “valores”, y, cuando asumimos éstos como principios internos de acción, reciben el nombre de virtudes. En latín, virtutes significa capacidades. Las virtudes son capacidades para crear encuentros. Los encuentros y la práctica de las virtudes se dan en el nivel 2, en el cual no dominamos y manejamos realidades para ponerlas a nuestro servicio; las tratamos con respeto, estima y voluntad de colaboración.
Esta actitud virtuosa implica sin duda muchas renuncias. Y toda renuncia supone un sacrificio, pero el sacrificarse no es reprimirse, no significa bloquear nuestro desarrollo como personas. Al revés, maduramos como personas cuando renunciamos libremente a un valor inferior para ganar un valor superior. Este tipo superior de libertad es la libertad creativa, la que nos lleva a crear relaciones de encuentro y ser, con ello, felices.
Ya tenemos bien clara esta idea: La felicidad no debemos buscarla directamente. Lo que hemos de buscar directamente es la relación de encuentro. No importa que nos cueste, porque hayamos de renunciar a algo inmediatamente agradable, apetitoso, seductor. El encuentro es la meta, digamos “el ideal” de toda persona que abriga en su interior el deseo de vivir lo valioso. Y nada más valioso –como nos dijo el viejo y sabio Aristóteles- que la auténtica amistad, que es una forma muy alta de unidad. Cuando prescindimos de nuestros intereses inmediatos y egoístas, y perseguimos con tenacidad el ideal de la pura amistad, la pura bondad, la justicia inquebrantable…, nos situamos en la cima del nivel 3. Entonces, nuestros encuentros serán perfectos y nuestra felicidad alcanzará su grado máximo. Por tanto, subir a los niveles 2 y 3 es el camino regio para lograr la felicidad.
Ahora vemos nítidamente lo alejado que se halla de la verdad pensar que ser feliz es saciar todas las apetencias. Porque este ir a la caza de satisfacciones puede hacer imposible el encuentro. Bien sabemos que, para vivir una convivencia feliz, necesitamos a veces renunciar a hacer la propia voluntad y satisfacer nuestros gustos, a fin de ser complacientes con el otro. Esto supone un sacrificio, naturalmente, pero bendito sacrificio si nos lleva a la auténtica amistad, que, como decía el viejo y sabio Aristóteles en su Ética a Nicómaco, es lo más importante de la vida.
La amistad leal, generosa y sacrificada va unida con la felicidad auténtica. Y esto por la razón poderosa de que sólo podemos vivir felices si realizamos en la vida nuestro auténtico ideal, que es el ideal del encuentro, el ideal de la unidad. Si actúo en virtud del ideal egoísta de servirme a mí mismo, podré acumular sensaciones placenteras, darme todos los gustos, pero no seré feliz porque no crearé formas de unidad valiosa con los demás.
2. El descubrimiento de la creatividad salva una familia
Al terminar una conferencia, se acercaron a mí dos jóvenes esposos. El esposo me dijo:
“Hemos venido a la conferencia sólo por darle un abrazo”. Yo no los conocía de nada, pero nos dimos un abracito –un abracito él, un abracito ella-, e inmediatamente agregó el esposo: “Para que no llame usted al loquero, le diré a qué responde esto. Durante años, mi vida de familia –mi mujer, mis dos hijos y yo- fue un infierno. Mi mujer estaba crispada por creer que, al tener que dedicar bastante tiempo al hogar, estaba perdiendo su juventud, lo mejor de su vida. Su malestar me lo comunicaba a mí, y los dos se lo transmitíamos a los pequeños. Nuestra convivencia se convirtió en un calvario. Hasta que una tarde, al llegar a casa y abrir la puerta, vi que mi mujer –cosa insólita- salía a recibirme con una gran sonrisa. Y, a través del pasillo, entreví que en el comedor había flores y un mantel vistoso.
• “Esperas a tus amigas a cenar…”, le dije.
• “No, no espero a nadie –contestó ella-; te espero a ti, ¿te parece poco?”.
• “No, poco no –añadí yo-, pero ya me explicarás este cambio…”.
• Entonces ella me invitó a sentarme y me dijo, con toda seriedad: “Esta tarde, de pura desesperación, salí de casa y me puse a callejear por la ciudad sin rumbo…, hasta que me encontré con unas gentes que se agolpaban ante una puerta.
• “¿Qué reparten aquí?”, pregunté.
• “No reparten nada, me dijo un señor; vamos a una conferencia”. Y yo, sin saber ni quién hablaba ni de qué, entré como llevada por una ola. El conferenciante explicó, entre otras cosas, que una madre de familia, cuando cuida con cariño a su bebé, es eminentemente creativa y otorga a su vida una altísima dignidad, porque está creando con el hijo esa “urdimbre afectiva” que, según los expertos, es imprescindible para su desarrollo normal. Hoy sabemos que lo que más necesita un niño al nacer es ser bien acogido. Una madre, la más humilde de las madres, que colabora a crear en su hogar un clima de acogimiento, realiza una labor de gran trascendencia para toda la sociedad… “.
• “Me impactó esta idea, y salí de la sala diciéndome: ´¡Seré tonta…! Claro que estoy perdiendo la juventud y la vida, pero no porque sea poco importante lo que hago en casa, sino porque desconozco su valor´. Por el camino, tomé la determinación de empezar hoy mismo a crear un clima de hogar, mediante gestos tan sencillos como adornar el comedor y acogerte a ti con afecto”.
• “No me lo podía creer, agregó el esposo. Y me puse enseguida a la tarea de reconstruir el hogar. Porque el hogar no es sólo el piso. Es el piso cuando en él se crean encuentros. Los dos niños notaron enseguida el cambio y se sumergieron encantados en esa atmósfera cálida, hasta entonces desconocida. Días después, uno de los niños me sorprendió con esta pregunta: ´ Papa, ¿aquí las cosas han cambiado mucho, no?´"
• “Bien. Ahora ya sabe usted por qué deseábamos darle un abrazo”.
Esta joven esposa vivía amargada porque no veía el sentido de las renuncias y las consideraba como un fracaso injustificado, humillante. Luego descubrió que, si renunciamos a un valor inferior –por atractivo que sea- para conseguir uno superior, estamos en el camino de la auténtica felicidad. Es un error creer que ser feliz es saciar todas las apetencias. Porque tal saciedad ocurre en el nivel 1, y el encuentro se crea en el nivel 2. Bien sabemos que, para vivir una convivencia feliz, necesitamos a veces renunciar a hacer la propia voluntad y satisfacer nuestros gustos, a fin de ser complacientes con el otro.
3. En el nivel 2, la libertad y las normas se enriquecen mutuamente
En la actualidad, suele considerarse a menudo como obvio que la libertad humana y las normas se oponen. Más que nunca, es obligado aquí dar una respuesta matizada: eso es cierto en el nivel 1; no lo es en el nivel 2. La libertad de maniobra –propia del nivel 1- se opone a toda norma que limite nuestra capacidad de elegir. En el nivel 2, no nos preocupa poder elegir arbitrariamente sino actuar con eficacia, con libertad creativa. Esta forma de libertad es nutrida por las normas, vistas como fuente de posibilidades. Lo vimos al hacer la experiencia de los doce descubrimientos.
Cuando nos proponemos realizar una experiencia reversible –como es declamar un poema o interpretar una obra musical- no nos interesa hacer lo que queramos –con libertad de maniobra-, sino ser inspirados por una realidad estéticamente valiosa, cargada de posibilidades expresivas, y gozar así de libertad creativa, fruto singular del nivel 2. Renunciamos gozosamente a una forma de libertad desarraigada, desvinculada de normas, para obtener un tipo de libertad vinculada a cauces fecundos. Por eso, a mayor fidelidad a tales cauces –en este caso, el poema y la obra musical-, más libres nos sentimos para darles vida. Resulta patente que esta forma creativa de libertad es superior en rango a la libertad que no es sino franquía absoluta para elegir.
4. La falsa libertad conduce a la esclavitud
En un programa televisivo, un joven hizo la siguiente confesión: “Hasta hace poco yo era totalmente feliz. Adoraba a mi madre, con la que vivía; me encantaba mi novia; cursaba con gusto mi carrera, pero, un mal día, me entregué al juego de azar, y desde entonces ni mi madre, ni mi novia ni mi carrera me interesan nada. Sólo me interesa una cosa: seguir jugando. Me he convertido en un enfermo del juego, un ludópata. Y lo que más rabia me da es que todo esto lo hice libremente, y ahora me veo convertido en un esclavo”. Y acabó con las manos cruzadas, como si estuviera esposado”. Yo pensé que el director del programa, psicólogo de profesión, le daría al joven –que mostraba una tristeza profunda- alguna clave de orientación que le mostrara una salida y le levantara el ánimo. Pero se redujo a decirle el consabido “Gracias por haber venido”.
Una buena clave hubiera la siguiente: “Has cometido sin duda un par de errores -como nos puede pasar a todos alguna vez-, pero no debes abatirte, pues vas a realizar ahora un descubrimiento decisivo para tu futuro. Pensaste que para vivir a tope basta con hacer aquello que nos atrae hasta seducirnos: por ejemplo, el juego de azar que te fascina con la idea de ganar un dinero fácil (nivel 1). La fascinación es una excitación que tiene una apariencia de plenitud, pero nos deja pronto vacíos. Pensaste sólo en la satisfacción de tus impulsos y te olvidaste de que la felicidad viene del encuentro y la amistad verdadera. Tal vez tuviste experiencias excitantes, como las de obtener ganancias copiosas y fáciles; y viviste el choque de pérdidas masivas…, y este cúmulo de experiencias intensas pero nada creativas te llevaron a un estado de verdadera desolación. De ahí la tristeza infinita que mostraste en tu relato. Este amargo proceso podías haberlo previsto si conocieras que, además y por encima de la libertad de maniobra –la capacidad de hacer lo que más apetece en cada momento- está la libertad creativa –la libertad de crear relaciones que enriquecen y llenan interiormente de felicidad-; y, además de los procesos excitantes de vértigo, existen los procesos serenos de éxtasis que nos piden sacrificios pero al final nos llenan de gozo.
En conclusión. No conocías lo que es el vértigo y su oposición al proceso de éxtasis. Te lanzaste al vértigo creyendo que era éxtasis y te iba a llevar en volandas a saturarte de felicidad. Y ahora te encuentras en los antípodas de la dicha. Ya ves la importancia que tiene elegir bien el camino. No has hecho mal en querer “vivir a tope”. Pero te hubiera convenido pensar que vivir a tope es entendido de modo distinto en cada nivel de realidad. Si vivimos en el nivel 1, tendemos a pensar que vivir a tope va unido a la embriaguez, los amoríos fáciles y pasionales, los falsos éxtasis de la velocidad, los placeres de todo orden… Si subimos al nivel 2, cambian nuestras primacías: el botellón nos parece una excitación grupal vacía; los amoríos se nos antojan un empobrecimiento del concepto de amor; la entrega libre a la saciedad de los impulsos elementales la sentimos como una sombría servidumbre… Entonces vislumbramos lo que perdemos cuando ignoramos las leyes propias de cada nivel. Y ante esa pérdida no basta lamentarse y hacer promesas de recuperar el tiempo perdido. No lo conseguiremos si no aprendemos a pensar bien.
Pensar bien significa conocer las trampas que se nos tienden en el camino. La peor trampa es vivir en el nivel 1 y creer que lo que ahí acontece se aplica a toda nuestra vida. Esto nos lleva a desconocer las inmensas posibilidades que se nos abren cuando damos el salto a los niveles superiores.
5. En el nivel 2, la independencia y la solidaridad se enriquecen mutuamente
Numerosos jóvenes estiman que no es posible coordinar la independencia y la solidaridad, por ejemplo con los padres. “Si quiero ser solidario con ellos –me expone un joven estudiante-, no puedo ser independiente en la planificación de mis noches de fin de semana”.
Esto nos pasa a todos cuando vivimos en el nivel 1, en el que tomamos cuanto nos rodea como un medio para nuestros fines. El trabajo y el ocio, el día y la noche, los padres y los hermanos.., juegan en nuestro entorno el papel que les adjudica nuestra visión egoísta de la vida. No son para nosotros una meta, sino un medio. El criterio de nuestras elecciones no es el de hacer felices a nuestros allegados, sino el de tomarlos como medios para nuestros fines. Subamos al nivel 2, y veremos cómo son perfectamente compatibles.
En este nivel, la meta de mi vida, el ideal de la unidad, no es acumular sensaciones placenteras, sino encontrarme con los demás. Y el encuentro exige ante todo generosidad. Esta actitud de generosidad me lleva a pensar en el bien de los demás, no sólo en el mío, porque en ese nivel –que es el de las experiencias reversibles- mi bien implica el de quienes me acompañan en la vida. Este bien compartido implica un valor superior a mi bien aislado. Por eso, si tengo que renunciar a este valor inferior –por ejemplo, el gusto de disfrutar de una noche sin límite de tiempo- para conseguir aquel valor superior –mi bienestar unido al de mis padres-, haré este sacrificio gustosamente, bien seguro de que no ve voy a reprimir –es decir, a bloquear mi desarrollo personal-; me elevaré a lo mejor de mí mismo. No tardaré en experimentar que el gusto que me concedo dentro de los límites que me impone mi deseo de complacer a mis padres me reporta más gozo –más satisfacción honda- que la entrega a una diversión ilimitada. Si queremos aquilatar más, hemos de notar que no debemos actuar conforme a los dictados del nivel 2 con el fin de lograr una gratificación mayor, porque entonces bajamos al nivel 1, el de la búsqueda preferente de autosatisfacciones, y quedamos sometidos a su lógica, según la cual la independencia y la solidaridad se oponen insalvablemente.
6. Respetar a una persona significa tratarla conforme a la lógica del nivel 2, al que pertenece
Usar a una persona como un “medio para los propios fines” es rechazable porque constituye un ab-uso, ya que equivale a rebajarla de rango. Lo justo es valorar cada realidad según el nivel al que pertenece y sopesar la injusticia que supone bajarla de nivel. ¿Qué rango debemos atribuir a la persona entre los seres de nuestro entorno?
La experiencia que hicimos de los doce descubrimientos nos llevó a la convicción de que el ser humano es un ámbito de calidad excepcional. Si el avión es un ámbito y no una mera cosa, con mayor razón lo será el piloto, un ser capaz de recibir activamente la energía que aquél le ofrece y la posibilidad de volar que le abre. Un ser humano, por ser corpóreo, puede ser medido, pesado, asido, situado en un lugar, sometido a análisis clínicos... Presenta, en la misma medida, cierta afinidad con los objetos. Pero, como persona, no está delimitado al modo de los objetos; es todo un haz de relaciones: se halla en relación con sus progenitores, que le han llamado a la existencia, y se siente instado a responder a dicha llamada de modo agradecido, adoptando la misma actitud creadora que le dio el ser; ama a otras personas y es amado por ellas; elabora proyectos para el futuro e intenta realizarlos; asume buen número de las posibilidades que han transmitido a su sociedad las generaciones anteriores y procura crear nuevas posibilidades para legarlas a las generaciones futuras; tiene iniciativas de diverso orden y las comparte con otras personas... Estas relaciones son difusas, no pueden ser delimitadas como lo son los objetos; pero son reales, por ser eficientes. El ser humano es, más bien, un “campo de realidad” que una entidad perfectamente delimitada, es decir, un “objeto”. Debe ser considerado como un “ámbito”, y, dentro de los ámbitos, como superior a los anteriormente descritos. Ocupa un lugar privilegiado en el nivel 2.
Las expresiones “campo de realidad”, “ámbito de realidad” y “ámbito” quieren sugerir el tipo de realidades que no se hallan delimitadas como los objetos porque se relacionan activamente con otras: les ofrecen ciertas posibilidades y pueden recibir, en alguna forma, las que les son ofrecidas por ellas. En principio, los “ámbitos” son realidades singulares -una persona, una obra cultural, un instrumento musical...-. Al unirse dos o más ámbitos entre sí, dan lugar a ámbitos de mayor envergadura -un grupo de amigos, una familia, una orquesta, una institución...-. Estos ámbitos complejos, formados por el encuentro de dos o más ámbitos individuales, no se reducen a la suma de éstos; presentan una condición peculiar.
Hemos de cuidarnos, pues, de no confundir “ámbito” con “ambiente”. El “ambiente” es un “ámbito”; pero no todo “ámbito” constituye un “ambiente”. Cuando decimos que en una reunión hubo buen “ambiente”, aludimos al “ámbito de comunicación y afecto” que crearon entre sí las personas reunidas. Este ámbito cálido no hubiera podido establecerse si cada una de tales personas no fuera ya de por sí un “ámbito”, una realidad constituida por una confluencia de relaciones: procede del encuentro amoroso de los progenitores y está llamada a crear nuevas formas de encuentro; se halla tensionada internamente por ser corpórea y espiritual a la vez; al ser un sujeto independiente -un “yo”-, puede ponerse frente a todas las realidades de su entorno -e incluso enfrentarse-, pero necesita abrirse a ellas para crear conjuntamente un campo de realización libre y vinculada a la par.
7. La ambigüedad del cuerpo humano
Cierto ministro de justicia condensó en la frase siguiente las diversas razones que –a su entender- justifican la práctica del aborto en ciertos casos: “La mujer tiene un cuerpo y hay que concederle libertad para disponer de él y de cuanto en él acontezca”. A primera vista, esta frase parece lógica y coherente. Examinémosla a la luz de la teoría de los ámbitos y los niveles de realidad, y descubriremos en ella un espíritu manipulador que la descalifica de raíz.
Al analizar los ámbitos –frente a los meros objetos- y los distintos niveles de realidad y de conducta, adquirimos la flexibilidad de mente necesaria para pasar más allá de las apariencias y descubrir formas muy sutiles y ambiguas de realidad. Una de ellas es la que presenta el cuerpo humano. Lo que primero resalta, al verlo, es su semejanza con los objetos, por ser delimitable y mensurable como ellos, pesable, asible, situable en un lugar o en otro. Pero, si analizamos su capacidad expresiva, descubrimos que supera la condición de mero objeto.
Para realizar este descubrimiento, debemos perfeccionar nuestra capacidad de conocer lo ambiguo, aplicando el análisis de los niveles. Para ello, conviene poner en juego nuestro conocimiento de los niveles, que –según hemos visto- comienza por la distinción de objetos y ámbitos, o realidades abiertas.
Pensemos, por ejemplo, en un piano. Se nos presenta, en principio, con las condiciones de un objeto: es delimitable, asible, pesable, manejable, situable en un lugar o en otro, analizable con métodos científicos. Esto se advierte fácilmente a primera vista. Pero, cuando un pianista pone las manos en el teclado e interpreta una obra musical, el piano se transforma, se convierte en “utensilio”, por cuanto es “útil” para la tarea de crear música. Sube, con ello, del nivel 1 b (nivel de los objetos) al nivel 1 c (el de los utensilios) (2).
Esto también es fácil de observar, pero no se detiene ahí nuestra capacidad de búsqueda. Al hilo de la interpretación, observamos que el piano no actúa como mero utensilio –como es un ordenador-, sino se transforma en “instrumento”, en el sentido profundo de que no sólo sirve para crear música, sino que en él y, en parte, merced a sus condiciones se re-crea la obra; se le da vida de nuevo. El instrumento colabora en el acto de creación de la obra; por eso adquiere una especial vibración. No es, como el ordenador, un mero medio para escribir, para poner por escrito un pensamiento; es el medio en el cual se da vida a una obra, que en la partitura se halla en estado virtual. Debido a ello, gana una expresividad singular, y un modo valioso de “ambitalidad”, es decir de apertura creativa. Una cosa es hacer sonar una cuerda (como cuando un desconocedor de la música percute una nota sin intención artística alguna), y otra distinta producir sonidos dotados de valor estético dentro de una obra musical. También en los sonidos se produce una sutil transformación. Cuando, antes de un concierto, el concertino hace sonar un la en su violín para que los instrumentistas afinen sus instrumentos conforme al suyo, produce un sonido aislado. Si comienza a tocar una obra que empieza por la nota la, la pulsa de otra forma y con otra intención; esa nota tiene una tendencia interna a unirse creativamente con otras para crear células temáticas, y luego formas, períodos, tiempos…
Análisis de este género nos ayudan a precisar el tipo de realidad que ostentan los diversos seres que nos salen al encuentro y los diferentes hechos que realizamos en la vida. Para realizarlos tuvimos que movilizar el concepto de ámbito, que se va matizando y enriqueciendo a medida que nos relacionamos activamente con realidades abiertas, con su capacidad de ofrecernos posibilidades creativas y recibir las que nosotros les otorguemos. Ver los ámbitos como realidades abiertas nos da flexibilidad de mente para matizar el modo de ser de las realidades que somos y que tratamos. Al ser abiertas tales realidades, son expresivas. La expresividad es otra condición muy útil para determinar lo que es una realidad.
El carácter de ámbito -de realidad abierta, expresiva, llena de posibilidades- afecta a toda nuestra persona y, por tanto, a su vertiente corpórea. Te saludo de manera efusiva, y notas en la presión que ejerce mi mano sobre la tuya el afecto que siento por ti. Mi mano tiene un poder expresivo singular. Toda mi realidad personal vibra en ella al saludarte. Esta capacidad de vibración no la presenta ni el objeto más preciado. Por esta razón, no es justo considerar la mano del hombre como un “instrumento de instrumentos”. Pertenece a un nivel superior a todo objeto y todo instrumento.
Es impresionante descubrir el tipo de realidad que presenta el cuerpo humano. Me invitas, como amigo, a comer en tu casa. Nuestro cuerpo nos permite saludarnos, tomar alimentos, conversar, exponer ideas, compartir sentimientos, trazar proyectos, incrementar nuestra amistad. El cuerpo se manifiesta como una fuente de posibilidades y, en cierta medida, como un centro de iniciativa. No es sólo un objeto sobre el que pueda ejercerse una acción, o un instrumento capaz de dirigir la acción de otros instrumentos. Al tener una vertiente material, es susceptible de ser tratado como un mero objeto o un útil de categoría superior, pero su rango lo sitúa en un nivel más alto. Actúa e insta a actuar mediante la oferta de múltiples posibilidades. Esta oferta puede hacerla por vivir dentro del campo operativo de una persona. Podríamos decir que el cuerpo es un campo de expresión personal, modo de realidad especialmente valioso. En él se integran realidades que parecen oponerse, pero de hecho se complementan y enriquecen. Pertenece al nivel 2.
Lo intuyó el protagonista de la siguiente anécdota: Un niño llevaba, en la espalda, otro niño más pequeño. Alguien, al verlo, le dijo: “¿Cómo se te ocurre cargar con semejante peso?”. “Esto no es un peso, señor -contestó el niño-; es mi hermano”. ¿En qué nivel está situada la pregunta y en cuál la respuesta? Para contestar con precisión, debemos observar el cambio sutil, real e importante que experimenta el ser del niño al ser cargado a la espalda por el hermano. Es un ser que pesa, pero no se reduce a ser “un peso”. Al contrario, si es mi hermano el que me pesa, el peso se me aligera porque lo vivo y siento en el nivel 2. Queda, en buena medida, redimido de su carácter pesado, de modo semejante a lo que sucede con un sacrificio realizado por amor. La dureza del acto de sacrificio queda aligerada al ser vivido en el nivel 3. Duele hacerlo, pero es un dolor redimido de la opresión del dolor vivido en el puro nivel 1.
En buena medida, los cambios sutiles que experimentan ciertos seres y actos en las distintas situaciones son expresados, a menudo, mediante los matices del tono en que se habla y de los gestos que lo acompañan, sobre todo la sonrisa y los movimientos expresivos de las manos. La palabra “tonto” suena de modo bien distinto cuando se dice, con afecto, “no seas tonto, vete al médico y cuídate”, a cuando se exclama: “¡Qué tonto fuiste por no haber ido al médico a tiempo...!”.
Estas sutilezas son subrayadas por esos sensitivos del lenguaje que son los grandes escritores, sobre todo cuando enriquecen el dominio de la lengua con cierta penetración intelectual. Pensemos en Platón, San Agustín, Newman, Kierkegaard, Marcel, Jaspers, Heidegger, Guardini, Lavelle, Saint-Exupéry, Merton, Zubiri, y tantos otros. Si esos múltiples matices los ordenamos y clasificamos mediante las posibilidades de precisión que nos da la teoría de los niveles, conseguimos expresar con precisión realidades y acontecimientos sumamente ambiguos.
8. Cómo dominar la ambigüedad
Necesitamos hacer las paces con la ambigüedad, aprendiendo el arte de hablar con precisión –la precisión adecuada a cada nivel- incluso de los aspectos más ambiguos de la realidad. El lenguaje nos ofrece recursos insospechados para conocer y practicar dicho arte. Lo primero que nos ofrece es la posibilidad de distinguir una ambigüedad positiva y otra negativa. Debemos distinguir dos tipos de ambigüedad: la que radica en la realidad misma y la que es provocada por la confusión de ideas. Si me preguntan mi parecer acerca de un asunto delicado y no quiero comprometerme con un juicio claro y terminante, me expreso de forma ambigua, a fin de responder sin decir nada preciso. Es el recurso típico de la diplomacia. A veces no sabemos dar un juicio claro sobre una cuestión porque no la conocemos con suficiente hondura. La ambigüedad pende en ambos casos exclusivamente de quien se expresa, ya que los temas en cuestión pueden ser delimitados de forma precisa.
Hay realidades y acontecimientos, sin embargo, que no presentan unos límites bien acotados porque se entreveran con otros. Eso sucede, por ejemplo, en la configuración de un poema. El poeta trabaja esforzadamente el lenguaje, y lo hace merced a la fuerza expresiva del lenguaje mismo. Todo poeta modela el lenguaje, pero sabe mejor que nadie que él es inspirado e impulsado por el lenguaje mismo que está troquelando. Además, todo proceso creativo es un diálogo entre el autor y la obra que crea. Esta obra es, por tanto, ambigua. Toma un poema, léelo y declámalo hasta que lo conviertas en una voz interior tuya. Y luego dime con toda precisión hasta dónde llega el influjo que ha tenido el lenguaje sobre el poeta durante el proceso de gestación del poema y hasta dónde alcanza la fuerza configuradora del poeta sobre el lenguaje. Verás cómo es imposible deslindar ambos influjos. Tenemos ante la vista el resultado de ambos, que es el poema. Disponemos incluso a veces de un testimonio explícito del poeta sobre tal proceso creativo. Todo es en vano. No logramos determinar dónde termina un influjo y donde comienza el otro.
Las primeras obras de Beethoven están influidas por Haydn y Mozart. ¿En qué momento del proceso creador termina la acción de ambos compositores sobre Beethoven y cuándo comienza la labor original de éste? No es posible determinarlo de forma tajante. Es una cuestión ambigua de por sí.
Este tipo de ambigüedad no se opone al conocimiento. Podemos conocer perfectamente las realidades y fenómenos ambiguos, pero la exactitud consiste aquí en conocerlos como lo que son, como ambiguos. Hay que adaptar la mente a este tipo de ambigüedad y hacer las paces con ella, ya que presenta un valor muy positivo (3). El filósofo francés Philipe Fauré Fremiet adivinó certeramente la fecundidad que encierra el tipo de "ambigüedad" propio de las experiencias reversibles: «Un nuevo humanismo deberá necesariamente surgir cuando hasta el sentido común se familiarice suficientemente con la ambigüedad de lo real» (4). Piensa a fondo esta frase y verás el alcance que tiene. Es el mismo alcance que persigue nuestro curso de pensamiento y creatividad.
En un drama de Gabriel Marcel, se plantean estas preguntas: “¿Dónde termina el que ama? ¿Dónde empieza el ser amado?” Es un límite ambiguo, difícil de determinar con la precisión propia de los seres delimitables, propios del nivel 1. En qué momento se convierte una atracción en amor propiamente dicho es también otra frontera ambigua. El lenguaje nos ayuda a clarificarla al ofrecernos diversos nombres para indicar las fases del proceso amoroso: camaradería, amor de novios, amor de esposos… Si le pregunto a una pareja si “son novios”, les invito a que delimiten el tipo de atracción que sienten. No les resultará fácil en muchos casos, por tratarse de un límite ambiguo. Sin anular tal ambigüedad, un mayor conocimiento de los sentimientos humanos y las actitudes básicas nos permite precisar cada día mejor los diversos estados en que nos hallamos respecto a los demás.
Para pensar bien necesitamos un método aquilatado, flexible y riguroso a la vez. De los análisis que llevamos a cabo con este método se deduce que las realidades de nuestro entorno y nuestra realidad propia pueden ostentar una amplitud -y, por tanto, una riqueza- mucho mayor de lo que parece a primera vista. Si las vemos a cierta distancia, para ganar perspectiva, captamos las relaciones que las vinculan a otras realidades y les dan pleno sentido. Por este carácter relacional adquieren una condición de ámbito o campo de realidad. Nuestra actitud respecto a estos ámbitos ha de ser distinta según las posibilidades que nos ofrecen y el poder de iniciativa que ostentan. Una de las grandes tareas de la actualidad es descubrir, analizar y expresar con la mayor precisión posible todas las relaciones que implica la persona humana, las implicaciones que entraña… Sólo así nos hacemos una idea aproximada de lo que abarcamos y el sentido que presentan nuestras actividades, así como las lagunas que nos empobrecen. Puede una persona no cometer graves errores y vivir de forma ordenada, pero llevar una vida empobrecida por no conocer las implicaciones de su misma naturaleza. La filosofía trascendental se propone descubrir tales implicaciones y captar por experiencia su interno valor.
Nuestra vida es sumamente compleja, y, para darle alcance, debemos adquirir la flexibilidad mental suficiente para ver diferentes realidades al mismo tiempo e integrarlas. Esto no se logra poniendo en juego las cualidades innatas que tengamos. Además de cierta agilidad natural, se requiere un estudio sistemático, bien articulado. Todo ser humano –como bien sabemos- está abierto a multitud de realidades -los padres, la familia, las instituciones, el paisaje, el pueblo, la tradición cultural, los valores de todo orden: estéticos, éticos, religiosos...-, y desde ellas y con ellas configura su vida. Es una “trama de relaciones”: puede ser llamado y responder, diseña proyectos e intenta realizarlos, abriga deseos, esperanzas, afectos...; asume determinadas posibilidades que le vienen dadas por la tradición e intenta legar otras a las generaciones futuras... Abarca, por ello, cierto campo y constituye el “ámbito” más relevante de todo el universo, pues no sólo se relaciona con otras realidades -como la partitura, el avión y mil otros seres-, sino que puede convertir en “ámbitos” diversas realidades consideradas en principio como objetos y dar todo su alcance a las que ya de por sí son ámbitos.
Las consecuencias que se derivan de estos análisis para el desarrollo pleno de nuestra personalidad son insospechadas. Lo vemos al descubrir que los ámbitos nos permiten vivir un tipo de experiencias sumamente enriquecedoras, por ser interaccionales, “reversibles” o de doble dirección. Entramos, con ello, en un “reino de lo admirable”: el campo de acción creativa del ser humano.
NOTA. Mis análisis de cuestiones metodológicas los inicié en mis primeras obras de gran formato: Metodología de lo suprasensible, El triángulo hermenéutico, Cinco grandes tareas de la filosofía actual, Estética de la creatividad. En buena medida, están condensados en una obra que fue concebida a modo de curso académico, y presenta una forma de expresión más fluida y cercana: Inteligencia creativa. El descubrimiento personal de los valores (BAC, Madrid 2003, 4ª ed.).
(1) Cf. K. Rahner: Tengo un problema. Karl Rahner responde a los jóvenes, Sal térrea, Santander 1984, p. 12.
(2) Como advertirá el lector, cuando nos vemos llevamos a describir con precisión lo que es una realidad ambigua necesitamos afinar mucho y distinguir dentro de cada nivel diversos grados. Esta labor orfebresca la he realizado en los tres cursos on line que estoy impartiendo. (cf. www.escueladepensamientoycreatividad.org). Para los fines de este blog, basta en este momento anotar que existe una diferencia de grado en el tipo de realidad que presentan ciertos seres.
(3) Pensadores destacados -como M. Merleau Ponty y G. Marcel- discutieron ampliamente sobre el tema de la ambigüedad en las Conversaciones de Ginebra, sin lograr, a mi entender, una clarificación suficiente del mismo. Cf. Hombre y cultura en el siglo XX, Guadarrama, Madrid, 1957, págs. 174 ss.
(4) Cf. Esquisse d'une philosophie concrète, PUF, Paris 1954, p. 171.
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