LA BELLEZA, LUGAR DE ACCESO
AL SENTIDO DE LA VIDA Y AL SER
El momento más fecundo de la existencia humana es aquel en que se gesta una relación de encuentro. En él, «el hombre alumbra sentido» (1). El sentido de las realidades y acontecimientos que rodean al hombre y constituyen su entorno vital ‒su “mundo” propio‒, se alumbra al entrar en relación de encuentro con esas realidades circundantes (2).
«Una teoría del conocimiento que parta resueltamente del caso que da la norma general al conocimiento ‒el caso del encuentro de una persona con otra‒ se ahorra una gran cantidad de falsos problemas, que se planearían inevitablemente si se partiera de abajo para llegar a plantear lo de arriba, alineando a la persona encontrada entre los “objetos en general” o las “cosas” y sin dejarla aparecer nunca desde sí misma».
«El hombre se abre a cuanto aparece en el cosmos, cosas y esencias, como ámbito en el que todo eso puede hallar sentido; él mismo se entrega como medio donde todo puede llegar a ser plenamente lo que es a la luz del espíritu humano» (3).
Esa apertura del hombre a las realidades del entorno presenta una insospechada fecundidad porque muchas de las realidades que lo componen no son meros objetos ‒o realidades cerradas‒ sino realidades abiertas o ámbitos. Y las que son objetos pueden ser transformadas en ámbitos al ser insertadas por el hombre en un proyecto vital suyo. Eso sucede con una tabla al convertirla en tablero de juego, o con un piano al tomarlo como un instrumento y dar vida en él a una obra musical. Tanto el tablero como el piano visto como instrumento nos ofrecen posibilidades creativas. Al asumirlas activamente, transformamos dichas realidades y nos transformamos a nosotros mismos, con lo cual damos lugar a esa maravilla de la vida que son las experiencias reversibles.
Descubrir la capacidad del hombre de crear con las realidades del entorno diversos tipos de experiencias reversibles, entre las que descuellan las de encuentro, cambia nuestra visión del universo y de nuestra propia vida, la enriquece, le da colorido, le otorga una inmensa gama de posibilidades creativas.
Hemos de tener ante la vista este cambio de mentalidad si queremos comprender a fondo el estilo de pensar de Urs von Balthasar y la fecundidad de su pensamiento.
La sonrisa de la madre y el ascenso del niño al ser
Al estudiar la apertura del hombre al entorno, Urs von Balthasar presta especial atención a una experiencia básica, aquella en la que el niño se abre a la vida de la manera más sugestiva: su encuentro con la sonrisa de la madre que lo acoge. Con su mirada espontánea, libre de todo prejuicio envarante, el niño ve la sonrisa de la madre y capta en ella varios puntos decisivos para su vida:
1. Podemos participar en algo valioso que nos acoge y posibilita nuestro desarrollo. Ese algo fecundante es el amor.
2. Tal participación nos une con realidades distintas pero no ajenas, realidades que se vuelven íntimas merced a la creatividad que implica el amor.
3. Este tipo de amor que inspira la actitud de acogimiento se muestra como bueno: promueve la vida, acrecienta nuestra unidad con lo real en torno, enriquece nuestra persona.
4. Ese amor bueno es la patentización luminosa de los seres más cercanos; es, por tanto, verdadero.
5. El amor verdadero, con su luminoso poder irradiante, es fuente de alegría y de belleza.
AL SENTIDO DE LA VIDA Y AL SER
El momento más fecundo de la existencia humana es aquel en que se gesta una relación de encuentro. En él, «el hombre alumbra sentido» (1). El sentido de las realidades y acontecimientos que rodean al hombre y constituyen su entorno vital ‒su “mundo” propio‒, se alumbra al entrar en relación de encuentro con esas realidades circundantes (2).
«Una teoría del conocimiento que parta resueltamente del caso que da la norma general al conocimiento ‒el caso del encuentro de una persona con otra‒ se ahorra una gran cantidad de falsos problemas, que se planearían inevitablemente si se partiera de abajo para llegar a plantear lo de arriba, alineando a la persona encontrada entre los “objetos en general” o las “cosas” y sin dejarla aparecer nunca desde sí misma».
«El hombre se abre a cuanto aparece en el cosmos, cosas y esencias, como ámbito en el que todo eso puede hallar sentido; él mismo se entrega como medio donde todo puede llegar a ser plenamente lo que es a la luz del espíritu humano» (3).
Esa apertura del hombre a las realidades del entorno presenta una insospechada fecundidad porque muchas de las realidades que lo componen no son meros objetos ‒o realidades cerradas‒ sino realidades abiertas o ámbitos. Y las que son objetos pueden ser transformadas en ámbitos al ser insertadas por el hombre en un proyecto vital suyo. Eso sucede con una tabla al convertirla en tablero de juego, o con un piano al tomarlo como un instrumento y dar vida en él a una obra musical. Tanto el tablero como el piano visto como instrumento nos ofrecen posibilidades creativas. Al asumirlas activamente, transformamos dichas realidades y nos transformamos a nosotros mismos, con lo cual damos lugar a esa maravilla de la vida que son las experiencias reversibles.
Descubrir la capacidad del hombre de crear con las realidades del entorno diversos tipos de experiencias reversibles, entre las que descuellan las de encuentro, cambia nuestra visión del universo y de nuestra propia vida, la enriquece, le da colorido, le otorga una inmensa gama de posibilidades creativas.
Hemos de tener ante la vista este cambio de mentalidad si queremos comprender a fondo el estilo de pensar de Urs von Balthasar y la fecundidad de su pensamiento.
La sonrisa de la madre y el ascenso del niño al ser
Al estudiar la apertura del hombre al entorno, Urs von Balthasar presta especial atención a una experiencia básica, aquella en la que el niño se abre a la vida de la manera más sugestiva: su encuentro con la sonrisa de la madre que lo acoge. Con su mirada espontánea, libre de todo prejuicio envarante, el niño ve la sonrisa de la madre y capta en ella varios puntos decisivos para su vida:
1. Podemos participar en algo valioso que nos acoge y posibilita nuestro desarrollo. Ese algo fecundante es el amor.
2. Tal participación nos une con realidades distintas pero no ajenas, realidades que se vuelven íntimas merced a la creatividad que implica el amor.
3. Este tipo de amor que inspira la actitud de acogimiento se muestra como bueno: promueve la vida, acrecienta nuestra unidad con lo real en torno, enriquece nuestra persona.
4. Ese amor bueno es la patentización luminosa de los seres más cercanos; es, por tanto, verdadero.
5. El amor verdadero, con su luminoso poder irradiante, es fuente de alegría y de belleza.
Esta entidad acogedora y sonriente ‒la madre en primer lugar; luego el padre y los hermanos mayores‒ es el lugar donde se manifiesta al niño el ser, la realidad en que todos alentamos. Al niño se le aparece como una, buena, verdadera y bella. He aquí las cuatro propiedades trascendentales del ser, tal como se nos revelan desde el comienzo de la vida de forma concreta y amorosa, a través del encuentro con una persona amable.
«El niño ‒escribe el filósofo y pedagogo alemán Otto Friedrich Bollnow‒ cobra confianza en su entorno y en el ser en general cuando puede entregarse confiadamente a quienes le rodean, que son el rostro patente de la realidad entera. En el beso y abrazo maternos, el niño se adentra en el ser y lo percibe como uno, bueno, verdadero y bello. Si no hay tal encuentro benéfico, el metabolismo espiritual del niño se altera, pues le falta la unión nutricia con la realidad» (4).
Ese tipo de encuentro, sencillo y auténtico, nos une con una realidad concreta y, en ella, con toda la realidad. Al ser no llegamos primariamente por vía de abstracción, sino de encuentro. De ahí que la Metafísica ‒el estudio profundo del ser‒ no es sólo ni primordialmente una actividad intelectual; es un encuentro personal pleno: inteligente, volitivo, sentimental, creativo… No sin razón postula Urs von Balthasar la necesidad de asentar la metafísica en una antropología filosófica y “antropologizar la filosofía”, por así decir (5).
« […] Hay algo que ha cambiado fundamentalmente. Lo que hasta ahora era una filosofía del ser abstracto en general y del mundo en su conjunto, donde el hombre no era más que una parte […], se ha transformado en una filosofía de este ente ‒el hombre‒ que es […] el lugar donde se entiende y se percibe el ser en general» (6).
La magna producción de Urs von Balthasar ‒singularmente su obra Gloria (7)‒ parte de una experiencia privilegiada que podemos condensar de esta forma. Ante el niño aparece un ser que se le revela claramente, luminosamente, como bueno, y esa “claritas” o “luminositas” se lo muestra como bello. Desde antiguo, la belleza fue concebida como el resplandor que irradia la realidad al autopatentizarse de modo espléndido. Al manifestarse de modo tan rotundo y transparente, tal realidad aparece como verdadera.
Advertimos ahora que la metafísica, como acceso del hombre al ser, arranca de una Antropología que piensa con hondura lo que experimenta el hombre desde que nace. Los llamados trascendentales expresan la forma en que se revela el ser, con sus cuatro grandes valores: unidad, bondad, verdad, belleza.
Como todo valor, estos cuatro valores se nos revelan cuando estamos dispuestos a responder a su llamada o invitación a realizarlos en nuestra vida. Si a su apelación respondemos con una respuesta confiada y sobrecogida, entramos decididamente en el reino del valor y del ser.
El acceso a Dios a través de la figura gloriosa de Cristo resucitado
Urs von Balthasar tuvo el acierto de trasladar analógicamente al plano religioso esta experiencia de ascenso al ser que realiza el niño por la vía concreta del encuentro con una persona que se le da de modo confiado y generoso. Toda persona que se encuentra con la figura excelsa y, a la vez, entrañable de Jesús ‒que dio la vida por nosotros y mostró, al resucitar, que el que le entrega la vida la gana‒ percibe en ella la presencia gloriosa del Padre, con quien está unido filialmente, y cuya inmensa bondad, verdad y belleza refleja con toda fidelidad.
- Los grandes valores se le revelan al niño en la sonrisa de su madre.
- El ser se le muestra al niño como bueno, verdadero y bello en la sonrisa de su madre. Una sonrisa no es un fenómeno superficial, no da lugar a una figura chata. Es una imagen, un fenómeno sensible que remite a algo suprasensible: un ser humano sonriente, con todo lo que implica.
- De modo análogo ‒es decir, semejante, pero en nivel superior‒, Dios se nos revela en la figura de Jesús, el Cristo, que se nos ha manifestado luminosamente como el salvador bueno, verdadero y bello.
Al utilizar el vocablo figura, Urs quiere decir imagen, entendida con toda la riqueza y expresividad del término alemán Gestalt (8). La Gestalt alude a una forma interior que aúna diversos elementos, los ensambla y configura, dándoles pleno sentido. Una Gestalt constituye siempre un conjunto de sentido.
Pensemos en lo que implica y abarca una melodía musical, una obra de arte, una sonrisa, un árbol, una familia, una etapa de la vida…Para ver cada una de estas entidades como una Gestalt se requiere una mirada profunda, algo semejante a lo que Pascal denominó “esprit de finesse”. Tal agudeza de mente resalta en el siguiente texto de Romano Guardini:
«Tengo ante mí un árbol, con su figura (“Gestalt”) tal como se estructura (“aufbaut”) en el espacio: raíces, tronco, ramas, hojas, flores, frutos. El conjunto de todo ello (“Das Ganze”) está configurado de tal modo que puedo captar en él un sentido global (“Sinnzusammenhang”) perfectamente comprensible: ese tipo peculiar de vida que se llama “planta”, a diferencia del animal; “árbol”, a diferencia de la hierba; “haya”, a diferencia del abeto, etc. La figura del árbol (“Baumgestalt”) tiene además una forma (“Form”) temporal: puedo conocer el árbol como simiente, como retoño, como árbol joven, como plenamente desarrollado, como decrépito o como muerto. Puedo verlo en invierno, sin hojas, como fosilizado; luego en primavera, en estado de florecimiento; en la plena foliación del verano; en otoño, cuando las bellotas están maduras. Estas fases forman (“bilden”) una figura temporal (“Zeitgestalt”) del árbol y me ponen ante los ojos su desarrollo». «Con el concepto de fenómeno se indica además que lo que se nos manifiesta tiene carácter de imagen (“Bild”)» (9).
- Nos asombra ver de golpe y de conjunto cuanto abarca el fenómeno de un rayo de luz atravesando la copa de un árbol. Toda la potencia expresiva de la naturaleza parece aunarse para concedernos el don de la luz, del calor, del encanto de lo sumamente expresivo. Por eso el gran Beethoven solía pasear por el bosque vienés antes de componer. En cada árbol y cada rayo de luz veía la huella del Creador y se elevaba a un reino de belleza extraordinaria, según propia confesión. Visto en bloque el rayo de luz con todo cuanto implica en una determinada situación constituye una Gestalt.
- Nos maravilla contemplar la Gestalt ‒la figura, o mejor en este contexto: la forma‒ de una gran obra artística, y advertir cómo se nos revela toda entera en cada una de sus partes, bien articuladas, bien nutridas por el impulso de la forma que las genera, y, aun siendo un milagro de la creatividad humana, se nos muestra sin restricciones con toda la esplendidez de su calidad artística. Esa manifestación esplendorosa es como un fogonazo que nos asombra y nos revela la verdad originaria de esa obra (10). Esa verdad que genera vida y se revela con toda espontaneidad nos sobrecoge por su belleza. Hemos considerado la obra con todo el relieve propio de una Gestalt.
- Con una actitud semejante ‒pero muy superior‒ de sobrecogimiento, asombro y participación activa, reacciona Urs von Balthasar ante la Gestalt de Cristo Jesús, el Kyrios resucitado. Su figura ‒mejor, su imagen o Gestalt‒ se nos muestra como imponente por su grandeza, pero, al igual que los valores, no se impone coactivamente, nos atrae y entusiasma en medida correlativa a nuestra capacidad de aceptar que una gran luz encienda nuestra pequeña candela (11).
Esto explica que personas muy dotadas para la vida del espíritu hayan visto la figura de Jesús desde perspectivas distintas y con intensidad diferente. Cada uno según su modo de ver, de sentir, de crear. De ahí los diversos estilos que muestran los distintos teólogos (12). San Agustín, San Ireneo, Orígenes, Buenaventura, Tomás de Aquino, Dante, Pascal, Juan de la Cruz, Hopkins, Newman… plasman en diversos modos de lenguaje ‒con sus intuiciones, sus imágenes, sus medios expresivos singulares…‒ la impresión que les produjo la contemplación de la inagotable Gestalt de Jesús, el Cristo resucitado. Advirtamos que el misterio cristiano es inexhaurible, pero puede expresarse en Gestalten, y ser conocido en ellas, todo él, aunque no del todo.
La figura adorable de Jesús es la realidad que inspira por dentro la gestación de las grandes obras teológicas, tanto las de los teólogos que Urs denomina “eclesiásticos” como las de los “laicos”. Al ser elaborada a la luz que irradia la patentización esplendorosa del ser de Dios en la imagen de Jesús resucitado, la teología es de por sí bella. La teología es sumamente bella si refleja, en todo momento, la gloria de Dios que se revela en Cristo. Todo el pensamiento teológico ha de irradiar el encanto que presenta la figura/imagen nobilísima de Jesús, vista como algo misterioso, en sentido de inagotable, pero accesible; impresionante y, al tiempo, cautivadora; hermanada con la cruz, pero siempre gloriosa.
A la luz de lo antedicho, comprendemos que Urs destaque la importancia de la contemplación, un ver y oír atento y comprometido, que nos deja prendados de la figura del Señor. Toda nuestra acción ha de ser un medio que nos prepare para la contemplación, que es como ir a la fuente de la máxima unidad, bondad, verdad y belleza, y disponerse así para una entrega incondicional.
«El niño ‒escribe el filósofo y pedagogo alemán Otto Friedrich Bollnow‒ cobra confianza en su entorno y en el ser en general cuando puede entregarse confiadamente a quienes le rodean, que son el rostro patente de la realidad entera. En el beso y abrazo maternos, el niño se adentra en el ser y lo percibe como uno, bueno, verdadero y bello. Si no hay tal encuentro benéfico, el metabolismo espiritual del niño se altera, pues le falta la unión nutricia con la realidad» (4).
Ese tipo de encuentro, sencillo y auténtico, nos une con una realidad concreta y, en ella, con toda la realidad. Al ser no llegamos primariamente por vía de abstracción, sino de encuentro. De ahí que la Metafísica ‒el estudio profundo del ser‒ no es sólo ni primordialmente una actividad intelectual; es un encuentro personal pleno: inteligente, volitivo, sentimental, creativo… No sin razón postula Urs von Balthasar la necesidad de asentar la metafísica en una antropología filosófica y “antropologizar la filosofía”, por así decir (5).
« […] Hay algo que ha cambiado fundamentalmente. Lo que hasta ahora era una filosofía del ser abstracto en general y del mundo en su conjunto, donde el hombre no era más que una parte […], se ha transformado en una filosofía de este ente ‒el hombre‒ que es […] el lugar donde se entiende y se percibe el ser en general» (6).
La magna producción de Urs von Balthasar ‒singularmente su obra Gloria (7)‒ parte de una experiencia privilegiada que podemos condensar de esta forma. Ante el niño aparece un ser que se le revela claramente, luminosamente, como bueno, y esa “claritas” o “luminositas” se lo muestra como bello. Desde antiguo, la belleza fue concebida como el resplandor que irradia la realidad al autopatentizarse de modo espléndido. Al manifestarse de modo tan rotundo y transparente, tal realidad aparece como verdadera.
Advertimos ahora que la metafísica, como acceso del hombre al ser, arranca de una Antropología que piensa con hondura lo que experimenta el hombre desde que nace. Los llamados trascendentales expresan la forma en que se revela el ser, con sus cuatro grandes valores: unidad, bondad, verdad, belleza.
Como todo valor, estos cuatro valores se nos revelan cuando estamos dispuestos a responder a su llamada o invitación a realizarlos en nuestra vida. Si a su apelación respondemos con una respuesta confiada y sobrecogida, entramos decididamente en el reino del valor y del ser.
El acceso a Dios a través de la figura gloriosa de Cristo resucitado
Urs von Balthasar tuvo el acierto de trasladar analógicamente al plano religioso esta experiencia de ascenso al ser que realiza el niño por la vía concreta del encuentro con una persona que se le da de modo confiado y generoso. Toda persona que se encuentra con la figura excelsa y, a la vez, entrañable de Jesús ‒que dio la vida por nosotros y mostró, al resucitar, que el que le entrega la vida la gana‒ percibe en ella la presencia gloriosa del Padre, con quien está unido filialmente, y cuya inmensa bondad, verdad y belleza refleja con toda fidelidad.
- Los grandes valores se le revelan al niño en la sonrisa de su madre.
- El ser se le muestra al niño como bueno, verdadero y bello en la sonrisa de su madre. Una sonrisa no es un fenómeno superficial, no da lugar a una figura chata. Es una imagen, un fenómeno sensible que remite a algo suprasensible: un ser humano sonriente, con todo lo que implica.
- De modo análogo ‒es decir, semejante, pero en nivel superior‒, Dios se nos revela en la figura de Jesús, el Cristo, que se nos ha manifestado luminosamente como el salvador bueno, verdadero y bello.
Al utilizar el vocablo figura, Urs quiere decir imagen, entendida con toda la riqueza y expresividad del término alemán Gestalt (8). La Gestalt alude a una forma interior que aúna diversos elementos, los ensambla y configura, dándoles pleno sentido. Una Gestalt constituye siempre un conjunto de sentido.
Pensemos en lo que implica y abarca una melodía musical, una obra de arte, una sonrisa, un árbol, una familia, una etapa de la vida…Para ver cada una de estas entidades como una Gestalt se requiere una mirada profunda, algo semejante a lo que Pascal denominó “esprit de finesse”. Tal agudeza de mente resalta en el siguiente texto de Romano Guardini:
«Tengo ante mí un árbol, con su figura (“Gestalt”) tal como se estructura (“aufbaut”) en el espacio: raíces, tronco, ramas, hojas, flores, frutos. El conjunto de todo ello (“Das Ganze”) está configurado de tal modo que puedo captar en él un sentido global (“Sinnzusammenhang”) perfectamente comprensible: ese tipo peculiar de vida que se llama “planta”, a diferencia del animal; “árbol”, a diferencia de la hierba; “haya”, a diferencia del abeto, etc. La figura del árbol (“Baumgestalt”) tiene además una forma (“Form”) temporal: puedo conocer el árbol como simiente, como retoño, como árbol joven, como plenamente desarrollado, como decrépito o como muerto. Puedo verlo en invierno, sin hojas, como fosilizado; luego en primavera, en estado de florecimiento; en la plena foliación del verano; en otoño, cuando las bellotas están maduras. Estas fases forman (“bilden”) una figura temporal (“Zeitgestalt”) del árbol y me ponen ante los ojos su desarrollo». «Con el concepto de fenómeno se indica además que lo que se nos manifiesta tiene carácter de imagen (“Bild”)» (9).
- Nos asombra ver de golpe y de conjunto cuanto abarca el fenómeno de un rayo de luz atravesando la copa de un árbol. Toda la potencia expresiva de la naturaleza parece aunarse para concedernos el don de la luz, del calor, del encanto de lo sumamente expresivo. Por eso el gran Beethoven solía pasear por el bosque vienés antes de componer. En cada árbol y cada rayo de luz veía la huella del Creador y se elevaba a un reino de belleza extraordinaria, según propia confesión. Visto en bloque el rayo de luz con todo cuanto implica en una determinada situación constituye una Gestalt.
- Nos maravilla contemplar la Gestalt ‒la figura, o mejor en este contexto: la forma‒ de una gran obra artística, y advertir cómo se nos revela toda entera en cada una de sus partes, bien articuladas, bien nutridas por el impulso de la forma que las genera, y, aun siendo un milagro de la creatividad humana, se nos muestra sin restricciones con toda la esplendidez de su calidad artística. Esa manifestación esplendorosa es como un fogonazo que nos asombra y nos revela la verdad originaria de esa obra (10). Esa verdad que genera vida y se revela con toda espontaneidad nos sobrecoge por su belleza. Hemos considerado la obra con todo el relieve propio de una Gestalt.
- Con una actitud semejante ‒pero muy superior‒ de sobrecogimiento, asombro y participación activa, reacciona Urs von Balthasar ante la Gestalt de Cristo Jesús, el Kyrios resucitado. Su figura ‒mejor, su imagen o Gestalt‒ se nos muestra como imponente por su grandeza, pero, al igual que los valores, no se impone coactivamente, nos atrae y entusiasma en medida correlativa a nuestra capacidad de aceptar que una gran luz encienda nuestra pequeña candela (11).
Esto explica que personas muy dotadas para la vida del espíritu hayan visto la figura de Jesús desde perspectivas distintas y con intensidad diferente. Cada uno según su modo de ver, de sentir, de crear. De ahí los diversos estilos que muestran los distintos teólogos (12). San Agustín, San Ireneo, Orígenes, Buenaventura, Tomás de Aquino, Dante, Pascal, Juan de la Cruz, Hopkins, Newman… plasman en diversos modos de lenguaje ‒con sus intuiciones, sus imágenes, sus medios expresivos singulares…‒ la impresión que les produjo la contemplación de la inagotable Gestalt de Jesús, el Cristo resucitado. Advirtamos que el misterio cristiano es inexhaurible, pero puede expresarse en Gestalten, y ser conocido en ellas, todo él, aunque no del todo.
La figura adorable de Jesús es la realidad que inspira por dentro la gestación de las grandes obras teológicas, tanto las de los teólogos que Urs denomina “eclesiásticos” como las de los “laicos”. Al ser elaborada a la luz que irradia la patentización esplendorosa del ser de Dios en la imagen de Jesús resucitado, la teología es de por sí bella. La teología es sumamente bella si refleja, en todo momento, la gloria de Dios que se revela en Cristo. Todo el pensamiento teológico ha de irradiar el encanto que presenta la figura/imagen nobilísima de Jesús, vista como algo misterioso, en sentido de inagotable, pero accesible; impresionante y, al tiempo, cautivadora; hermanada con la cruz, pero siempre gloriosa.
A la luz de lo antedicho, comprendemos que Urs destaque la importancia de la contemplación, un ver y oír atento y comprometido, que nos deja prendados de la figura del Señor. Toda nuestra acción ha de ser un medio que nos prepare para la contemplación, que es como ir a la fuente de la máxima unidad, bondad, verdad y belleza, y disponerse así para una entrega incondicional.
Estas ideas las expuso Urs von Balthasar en una serie de volúmenes que asombran por la cantidad de los conocimientos y la hondura del pensamiento. Pero todo ello fluye de esa fuente de conocimiento y amor que es el encuentro con la figura de Jesús, encuentro tan abierto, espontáneo y entusiasmante como el del niño con su madre sonriente, que lo acoge y lo eleva de golpe a una altura que él siente en alguna forma, pero no comprende, y que los adultos logramos entrever gracias a la luz que irradian mentes escogidas que sirven de espléndida mediación entre la grandeza infinita del misterio de Jesús y las almas creyentes.
La extensa producción del autor suizo sorprende por su extraordinaria erudición y su hondura intelectual. Pero no puede ser debidamente comprendida si no tenemos en cuenta su veta mística, presente sobre todo en sus escritos sobre la oración contemplativa, el pensamiento de varios Padres de la Iglesia, el espíritu de Santa Teresa de Lisieux, la misión espiritual de santa Isabel de la Trinidad, las dotes singulares de Adrienne von Speyr …
Este espíritu místico ‒sumamente sensible a la vida del espíritu‒ llevó a Urs von Balthasar a entusiasmarse con la belleza, no la belleza que seduce a los sentidos (nivel 1), sino la que conmueve el corazón (nivel 2) y lo eleva a la realización de los grandes valores (nivel 3) y a la transformación en Quien es verdadero, justo, bueno y bello por excelencia (nivel 4). A esta belleza aludía San Pablo al exclamar ‒con el espíritu del más inspirado Isaías (52, 7): «¡Qué bellos son los pies del mensajero que nos trae la Buena Noticia del bien!» (Rom 10,15). Como es bien sabido, esta exclamación inspiró una de las más hermosas y profundas arias del oratorio de Haendel El Mesías.
Si se aleja de este tipo de belleza, el ser humano se verá privado del conocimiento del bien y de la verdad, que son “las dos hermanas de la belleza” (13). Urs von Balthasar lo expresa en un párrafo que condensa en buena medida el mensaje de su obra cumbre: Gloria.
«En un mundo sin belleza ‒aunque los hombres no prescindan de la palabra y la pronuncien constantemente, si bien utilizándola de modo equivocado‒, en un mundo que quizá no está privado de ella pero quizá no es capaz de verla, de contar con ella, el bien ha perdido su fuerza atractiva, la evidencia de su deber ser realizado; el hombre se queda perplejo ante él y se pregunta por qué ha de hacer el bien y no el mal […]. En un mundo que ya no se cree capaz de afirmar la belleza, también los argumentos demostrativos de la verdad han perdido su contundencia, su fuerza de conclusión lógica» (14).
NOTAS
(1) Cf. o.c. (Guadarrama, Madrid 1960) 96.
(2) Cf. o.c., 98-99.
(3) Cf. o.c., 98-99.
(4) Cf. Die pädagogische Atmosphäre (Quelle und Meyer, Heidelberg 1968, 4ª ed.)
(5) Sobre esta expresión puede verse mi obra El triángulo hermenéutico (Editora Nacional, Madrid 1971) 400-414.
(6) Cf. Urs von Balthasar: o.c., 92.
(7) Cf. o.c. (Encuentro, Madrid 1985). Versión original: Herrlichkeit (Johannes, Einsiedeln
(8) Que significa este término y cómo ha de traducirse al español lo expongo en la Introducción a la obra de Romano Guardini Ética (BAC, Madrid 1999).
(9) Cf. Ethik, dos vols. [Grünewald-Schöning, Paderborn1993] 290-291; Ética [BAC, Madrid 1999] 219).
(10) Digo “originaria” para distinguirla del concepto de verdad como “adecuación de la mente y la cosa mentada”. Este tipo de verdad se inspira y apoya en la verdad originaria, la impresión espontánea de que estamos ante una realidad que se muestra tal como debe ser. Si, después de oír una espléndida ‒es decir: luminosa‒ interpretación de una obra de Bach, exclamamos: «¡Esto es verdadero Bach!», no lo decimos porque comparamos tal interpretación con otra que nos sirve de referencia, y vimos que está en su línea. Nos mueve a ello, ante todo, la impresión de autenticidad y i[perfección] que recibimos durante la audición de la obra.
(11) Cf. H. Urs von Balthasar: Si no os hacéis como este niño (Fundación San Juan, Santa Fe, Argentina 2006); Versión original: Wenn ihr nicht werdet wie dieses Kind (Johannes, Einsiedeln 1988).
(12) Sabemos, por la Estética y la Historia del Arte, que los estilos son el fruto de la integración de diversos elementos ‒estéticos, económicos, costumbristas, históricos, a veces también religiosos…‒ realizada por uno o varios genios de la creación artística. El estilo del clasicismo vienés no hubiera sido posible sin el talento y el esfuerzo de Haydn, Mozart, Beethoven y Schubert, pero la imaginación creativa de éstos fue moldeada en buena medida por diversos elementos culturales que confluyeron en la ciudad de Viena, cruce de caminos entre Occidente y Oriente.
(13) Cf. Gloria. Una estética teológica I: La percepción de la forma (Encuentro, Madrid 1985) 22-3. Versión original: Herrlichkeit. Eine theologische Aesthetik I. Schau der Gestalt (Johannes, Einsiedeln 1961) 16.
(14) Cf. Herrlichkeit..., p. 17; Gloria, 23.
La extensa producción del autor suizo sorprende por su extraordinaria erudición y su hondura intelectual. Pero no puede ser debidamente comprendida si no tenemos en cuenta su veta mística, presente sobre todo en sus escritos sobre la oración contemplativa, el pensamiento de varios Padres de la Iglesia, el espíritu de Santa Teresa de Lisieux, la misión espiritual de santa Isabel de la Trinidad, las dotes singulares de Adrienne von Speyr …
Este espíritu místico ‒sumamente sensible a la vida del espíritu‒ llevó a Urs von Balthasar a entusiasmarse con la belleza, no la belleza que seduce a los sentidos (nivel 1), sino la que conmueve el corazón (nivel 2) y lo eleva a la realización de los grandes valores (nivel 3) y a la transformación en Quien es verdadero, justo, bueno y bello por excelencia (nivel 4). A esta belleza aludía San Pablo al exclamar ‒con el espíritu del más inspirado Isaías (52, 7): «¡Qué bellos son los pies del mensajero que nos trae la Buena Noticia del bien!» (Rom 10,15). Como es bien sabido, esta exclamación inspiró una de las más hermosas y profundas arias del oratorio de Haendel El Mesías.
Si se aleja de este tipo de belleza, el ser humano se verá privado del conocimiento del bien y de la verdad, que son “las dos hermanas de la belleza” (13). Urs von Balthasar lo expresa en un párrafo que condensa en buena medida el mensaje de su obra cumbre: Gloria.
«En un mundo sin belleza ‒aunque los hombres no prescindan de la palabra y la pronuncien constantemente, si bien utilizándola de modo equivocado‒, en un mundo que quizá no está privado de ella pero quizá no es capaz de verla, de contar con ella, el bien ha perdido su fuerza atractiva, la evidencia de su deber ser realizado; el hombre se queda perplejo ante él y se pregunta por qué ha de hacer el bien y no el mal […]. En un mundo que ya no se cree capaz de afirmar la belleza, también los argumentos demostrativos de la verdad han perdido su contundencia, su fuerza de conclusión lógica» (14).
NOTAS
(1) Cf. o.c. (Guadarrama, Madrid 1960) 96.
(2) Cf. o.c., 98-99.
(3) Cf. o.c., 98-99.
(4) Cf. Die pädagogische Atmosphäre (Quelle und Meyer, Heidelberg 1968, 4ª ed.)
(5) Sobre esta expresión puede verse mi obra El triángulo hermenéutico (Editora Nacional, Madrid 1971) 400-414.
(6) Cf. Urs von Balthasar: o.c., 92.
(7) Cf. o.c. (Encuentro, Madrid 1985). Versión original: Herrlichkeit (Johannes, Einsiedeln
(8) Que significa este término y cómo ha de traducirse al español lo expongo en la Introducción a la obra de Romano Guardini Ética (BAC, Madrid 1999).
(9) Cf. Ethik, dos vols. [Grünewald-Schöning, Paderborn1993] 290-291; Ética [BAC, Madrid 1999] 219).
(10) Digo “originaria” para distinguirla del concepto de verdad como “adecuación de la mente y la cosa mentada”. Este tipo de verdad se inspira y apoya en la verdad originaria, la impresión espontánea de que estamos ante una realidad que se muestra tal como debe ser. Si, después de oír una espléndida ‒es decir: luminosa‒ interpretación de una obra de Bach, exclamamos: «¡Esto es verdadero Bach!», no lo decimos porque comparamos tal interpretación con otra que nos sirve de referencia, y vimos que está en su línea. Nos mueve a ello, ante todo, la impresión de autenticidad y i[perfección] que recibimos durante la audición de la obra.
(11) Cf. H. Urs von Balthasar: Si no os hacéis como este niño (Fundación San Juan, Santa Fe, Argentina 2006); Versión original: Wenn ihr nicht werdet wie dieses Kind (Johannes, Einsiedeln 1988).
(12) Sabemos, por la Estética y la Historia del Arte, que los estilos son el fruto de la integración de diversos elementos ‒estéticos, económicos, costumbristas, históricos, a veces también religiosos…‒ realizada por uno o varios genios de la creación artística. El estilo del clasicismo vienés no hubiera sido posible sin el talento y el esfuerzo de Haydn, Mozart, Beethoven y Schubert, pero la imaginación creativa de éstos fue moldeada en buena medida por diversos elementos culturales que confluyeron en la ciudad de Viena, cruce de caminos entre Occidente y Oriente.
(13) Cf. Gloria. Una estética teológica I: La percepción de la forma (Encuentro, Madrid 1985) 22-3. Versión original: Herrlichkeit. Eine theologische Aesthetik I. Schau der Gestalt (Johannes, Einsiedeln 1961) 16.
(14) Cf. Herrlichkeit..., p. 17; Gloria, 23.