Introducción
En un momento de encrucijada como el presente, necesitamos referentes sólidos y eficaces que nos permitan orientar nuestras vidas de forma segura y entusiasmante. Debemos, por ello, movilizar nuestra imaginación creativa, a fin de abrir vías de formación sumamente eficaces.
Una de ellas es la experiencia estética, singularmente la artística. Por su propia estructura, no sólo por los contenidos que expresa, el arte alberga un poder formativo sobresaliente. Hoy día suele cultivarse con intensidad el arte, por ser atractivo a los sentidos e incitante para la fantasía. Con frecuencia se lo considera como una “diversión gratificante y noble”. Ciertamente, la experiencia artística nos libera del carácter a veces anodino de nuestra vida cotidiana, y tal liberación nos “di-vierte”, es decir, nos distancia de lo consabido y rutinario. Pero la meta del arte no es sólo divertir, en el sentido vulgar de pasar un rato entretenido y agradable. Su propósito principal es instarnos a vivir procesos creativos sumamente valiosos, sumergirnos en ámbitos poderosamente expresivos que personas bien dotadas nos han legado para dar una alta calidad a nuestra vida personal. La audición de la Novena Sinfonía de Beethoven nos resulta sumamente atractiva, pero este genial artista no la compuso para divertirnos, sino para elevarnos a un nivel de altísima belleza, cuya fecundidad para nuestro desarrollo personal supera con mucho lo que suele decirse en los libros de estética (2).
Multitud de personas padecen una baja autoestima por sentirse incapaces de vivir creativamente. El arte de todos los tiempos, si lo vemos con la debida hondura, nos ayuda a prever a qué altura puede elevarse nuestra vida si advertimos que ésta no sólo se desarrolla entre objetos ‒o realidades cerradas‒ sino también, y sobre todo, entre realidades abiertas. Estas realidades abiertas suelo denominarlas “ámbitos de realidad” o, sencillamente, “ámbitos”. Qué son los ámbitos, qué posibilidades nos ofrecen, qué horizontes nos abren... son cuestiones decisivas que la experiencia estética nos aclara de forma lúcida y aleccionadora. Mucho nos va en verlo con toda claridad.
Con razón ha declarado la UNESCO que «la calidad y la armonía de la vida dependerán en gran medida del modo en que se inculque a los jóvenes la creatividad y la capacidad de disfrute estético» (3). Esta tarea formativa exige un método bien elaborado, que movilice una “mirada profunda” (4) y nos enseñe el arte de pensar de forma ajustada a los diferentes niveles de realidad y a sus lógicas respectivas. Es el método que inspira las páginas siguientes, fiel reflejo de la investigación realizada ampliamente sobre todo en La experiencia estética y su poder formativo (5).
La experiencia estética,
fuente inagotable de formación humana
En la situación actual de confusión y desconcierto, ninguna tarea más urgente que descubrir métodos eficaces para instruir a las gentes en las cuestiones básicas de la ética. Esta instrucción ha de realizarse de tal forma que los destinatarios de la misma se sientan respetados en su libertad y dotados de las claves de orientación necesarias para orientarse debidamente en las encrucijadas de la vida. La formación verdadera consiste en disponer de poder de discernimiento, y éste sólo se alcanza si se conoce la lógica que rige internamente los diversos procesos humanos.
Actualmente, los jóvenes se resisten a aceptar doctrinas por la vía del argumento de autoridad. Sólo se muestran dispuestos a asumir aquello que son capaces de interiorizar y considerar como algo propio. De ahí su aversión a toda forma de enseñanza que proceda ‒o parezca proceder‒ de forma autoritaria, extrayendo conclusiones a partir de principios inmutables. Debido a ello, se ha propuesto como método ideal para formar en cuestiones éticas la lectura penetrante de obras literarias de calidad. A través de éstas no son profesores de ética quienes nos adoctrinan sobre el sentido de la vida, sino diversos autores orlados de prestigio y bien afirmados en una intensa y profunda experiencia.
«...Al buen profesor de ética ‒escribe José Luis López Aranguren‒ le es imprescindible un hondo conocimiento de la historia, de la moral y de las actitudes morales vivas. Ahora bien, éstas donde se revelan es en la literatura. El recurso a la mejor literatura, a más de poner al discípulo en contacto con las formas reales y vigentes de vida moral, presta a la enseñanza una fuerza plástica incomparable y, consiguientemente, una captación del interés del alumno. Naturalmente (...), este método de enseñanza no debe sacrificar el rigor a la amenidad, por lo cual las “figuras” literarias sólo cuando puedan ser fuente de auténtico conocimiento moral deben ser incorporadas a las lecciones» (6).
La sugerencia es valiosa, pero apenas ha sido recogida por los estudiosos. A lo que se me alcanza, no hay todavía un esbozo de lo que puede ser un método bien aquilatado de enseñanza de la ética a través del análisis de grandes obras literarias. Por mi parte, he configurado uno, cuyas líneas básicas expuse en las últimas aportaciones de este blog. Una vez y otra he podido comprobar, en diversos centros culturales de España y del extranjero, que este método es fácilmente asimilable por los jóvenes y les facilita la perspectiva justa para abordar la lectura de obras literarias ‒e incluso, en cierta medida, de obras cinematográficas‒, de tal forma que incluso las que parecen poco constructivas en el aspecto pedagógico se convierten en aleccionadoras, por cuanto dejan al descubierto las consecuencias que acarrea la entrega a procesos de vértigo o fascinación, opuestos a los de éxtasis o creatividad.
También la experiencia artística, debidamente comprendida y vivida, presenta un poder formativo sobresaliente. ¿Cómo se explica esta eficacia pedagógica de la experiencia artística: la arquitectónica, la pictórica, la escultórica, la musical...? Para contestar de forma radical a esta pregunta, debemos recordar algunas condiciones básicas del desarrollo humano y advertir que el conocimiento profundo de las mismas nos viene facilitado en sumo grado por las experiencias artísticas, cuando descubrimos toda su riqueza interna.
1. La experiencia estética nos revela lo que es la creatividad
No sólo los grandes cultivadores de la experiencia estética sacan a ésta partido en orden a la configuración cabal de su personalidad. Todos podemos beneficiarnos, en no escasa medida, de las posibilidades que nos ofrece tal experiencia en orden a clarificar por dentro las leyes de nuestro desarrollo personal. Conocer estas leyes o constantes es decisivo para nuestra formación humana.
Según la Biología actual más cualificada, el hombre es “un ser de encuentro"; se constituye, desarrolla y perfecciona realizando encuentros con las realidades circundantes (7). Estas realidades pueden ser nuestras compañeras de juego y de encuentro si las vemos como ámbitos o realidades abiertas, no sólo como objetos o realidades cerradas. Esta forma de ver exige de nosotros toda una conversión, un cambio de ideal; cambio del ideal egoísta de servirnos de los demás para nuestros fines al ideal generoso de crear formas elevadas de unidad con los demás.
Tal conversión nos libera del apego a las ganancias inmediatas y nos otorga libertad interior, la capacidad de elegir en cada momento, no en virtud de nuestras apetencias, sino del ideal de unidad y solidaridad al que hemos consagrado la vida.
Esta vinculación a un ideal valioso implica una ob-ligación, una atenencia a cauces y normas, las normas y cauces que marcan la vía hacia la meta propuesta. Esa atenencia es vivida en el nivel 2 ‒el de la creatividad y el encuentro‒ y en el nivel 3 ‒el de los grandes valores‒ como promotora de la forma más alta de libertad: la libertad creativa. Las normas que encauzan nuestra creatividad no se oponen a esta forma de libertad; la promueven y enriquecen. Sólo se oponen a la libertad humana cuando se trata de la libertad de maniobra, propia del nivel 1 (8).
Estas precisiones son indispensables para comprender cómo desarrollamos nuestra libertad y nuestra capacidad creativa en relación al entorno. La creatividad humana es siempre dual, supone un sujeto dotado de potencias y un entorno capaz de otorgarle diversas posibilidades. Una persona puede estar muy bien dotada, pero a solas no puede ser creativa. Necesita recibir posibilidades de fuera, es decir, de realidades que en principio le son distintas, distantes, externas y extrañas y que se le hacen íntimas en cuanto asume las posibilidades que ellas le otorgan. El que interprete el esquema "dentro-fuera" como un dilema será incapaz de adivinar que es posible convertir lo distinto, distante, externo y extraño en íntimo sin dejar de ser distinto. Tal incapacidad le imposibilita para asumir activamente las posibilidades que le vengan ofrecidas. Esa asunción activa es el germen de la creatividad de los seres finitos.
El hombre desarrolla cabalmente su personalidad cuando sabe convertir en íntimas las realidades externas y ajenas, y funda con ellas un campo de libre juego, de entreveramiento fecundo. Esta fundación y aquella conversión sólo son posibles cuando descubrimos que nuestro entorno no se compone sólo de objetos sino de ámbitos o realidades abiertas, donantes de posibilidades. Tal descubrimiento nos viene facilitado, en buena medida, por la experiencia artística si la vemos con la debida hondura y penetración.
El descubrimiento de los ámbitos o realidades abiertas
A nuestro alrededor hay casas, tierras, rocas, realidades de diversos tipos. Aparecen ahí, enfrente de nosotros, como algo distinto de nuestro ser. i[Estar enfrente se dice en latín ]iob-jacere, verbo del que se deriva ob-jicere, cuyo participio es ob-jectum. A todas las realidades que están frente al hombre y pueden ser analizadas por éste sin comprometer su propio ser las llamamos objetos. Son realidades "objetivas". Estas realidades pueden ser medidas, pesadas, agarradas con la mano, situadas en el espacio, dominadas, manejadas. Los objetos y la actitud humana adecuada a los mismos constituyen el nivel 1 de realidad y de conducta.
Pero en el mundo existen realidades que son, en un aspecto, delimitables, asibles, pesables, dominables y manejables, y en otro no. Con una cinta métrica puedo medir fácilmente las dimensiones de una persona: el alto y el ancho. Pero lo que abarca en diversos aspectos ‒el ético, el afectivo, el profesional, el estético, el religioso... ‒ no lo puedo delimitar. Ni ella misma podría decirme exactamente hasta dónde llega, por ejemplo, su influjo sobre los demás y el de los demás sobre ella. «¿Dónde termina el que ama? ¿Dónde empieza el ser amado?», pregunta una mujer a su esposo en un drama de Gabriel Marcel (9). El amor es algo real, y lo mismo el influjo que ejercemos unos sobre otros, pero su realidad no es del mismo tipo que la de los objetos; tiene un alcance mayor y escapa en buena medida a la vista, al tacto, al cálculo preciso. Pero puede de alguna manera imaginarse. Estas realidades no-objetivas –en el sentido indicado– y la actitud a ellas debida pertenecen al nivel 2.
La persona humana se configura y desarrolla creando vínculos de diverso orden con multitud de realidades: la familia, la escuela, la Iglesia, el pueblo, el paisaje, la tradición, las amistades, las obras culturales, la vida profesional, los valores de todo orden, el Ser Supremo... Esos vínculos suelen implicar un influjo mutuo y dan lugar a experiencias reversibles. Esta trama de experiencias constituye un gran campo de juego, en el cual la persona va adquiriendo un modo de ser peculiar, una “personalidad” cada vez más definida, una especie de "segunda naturaleza" (10). La persona humana no se reduce, pues, a objeto; constituye todo un campo o ámbito de realidad.
Esta condición de ámbito o realidad abierta no la presentan sólo las personas. También la ostentan muchas realidades de nuestro entorno. Un piano, como mueble, es un objeto. Como instrumento, presenta un rango superior. En cuanto mueble, se halla ahí frente a mí; puedo tocarlo, medir sus dimensiones, comprobar su peso, manejarlo a mi arbitrio, ponerlo en un sitio o en otro –nivel 1f–. Como instrumento, sólo existe para mí si sé hacer juego con él, si soy capaz de asumir las posibilidades que me ofrece de crear formas sonoras. Al entrar en juego con el piano, éste deja de estar fuera de mí; se une conmigo en un mismo campo de juego, el campo de juego artístico que es la obra interpretada. Yo no puedo hacer con el piano lo que quiero; debo atenerme a su condición peculiar y a las características de la obra que toco en él –nivel 2a– (11).
Esto es sumamente importante. Las realidades que no son meros objetos nos ofrecen posibilidades de juego, es decir, posibilidades para actuar de manera creativa, y, en cuanto nos las ofrecen, tienen cierta iniciativa y merecen un trato respetuoso. Si no las respetamos, las rebajamos de condición, las tomamos como meros objetos, y con ello nos cerramos a las posibilidades que nos ofrecen y anulamos toda posibilidad de conocerlas.
Multitud de realidades de nuestro entorno presentan un aspecto de objetos, pero, vistas dinámicamente en el juego de la vida humana, se manifiestan también como ámbitos. Un barco puede ser pesado, medido, tocado, situado en el tiempo y en el espacio. Tiene las condiciones propias de los objetos (nivel 1). Pero, además de esto y en un nivel superior, ese barco concreto nos ofrece toda una serie de posibilidades: pasear, comer, dormir, pescar, navegar, combatir... Este tipo de realidades que no sólo se prestan a ser manejadas y dominadas sino que ofrecen posibilidades de acción a quien se relaciona con ellas en orden a realizar un proyecto que ha elaborado con su imaginación creadora debemos considerarlas también como "ámbitos de realidad" o sencillamente "ámbitos". Los ámbitos están delimitados como los objetos, pero se abren a otras realidades; pueden ser afectados por la acción de otros seres y ejercer, a su vez, influjo sobre ellos; abarcan cierto campo a pesar de su delimitación –nivel 2– (12).
Un ejemplar de un libro, por ser material, pesa, está circunscrito a unos limites, es susceptible de manejo, puede deteriorarse –nivel 1h–. Pero, en cuanto obra literaria, nos abre a diversos horizontes de vida, plasma procesos, expresa sentimientos, incentiva la imaginación, transmite conocimientos... En una palabra: es fuente de posibilidades y origen de iniciativas. Constituye todo un ámbito de realidad –nivel 2b–.
En síntesis, denomino "ámbitos", básicamente, a tres tipos de realidades:
1º) Las personas, seres que no están delimitados como los "objetos". Por ser corpórea, una persona tiene unas dimensiones determinadas, pero, al estar dotada de espíritu –y, por tanto, de inteligencia, voluntad, memoria, sentimiento, capacidad creativa...– desborda la delimitación espaciotemporal y abarca cierto campo: tiene iniciativa para crear relaciones, asumir las posibilidades que le ofrece el pasado, proyectar el futuro...
2º) Las realidades que no son ni personas ni objetos, por ejemplo un instrumento musical. Éste ofrece al intérprete ciertas posibilidades de sonar y puede establecer con él una relación reversible de mutuo influjo y enriquecimiento. Esta relación mutua, bidireccional, implica un modo de unidad superior a la unidad tangencial que tiene con el piano el que se limita a acariciar sus materiales.
3º) Los campos de relación que se fundan entre los ámbitos cuando se entreveran y dan lugar a un encuentro. Al unirse entre sí, las realidades "ambitales" dan lugar a ámbitos de mayor envergadura. Dos esposos se comprometen en matrimonio y crean un hogar, un campo de juego, de encuentro, de mutua ayuda y perfeccionamiento personal. Este hogar es, en todo rigor, un ámbito de realidad. Los ámbitos de realidad no son producto de una labor fabril, sino fruto de un ensamblamiento de dos o más realidades que son centros de iniciativa y operan con libertad o, al menos, con cierta capacidad de reacción. (Todo pianista siente que cada piano responde a su acción sobre él de una forma peculiar, de modo que se establece entre ambos una corriente de mutuo influjo, una experiencia reversible o de doble dirección).
Al ser fruto de un encuentro, estos ámbitos no son objetos de los que se pueda disponer. Son realidades que piden un trato respetuoso, aunque no igualitario. El pianista no puede tratar el piano como un objeto, un mero medio para realizar algo. Debe considerarlo como el medio en el cual tiene lugar el entreveramiento entre el autor de la partitura y el intérprete.
El conocimiento de los "ámbitos" es decisivo para precisar los diferentes modos de unidad que puede crear el hombre con los diversos seres de su entorno. Tal precisión es, a su vez, indispensable para elaborar una "filosofía dialógica", ya que el diálogo implica una forma eminente de unidad que ha de ser creada en cada caso.
Lo antedicho nos permite ver a una nueva luz mil y una realidades de la vida cotidiana. Citemos algunas, para ampliar nuestro campo de visión y comprender seguidamente la gran función formativa del arte.
Diversos tipos de ámbitos
El lugar en que se vive es una realidad objetiva (nivel 1). El hogar que es fundado por dos esposos constituye un ámbito, un campo de juego cargado de virtualidades y posibilidades (nivel 2).
El lenguaje, visto como medio para comunicarse, parece reducirse a un mero “útil”, algo manejable al modo de los objetos. Si acertamos a verlo como un campo de significación y de luz que abre al hombre indefinidas posibilidades de comprensión y expresión, nos aparece como un "ámbito". A ello se alude cuando se indica que "las palabras son moradas" (13).
De modo análogo, las diversas formas de juego y de trabajo son ámbitos, campos de posibilidades de acción cargada de sentido. Consiguientemente, los "papeles" que el hombre puede desempeñar en su juego vital son ámbitos: un camarero, un rey, un campesino, un marino, un acróbata circense...
Algo semejante cabe decir de las figuras que expresan "acontecimientos", sucesos que implican un mundo complejo –debido a la confluencia de distintas realidades o aspectos de la realidad– y abren campos nuevos de posibilidades. Piénsese, por ejemplo, en el "encuentro de Jacob y Rebeca", "la muerte de Julio César", la "Última Cena", "la Crucifixión", "Napoleón atravesando los Alpes"...
Han de ser vistos, asimismo, como ámbitos las realidades y los sucesos que suponen un campo de interacción: el brotar de la primavera, el declinar del otoño, un campo de olivos, un grupo de saltimbanquis, una barca pesquera o de recreo, un naufragio, una pareja de amantes, un sembrador, unas manos orantes, un anciano que medita junto a un cirio que arde...
Los sucesos que tejen la trama de la vida social significan un entreveramiento de realidades que abre diversas posibilidades a la acción humana. Basta analizar lo que implica dictar sentencia, hacer una promesa, inaugurar una red vial, consagrar un templo... Un edificio se convierte en templo cuando en él se encuentran por primera vez los creyentes que lo han edificado y el dios al que adoran. Tales sucesos han de ser considerados como ámbitos.
Algo afín acontece con las obras culturales. Cada una de ellas viene a ser un punto de confluencia de diversas realidades y ofrece al hombre un elenco de posibilidades bien definidas. Ahondemos en lo que implica una casa, una calle, una plaza, una ciudad, un puente, un monumento, unas botas de campesina, un camino, un jardín... Cada una de estas realidades culturales es una encrucijada. En ella se entreveran y vibran diversos seres. Por ejemplo, una plaza ha de ser vista, no como un mero vacío entre las casas aglomeradas, sino como el lugar de confluencia de diversas calles y el punto de encuentro de quienes habitan en ellas. Originalmente, una plaza era un lugar de encuentro, no de mero tránsito y huída, como sucede hoy. Ello explica que la plaza, como realidad cultural, ocupe un lugar destacado en el mundo de la pintura de artistas tan notables como Canaletto y Guardi. Un camino no se reduce a una forma sinuosa que se abre paso entre la fronda de un bosque. Es un lugar de comunicación, un vínculo entre pueblos y personas. Por eso desborda simbolismo, y fue plasmado en grandes obras pictóricas (14).
En su breve y densa obra El origen de la obra de arte (15), Heidegger muestra de forma penetrante que en el cuadro de Vincent van Gogh Botas de campesina se hace presente la humedad de la tierra, la dureza del trabajo en el campo, la fatiga de los pasos laboriosos..., toda una trama de realidades y circunstancias. Esta obra de arte no representa una mera figura; da cuerpo sensible a un mundo peculiar, un ámbito formado por un tejido de realidades y relaciones, y lo plasma en una imagen.
Cuando el ser humano adopta en la vida una actitud creativa, está convirtiendo constantemente los objetos y los meros espacios en ámbitos. Toma una simple tabla cuadrada. Es un objeto (nivel 1). Pinta en ella cuadros blancos y negros, sitúa sobre ellos unas figuras de ajedrez y la convierte en un tablero, es decir, en un campo de juego o ámbito. Los niños, con su fresca imaginación, son maestros en el arte de transformar los objetos en ámbitos: un palo de escoba se convierte en caballo; una muñeca, en un niño al que cuidar.
2. El arte nos enseña a convertir los objetos en ámbitos
Si tenemos una mirada penetrante, el arte y la literatura de calidad nos descubren una verdad decisiva: el auténtico entorno del hombre no está formado por objetos yuxtapuestos sino por ámbitos entretejidos (16). José Ortega y Gasset acuñó una frase que hizo fortuna –"Yo soy yo y mi circunstancia"– a fin de subrayar el carácter relacional de la vida humana. El hombre se realiza en constante interacción con cuanto lo rodea, porque es un “ser de encuentro”. Nada más cierto. Pero falta por determinar el punto crucial: cómo han de ser las realidades que el hombre trata para poder encontrarse con ellas en sentido riguroso. El encuentro significa un entreveramiento fecundo, un intercambio de posibilidades. Este intercambio y ese entreveramiento sólo son posibles entre ámbitos o realidades abiertas, no entre objetos, que son realidades cerradas.
Las grandes obras literarias nos lanzan la mirada en todo momento hacia los acontecimientos que constituyen la trama de la vida humana, vista con hondura. No se reducen a narrar simples hechos. Si seguimos emocionándonos hoy con la Antígona de Sófocles, no es porque entre una joven y un gobernante griegos hubo en la antigüedad un conflicto grave que determinó la muerte del más débil, sino porque entraron en colisión dos ámbitos de vida: el de la piedad y el de la ley, es decir: el de la ley del corazón y el de la ley escrita. Tales ámbitos forman parte de nuestra vida actual y pueden dar lugar a colisiones dramáticas.
También el arte intensifica nuestra mirada para que no se detenga en la vertiente objetiva de los seres (nivel 1), antes penetre en su condición de ámbitos (nivel 2). Cuando el genial pintor alemán Alberto Durero grabó dos manos humanas plegadas la una sobre la otra, no quiso únicamente representar la figura de dos manos yuxtapuestas; deseó plasmar un "ámbito de súplica".
En un momento de encrucijada como el presente, necesitamos referentes sólidos y eficaces que nos permitan orientar nuestras vidas de forma segura y entusiasmante. Debemos, por ello, movilizar nuestra imaginación creativa, a fin de abrir vías de formación sumamente eficaces.
Una de ellas es la experiencia estética, singularmente la artística. Por su propia estructura, no sólo por los contenidos que expresa, el arte alberga un poder formativo sobresaliente. Hoy día suele cultivarse con intensidad el arte, por ser atractivo a los sentidos e incitante para la fantasía. Con frecuencia se lo considera como una “diversión gratificante y noble”. Ciertamente, la experiencia artística nos libera del carácter a veces anodino de nuestra vida cotidiana, y tal liberación nos “di-vierte”, es decir, nos distancia de lo consabido y rutinario. Pero la meta del arte no es sólo divertir, en el sentido vulgar de pasar un rato entretenido y agradable. Su propósito principal es instarnos a vivir procesos creativos sumamente valiosos, sumergirnos en ámbitos poderosamente expresivos que personas bien dotadas nos han legado para dar una alta calidad a nuestra vida personal. La audición de la Novena Sinfonía de Beethoven nos resulta sumamente atractiva, pero este genial artista no la compuso para divertirnos, sino para elevarnos a un nivel de altísima belleza, cuya fecundidad para nuestro desarrollo personal supera con mucho lo que suele decirse en los libros de estética (2).
Multitud de personas padecen una baja autoestima por sentirse incapaces de vivir creativamente. El arte de todos los tiempos, si lo vemos con la debida hondura, nos ayuda a prever a qué altura puede elevarse nuestra vida si advertimos que ésta no sólo se desarrolla entre objetos ‒o realidades cerradas‒ sino también, y sobre todo, entre realidades abiertas. Estas realidades abiertas suelo denominarlas “ámbitos de realidad” o, sencillamente, “ámbitos”. Qué son los ámbitos, qué posibilidades nos ofrecen, qué horizontes nos abren... son cuestiones decisivas que la experiencia estética nos aclara de forma lúcida y aleccionadora. Mucho nos va en verlo con toda claridad.
Con razón ha declarado la UNESCO que «la calidad y la armonía de la vida dependerán en gran medida del modo en que se inculque a los jóvenes la creatividad y la capacidad de disfrute estético» (3). Esta tarea formativa exige un método bien elaborado, que movilice una “mirada profunda” (4) y nos enseñe el arte de pensar de forma ajustada a los diferentes niveles de realidad y a sus lógicas respectivas. Es el método que inspira las páginas siguientes, fiel reflejo de la investigación realizada ampliamente sobre todo en La experiencia estética y su poder formativo (5).
La experiencia estética,
fuente inagotable de formación humana
En la situación actual de confusión y desconcierto, ninguna tarea más urgente que descubrir métodos eficaces para instruir a las gentes en las cuestiones básicas de la ética. Esta instrucción ha de realizarse de tal forma que los destinatarios de la misma se sientan respetados en su libertad y dotados de las claves de orientación necesarias para orientarse debidamente en las encrucijadas de la vida. La formación verdadera consiste en disponer de poder de discernimiento, y éste sólo se alcanza si se conoce la lógica que rige internamente los diversos procesos humanos.
Actualmente, los jóvenes se resisten a aceptar doctrinas por la vía del argumento de autoridad. Sólo se muestran dispuestos a asumir aquello que son capaces de interiorizar y considerar como algo propio. De ahí su aversión a toda forma de enseñanza que proceda ‒o parezca proceder‒ de forma autoritaria, extrayendo conclusiones a partir de principios inmutables. Debido a ello, se ha propuesto como método ideal para formar en cuestiones éticas la lectura penetrante de obras literarias de calidad. A través de éstas no son profesores de ética quienes nos adoctrinan sobre el sentido de la vida, sino diversos autores orlados de prestigio y bien afirmados en una intensa y profunda experiencia.
«...Al buen profesor de ética ‒escribe José Luis López Aranguren‒ le es imprescindible un hondo conocimiento de la historia, de la moral y de las actitudes morales vivas. Ahora bien, éstas donde se revelan es en la literatura. El recurso a la mejor literatura, a más de poner al discípulo en contacto con las formas reales y vigentes de vida moral, presta a la enseñanza una fuerza plástica incomparable y, consiguientemente, una captación del interés del alumno. Naturalmente (...), este método de enseñanza no debe sacrificar el rigor a la amenidad, por lo cual las “figuras” literarias sólo cuando puedan ser fuente de auténtico conocimiento moral deben ser incorporadas a las lecciones» (6).
La sugerencia es valiosa, pero apenas ha sido recogida por los estudiosos. A lo que se me alcanza, no hay todavía un esbozo de lo que puede ser un método bien aquilatado de enseñanza de la ética a través del análisis de grandes obras literarias. Por mi parte, he configurado uno, cuyas líneas básicas expuse en las últimas aportaciones de este blog. Una vez y otra he podido comprobar, en diversos centros culturales de España y del extranjero, que este método es fácilmente asimilable por los jóvenes y les facilita la perspectiva justa para abordar la lectura de obras literarias ‒e incluso, en cierta medida, de obras cinematográficas‒, de tal forma que incluso las que parecen poco constructivas en el aspecto pedagógico se convierten en aleccionadoras, por cuanto dejan al descubierto las consecuencias que acarrea la entrega a procesos de vértigo o fascinación, opuestos a los de éxtasis o creatividad.
También la experiencia artística, debidamente comprendida y vivida, presenta un poder formativo sobresaliente. ¿Cómo se explica esta eficacia pedagógica de la experiencia artística: la arquitectónica, la pictórica, la escultórica, la musical...? Para contestar de forma radical a esta pregunta, debemos recordar algunas condiciones básicas del desarrollo humano y advertir que el conocimiento profundo de las mismas nos viene facilitado en sumo grado por las experiencias artísticas, cuando descubrimos toda su riqueza interna.
1. La experiencia estética nos revela lo que es la creatividad
No sólo los grandes cultivadores de la experiencia estética sacan a ésta partido en orden a la configuración cabal de su personalidad. Todos podemos beneficiarnos, en no escasa medida, de las posibilidades que nos ofrece tal experiencia en orden a clarificar por dentro las leyes de nuestro desarrollo personal. Conocer estas leyes o constantes es decisivo para nuestra formación humana.
Según la Biología actual más cualificada, el hombre es “un ser de encuentro"; se constituye, desarrolla y perfecciona realizando encuentros con las realidades circundantes (7). Estas realidades pueden ser nuestras compañeras de juego y de encuentro si las vemos como ámbitos o realidades abiertas, no sólo como objetos o realidades cerradas. Esta forma de ver exige de nosotros toda una conversión, un cambio de ideal; cambio del ideal egoísta de servirnos de los demás para nuestros fines al ideal generoso de crear formas elevadas de unidad con los demás.
Tal conversión nos libera del apego a las ganancias inmediatas y nos otorga libertad interior, la capacidad de elegir en cada momento, no en virtud de nuestras apetencias, sino del ideal de unidad y solidaridad al que hemos consagrado la vida.
Esta vinculación a un ideal valioso implica una ob-ligación, una atenencia a cauces y normas, las normas y cauces que marcan la vía hacia la meta propuesta. Esa atenencia es vivida en el nivel 2 ‒el de la creatividad y el encuentro‒ y en el nivel 3 ‒el de los grandes valores‒ como promotora de la forma más alta de libertad: la libertad creativa. Las normas que encauzan nuestra creatividad no se oponen a esta forma de libertad; la promueven y enriquecen. Sólo se oponen a la libertad humana cuando se trata de la libertad de maniobra, propia del nivel 1 (8).
Estas precisiones son indispensables para comprender cómo desarrollamos nuestra libertad y nuestra capacidad creativa en relación al entorno. La creatividad humana es siempre dual, supone un sujeto dotado de potencias y un entorno capaz de otorgarle diversas posibilidades. Una persona puede estar muy bien dotada, pero a solas no puede ser creativa. Necesita recibir posibilidades de fuera, es decir, de realidades que en principio le son distintas, distantes, externas y extrañas y que se le hacen íntimas en cuanto asume las posibilidades que ellas le otorgan. El que interprete el esquema "dentro-fuera" como un dilema será incapaz de adivinar que es posible convertir lo distinto, distante, externo y extraño en íntimo sin dejar de ser distinto. Tal incapacidad le imposibilita para asumir activamente las posibilidades que le vengan ofrecidas. Esa asunción activa es el germen de la creatividad de los seres finitos.
El hombre desarrolla cabalmente su personalidad cuando sabe convertir en íntimas las realidades externas y ajenas, y funda con ellas un campo de libre juego, de entreveramiento fecundo. Esta fundación y aquella conversión sólo son posibles cuando descubrimos que nuestro entorno no se compone sólo de objetos sino de ámbitos o realidades abiertas, donantes de posibilidades. Tal descubrimiento nos viene facilitado, en buena medida, por la experiencia artística si la vemos con la debida hondura y penetración.
El descubrimiento de los ámbitos o realidades abiertas
A nuestro alrededor hay casas, tierras, rocas, realidades de diversos tipos. Aparecen ahí, enfrente de nosotros, como algo distinto de nuestro ser. i[Estar enfrente se dice en latín ]iob-jacere, verbo del que se deriva ob-jicere, cuyo participio es ob-jectum. A todas las realidades que están frente al hombre y pueden ser analizadas por éste sin comprometer su propio ser las llamamos objetos. Son realidades "objetivas". Estas realidades pueden ser medidas, pesadas, agarradas con la mano, situadas en el espacio, dominadas, manejadas. Los objetos y la actitud humana adecuada a los mismos constituyen el nivel 1 de realidad y de conducta.
Pero en el mundo existen realidades que son, en un aspecto, delimitables, asibles, pesables, dominables y manejables, y en otro no. Con una cinta métrica puedo medir fácilmente las dimensiones de una persona: el alto y el ancho. Pero lo que abarca en diversos aspectos ‒el ético, el afectivo, el profesional, el estético, el religioso... ‒ no lo puedo delimitar. Ni ella misma podría decirme exactamente hasta dónde llega, por ejemplo, su influjo sobre los demás y el de los demás sobre ella. «¿Dónde termina el que ama? ¿Dónde empieza el ser amado?», pregunta una mujer a su esposo en un drama de Gabriel Marcel (9). El amor es algo real, y lo mismo el influjo que ejercemos unos sobre otros, pero su realidad no es del mismo tipo que la de los objetos; tiene un alcance mayor y escapa en buena medida a la vista, al tacto, al cálculo preciso. Pero puede de alguna manera imaginarse. Estas realidades no-objetivas –en el sentido indicado– y la actitud a ellas debida pertenecen al nivel 2.
La persona humana se configura y desarrolla creando vínculos de diverso orden con multitud de realidades: la familia, la escuela, la Iglesia, el pueblo, el paisaje, la tradición, las amistades, las obras culturales, la vida profesional, los valores de todo orden, el Ser Supremo... Esos vínculos suelen implicar un influjo mutuo y dan lugar a experiencias reversibles. Esta trama de experiencias constituye un gran campo de juego, en el cual la persona va adquiriendo un modo de ser peculiar, una “personalidad” cada vez más definida, una especie de "segunda naturaleza" (10). La persona humana no se reduce, pues, a objeto; constituye todo un campo o ámbito de realidad.
Esta condición de ámbito o realidad abierta no la presentan sólo las personas. También la ostentan muchas realidades de nuestro entorno. Un piano, como mueble, es un objeto. Como instrumento, presenta un rango superior. En cuanto mueble, se halla ahí frente a mí; puedo tocarlo, medir sus dimensiones, comprobar su peso, manejarlo a mi arbitrio, ponerlo en un sitio o en otro –nivel 1f–. Como instrumento, sólo existe para mí si sé hacer juego con él, si soy capaz de asumir las posibilidades que me ofrece de crear formas sonoras. Al entrar en juego con el piano, éste deja de estar fuera de mí; se une conmigo en un mismo campo de juego, el campo de juego artístico que es la obra interpretada. Yo no puedo hacer con el piano lo que quiero; debo atenerme a su condición peculiar y a las características de la obra que toco en él –nivel 2a– (11).
Esto es sumamente importante. Las realidades que no son meros objetos nos ofrecen posibilidades de juego, es decir, posibilidades para actuar de manera creativa, y, en cuanto nos las ofrecen, tienen cierta iniciativa y merecen un trato respetuoso. Si no las respetamos, las rebajamos de condición, las tomamos como meros objetos, y con ello nos cerramos a las posibilidades que nos ofrecen y anulamos toda posibilidad de conocerlas.
Multitud de realidades de nuestro entorno presentan un aspecto de objetos, pero, vistas dinámicamente en el juego de la vida humana, se manifiestan también como ámbitos. Un barco puede ser pesado, medido, tocado, situado en el tiempo y en el espacio. Tiene las condiciones propias de los objetos (nivel 1). Pero, además de esto y en un nivel superior, ese barco concreto nos ofrece toda una serie de posibilidades: pasear, comer, dormir, pescar, navegar, combatir... Este tipo de realidades que no sólo se prestan a ser manejadas y dominadas sino que ofrecen posibilidades de acción a quien se relaciona con ellas en orden a realizar un proyecto que ha elaborado con su imaginación creadora debemos considerarlas también como "ámbitos de realidad" o sencillamente "ámbitos". Los ámbitos están delimitados como los objetos, pero se abren a otras realidades; pueden ser afectados por la acción de otros seres y ejercer, a su vez, influjo sobre ellos; abarcan cierto campo a pesar de su delimitación –nivel 2– (12).
Un ejemplar de un libro, por ser material, pesa, está circunscrito a unos limites, es susceptible de manejo, puede deteriorarse –nivel 1h–. Pero, en cuanto obra literaria, nos abre a diversos horizontes de vida, plasma procesos, expresa sentimientos, incentiva la imaginación, transmite conocimientos... En una palabra: es fuente de posibilidades y origen de iniciativas. Constituye todo un ámbito de realidad –nivel 2b–.
En síntesis, denomino "ámbitos", básicamente, a tres tipos de realidades:
1º) Las personas, seres que no están delimitados como los "objetos". Por ser corpórea, una persona tiene unas dimensiones determinadas, pero, al estar dotada de espíritu –y, por tanto, de inteligencia, voluntad, memoria, sentimiento, capacidad creativa...– desborda la delimitación espaciotemporal y abarca cierto campo: tiene iniciativa para crear relaciones, asumir las posibilidades que le ofrece el pasado, proyectar el futuro...
2º) Las realidades que no son ni personas ni objetos, por ejemplo un instrumento musical. Éste ofrece al intérprete ciertas posibilidades de sonar y puede establecer con él una relación reversible de mutuo influjo y enriquecimiento. Esta relación mutua, bidireccional, implica un modo de unidad superior a la unidad tangencial que tiene con el piano el que se limita a acariciar sus materiales.
3º) Los campos de relación que se fundan entre los ámbitos cuando se entreveran y dan lugar a un encuentro. Al unirse entre sí, las realidades "ambitales" dan lugar a ámbitos de mayor envergadura. Dos esposos se comprometen en matrimonio y crean un hogar, un campo de juego, de encuentro, de mutua ayuda y perfeccionamiento personal. Este hogar es, en todo rigor, un ámbito de realidad. Los ámbitos de realidad no son producto de una labor fabril, sino fruto de un ensamblamiento de dos o más realidades que son centros de iniciativa y operan con libertad o, al menos, con cierta capacidad de reacción. (Todo pianista siente que cada piano responde a su acción sobre él de una forma peculiar, de modo que se establece entre ambos una corriente de mutuo influjo, una experiencia reversible o de doble dirección).
Al ser fruto de un encuentro, estos ámbitos no son objetos de los que se pueda disponer. Son realidades que piden un trato respetuoso, aunque no igualitario. El pianista no puede tratar el piano como un objeto, un mero medio para realizar algo. Debe considerarlo como el medio en el cual tiene lugar el entreveramiento entre el autor de la partitura y el intérprete.
El conocimiento de los "ámbitos" es decisivo para precisar los diferentes modos de unidad que puede crear el hombre con los diversos seres de su entorno. Tal precisión es, a su vez, indispensable para elaborar una "filosofía dialógica", ya que el diálogo implica una forma eminente de unidad que ha de ser creada en cada caso.
Lo antedicho nos permite ver a una nueva luz mil y una realidades de la vida cotidiana. Citemos algunas, para ampliar nuestro campo de visión y comprender seguidamente la gran función formativa del arte.
Diversos tipos de ámbitos
El lugar en que se vive es una realidad objetiva (nivel 1). El hogar que es fundado por dos esposos constituye un ámbito, un campo de juego cargado de virtualidades y posibilidades (nivel 2).
El lenguaje, visto como medio para comunicarse, parece reducirse a un mero “útil”, algo manejable al modo de los objetos. Si acertamos a verlo como un campo de significación y de luz que abre al hombre indefinidas posibilidades de comprensión y expresión, nos aparece como un "ámbito". A ello se alude cuando se indica que "las palabras son moradas" (13).
De modo análogo, las diversas formas de juego y de trabajo son ámbitos, campos de posibilidades de acción cargada de sentido. Consiguientemente, los "papeles" que el hombre puede desempeñar en su juego vital son ámbitos: un camarero, un rey, un campesino, un marino, un acróbata circense...
Algo semejante cabe decir de las figuras que expresan "acontecimientos", sucesos que implican un mundo complejo –debido a la confluencia de distintas realidades o aspectos de la realidad– y abren campos nuevos de posibilidades. Piénsese, por ejemplo, en el "encuentro de Jacob y Rebeca", "la muerte de Julio César", la "Última Cena", "la Crucifixión", "Napoleón atravesando los Alpes"...
Han de ser vistos, asimismo, como ámbitos las realidades y los sucesos que suponen un campo de interacción: el brotar de la primavera, el declinar del otoño, un campo de olivos, un grupo de saltimbanquis, una barca pesquera o de recreo, un naufragio, una pareja de amantes, un sembrador, unas manos orantes, un anciano que medita junto a un cirio que arde...
Los sucesos que tejen la trama de la vida social significan un entreveramiento de realidades que abre diversas posibilidades a la acción humana. Basta analizar lo que implica dictar sentencia, hacer una promesa, inaugurar una red vial, consagrar un templo... Un edificio se convierte en templo cuando en él se encuentran por primera vez los creyentes que lo han edificado y el dios al que adoran. Tales sucesos han de ser considerados como ámbitos.
Algo afín acontece con las obras culturales. Cada una de ellas viene a ser un punto de confluencia de diversas realidades y ofrece al hombre un elenco de posibilidades bien definidas. Ahondemos en lo que implica una casa, una calle, una plaza, una ciudad, un puente, un monumento, unas botas de campesina, un camino, un jardín... Cada una de estas realidades culturales es una encrucijada. En ella se entreveran y vibran diversos seres. Por ejemplo, una plaza ha de ser vista, no como un mero vacío entre las casas aglomeradas, sino como el lugar de confluencia de diversas calles y el punto de encuentro de quienes habitan en ellas. Originalmente, una plaza era un lugar de encuentro, no de mero tránsito y huída, como sucede hoy. Ello explica que la plaza, como realidad cultural, ocupe un lugar destacado en el mundo de la pintura de artistas tan notables como Canaletto y Guardi. Un camino no se reduce a una forma sinuosa que se abre paso entre la fronda de un bosque. Es un lugar de comunicación, un vínculo entre pueblos y personas. Por eso desborda simbolismo, y fue plasmado en grandes obras pictóricas (14).
En su breve y densa obra El origen de la obra de arte (15), Heidegger muestra de forma penetrante que en el cuadro de Vincent van Gogh Botas de campesina se hace presente la humedad de la tierra, la dureza del trabajo en el campo, la fatiga de los pasos laboriosos..., toda una trama de realidades y circunstancias. Esta obra de arte no representa una mera figura; da cuerpo sensible a un mundo peculiar, un ámbito formado por un tejido de realidades y relaciones, y lo plasma en una imagen.
Cuando el ser humano adopta en la vida una actitud creativa, está convirtiendo constantemente los objetos y los meros espacios en ámbitos. Toma una simple tabla cuadrada. Es un objeto (nivel 1). Pinta en ella cuadros blancos y negros, sitúa sobre ellos unas figuras de ajedrez y la convierte en un tablero, es decir, en un campo de juego o ámbito. Los niños, con su fresca imaginación, son maestros en el arte de transformar los objetos en ámbitos: un palo de escoba se convierte en caballo; una muñeca, en un niño al que cuidar.
2. El arte nos enseña a convertir los objetos en ámbitos
Si tenemos una mirada penetrante, el arte y la literatura de calidad nos descubren una verdad decisiva: el auténtico entorno del hombre no está formado por objetos yuxtapuestos sino por ámbitos entretejidos (16). José Ortega y Gasset acuñó una frase que hizo fortuna –"Yo soy yo y mi circunstancia"– a fin de subrayar el carácter relacional de la vida humana. El hombre se realiza en constante interacción con cuanto lo rodea, porque es un “ser de encuentro”. Nada más cierto. Pero falta por determinar el punto crucial: cómo han de ser las realidades que el hombre trata para poder encontrarse con ellas en sentido riguroso. El encuentro significa un entreveramiento fecundo, un intercambio de posibilidades. Este intercambio y ese entreveramiento sólo son posibles entre ámbitos o realidades abiertas, no entre objetos, que son realidades cerradas.
Las grandes obras literarias nos lanzan la mirada en todo momento hacia los acontecimientos que constituyen la trama de la vida humana, vista con hondura. No se reducen a narrar simples hechos. Si seguimos emocionándonos hoy con la Antígona de Sófocles, no es porque entre una joven y un gobernante griegos hubo en la antigüedad un conflicto grave que determinó la muerte del más débil, sino porque entraron en colisión dos ámbitos de vida: el de la piedad y el de la ley, es decir: el de la ley del corazón y el de la ley escrita. Tales ámbitos forman parte de nuestra vida actual y pueden dar lugar a colisiones dramáticas.
También el arte intensifica nuestra mirada para que no se detenga en la vertiente objetiva de los seres (nivel 1), antes penetre en su condición de ámbitos (nivel 2). Cuando el genial pintor alemán Alberto Durero grabó dos manos humanas plegadas la una sobre la otra, no quiso únicamente representar la figura de dos manos yuxtapuestas; deseó plasmar un "ámbito de súplica".
Al ver una pintura o una escultura que representan a una madre que acoge a un niño, no vemos solamente una figura de mujer y otra de niño; contemplamos un “ámbito de maternidad”. Esta mirada penetrante otorga a nuestra inteligencia un alto grado de madurez, en cuanto la insta a sobrepasar las apariencias, vincular realidades de diverso rango, penetrar en el sentido profundo de cuanto vemos y sentimos.
Vas a Toledo y admiras en la sacristía de la catedral el cuadro de El Greco El expolio.
Vas a Toledo y admiras en la sacristía de la catedral el cuadro de El Greco El expolio.
Adviertes que el rojo escarlata de la túnica de Jesús destaca su figura y la hace adelantarse. Ese efecto saliente es moderado por el azul del manto de María, que contempla asustada el agujero que un sayón está abriendo en la cruz. Pero no te quedas en los pormenores de la composición del cuadro. Pasas más allá. Descubres que el artista no sitúa las figuras en un espacio físico; crea un ámbito espiritual de odio en torno a Jesús, al que destaca para hacer resaltar su increíble soberanía de espíritu que le permite distanciarse de sus intereses particulares y mirar extáticamente hacia lo alto en actitud indulgente. Todo el temple de Jesús ante la pasión quedó plasmado de forma inigualable en esta obra, a la que El Greco amaba tan intensamente que retomó el tema varias veces. ¿Quién podría afirmar que ese mundo asfixiante de odio, por una parte, y esa vida rebosante de libertad interior, por otra, son meras ficciones artísticas? Son ámbitos reales, dotados de un modo de racionalidad propia y de una forma de rigor especifico. Pero este rigor, esta racionalidad y esa realidad sólo podemos captarlos si tenemos agudeza suficiente para leer el lenguaje pictórico. Aprender a leer los diferentes lenguajes es presupuesto indispensable para pensar con rigor.
Algo afín acontece con el lenguaje arquitectónico. Un templo es el lugar en el que se entrecruzan la tierra en que se asienta el edificio y de la que surgieron los materiales necesarios, el espacio en que se alza la construcción, los creyentes que decidieron realizarla y el Dios al que adoran. Justo en el momento en que la comunidad creyente, reunida en ese lugar, establece una relación orante con la divinidad, el edificio se convierte en templo. Éste es una realidad relacional, un campo de juego creador, un lugar de encuentro de los hombres con Dios, un ámbito.
Un trozo de pan puede ser considerado como un objeto porque es medible, pesable, manejable, situable a distancia del sujeto... Si lo contemplamos de forma relacional, veremos el pan vinculado a los frutos de la tierra con que es elaborado, por ejemplo el trigo. Pero el trigo no es un simple objeto, ni un producto de un proceso fabril, sino el fruto de una confluencia múltiple de elementos. El campesino recibe de sus mayores unas semillas, las deposita confiadamente en la madre tierra y espera paciente a que el océano lance al aire vapor de agua, y los vientos lo transporten, y, convertido en lluvia, empape la tierra y sirva de enlace a las sustancias minerales y las semillas, hasta que venga el padre sol –fuente de toda energía‒ a dorar la mies... El pan acaba mostrándose como una realidad relacional que abarca un campo inmenso, tan amplio como el universo. Más que un objeto, es un campo de realidad, un ámbito. Más que un producto, es un fruto.
Cuando en la Eucaristía es ofrecido por el sacerdote al Creador, vemos aunados en ese gesto oblativo todos los seres con los que el hombre puede relacionarse: la tierra y el espacio, los hombres y la divinidad (17). A ello se debe que el pan adquiera un gran poder simbólico, por ejemplo cuando expresa en una comida de hermandad la amistad de un anfitrión y sus huéspedes. El padre de familia parte, reparte y comparte el pan de la amistad para indicar que, así como éste es fruto de una confluencia fecunda de diversos seres, las personas que lo toman en común para alimentarse dejan patente su unión mutua. Lo mismo cabe decir del vino.
Repase el lector la serie de realidades y acontecimientos de la vida humana a los que he considerado como ámbitos y verá que afluyen a su memoria cientos de obras literarias y artísticas que los han tomado como tema central. Podemos afirmar sin temor que tales temas han entrado por la puerta grande en la historia del arte y la literatura por ser ámbitos y no meros objetos (18).
3. El arte nos insta a integrar los diversos modos de realidad
¿Por qué son tan expresivas las manos en los cuadros de El Greco? Porque una mano, al moverse expresivamente, integra diversos modos de realidad: el físico, el fisiológico, el psicológico, el simbólico, el sociológico, el espiritual... Te doy la mano para saludarte, y en ese gesto cotidiano late toda la riqueza que implican esos modos de realidad cuando se conjugan para dar lugar a un encuentro. Un saludo no se reduce a dos manos que se aprietan; implica dos personas que se van al encuentro.
Algo afín ocurre en el arte. Toda obra artística cualificada nos muestra siete modos o niveles de realidad entrelazados:
1. Los materiales expresivos tomados aisladamente.
2. Dichos materiales vinculados entre sí y dotados, por ello, de una expresividad nueva.
3. Esos materiales estructurados mediante una forma que los ensambla en un conjunto lleno de sentido y expresividad.
4. Los ámbitos expresados a través de las formas de cada obra. Una Anunciación expresa el ámbito de interrelación redentora de Dios y el hombre, de la entrega de María a la obra salvífica de su Hijo, de la esperanza de salvación. Una "Última cena" suele plasmar, ante todo, el misterio eucarístico, como presencia amorosa de Jesús entre los creyentes, pero puede centrarse también en la conmoción psicológica de los apóstoles al enterarse de que uno de ellos iba a traicionar al Maestro. Lo primero sucede de ordinario en el arte bizantino y románico; lo segundo en el Renacimiento (singularmente, en Leonardo da Vinci).
5. El “mundo” que se plasma en cada obra de arte. En La última cena de Leonardo da Vinci se plasman varios ámbitos de vida, sobre todo el estado de ansiedad de los apóstoles por saber quién iba a ser el traidor. A través de todos ellos se nos revela todo un estilo de vida, una actitud ante la vida de fe, todo un “mundo” cultural y religioso, el propio del Renacimiento.
6. El entorno vital de la obra, el contexto para el que fue creada y al que pertenece por su condición relacional. La Asunta del gran Tiziano fue pintada para la iglesia Dei Frari en Venecia. Al recorrer la amplia nave, nos vemos atraídos por el inmenso cuadro que ejerce la función de retablo principal. En un museo estaría mejor cuidado e iluminado, pero no sería tan expresivo como en este privilegiado lugar.
De modo afín, la Pasión según San Mateo de Bach adquiere todo su sentido y su alcance cuando es interpretada como parte de la liturgia del Viernes Santo.
7. La emotividad suscitada por este conjunto expresivo. Hoy tiende a depreciarse la relación de las obras musicales con el sentimiento humano. Pero no está justificada esta tendencia a amputar la vertiente emotiva de nuestro ser. Los sentimientos humanos constructivos son fruto de nuestra reacción ante lo valioso. Lo anodino nos deja fríos, apáticos. Los sentimientos más altos son suscitados por la vibración de nuestra persona entera ante lo muy relevante. El sentimiento de sobrecogimiento brota ante la contemplación de lo sublime. Vemos, pues, que los sentimientos presentan un poder cognoscitivo, por cuanto nos ayudan a distinguir lo que enriquece y lo empobrece, lo que construye y lo que destruye, lo noble y lo rastrero. De ahí la necesidad de promover una auténtica “cultura del corazón”.
Estos siete modos o niveles de realidad no se hallan en las obras artísticas meramente yuxtapuestos sino estructurados, intervinculados de forma expresiva. Se necesitan mutuamente, y cada uno acrecienta la expresividad peculiar de los demás. Por eso el contemplador debe prestarles una atención conjunta, y sentir cómo se enriquecen al integrarse en la obra. La plenitud de la experiencia artística se vive cuando, al oír por ejemplo la obra antedicha de Bach, se ve cómo el mundo barroco y el pietista cobran cuerpo expresivo en los diferentes ámbitos de la Pasión del Señor, tal como son expresados por determinadas formas musicales merced a la fuerza expresiva de los materiales sonoros, vinculados entre sí.
A esta forma de integrar de arriba abajo los siete niveles de realidad de la obra, debe unirse una forma inversa de contemplarlos de abajo arriba. Cada materia expresiva –sonidos, colores, materiales de todo orden... ‒ se adapta mejor a un tipo de forma que otra, podríamos decir que pide una determinada forma, y cada forma, a su vez, se presta mejor para expresar tal o cual ámbito y suscitar tales o cuales sentimientos... (19)
Además de procurarnos un altísimo gozo espiritual, esta contemplación global de los siete niveles de realidad nos ayuda a pensar de forma madura, es decir, con largo alcance, comprehensión o amplitud y profundidad. El ejercicio de esta forma de inteligencia abierta y profunda, capaz de integrar modos de realidad complementarios, es decisiva para nuestra formación.
Percibir una realidad o una acción y descubrir en ellas un valor no es difícil, sobre todo cuando tal valor implica agrado para quien lo asume. Descubrir los valores que entrañan varias realidades o acciones, establecer entre ellos una jerarquía según su rango y conceder la primacía a los más elevados implica una dificultad mayor, entre otras razones porque supone sacrificio. Desde hace al menos dos siglos se afirma profusamente que todo sacrificio implica una represión y ésta bloquea insalvablemente el desarrollo de nuestra personalidad. Se olvida que la represión acontece cuando renunciamos a algo que juzgamos valioso y nos quedamos en vacío. Si prescindimos de un valor para conseguir otro superior, no nos reprimimos, no bloqueamos el desarrollo normal de nuestro ser; nos realizamos como personas.
Una ley o constante de la vida humana establece que para lograr un valor determinado debemos renunciar a valores inferiores. La unión fusional con la madre supone un valor para el ser humano en estado fetal. Tras el alumbramiento, el bebé se halla desvalido y siente la urgencia de fundar con la madre un modo de relación en el que pueda hallarse acogido. Esta relación primera ostenta, asimismo, un gran valor para el niño. Sin embargo, por ley de vida el niño debe renunciar paulatinamente al carácter casi fusional de esa vinculación con la madre y establecer con ella un nexo que vincule la independencia y la unidad. Esta relación de "amistad" entraña un valor más alto que los modos anteriores de unión, y ha debido ser logrado a través de una serie de renuncias y superaciones. Al contemplar la altura alcanzada en la vida mediante la fundación de una estrecha unión personal con la madre, ¿podrá considerar alguien tales sacrificios como represivos? La experiencia estética nos dispone para contestar a esta pregunta de modo certero.
La técnica contemporánea nos abre un horizonte de nuevas experiencias estéticas, sumamente valiosas e instructivas. Una de ellas es el despegar de un avión potente. Ponte al lado de una pista de despegue. Contempla el volumen del avión; asómbrate al pensar en el número elevado de toneladas que pesa. Posiblemente piensas que tan ingente mole quedará abatida sobre el asfalto. Pero, en cuanto rugen los motores, la inmensa aeronave se carga de energía, vibra, se apresta a lanzarse velozmente por la pista. Arranca y gana inmediatamente una gran velocidad. Va ceñida al suelo y al cauce de la pista. Al cabo de breves minutos debe renunciar a la seguridad de ésta y alzar el vuelo. De no hacerlo, se estrellará inevitablemente contra el primer obstáculo del terreno. La magnífica libertad de volar debe ganarla a costa de una renuncia. La pista es necesaria; correr por ella durante unos minutos resulta indispensable, pero no puede considerarse como una meta.
Intente el lector aplicar esta experiencia a diversas cuestiones de la vida ética, y descubrirá su extrema fecundidad. Un joven se ve dotado de energía sexual y tiende a ponerla en juego. Advierte en tal ejercicio un valor, pues le proporciona agrado, saciedad y cierta sensación de poderío. Tal descubrimiento puede encandilarlo, en el doble sentido de llamarle la atención y enceguecerlo. Tal enceguecimiento se produce cuando el joven considera dicho valor como una meta en vez de tomarlo como una pista de despegue, un detector de un valor más alto que debe conseguir a su través. Las energías instintivas piden, de por sí, ser complementadas por las energías que proceden del ideal que orienta e impulsa la propia vida. El ideal ajustado al ser personal del hombre consiste en fundar modos elevados de unidad, es decir, formas de encuentro personal. Poner en juego las energías sexuales para quedarse en ellas significa negarse a despegar hacia un modo de vida auténticamente libre y, por tanto, verdaderamente personal (20).
NOTAS
(1) Cf. R. Gómez Pérez: Ni de Letras ni de Ciencias. Una educación humana (Rialp, Madrid 1999) 78.
(2) Lo expongo en el librito La novena de Beethoven (Rialp, Madrid, de inminente aparición). Recordemos que el magno sistema teológico de Hans Urs von Balthasar arranca de la experiencia estética que hace el bebé de la belleza que encierra la sonrisa de su madre. Benedicto XVI subraya, en su conferencia «La contemplación de la Belleza» (Humanitas X , 2005, p. 86), el poder que tiene la experiencia de la suma belleza de elevarnos al plano de la fe religiosa. Este tránsito puede parecer, en principio, un salto ilegítimo, pero la investigación de los niveles de realidad y de conducta que estoy realizando me lleva a pensar que cada nivel se perfecciona adentrándose en el inmediato superior, de modo que, cuando alcanzamos el plano más alto del nivel 3 ‒el de los grandes valores‒, la energía que irradian las experiencias realizadas allí nos lleva a traspasar el umbral del nivel 4, el específicamente religioso. Cf. La ética o es transfiguración o no es nada (BAC, Madrid 2014) 855ss.
(3) Cf. «Conferencia sobre políticas culturales» (Dirección General de Bellas Artes, Madrid 1970).
(4) Las condiciones y la eficacia de este tipo de mirada las expongo con cierta amplitud en El arte de leer creativamente (Stella Maris, Barcelona 2014, págs. 41-77).
(5) Cf. o.c. (Universidad de Deusto, Bilbao 2010, 3ª ed.),
(6) Cf. Ética (Revista de Occidente, Madrid 1965, 3ª ed.) 413-414.
(7) Cf. Juan Rof Carballo: El hombre como encuentro (Alfaguara, Madrid 1973); Violencia y ternura (Prensa Española, Madrid 1977, 3ª ed.). Manuel Cabada Castro: La vigencia del amor(San Pablo, Madrid 1994).
(8) Lo he mostrado ampliamente, por vía de descubrimiento, en la obra Descubrir la grandeza de la vida (Desclée de Brouwer, Bilbao 2010, 2ª ed.; Puerto de Palos, Buenos Aires 2006), El secreto de una vida lograda (Palabra, Madrid 2008, 2ª ed.).
(9) "Tú mismo…él mismo. ¿Dónde empieza una personalidad? Eras tú, sin embargo. ¿No crees que cada uno de nosotros se prolonga en lo que suscita?" (G. Marcel: Le Quatour en fa dièse [El cuarteto en fa sostenido], escena final, Plon, Paris 1925).
(10) Recordemos que esta segunda naturaleza recibió en la antigua Grecia el nombre de êthos (con eta o e larga), del que se deriva el sustantivo Ética. El mismo nombre con e breve o epsilon (éthos) significaba costumbre, hábito. Fue traducido en Roma con el término mos, cuyo genitivo es moris, que dio lugar al vocablo Moral. La ética, en sentido riguroso, no se reduce a un “Tratado de las costumbres”; implica el estudio de la segunda naturaleza que vamos adquiriendo al adoptar ciertas actitudes ante la vida, realizar determinados actos y adquirir los hábitos correlativos. Pero, como esa naturaleza o modo de ser la configuramos a base de repetir ciertos actos y adquirir los hábitos correspondientes, llegaron a considerarse como sinónimos la Ética y la Moral.
(11) Los diferentes niveles de realidad y de conducta los explico en las obras Descubrir la grandeza de la vida, o.c., y El descubrimiento del amor auténtico (BAC, Madrid 2012). Los distintos planos que debemos distinguir en cada nivel los expongo en La ética o es transfiguración o no es nada, o.c., págs. 485-528
(12) El tipo de actividades que se pueden realizar en el barco determinan el plano del nivel 2 en que éste se halla.
(13) Cf. Michel Quesnel: Saint-Exupéry ou la vérité de la poésie (Plon, Paris 1965).
(14) Un análisis amplio de todos estos temas se halla en mi Estética de la creatividad. Juego. Arte. Literatura (Rialp, Madrid 1998, 3ª ed.) 183-281.
(15) Cf. Der Ursprung des Kunstwerkes, en Holzwege (V. Klostermann, Frankfurt/M. 1957) 21ss.. Versión española: El origen de la obra de arte, en Caminos del bosque (Alianza Editorial, Madrid 1998) 23-41. Sobre el carácter relacional de la interpretación que realiza Heidegger de un templo griego y del cuadro de Van Gogh Las botas de campesina, puede verse mi obra La experiencia estética y su poder formativo (Universidad de Deusto, Bilbao 2004, 2ª ed.) 91 ss.
(16) Amplias precisiones sobre esta forma privilegiada de mirar pueden verse en mi trabajo "La mirada profunda" (www.racmyp.es y El arte de leer creativamente, Stella Maris, Barcelona 2014, págs. 41-75).
(17) Esta concepción relacional de ciertas realidades la destacó Martin Heidegger en su doctrina acerca de "Los cuatro" (Das Geviert). Véanse, sobre ello, mis obras Cinco grandes tareas del pensamiento actual (Gredos, Madrid 1977) 43-80; La experiencia estética y su poder formativo, o.c., 91 ss; Inteligencia creativa, o.c., 285-311.
(18) El concepto de ámbito lo explico ampliamente en la Estética de la creatividad o.c., Inteligencia creativa, o.c., La tolerancia y la manipulación (Rialp, Madrid 2001) 40-43 y La ética o es transfiguración o no es nada, o.c., págs. 397-485. Los ámbitos como tema primordial del arte es objeto de estudio en mi obra La experiencia estética y su poder formativo, o.c., 37 ss, 221-222, 315 ss, 328 ss. La diferencia entre figura e imagen la analizo en Cómo formarse en ética a través de la literatura (Rialp, Madrid 1994, 2ª ed.) 67-73.
(19) Los temas expuestos anteriormente son explanados en mi obra La experiencia estética y su poder formativo, o.c., 233-279.
(20) Sobre estos sugestivos temas pueden verse mis obras El amor humano (Edibesa, Madrid 1994, 3ª ed.); La formación para el amor (San Pablo, Madrid 1995); El secreto de una vida lograda (Palabra, Madrid 2004, 2ª ed.); El descubrimiento del amor auténtico (BAC, Madrid 2012).
Algo afín acontece con el lenguaje arquitectónico. Un templo es el lugar en el que se entrecruzan la tierra en que se asienta el edificio y de la que surgieron los materiales necesarios, el espacio en que se alza la construcción, los creyentes que decidieron realizarla y el Dios al que adoran. Justo en el momento en que la comunidad creyente, reunida en ese lugar, establece una relación orante con la divinidad, el edificio se convierte en templo. Éste es una realidad relacional, un campo de juego creador, un lugar de encuentro de los hombres con Dios, un ámbito.
Un trozo de pan puede ser considerado como un objeto porque es medible, pesable, manejable, situable a distancia del sujeto... Si lo contemplamos de forma relacional, veremos el pan vinculado a los frutos de la tierra con que es elaborado, por ejemplo el trigo. Pero el trigo no es un simple objeto, ni un producto de un proceso fabril, sino el fruto de una confluencia múltiple de elementos. El campesino recibe de sus mayores unas semillas, las deposita confiadamente en la madre tierra y espera paciente a que el océano lance al aire vapor de agua, y los vientos lo transporten, y, convertido en lluvia, empape la tierra y sirva de enlace a las sustancias minerales y las semillas, hasta que venga el padre sol –fuente de toda energía‒ a dorar la mies... El pan acaba mostrándose como una realidad relacional que abarca un campo inmenso, tan amplio como el universo. Más que un objeto, es un campo de realidad, un ámbito. Más que un producto, es un fruto.
Cuando en la Eucaristía es ofrecido por el sacerdote al Creador, vemos aunados en ese gesto oblativo todos los seres con los que el hombre puede relacionarse: la tierra y el espacio, los hombres y la divinidad (17). A ello se debe que el pan adquiera un gran poder simbólico, por ejemplo cuando expresa en una comida de hermandad la amistad de un anfitrión y sus huéspedes. El padre de familia parte, reparte y comparte el pan de la amistad para indicar que, así como éste es fruto de una confluencia fecunda de diversos seres, las personas que lo toman en común para alimentarse dejan patente su unión mutua. Lo mismo cabe decir del vino.
Repase el lector la serie de realidades y acontecimientos de la vida humana a los que he considerado como ámbitos y verá que afluyen a su memoria cientos de obras literarias y artísticas que los han tomado como tema central. Podemos afirmar sin temor que tales temas han entrado por la puerta grande en la historia del arte y la literatura por ser ámbitos y no meros objetos (18).
3. El arte nos insta a integrar los diversos modos de realidad
¿Por qué son tan expresivas las manos en los cuadros de El Greco? Porque una mano, al moverse expresivamente, integra diversos modos de realidad: el físico, el fisiológico, el psicológico, el simbólico, el sociológico, el espiritual... Te doy la mano para saludarte, y en ese gesto cotidiano late toda la riqueza que implican esos modos de realidad cuando se conjugan para dar lugar a un encuentro. Un saludo no se reduce a dos manos que se aprietan; implica dos personas que se van al encuentro.
Algo afín ocurre en el arte. Toda obra artística cualificada nos muestra siete modos o niveles de realidad entrelazados:
1. Los materiales expresivos tomados aisladamente.
2. Dichos materiales vinculados entre sí y dotados, por ello, de una expresividad nueva.
3. Esos materiales estructurados mediante una forma que los ensambla en un conjunto lleno de sentido y expresividad.
4. Los ámbitos expresados a través de las formas de cada obra. Una Anunciación expresa el ámbito de interrelación redentora de Dios y el hombre, de la entrega de María a la obra salvífica de su Hijo, de la esperanza de salvación. Una "Última cena" suele plasmar, ante todo, el misterio eucarístico, como presencia amorosa de Jesús entre los creyentes, pero puede centrarse también en la conmoción psicológica de los apóstoles al enterarse de que uno de ellos iba a traicionar al Maestro. Lo primero sucede de ordinario en el arte bizantino y románico; lo segundo en el Renacimiento (singularmente, en Leonardo da Vinci).
5. El “mundo” que se plasma en cada obra de arte. En La última cena de Leonardo da Vinci se plasman varios ámbitos de vida, sobre todo el estado de ansiedad de los apóstoles por saber quién iba a ser el traidor. A través de todos ellos se nos revela todo un estilo de vida, una actitud ante la vida de fe, todo un “mundo” cultural y religioso, el propio del Renacimiento.
6. El entorno vital de la obra, el contexto para el que fue creada y al que pertenece por su condición relacional. La Asunta del gran Tiziano fue pintada para la iglesia Dei Frari en Venecia. Al recorrer la amplia nave, nos vemos atraídos por el inmenso cuadro que ejerce la función de retablo principal. En un museo estaría mejor cuidado e iluminado, pero no sería tan expresivo como en este privilegiado lugar.
De modo afín, la Pasión según San Mateo de Bach adquiere todo su sentido y su alcance cuando es interpretada como parte de la liturgia del Viernes Santo.
7. La emotividad suscitada por este conjunto expresivo. Hoy tiende a depreciarse la relación de las obras musicales con el sentimiento humano. Pero no está justificada esta tendencia a amputar la vertiente emotiva de nuestro ser. Los sentimientos humanos constructivos son fruto de nuestra reacción ante lo valioso. Lo anodino nos deja fríos, apáticos. Los sentimientos más altos son suscitados por la vibración de nuestra persona entera ante lo muy relevante. El sentimiento de sobrecogimiento brota ante la contemplación de lo sublime. Vemos, pues, que los sentimientos presentan un poder cognoscitivo, por cuanto nos ayudan a distinguir lo que enriquece y lo empobrece, lo que construye y lo que destruye, lo noble y lo rastrero. De ahí la necesidad de promover una auténtica “cultura del corazón”.
Estos siete modos o niveles de realidad no se hallan en las obras artísticas meramente yuxtapuestos sino estructurados, intervinculados de forma expresiva. Se necesitan mutuamente, y cada uno acrecienta la expresividad peculiar de los demás. Por eso el contemplador debe prestarles una atención conjunta, y sentir cómo se enriquecen al integrarse en la obra. La plenitud de la experiencia artística se vive cuando, al oír por ejemplo la obra antedicha de Bach, se ve cómo el mundo barroco y el pietista cobran cuerpo expresivo en los diferentes ámbitos de la Pasión del Señor, tal como son expresados por determinadas formas musicales merced a la fuerza expresiva de los materiales sonoros, vinculados entre sí.
A esta forma de integrar de arriba abajo los siete niveles de realidad de la obra, debe unirse una forma inversa de contemplarlos de abajo arriba. Cada materia expresiva –sonidos, colores, materiales de todo orden... ‒ se adapta mejor a un tipo de forma que otra, podríamos decir que pide una determinada forma, y cada forma, a su vez, se presta mejor para expresar tal o cual ámbito y suscitar tales o cuales sentimientos... (19)
Además de procurarnos un altísimo gozo espiritual, esta contemplación global de los siete niveles de realidad nos ayuda a pensar de forma madura, es decir, con largo alcance, comprehensión o amplitud y profundidad. El ejercicio de esta forma de inteligencia abierta y profunda, capaz de integrar modos de realidad complementarios, es decisiva para nuestra formación.
Percibir una realidad o una acción y descubrir en ellas un valor no es difícil, sobre todo cuando tal valor implica agrado para quien lo asume. Descubrir los valores que entrañan varias realidades o acciones, establecer entre ellos una jerarquía según su rango y conceder la primacía a los más elevados implica una dificultad mayor, entre otras razones porque supone sacrificio. Desde hace al menos dos siglos se afirma profusamente que todo sacrificio implica una represión y ésta bloquea insalvablemente el desarrollo de nuestra personalidad. Se olvida que la represión acontece cuando renunciamos a algo que juzgamos valioso y nos quedamos en vacío. Si prescindimos de un valor para conseguir otro superior, no nos reprimimos, no bloqueamos el desarrollo normal de nuestro ser; nos realizamos como personas.
Una ley o constante de la vida humana establece que para lograr un valor determinado debemos renunciar a valores inferiores. La unión fusional con la madre supone un valor para el ser humano en estado fetal. Tras el alumbramiento, el bebé se halla desvalido y siente la urgencia de fundar con la madre un modo de relación en el que pueda hallarse acogido. Esta relación primera ostenta, asimismo, un gran valor para el niño. Sin embargo, por ley de vida el niño debe renunciar paulatinamente al carácter casi fusional de esa vinculación con la madre y establecer con ella un nexo que vincule la independencia y la unidad. Esta relación de "amistad" entraña un valor más alto que los modos anteriores de unión, y ha debido ser logrado a través de una serie de renuncias y superaciones. Al contemplar la altura alcanzada en la vida mediante la fundación de una estrecha unión personal con la madre, ¿podrá considerar alguien tales sacrificios como represivos? La experiencia estética nos dispone para contestar a esta pregunta de modo certero.
La técnica contemporánea nos abre un horizonte de nuevas experiencias estéticas, sumamente valiosas e instructivas. Una de ellas es el despegar de un avión potente. Ponte al lado de una pista de despegue. Contempla el volumen del avión; asómbrate al pensar en el número elevado de toneladas que pesa. Posiblemente piensas que tan ingente mole quedará abatida sobre el asfalto. Pero, en cuanto rugen los motores, la inmensa aeronave se carga de energía, vibra, se apresta a lanzarse velozmente por la pista. Arranca y gana inmediatamente una gran velocidad. Va ceñida al suelo y al cauce de la pista. Al cabo de breves minutos debe renunciar a la seguridad de ésta y alzar el vuelo. De no hacerlo, se estrellará inevitablemente contra el primer obstáculo del terreno. La magnífica libertad de volar debe ganarla a costa de una renuncia. La pista es necesaria; correr por ella durante unos minutos resulta indispensable, pero no puede considerarse como una meta.
Intente el lector aplicar esta experiencia a diversas cuestiones de la vida ética, y descubrirá su extrema fecundidad. Un joven se ve dotado de energía sexual y tiende a ponerla en juego. Advierte en tal ejercicio un valor, pues le proporciona agrado, saciedad y cierta sensación de poderío. Tal descubrimiento puede encandilarlo, en el doble sentido de llamarle la atención y enceguecerlo. Tal enceguecimiento se produce cuando el joven considera dicho valor como una meta en vez de tomarlo como una pista de despegue, un detector de un valor más alto que debe conseguir a su través. Las energías instintivas piden, de por sí, ser complementadas por las energías que proceden del ideal que orienta e impulsa la propia vida. El ideal ajustado al ser personal del hombre consiste en fundar modos elevados de unidad, es decir, formas de encuentro personal. Poner en juego las energías sexuales para quedarse en ellas significa negarse a despegar hacia un modo de vida auténticamente libre y, por tanto, verdaderamente personal (20).
NOTAS
(1) Cf. R. Gómez Pérez: Ni de Letras ni de Ciencias. Una educación humana (Rialp, Madrid 1999) 78.
(2) Lo expongo en el librito La novena de Beethoven (Rialp, Madrid, de inminente aparición). Recordemos que el magno sistema teológico de Hans Urs von Balthasar arranca de la experiencia estética que hace el bebé de la belleza que encierra la sonrisa de su madre. Benedicto XVI subraya, en su conferencia «La contemplación de la Belleza» (Humanitas X , 2005, p. 86), el poder que tiene la experiencia de la suma belleza de elevarnos al plano de la fe religiosa. Este tránsito puede parecer, en principio, un salto ilegítimo, pero la investigación de los niveles de realidad y de conducta que estoy realizando me lleva a pensar que cada nivel se perfecciona adentrándose en el inmediato superior, de modo que, cuando alcanzamos el plano más alto del nivel 3 ‒el de los grandes valores‒, la energía que irradian las experiencias realizadas allí nos lleva a traspasar el umbral del nivel 4, el específicamente religioso. Cf. La ética o es transfiguración o no es nada (BAC, Madrid 2014) 855ss.
(3) Cf. «Conferencia sobre políticas culturales» (Dirección General de Bellas Artes, Madrid 1970).
(4) Las condiciones y la eficacia de este tipo de mirada las expongo con cierta amplitud en El arte de leer creativamente (Stella Maris, Barcelona 2014, págs. 41-77).
(5) Cf. o.c. (Universidad de Deusto, Bilbao 2010, 3ª ed.),
(6) Cf. Ética (Revista de Occidente, Madrid 1965, 3ª ed.) 413-414.
(7) Cf. Juan Rof Carballo: El hombre como encuentro (Alfaguara, Madrid 1973); Violencia y ternura (Prensa Española, Madrid 1977, 3ª ed.). Manuel Cabada Castro: La vigencia del amor(San Pablo, Madrid 1994).
(8) Lo he mostrado ampliamente, por vía de descubrimiento, en la obra Descubrir la grandeza de la vida (Desclée de Brouwer, Bilbao 2010, 2ª ed.; Puerto de Palos, Buenos Aires 2006), El secreto de una vida lograda (Palabra, Madrid 2008, 2ª ed.).
(9) "Tú mismo…él mismo. ¿Dónde empieza una personalidad? Eras tú, sin embargo. ¿No crees que cada uno de nosotros se prolonga en lo que suscita?" (G. Marcel: Le Quatour en fa dièse [El cuarteto en fa sostenido], escena final, Plon, Paris 1925).
(10) Recordemos que esta segunda naturaleza recibió en la antigua Grecia el nombre de êthos (con eta o e larga), del que se deriva el sustantivo Ética. El mismo nombre con e breve o epsilon (éthos) significaba costumbre, hábito. Fue traducido en Roma con el término mos, cuyo genitivo es moris, que dio lugar al vocablo Moral. La ética, en sentido riguroso, no se reduce a un “Tratado de las costumbres”; implica el estudio de la segunda naturaleza que vamos adquiriendo al adoptar ciertas actitudes ante la vida, realizar determinados actos y adquirir los hábitos correlativos. Pero, como esa naturaleza o modo de ser la configuramos a base de repetir ciertos actos y adquirir los hábitos correspondientes, llegaron a considerarse como sinónimos la Ética y la Moral.
(11) Los diferentes niveles de realidad y de conducta los explico en las obras Descubrir la grandeza de la vida, o.c., y El descubrimiento del amor auténtico (BAC, Madrid 2012). Los distintos planos que debemos distinguir en cada nivel los expongo en La ética o es transfiguración o no es nada, o.c., págs. 485-528
(12) El tipo de actividades que se pueden realizar en el barco determinan el plano del nivel 2 en que éste se halla.
(13) Cf. Michel Quesnel: Saint-Exupéry ou la vérité de la poésie (Plon, Paris 1965).
(14) Un análisis amplio de todos estos temas se halla en mi Estética de la creatividad. Juego. Arte. Literatura (Rialp, Madrid 1998, 3ª ed.) 183-281.
(15) Cf. Der Ursprung des Kunstwerkes, en Holzwege (V. Klostermann, Frankfurt/M. 1957) 21ss.. Versión española: El origen de la obra de arte, en Caminos del bosque (Alianza Editorial, Madrid 1998) 23-41. Sobre el carácter relacional de la interpretación que realiza Heidegger de un templo griego y del cuadro de Van Gogh Las botas de campesina, puede verse mi obra La experiencia estética y su poder formativo (Universidad de Deusto, Bilbao 2004, 2ª ed.) 91 ss.
(16) Amplias precisiones sobre esta forma privilegiada de mirar pueden verse en mi trabajo "La mirada profunda" (www.racmyp.es y El arte de leer creativamente, Stella Maris, Barcelona 2014, págs. 41-75).
(17) Esta concepción relacional de ciertas realidades la destacó Martin Heidegger en su doctrina acerca de "Los cuatro" (Das Geviert). Véanse, sobre ello, mis obras Cinco grandes tareas del pensamiento actual (Gredos, Madrid 1977) 43-80; La experiencia estética y su poder formativo, o.c., 91 ss; Inteligencia creativa, o.c., 285-311.
(18) El concepto de ámbito lo explico ampliamente en la Estética de la creatividad o.c., Inteligencia creativa, o.c., La tolerancia y la manipulación (Rialp, Madrid 2001) 40-43 y La ética o es transfiguración o no es nada, o.c., págs. 397-485. Los ámbitos como tema primordial del arte es objeto de estudio en mi obra La experiencia estética y su poder formativo, o.c., 37 ss, 221-222, 315 ss, 328 ss. La diferencia entre figura e imagen la analizo en Cómo formarse en ética a través de la literatura (Rialp, Madrid 1994, 2ª ed.) 67-73.
(19) Los temas expuestos anteriormente son explanados en mi obra La experiencia estética y su poder formativo, o.c., 233-279.
(20) Sobre estos sugestivos temas pueden verse mis obras El amor humano (Edibesa, Madrid 1994, 3ª ed.); La formación para el amor (San Pablo, Madrid 1995); El secreto de una vida lograda (Palabra, Madrid 2004, 2ª ed.); El descubrimiento del amor auténtico (BAC, Madrid 2012).