LA ESTÉTICA MUSICAL Y EL CULTIVO DE LA BELLEZA
«La música es, en cierta medida, la patria del alma» (Gabriel Marcel)
(Cf. J. Parain.Vial (ed.): L´esthétique musicale de G. Marcel, Aubier, Paris 1980, p. 133)
Primera aproximación al concepto de Estética
«La música es, en cierta medida, la patria del alma» (Gabriel Marcel)
(Cf. J. Parain.Vial (ed.): L´esthétique musicale de G. Marcel, Aubier, Paris 1980, p. 133)
Primera aproximación al concepto de Estética
Para clarificar lo que significa la Estética, el método más adecuado es comenzar adentrándose en su radio de acción. Ves el Partenón y admiras su majestuosidad, su equilibrio, el resplandor de su mármol pentélico. Dejas que esa admiración empape tus sentidos y penetre en tu interior. Pronto te preguntarás por el origen de esa belleza, y un experto te explicará que se funda en la armonía, es decir, en la impresión de orden y equilibrio que nos produce la confluencia de dos tipos de interrelaciones: la proporción y la medida o mesura. Todas las partes de ese edificio guardan una determinada proporción entre sí. Por ejemplo, la altura de las columnas es dieciséis veces el radio de la base, al tratarse del estilo dórico. El edificio entero tiene como medida la figura humana, de la que no puede alejarse mucho ni por exceso ni por defecto.
Acabamos de realizar dos experiencias estéticas básicas: una espontánea, inmediata; otra más reflexiva, un tanto distanciada de la primera, pero no alejada. Hagamos otra experiencia de este género, tomada del ámbito musical.
Oyes a un pianista interpretar la Sonata en do menor (“Patética”) de Beethoven y te sorprende su fuerza expresiva, su energía rítmica, la lógica interna con que se suceden los temas de forma arrebatadora. Tus sentidos se conmueven intensamente, pero no retienen tu atención; más bien la lanzan hacia algo suprasensorial: la estructura de la obra. No olvidas esa especie de invasión de belleza que te produjo la primera audición de la sonata, pero te sientes llevado a conocer su interna articulación. Y alguien te muestra el primer tema patético y sombrío, y luego el segundo, lleno de brío y de luz. Seguidamente, el desarrollo, en el que ambos temas juegan entre sí, a veces luchan y se adueña el uno del espacio del otro, para luego repetir la andadura desde el principio. Este análisis hace más lúcida tu experiencia primera de la obra.
Pero imagínate que el pianista te explica el proceso que ha seguido en el aprendizaje de la obra y el tipo de unión profunda que ha creado con ella. Al principio, el intérprete lee despacio la partitura; estudia nota a nota la digitación debida; analiza las diversas frases y las ensambla. Mientras realiza esta labor de ojeo de la obra, su interpretación es tanteante y premiosa, carente de soltura y libertad interna. A fuerza de ensayos, las formas se perfilan a través de la fronda de las notas, cobran cuerpo, se articulan unas con otras. Al configurar de esta forma la obra, el intérprete gana una creciente libertad. Ya no está preso en la partitura. Ésta va pasando a un segundo plano a medida que las formas se hacen presentes. El intérprete sigue poniendo en juego todos sus medios técnicos: conocimientos musicales, agilidad mental, fuerza muscular..., pero todos ellos se vuelven transparentes, se convierten en vías abiertas a la expresión musical. Con ello, el intérprete se halla inmediatamente presente a la obra, pero de forma indirecta, en el seno expresivo de unos medios que ahora ejercen una función mediacional, no mediatizadora.
En este momento, el intérprete configura la obra en cuanto se deja configurar por ella. Es una experiencia reversible, de doble dirección. El intérprete se encuentra en su elemento -en su hogar espiritual- cuando convierte la obra en su impulso interior, se deja llevar por su ritmo y llenar de sus armonías. No pierde, con ello, su personalidad; la incrementa y afirma. Al deslizarse aladamente por las avenidas de la obra, siente que la obra se identifica prodigiosamente con él, es re-creada por él y le es, sin embargo, trascendente. Por eso admite interpretaciones diversas, que se contrastan y complementan.
Recuerda ahora el deslumbramiento que te produjo la obra al principio. Seguramente, no ha perdido nada de su brillantez y su encanto, pero ha ganado una serie de dimensiones que son distintas de la sensorial y se hacen presentes en ella: las dimensiones propias del sentimiento y la inteligencia. Con ello, tu conocimiento del valor estético de tal interpretación y tal sonata se acrecienta. Este acrecentamiento es tarea propia de la Estética.
En un primer momento estamos absortos en la realidad estéticamente valiosa. Luego reflexionamos, a fin de explicitar lo que sucede en nosotros durante tal experiencia. Tal reflexión no nos aleja de la obra; nos distancia, con una “distancia de perspectiva”, para luego unirnos a ella de forma entrañable y lúcida. La reflexión estética añade a la experiencia artística la distancia peculiar de un análisis que no nos aleja de la realidad, antes nos permite entrañarnos en ella, encontrarnos realmente con ella.
Los conceptos de Estética, de belleza y arte siguen mostrando ahora para nosotros la misma dificultad que para Sócrates. Pero, vistos a la luz de las experiencias realizadas, dejan de ser conceptos vacíos
para convertirse en conceptos llenos. Lograr esta conversión es el propósito de la Filosofía, como bien subrayó Edmund Husserl, fundador del movimiento fenomenológico.
La idea de Estética -como la de belleza y, en buena medida, la de arte- parece que se difumina cuando la queremos reducir a los límites de una definición precisa. Se nos vuelve, en cambio, luminosamente presente y operante cuando vivimos a fondo una experiencia estética. El gran poeta John Keats nos advierte que «una realidad bella es una alegría imperecedera» («A thing of beauty is a joy for ever»). Este verso nos hace vibrar interiormente; sentimos su profunda verdad. Pero intentemos exponerlo en una fórmula teórica y veremos una vez más que «lo bello es difícil». Es difícil de conceptuar, pero se vuelve translúcido cuando disponemos nuestro espíritu para vivir la transformación y el transporte que opera la belleza en cualquiera de sus manifestaciones. Si tenemos esto en cuenta, el carácter enigmático de la belleza dejará, en buena medida, de resultarnos “desesperante”, como le sucedía al gran poeta francés Paul Valéry, autor del excelente poema Le cimitière marin (El cementerio marino).
Afinidad de la experiencia estética y las experiencias humanas básicas
La experiencia estética se enriquece sobremanera cuando nos percatamos de que el intérprete –y, derivadamente, el oyente‒ va buscando el conocimiento pleno de una obra gracias a la energía que le otorga la obra misma desde que entra en su área de irradiación. Ello sucede porque el llamado «objeto estético» no es un mero objeto, sino un «ámbito de realidad», una realidad abierta que nos ofrece ciertas posibilidades. Al darnos cuenta de ello, descubrimos el carácter de búsqueda que tienen las experiencias humanas fundamentales: la estética, la ética, la metafísica, la religiosa...
a) Experiencia ética. Oigo hablar, por ejemplo, de la excelencia del valor de la piedad, de la actitud benevolente con seres desvalidos. Ese primer contacto con dicho valor me insta a acercarme a su área de influencia mediante la realización de un acto piadoso, benevolente. Tal esfuerzo lo realizo mediante la fuerza interior que me otorga el valor mismo. Al conocerlo más de cerca, recibo de él mayor energía para seguirlo buscando. Con ello me acerco más y más a su área de influencia. Y así sucesivamente.
b) Experiencia metafísica. Me preocupo de estudiar las cuestiones relativas al ser, el sentido de la existencia, su origen y su meta. Ese estudio lo inicio y continúo un día y otro porque desde siempre estoy inmerso en el ser, soy un ser, me veo rodeado activamente de seres que constituyen la trama de mi vida. El hecho de existir y participar de la existencia me estimula y dinamiza para analizar a fondo todas las implicaciones que tiene mi vida, la vida de los demás, los diversos seres. Me preocupo del ser porque soy un ser; voy buscando el conocimiento profundo del ser porque debo mi vida a otros seres y la desarrollo en vinculación con ellos.
c) Experiencia religiosa. En un nivel todavía más elevado, buscamos a Dios porque de alguna manera ya estamos insertos en Él, y Él viene a nuestro encuentro y nos invita a una relación de amistad, a un compromiso de alianza. Si asumimos activamente esta posibilidad que Dios nos ofrece, tiene lugar el encuentro. Sin nuestra actitud de apertura y acogimiento, Dios no se nos revela. En buena medida, la revelación de Dios depende de nosotros, pero nosotros no somos dueños de esa revelación. En general, podemos decir que lo valioso se nos manifiesta cuando lo acogemos con amor, pero su valor no depende de nuestro arbitrio. En definitiva, su existencia es para nosotros un don, no un producto de nuestra imaginación creadora.
La experiencia estética, apogeo de lo sensible
Recordemos que el vocablo «Estética» se deriva del verbo griego «aisthanomai», sentir. La sensibilidad es el lugar viviente de presencia de la belleza, no el medio a través del cual accedemos a su conocimiento. Cuando la experiencia estética es espontánea, da la impresión, al principio, de ser algo puramente sensible. Oigo un nocturno de Federico Chopin y mi sensibilidad queda saturada de agrado estético, pero mis sentidos, al ser humanos, remiten más allá de ellos mismos y me permiten vivir el mundo romántico del amor a la noche, lo sugerente, lo misterioso e inacabado.
El Agnus Dei de la Missa solemnis de Beethoven sorprende nuestro oído con la delicia de ciertos timbres y armonías. Pero estos sonidos no nos embriagan con su encanto; nos instan a trascenderlos -sin abandonarlos- y unirnos a la inquietante súplica por la paz, sobrecogernos de temor ante la guerra y vibrar con el grito angustioso de la soprano ante el redoble amenazador de los tambores lejanos. La Estética no prescinde de la sensibilidad; la realza de forma impresionante, al abrirla a los distintos horizontes de una vida humana plena. Por eso, la experiencia estética supone el apogeo de lo sensible, su máxima gloria, pero de lo sensible abierto a las realidades que capta la inteligencia, añora la voluntad y valora el sentimiento. Los sentidos no se limitan a dar materiales al entendimiento, abrirnos la puerta de la belleza, dar apoyo a las elevadas operaciones del espíritu. En lo sensible se hace presente lo suprasensible, de forma transparente y sugestiva. Por eso captamos en él lo suprasensible de modo inmediato-indirecto, lo cual hace posible una intuición intelectual que va aliada con el discurso (1).
Al contemplar ciertas obras de Eugène Delacroix y Teodoro Gelinaux, nuestros sentidos se ven acariciados por una sinfonía de colores. Estamos en el nivel 1, el nivel de la sensibilidad, de los objetos, del dominio de objetos y el disfrute de sus cualidades. Pero en esa sinfonía colorista se hace presente todo un mundo romántico, agitado por mil tensiones. Hemos ascendido al nivel 2, el nivel de las relaciones humanas, del encuentro, de la creatividad en todas sus formas. Lo peculiar del lenguaje poético es su poder de plasmar ámbitos de realidad (nivel 2) en el campo expresivo de lo sensible (nivel 1). No abandona lo sensible una vez que expresa su mensaje, como sucede con el lenguaje meramente prosaico o signitivo. En el nivel poético, propio de la experiencia estética, lo sensible está siempre en estado de exultación y transfiguración, pero lo está en cuanto es capaz de asumir lo suprasensible y expresarlo. Por eso, el lenguaje poético es eminentemente expresivo. Con todo fundamento escribió Platón que lo bello es «lo más luminoso y amable» (2).
Si tenemos sensibilidad artística, al contemplar un ánfora griega nos sentimos inundados de un sentimiento peculiar, una emoción que nos transporta. Esos fondos negros sobre los que resaltan escenas bélicas estilizadas suscitan en nuestro interior una indefinible alegría.
El que oiga de forma penetrante el Tercer Tiempo de la Novena Sinfonía de Beethoven, con su trama de bellísimas melodías que se entretejen en un constante avanzar, se ve inmerso en un reino de inmensa e inagotable belleza.
Acabamos de realizar dos experiencias estéticas básicas: una espontánea, inmediata; otra más reflexiva, un tanto distanciada de la primera, pero no alejada. Hagamos otra experiencia de este género, tomada del ámbito musical.
Oyes a un pianista interpretar la Sonata en do menor (“Patética”) de Beethoven y te sorprende su fuerza expresiva, su energía rítmica, la lógica interna con que se suceden los temas de forma arrebatadora. Tus sentidos se conmueven intensamente, pero no retienen tu atención; más bien la lanzan hacia algo suprasensorial: la estructura de la obra. No olvidas esa especie de invasión de belleza que te produjo la primera audición de la sonata, pero te sientes llevado a conocer su interna articulación. Y alguien te muestra el primer tema patético y sombrío, y luego el segundo, lleno de brío y de luz. Seguidamente, el desarrollo, en el que ambos temas juegan entre sí, a veces luchan y se adueña el uno del espacio del otro, para luego repetir la andadura desde el principio. Este análisis hace más lúcida tu experiencia primera de la obra.
Pero imagínate que el pianista te explica el proceso que ha seguido en el aprendizaje de la obra y el tipo de unión profunda que ha creado con ella. Al principio, el intérprete lee despacio la partitura; estudia nota a nota la digitación debida; analiza las diversas frases y las ensambla. Mientras realiza esta labor de ojeo de la obra, su interpretación es tanteante y premiosa, carente de soltura y libertad interna. A fuerza de ensayos, las formas se perfilan a través de la fronda de las notas, cobran cuerpo, se articulan unas con otras. Al configurar de esta forma la obra, el intérprete gana una creciente libertad. Ya no está preso en la partitura. Ésta va pasando a un segundo plano a medida que las formas se hacen presentes. El intérprete sigue poniendo en juego todos sus medios técnicos: conocimientos musicales, agilidad mental, fuerza muscular..., pero todos ellos se vuelven transparentes, se convierten en vías abiertas a la expresión musical. Con ello, el intérprete se halla inmediatamente presente a la obra, pero de forma indirecta, en el seno expresivo de unos medios que ahora ejercen una función mediacional, no mediatizadora.
En este momento, el intérprete configura la obra en cuanto se deja configurar por ella. Es una experiencia reversible, de doble dirección. El intérprete se encuentra en su elemento -en su hogar espiritual- cuando convierte la obra en su impulso interior, se deja llevar por su ritmo y llenar de sus armonías. No pierde, con ello, su personalidad; la incrementa y afirma. Al deslizarse aladamente por las avenidas de la obra, siente que la obra se identifica prodigiosamente con él, es re-creada por él y le es, sin embargo, trascendente. Por eso admite interpretaciones diversas, que se contrastan y complementan.
Recuerda ahora el deslumbramiento que te produjo la obra al principio. Seguramente, no ha perdido nada de su brillantez y su encanto, pero ha ganado una serie de dimensiones que son distintas de la sensorial y se hacen presentes en ella: las dimensiones propias del sentimiento y la inteligencia. Con ello, tu conocimiento del valor estético de tal interpretación y tal sonata se acrecienta. Este acrecentamiento es tarea propia de la Estética.
En un primer momento estamos absortos en la realidad estéticamente valiosa. Luego reflexionamos, a fin de explicitar lo que sucede en nosotros durante tal experiencia. Tal reflexión no nos aleja de la obra; nos distancia, con una “distancia de perspectiva”, para luego unirnos a ella de forma entrañable y lúcida. La reflexión estética añade a la experiencia artística la distancia peculiar de un análisis que no nos aleja de la realidad, antes nos permite entrañarnos en ella, encontrarnos realmente con ella.
Los conceptos de Estética, de belleza y arte siguen mostrando ahora para nosotros la misma dificultad que para Sócrates. Pero, vistos a la luz de las experiencias realizadas, dejan de ser conceptos vacíos
para convertirse en conceptos llenos. Lograr esta conversión es el propósito de la Filosofía, como bien subrayó Edmund Husserl, fundador del movimiento fenomenológico.
La idea de Estética -como la de belleza y, en buena medida, la de arte- parece que se difumina cuando la queremos reducir a los límites de una definición precisa. Se nos vuelve, en cambio, luminosamente presente y operante cuando vivimos a fondo una experiencia estética. El gran poeta John Keats nos advierte que «una realidad bella es una alegría imperecedera» («A thing of beauty is a joy for ever»). Este verso nos hace vibrar interiormente; sentimos su profunda verdad. Pero intentemos exponerlo en una fórmula teórica y veremos una vez más que «lo bello es difícil». Es difícil de conceptuar, pero se vuelve translúcido cuando disponemos nuestro espíritu para vivir la transformación y el transporte que opera la belleza en cualquiera de sus manifestaciones. Si tenemos esto en cuenta, el carácter enigmático de la belleza dejará, en buena medida, de resultarnos “desesperante”, como le sucedía al gran poeta francés Paul Valéry, autor del excelente poema Le cimitière marin (El cementerio marino).
Afinidad de la experiencia estética y las experiencias humanas básicas
La experiencia estética se enriquece sobremanera cuando nos percatamos de que el intérprete –y, derivadamente, el oyente‒ va buscando el conocimiento pleno de una obra gracias a la energía que le otorga la obra misma desde que entra en su área de irradiación. Ello sucede porque el llamado «objeto estético» no es un mero objeto, sino un «ámbito de realidad», una realidad abierta que nos ofrece ciertas posibilidades. Al darnos cuenta de ello, descubrimos el carácter de búsqueda que tienen las experiencias humanas fundamentales: la estética, la ética, la metafísica, la religiosa...
a) Experiencia ética. Oigo hablar, por ejemplo, de la excelencia del valor de la piedad, de la actitud benevolente con seres desvalidos. Ese primer contacto con dicho valor me insta a acercarme a su área de influencia mediante la realización de un acto piadoso, benevolente. Tal esfuerzo lo realizo mediante la fuerza interior que me otorga el valor mismo. Al conocerlo más de cerca, recibo de él mayor energía para seguirlo buscando. Con ello me acerco más y más a su área de influencia. Y así sucesivamente.
b) Experiencia metafísica. Me preocupo de estudiar las cuestiones relativas al ser, el sentido de la existencia, su origen y su meta. Ese estudio lo inicio y continúo un día y otro porque desde siempre estoy inmerso en el ser, soy un ser, me veo rodeado activamente de seres que constituyen la trama de mi vida. El hecho de existir y participar de la existencia me estimula y dinamiza para analizar a fondo todas las implicaciones que tiene mi vida, la vida de los demás, los diversos seres. Me preocupo del ser porque soy un ser; voy buscando el conocimiento profundo del ser porque debo mi vida a otros seres y la desarrollo en vinculación con ellos.
c) Experiencia religiosa. En un nivel todavía más elevado, buscamos a Dios porque de alguna manera ya estamos insertos en Él, y Él viene a nuestro encuentro y nos invita a una relación de amistad, a un compromiso de alianza. Si asumimos activamente esta posibilidad que Dios nos ofrece, tiene lugar el encuentro. Sin nuestra actitud de apertura y acogimiento, Dios no se nos revela. En buena medida, la revelación de Dios depende de nosotros, pero nosotros no somos dueños de esa revelación. En general, podemos decir que lo valioso se nos manifiesta cuando lo acogemos con amor, pero su valor no depende de nuestro arbitrio. En definitiva, su existencia es para nosotros un don, no un producto de nuestra imaginación creadora.
La experiencia estética, apogeo de lo sensible
Recordemos que el vocablo «Estética» se deriva del verbo griego «aisthanomai», sentir. La sensibilidad es el lugar viviente de presencia de la belleza, no el medio a través del cual accedemos a su conocimiento. Cuando la experiencia estética es espontánea, da la impresión, al principio, de ser algo puramente sensible. Oigo un nocturno de Federico Chopin y mi sensibilidad queda saturada de agrado estético, pero mis sentidos, al ser humanos, remiten más allá de ellos mismos y me permiten vivir el mundo romántico del amor a la noche, lo sugerente, lo misterioso e inacabado.
El Agnus Dei de la Missa solemnis de Beethoven sorprende nuestro oído con la delicia de ciertos timbres y armonías. Pero estos sonidos no nos embriagan con su encanto; nos instan a trascenderlos -sin abandonarlos- y unirnos a la inquietante súplica por la paz, sobrecogernos de temor ante la guerra y vibrar con el grito angustioso de la soprano ante el redoble amenazador de los tambores lejanos. La Estética no prescinde de la sensibilidad; la realza de forma impresionante, al abrirla a los distintos horizontes de una vida humana plena. Por eso, la experiencia estética supone el apogeo de lo sensible, su máxima gloria, pero de lo sensible abierto a las realidades que capta la inteligencia, añora la voluntad y valora el sentimiento. Los sentidos no se limitan a dar materiales al entendimiento, abrirnos la puerta de la belleza, dar apoyo a las elevadas operaciones del espíritu. En lo sensible se hace presente lo suprasensible, de forma transparente y sugestiva. Por eso captamos en él lo suprasensible de modo inmediato-indirecto, lo cual hace posible una intuición intelectual que va aliada con el discurso (1).
Al contemplar ciertas obras de Eugène Delacroix y Teodoro Gelinaux, nuestros sentidos se ven acariciados por una sinfonía de colores. Estamos en el nivel 1, el nivel de la sensibilidad, de los objetos, del dominio de objetos y el disfrute de sus cualidades. Pero en esa sinfonía colorista se hace presente todo un mundo romántico, agitado por mil tensiones. Hemos ascendido al nivel 2, el nivel de las relaciones humanas, del encuentro, de la creatividad en todas sus formas. Lo peculiar del lenguaje poético es su poder de plasmar ámbitos de realidad (nivel 2) en el campo expresivo de lo sensible (nivel 1). No abandona lo sensible una vez que expresa su mensaje, como sucede con el lenguaje meramente prosaico o signitivo. En el nivel poético, propio de la experiencia estética, lo sensible está siempre en estado de exultación y transfiguración, pero lo está en cuanto es capaz de asumir lo suprasensible y expresarlo. Por eso, el lenguaje poético es eminentemente expresivo. Con todo fundamento escribió Platón que lo bello es «lo más luminoso y amable» (2).
Si tenemos sensibilidad artística, al contemplar un ánfora griega nos sentimos inundados de un sentimiento peculiar, una emoción que nos transporta. Esos fondos negros sobre los que resaltan escenas bélicas estilizadas suscitan en nuestro interior una indefinible alegría.
El que oiga de forma penetrante el Tercer Tiempo de la Novena Sinfonía de Beethoven, con su trama de bellísimas melodías que se entretejen en un constante avanzar, se ve inmerso en un reino de inmensa e inagotable belleza.
En el aria “Erbarme dich” (Compadécete) de la Pasión según San Mateo de Bach, nº 39, sentimos el encanto de la melodía del violín y la expresividad profunda de las armonías, pero también captamos el dolor esperanzado de San Pedro al encontrarse con Cristo después de la traición. Inmediatamente nos elevamos a un nivel de encuentro, belleza, perdón y arrepentimiento, de entrega incondicional a la misericordia, por parte del Señor, y de promesa por parte del discípulo. En un mismo acto se agolpan tantas experiencias –desde la espontánea impresión sensorial hasta la más elevada decisión del espíritu- que nos vemos saturados de vida humana sumamente cualificada.
Esta fecunda integración de sensibilidad e inteligencia acontece, asimismo, en las artes plásticas, por ejemplo al contemplar un Cristo de Gregorio Hernández. Esa bellísima imagen nos entra por los ojos, y, al hallarse éstos integrados en nuestra persona, se conectan inmediatamente con la imaginación y la inteligencia para darnos una visión integral de los ocho modos de realidad de dicha obra maestra (3).
Las experiencias antedichas nos permiten acotar el tema de la belleza y advertir cómo resaltan en él conceptos tan significativos como el de orden, armonía, elevación, transfiguración, alegría de vivir, luminosidad, patencia o evidencia... (4) A medida que clarifiquemos estos conceptos y otros afines, y descubramos su interna vinculación mutua, se irá precisando en nuestra mente la idea de la belleza y de la Estética, como área de conocimiento y como disciplina escolar. Tal clarificación se realiza, en buena medida, al analizar las categorías estéticas, vistas como modalidades de la belleza.
El alcance de la Estética musical
Para acotar el campo de nuestro estudio, digamos en principio que la Estética musical es una reflexión profunda sobre el alcance de la música y su sentido más hondo. Sabemos que la música es una fuente inagotable de belleza y atractivo sensible, psicológico y espiritual. Dado esto por supuesto, hemos de preguntarnos, además, por la aportación que puede hacer a la formación humana en múltiples aspectos. El cultivo de la música ganará inmensamente en valor si descubrimos que la música tiene un poder formativo de primer orden. Para ello hemos de ahondar todo lo posible en cuanto implica la experiencia musical: la de composición, la de interpretación y la de audición creativa.
Esta tarea sólo podemos realizarla si ejercitamos un pensamiento «relacional» y vemos la música como una realidad admirable que no está ahí, frente a nosotros, sino que brota en nuestra existencia, como fruto de una sorprendente armonía. El logro de esta forma de pensamiento exige que tomemos cierta distancia frente a las sensaciones. Si atendemos a su etimología, parece que la Estética debería reducirse al estudio de las sensaciones. Es cierto que sin la ventana a lo real que son las impresiones sensibles no podría haber experiencia estética de tipo artístico. Pero las sensaciones humanas son el lugar donde se hacen presentes y se revelan muchas realidades metasensibles. Por esta profunda razón, la Estética, como disciplina, se amplió al estudio de lo bello –en sus múltiples formas–, de la creatividad artística, del simbolismo y otros temas relevantes en el campo de la experiencia humana creativa.
No procede, pues, afirmar que el arte –y, singularmente, la música– sólo puede ser vivido y asumido de forma inmediata, de modo que los estetas deben limitarse a la inmediatez del sentir. Por pertenecer a un ser inteligente, el sentir humano no queda recluido en sí mismo; pide ser entendido, y reclama, por ello, a la persona que tome cierta distancia respecto a lo sensible y analice cuanto se manifiesta en ese medio luminoso que es la sensibilidad. Esa toma de distancia no nos aleja de la realidad que captamos sensiblemente al principio, porque la percepción humana sensible va unida desde el comienzo con la intuición, la capacidad de penetrar en las realidades suprasensibles. Nos apretamos la mano para saludarnos y en esa presión sentimos el afecto que nos profesamos. Sentir afecto hacia alguien es un sentimiento superior al plano sensible. Cuando unimos la inmediatez de la sensibilidad (vértice a de El triángulo hermenéutico) con la distancia del análisis intelectual (vértice b de dicho triángulo) se nos hace presente la realidad que se revela en la percepción sensible (vértice c del triángulo) (5).
Esta capacidad de ver y oír realidades suprasensibles nos permite contemplar las obras de arte más logradas, que integran ocho niveles o modos de realidad, varios de los cuales -como veremos- son suprasensibles y nos exigen, para poder captarlos, facultades adecuadas a cada uno de ellos y capaces de vibrar unas con otras. Cada facultad se dignifica y cobra todo su sentido al vincularse a otras de mayor rango y envergadura. Captar los sonidos simples implica un gran poder, pues supone transformar en sonidos las meras vibraciones de seres materiales. Pero un poder mayor es captar los sonidos entreverados entre sí y los sonidos estructurados con una forma musical. Todavía hay que conceder un rango superior a la capacidad de hacerse cargo de los ámbitos de realidad, los estilos que se expresan a través de tales formas sonoras, la relación de cada obra con su contexto vital y con los intérpretes capaces de darle vida en cada momento.
La Estética musical sobrevuela, incluso, el campo de actuación de estas facultades y analiza cuestiones tan sutiles como el tipo de realidad que ostentan las obras musicales, la relación de belleza y verdad, el nexo entre experiencia artística y creatividad...,
NOTAS
(1) Las condiciones de la intuición intelectual inmediata indirecta las explico en la obra La metodología de lo suprasensible (Publicaciones Universidad Francisco de Vitoria, Madrid 2015, 2ª ed.) 294, 313, 394, 421, 419ss.
(2) Cf. Fedro 250 d 7.
(3) La descripción pormenorizada de estos modos de realidad se halla en mi obra La experiencia estética y su poder formativo (Universidad de Deusto, Bilbao 2010, 3ª ed.) 233-279.
(4) «... Lo bello, por estar lleno de sentido, resulta “evidente”». H. G. Gadamer: Verdad y método (Sígueme, Salamanca, 1977) 579. Versión original: Wahrheit und Methode (Mohr, Tubinga, 1962, 2ª ed.) 460.
(5) El núcleo de los amplios análisis de mi obra El triángulo hermenéutico, Madrid 1971, es expuesto en Inteligencia creativa (BAC, Madrid 2003, 4ª ed.) 160-165.
Esta fecunda integración de sensibilidad e inteligencia acontece, asimismo, en las artes plásticas, por ejemplo al contemplar un Cristo de Gregorio Hernández. Esa bellísima imagen nos entra por los ojos, y, al hallarse éstos integrados en nuestra persona, se conectan inmediatamente con la imaginación y la inteligencia para darnos una visión integral de los ocho modos de realidad de dicha obra maestra (3).
Las experiencias antedichas nos permiten acotar el tema de la belleza y advertir cómo resaltan en él conceptos tan significativos como el de orden, armonía, elevación, transfiguración, alegría de vivir, luminosidad, patencia o evidencia... (4) A medida que clarifiquemos estos conceptos y otros afines, y descubramos su interna vinculación mutua, se irá precisando en nuestra mente la idea de la belleza y de la Estética, como área de conocimiento y como disciplina escolar. Tal clarificación se realiza, en buena medida, al analizar las categorías estéticas, vistas como modalidades de la belleza.
El alcance de la Estética musical
Para acotar el campo de nuestro estudio, digamos en principio que la Estética musical es una reflexión profunda sobre el alcance de la música y su sentido más hondo. Sabemos que la música es una fuente inagotable de belleza y atractivo sensible, psicológico y espiritual. Dado esto por supuesto, hemos de preguntarnos, además, por la aportación que puede hacer a la formación humana en múltiples aspectos. El cultivo de la música ganará inmensamente en valor si descubrimos que la música tiene un poder formativo de primer orden. Para ello hemos de ahondar todo lo posible en cuanto implica la experiencia musical: la de composición, la de interpretación y la de audición creativa.
Esta tarea sólo podemos realizarla si ejercitamos un pensamiento «relacional» y vemos la música como una realidad admirable que no está ahí, frente a nosotros, sino que brota en nuestra existencia, como fruto de una sorprendente armonía. El logro de esta forma de pensamiento exige que tomemos cierta distancia frente a las sensaciones. Si atendemos a su etimología, parece que la Estética debería reducirse al estudio de las sensaciones. Es cierto que sin la ventana a lo real que son las impresiones sensibles no podría haber experiencia estética de tipo artístico. Pero las sensaciones humanas son el lugar donde se hacen presentes y se revelan muchas realidades metasensibles. Por esta profunda razón, la Estética, como disciplina, se amplió al estudio de lo bello –en sus múltiples formas–, de la creatividad artística, del simbolismo y otros temas relevantes en el campo de la experiencia humana creativa.
No procede, pues, afirmar que el arte –y, singularmente, la música– sólo puede ser vivido y asumido de forma inmediata, de modo que los estetas deben limitarse a la inmediatez del sentir. Por pertenecer a un ser inteligente, el sentir humano no queda recluido en sí mismo; pide ser entendido, y reclama, por ello, a la persona que tome cierta distancia respecto a lo sensible y analice cuanto se manifiesta en ese medio luminoso que es la sensibilidad. Esa toma de distancia no nos aleja de la realidad que captamos sensiblemente al principio, porque la percepción humana sensible va unida desde el comienzo con la intuición, la capacidad de penetrar en las realidades suprasensibles. Nos apretamos la mano para saludarnos y en esa presión sentimos el afecto que nos profesamos. Sentir afecto hacia alguien es un sentimiento superior al plano sensible. Cuando unimos la inmediatez de la sensibilidad (vértice a de El triángulo hermenéutico) con la distancia del análisis intelectual (vértice b de dicho triángulo) se nos hace presente la realidad que se revela en la percepción sensible (vértice c del triángulo) (5).
Esta capacidad de ver y oír realidades suprasensibles nos permite contemplar las obras de arte más logradas, que integran ocho niveles o modos de realidad, varios de los cuales -como veremos- son suprasensibles y nos exigen, para poder captarlos, facultades adecuadas a cada uno de ellos y capaces de vibrar unas con otras. Cada facultad se dignifica y cobra todo su sentido al vincularse a otras de mayor rango y envergadura. Captar los sonidos simples implica un gran poder, pues supone transformar en sonidos las meras vibraciones de seres materiales. Pero un poder mayor es captar los sonidos entreverados entre sí y los sonidos estructurados con una forma musical. Todavía hay que conceder un rango superior a la capacidad de hacerse cargo de los ámbitos de realidad, los estilos que se expresan a través de tales formas sonoras, la relación de cada obra con su contexto vital y con los intérpretes capaces de darle vida en cada momento.
La Estética musical sobrevuela, incluso, el campo de actuación de estas facultades y analiza cuestiones tan sutiles como el tipo de realidad que ostentan las obras musicales, la relación de belleza y verdad, el nexo entre experiencia artística y creatividad...,
NOTAS
(1) Las condiciones de la intuición intelectual inmediata indirecta las explico en la obra La metodología de lo suprasensible (Publicaciones Universidad Francisco de Vitoria, Madrid 2015, 2ª ed.) 294, 313, 394, 421, 419ss.
(2) Cf. Fedro 250 d 7.
(3) La descripción pormenorizada de estos modos de realidad se halla en mi obra La experiencia estética y su poder formativo (Universidad de Deusto, Bilbao 2010, 3ª ed.) 233-279.
(4) «... Lo bello, por estar lleno de sentido, resulta “evidente”». H. G. Gadamer: Verdad y método (Sígueme, Salamanca, 1977) 579. Versión original: Wahrheit und Methode (Mohr, Tubinga, 1962, 2ª ed.) 460.
(5) El núcleo de los amplios análisis de mi obra El triángulo hermenéutico, Madrid 1971, es expuesto en Inteligencia creativa (BAC, Madrid 2003, 4ª ed.) 160-165.