LA CREACIÓN DE ÁMBITOS RELIGIOSOS
El primer interrogante que esto suscita es, sin duda, el siguiente: ¿Qué se entiende por "espíritu actual"? ¿Cómo podría caracterizarse al hombre de hoy? La época actual –engendrada en el dolor inhumano de las dos últimas contiendas mundiales, y acosada luego por distintas “guerras frías”– está sobrada de riesgos, pero es, en ciertos aspectos, muy prometedora. Entre sus rasgos positivos, destacan estas dos tendencias: un gusto decidido por lo concreto, lo bien delimitado y reducido pero infinito en profundidad, y la reivindicación enérgica de la comunidad frente al egoísmo individualista y al despotismo colectivista. ¿No serán estas dos cualidades las que inspiran la mejor arquitectura religiosa actual?
El primer interrogante que esto suscita es, sin duda, el siguiente: ¿Qué se entiende por "espíritu actual"? ¿Cómo podría caracterizarse al hombre de hoy? La época actual –engendrada en el dolor inhumano de las dos últimas contiendas mundiales, y acosada luego por distintas “guerras frías”– está sobrada de riesgos, pero es, en ciertos aspectos, muy prometedora. Entre sus rasgos positivos, destacan estas dos tendencias: un gusto decidido por lo concreto, lo bien delimitado y reducido pero infinito en profundidad, y la reivindicación enérgica de la comunidad frente al egoísmo individualista y al despotismo colectivista. ¿No serán estas dos cualidades las que inspiran la mejor arquitectura religiosa actual?
Acerca de su conocida capilla de Vence dice Henri Matisse: «Tomar un espacio cerrado, de proporciones muy reducidas, y darle por el solo juego de los colores y de las líneas, dimensiones infinitas…». Francisco Pérez Gutiérrez comenta:
«Yo creo advertir en estas palabras una suerte como de instinto cualitativo que supera de un golpe todas las viejas tentaciones de la espectacularidad de la cantidad, y se propone actuar con puras calidades de formas» (1).
«Lo que yo he realizado en la capilla –declaró Matisse– ha sido la creación de un espacio religioso».
«Efectivamente –agrega Pérez Gutiérrez–, un espacio sagrado cuya vivencia consiste precisamente en una abolición del límite».
«En esta pequeña capilla –escribe el padre Couturier–, las dimensiones reales, en efecto, no cuentan; la perfección de las formas suprime las dimensiones del espacio».
Lo cualitativamente superior domina la sumisión al espacio. Joseph Picard refleja en las palabras siguientes la emoción de trascendencia que le produjo la inmersión en ese ámbito religioso:
«Una espiritualidad intensa se desprende de este conjunto, la espiritualidad de un pintor que no intentaba dejar en esta obra sino lo mejor de sí mismo, la apertura a lo sagrado que cada uno lleva en sí. Se destacan en esta obra una voluntad de pureza, de simplicidad, un despego del mundo de las apariencias [...], y al mismo tiempo un impulso hacia la alegría" (2).
Espacios habitables
«Yo creo advertir en estas palabras una suerte como de instinto cualitativo que supera de un golpe todas las viejas tentaciones de la espectacularidad de la cantidad, y se propone actuar con puras calidades de formas» (1).
«Lo que yo he realizado en la capilla –declaró Matisse– ha sido la creación de un espacio religioso».
«Efectivamente –agrega Pérez Gutiérrez–, un espacio sagrado cuya vivencia consiste precisamente en una abolición del límite».
«En esta pequeña capilla –escribe el padre Couturier–, las dimensiones reales, en efecto, no cuentan; la perfección de las formas suprime las dimensiones del espacio».
Lo cualitativamente superior domina la sumisión al espacio. Joseph Picard refleja en las palabras siguientes la emoción de trascendencia que le produjo la inmersión en ese ámbito religioso:
«Una espiritualidad intensa se desprende de este conjunto, la espiritualidad de un pintor que no intentaba dejar en esta obra sino lo mejor de sí mismo, la apertura a lo sagrado que cada uno lleva en sí. Se destacan en esta obra una voluntad de pureza, de simplicidad, un despego del mundo de las apariencias [...], y al mismo tiempo un impulso hacia la alegría" (2).
Espacios habitables
En los órganos de publicidad ‒revistas de Arquitectura y de Pedagogía, e incluso la prensa diaria‒, se subraya con insistencia la necesidad de dotar a los núcleos urbanos de "espacios habitables". Insistió en ello el arquitecto Oriol Bohigas en un artículo sobre El Pueblo Español de Barcelona, publicado en la revista Arquitectura, de Madrid. El amplio eco obtenido entre sus colegas indica que tocó una cuerda muy sensible.
«Es la función ‒escribe el arquitecto J. Gómez y G. de la Buelga‒ la que debe determinar las características de los diferentes espacios de la ciudad, y, siempre que se pierda este sentido dimensional del espacio, se obtendrá una no adecuación y un fracaso» (3).
A lo largo del trabajo del que está tomado este párrafo, y, sobre todo, en las notas que explican las ilustraciones, se hallan diversos conceptos que, agrupados y debidamente estudiados, podrían dar lugar a un esbozo de estética del "espacio habitable", que sería indudablemente, como dice el autor, "un arma muy poderosa para nuestro urbanismo español actual". Como ejemplos característicos de espacios gratos se citan aquí "un recinto irregular", "una calle en pendiente", “unas casas desiguales”, "pasos cubiertos que interrumpen la calle y definen el espacio", "calles que fomentan las relaciones humanas"…
Espacio y comunidad
Sin entrar en el análisis detallado de estos puntos, quisiera colaborar a este fértil estudio diciendo que el espacio debe servir a la comunidad, pues, de hecho, el espacio auténtico, el espacio real, es configurado por la comunidad en su vida cotidiana. Y esto por la sencilla y profunda razón de que el espacio es a la comunidad lo que el tiempo a la melodía musical: le es necesario por ser su propia creación y su ámbito natural y necesario de despliegue. Un hombre requiere espacio por lo mismo que es dialogante, homo politicus, ser de vida en común. Crear, por tanto, espacios es fundar ámbitos propicios al diálogo. El espacio arquitectónico es expresión plástica del espacio vital que se establece entre seres que conviven.
Los espacios no le vienen dados al hombre; debe él fundarlos en ese campo de relaciones comunitarias que es la vida social. Lejos de ser algo estático, como a veces se piensa, el espacio está formado por un haz complejísimo de relaciones dinámicas, pues el hombre acota espacios para potenciar su capacidad expresiva, como se sirve del gesto, los materiales nobles y el vestido. Cuando el ámbito en que se vive es constantemente re-creado por el hombre en su vida diaria de diálogo y comunicación, ese espacio es ''habitable", y resulta "humano". En caso contrario, por útil y hasta bello que pudiera ser desde ciertos puntos de vista, no será sino camisa de fuerza que envara las posibilidades más fecundas del hombre. Recordemos que un ámbito espacial es habitable cuando el hombre puede habitarlo, sin reducirse a habitar en él.
La primera obligación de los arquitectos es, pues, adaptarse a los modos de ser del hombre, en la seguridad de que los habitantes de una ciudad no constituyen una masa amorfa, sino un pueblo, así como los fieles que asisten a una función litúrgica no forman un público, sino una comunidad. He aquí los conceptos que habremos de revisar radicalmente si queremos resolver el problema de la expresión artística. ¿Cuándo será "adecuado", por ejemplo, un espacio religioso? A mi entender, sólo en el caso de que la comunidad de los fieles, al dar expresión plena a sus sentimientos religiosos, pueda habitarlo, creando en él vínculos comunitarios de fe. Suele decirse que no se comprende ni se gusta adecuadamente una obra musical hasta que se la re-crea internamente, siguiendo por dentro sus incidencias melódicas y armónicas. De modo análogo, el espacio sacro verdadero es creado por los fieles a lo largo de sus vivencias religiosas comunitarias: la co-celebración de la Misa, el diálogo recogido de la confesión, los momentos de oración privada y de contemplación… Si el espacio creado por el arquitecto se pliega al vuelo del sentimiento religioso de la comunidad será un espacio religioso "habitable". De lo contrario, provocará un hondo desequilibrio en las personas sensibles, instándolas, en casos, a acogerse a formas de religiosidad meramente subjetivistas (4).
Estética y experiencia vital
Mucho ganaríamos si partiésemos del supuesto de que la arquitectura no trata de cuestiones puramente estéticas, pues la creación de formas espaciales persigue metas más amplias que el mero logro de belleza.
Por lo que toca al arte arquitectónico religioso, su fin es posibilitar la expresión religiosa de los fieles. De ahí que la arquitectura sacra sólo pueda ser debidamente valorada cuando el juicio estético vaya precedido de una experiencia religiosa reflexiva. Para comprender una iglesia, hemos de adentrarnos en el ámbito religioso que desea encarnar y vivirlo como si lo estuviéramos gestando. El barroco bávaro, por ejemplo, no puede ser rectamente enjuiciado hasta que se vive, en una de sus iglesias, una función litúrgica al gusto de la época, experiencia nada difícil en un pueblo tan conservador como Baviera. Esta forma de iglesia concebida como "salón celeste" acoge de modo tan connatural la música religiosa de Haydn, Mozart y Schubert que constituye un ámbito extraordinariamente dinámico de sin par belleza plástica y serena alegría. Un Et incarnatus est de Mozart lento, florido e intimista, no se concibe en una iglesia que sea un recodo de nostalgia de infinito en el camino de peregrinación hacia la patria, como es un templo románico. Es música de hijos de familia que celebran fiesta en el hogar, no de peregrinos que suspiran por el santuario apenas imaginado. La riqueza, el ornato y la brillantez son reflejo de la gloria celeste para hombres de fe segura. Puede causar o no agrado esta concepción rococó del ámbito cultual, pero aquí no se trata de analizar gustos, sino de un proceso de comprensión.
De modo semejante, la intelección plena del arte religioso contemporáneo sólo es posible a la luz de la preocupación actual por dar a las formas cultuales la plenitud de contenido humanístico que encierran. El hombre de hoy permanece indiferente ante un acto cultual que sea mero "espectáculo", y reacciona con viveza ante formas comunitarias de culto que aúnan a los fieles en una común tarea trascendente. En la Eucaristía ve el cristiano actual un banquete y un sacrificio, o mejor, un banquete sacrificial, acto que implica una esencial vinculación comunitaria. No hay banquete a solas. La celebración plenamente consciente de la Eucaristía exige la puesta en forma del sentido de comunidad. Por eso se habla en ella siempre en plural y se da a la paz una importancia de excepción, pues los fieles deben sentirse agrupados a la sombra del único árbol: la cruz salvadora. Pero este sentimiento, por ser una vibración espiritual de toda la persona ante la trascendencia divina, compromete al hombre entero, con su inteligencia y su sensibilidad, pues sentir no se opone en este caso a inteligir, sino a especular. Por eso debe la idea de comunidad “entrar por los sentidos”, a fin de que informe el ser todo del hombre y evite el riesgo de reducirse a un mero concepto.
De aquí arranca la importancia del espacio arquitectónico, que, si está bien logrado, invita a los fieles a sentirse en comunidad, en una forma de unidad no sólo ni primariamente física, sino espiritual. Pero ¿de dónde procede esta fuerza unificadora? Indudablemente, de la vinculación de todos al altar del sacrificio, pues no hay más forma de unidad auténtica entre los hombres que la que procede de la religación a algo que, afectando a cada uno de modo vital, los trasciende a todos. La unidad viene de lo alto: perenne verdad del aristocratismo bien entendido. La cohesión se afirma en la calidad, como la materia se aferra a la forma para no sucumbir en la dispersión de lo múltiple.
Unidad y jerarquía
A las ideas de comunidad y de expresión les acaba de llegar, sin duda, su hora. El hombre actual se esfuerza por lograr modos de expresión y de comunidad que estén fundados en una relación de jerarquía, pues sabe bien que la igualdad más auténtica no sólo no se opone a la diversidad cualitativa, antes se afirma en ella y se revela. No basta, por consiguiente, agrupar a los fieles en un ámbito más o menos amplio y bello. Hay que religarlos dinámicamente al altar del sacrificio, en torno al cual se unen profundamente los creyentes.
Esto nos permite dar la debida importancia al hecho de que actualmente, frente a la nefasta "interiorización en vacío" de que hablaba Emmanuel Mounier, se postule una apertura al exterior, un retorno a la "objetividad". Después de una larga época de reclusión subjetivista en el mundo del yo, nuestro tiempo ansía ámbitos de expansión espiritual que, lejos de "sacar de sí" al espíritu y disiparlo, le permitan crear campos de verdadera intimidad.
A este giro aludía Guardini al hablar de la vuelta a lo objetivo de la época contemporánea. Pero hay que apresurarse a ver en el vocablo “objetivo” la expresión de un tipo de realidades valiosas que enriquecen el espíritu. Cuando Beethoven confesaba que las ideas musicales lo asaltaban, que las cogía "a brazadas" y se sentía inundado por ellas, quería sugerir que se hallaba inmerso en un campo de "objetividad" musical. ¿Puede alguien pensar que se trata de una objetividad contraria a la subjetividad del artista? En caso positivo, se confundiría independencia con oposición. Y bien sabemos que el secreto de la Estética filosófica consiste en adivinar esa misteriosa correlación que une en vínculo creador al artista y a su arte. Nadie más cercano que el artista al arte que cultiva; pero nadie, asimismo. más consciente de esa dramática y felicísima distancia insalvable que media entre ambos. De ahí la sensación de trascendencia, que es sentimiento de plenitud, de amparo, de sentirse llevado por una instancia enigmática que provocó el asombro de los antiguos helenos: la inspiración.
Visto con hondura, el arte hunde sus raíces en la antropología. Circunstancia en extremo fecunda, por cuanto estamos en la actualidad elaborando una teoría extraordinariamente positiva y equilibrada del ser humano, cuya situación interna había sido descrita por un buen auscultador mediante dos severas palabras : Incertidumbre y riesgo (5).
«Es la función ‒escribe el arquitecto J. Gómez y G. de la Buelga‒ la que debe determinar las características de los diferentes espacios de la ciudad, y, siempre que se pierda este sentido dimensional del espacio, se obtendrá una no adecuación y un fracaso» (3).
A lo largo del trabajo del que está tomado este párrafo, y, sobre todo, en las notas que explican las ilustraciones, se hallan diversos conceptos que, agrupados y debidamente estudiados, podrían dar lugar a un esbozo de estética del "espacio habitable", que sería indudablemente, como dice el autor, "un arma muy poderosa para nuestro urbanismo español actual". Como ejemplos característicos de espacios gratos se citan aquí "un recinto irregular", "una calle en pendiente", “unas casas desiguales”, "pasos cubiertos que interrumpen la calle y definen el espacio", "calles que fomentan las relaciones humanas"…
Espacio y comunidad
Sin entrar en el análisis detallado de estos puntos, quisiera colaborar a este fértil estudio diciendo que el espacio debe servir a la comunidad, pues, de hecho, el espacio auténtico, el espacio real, es configurado por la comunidad en su vida cotidiana. Y esto por la sencilla y profunda razón de que el espacio es a la comunidad lo que el tiempo a la melodía musical: le es necesario por ser su propia creación y su ámbito natural y necesario de despliegue. Un hombre requiere espacio por lo mismo que es dialogante, homo politicus, ser de vida en común. Crear, por tanto, espacios es fundar ámbitos propicios al diálogo. El espacio arquitectónico es expresión plástica del espacio vital que se establece entre seres que conviven.
Los espacios no le vienen dados al hombre; debe él fundarlos en ese campo de relaciones comunitarias que es la vida social. Lejos de ser algo estático, como a veces se piensa, el espacio está formado por un haz complejísimo de relaciones dinámicas, pues el hombre acota espacios para potenciar su capacidad expresiva, como se sirve del gesto, los materiales nobles y el vestido. Cuando el ámbito en que se vive es constantemente re-creado por el hombre en su vida diaria de diálogo y comunicación, ese espacio es ''habitable", y resulta "humano". En caso contrario, por útil y hasta bello que pudiera ser desde ciertos puntos de vista, no será sino camisa de fuerza que envara las posibilidades más fecundas del hombre. Recordemos que un ámbito espacial es habitable cuando el hombre puede habitarlo, sin reducirse a habitar en él.
La primera obligación de los arquitectos es, pues, adaptarse a los modos de ser del hombre, en la seguridad de que los habitantes de una ciudad no constituyen una masa amorfa, sino un pueblo, así como los fieles que asisten a una función litúrgica no forman un público, sino una comunidad. He aquí los conceptos que habremos de revisar radicalmente si queremos resolver el problema de la expresión artística. ¿Cuándo será "adecuado", por ejemplo, un espacio religioso? A mi entender, sólo en el caso de que la comunidad de los fieles, al dar expresión plena a sus sentimientos religiosos, pueda habitarlo, creando en él vínculos comunitarios de fe. Suele decirse que no se comprende ni se gusta adecuadamente una obra musical hasta que se la re-crea internamente, siguiendo por dentro sus incidencias melódicas y armónicas. De modo análogo, el espacio sacro verdadero es creado por los fieles a lo largo de sus vivencias religiosas comunitarias: la co-celebración de la Misa, el diálogo recogido de la confesión, los momentos de oración privada y de contemplación… Si el espacio creado por el arquitecto se pliega al vuelo del sentimiento religioso de la comunidad será un espacio religioso "habitable". De lo contrario, provocará un hondo desequilibrio en las personas sensibles, instándolas, en casos, a acogerse a formas de religiosidad meramente subjetivistas (4).
Estética y experiencia vital
Mucho ganaríamos si partiésemos del supuesto de que la arquitectura no trata de cuestiones puramente estéticas, pues la creación de formas espaciales persigue metas más amplias que el mero logro de belleza.
Por lo que toca al arte arquitectónico religioso, su fin es posibilitar la expresión religiosa de los fieles. De ahí que la arquitectura sacra sólo pueda ser debidamente valorada cuando el juicio estético vaya precedido de una experiencia religiosa reflexiva. Para comprender una iglesia, hemos de adentrarnos en el ámbito religioso que desea encarnar y vivirlo como si lo estuviéramos gestando. El barroco bávaro, por ejemplo, no puede ser rectamente enjuiciado hasta que se vive, en una de sus iglesias, una función litúrgica al gusto de la época, experiencia nada difícil en un pueblo tan conservador como Baviera. Esta forma de iglesia concebida como "salón celeste" acoge de modo tan connatural la música religiosa de Haydn, Mozart y Schubert que constituye un ámbito extraordinariamente dinámico de sin par belleza plástica y serena alegría. Un Et incarnatus est de Mozart lento, florido e intimista, no se concibe en una iglesia que sea un recodo de nostalgia de infinito en el camino de peregrinación hacia la patria, como es un templo románico. Es música de hijos de familia que celebran fiesta en el hogar, no de peregrinos que suspiran por el santuario apenas imaginado. La riqueza, el ornato y la brillantez son reflejo de la gloria celeste para hombres de fe segura. Puede causar o no agrado esta concepción rococó del ámbito cultual, pero aquí no se trata de analizar gustos, sino de un proceso de comprensión.
De modo semejante, la intelección plena del arte religioso contemporáneo sólo es posible a la luz de la preocupación actual por dar a las formas cultuales la plenitud de contenido humanístico que encierran. El hombre de hoy permanece indiferente ante un acto cultual que sea mero "espectáculo", y reacciona con viveza ante formas comunitarias de culto que aúnan a los fieles en una común tarea trascendente. En la Eucaristía ve el cristiano actual un banquete y un sacrificio, o mejor, un banquete sacrificial, acto que implica una esencial vinculación comunitaria. No hay banquete a solas. La celebración plenamente consciente de la Eucaristía exige la puesta en forma del sentido de comunidad. Por eso se habla en ella siempre en plural y se da a la paz una importancia de excepción, pues los fieles deben sentirse agrupados a la sombra del único árbol: la cruz salvadora. Pero este sentimiento, por ser una vibración espiritual de toda la persona ante la trascendencia divina, compromete al hombre entero, con su inteligencia y su sensibilidad, pues sentir no se opone en este caso a inteligir, sino a especular. Por eso debe la idea de comunidad “entrar por los sentidos”, a fin de que informe el ser todo del hombre y evite el riesgo de reducirse a un mero concepto.
De aquí arranca la importancia del espacio arquitectónico, que, si está bien logrado, invita a los fieles a sentirse en comunidad, en una forma de unidad no sólo ni primariamente física, sino espiritual. Pero ¿de dónde procede esta fuerza unificadora? Indudablemente, de la vinculación de todos al altar del sacrificio, pues no hay más forma de unidad auténtica entre los hombres que la que procede de la religación a algo que, afectando a cada uno de modo vital, los trasciende a todos. La unidad viene de lo alto: perenne verdad del aristocratismo bien entendido. La cohesión se afirma en la calidad, como la materia se aferra a la forma para no sucumbir en la dispersión de lo múltiple.
Unidad y jerarquía
A las ideas de comunidad y de expresión les acaba de llegar, sin duda, su hora. El hombre actual se esfuerza por lograr modos de expresión y de comunidad que estén fundados en una relación de jerarquía, pues sabe bien que la igualdad más auténtica no sólo no se opone a la diversidad cualitativa, antes se afirma en ella y se revela. No basta, por consiguiente, agrupar a los fieles en un ámbito más o menos amplio y bello. Hay que religarlos dinámicamente al altar del sacrificio, en torno al cual se unen profundamente los creyentes.
Esto nos permite dar la debida importancia al hecho de que actualmente, frente a la nefasta "interiorización en vacío" de que hablaba Emmanuel Mounier, se postule una apertura al exterior, un retorno a la "objetividad". Después de una larga época de reclusión subjetivista en el mundo del yo, nuestro tiempo ansía ámbitos de expansión espiritual que, lejos de "sacar de sí" al espíritu y disiparlo, le permitan crear campos de verdadera intimidad.
A este giro aludía Guardini al hablar de la vuelta a lo objetivo de la época contemporánea. Pero hay que apresurarse a ver en el vocablo “objetivo” la expresión de un tipo de realidades valiosas que enriquecen el espíritu. Cuando Beethoven confesaba que las ideas musicales lo asaltaban, que las cogía "a brazadas" y se sentía inundado por ellas, quería sugerir que se hallaba inmerso en un campo de "objetividad" musical. ¿Puede alguien pensar que se trata de una objetividad contraria a la subjetividad del artista? En caso positivo, se confundiría independencia con oposición. Y bien sabemos que el secreto de la Estética filosófica consiste en adivinar esa misteriosa correlación que une en vínculo creador al artista y a su arte. Nadie más cercano que el artista al arte que cultiva; pero nadie, asimismo. más consciente de esa dramática y felicísima distancia insalvable que media entre ambos. De ahí la sensación de trascendencia, que es sentimiento de plenitud, de amparo, de sentirse llevado por una instancia enigmática que provocó el asombro de los antiguos helenos: la inspiración.
Visto con hondura, el arte hunde sus raíces en la antropología. Circunstancia en extremo fecunda, por cuanto estamos en la actualidad elaborando una teoría extraordinariamente positiva y equilibrada del ser humano, cuya situación interna había sido descrita por un buen auscultador mediante dos severas palabras : Incertidumbre y riesgo (5).
Ámbito espacial y encuentro dialógico
Empieza actualmente a jugar un papel importante en Estética y Antropología filosófica la categoría de ámbito (6). Y todo nos hace pensar que el giro mental que esto implica será de extraordinaria fecundidad para nuestra cultura si logramos advertir la correlación estrecha de esta categoría con la de "encuentro" (Begegnung, rencontre), que tanto ocupa y preocupa en la actualidad a psicólogos y filósofos (7). ¿Qué significa el hecho de que dos seres se encuentren? ¿Qué condiciones exige el encuentro, y qué potencias moviliza? ¿Qué escondidas cualidades lleva a florecimiento? No pequeña fortuna sería para el arte si quienes lo cultivan diesen respuesta a estas preguntas y poblasen su espíritu de artistas con el mundo de resonancias que ellas suscitan.
Digamos, en primer lugar, que los ámbitos o realidades abiertas son algo que el hombre necesita para desarrollar su vida de modo creativo y fecundo. En aparente paradoja, la interioridad del hombre se despliega en lo que llamamos "mundo exterior", y cuanto más fuerte es su intimidad, más capacidad posee de configurar el mundo en torno. Hay hombres que viven su vida a solas; otros hacen gravitar a su alrededor toda una constelación de mundos entreverados. Puede decirse que, en buena medida, el mundo del ama de casa es su hogar; el del pianista, su piano; el del piloto, su avión; el del pintor, sus lienzos; el del político, su pueblo. El espíritu del hombre florece en los ámbitos que colabora a crear. Lo "exterior" colabora con lo "interior" en un plano en que no están vigentes las categorías de espacio y tiempo sensibles y mensurables. Se trata del nivel 2. ¿Qué importa para el sentido de una idea que haya sido pronunciada en un lugar o en otro, en una lengua o en otra? ¿Es más interior un pensamiento que el sentido de un gesto? ¿Es menos humano el gesto que el pensamiento?
Si se quiere comprender el arte, hay que desligar los esquemas exterior-interior, dentro-fuera de cuanto conservan de meramente espacial. En el nivel de la creatividad y el encuentro se da un modo singular de espacio y tiempo. ¿No sentimos a veces que una distancia infinita, insalvable nos separa de alguien que está a nuestro lado? Y ¿qué océanos podrían, por el contrario, distanciar a quienes un lazo de comprensión y amor fiel ha unido? Las experiencias éticas y estéticas tienen lugar en el nivel 2, están sometidas a su lógica propia y muestran, por ello, una flexibilidad y plasticidad extraordinarias.
Es sumamente aleccionador analizar los vínculos de todo orden que se establecen a lo largo de la vida entre el hombre y los seres que lo rodean. Es éste un tema incitante que aquí no podemos explanar. Mi propósito era sencillamente destacar que la verdadera morada del hombre no es aquella en la que habita, sino la trama de ámbitos que crea entre él y las realidades circundantes que le ofrecen posibilidades creativas. Entre tales ámbitos juegan un papel destacado los ámbitos sacros (8).
Creación de ámbitos sacros
Proyectar una iglesia encierra suma complejidad, pues no se trata de resolver una serie de problemas técnicos, sino de crear un ámbito en el cual los fieles puedan asistir en comunidad a la celebración de los misterios. Esto exige al arquitecto la movilización de todas sus facultades y una gran dosis de inspiración. Para ello debe descubrir la fuente de las intuiciones que fecundan el quehacer técnico. A mi ver, el secreto consiste en dejarse saturar por el sentido de la acción litúrgica, que es algo personal y comunitario a la par.
Por ser una acción personal, la liturgia es real, con un tipo de realidad expresiva y, como tal, bifronte: objetiva-sensible y superobjetiva-metasensible, a la vez. No se trata, pues, de una acción objetiva fría e impersonal, sino cálida y sugestiva.
Por su parte, los fieles que se unen para formar una comunidad orante no constituyen una mera colectividad gregaria. Al contrario, incrementan su responsabilidad personal a medida que afirman su unión comunitaria.
En este ámbito de comunidad religiosa se superan muchas supuestas paradojas. Cada creyente integra su obediencia a la fe y su libertad creativa, a fin de asumir ésta interiormente y darle una proyección comunitaria; cultiva a la vez el recogimiento interior y la atención al prójimo, que deja de serle distante, externo y extraño, por participar en la misma marcha hacia la patria definitiva.
La austeridad que hoy se propugna en la construcción de templos no debe, pues, abocar a un desangelado desmantelamiento, sino promover la experiencia profundamente humana del encuentro con Dios y con los demás hombres a través de las diferentes formas de piedad: las litúrgicas y las populares. No se confunda la pureza con la elementalidad, la sobriedad con el desamparo, pues, si el exceso de motivos ornamentales ahoga el sentido del misterio, la falta de todo apoyo sensible deja al hombre, con frecuencia, en una soledad vacía.
Lo que procede es cultivar la expresividad del templo y de cuanto forma parte integrante del mismo. Un cirio puede elevarnos más el espíritu que cien velas, y una bella planta decirnos más que mil flores. Lo decisivo es que los creadores de formas expresivas de lo sagrado no adopten una actitud “espectacular” ante el problema de proyectar iglesias y decorar el ámbito sacro; antes cultiven el sexto sentido de lo sugerente y lo simbólico. Esto afinará su sensibilidad en el trato con los materiales, a fin de lograr el necesario equilibrio entre los medios sensibles expresivos y los contenidos suprasensibles expresados.
NOTAS
(1) Cf. La indignidad en el Arte Sagrado (Guadarrama, Madrid 1961) 141.
(2) Cf. Les Eglises nouvelles à travers le monde (Ed.e des Deux-Mondes, Paris, 1960) 63.
(3) Cf. Revista Arquitectura (Madrid, nº 38, febrero 1962) 35.
(4) Puede servir de gran ayuda para profundizar en este tema la obra de R, Guardini: El espíritu de la Liturgia, reeditada por el Centre Pastoral Litúrgica, Barcelona, 2001, con el título El talante simbólico de la liturgia.
(5) Véase la obra de Peter Wust: Ungewissheit und Wagnis (Kösel, Múnich 1946). Versión española: Incertidumbre y riesgo (Rialp, Madrid). Una amplia exposición del pensamiento de Peter Wust se halla en mi obra El poder del diálogo y el encuentro (BAC,Madrid 1997) 137-221.
(6) Véase mi obra La experiencia estética y su poder formativo, Universidad de Deusto, Bilbao 32004.
(7) Pensemos, por ejemplo, en pensadores como Martín Buber, Ferdinand Ebner, Emmanuel Mounier, Lacroix, Maurice Nédoncelle, Romano Guardini, Pedro Laín Entralgo, J. F. Buytendijk, O. Fr. Bollnow…
(8) En estas notas sobre los ámbitos sacros, escritas en la lejana fecha de 1967, intentaba del modo más sencillo posible que el lector descubriera la riqueza interior de ciertos fenómenos de la vida humana ‒la belleza de las formas, el esplendor de los templos, el arte del pueblo, el poder expresivo del lenguaje…‒ y advirtiera la necesidad de elaborar un método de pensar y de expresarse acorde a tal riqueza. Ese método lo fui elaborando paso a paso a través de diversas obras. En la obra La ética o es transfiguración o no es nada (BAC, Madrid, 2014) he logrado una formulación bastante precisa, que me ha permitido describir con amplitud la lógica de los tres primeros niveles positivos: el 1, el 2 y el 3. Al editar ahora una remodelación de aquel escrito, me complace contemplar los orígenes de este método. Me he resistido durante tiempo a esta reedición, pero no pocos investigadores jóvenes me instaron a ello, porque –según me indican‒ les resulta sugestivo la génesis de un método que cada día se aplica con provecho a más áreas de conocimiento.
Empieza actualmente a jugar un papel importante en Estética y Antropología filosófica la categoría de ámbito (6). Y todo nos hace pensar que el giro mental que esto implica será de extraordinaria fecundidad para nuestra cultura si logramos advertir la correlación estrecha de esta categoría con la de "encuentro" (Begegnung, rencontre), que tanto ocupa y preocupa en la actualidad a psicólogos y filósofos (7). ¿Qué significa el hecho de que dos seres se encuentren? ¿Qué condiciones exige el encuentro, y qué potencias moviliza? ¿Qué escondidas cualidades lleva a florecimiento? No pequeña fortuna sería para el arte si quienes lo cultivan diesen respuesta a estas preguntas y poblasen su espíritu de artistas con el mundo de resonancias que ellas suscitan.
Digamos, en primer lugar, que los ámbitos o realidades abiertas son algo que el hombre necesita para desarrollar su vida de modo creativo y fecundo. En aparente paradoja, la interioridad del hombre se despliega en lo que llamamos "mundo exterior", y cuanto más fuerte es su intimidad, más capacidad posee de configurar el mundo en torno. Hay hombres que viven su vida a solas; otros hacen gravitar a su alrededor toda una constelación de mundos entreverados. Puede decirse que, en buena medida, el mundo del ama de casa es su hogar; el del pianista, su piano; el del piloto, su avión; el del pintor, sus lienzos; el del político, su pueblo. El espíritu del hombre florece en los ámbitos que colabora a crear. Lo "exterior" colabora con lo "interior" en un plano en que no están vigentes las categorías de espacio y tiempo sensibles y mensurables. Se trata del nivel 2. ¿Qué importa para el sentido de una idea que haya sido pronunciada en un lugar o en otro, en una lengua o en otra? ¿Es más interior un pensamiento que el sentido de un gesto? ¿Es menos humano el gesto que el pensamiento?
Si se quiere comprender el arte, hay que desligar los esquemas exterior-interior, dentro-fuera de cuanto conservan de meramente espacial. En el nivel de la creatividad y el encuentro se da un modo singular de espacio y tiempo. ¿No sentimos a veces que una distancia infinita, insalvable nos separa de alguien que está a nuestro lado? Y ¿qué océanos podrían, por el contrario, distanciar a quienes un lazo de comprensión y amor fiel ha unido? Las experiencias éticas y estéticas tienen lugar en el nivel 2, están sometidas a su lógica propia y muestran, por ello, una flexibilidad y plasticidad extraordinarias.
Es sumamente aleccionador analizar los vínculos de todo orden que se establecen a lo largo de la vida entre el hombre y los seres que lo rodean. Es éste un tema incitante que aquí no podemos explanar. Mi propósito era sencillamente destacar que la verdadera morada del hombre no es aquella en la que habita, sino la trama de ámbitos que crea entre él y las realidades circundantes que le ofrecen posibilidades creativas. Entre tales ámbitos juegan un papel destacado los ámbitos sacros (8).
Creación de ámbitos sacros
Proyectar una iglesia encierra suma complejidad, pues no se trata de resolver una serie de problemas técnicos, sino de crear un ámbito en el cual los fieles puedan asistir en comunidad a la celebración de los misterios. Esto exige al arquitecto la movilización de todas sus facultades y una gran dosis de inspiración. Para ello debe descubrir la fuente de las intuiciones que fecundan el quehacer técnico. A mi ver, el secreto consiste en dejarse saturar por el sentido de la acción litúrgica, que es algo personal y comunitario a la par.
Por ser una acción personal, la liturgia es real, con un tipo de realidad expresiva y, como tal, bifronte: objetiva-sensible y superobjetiva-metasensible, a la vez. No se trata, pues, de una acción objetiva fría e impersonal, sino cálida y sugestiva.
Por su parte, los fieles que se unen para formar una comunidad orante no constituyen una mera colectividad gregaria. Al contrario, incrementan su responsabilidad personal a medida que afirman su unión comunitaria.
En este ámbito de comunidad religiosa se superan muchas supuestas paradojas. Cada creyente integra su obediencia a la fe y su libertad creativa, a fin de asumir ésta interiormente y darle una proyección comunitaria; cultiva a la vez el recogimiento interior y la atención al prójimo, que deja de serle distante, externo y extraño, por participar en la misma marcha hacia la patria definitiva.
La austeridad que hoy se propugna en la construcción de templos no debe, pues, abocar a un desangelado desmantelamiento, sino promover la experiencia profundamente humana del encuentro con Dios y con los demás hombres a través de las diferentes formas de piedad: las litúrgicas y las populares. No se confunda la pureza con la elementalidad, la sobriedad con el desamparo, pues, si el exceso de motivos ornamentales ahoga el sentido del misterio, la falta de todo apoyo sensible deja al hombre, con frecuencia, en una soledad vacía.
Lo que procede es cultivar la expresividad del templo y de cuanto forma parte integrante del mismo. Un cirio puede elevarnos más el espíritu que cien velas, y una bella planta decirnos más que mil flores. Lo decisivo es que los creadores de formas expresivas de lo sagrado no adopten una actitud “espectacular” ante el problema de proyectar iglesias y decorar el ámbito sacro; antes cultiven el sexto sentido de lo sugerente y lo simbólico. Esto afinará su sensibilidad en el trato con los materiales, a fin de lograr el necesario equilibrio entre los medios sensibles expresivos y los contenidos suprasensibles expresados.
NOTAS
(1) Cf. La indignidad en el Arte Sagrado (Guadarrama, Madrid 1961) 141.
(2) Cf. Les Eglises nouvelles à travers le monde (Ed.e des Deux-Mondes, Paris, 1960) 63.
(3) Cf. Revista Arquitectura (Madrid, nº 38, febrero 1962) 35.
(4) Puede servir de gran ayuda para profundizar en este tema la obra de R, Guardini: El espíritu de la Liturgia, reeditada por el Centre Pastoral Litúrgica, Barcelona, 2001, con el título El talante simbólico de la liturgia.
(5) Véase la obra de Peter Wust: Ungewissheit und Wagnis (Kösel, Múnich 1946). Versión española: Incertidumbre y riesgo (Rialp, Madrid). Una amplia exposición del pensamiento de Peter Wust se halla en mi obra El poder del diálogo y el encuentro (BAC,Madrid 1997) 137-221.
(6) Véase mi obra La experiencia estética y su poder formativo, Universidad de Deusto, Bilbao 32004.
(7) Pensemos, por ejemplo, en pensadores como Martín Buber, Ferdinand Ebner, Emmanuel Mounier, Lacroix, Maurice Nédoncelle, Romano Guardini, Pedro Laín Entralgo, J. F. Buytendijk, O. Fr. Bollnow…
(8) En estas notas sobre los ámbitos sacros, escritas en la lejana fecha de 1967, intentaba del modo más sencillo posible que el lector descubriera la riqueza interior de ciertos fenómenos de la vida humana ‒la belleza de las formas, el esplendor de los templos, el arte del pueblo, el poder expresivo del lenguaje…‒ y advirtiera la necesidad de elaborar un método de pensar y de expresarse acorde a tal riqueza. Ese método lo fui elaborando paso a paso a través de diversas obras. En la obra La ética o es transfiguración o no es nada (BAC, Madrid, 2014) he logrado una formulación bastante precisa, que me ha permitido describir con amplitud la lógica de los tres primeros niveles positivos: el 1, el 2 y el 3. Al editar ahora una remodelación de aquel escrito, me complace contemplar los orígenes de este método. Me he resistido durante tiempo a esta reedición, pero no pocos investigadores jóvenes me instaron a ello, porque –según me indican‒ les resulta sugestivo la génesis de un método que cada día se aplica con provecho a más áreas de conocimiento.