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ALEJADO DE LA VERDAD Y EL AMOR, EL ESPÍRITU ENFERMA (Romano Guardini)

Redactado por Alfonso López Quintás el 11/07/2011 a las 12:00

El gran pedagogo que fue Romano Guardini, buen conocedor de los enigmas de la persona humana, destaca una y otra vez el vínculo que media entre la vida espiritual sana y la atenencia del hombre a los grandes valores: la verdad, el amor, el bien, la justicia... Leamos atentamente el texto siguiente, que nos adentra en las profundidades del nivel 3:


“La vida del espíritu -y esto caracteriza su modo de ser- no depende sólo de los seres, sino también y radicalmente de lo que es fuente de autenticidad: la verdad y el bien. Si se aparta de ambos, entra en peligro. (...) Si abandona la verdad, el espíritu enferma. Este abandono no tiene lugar cuando el hombre yerra, sino cuando abandona la verdad; no cuando miente, aunque sea con frecuencia, sino cuando deja de considerar la verdad como vinculante; no cuando engaña a otros, sino cuando dirige su vida a destruir la verdad. Entonces enferma del espíritu. Lo cual no se traduce necesariamente en perturbaciones psicopatológicas; un hombre así podría incluso ser muy fuerte y tener éxito. Pero estaría enfermo, y un observador penetrante en cuestiones no sólo psíquicas sino también espirituales lo advertiría. Esa disfunción podría, sin embargo, afectar a la vertiente psíquica y causar perturbaciones patentes. De esta enfermedad no le podría curar ninguna simple psiquiatría, sino que debería convertirse. Y tal conversión no sería realizable con un sencillo acto de voluntad. Consistiría en un verdadero cambio de actitud y sería más dificultosa que cualquier tratamiento terapéutico”.

“De tales consideraciones se desprende que parece también posible que la persona como tal corra peligro cuando nos desvinculamos de las realidades y normas que son la garantía de la persona: la justicia y el amor. La persona enferma si abandona la justicia. No cuando comete injusticia, aunque sea a menudo, sino cuando abandona la justicia. Ésta significa el reconocimiento de que las cosas tienen su propio modo de ser –su esencia- y la disposición a salvaguardar esas esencias y la ordenación entre las cosas que de ellas se deriva. Como persona, el hombre, sin ser Dios, es autónomo y capaz de tomar iniciativas. La condición para que este modo de ser tenga pleno sentido es que el hombre se mueva dentro del orden que viene dado por la verdad, y en esto consiste ser justo y convertir la justicia en la tarea por excelencia de la propia vida. La persona finita sólo tiene sentido si se orienta hacia la justicia; si se aparta de ella, corre peligro y se convierte en un peligro: un poder desordenado. Justamente por ello enferma como persona. Está como fuera de sí...”.

“Igualmente decisivo para la salud de la persona es el amor. Amar significa percibir lo que hay de valioso en los seres distintos de uno, sobre todo los personales; sentir su validez y descubrir que es importante que perdure y se desarrolle; preocuparse a fondo por este desarrollo como por algo propio. El que ama camina constantemente hacia la libertad; hacia la liberación de sus propias cadenas, es decir, de sí mismo. Pero, justamente, cuando se elimina a sí mismo de su mirada y su sentimiento, llega a su plenitud. Se abre un horizonte en torno a él, y, a medida que lo hace propio, adquiere espacio para desplegarse. El que sabe de amor conoce esta ley: que sólo al salirnos de nosotros mismos se ensancha nuestro espacio interior, y en éste se realiza lo que nos es más propio, y todo florece. Y en este espacio tiene lugar también el auténtico crear y la actividad pura; todo aquello que testifica que el mundo merece existir. En cuanto la persona renuncia a este amor, enferma. No enferma todavía cuando actúa contra él, lo viola, cae en el egoísmo o en el odio, sino cuando lo reduce a algo poco serio y rige su vida con criterios de cálculo, prepotencia y astucia. Entonces la existencia se convierte en una cárcel. Todo se cierra en sí mismo. Las cosas oprimen. Todas las realidades se vuelven interiormente ajenas y hostiles. El sentido último y evidente de las mismas desaparece. El ser ya no florece”
(1).

(1) Cf. Welt und Person, Werkbund, Würzburg 1950, págs. 96-98; Mundo y persona, Encuentro, Madrid 2000, págs. 106-108.
| Alfonso López Quintás
| 11/07/2011