Todo fue inútil


Alexander V. O'Hara

29 de diciembre de 1915
Lo intentamos con todas nuestras fuerzas, pero caminábamos por un terreno horrible que nos obligaba a hacer un esfuerzo titánico. Por si fuera poco los canales de agua nos cortaban el paso. Aquello aumentó las tensiones entre todos nosotros hasta que sucedió lo inevitable.



El tirar de los trineos cargados era un trabajo agotador
Salimos el día 23 de diciembre a las 3 de la madrugada, pero como aquí estamos en pleno verano antártico era como si fuese de día. La noche anterior Shackleton había decidido que, como forma de celebrar la Navidad y puesto que tendríamos que dejar muchos alimentos atrás, cada cual comiese todo lo que quisiese.

No se pueden imaginar la alegría que aquellas palabras despertaron en todos nosotros sin excepción, bueno menos en Orden-Lees que es el que lleva el control de las provisiones. Para unas personas que llevan dos meses con la comida racionada aquello fue el mejor regalo que se les podía dar. Recuerdo a uno de los marineros comentar en voz alta “nos hemos puesto como cerdos.

Un trabajo inhumano
Por la mañana todos estaban dispuestos a tirar lo que hiciera falta. Se les veía con una felicidad que no les había visto yo en mucho tiempo. Ya me lo había comentado el Jefe que cuando los hombres tienen la tripa llena… todo va bien.

Pero no duro mucho. Aunque caminábamos de noche para que la superficie del hielo estuviese lo más dura posible, el reblandecimiento de la superficie era tal que nos hundíamos algo que más que los tobillos, a veces hasta rodillas.

Esto no era peligroso, porque por debajo seguía habiendo una capa de un par de metros de hielo sólido, y aunque no había problema de hundirse era cansado y molesto a partes iguales. La cosa era todavía peor, porque durante la noche se congelaba la primera capa y cuando la veías creías que era una superficie sólida que aguantaría tu peso, pero no era así. Y el ir hundiéndote es un esfuerzo doblemente cansado.

Por si esto fuera poco, con bastante frecuencia nos encontrábamos con un canal de agua lo suficiente ancho para no poder saltarlo. Entonces se planteaba el dilema de esperar a que se cerrara, cosa que podía ocurrir en unos minutos o en horas, o no ocurrir. O si decidíamos bordearlo, entonces podíamos recorrer un centenar de metros tirando como mulas para ver que, de repente, el canal se cierra por sí solo. De resultas el avance diario era de unos tres kilómetros.

Motín
Ya llevábamos varios días con este tormento que se hacía evidente que no nos llevaría a ninguna parte cuando McNIsh, el carpintero, se negó a seguir avanzando. Worsley le recordó que estaba obligado a obedecer la orden de un superior. Aquello era una clara amenaza que, de acuerdo con las leyes del mar, le podría llevar a la horca.

McNish no se amedrentó y le respondió con un tecnicismo legal, como el Endurance se había hundido la relación contractual había desaparecido y por lo tanto no podía obligarle a obedecer. En eso tenía razón porque en esa época los contratos estimulaban que si el barco se hundía, el contrato finalizaba y los marineros dejaban de recibir su paga.

La tensión entre los dos hombres fue creciendo y el resto comenzó a tomar partido por uno u otro. Afortunadamente, alguien, al ver que las cosas podrían ir a mayores, decidió ir a buscar a Shackleton.
Lo que pasó ya se los cuento en la siguiente crónica, pero tengo que decir que supo actuar con un temple admirable. Si no hubiera sido por él, aquello hubiera terminado en un desastre.