Durante el día todo parecía tranquilo, pero al llegar la noche...
Llevamos más de siete meses encerrados por este mar de hielo. Eso es mucho tiempo. La parte más cruda del invierno ha pasado, lo que significa que la primavera se acerca, y después el verano.
Eso significa que el mar de hielo se descongelará y podríamos salir de nuestra prisión. Pero Shackleton, dice que la transición es el peor momento, cuando el hielo no se ha fundido del todo, pero las placas de hielo se rompen y comienzan a moverse. Y si pillan entre dos al barco entonces…
Algo más que curiosidad
Eso es lo que nos ha pasado. Primero, una mañana, fue una simple sacudida, aunque llamar “simple” a un golpe que sacude a un barco tan grande como el Endurance, es un eufemismo.
Pero lo luego vino lo peor. Esa tarde estábamos cenando cuando el barco se estremeció. Algunos salimos corriendo a cubierta. Luego todos dijimos que era para ver qué pasaba, pero –al menos yo- sentí algo más que curiosidad.
Fuera no había muchas novedades, la grieta que se había abierto por la mañana se había ensanchado un poco. Todo parecía tranquilo.
Durante todo el día siguiente no pasó nada, pero al llegar la noche, o más bien cuando la mayoría estábamos acostados, El Endurance empezó a crujir de tal manera que parecían gemidos lo que es escuchábamos.
Luego empezaron una serie de fuertes y violentos crujidos que resonaban por todo el barco y que parecían no parar. Hora tras hora continuaban con la misma o superior intensidad. Creo que muchos pensamos que en cualquier momento el barco se iba a romper en mil pedazos.
Toda la noche en vela
Como si aquellos movimientos del hielo estuvieran regidos por un reloj, por la mañana cesaron y el día fue tranquilo. Cuando nos sentamos a desayunar, se notaba en la cara de muchos que no habíamos dormido mucho esa noche…algunos –yo entre ellos- nada o casi nada.
Pero lo peor estaba por llegar. Aunque eso no lo sabíamos entonces. El día pasó tranquilo y, otra vez, a última hora de la tarde comenzaron los “ataques”, como ya los llamábamos.
Los golpes, los ruidos y las sacudidas eran de tal intensidad que el suelo temblaba y, a veces, teníamos que agarrarnos a las paredes. Pero lo peor eran los crujidos, los gemidos de la madera que nos taladraban los oídos.
Sin poderlo evitar, la mayoría de nosotros se vistió y subió a la cubierta pensando que tendríamos que abandonar el barco. Creo que nunca he sentido tanto miedo.
La mayoría de la tripulación se quedó en cubierta, yo subí al puente. Allí estaban, como siempre Shackleton, Worsley y Wild. Me saludaron con la cabeza al entrar, se le notaba preocupados.
Mi cara les debió de parecer la expresión pura del terror porque se cruzaron unas discretas sonrisas. Poco después, Worsley dijo que se iba a dormir. Shackleton y Wild le respondieron que se quedarían un poco con “los muchachos”.
Me quedé sólo en el puente con el oficial de guardia, abajo escuchaba la voz del Jefe bromeando en cubierta.
Eso significa que el mar de hielo se descongelará y podríamos salir de nuestra prisión. Pero Shackleton, dice que la transición es el peor momento, cuando el hielo no se ha fundido del todo, pero las placas de hielo se rompen y comienzan a moverse. Y si pillan entre dos al barco entonces…
Algo más que curiosidad
Eso es lo que nos ha pasado. Primero, una mañana, fue una simple sacudida, aunque llamar “simple” a un golpe que sacude a un barco tan grande como el Endurance, es un eufemismo.
Pero lo luego vino lo peor. Esa tarde estábamos cenando cuando el barco se estremeció. Algunos salimos corriendo a cubierta. Luego todos dijimos que era para ver qué pasaba, pero –al menos yo- sentí algo más que curiosidad.
Fuera no había muchas novedades, la grieta que se había abierto por la mañana se había ensanchado un poco. Todo parecía tranquilo.
Durante todo el día siguiente no pasó nada, pero al llegar la noche, o más bien cuando la mayoría estábamos acostados, El Endurance empezó a crujir de tal manera que parecían gemidos lo que es escuchábamos.
Luego empezaron una serie de fuertes y violentos crujidos que resonaban por todo el barco y que parecían no parar. Hora tras hora continuaban con la misma o superior intensidad. Creo que muchos pensamos que en cualquier momento el barco se iba a romper en mil pedazos.
Toda la noche en vela
Como si aquellos movimientos del hielo estuvieran regidos por un reloj, por la mañana cesaron y el día fue tranquilo. Cuando nos sentamos a desayunar, se notaba en la cara de muchos que no habíamos dormido mucho esa noche…algunos –yo entre ellos- nada o casi nada.
Pero lo peor estaba por llegar. Aunque eso no lo sabíamos entonces. El día pasó tranquilo y, otra vez, a última hora de la tarde comenzaron los “ataques”, como ya los llamábamos.
Los golpes, los ruidos y las sacudidas eran de tal intensidad que el suelo temblaba y, a veces, teníamos que agarrarnos a las paredes. Pero lo peor eran los crujidos, los gemidos de la madera que nos taladraban los oídos.
Sin poderlo evitar, la mayoría de nosotros se vistió y subió a la cubierta pensando que tendríamos que abandonar el barco. Creo que nunca he sentido tanto miedo.
La mayoría de la tripulación se quedó en cubierta, yo subí al puente. Allí estaban, como siempre Shackleton, Worsley y Wild. Me saludaron con la cabeza al entrar, se le notaba preocupados.
Mi cara les debió de parecer la expresión pura del terror porque se cruzaron unas discretas sonrisas. Poco después, Worsley dijo que se iba a dormir. Shackleton y Wild le respondieron que se quedarían un poco con “los muchachos”.
Me quedé sólo en el puente con el oficial de guardia, abajo escuchaba la voz del Jefe bromeando en cubierta.