Sufrimiento, compasión y compromiso socio-político
Uno de los fenómenos sociales más importantes es la movilización actual de la sociedad civil a favor de un mundo más justo y solidario. La convicción de que otro mundo mejor es posible se ha extendido por todas partes, y el clamor universal por un Nuevo Mundo solidario, sin pobreza e injusticias, es hoy incesante. El concepto de Nuevo Mundo representa, ya desde el descubrimiento de América, el horizonte utópico de una vida mejor. La apelación a un Nuevo Mundo está hoy omnipresente y a ello hace referencia el título de Hacia un Nuevo Mundo, haciéndose eco de esta aspiración universal.
Este clamor social responde a una nueva sensibilidad ético-utópica emergente en la sociedad civil de nuestro tiempo, en la convergencia y superación tanto de la modernidad como del comunitarismo. Esta sensibilidad conduce a la configuración progresiva de los perfiles de un nuevo proyecto de acción en común para el desarrollo universal solidario y a las estrategias de gestión política que pueden conducir a promoverlo eficazmente. La lógica de la filosofía de la historia confluye hoy en la emergencia de un nuevo protagonismo histórico de la sociedad civil en la gestión eficiente que nos conduzca a un Nuevo Mundo.
Más allá de la obra asistencial de las ONG, la Filosofía Política establece el marco conceptual hacia un nuevo nivel cualitativo del compromiso de la sociedad civil con el Nuevo Mundo. La sociedad civil deberá organizarse eficazmente en un movimiento solidario de alcance internacional, no para sustituir sino para controlar al poder político y forzar el avance real hacia el Nuevo Mundo. Hacia un Nuevo Mundo describe la filosofía y estructura funcional de la organización internacional de acción civil Nuevo Mundo hacia este nuevo protagonismo histórico emergente de la sociedad civil. La Filosofía Política comienza hoy a perfilarse: pero faltan los líderes civiles que sepan afrontar el riesgo de hacer nacer a Nuevo Mundo.
Uno de los fenómenos sociales más importantes es la movilización actual de la sociedad civil a favor de un mundo más justo y solidario. La convicción de que otro mundo mejor es posible se ha extendido por todas partes, y el clamor universal por un Nuevo Mundo solidario, sin pobreza e injusticias, es hoy incesante. El concepto de Nuevo Mundo representa, ya desde el descubrimiento de América, el horizonte utópico de una vida mejor. La apelación a un Nuevo Mundo está hoy omnipresente y a ello hace referencia el título de Hacia un Nuevo Mundo, haciéndose eco de esta aspiración universal.
Este clamor social responde a una nueva sensibilidad ético-utópica emergente en la sociedad civil de nuestro tiempo, en la convergencia y superación tanto de la modernidad como del comunitarismo. Esta sensibilidad conduce a la configuración progresiva de los perfiles de un nuevo proyecto de acción en común para el desarrollo universal solidario y a las estrategias de gestión política que pueden conducir a promoverlo eficazmente. La lógica de la filosofía de la historia confluye hoy en la emergencia de un nuevo protagonismo histórico de la sociedad civil en la gestión eficiente que nos conduzca a un Nuevo Mundo.
Más allá de la obra asistencial de las ONG, la Filosofía Política establece el marco conceptual hacia un nuevo nivel cualitativo del compromiso de la sociedad civil con el Nuevo Mundo. La sociedad civil deberá organizarse eficazmente en un movimiento solidario de alcance internacional, no para sustituir sino para controlar al poder político y forzar el avance real hacia el Nuevo Mundo. Hacia un Nuevo Mundo describe la filosofía y estructura funcional de la organización internacional de acción civil Nuevo Mundo hacia este nuevo protagonismo histórico emergente de la sociedad civil. La Filosofía Política comienza hoy a perfilarse: pero faltan los líderes civiles que sepan afrontar el riesgo de hacer nacer a Nuevo Mundo.
La compasión ante el sufrimiento real
El sufrimiento humano es algo desgarrador. Pesa como una angustia insoportable y una tensión agotadora sobre quien lo sufre. Cuando cae sobre nuestra vida –y en algún momento caerá– tenemos la experiencia real del sufrimiento. Pero cuando observamos el sufrimiento de los demás no es lo mismo. Sabemos que se está sufriendo, pero no llegamos a interiorizar o “hacer nuestro” el sufrimiento de los demás. Si el que sufre está “padeciendo” sólo hacemos nuestra su “pasión” hasta un cierto punto. Sentir en profundidad la com-pasión con el sufrimiento ajeno es sin duda muestra de una noble sensibilidad humana. Pero no todo el mundo la tiene.
Es más: tenemos como un mecanismo de defensa que tiende a velarnos la percepción de que los demás están realmente sufriendo. Buscamos el bienestar y la felicidad individual. Este impulso individual nos hace ignorar el hecho de que gran parte de la humanidad sufre e incluso que personas cercanas a nosotros lo hacen. Tendemos incluso a ignorar que nuestra misma vida está inevitablemente abocada al sufrimiento, de una forma u otra, en uno u otro momento de nuestra existencia. Tendemos a absolutizar nuestro presente feliz, o aunque sea sólo “llevadero”, en nuestra individualidad, porque intuimos que es casi la única forma de vivir y de no volvernos locos. No sería soportable cargar en el presente con todo el sufrimiento de la humanidad y anticipar en él el drama que pesará finalmente sobre nuestras mismas vidas. Además sabemos que está justificado vivir nuestra vida, construyéndola lo mejor que podemos en el presente, y sabemos también que no está en nuestras manos ni resolver el sufrimiento de la humanidad ni evitar ni siquiera la parte de sufrimiento que pesará sobre nosotros.
Se nos impone el carpe diem. Pero un fondo de inquietud y dramatismo ante el sufrimiento, el de la humanidad y el nuestro, pesa inevitablemente sobre nosotros y nos exige un compromiso de lucha. Cuanto mayor es el sentimiento de compasión, con los demás y con el anticipo de nuestra propia vida sufriente, mayor es la exigencia moral de luchar contra el sufrimiento.
Esta conciencia de sufrimiento personal y el sentimiento de compasión universal es el origen de la urgencia moral en el compromiso en la lucha contra el sufrimiento. Admitimos que gran parte del sufrimiento es inevitable. Pero sabemos que otra gran parte es evitable. Por ello, la acción humana se ha comprometido por el trabajo en dominar el mundo: construir una casa, sembrar los campos, hallar remedios contra la enfermedad o construir artefactos que hagan la vida más fácil. Pero los grupos humanos han creado también sociedades que han pretendido organizar esta lucha de todos contra el sufrimiento evitable. Los movimientos socio-políticos que llenan la historia han propuesto proyectos de acción en común para una vida mejor. La oferta de asociaciones comunitarias, filosóficas, religiosas, ideológicas o políticas, compite en un inmenso mercado de proyectos de lucha contra el sufrimiento.
¿Dónde nos hallamos hoy en la lucha contra el sufrimiento? Sin duda, la humanidad ha alcanzado con su esfuerzo cotas importantes que han hecho posible una vida mejor para muchos en los países desarrollados. Aunque la felicidad es siempre algo muy subjetivo que puede alcanzarse incluso en la pobreza y en el sufrimiento, sin embargo, si lo juzgamos objetivamente, la felicidad parece depender de un conjunto de variables externas (pobreza, enfermedad, ausencia de conflicto interhumano, injusticia, etc.). La población de Estados Unidos o Europa vivía hace años en un contexto de mucha mayor pobreza y desamparo social frente a la enfermedad y el sufrimiento que en la actualidad. En los países desarrollados, los ricos o primer mundo, muchos viven mejor que hace cien años. Esto es un hecho. Sin duda se ha combatido el sufrimiento. Pero este hecho incuestionable, que no se pone en duda, no debe hacernos olvidar las dimensiones universales que sigue teniendo hoy el sufrimiento humano.
La angustia no se produce por cuanto ya ha sido alcanzado, y se ha hecho bien, sino por el inmenso sufrimiento que todavía existe y que clama al cielo pidiendo una solución urgente y pragmática. La geografía del sufrimiento no solo es todavía inmensa, sino que crece continuamente. La proporción entre quienes viven bien y los pobres crece continuamente a favor de los que sufren. Al contemplar la inmensidad del sufrimiento desde un sentimiento sincero y profundo de com-pasión se suscita una inevitable necesidad moral de hacer “lo que se pueda”, con urgencia y pragmatismo, por eliminar el sufrimiento evitable. Es la compasión sentida la que exige solucionar con urgencia y pragmatismo, por ejemplo, el sufrimiento actual, en este mismísimo momento, de millones y millones de madres con el corazón angustiado hasta la muerte por la tristeza de ver a sus hijos sin alimento abocados a la guerra o a ser devorados por la jungla caótica de la sociedad; o, igualmente, el sufrimiento actual de millones y millones de niños abandonados, dejados a su suerte, que acabarán en la marginación social, en la delincuencia o en la muerte prematura.
La geografía del sufrimiento evitable
Gran parte del sufrimiento que abruma a los seres humanos no es evitable, ni por las acciones individuales ni por la acción conjunta de la sociedad. No es evitable que debamos morir o sufrir enfermedades; no es evitable la escasez de recursos que nos limita en nuestras aspiraciones y nos obliga a repartir lo que hay; no es evitable el conflicto que se produce por multitud de causas afectivas y psicológicas entre los seres humanos. Sin embargo, muchos sufrimientos sí son evitables, al menos en parte, si como individuos y como sociedad sabemos tomar las medidas adecuadas para combatirlos. Así, podemos decir que, en parte, la pobreza, la injusticia, el desamparo, el hambre, la enfermedad, las guerras, los enfrentamientos y conflictos interhumanos, etc., serían evitables, si acertáramos en tomar las medidas adecuadas, tanto en el comportamiento individual como en las actuaciones de la sociedad nacional e internacional. Podemos decir que esta geografía del sufrimiento evitable se manifiesta en cuatro dimensiones.
La primera dimensión es el subdesarrollo en países del segundo y del tercer mundo. Es la mayor parte de la humanidad. Así como los ricos tienen natalidad reducida, los pobres, en cambio, crecen sin control. Son países desorganizados donde el individuo se ve abandonado y desamparado dramáticamente: falta de trabajo, pobreza endémica, recursos escasos, desamparo social y sanitario, injusticia, delincuencia, desesperación, emigración… El mundo de los desamparados crece proporcionalmente haciéndose más y más dominante, aunque al mismo tiempo sectores de la población mundial desarrollada aumenten continuamente su riqueza.
La segunda dimensión es la indigencia de un sector importante de la población en los países desarrollados, en el primer mundo, y también en el segundo. El hecho es que gran parte de la población del primer y segundo mundo han accedido al disfrute de medios antes insospechados, pero en realidad viven en gran indigencia y con angustia por la supervivencia: temor ante la pérdida del trabajo, la injusticia, la insuficiencia de los recursos, las necesidades personales y familiares, el duro trabajo, la pobreza, la vivienda… Esta indigencia se ve de forma extrema en la enorme masa de inmigrantes, provenientes del tercer mundo, que dentro del primer o segundo mundo viven en condiciones extremas de sufrimiento, como ciudadanos de tercera sometidos con frecuencia a continua humillación, explotación e incertidumbre sobre el futuro.
La tercera dimensión es la violencia que se ha convertido también en una de las causas más hirientes de sufrimiento. Las guerras producidas en el pasado (pensemos sólo en el siglo XX) causaron una inmensa cantidad de sufrimiento. Terminada la segunda guerra mundial siguieron por aquí y por allá una serie interminable de conflictos violentos en diversas partes del mundo. Pero no es sólo esto: es la continua violencia presente dentro de muchísimos países (pensemos en la violencia institucional obrada por muchas dictaduras o en los movimientos represivos y terroristas). Sin embargo, la delincuencia y la agresividad en países del tercer mundo, del segundo y del primero, se ha convertido en un factor relevante de sufrimiento que, en algunos países, da lugar a cientos de asesinatos en un solo día, sumiendo al conjunto de la población a una psicosis de angustia y de incertidumbre interminable.
La cuarta dimensión es el conflicto interpersonal que se produce entre los individuos y se convierte en una fuente continua de sufrimiento. En la vida ordinaria la actitud y las acciones de unos sobre otros, el conflicto desencadenado sólo por nuestras decisiones individuales y por la forma de actuar sobre los demás, hiere profundamente, humilla, muestra el desamor continuo y una cruel insolidaridad. Somos nosotros mismos la fuente de sufrimiento que pesa dramáticamente sobre los demás. Muchos de estos sufrimientos serían evitables, si estuviéramos preparados para ello.
Cómo luchar contra el sufrimiento evitable
La verdad es que está en nuestras manos conseguir que todos los países entren en el desarrollo, de acuerdo con sus propias culturas, tradiciones e historia. Países mejor organizados eliminarían una parte sustancial del dramático sufrimiento hoy existente (primera dimensión). A su vez, los países desarrollados tienen los medios para amparar el sufrimiento de esos sectores de la población marginados, sometidos a situaciones extremas de angustia y desamparo (segunda dimensión). Las guerras podrían también evitarse si la humanidad consiguiera eliminar la tensión nacional e internacional. Igualmente la violencia que se genera en la pobreza, en el abandono y en la marginación de los pobres (tercera dimensión). Por último, el sufrimiento que nos infligimos unos a otros podría también eliminarse en parte si los individuos aprendieran a obrar de una forma distinta (cuarta dimensión).
Ahora bien, ¿cómo podría llegarse a eliminar el sufrimiento evitable, es decir, el producido por la incorrección de nuestras acciones individuales y colectivas? La respuesta está ya dada desde hace muchos tiempo por muchos autores, escuelas de pensamiento y, además, es intuida por la mayor parte de las personas. No vamos a descubrir ahora una solución nueva y sorprendente. Las vías de solución parecen obvias.
La primera vía debería ser la colaboración internacional para el desarrollo de los más pobres. Esto supondría disponer de vías de financiación del gasto para el desarrollo mundial que debiera universalizar el trabajo, la sanidad, la protección social, la educación, etc. La segunda vía debería responder a la política interna de los países desarrollados para combatir las importantes bolsas de marginación de sus ciudadanos. Ello supondría la financiación del necesario gasto social interno. La tercera vía sería el establecimiento consecuente de un nuevo orden de relación entre los países que evitara las guerras, estableciera la paz y, a través del desarrollo, fuera suprimiendo también las causas de la violencia surgida de la marginación, tanto en el tercer mundo como en el primero o segundo. La cuarta vía sería la educación que acompañaría al desarrollo y al amparo social de la población en los países desarrollados. Una educación bien enfocada debería contribuir a eliminar en parte y a humanizar las relaciones entre los seres humanos.
La urgencia pragmática del compromiso socio-político
Pero, si sentimos sinceramente compasión con el inmenso sufrimiento actual de la humanidad y nos vemos impulsados por nuestra conciencia moral a dar una respuesta inmediata, urgente y pragmática (puesto que el sufrimiento actual, en el momento presente, es terrible y no admite demoras), ¿qué es entonces lo que se puede hacer? En Hacia un Nuevo Mundo he argumentado que, frente a una sociedad política que sigue las pautas de hace siglos, sin resolver los problemas, comienza a configurarse hoy en día la emergencia de un nuevo protagonismo histórico que podría resultar decisivo en la lucha contra el sufrimiento: la sociedad civil. Si la sociedad civil se organizara en una dimensión internacional, al margen de los partidos políticos, podría constituirse en una fuerza de presión que forzara la reconducción de las políticas nacionales e internacionales hacia una lucha final contra el sufrimiento humano. En HNM hemos argumentado ampliamente cómo debería diseñarse y organizarse este movimiento de acción civil, que hemos denominado precisamente Nuevo Mundo, para que realmente pudiera surgir y alcanzar sus objetivos. Estas ideas son las que, en último término iremos comentando en este blog.
Desde el momento en que entendemos que Nuevo Mundo sería posible (es decir, sería posible emprender su organización), no hacerlo (renunciando a la vía posible para luchar con urgencia y pragmatismo contra el sufrimiento humano) equivaldría a no responder rectamente a la propia conciencia moral que nos urge al compromiso contra el sufrimiento humano. Esta fuerza moral, apoyada en un proyecto teórico bien diseñado, debería hacer surgir los líderes civiles que podrían iniciar uno de los movimientos de acción civil que, si triunfara, tendría consecuencias transcendentales para la historia de la humanidad.
El sufrimiento humano es algo desgarrador. Pesa como una angustia insoportable y una tensión agotadora sobre quien lo sufre. Cuando cae sobre nuestra vida –y en algún momento caerá– tenemos la experiencia real del sufrimiento. Pero cuando observamos el sufrimiento de los demás no es lo mismo. Sabemos que se está sufriendo, pero no llegamos a interiorizar o “hacer nuestro” el sufrimiento de los demás. Si el que sufre está “padeciendo” sólo hacemos nuestra su “pasión” hasta un cierto punto. Sentir en profundidad la com-pasión con el sufrimiento ajeno es sin duda muestra de una noble sensibilidad humana. Pero no todo el mundo la tiene.
Es más: tenemos como un mecanismo de defensa que tiende a velarnos la percepción de que los demás están realmente sufriendo. Buscamos el bienestar y la felicidad individual. Este impulso individual nos hace ignorar el hecho de que gran parte de la humanidad sufre e incluso que personas cercanas a nosotros lo hacen. Tendemos incluso a ignorar que nuestra misma vida está inevitablemente abocada al sufrimiento, de una forma u otra, en uno u otro momento de nuestra existencia. Tendemos a absolutizar nuestro presente feliz, o aunque sea sólo “llevadero”, en nuestra individualidad, porque intuimos que es casi la única forma de vivir y de no volvernos locos. No sería soportable cargar en el presente con todo el sufrimiento de la humanidad y anticipar en él el drama que pesará finalmente sobre nuestras mismas vidas. Además sabemos que está justificado vivir nuestra vida, construyéndola lo mejor que podemos en el presente, y sabemos también que no está en nuestras manos ni resolver el sufrimiento de la humanidad ni evitar ni siquiera la parte de sufrimiento que pesará sobre nosotros.
Se nos impone el carpe diem. Pero un fondo de inquietud y dramatismo ante el sufrimiento, el de la humanidad y el nuestro, pesa inevitablemente sobre nosotros y nos exige un compromiso de lucha. Cuanto mayor es el sentimiento de compasión, con los demás y con el anticipo de nuestra propia vida sufriente, mayor es la exigencia moral de luchar contra el sufrimiento.
Esta conciencia de sufrimiento personal y el sentimiento de compasión universal es el origen de la urgencia moral en el compromiso en la lucha contra el sufrimiento. Admitimos que gran parte del sufrimiento es inevitable. Pero sabemos que otra gran parte es evitable. Por ello, la acción humana se ha comprometido por el trabajo en dominar el mundo: construir una casa, sembrar los campos, hallar remedios contra la enfermedad o construir artefactos que hagan la vida más fácil. Pero los grupos humanos han creado también sociedades que han pretendido organizar esta lucha de todos contra el sufrimiento evitable. Los movimientos socio-políticos que llenan la historia han propuesto proyectos de acción en común para una vida mejor. La oferta de asociaciones comunitarias, filosóficas, religiosas, ideológicas o políticas, compite en un inmenso mercado de proyectos de lucha contra el sufrimiento.
¿Dónde nos hallamos hoy en la lucha contra el sufrimiento? Sin duda, la humanidad ha alcanzado con su esfuerzo cotas importantes que han hecho posible una vida mejor para muchos en los países desarrollados. Aunque la felicidad es siempre algo muy subjetivo que puede alcanzarse incluso en la pobreza y en el sufrimiento, sin embargo, si lo juzgamos objetivamente, la felicidad parece depender de un conjunto de variables externas (pobreza, enfermedad, ausencia de conflicto interhumano, injusticia, etc.). La población de Estados Unidos o Europa vivía hace años en un contexto de mucha mayor pobreza y desamparo social frente a la enfermedad y el sufrimiento que en la actualidad. En los países desarrollados, los ricos o primer mundo, muchos viven mejor que hace cien años. Esto es un hecho. Sin duda se ha combatido el sufrimiento. Pero este hecho incuestionable, que no se pone en duda, no debe hacernos olvidar las dimensiones universales que sigue teniendo hoy el sufrimiento humano.
La angustia no se produce por cuanto ya ha sido alcanzado, y se ha hecho bien, sino por el inmenso sufrimiento que todavía existe y que clama al cielo pidiendo una solución urgente y pragmática. La geografía del sufrimiento no solo es todavía inmensa, sino que crece continuamente. La proporción entre quienes viven bien y los pobres crece continuamente a favor de los que sufren. Al contemplar la inmensidad del sufrimiento desde un sentimiento sincero y profundo de com-pasión se suscita una inevitable necesidad moral de hacer “lo que se pueda”, con urgencia y pragmatismo, por eliminar el sufrimiento evitable. Es la compasión sentida la que exige solucionar con urgencia y pragmatismo, por ejemplo, el sufrimiento actual, en este mismísimo momento, de millones y millones de madres con el corazón angustiado hasta la muerte por la tristeza de ver a sus hijos sin alimento abocados a la guerra o a ser devorados por la jungla caótica de la sociedad; o, igualmente, el sufrimiento actual de millones y millones de niños abandonados, dejados a su suerte, que acabarán en la marginación social, en la delincuencia o en la muerte prematura.
La geografía del sufrimiento evitable
Gran parte del sufrimiento que abruma a los seres humanos no es evitable, ni por las acciones individuales ni por la acción conjunta de la sociedad. No es evitable que debamos morir o sufrir enfermedades; no es evitable la escasez de recursos que nos limita en nuestras aspiraciones y nos obliga a repartir lo que hay; no es evitable el conflicto que se produce por multitud de causas afectivas y psicológicas entre los seres humanos. Sin embargo, muchos sufrimientos sí son evitables, al menos en parte, si como individuos y como sociedad sabemos tomar las medidas adecuadas para combatirlos. Así, podemos decir que, en parte, la pobreza, la injusticia, el desamparo, el hambre, la enfermedad, las guerras, los enfrentamientos y conflictos interhumanos, etc., serían evitables, si acertáramos en tomar las medidas adecuadas, tanto en el comportamiento individual como en las actuaciones de la sociedad nacional e internacional. Podemos decir que esta geografía del sufrimiento evitable se manifiesta en cuatro dimensiones.
La primera dimensión es el subdesarrollo en países del segundo y del tercer mundo. Es la mayor parte de la humanidad. Así como los ricos tienen natalidad reducida, los pobres, en cambio, crecen sin control. Son países desorganizados donde el individuo se ve abandonado y desamparado dramáticamente: falta de trabajo, pobreza endémica, recursos escasos, desamparo social y sanitario, injusticia, delincuencia, desesperación, emigración… El mundo de los desamparados crece proporcionalmente haciéndose más y más dominante, aunque al mismo tiempo sectores de la población mundial desarrollada aumenten continuamente su riqueza.
La segunda dimensión es la indigencia de un sector importante de la población en los países desarrollados, en el primer mundo, y también en el segundo. El hecho es que gran parte de la población del primer y segundo mundo han accedido al disfrute de medios antes insospechados, pero en realidad viven en gran indigencia y con angustia por la supervivencia: temor ante la pérdida del trabajo, la injusticia, la insuficiencia de los recursos, las necesidades personales y familiares, el duro trabajo, la pobreza, la vivienda… Esta indigencia se ve de forma extrema en la enorme masa de inmigrantes, provenientes del tercer mundo, que dentro del primer o segundo mundo viven en condiciones extremas de sufrimiento, como ciudadanos de tercera sometidos con frecuencia a continua humillación, explotación e incertidumbre sobre el futuro.
La tercera dimensión es la violencia que se ha convertido también en una de las causas más hirientes de sufrimiento. Las guerras producidas en el pasado (pensemos sólo en el siglo XX) causaron una inmensa cantidad de sufrimiento. Terminada la segunda guerra mundial siguieron por aquí y por allá una serie interminable de conflictos violentos en diversas partes del mundo. Pero no es sólo esto: es la continua violencia presente dentro de muchísimos países (pensemos en la violencia institucional obrada por muchas dictaduras o en los movimientos represivos y terroristas). Sin embargo, la delincuencia y la agresividad en países del tercer mundo, del segundo y del primero, se ha convertido en un factor relevante de sufrimiento que, en algunos países, da lugar a cientos de asesinatos en un solo día, sumiendo al conjunto de la población a una psicosis de angustia y de incertidumbre interminable.
La cuarta dimensión es el conflicto interpersonal que se produce entre los individuos y se convierte en una fuente continua de sufrimiento. En la vida ordinaria la actitud y las acciones de unos sobre otros, el conflicto desencadenado sólo por nuestras decisiones individuales y por la forma de actuar sobre los demás, hiere profundamente, humilla, muestra el desamor continuo y una cruel insolidaridad. Somos nosotros mismos la fuente de sufrimiento que pesa dramáticamente sobre los demás. Muchos de estos sufrimientos serían evitables, si estuviéramos preparados para ello.
Cómo luchar contra el sufrimiento evitable
La verdad es que está en nuestras manos conseguir que todos los países entren en el desarrollo, de acuerdo con sus propias culturas, tradiciones e historia. Países mejor organizados eliminarían una parte sustancial del dramático sufrimiento hoy existente (primera dimensión). A su vez, los países desarrollados tienen los medios para amparar el sufrimiento de esos sectores de la población marginados, sometidos a situaciones extremas de angustia y desamparo (segunda dimensión). Las guerras podrían también evitarse si la humanidad consiguiera eliminar la tensión nacional e internacional. Igualmente la violencia que se genera en la pobreza, en el abandono y en la marginación de los pobres (tercera dimensión). Por último, el sufrimiento que nos infligimos unos a otros podría también eliminarse en parte si los individuos aprendieran a obrar de una forma distinta (cuarta dimensión).
Ahora bien, ¿cómo podría llegarse a eliminar el sufrimiento evitable, es decir, el producido por la incorrección de nuestras acciones individuales y colectivas? La respuesta está ya dada desde hace muchos tiempo por muchos autores, escuelas de pensamiento y, además, es intuida por la mayor parte de las personas. No vamos a descubrir ahora una solución nueva y sorprendente. Las vías de solución parecen obvias.
La primera vía debería ser la colaboración internacional para el desarrollo de los más pobres. Esto supondría disponer de vías de financiación del gasto para el desarrollo mundial que debiera universalizar el trabajo, la sanidad, la protección social, la educación, etc. La segunda vía debería responder a la política interna de los países desarrollados para combatir las importantes bolsas de marginación de sus ciudadanos. Ello supondría la financiación del necesario gasto social interno. La tercera vía sería el establecimiento consecuente de un nuevo orden de relación entre los países que evitara las guerras, estableciera la paz y, a través del desarrollo, fuera suprimiendo también las causas de la violencia surgida de la marginación, tanto en el tercer mundo como en el primero o segundo. La cuarta vía sería la educación que acompañaría al desarrollo y al amparo social de la población en los países desarrollados. Una educación bien enfocada debería contribuir a eliminar en parte y a humanizar las relaciones entre los seres humanos.
La urgencia pragmática del compromiso socio-político
Pero, si sentimos sinceramente compasión con el inmenso sufrimiento actual de la humanidad y nos vemos impulsados por nuestra conciencia moral a dar una respuesta inmediata, urgente y pragmática (puesto que el sufrimiento actual, en el momento presente, es terrible y no admite demoras), ¿qué es entonces lo que se puede hacer? En Hacia un Nuevo Mundo he argumentado que, frente a una sociedad política que sigue las pautas de hace siglos, sin resolver los problemas, comienza a configurarse hoy en día la emergencia de un nuevo protagonismo histórico que podría resultar decisivo en la lucha contra el sufrimiento: la sociedad civil. Si la sociedad civil se organizara en una dimensión internacional, al margen de los partidos políticos, podría constituirse en una fuerza de presión que forzara la reconducción de las políticas nacionales e internacionales hacia una lucha final contra el sufrimiento humano. En HNM hemos argumentado ampliamente cómo debería diseñarse y organizarse este movimiento de acción civil, que hemos denominado precisamente Nuevo Mundo, para que realmente pudiera surgir y alcanzar sus objetivos. Estas ideas son las que, en último término iremos comentando en este blog.
Desde el momento en que entendemos que Nuevo Mundo sería posible (es decir, sería posible emprender su organización), no hacerlo (renunciando a la vía posible para luchar con urgencia y pragmatismo contra el sufrimiento humano) equivaldría a no responder rectamente a la propia conciencia moral que nos urge al compromiso contra el sufrimiento humano. Esta fuerza moral, apoyada en un proyecto teórico bien diseñado, debería hacer surgir los líderes civiles que podrían iniciar uno de los movimientos de acción civil que, si triunfara, tendría consecuencias transcendentales para la historia de la humanidad.