El título de esta conferencia parece un tanto contradictorio. No obstante, si tenemos en cuenta la terminología anglosajona, la contradicción no parece tan grande. Para la palabra consciencia existen en inglés dos términos que son difícilmente separables en castellano. Uno es ‘consciousness’, que puede traducirse en castellano por ‘consciencia’ y el otro ‘awareness’, que yo suelo traducir por ‘apercepción’, pero que también se traduce por ‘consciencia’. Por tanto, de lo que hoy vamos a hablar es de la apercepción inconsciente, es decir, de la capacidad de apercibirnos de determinados sucesos o estímulos de forma inconsciente.
Sin duda una de las mayores conmociones que experimentó el hombre de Occidente en tiempos recientes fue el descubrimiento por Sigmund Freud de la importancia del inconsciente para nuestra vida mental. El inconsciente no era nada nuevo en su época. De él hablaron von Schubert, Carus, von Hartmann o Nietzsche, entre otros. Pero el auténtico descubrimiento fue comprender la importancia que el inconsciente tenía para nuestros actos conscientes. Destronado del centro de la Naturaleza por la teoría de la evolución de Darwin, Freud le quitaba también al hombre el dominio sobre sí mismo.
Para la hybris humana esto fue un duro golpe. Pero aún quedaban nuestros actos conscientes, en los que éramos libres y dueños de decidir lo que nos viniera en gana.
El inconsciente de Freud se limita a aquellos procesos emotivos e instintivos que, a pesar de discurrir inconscientemente, tienen una gran influencia sobre nuestros actos conscientes. Pues bien, lo que quiero enfatizar hoy es precisamente el descubrimiento de que incluso gran parte de los denominados procesos cognitivos o cognoscitivos de la mente, que aparentemente son sólo el fruto de nuestra decisión consciente y del así llamado libre albedrío, discurren también de forma inconsciente. O, dicho de otra manera, que también gran parte de los procesos cognoscitivos son inconscientes. Para demostrar esta afirmación pondré algunos ejemplos.
El “relleno” de la mancha ciega del ojo.
Es conocido que en la retina existe una región desprovista de conos y bastones que es el lugar por donde desaparecen los axones de las células ganglionares para formar el nervio óptico que abandona el ojo en dirección hacia el quiasma.
Por otra parte, cualquier lesión de la retina que dañe los fotoreceptores se refleja en el campo visual como un escotoma, es decir, como una mancha negra.
Sin embargo, la mancha ciega no produce ninguna mancha negra en el campo visual correspondiente. Al parecer el cerebro cubre el déficit de forma que la mancha aparece “rellena” con la misma textura que el fondo. La existencia de la mancha ciega puede demostrarse, como se hace con el dibujo de la Figura 1, figura que ya de pequeños nos llamaba la atención. Si en la figura cerramos el ojo derecho y fijamos la vista en la cruz y mantenemos la figura a unos 20 o 30 centímetros de distancia, moviendo la figura lentamente hacia el ojo, llegará un momento en el que el punto negro desaparecerá porque coincide con la mancha ciega. Uno puede darse cuenta que, al desaparecer, el punto no deja ningún espacio vacío ni ninguna mancha negra, sino que todo está “relleno” con la misma textura que el resto del papel.
Este fenómeno fue descrito por Sir David Brewster quien al respecto dijo lo siguiente: “El Artífice Divino no ha dejado su obra imperfecta... la mancha, en vez de ser negra, tiene el mismo color que el fondo”. Sin embargo, otro autor planteó irónicamente que, en realidad, lo que Sir David Brewster debería haberse preguntado para empezar es por qué el Artífice Divino había creado un ojo imperfecto.
El experimento puede prolongarse de la forma siguiente. Si se mantiene un objeto con la forma de un donut, de manera que esa forma se encuentre rodeando la mancha ciega de un ojo, y si el diámetro interior del donut es inferior al diámetro de la mancha ciega, se verá un disco homogéneo. Si el donut es amarillo, el amarillo del disco será tres veces más amarillo que antes. El cerebro está literalmente “rellenando” la mancha ciega con lo que los filósofos han denominado “qualia”, es decir, cualidades distintas y potentes de la percepción sensorial. Pues bien, todo esto se realiza de forma totalmente inconsciente.
Es de suponer que la porción de corteza visual que corresponde a la mancha ciega de cada ojo recibe aferencias del otro ojo y de las regiones vecinas, de forma que el defecto queda subsanado con ese fenómeno de “relleno”. Pero sobre los detalles fisiológicos de este fenómeno no sabemos absolutamente nada.
La conclusión que me gustaría subrayar de este experimento es que se pueden ver literalmente estímulos visuales como surgiendo de una parte del campo visual de la que, en realidad, no proceden ningunas aferencias. Menudo engaño, pues, para ese orgulloso yo que confía plenamente en su cerebro. Inconscientemente, se le están presentando estímulos que, en realidad, no existen. En las siguientes figuras se muestran ejemplos de cómo el cerebro aporta informaciones que no existen en la realidad exterior para completar un determinado cuadro o imagen (Figura 2, 3 y 4).
El síndrome de negligencia
Pasemos ahora a otro ejemplo. Denominado también disquiria, en el síndrome de negligencia se trata de un trastorno de representación que afecta al espacio contralateral a la lesión. Los síntomas en estos pacientes pueden ser defectivos o productivos. Cuando son defectivos y graves se les agrupa bajo el nombre de negligencia unilateral, que significa que los pacientes se comportan como si el lado contralateral del espacio egocéntrico no fuese ni percibido ni imaginado (ver Figura 5). Algunos autores informan que es más común en lesiones de la corteza parietal del hemisferio derecho.
Los síntomas productivos, más raros, son fenómenos ilusorios confinados al lado contralateral de la lesión y se les conoce con el nombre de somatoparafrenias desde que fueron así llamados por Gerstmann en 1942.
Menciono este síndrome porque también ha contribuido al descubrimiento de representaciones mentales inconscientes.
Que la información procedente del lado contralateral a la lesión era utilizada por los pacientes, aunque éstos no tuviesen consciencia de ello, ya lo sabía Anton, quien en 1899 llamó a este fenómeno “dunkle Kenntnis” (conocimiento oscuro) y, efectivamente, diversos estudios han mostrado que los pacientes utilizan de forma inconsciente estas informaciones procedentes del lado del espacio no atendido. Algunos pacientes sienten la estimulación contralateral como procedente del espacio opuesto en puntos simétricamente especulares.
Una de las conclusiones que se han sacado del estudio de estos enfermos es que la consciencia no es monolítica sincrónicamente, en el sentido de que en cualquier tiempo dado los trastornos de los atributos conscientes de la representación mental pueden estar circunscritos espacialmente: un paciente puede percatarse de un lado de un objeto o de todo el entorno, mientras que la representación del lado opuesto permanece inconsciente. Con otras palabras, tanto la consciencia como lo que llamamos “yo” poseen una estructura compuesta, disociable, lo que se hace dramáticamente evidente en estos pacientes.
Estos resultados están, a mi entender, en completa contradicción con las suposiciones de Platón, Descartes y los modernos dualistas, como Karl Popper y John Eccles que pensaban que la unidad de la consciencia era indivisible.
La “visión ciega”
El siguiente ejemplo procede de la psicofisiología de la visión. En la llamada “visión ciega”, por lesión del área visual primaria, o V1, los sujetos actúan como si fuesen ciegos. Se quejan de la total incapacidad de ver en las áreas afectadas del campo visual. No obstante, muestran movimientos oculares y fijaciones del ojo en objetos móviles dentro de las áreas “ciegas”. Si se les obliga a adivinar las dimensiones básicas de los estímulos, como líneas horizontales o verticales, las respuestas son correctas y mejoran con el tiempo – todo ello, sin embargo, acompañado de quejas continuas de que no son capaces de ver nada.
Este es un ejemplo característico de lo que se ha denominado conocimiento implícito o inconsciente.
Lesiones del hipocampo
Las lesiones bilaterales del hipocampo en humanos se asocian con una pérdida, devastadora desde el punto de vista subjetivo, de la memoria personal o episódica, de forma que el sujeto no recuerda un test que realizó cinco minutos antes. A pesar de ello, se puede demostrar la presencia de una función implícita: Los sujetos que informaban no tener memoria consciente de test previos, muestran mejoras reales con la repetición de los ejercicios, lo que indica claramente que han recibido esa información.
Afasia y prosopagnosia
Sujetos con afasia receptiva, es decir, con una apercepción aguda de su incapacidad para entender el lenguaje o enfermos con prosopagnosia, es decir con incapacidad para reconocer caras conocidas, muestran respuestas galvánicas de la piel a los estímulos relevantes, demostrando una discriminación implícita, no consciente, de estos estímulos. Aquí las disociaciones de la consciencia parece que tienen lugar dentro de los propios contenidos de la consciencia. El paciente con prosopagnosia, por tanto, es capaz de percibir las caras familiares, pero no las reconoce conscientemente.
Anosognosia
En la anosognosia, los pacientes muestran una falta total de autoconsciencia de los déficit lingüísticos, perceptivos, sensoriales y motores que realmente poseen. Estos pacientes tienen lesiones en las regiones parietales de la corteza del hemisferio derecho. Se trata de lesiones del área que Geschwind denominó “área asociativa de las áreas asociativas”, y que Kihlstrom sugiere que es el lugar de la consciencia de sí mismo, o autoconsciencia. Es también el área que se activa con sueños lúcidos, diurnos, como resultado de estados de meditación profunda, que se realiza para inhibir o suspender la actividad cognitiva, especialmente verbal, que es asumida, en su mayor parte, por el hemisferio izquierdo.
Aquí se trataría de una disociación de la consciencia de manera que existe una desconexión entre los módulos específicos que elaboran la información y el sistema de la apercepción consciente.
Reconocimiento semántico
Schachter y Marcel han mostrado que la percepción, el reconocimiento semántico y el pensamiento verbal pueden permanecer “implícitos” o “inconscientes”, y que son capaces de expresión independientemente de cualquier sistema de apercepción consciente.
Así, por ejemplo, Marcel presentó taquistoscópicamente palabras subliminales y luego las enmascaró con otras palabras competitivas para impedir su reconocimiento consciente.
Con este método descubrió que los procesos cognoscitivos, que son la base del reconocimiento semántico y que fueron interrumpidos antes de llegar a la consciencia, estaban, al parecer, organizados de forma distinta a los procesos cognoscitivos que funcionan con consciencia.
Por ejemplo, si la presentación supraliminal de la palabra “tree” (árbol) era seguida de la palabra “palm” (palma), el reconocimiento de la palabra “wrist” (muñeca de la mano) fue más lento que lo normal.
Sin embargo, la palabra “wrist” (muñeca de la mano) se facilita si la primera palabra es “hand” (mano), en vez de “tree”. Ahora bien, si la palabra “palm” se presenta subliminalmente antes de la palabra “wrist”, ésta se facilita, no importa si la primera palabra fue “hand” o “tree”.
Es decir, las asociaciones semánticas procesadas inconscientemente se extienden a todas las categorías relacionadas de forma simultánea, mientras que la consciencia focal está controlada secuencialmente por la serie de palabras y por el contexto, es decir, que es mucho más selectiva.
Podríamos extendernos en los ejemplos, pero basten éstos para volver a constatar que existen mecanismos inconscientes de percepción, memoria e incluso reconocimiento semántico que discurren de forma totalmente inconsciente.
En los experimentos antes mencionados de reconocimiento semántico, la conclusión que Dixon sacó de ellos es que existen dos sistemas de proyección cortical, uno ultrarrápido, en el rango de los primeros 100 milisegundos de la respuesta que se provoca en la corteza somestésica con un estímulo sensorial periférico, que discurre inconscientemente, y el otro sistema, más lento, en el rango de los 200 milisegundos, que procede del sistema retículo-talámico más lento y que es anulado durante la anestesia.
Lo que llamamos consciencia, según estos datos, pertenecería a un sistema lento que no es necesario para la respuesta inmediata del organismo a determinados estímulos. Efectivamente, la conducta a veces se produce con una rapidez que no da lugar a ningún tipo de reflexión sobre lo que está ocurriendo. Es de suponer que esta rapidez ha sido importante a lo largo de la evolución, es decir, ha tenido un valor supravivencial.
Visto así, la consciencia representaría un lujo no imprescindible para la supervivencia del individuo. Se ha argumentado que la consciencia bien puede servir para la coordinación de los diversos procesos mentales. Y Nicholas Humphrey ha postulado que la consciencia nos sirve para averiguar, por comparación, lo que otros individuos pueden pensar o sentir, anticipándonos a sus reacciones. Esta última hipótesis tendría, lógicamente, un valor supravivencial claro. Pero se trata de un sistema lento, que funciona de forma secuencial, selectiva y abstracta. No puede ocuparse de muchas cosas a la vez, por lo que la selectividad es una de sus principales características.
Pero ahí está. La tenemos y hay que intentar explicarla. Tema enormemente difícil, pero que es la clave del problema mente-cerebro que tantos ríos de tinta ha hecho correr.
Hay autores, como John Searle que opinan que la subjetividad y todos los fenómenos subjetivos, como la consciencia, no son ni pueden ser objetos de estudio por la ciencia objetiva. A favor de ello aporta los siguientes argumentos:
1º Nada puede ser parte de una ciencia objetiva a no ser que sea observable
2º Nuestra noción de observación presupone la distinción entre la observación - la creación de una representación subjetiva - y el objeto observado.
3º Nunca podremos hacer esta distinción para la consciencia, dado que su funcionamiento sólo es accesible a sí misma.
4º Por tanto, nunca podremos construir una explicación puramente objetiva de la consciencia.
No opino yo de igual manera. Siempre podremos aproximarnos poco a poco a la solución del problema, aunque también siempre nos falte algo por conocer. Pero cerrar de antemano las puertas con afirmaciones sobre la imposibilidad del conocimiento nunca puede ser algo productivo.
Dejo este tema, por falta de tiempo, para otro momento.
Posible localización de la consciencia
Para terminar, quisiera decir algo sobre la posible localización de esta consciencia, algo que ya hemos apuntado anteriormente.
Existen en el sistema nervioso central zonas de interconexiones especialmente densas. Estas denominadas “zonas de convergencia” han sido, lógicamente candidatas a ser la localización neural específica de la consciencia. Sobre todo, si se trata de zonas de convergencia de distintas modalidades sensoriales, como ocurre con el giro angular del lóbulo parietal, que antes mencionamos había sido denominado por Geschwind el área asociativa de las áreas asociativas. Schachter y Dimond son partidarios de que la consciencia estaría precisamente localizada en el lóbulo parietal derecho. Baars, Penfield y otros localizan la consciencia en el sistema retículo-talámico del tronco del encéfalo. Luego están Kinsbourne, Goldman-Rakic y Damasio que ven en el sistema retículo-talámico, las áreas límbicas (con sus conexiones temporales y frontales) y las áreas parietales del hemisferio derecho e izquierdo como candidatos. En realidad, casi todo el cerebro. Pero Damasio dice que no es necesario elegir entre ellas, porque operan como un solo sistema basado en una sincronicidad electroquímica.
Más recientemente, Ramachandran y colaboradores han propuesto que la mayoría de las acciones conscientes se realizan en los lóbulos temporales. Uno de los argumentos es que se necesita la amígdala para interpretar el significado de las cosas por el organismo. Otro argumento es que la consciencia está ligada a los estados intermedios entre la percepción y la acción, y el lóbulo temporal es precisamente la interfase entre la percepción y la acción. Además, los trastornos más profundos de la consciencia son los que se producen por epilepsia del lóbulo temporal.
Sea como sea, es un hecho que el problema de la consciencia es de nuevo un problema actual y que los conocimientos crecientes de la neurofisiología pueden ayudar mucho a los que tradicionalmente se han dedicado a este problema: psicólogos y filósofos.
En cualquier caso hay que ser más optimista que Ludwig Wittgenstein, cuando dijo:
“Pensar en términos de procesos fisiológicos es extremadamente peligroso en conexión con la clarificación de problemas conceptuales en psicología....Nos engaña a veces con falsas dificultades, a veces con falsas soluciones. La mejor profilaxis contra ello es pensar que no sabemos en absoluto si los humanos que conocemos poseen realmente un sistema nervioso”.
Pienso que hemos avanzado considerablemente en el conocimiento del sistema nervioso nuestro y de nuestros contemporáneos. Y con ayuda de las nuevas técnicas, pronto podremos atacar con mejores resultados los problemas que tradicionalmente han afligido a los filósofos y los psicólogos durante siglos, entre ellos el problema de la consciencia.
Sin duda una de las mayores conmociones que experimentó el hombre de Occidente en tiempos recientes fue el descubrimiento por Sigmund Freud de la importancia del inconsciente para nuestra vida mental. El inconsciente no era nada nuevo en su época. De él hablaron von Schubert, Carus, von Hartmann o Nietzsche, entre otros. Pero el auténtico descubrimiento fue comprender la importancia que el inconsciente tenía para nuestros actos conscientes. Destronado del centro de la Naturaleza por la teoría de la evolución de Darwin, Freud le quitaba también al hombre el dominio sobre sí mismo.
Para la hybris humana esto fue un duro golpe. Pero aún quedaban nuestros actos conscientes, en los que éramos libres y dueños de decidir lo que nos viniera en gana.
El inconsciente de Freud se limita a aquellos procesos emotivos e instintivos que, a pesar de discurrir inconscientemente, tienen una gran influencia sobre nuestros actos conscientes. Pues bien, lo que quiero enfatizar hoy es precisamente el descubrimiento de que incluso gran parte de los denominados procesos cognitivos o cognoscitivos de la mente, que aparentemente son sólo el fruto de nuestra decisión consciente y del así llamado libre albedrío, discurren también de forma inconsciente. O, dicho de otra manera, que también gran parte de los procesos cognoscitivos son inconscientes. Para demostrar esta afirmación pondré algunos ejemplos.
El “relleno” de la mancha ciega del ojo.
Es conocido que en la retina existe una región desprovista de conos y bastones que es el lugar por donde desaparecen los axones de las células ganglionares para formar el nervio óptico que abandona el ojo en dirección hacia el quiasma.
Por otra parte, cualquier lesión de la retina que dañe los fotoreceptores se refleja en el campo visual como un escotoma, es decir, como una mancha negra.
Sin embargo, la mancha ciega no produce ninguna mancha negra en el campo visual correspondiente. Al parecer el cerebro cubre el déficit de forma que la mancha aparece “rellena” con la misma textura que el fondo. La existencia de la mancha ciega puede demostrarse, como se hace con el dibujo de la Figura 1, figura que ya de pequeños nos llamaba la atención. Si en la figura cerramos el ojo derecho y fijamos la vista en la cruz y mantenemos la figura a unos 20 o 30 centímetros de distancia, moviendo la figura lentamente hacia el ojo, llegará un momento en el que el punto negro desaparecerá porque coincide con la mancha ciega. Uno puede darse cuenta que, al desaparecer, el punto no deja ningún espacio vacío ni ninguna mancha negra, sino que todo está “relleno” con la misma textura que el resto del papel.
Este fenómeno fue descrito por Sir David Brewster quien al respecto dijo lo siguiente: “El Artífice Divino no ha dejado su obra imperfecta... la mancha, en vez de ser negra, tiene el mismo color que el fondo”. Sin embargo, otro autor planteó irónicamente que, en realidad, lo que Sir David Brewster debería haberse preguntado para empezar es por qué el Artífice Divino había creado un ojo imperfecto.
El experimento puede prolongarse de la forma siguiente. Si se mantiene un objeto con la forma de un donut, de manera que esa forma se encuentre rodeando la mancha ciega de un ojo, y si el diámetro interior del donut es inferior al diámetro de la mancha ciega, se verá un disco homogéneo. Si el donut es amarillo, el amarillo del disco será tres veces más amarillo que antes. El cerebro está literalmente “rellenando” la mancha ciega con lo que los filósofos han denominado “qualia”, es decir, cualidades distintas y potentes de la percepción sensorial. Pues bien, todo esto se realiza de forma totalmente inconsciente.
Es de suponer que la porción de corteza visual que corresponde a la mancha ciega de cada ojo recibe aferencias del otro ojo y de las regiones vecinas, de forma que el defecto queda subsanado con ese fenómeno de “relleno”. Pero sobre los detalles fisiológicos de este fenómeno no sabemos absolutamente nada.
La conclusión que me gustaría subrayar de este experimento es que se pueden ver literalmente estímulos visuales como surgiendo de una parte del campo visual de la que, en realidad, no proceden ningunas aferencias. Menudo engaño, pues, para ese orgulloso yo que confía plenamente en su cerebro. Inconscientemente, se le están presentando estímulos que, en realidad, no existen. En las siguientes figuras se muestran ejemplos de cómo el cerebro aporta informaciones que no existen en la realidad exterior para completar un determinado cuadro o imagen (Figura 2, 3 y 4).
El síndrome de negligencia
Pasemos ahora a otro ejemplo. Denominado también disquiria, en el síndrome de negligencia se trata de un trastorno de representación que afecta al espacio contralateral a la lesión. Los síntomas en estos pacientes pueden ser defectivos o productivos. Cuando son defectivos y graves se les agrupa bajo el nombre de negligencia unilateral, que significa que los pacientes se comportan como si el lado contralateral del espacio egocéntrico no fuese ni percibido ni imaginado (ver Figura 5). Algunos autores informan que es más común en lesiones de la corteza parietal del hemisferio derecho.
Los síntomas productivos, más raros, son fenómenos ilusorios confinados al lado contralateral de la lesión y se les conoce con el nombre de somatoparafrenias desde que fueron así llamados por Gerstmann en 1942.
Menciono este síndrome porque también ha contribuido al descubrimiento de representaciones mentales inconscientes.
Que la información procedente del lado contralateral a la lesión era utilizada por los pacientes, aunque éstos no tuviesen consciencia de ello, ya lo sabía Anton, quien en 1899 llamó a este fenómeno “dunkle Kenntnis” (conocimiento oscuro) y, efectivamente, diversos estudios han mostrado que los pacientes utilizan de forma inconsciente estas informaciones procedentes del lado del espacio no atendido. Algunos pacientes sienten la estimulación contralateral como procedente del espacio opuesto en puntos simétricamente especulares.
Una de las conclusiones que se han sacado del estudio de estos enfermos es que la consciencia no es monolítica sincrónicamente, en el sentido de que en cualquier tiempo dado los trastornos de los atributos conscientes de la representación mental pueden estar circunscritos espacialmente: un paciente puede percatarse de un lado de un objeto o de todo el entorno, mientras que la representación del lado opuesto permanece inconsciente. Con otras palabras, tanto la consciencia como lo que llamamos “yo” poseen una estructura compuesta, disociable, lo que se hace dramáticamente evidente en estos pacientes.
Estos resultados están, a mi entender, en completa contradicción con las suposiciones de Platón, Descartes y los modernos dualistas, como Karl Popper y John Eccles que pensaban que la unidad de la consciencia era indivisible.
La “visión ciega”
El siguiente ejemplo procede de la psicofisiología de la visión. En la llamada “visión ciega”, por lesión del área visual primaria, o V1, los sujetos actúan como si fuesen ciegos. Se quejan de la total incapacidad de ver en las áreas afectadas del campo visual. No obstante, muestran movimientos oculares y fijaciones del ojo en objetos móviles dentro de las áreas “ciegas”. Si se les obliga a adivinar las dimensiones básicas de los estímulos, como líneas horizontales o verticales, las respuestas son correctas y mejoran con el tiempo – todo ello, sin embargo, acompañado de quejas continuas de que no son capaces de ver nada.
Este es un ejemplo característico de lo que se ha denominado conocimiento implícito o inconsciente.
Lesiones del hipocampo
Las lesiones bilaterales del hipocampo en humanos se asocian con una pérdida, devastadora desde el punto de vista subjetivo, de la memoria personal o episódica, de forma que el sujeto no recuerda un test que realizó cinco minutos antes. A pesar de ello, se puede demostrar la presencia de una función implícita: Los sujetos que informaban no tener memoria consciente de test previos, muestran mejoras reales con la repetición de los ejercicios, lo que indica claramente que han recibido esa información.
Afasia y prosopagnosia
Sujetos con afasia receptiva, es decir, con una apercepción aguda de su incapacidad para entender el lenguaje o enfermos con prosopagnosia, es decir con incapacidad para reconocer caras conocidas, muestran respuestas galvánicas de la piel a los estímulos relevantes, demostrando una discriminación implícita, no consciente, de estos estímulos. Aquí las disociaciones de la consciencia parece que tienen lugar dentro de los propios contenidos de la consciencia. El paciente con prosopagnosia, por tanto, es capaz de percibir las caras familiares, pero no las reconoce conscientemente.
Anosognosia
En la anosognosia, los pacientes muestran una falta total de autoconsciencia de los déficit lingüísticos, perceptivos, sensoriales y motores que realmente poseen. Estos pacientes tienen lesiones en las regiones parietales de la corteza del hemisferio derecho. Se trata de lesiones del área que Geschwind denominó “área asociativa de las áreas asociativas”, y que Kihlstrom sugiere que es el lugar de la consciencia de sí mismo, o autoconsciencia. Es también el área que se activa con sueños lúcidos, diurnos, como resultado de estados de meditación profunda, que se realiza para inhibir o suspender la actividad cognitiva, especialmente verbal, que es asumida, en su mayor parte, por el hemisferio izquierdo.
Aquí se trataría de una disociación de la consciencia de manera que existe una desconexión entre los módulos específicos que elaboran la información y el sistema de la apercepción consciente.
Reconocimiento semántico
Schachter y Marcel han mostrado que la percepción, el reconocimiento semántico y el pensamiento verbal pueden permanecer “implícitos” o “inconscientes”, y que son capaces de expresión independientemente de cualquier sistema de apercepción consciente.
Así, por ejemplo, Marcel presentó taquistoscópicamente palabras subliminales y luego las enmascaró con otras palabras competitivas para impedir su reconocimiento consciente.
Con este método descubrió que los procesos cognoscitivos, que son la base del reconocimiento semántico y que fueron interrumpidos antes de llegar a la consciencia, estaban, al parecer, organizados de forma distinta a los procesos cognoscitivos que funcionan con consciencia.
Por ejemplo, si la presentación supraliminal de la palabra “tree” (árbol) era seguida de la palabra “palm” (palma), el reconocimiento de la palabra “wrist” (muñeca de la mano) fue más lento que lo normal.
Sin embargo, la palabra “wrist” (muñeca de la mano) se facilita si la primera palabra es “hand” (mano), en vez de “tree”. Ahora bien, si la palabra “palm” se presenta subliminalmente antes de la palabra “wrist”, ésta se facilita, no importa si la primera palabra fue “hand” o “tree”.
Es decir, las asociaciones semánticas procesadas inconscientemente se extienden a todas las categorías relacionadas de forma simultánea, mientras que la consciencia focal está controlada secuencialmente por la serie de palabras y por el contexto, es decir, que es mucho más selectiva.
Podríamos extendernos en los ejemplos, pero basten éstos para volver a constatar que existen mecanismos inconscientes de percepción, memoria e incluso reconocimiento semántico que discurren de forma totalmente inconsciente.
En los experimentos antes mencionados de reconocimiento semántico, la conclusión que Dixon sacó de ellos es que existen dos sistemas de proyección cortical, uno ultrarrápido, en el rango de los primeros 100 milisegundos de la respuesta que se provoca en la corteza somestésica con un estímulo sensorial periférico, que discurre inconscientemente, y el otro sistema, más lento, en el rango de los 200 milisegundos, que procede del sistema retículo-talámico más lento y que es anulado durante la anestesia.
Lo que llamamos consciencia, según estos datos, pertenecería a un sistema lento que no es necesario para la respuesta inmediata del organismo a determinados estímulos. Efectivamente, la conducta a veces se produce con una rapidez que no da lugar a ningún tipo de reflexión sobre lo que está ocurriendo. Es de suponer que esta rapidez ha sido importante a lo largo de la evolución, es decir, ha tenido un valor supravivencial.
Visto así, la consciencia representaría un lujo no imprescindible para la supervivencia del individuo. Se ha argumentado que la consciencia bien puede servir para la coordinación de los diversos procesos mentales. Y Nicholas Humphrey ha postulado que la consciencia nos sirve para averiguar, por comparación, lo que otros individuos pueden pensar o sentir, anticipándonos a sus reacciones. Esta última hipótesis tendría, lógicamente, un valor supravivencial claro. Pero se trata de un sistema lento, que funciona de forma secuencial, selectiva y abstracta. No puede ocuparse de muchas cosas a la vez, por lo que la selectividad es una de sus principales características.
Pero ahí está. La tenemos y hay que intentar explicarla. Tema enormemente difícil, pero que es la clave del problema mente-cerebro que tantos ríos de tinta ha hecho correr.
Hay autores, como John Searle que opinan que la subjetividad y todos los fenómenos subjetivos, como la consciencia, no son ni pueden ser objetos de estudio por la ciencia objetiva. A favor de ello aporta los siguientes argumentos:
1º Nada puede ser parte de una ciencia objetiva a no ser que sea observable
2º Nuestra noción de observación presupone la distinción entre la observación - la creación de una representación subjetiva - y el objeto observado.
3º Nunca podremos hacer esta distinción para la consciencia, dado que su funcionamiento sólo es accesible a sí misma.
4º Por tanto, nunca podremos construir una explicación puramente objetiva de la consciencia.
No opino yo de igual manera. Siempre podremos aproximarnos poco a poco a la solución del problema, aunque también siempre nos falte algo por conocer. Pero cerrar de antemano las puertas con afirmaciones sobre la imposibilidad del conocimiento nunca puede ser algo productivo.
Dejo este tema, por falta de tiempo, para otro momento.
Posible localización de la consciencia
Para terminar, quisiera decir algo sobre la posible localización de esta consciencia, algo que ya hemos apuntado anteriormente.
Existen en el sistema nervioso central zonas de interconexiones especialmente densas. Estas denominadas “zonas de convergencia” han sido, lógicamente candidatas a ser la localización neural específica de la consciencia. Sobre todo, si se trata de zonas de convergencia de distintas modalidades sensoriales, como ocurre con el giro angular del lóbulo parietal, que antes mencionamos había sido denominado por Geschwind el área asociativa de las áreas asociativas. Schachter y Dimond son partidarios de que la consciencia estaría precisamente localizada en el lóbulo parietal derecho. Baars, Penfield y otros localizan la consciencia en el sistema retículo-talámico del tronco del encéfalo. Luego están Kinsbourne, Goldman-Rakic y Damasio que ven en el sistema retículo-talámico, las áreas límbicas (con sus conexiones temporales y frontales) y las áreas parietales del hemisferio derecho e izquierdo como candidatos. En realidad, casi todo el cerebro. Pero Damasio dice que no es necesario elegir entre ellas, porque operan como un solo sistema basado en una sincronicidad electroquímica.
Más recientemente, Ramachandran y colaboradores han propuesto que la mayoría de las acciones conscientes se realizan en los lóbulos temporales. Uno de los argumentos es que se necesita la amígdala para interpretar el significado de las cosas por el organismo. Otro argumento es que la consciencia está ligada a los estados intermedios entre la percepción y la acción, y el lóbulo temporal es precisamente la interfase entre la percepción y la acción. Además, los trastornos más profundos de la consciencia son los que se producen por epilepsia del lóbulo temporal.
Sea como sea, es un hecho que el problema de la consciencia es de nuevo un problema actual y que los conocimientos crecientes de la neurofisiología pueden ayudar mucho a los que tradicionalmente se han dedicado a este problema: psicólogos y filósofos.
En cualquier caso hay que ser más optimista que Ludwig Wittgenstein, cuando dijo:
“Pensar en términos de procesos fisiológicos es extremadamente peligroso en conexión con la clarificación de problemas conceptuales en psicología....Nos engaña a veces con falsas dificultades, a veces con falsas soluciones. La mejor profilaxis contra ello es pensar que no sabemos en absoluto si los humanos que conocemos poseen realmente un sistema nervioso”.
Pienso que hemos avanzado considerablemente en el conocimiento del sistema nervioso nuestro y de nuestros contemporáneos. Y con ayuda de las nuevas técnicas, pronto podremos atacar con mejores resultados los problemas que tradicionalmente han afligido a los filósofos y los psicólogos durante siglos, entre ellos el problema de la consciencia.