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¿Quién ganará el debate en la TV?

Redactado por Blas Lara el Miércoles, 6 de Febrero 2008 a las 10:46

Balance de poder

Es como la pesada antes del combate de boxeo. Si las condiciones iniciales del debate fueran inaceptables, habría motivos para rehusar de antemano un combate que se presente bajo malos auspicios.

Para hacer un pronóstico de quién será el vencedor comenzaremos por evaluar la panoplia de cada locutor y estableceremos comparaciones.

1) Comparar la base informacional que poseen los dos adversarios, es decir,
- su conocimiento de los dossiers económicos y políticos,
- su capacidad para entender la sicología del adversario que tiene enfrente.

2) Comparar sus habilidades en el uso de los diferentes instrumentos estratégicos y tácticos,
- técnicas de fuerza, afirmación, imposición
- técnicas de ficción, escamoteo, disimulación,
- capacidad de análisis lógico y de construcción de argumentos,
- habilidad retórica y facilidad de réplica, capacidad de fabricar las frases que clavan, capacidad de “iconizar” situaciones y personas.

3) Comparar el grado de preparación inmediata del debate, no confiando excesivamente en la improvisación.

Desequilibrios entre A y B

Quién sabe conducir el juego fría y profesionalmente, y quién puede perder el control de sí mismo porque tiene más que perder.

Desequilibrios en el saber técnico sobre los temas a tratar. Diferencias en el nivel y en la calidad de la información que se posee.

¿Quién aventaja al otro en la percepción del propio poder y en la afirmación de sí mismo?

¿Quién es más aguerrido, más capaz de desequilibrar al otro con sus ataques y quién es más susceptible de ser desequilibrado sicológicamente?

¿Quién es mejor comunicador?

¿Quién es mejor negociador?

Reconocer los adversarios difíciles

Antes de entrar en el debate el locutor tiene que identificar si el otro pertenece a una de esas categorías de jugadores que pueden complicar extraordinariamente el juego. Saber si el otro

- es duro o difícil, malévolo, malintencionado
- es capaz de engañar y, casi peor, hasta engañándose a sí mismo
- es un cínico absoluto, impermeable a la ética e insensible a los razonamientos
- es un personaje que teatraliza, que se fija y interpreta roles
- es alguien que responde a alguno de los estereotipos viciados ya de antemano por posición de vida: águilas depredadoras, señores del universo, benefactores, gatos escurridizos, frailunos hipócritas, etc. (Ver bitácora precedente)

Consiguientemente, el que desee hacer un pronóstico sobre la evolución del debate, ha de evaluar para cada uno de los jugadores:

1. Su sentido de moralidad y justicia.
2. Sus intenciones. Si su intención es ganar a toda costa, sin tener cuenta ninguna de las reglas últimas de todo juego, las que están más allá de cualquier relativismo cultural o situacional. Por ejemplo, si es capaz de traicionar cínicamente a la verdad, o de ambicionar tanto que no dude en hundir física o psicológicamente a los demás.
3. Cuáles son sus reglas de juego en la práctica. Porque quizás no sean las mismas que las que declara o exteriormente profesa.
4. Si juega fría y profesionalmente.
5. Si posee capacidades y experiencia de debates.
6. Su nivel de formación y su inteligencia general.
7. Si en esta situación concreta llega al debate con una intensa carga emocional que le pudiera llevar en algún momento a una pérdida de control de sí mismo o de lo que dice.

El terreno de competición

Seguimos con la analogía con la competición deportiva tal como la explicamos en la bitácora precedente. Ahora nos toca examinar el terreno en el que van a debatir. Los terrenos de juego suelen ser delimitados mediante una negociación previa entre las partes contendientes para ponerse de acuerdo sobre reglas y modalidades y sobre los bloques temáticos a debatir.

Sin embargo, siempre hay maneras de “soltar” lo que se quiere decir a pesar de esas barreras. Explorar los campos semánticos que pueden ser favorables al uno y al otro de los adversarios.

Definir los universos de discurso

Basta con evocar con una especie de brain storming los conceptos que definen las “zonas de significación” candentes en este momento: terrorismo, paro, inmigración, impuestos, etc. Acotar con esos conceptos el campo semántico potencial en el que cada locutor va a moverse preferentemente, así como los puntos minados que debiera evitar por peligrosos.

Adivinar cuáles serán las construcciones de líneas argumentales de cada uno. Las fuerzas y flaquezas lógicas de cada posición de locutor. Las grandes brechas por donde el enemigo puede infiltrarse.

Anticipar las áreas posibles de confrontación, por ejemplo, en lo económico: Los logros del pasado y las amenazas del futuro. Surgirán frases como “los problemas nos vienen de fuera, de los EEUU”; “habéis vivido de la herencia que os dejamos”; “no habéis hecho las reformas estructurales necesarias”; “las promesas que no podréis cumplir”, etc. ¿Habrá buenas respuestas?

Más duro se presentaría el combate si se abordase abiertamente el tema incandescente de por qué y cómo se ganaron las elecciones últimas tras el 11-M.

Jugando fuera del terreno: el uso de la frase asesina

Cuando el árbitro no ve o no se atreve a silbar, los jugadores se permiten sobrepasar los límites del campo impuestos por los bloques temáticos convenidos.

En la categoría de juego fuera del terreno y de juego sucio entran de lleno los ataques personales, los argumentos ad hominem directos o indirectos. (¿Cuántos cocineros llevó a Lanzarote?).

Hay formas de echar en cara las taras, los defectos físicos (“fisicosch”), y una infinidad de detalles inconfesables, que normalmente no nos atrevemos a manifestar en público porque nos lo impiden las convenciones sociales, pero que funcionan en una pugna de gladiadores, sobre todo si son indirectos y van bien envueltos en sutileza e ironía. (Alfonso Guerra es maestro en ese arte).

Se puede crucificar al adversario mediante el uso de la fórmula ingeniosa que plasma de manera simple, “iconizando” lo esencial de una situación en profundidad y definitivamente. Aunque no siempre justamente. (El tan traído “Aznar asesino”).

Evitar lodazales

Entrar a fondo en el terreno ideológico en el contexto de un debate es enfangarse en un lodazal. Es prácticamente imposible que lleguen a conclusiones comunes dos adversarios que derivan sus razonamientos de premisas ideológicas irreconciliables.

Si el debate se centra en el dilema izquierdas-derechas, todo el mundo tiene en parte razón, porque hoy las diferencias entre partidos son últimamente cuestión de ritmos de reforma y de dosificación entre sensibilidad social y sensatez. No hay receta precisa entre extremos ideológicos. Por eso es inútil y malsano entrar en esos planteamientos. Sin embargo, los locutores entrarán en ellos, por iniciativa del uno o del otro, o cuando quieran hostigar o sean hostigados.

En regla general es mucho mejor y más fácil para el público que el locutor presente las posiciones propias bajo las nuevas formas que hoy se llaman narrativas, el “story telling”. Es preferible esa modalidad a embarcarse en la diatriba y el combate dialéctico, según el puro estilo de las “disputationes metaphysicae” de la escolástica.

Una batalla subliminal

Aparte del combate que aparece en la pantalla entre los locutores A y B, ambos contendientes luchan en un segundo frente, el de los telespectadores. Al trabajo sobre este segundo frente, hay que darle tanta importancia como al combate que aparece sobre el ring.

Calibraremos quién tiene más facilidad para vehicular mensajes claros y que peguen mejor al público sencillo. Quién comunica mejor con la gente al nivel no verbal, con su gestualidad, tono de voz, mirada, etc. Eso hará ganar muchos puntos sobre el segundo frente. El mensaje que el público necesita debe ser nítido, preciso, no sofisticado y capaz de suscitar imágenes y sentimientos.

¿Quién ganará finalmente?

¿Qué es ganar, y qué es perder en un debate? ¿Quién decide? En última instancia debiera ser ganador el que, según un observador neutro, consiguiera exponer mejor los problemas y responder mejor manera a las expectativas de los oyentes con respecto a los grandes temas del momento.
Pero las cosas no son tan claras. Muchos telespectadores quieren consciente o subconscientemente asistir a un combate entre dos gladiadores.

Y para ellos, el que sea literalmente “machacado”, al que se le tape la boca y se le deje sin respuesta, el que pierda los nervios, el que quede acorralado, será claramente perdedor. Por ejemplo: sorprender al otro en su ignorancia puede bastar para desautorizarle ante el telespectador (“¿Cuánto vale un café?”). Por el contrario, el público no siempre advertirá que en circunstancias como ésa, un locutor hábil ha sabido camuflar sus propias limitaciones, salirse por la tangente y evitar responder.
Habrá ganado quien alcance sus objetivos por segmentos demográficos.

El título de vencedor será frecuentemente la prensa quien lo adjudique. El Gran Jurado que es el público está desarmado para dirimir en el debate racional de fondo entre dos interpretaciones diferentes del mundo económico y social. Por consiguiente la comunicación no verbal y los efectos retóricos serán determinantes. Por ejemplo, ganará el que use la formidable carta de las sorpresas argumentales que dejan al otro sin respuesta. O el que utilice las preguntas asesinas.
Blas Lara | Miércoles, 6 de Febrero 2008 10:46

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