NACIMOS Y MORIMOS SOLOS
El existencialismo era una posición filosófica que compartíamos los que en los años cincuenta empezábamos a abrirnos al mundo de las ideas en aquellos parajes intectualmente áridos de la España de entonces. Pero que sigue siendo un sólido fundamento para una antropología del amor compatible con las modernas neurociencias.
Para Heidegger somos seres lanzados al mundo (geworfene), seres para la muerte.
Cada viviente se enfrenta solo a la vida y a la muerte.
Un día dejaremos este mundo atravesando el túnel de la muerte en la soledad más absoluta y más pavorosa. Morimos solos. Solos, irremediablemente solos.
Entre nacimiento y muerte vivimos los hombres como islotes aislados unos de otros en un océano de indiferencia. Solo en el amor al Otro hay esperanza de rescate.
Trágica paradoja
Kierkegaard : En el fondo de la enemistad entre extraños se encuentra la indiferencia.
El Otro « es el infierno para mí » -según la interpretación que algunos han dado a la muy citada frase de Sartre en La Nausée.
Diciéndolo de manera menos tensa y más popular, el Otro, últimamente, nos importa un bledo. Es casi una actitud forzosa si queremos poder sobrevivir frente a la miseria, el hambre, las guerras, y la abominable soledad de otros.
La paradoja está en que sin embargo tenemos una más que imperiosa necesidad del Otro. Es que no es concebible la existencia sin el Otro, porque es una necesidad constitutiva del hombre. El bebé humano es arrojado al mundo, incompleto en su fisiología y tremendamente inacabado en su cerebro. Una parte esencial del programa de construcción de sus redes neuronales está supeditada a recibir las secuencias indispensables de transacciones con su entorno inmediato. (Rómulo y Remo son un mito).
A lo largo de la vida, las interacciones con el Otro le harán vivir como personas, nutriendo y mantienendo el cerebro con incesantes estimulaciones.
Tender puentes entre islotes
La primera interacción del bebé con el mundo externo en el que ha sido arrojado, tiene lugar con su madre que empieza siendo para el bebé, un objeto, un útil (Zuhandene de Heidegger), para satisfacer sus necesidades vitales.
El primer puente real de un islote a otro vendrá en el momento en que se produzca el « reconocimiento del Otro en tanto que Otro, en tanto que persona, y no sólo útil ».
Al ir creciendo, el reconocer a Otro como persona es tanto como extraerlo del mundo de los útiles y atribuire un estatuto de persona. Un proceso que es además indispensable, por vía especular, para la construcción del propio Yo.
En nuestro desarrollo ulterior, los amigos, las relaciones, continúan siendo por inercia, objetos útiles del entorno, aunque nos lo ocultemos hipócritamente a nosotros mismos. La empatía será el primer paso para el reconocimiento del Otro en tanto que persona, una etapa inicial hacia el amor.
Las interacciones subsiguientes a lo largo de la vida, nos permiten seguir viviendo. Tenemos un hambre fisiológica ( y metafísica, existencial) de interacción. Una de las peores torturas imaginables es el aislamiento y la privación de sensacions y estímulos. Lo sabían muy bien en las checas, las cárceles de los regímenes nefastos del centro de Europa. La pérdida de la razón era la consecuencia inevitable.(1)
Amores, hay muchos en nuestra vida
Son muchos y de muy diferente naturaleza : el amor materno, el amor en la pareja, el amor a los hermanos, la amistad, el amor a la patria, el amor al prójimo, a Dios, etc. Tantas son las variaciones y tan polisémico el concepto de amor que es difícil hacer una caracterización y clasificación.
Hay sin duda amores que tienen un clarísimo correlato biológico y otros que se originan en un trasfondo ideológico o cultural. Muy aproximativa y esquemáticamente, existen amores instintivos -límbicos, podíamos decir - como el de la pareja y entre padres e hijos, o el de la familia. Y hay otros amores fundamentados en la razón (neocorticales) como el amor a la patria, el del prójimo y quizás el amor a Dios.
Unas reflexiones sobre la intensidad del amor me parecen oportunas, en la medida en que la gradación de las intensidades en el amor es indispensable para la protección personal y para la sensata gestión de nuestra afectividad.
Amar es ante todo salir de sí. Ir hacia el otro de alguna manera y en algún grado. Pero ¿hasta qué distancia ?
Uno de los parámetros que definen la intensidad de la relación es precisamente el de la distancia deseable entre las personas A y B. Hay que aceptar el principio de que existe una distancia apropiada para cada relación. Hay que saber escoger en cada caso y para cada persona la distancia conveniente.
El amor universal, el amor cristiano ilimitado, sin matices ni reservas, tal como como una primera lectura de San Mateo sugeriría aparentemente, tal vez sea una aberración, un contrasentido, una utopía que ignora la realidad del comercio entre seres humanos. Los errores en la distancia son una fuente potencial de sufrimientos en la vida de cada día. Dos personas pueden ser excelentes amigos con tal de que la amistad se mantenga a la distancia apropiada. Mucha distancia es insatisfactoria, poca puede ser destructiva. La proximidad hay que saberla manejar. Una intimidad excesiva es frecuentemente poco inteligente.
En correlación directa con la distancia se encuentra un marcador de intensidad, la transparencia del uno para con el otro. ¿A qué grado de transparencia de hechos, ideas e intenciones me obligan la amistad y el amor ? ¿Puedo ocultar algo ? La simplicidad evangélica – ser cándidos como palomas – nos puede jugar muy malas pasadas. Está claro que en las relaciones personales la ficción y la mentira no son juego limpio y por tanto éticamente inaceptables (¿Y en la guerra ? ¿Y en particular en el estado de guerra psicológica entre dos personas? (Tengo entendido que la moral musulmana acepta la ficción, jila).
En otra ocasión hablaremos no ya solamente de la actitud estratégica respecto al Otro, sino también de la dinámica del amor, el juego de intercambios, tan importante por ejemplo en la relación de pareja, o entre amigos.
MORIMOS SOLOS
Los pájaros se esconden para morir, escribió alguien.
Las personas que más queremos se nos irán un día para perderse en una bruma sin límites. No podemos asirlos por la ropa, ni retenerlos con nuestra mano. Una ola inmensa nos los arrebata y los arrastra.
A quién contarle, con quién compartir estos últimos temblores del alma. En vano buscar entonces un Otro a quien hablar. La soledad es el anticipo del último hundimiento en el silencio perpetuo, en la tranquilidad sin bornes del Uno.
Nos iremos solos y se nos irán solas las personas que amamos. En la más absoluta soledad. Lo que nos devuelve a nuestra última verdad metafísica. La vejez del alma es eso, desnudarse poco a poco y uno tras otro, de los amores que habíamos pensado y querido eternos.
Tan bella ha sido durante la vida la ilusión del amor, del cariño y la amistad como cruel es este despojo! Pero se nos irán, dejándonos solos y desvalidos o los dejaremos cuando nosotros nos vayamos. Morirse es el último despojo.
Entre dos soledades la del nacimiento y la de la muerte, mi vida no fue solamente un sueño, una ilusión. Fue la fuente intima de la verdad del ser humano, la flecha lanzada hacia una diana situada en el infinito. ¿Cómo entender, si nó, tantas vidas derrotadas, tantas ilusiones quemadas en el mismo fuego del ansia de trascendencia y de amores sin límites?
Una lección para aprender a toda prisa ahora que las campanas empiezan a tocar a vísperas.
NOTA AL MARGEN
(1) A ese propósito recuerdo al lector el drama desgarrador que sufre un amplio sector de nuestra sociedad que envejece, y más en estos tiempos en los que la familia se deshilacha. Atención a nuestros padres y a nuestros abuelos. También ellos necesitan el efecto especular de sus personas y sus acciones sobre nosotros, como un alimento indispensable para su cerebro. Aunque la imagen especular sea negativa, más vale eso que la privación total de imágenes.
i[