Por varias y muy diferentes razones, hace días que estoy queriendo escribir este artículo. Un primer motivo fue el email de un amigo, lector del blog, Francisco Sánchez Carmona, profesor de filosofía en Avila. Me escribe lo que sigue:
Te vuelvo a cuestionar, como lo hice en otro momento, cómo incluyes la guerra como opción en la solución de conflictos. Si cuando hablas de solución de conflictos te sitúas dentro del ámbito de tu blog "Negociación", como se supone, creo que hay una clara contradicción en los conceptos Negociación y Guerra, para mí opuestos, a no ser que redefinamos.
Además, por otro lado, no creo que la guerra solucione conflictos (quizás los aplace, o los transmute). Me parece un supuesto utópico. Siempre existirán conflictos, en cualquier campo, en los territorios, en las ideologías, en los sistemas económicos, como en las familias, en los amigos, etc. Como ocurre con la medicina, que cura todas las enfermedades, pero no la última. Yo creo que una buena (y realista) gestión de los conflictos tiene que considerar, además de las posibles soluciones (las llamo tales cuando respetan la integridad de las partes), considerar, digo, y muy mucho, el tolerarlos, el convivir con esos problemas…
Por supuesto, redefinamos rápidamente las fronteras entre Negociación y Guerra. Ambos conceptos son cubiertos por un campo teórico más amplio que es el de Resolución de Conflictos. La Negociación es una forma privilegiada de resolución. Pero que no siempre es posible porque el otro no la desea y establece precondiciones inaceptables. Ni siempre tiene éxito la negociación. Entrar incondicionalmente en la negociación sin una preparación de terreno, si hace falta enérgica, es la mejor manera de perderla.
En mi artículo anterior no dije: haced la guerra y así terminamos de manera expeditiva. Preconizo al contrario precaución y relativismo antes de hacerla. Pero intentaré responder a Francisco completando con más matices en este artículo y en los dos sucesivos.
La preocupación por el conflicto israelopalestino persigue a Francisco como a muchos de nosotros. Mi respuesta de hoy pretende prolongar y afinar mis posiciones anteriores. Explicarme algo más, siempre dispuesto por supuesto a modificarlas cuando haya que corregir.
En el momento de comenzar a escribir este artículo, deseo, además de responder al lector del blog, reaccionar ante otras noticias que me están llegando y que me preocupan. Todos los días nos martillean los medios de comunicación empujándonos a condenar moralmente a Hamás o a Israel, a condenar las medidas de gestión de la crisis por el gobierno, la corrupción de los partidos, la de los órganos de justicia, las cacerías, etc., etc.
Primera reacción un ¡ uf ! de saciedad. ¡Déjennos vivir por favor! Segunda, un deseo de protestar alto y fuerte contra esta dictadura social omnipresente de los medios de comunicación. Una innoble dictadura ejercida sobre las gentes que hacen suyas opiniones y juicios morales ligera, precipitada e injustamente, sobre temas muy serios tanto nacionales como internacionales. Y a esto se le llama democracia. ¡Qué razón tenía Tocqueville!
LA TESIS QUE DEFIENDO
Ante tantas situaciones inciertas, mal definidas, parcialmente documentadas y con sesgo político mi primera reacción en forma de tesis es la que sigue: Un cierto relativismo gnoseológico y hasta un cierto relativismo moral son intelectualmente sanos y se justifican tanto filosófica como psicológicamente.
Relativismo significa desconfiar por principio de toda proposición absoluta y de toda posición dogmática, de cualquier borde que sea.
Sin embargo, la actitud relativista no puede ser paralizante a partir de un momento preciso, cuando la verdad inequívoca y la necesidad de acción o de reacción enérgica se imponen sin lugar a dudas.
Dos actitudes a primera vista contradictorias. No lo son. Todo es cuestión de “frónesis”, la prudencia aristotélica. Por eso hablo de “un cierto”relativismo.
El curioso esquema del juicio de Antigona
Antígona es una tragedia de Sófocles y una de las obras monumentales del teatro universal.
Resumo: Antigona ha perdido a su hermano en el campo de batalla. Pese a las leyes de la ciudad que prohíben que se le entierre porque ha sido- supuestamente- traidor a la patria, Antigona decide enterrar a su hermano con los ritos debidos para evitar que sea pasto de perros y pájaros, y peor aún, para que su alma no sea condenada a errar eternamente como es la creencia popular. Antigona es acusada ante el rey Creón, que es además su tío y futuro suegro. Creón la condena a morir enterrada viva. Antígona se suicida.
El coro en la tragedia de Sófocles enuncia un simple silogismo que pone en evidencia los dos pilares en que se funda el razonamiento legal de Creón: “Antígona ha transgredido las leyes de la ciudad enterrando a su hermano. (Un hecho establecido). El que transgrede gravemente las reglas de la ciudad merece la muerte (Un principio indiscutible regulador del comportamiento). Luego Antígona merece la muerte.”
En esta forma de silogismo se distinguen:
1) El enunciado de un hecho o situación factual, incontestables.
2) Una proposición de ley universal aplicable al caso.
3) La conclusión.
De dos maneras se puede atacar la conclusión. O bien se cuestiona la veracidad de las proposiciones relativas a los hechos enunciadas en la premisa menor. O se hace tambalear la aplicabilidad universal de la premisa mayor, la ley.
Confrontados con la necesidad de posicionarnos ante un caso o escenario político, o de la vida de todos los días, conviene que nos planteemos dos preguntas: la primera sobre la veracidad de las alegaciones, o interpretaciones acusatorias; y después, una segunda y muy diferente, sobre las bases éticas o legales de valoración de esos casos o escenarios.
No es ni mucho menos evidente que el hombre real, no el ser humano teórico y abstracto, funcione siempre de acuerdo con las dos condiciones de validez del silogismo.
PRIMERA PREGUNTA: ¿INTERPRETAMOS CORRECTAMENTE LOS HECHOS Y SITUACIONES?
Nuestras representaciones del mundo exterior que nos rodea, están muy lejos de ser un exacto retrato de lo real.
Es ya un milagro que llegue a organizarse el caos originario de los muchos millones de señales electroquímicas que las sensaciones del mundo exterior, fuente del conocimiento, desencadenan en nuestro cerebro. ¿Cómo lo hace? Son posibles muchas maneras y muy variadas, porque entre las asociaciones disponibles, muchas conexiones son posibles. No es el cerebro una máquina fotográfica que produce el retrato único y fidedigno de lo que tiene delante. El cerebro añade mucho de su parte.
La tarea es mucho más problemática cuando lo que se requiere es una interpretación de los hechos que sirva para guiar la acción.
Pensamos -y vivimos - mayormente de oídas. Nuestro cerebro, en cada operación de lo que se llama “reconocimiento de forma” y para cada interpretación de una situación a la que se enfrenta, necesita el concurso de memorias asociativas precedentemente almacenadas en sus redes neuronales. Concretamente, necesitamos de algo que ya habíamos leído u oído a los demás. Pero de algo que no hemos podido verificar y validar por nosotros mismos.
Por inercia, aceptamos sin control el concurso de estas memorias preexistentes, confiando por ejemplo en las nociones de Historia que tenemos alojadas en memorias recónditas y aprendimos quizás sumariamente. Aceptamos acríticamente las opiniones que leímos en algún periódico. Y es que para el manejo de nuestra vida diaria tenemos que confiar en conjuntos de nociones que poseemos, aunque sean frecuentemente elementales e infundadas como por ejemplo las nociones de medicina que el que no es médico posee. (Y a veces el que lo es).
Del mismo modo nos basamos, aun sin ser conscientes de ello, en explicaciones religiosas, cosmológicas, metafísicas, morales, etc. Sin esta confianza en memorias no verificables, quedaríamos estancados para la acción y no seríamos capaces de elaborar prácticamente nuestras acciones y reacciones.
De hecho, lo que en su estado normal de funcionamiento, nuestro cerebro realmente controla no es la verdad de los enunciados - que pudiera aceptar o no- sino la plausibilidad de cada enunciado según si es o no es compatible y coherente con otros contenidos de memoria que el propio cerebro había ya previamente almacenado.
Justo un granito de filosofía
No tenemos conciencia plena del carácter efímero de nuestra actividad cerebral. Tendemos ontológicamente a no admitir la inestabilidad de la contingencia, porque hay en el hombre la obsesión de anclarse en lo permanente, en la eternidad. Pero no hay verdades eternas, inamovibles, como quería Platón y la inmensa cohorte de pensadores sobre los que él ha influido. (“Toda la filosofía occidental es una nota al pie de página de la obra de Platón”, decía N. Whitehead).
La filosofía analítica ha abierto la veda contra las verdades absolutas al analizar las bases de la construcción de la ciencia. Ni siquiera hay proposiciones de valor absoluto en Matemáticas, porque sus teoremas desde D. Hilbert sólo tienen validez sintáctica, es decir, validez de consistencia en función de los axiomas y reglas del sistema axiomático en el que se derivan. El teorema que se enuncia: ”Por un punto P no situado en la recta AB pasa, en el plano, sólo una recta no secante (una paralela) con AB” es válido para Euclides pero no es válido en la geometría de Lobachevski.
Tampoco hay enunciados estables y definitivos en Física – puesto que al modelo estándar de los tres campos de fuerza sucederá dentro de unos años otra teoría que incorpore además gravedad, espacio y tiempo. Como la mecánica de Einstein ha remplazado la de Newton.
Abandonemos toda esperanza de encontrar enunciados científicamente eternos en Ciencias sociales.
No es para desesperar. Hay que aceptar las cosas como son. La última raíz de todo ello - ya lo hemos dicho- es la tendencia a no admitir la contingencia de nuestro ser y de los productos de nuestras actividades cognitivas.
Primera conclusión: seamos precavidos al formarnos una opinión
Por todo eso, hablando no ya de ciencias, sino de las interpretaciones que aparecen en una alegación judicial por ejemplo, no es aventurado decir que no existe la verdad única inapelable.
Cualquier posición respecto al problema palestino, o a los nacionalismos, o en nuestras relaciones de familia debiera pasar por el filtro del análisis de las fuentes de información y en el relativismo gnoseológico.
Relativismo gnoseológico quiere decir que el carácter de verdad absoluta de nuestras percepciones e interpretaciones es cuestionable ya de principio. Mucho más si partimos de presupuestos filosóficos, religiosos o históricos que no hemos verificado ni podemos verificar.
El relativismo es el remedio a la credulidad ciega del dogmatismo inculto e inmaduro que podemos observar en toda la amplitud de nuestro espectro político, tanto en las derechas como en las izquierdas. El dogmatismo del ciudadano perezoso y futbolero, que vive no de sus propias ideas sino a costa de las ideas que le venden otros.
Pero hasta los propios Quijotes de alma limpia se equivocan infinitas veces porque interpretan mal el entorno y ven gigantes donde hay molinos. La culpa de los desvaríos de Alonso Quijano la tenían los mitos de caballería. Hay aún Quijotes en el XXI. La culpa de sus desvaríos la tienen hoy las leyendas de caballerías y los mitos inconsistentes de nuestro tiempo que las ideologías y los medios de comunicación hacen consumir las gentes. Y que las gentes consumen, muchas veces con buena voluntad, pero sin ningún discernimiento.
Respecto a alegaciones tales como si Hamás disparaba cubriéndose con escudos humanos y en qué condiciones los israelitas bombardearon las escuelas, o las acusaciones mutuas de marido y mujer o entre partidos políticos, etc. ¿Cómo condenar a unos u otros si las alegaciones no están bien establecidas y si las fuentes de información que poseemos no ofrecen garantías de imparcialidad y de seriedad?
Lo menos que la seriedad intelectual nos puede exigir es que formulemos juicios condicionales. No absolutos.
Nota. Una cosa es la veracidad de las alegaciones y otra la calificación ética y legal de esas alegaciones. Por eso este artículo tiene una Parte II.
SEGUNDA PREGUNTA: ¿QUE ES JUSTO Y QUE ES INJUSTO? UN CIERTO RELATIVISMO MORAL.
Te vuelvo a cuestionar, como lo hice en otro momento, cómo incluyes la guerra como opción en la solución de conflictos. Si cuando hablas de solución de conflictos te sitúas dentro del ámbito de tu blog "Negociación", como se supone, creo que hay una clara contradicción en los conceptos Negociación y Guerra, para mí opuestos, a no ser que redefinamos.
Además, por otro lado, no creo que la guerra solucione conflictos (quizás los aplace, o los transmute). Me parece un supuesto utópico. Siempre existirán conflictos, en cualquier campo, en los territorios, en las ideologías, en los sistemas económicos, como en las familias, en los amigos, etc. Como ocurre con la medicina, que cura todas las enfermedades, pero no la última. Yo creo que una buena (y realista) gestión de los conflictos tiene que considerar, además de las posibles soluciones (las llamo tales cuando respetan la integridad de las partes), considerar, digo, y muy mucho, el tolerarlos, el convivir con esos problemas…
Por supuesto, redefinamos rápidamente las fronteras entre Negociación y Guerra. Ambos conceptos son cubiertos por un campo teórico más amplio que es el de Resolución de Conflictos. La Negociación es una forma privilegiada de resolución. Pero que no siempre es posible porque el otro no la desea y establece precondiciones inaceptables. Ni siempre tiene éxito la negociación. Entrar incondicionalmente en la negociación sin una preparación de terreno, si hace falta enérgica, es la mejor manera de perderla.
En mi artículo anterior no dije: haced la guerra y así terminamos de manera expeditiva. Preconizo al contrario precaución y relativismo antes de hacerla. Pero intentaré responder a Francisco completando con más matices en este artículo y en los dos sucesivos.
La preocupación por el conflicto israelopalestino persigue a Francisco como a muchos de nosotros. Mi respuesta de hoy pretende prolongar y afinar mis posiciones anteriores. Explicarme algo más, siempre dispuesto por supuesto a modificarlas cuando haya que corregir.
En el momento de comenzar a escribir este artículo, deseo, además de responder al lector del blog, reaccionar ante otras noticias que me están llegando y que me preocupan. Todos los días nos martillean los medios de comunicación empujándonos a condenar moralmente a Hamás o a Israel, a condenar las medidas de gestión de la crisis por el gobierno, la corrupción de los partidos, la de los órganos de justicia, las cacerías, etc., etc.
Primera reacción un ¡ uf ! de saciedad. ¡Déjennos vivir por favor! Segunda, un deseo de protestar alto y fuerte contra esta dictadura social omnipresente de los medios de comunicación. Una innoble dictadura ejercida sobre las gentes que hacen suyas opiniones y juicios morales ligera, precipitada e injustamente, sobre temas muy serios tanto nacionales como internacionales. Y a esto se le llama democracia. ¡Qué razón tenía Tocqueville!
LA TESIS QUE DEFIENDO
Ante tantas situaciones inciertas, mal definidas, parcialmente documentadas y con sesgo político mi primera reacción en forma de tesis es la que sigue: Un cierto relativismo gnoseológico y hasta un cierto relativismo moral son intelectualmente sanos y se justifican tanto filosófica como psicológicamente.
Relativismo significa desconfiar por principio de toda proposición absoluta y de toda posición dogmática, de cualquier borde que sea.
Sin embargo, la actitud relativista no puede ser paralizante a partir de un momento preciso, cuando la verdad inequívoca y la necesidad de acción o de reacción enérgica se imponen sin lugar a dudas.
Dos actitudes a primera vista contradictorias. No lo son. Todo es cuestión de “frónesis”, la prudencia aristotélica. Por eso hablo de “un cierto”relativismo.
El curioso esquema del juicio de Antigona
Antígona es una tragedia de Sófocles y una de las obras monumentales del teatro universal.
Resumo: Antigona ha perdido a su hermano en el campo de batalla. Pese a las leyes de la ciudad que prohíben que se le entierre porque ha sido- supuestamente- traidor a la patria, Antigona decide enterrar a su hermano con los ritos debidos para evitar que sea pasto de perros y pájaros, y peor aún, para que su alma no sea condenada a errar eternamente como es la creencia popular. Antigona es acusada ante el rey Creón, que es además su tío y futuro suegro. Creón la condena a morir enterrada viva. Antígona se suicida.
El coro en la tragedia de Sófocles enuncia un simple silogismo que pone en evidencia los dos pilares en que se funda el razonamiento legal de Creón: “Antígona ha transgredido las leyes de la ciudad enterrando a su hermano. (Un hecho establecido). El que transgrede gravemente las reglas de la ciudad merece la muerte (Un principio indiscutible regulador del comportamiento). Luego Antígona merece la muerte.”
En esta forma de silogismo se distinguen:
1) El enunciado de un hecho o situación factual, incontestables.
2) Una proposición de ley universal aplicable al caso.
3) La conclusión.
De dos maneras se puede atacar la conclusión. O bien se cuestiona la veracidad de las proposiciones relativas a los hechos enunciadas en la premisa menor. O se hace tambalear la aplicabilidad universal de la premisa mayor, la ley.
Confrontados con la necesidad de posicionarnos ante un caso o escenario político, o de la vida de todos los días, conviene que nos planteemos dos preguntas: la primera sobre la veracidad de las alegaciones, o interpretaciones acusatorias; y después, una segunda y muy diferente, sobre las bases éticas o legales de valoración de esos casos o escenarios.
No es ni mucho menos evidente que el hombre real, no el ser humano teórico y abstracto, funcione siempre de acuerdo con las dos condiciones de validez del silogismo.
PRIMERA PREGUNTA: ¿INTERPRETAMOS CORRECTAMENTE LOS HECHOS Y SITUACIONES?
Nuestras representaciones del mundo exterior que nos rodea, están muy lejos de ser un exacto retrato de lo real.
Es ya un milagro que llegue a organizarse el caos originario de los muchos millones de señales electroquímicas que las sensaciones del mundo exterior, fuente del conocimiento, desencadenan en nuestro cerebro. ¿Cómo lo hace? Son posibles muchas maneras y muy variadas, porque entre las asociaciones disponibles, muchas conexiones son posibles. No es el cerebro una máquina fotográfica que produce el retrato único y fidedigno de lo que tiene delante. El cerebro añade mucho de su parte.
La tarea es mucho más problemática cuando lo que se requiere es una interpretación de los hechos que sirva para guiar la acción.
Pensamos -y vivimos - mayormente de oídas. Nuestro cerebro, en cada operación de lo que se llama “reconocimiento de forma” y para cada interpretación de una situación a la que se enfrenta, necesita el concurso de memorias asociativas precedentemente almacenadas en sus redes neuronales. Concretamente, necesitamos de algo que ya habíamos leído u oído a los demás. Pero de algo que no hemos podido verificar y validar por nosotros mismos.
Por inercia, aceptamos sin control el concurso de estas memorias preexistentes, confiando por ejemplo en las nociones de Historia que tenemos alojadas en memorias recónditas y aprendimos quizás sumariamente. Aceptamos acríticamente las opiniones que leímos en algún periódico. Y es que para el manejo de nuestra vida diaria tenemos que confiar en conjuntos de nociones que poseemos, aunque sean frecuentemente elementales e infundadas como por ejemplo las nociones de medicina que el que no es médico posee. (Y a veces el que lo es).
Del mismo modo nos basamos, aun sin ser conscientes de ello, en explicaciones religiosas, cosmológicas, metafísicas, morales, etc. Sin esta confianza en memorias no verificables, quedaríamos estancados para la acción y no seríamos capaces de elaborar prácticamente nuestras acciones y reacciones.
De hecho, lo que en su estado normal de funcionamiento, nuestro cerebro realmente controla no es la verdad de los enunciados - que pudiera aceptar o no- sino la plausibilidad de cada enunciado según si es o no es compatible y coherente con otros contenidos de memoria que el propio cerebro había ya previamente almacenado.
Justo un granito de filosofía
No tenemos conciencia plena del carácter efímero de nuestra actividad cerebral. Tendemos ontológicamente a no admitir la inestabilidad de la contingencia, porque hay en el hombre la obsesión de anclarse en lo permanente, en la eternidad. Pero no hay verdades eternas, inamovibles, como quería Platón y la inmensa cohorte de pensadores sobre los que él ha influido. (“Toda la filosofía occidental es una nota al pie de página de la obra de Platón”, decía N. Whitehead).
La filosofía analítica ha abierto la veda contra las verdades absolutas al analizar las bases de la construcción de la ciencia. Ni siquiera hay proposiciones de valor absoluto en Matemáticas, porque sus teoremas desde D. Hilbert sólo tienen validez sintáctica, es decir, validez de consistencia en función de los axiomas y reglas del sistema axiomático en el que se derivan. El teorema que se enuncia: ”Por un punto P no situado en la recta AB pasa, en el plano, sólo una recta no secante (una paralela) con AB” es válido para Euclides pero no es válido en la geometría de Lobachevski.
Tampoco hay enunciados estables y definitivos en Física – puesto que al modelo estándar de los tres campos de fuerza sucederá dentro de unos años otra teoría que incorpore además gravedad, espacio y tiempo. Como la mecánica de Einstein ha remplazado la de Newton.
Abandonemos toda esperanza de encontrar enunciados científicamente eternos en Ciencias sociales.
No es para desesperar. Hay que aceptar las cosas como son. La última raíz de todo ello - ya lo hemos dicho- es la tendencia a no admitir la contingencia de nuestro ser y de los productos de nuestras actividades cognitivas.
Primera conclusión: seamos precavidos al formarnos una opinión
Por todo eso, hablando no ya de ciencias, sino de las interpretaciones que aparecen en una alegación judicial por ejemplo, no es aventurado decir que no existe la verdad única inapelable.
Cualquier posición respecto al problema palestino, o a los nacionalismos, o en nuestras relaciones de familia debiera pasar por el filtro del análisis de las fuentes de información y en el relativismo gnoseológico.
Relativismo gnoseológico quiere decir que el carácter de verdad absoluta de nuestras percepciones e interpretaciones es cuestionable ya de principio. Mucho más si partimos de presupuestos filosóficos, religiosos o históricos que no hemos verificado ni podemos verificar.
El relativismo es el remedio a la credulidad ciega del dogmatismo inculto e inmaduro que podemos observar en toda la amplitud de nuestro espectro político, tanto en las derechas como en las izquierdas. El dogmatismo del ciudadano perezoso y futbolero, que vive no de sus propias ideas sino a costa de las ideas que le venden otros.
Pero hasta los propios Quijotes de alma limpia se equivocan infinitas veces porque interpretan mal el entorno y ven gigantes donde hay molinos. La culpa de los desvaríos de Alonso Quijano la tenían los mitos de caballería. Hay aún Quijotes en el XXI. La culpa de sus desvaríos la tienen hoy las leyendas de caballerías y los mitos inconsistentes de nuestro tiempo que las ideologías y los medios de comunicación hacen consumir las gentes. Y que las gentes consumen, muchas veces con buena voluntad, pero sin ningún discernimiento.
Respecto a alegaciones tales como si Hamás disparaba cubriéndose con escudos humanos y en qué condiciones los israelitas bombardearon las escuelas, o las acusaciones mutuas de marido y mujer o entre partidos políticos, etc. ¿Cómo condenar a unos u otros si las alegaciones no están bien establecidas y si las fuentes de información que poseemos no ofrecen garantías de imparcialidad y de seriedad?
Lo menos que la seriedad intelectual nos puede exigir es que formulemos juicios condicionales. No absolutos.
Nota. Una cosa es la veracidad de las alegaciones y otra la calificación ética y legal de esas alegaciones. Por eso este artículo tiene una Parte II.
SEGUNDA PREGUNTA: ¿QUE ES JUSTO Y QUE ES INJUSTO? UN CIERTO RELATIVISMO MORAL.