Refugiados. Frente a la catástrofe humanitaria, una solución real.

Martes, 31 de Enero 2017

Sami Naïr: Refugiados. Frente a la catástrofe humanitaria, una solución real. Barcelona: Crítica, 2016 (192 páginas).
 
En su definición del término refugiado, la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados, adoptada en 1951, alude a “toda persona” que “debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de tal país; o que, careciendo de nacionalidad y hallándose, a consecuencia de tales acontecimientos, fuera del país donde antes tuviera su residencia habitual, no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera regresar a él”.

Conviene precisar esta diferencia sustancial del refugiado respecto a la del inmigrante por razones económicas o laborales. Pese a que la línea de demarcación entre ambos conceptos es muy delgada e incluso porosa, no es menos cierto que durante los últimos años ha existido una deliberada confusión en referencia a los refugiados como equivalente a inmigrantes. Su objetivo no es otro que eludir las responsabilidades contraídas por los Estados firmantes de la mencionada Convención de 1951 y el posterior Protocolo sobre el Estatuto de los Refugiados de 1967.
 
En un contexto de crisis económica y financiera, que no logra remontarse desde 2008, pero también de una no menos impactante crisis institucional y política de la Unión Europea, la llegada masiva de refugiados al territorio europeo a lo largo de 2015 sólo contribuyó a exacerbar las divisiones y contradicciones existentes en su seno.

En esta tesitura, la denominada crisis de los refugiados desvelaba, a su vez, una crisis del proyecto europeo; y que Sami Naïr remite a los “tres pecados originales que presiden a la construcción europea”. Primero, el economicismo, asentado en la idea de que los intereses económicos comunes facilitarían la unión política. Segundo, la ausencia de un proyecto político común, pues el resultado del economicismo ha sido “la dominación de la grandes empresas transnacionales” y “la hegemonía de los países más ricos”, sin “lograr una concepción política común”. Y, por último, tercero, la ampliación precipitada ­–el autor la denomina “frívola”– a los países del Este que, sin duda, había que integrarlos, pero “en un marco estratégico político determinado”, y no sólo en el del mercado.

Desde el punto de vista de Sami Naïr, el trato dispensado a los refugiados no ha sido del todo diferente al otorgado previamente a los inmigrantes, con un creciente cierre de las fronteras y externalización del problema. De esta manera se pasó del entusiasmo inicial, en particular, el expresado por la sociedad civil europea, al enfriamiento y adopción del mencionado itinerario aplicado a los inmigrantes.

Este cierre de las puertas de Europa a los solicitantes de asilo y desplazamiento del problema a terceros países se concretó en el acuerdo alcanzado entre la Unión Europea y Turquía en 2016. A cambio de importantes contrapartidas económicas (6.000 millones de euros) y políticas (exención de visado para la entrada de los turcos en la Unión Europea y abrir nuevas negociaciones de adhesión), Ankara se encargaría a partir de entonces de retener a los refugiados y aceptar su devolución.

Conviene recordar que el problema de los refugiados es anterior a su llegada masiva al territorio comunitario y que, mientras aquéllos estaban mayoritariamente concentrados en los países del entorno, no se visibilizaba del mismo modo dicha crisis. Además de esta falta de previsión ante la prolongada irresolución del conflicto en Siria, la Unión Europea también ha visto erosionada su capacidad de interlocución, prevención y mediación en la resolución de los conflictos en la región de Oriente Medio y el Norte de África.

Al compartir el espacio común del Mediterráneo, antes o después, dichos conflictos terminarían afectando inexorablemente al propio espacio europeo, como se ha puesto dramáticamente de manifiesto en el caso de los refugiados y, también, del terrorismo yihadista (sin que exista ninguna correlación, de causa-efecto entre ambos; por el contrario, los refugiados no sólo huyen de la guerra, sino también del terrorismo).

Del mismo modo, resulta igualmente pertinente recordar que, por lo general, la tendencia predominante en el desplazamiento forzado de los refugiados es permanecer en la región originaria, esto es, en los países limítrofes o del entorno al suyo. De manera que el grueso de los refugiados en el mundo (más del 85 por ciento) se ubica en los países más pobres, inestables y sin recursos del planeta; y no precisamente en los más ricos, desarrollados, con mayor poder y medios.

En 2016 el número de refugiados en el mundo alcanzó una cifra sin parangón en la historia, de más de 65 millones. Una parte importante de los desplazados internos y refugiados se concentra en la inestable e inflamable región de Oriente Medio: 4 de cada 10 en el mundo. Su número se multiplicó a lo largo de una década:  pasó de 5 millones en 2005 a 23 millones en 2015 debido a los conflictos que asolan esta región, según informe del Pew Research Center (2016).

En suma, el texto de Sami Naïr analiza de manera global el problema de los refugiados y, también, de la inmigración; así como la respuesta europea. Entre la apertura o el cierre de las fronteras, el autor aboga por una solución intermedia, de gestionar la demanda de trabajo, implicando a los países emisores con políticas de desarrollo local, entre otras medidas. Además de asumir el derecho internacional y los propios valores europeos en materia de asilo, otorgando un pasaporte de tránsito para los refugiados.
 
Este problema ha adquirido una nueva dimensión durante estos últimos días con la negativa de la administración Trump a admitir la entrada en el país de personas procedentes de algunos países de mayoría musulmana. Es de temer que si ante el enorme sufrimiento humano de los refugiados no se desarrolla ninguna empatía ni solidaridad por parte de los principales responsables políticos en la escena mundial; y, por el contrario, se incumplen las reglas de las que se ha dotado la sociedad internacional de Estados y se contradicen los valores en los que se fundamentan las sociedades abiertas y avanzadas, cabe concluir que algo va de mal a peor.
 
José Abu-Tarbush