Brian Whitaker: ¿Qué sucede en Oriente Próximo? Madrid: Aguilar, 2012 (338 páginas).
(Esta reseña apareció originalmente publicada en la revista Al-Kubri, No.10, octubre-diciembre 2013, pp. 26-27).
A diferencia de los trabajos que se han ido publicando al calor de la primavera árabe, el de Brian Whitaker vio la luz un año antes de su estallido a finales de 2010. Su texto ilustra de manera sistemática las diferentes causas del malestar que ha llevado a este proceso de cambio político en el mundo árabe; y en el que vaticinaba la inevitabilidad de esa demanda.
La tesis que sostiene el autor es que para el éxito del cambio político es preciso que se acompañe del cambio social. Desde esta perspectiva, su estudio abarca no sólo los regímenes políticos, sino también sus sociedades. En sintonía con esta visión, Whitaker se detiene en distintos aspectos que afligen a los Estados y sociedades árabes.
En el ámbito social considera que su sistema educativo es acrítico, memorístico y reproductivo del control social; y, por tanto, desalentador de la creatividad y la innovación. La familia y las relaciones de parentesco expresan una visión tradicional y comunitaria de la vida, en las que prevalece el grupo por encima del individuo. Sus valores patriarcales reproducen en la base de la sociedad el autoritarismo instalado en su cúspide.
En este mismo sentido, el autor se detiene en el concepto y práctica del wasta o intermediación, haciendo un repaso de la función positiva que históricamente tenía para terminar pervirtiéndose en una práctica corrupta, que atraviesa toda el entramado institucional de sus Estados.
En el terreno estrictamente político destaca la gran resistencia al cambio mostrada por sus regímenes, con unos dirigentes que han prolongado su vida pública en exceso. Divorciados de sus sociedades y carentes de legitimidad, su longevidad política sólo se sostiene mediante la coerción y la opresión. La restricción de todas las libertades, desde la de expresión hasta la de asociación, sólo ha contribuido a la debilidad de su sociedad civil.
Su concepción neopatrimonialista del Estado, en medio de un clima de corrupción, amiguismo y nepotismo, se refleja en las relaciones familiares y de parentesco existentes entre los miembros de sus gobiernos y elites políticas, económicas, burocráticas y militares.
Sin embargo, su obsesión por el control ha tropezado con el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y comunicación (TIC), de manera que, como señala el autor, desde mediados de la década de los noventa comenzó a incrementarse la distancia entre lo que los regímenes querían controlar y lo que realmente controlaban. De ahí que advirtiera, de manera premonitoria, la potencial función de las redes sociales como articuladoras de la comunicación y movilización de la contestación social y política.
En este mismo espacio sociopolítico destaca la instrumentalización de la religión islámica y la preponderancia política e ideológica del islamismo. Fuente de consuelo personal y colectivo, la religión ha sido erigida también como un distintivo de la identidad que, en algunos casos, acompaña a otros factores y, en otras ocasiones, según el autor, predomina sobre estos.
De aquí las dificultades que observa para la reconstrucción de un Estado árabe laico. Del mismo modo que pronosticaba, como muchos otros especialistas, que ante una hipotética apertura a la participación política, los movimientos islamistas cosecharían un importante respaldo electoral.
Por último, el autor pone de relieve la galopante discriminación social que, en prácticamente todas sus dimensiones (económica, comunitaria, étnica, sectaria y sexual), persisten en el mundo árabe; y la ausencia de una política que la combata.
En este mismo sentido, llama la atención sobre las resistencias a la influencia externa bajo el parapeto de una supuesta peculiaridad cultural para no aplicar derechos universales (por ejemplo, en materia de derechos humanos), al mismo tiempo que se aceptan doctrinas económicas tan exógenas como el neoliberalismo.
Lejos de una lectura (neo)orientalista, de considerar esta situación como fruto de una supuesta barrera cultural, Whitaker recuerda situaciones similares en otras sociedades que en su día fueron patriarcales.
De hecho, el autor vaticinaba la inevitabilidad del cambio con estas palabras: “(…) el cambio no parece tanto difícil o imposible, sino inevitable: los países árabes no pueden continuar como están pura y llanamente porque su estado de cosas se ha vuelto insostenible”.
“La cuestión, en realidad, no es si el cambio se va a producir, sino cuánto tiempo falta para que se produzca”.
(Esta reseña apareció originalmente publicada en la revista Al-Kubri, No.10, octubre-diciembre 2013, pp. 26-27).
A diferencia de los trabajos que se han ido publicando al calor de la primavera árabe, el de Brian Whitaker vio la luz un año antes de su estallido a finales de 2010. Su texto ilustra de manera sistemática las diferentes causas del malestar que ha llevado a este proceso de cambio político en el mundo árabe; y en el que vaticinaba la inevitabilidad de esa demanda.
La tesis que sostiene el autor es que para el éxito del cambio político es preciso que se acompañe del cambio social. Desde esta perspectiva, su estudio abarca no sólo los regímenes políticos, sino también sus sociedades. En sintonía con esta visión, Whitaker se detiene en distintos aspectos que afligen a los Estados y sociedades árabes.
En el ámbito social considera que su sistema educativo es acrítico, memorístico y reproductivo del control social; y, por tanto, desalentador de la creatividad y la innovación. La familia y las relaciones de parentesco expresan una visión tradicional y comunitaria de la vida, en las que prevalece el grupo por encima del individuo. Sus valores patriarcales reproducen en la base de la sociedad el autoritarismo instalado en su cúspide.
En este mismo sentido, el autor se detiene en el concepto y práctica del wasta o intermediación, haciendo un repaso de la función positiva que históricamente tenía para terminar pervirtiéndose en una práctica corrupta, que atraviesa toda el entramado institucional de sus Estados.
En el terreno estrictamente político destaca la gran resistencia al cambio mostrada por sus regímenes, con unos dirigentes que han prolongado su vida pública en exceso. Divorciados de sus sociedades y carentes de legitimidad, su longevidad política sólo se sostiene mediante la coerción y la opresión. La restricción de todas las libertades, desde la de expresión hasta la de asociación, sólo ha contribuido a la debilidad de su sociedad civil.
Su concepción neopatrimonialista del Estado, en medio de un clima de corrupción, amiguismo y nepotismo, se refleja en las relaciones familiares y de parentesco existentes entre los miembros de sus gobiernos y elites políticas, económicas, burocráticas y militares.
Sin embargo, su obsesión por el control ha tropezado con el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y comunicación (TIC), de manera que, como señala el autor, desde mediados de la década de los noventa comenzó a incrementarse la distancia entre lo que los regímenes querían controlar y lo que realmente controlaban. De ahí que advirtiera, de manera premonitoria, la potencial función de las redes sociales como articuladoras de la comunicación y movilización de la contestación social y política.
En este mismo espacio sociopolítico destaca la instrumentalización de la religión islámica y la preponderancia política e ideológica del islamismo. Fuente de consuelo personal y colectivo, la religión ha sido erigida también como un distintivo de la identidad que, en algunos casos, acompaña a otros factores y, en otras ocasiones, según el autor, predomina sobre estos.
De aquí las dificultades que observa para la reconstrucción de un Estado árabe laico. Del mismo modo que pronosticaba, como muchos otros especialistas, que ante una hipotética apertura a la participación política, los movimientos islamistas cosecharían un importante respaldo electoral.
Por último, el autor pone de relieve la galopante discriminación social que, en prácticamente todas sus dimensiones (económica, comunitaria, étnica, sectaria y sexual), persisten en el mundo árabe; y la ausencia de una política que la combata.
En este mismo sentido, llama la atención sobre las resistencias a la influencia externa bajo el parapeto de una supuesta peculiaridad cultural para no aplicar derechos universales (por ejemplo, en materia de derechos humanos), al mismo tiempo que se aceptan doctrinas económicas tan exógenas como el neoliberalismo.
Lejos de una lectura (neo)orientalista, de considerar esta situación como fruto de una supuesta barrera cultural, Whitaker recuerda situaciones similares en otras sociedades que en su día fueron patriarcales.
De hecho, el autor vaticinaba la inevitabilidad del cambio con estas palabras: “(…) el cambio no parece tanto difícil o imposible, sino inevitable: los países árabes no pueden continuar como están pura y llanamente porque su estado de cosas se ha vuelto insostenible”.
“La cuestión, en realidad, no es si el cambio se va a producir, sino cuánto tiempo falta para que se produzca”.