Jorge I. Domínguez: La política exterior de Cuba (1962-2009). Madrid: Colibrí, 2009 (603 páginas).
“Cuba es un país pequeño, pero con una política exterior de país grande”, así comienza el autor esta compilación de ensayos escritos a lo largo de varias décadas. En efecto, Cuba ocupa una posición modesta en las relaciones internacionales. Es un Estado pequeño; y con limitados recursos humanos, materiales y económicos. Sin embargo, no se ha ceñido a mantener meras relaciones exteriores; por el contrario, ha desarrollado una política exterior propia.
En algunos momentos su proyección internacional llegó a asemejarse a la de una potencia mundial. Muestra de ello ha sido su apoyo político y material a otros movimientos revolucionarios e insurgentes tanto en América Latina como en otras partes del Tercer Mundo; además de su intervención militar en África (el caso de Angola es el más conocido, a los que se suma el de Etiopía y también el de Argelia frente a Marruecos durante la denominada guerra de las arenas en 1963). Sin olvidar, por último, su asesoramiento militar y asistencia social (en sanidad y educación, principalmente) a otros tantos países.
No es ningún secreto que su política exterior ha estado muy marcada por la posición geopolítica que ocupa, fronteriza con Estados Unidos. No se puede entender la política cubana, toda su política, tanto exterior como interior, sin este condicionante. De hecho, Washington ha representado, desde los primeros días de la revolución, la principal amenaza para la supervivencia del régimen. Recuérdese la invasión de Bahía de Cochinos en 1961. De ahí que, como afirma el autor, profesor en la universidad de Harvard, la supervivencia del régimen haya sido la prioridad de su política exterior, muy centrada en mantener su soberanía frente al coloso estadounidense.
Durante la Guerra Fría, Washington consideró a la Habana como una amenaza a sus intereses en América Latina. Era un ejemplo a imitar y, en particular, una tentación a exportar. Pero, sobre todo, vio en Cuba una baza estratégica de la Unión Soviética. La crisis de los misiles en 1962-63 es el mejor ejemplo que ilustra ese momento. A su vez, Cuba buscó protección bajo el paraguas de seguridad soviético ante la amenaza que representaba Estados Unidos y, así, contrarrestar su vulnerabilidad.
Jorge I. Domínguez sostiene que, lejos de ser un títere de la Unión Soviética, Cuba mostró una gran autonomía frente a Moscú. Incluso mantuvo algunas políticas en América Latina y en otras partes del Tercer Mundo que no estaban del todo en sintonía con el pensamiento internacional soviético. Durante los primeros años de la revolución existieron importantes discrepancias. El propio Che Guevara se sintió defraudado con la Unión Soviética en materia de ayuda económica. Su concepción desarrollista, muy propia de la época, de industrialización pesada, no fue secundada por el Kremlin, que se reservaba la prerrogativa de la división internacional del trabajo dentro del bloque socialista.
La presión ejercida por Moscú sobre la Habana para que reconsiderara su posición no se hizo esperar: redujo drásticamente el suministro de petróleo y las adquisiciones de materia prima cubana. Finalmente Castro dio el brazo a torcer con su apoyo a la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968. Era el precio que adoptaba la reconciliación entre Moscú y la Habana hasta recomponerse del todo las relaciones bilaterales en la década siguiente. Entonces Cuba demostró ser el aliado más fiable de Moscú en el Tercer Mundo, sobre todo en África, donde ganó algunos importantes aliados como Angola y Etiopía.
A pesar de las peculiaridades de la política exterior cubana, su rol geopolítico no fue muy diferente al de otros países del Tercer Mundo, atrapados en medio de la controversia bipolar. El recrudecimiento de la Guerra Fría otorgaba mayor importancia a los actores locales que, a cambio de su apoyo, obtenían mayores contrapartidas. A la inversa, ante una mayor distensión entre ambas superpotencias, los Estados aliados en la periferia del sistema internacional perdían su atractivo y, por tanto, su capacidad para obtener beneficios derivados de su apoyo.
Con Cuba pasó algo parecido, pues en tiempos de mayor confrontación bipolar gozó de mayor ayuda, protección y, también, autonomía de la Unión Soviética. Pero la distensión entre Moscú y Washington situaba a Cuba en un lugar más periférico y menos influyente. Proceso que culminó con el fin de la Guerra Fría y la desaparición de la protección soviética. En esta misma dinámica, el carácter fuertemente ideológico de su política exterior no ha sido un obstáculo para realizar concesiones al pragmatismo.
“Cuba es un país pequeño, pero con una política exterior de país grande”, así comienza el autor esta compilación de ensayos escritos a lo largo de varias décadas. En efecto, Cuba ocupa una posición modesta en las relaciones internacionales. Es un Estado pequeño; y con limitados recursos humanos, materiales y económicos. Sin embargo, no se ha ceñido a mantener meras relaciones exteriores; por el contrario, ha desarrollado una política exterior propia.
En algunos momentos su proyección internacional llegó a asemejarse a la de una potencia mundial. Muestra de ello ha sido su apoyo político y material a otros movimientos revolucionarios e insurgentes tanto en América Latina como en otras partes del Tercer Mundo; además de su intervención militar en África (el caso de Angola es el más conocido, a los que se suma el de Etiopía y también el de Argelia frente a Marruecos durante la denominada guerra de las arenas en 1963). Sin olvidar, por último, su asesoramiento militar y asistencia social (en sanidad y educación, principalmente) a otros tantos países.
No es ningún secreto que su política exterior ha estado muy marcada por la posición geopolítica que ocupa, fronteriza con Estados Unidos. No se puede entender la política cubana, toda su política, tanto exterior como interior, sin este condicionante. De hecho, Washington ha representado, desde los primeros días de la revolución, la principal amenaza para la supervivencia del régimen. Recuérdese la invasión de Bahía de Cochinos en 1961. De ahí que, como afirma el autor, profesor en la universidad de Harvard, la supervivencia del régimen haya sido la prioridad de su política exterior, muy centrada en mantener su soberanía frente al coloso estadounidense.
Durante la Guerra Fría, Washington consideró a la Habana como una amenaza a sus intereses en América Latina. Era un ejemplo a imitar y, en particular, una tentación a exportar. Pero, sobre todo, vio en Cuba una baza estratégica de la Unión Soviética. La crisis de los misiles en 1962-63 es el mejor ejemplo que ilustra ese momento. A su vez, Cuba buscó protección bajo el paraguas de seguridad soviético ante la amenaza que representaba Estados Unidos y, así, contrarrestar su vulnerabilidad.
Jorge I. Domínguez sostiene que, lejos de ser un títere de la Unión Soviética, Cuba mostró una gran autonomía frente a Moscú. Incluso mantuvo algunas políticas en América Latina y en otras partes del Tercer Mundo que no estaban del todo en sintonía con el pensamiento internacional soviético. Durante los primeros años de la revolución existieron importantes discrepancias. El propio Che Guevara se sintió defraudado con la Unión Soviética en materia de ayuda económica. Su concepción desarrollista, muy propia de la época, de industrialización pesada, no fue secundada por el Kremlin, que se reservaba la prerrogativa de la división internacional del trabajo dentro del bloque socialista.
La presión ejercida por Moscú sobre la Habana para que reconsiderara su posición no se hizo esperar: redujo drásticamente el suministro de petróleo y las adquisiciones de materia prima cubana. Finalmente Castro dio el brazo a torcer con su apoyo a la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968. Era el precio que adoptaba la reconciliación entre Moscú y la Habana hasta recomponerse del todo las relaciones bilaterales en la década siguiente. Entonces Cuba demostró ser el aliado más fiable de Moscú en el Tercer Mundo, sobre todo en África, donde ganó algunos importantes aliados como Angola y Etiopía.
A pesar de las peculiaridades de la política exterior cubana, su rol geopolítico no fue muy diferente al de otros países del Tercer Mundo, atrapados en medio de la controversia bipolar. El recrudecimiento de la Guerra Fría otorgaba mayor importancia a los actores locales que, a cambio de su apoyo, obtenían mayores contrapartidas. A la inversa, ante una mayor distensión entre ambas superpotencias, los Estados aliados en la periferia del sistema internacional perdían su atractivo y, por tanto, su capacidad para obtener beneficios derivados de su apoyo.
Con Cuba pasó algo parecido, pues en tiempos de mayor confrontación bipolar gozó de mayor ayuda, protección y, también, autonomía de la Unión Soviética. Pero la distensión entre Moscú y Washington situaba a Cuba en un lugar más periférico y menos influyente. Proceso que culminó con el fin de la Guerra Fría y la desaparición de la protección soviética. En esta misma dinámica, el carácter fuertemente ideológico de su política exterior no ha sido un obstáculo para realizar concesiones al pragmatismo.