Hélène Michou, Eduard Soler i Lecha y José Ignacio Torreblanca (eds.): Europa y la democracia en el Norte de África: una segunda oportunidad. Barcelona: CIDOB, ECFR y UNED, 2013 (103 páginas).
Las relaciones entre Europa y el Norte de África nunca han sido fáciles. Marcadas históricamente por la expansión colonial europea en la región, el poso de resentimiento anticolonial dejado y la división por áreas de influencia durante la Guerra Fría, la principal fractura entre ambas orillas del Mediterráneo sigue siendo socioeconómica y política. Dicho en otros términos, un mar de subdesarrollo y autoritarismo separa la orilla sur de la del norte.
En contra de sus principios democráticos, la Unión Europea se ha acomodado a esa realidad en aras de una malentendida estabilidad y, no menos, la primacía de sus intereses económicos y geoestratégicos. Así la supuesta contención del islamismo, la inmigración y el terrorismo contribuyó a la connivencia entre regímenes democráticos y autoritarios.
A semejanza del modelo mantenido por Estados Unidos en Oriente Próximo, el énfasis puesto en la seguridad relegó a un segundo plano el respeto a los derechos humanos, la justicia social y las libertades. Pero, a la larga, este matrimonio de conveniencia se ha mostrado insostenible e incluso contraproducente.
Paradójicamente, en lugar de propiciar estabilidad y seguridad, los entonces catalogados “socios estratégicos” han sembrado las semillas de la inestabilidad e inseguridad. Igualmente, lejos de introducir cierta moderación en el panorama político de sus respectivos países, han retroalimentado la radicalización y el islamismo al mismo tiempo que han debilitado otras opciones más seculares, liberales, progresistas y modernizadoras.
En este nuevo contexto, la tradicional disonancia entre el discurso y la acción exterior europea se ha saldado con un notable déficit en su imagen y credibilidad. Pero los cambios propiciados por la denominada primavera árabe son, también, interpretados como una segunda oportunidad para recomponer la política exterior europea en la región. En concreto, se trata de “restaurar el vínculo roto entre desarrollo, democracia y seguridad”.
Ésta es la principal lectura que se hace en esta obra colectiva (disponible en la web del CIDOB), fruto del proyecto de investigación «The Broken Link: la integración de la promoción de la democracia, los derechos humanos, y la seguridad humana en las políticas de desarrollo españolas: casos de estudio, lecciones aprendidas y propuestas para una mejor coordinación y una mejor eficacia de la ayuda», dirigido por el profesor de Ciencia Política de la UNED, José Ignacio Torreblanca.
Con un importante elenco de especialistas, la obra se divide en dos primeros capítulos de carácter conceptual en torno al desarrollo, la seguridad y la democracia; un tercero dedicado a la acción exterior española en materia de defensa/seguridad, cooperación al desarrollo y diplomacia; seguido por otros tres apartados centrados en los casos de Túnez, Egipto y Mauritania. Por último, además de sintetizar los principales argumentos de las diferentes aportaciones, las conclusiones sugieren una serie de recomendaciones tanto para la acción exterior española como europea.
De muy recomendable lectura, la obra recobra ―si cabe― mayor actualidad ante el golpe de Estado en Egipto y la respuesta europea al mismo, auténtica prueba de fuego para validar o no su renovado compromiso con la democratización de la región.
En esta tesitura, conviene recoger lo señalado premonitoriamente por Hélène Michou: “Egipto empieza a parecerse, preocupadamente, a Turquía a finales de los años setenta, cuando el ejército se hizo con el poder para poner fin al derramamiento de sangre en las calles. Para evitarlo, Morsi y los Hermanos Musulmanes deberían hacer concesiones reales y tender puentes con sus opositores laicos. Utilizar la victoria en las urnas para imponer enseguida la voluntad de la mayoría islamista no está funcionando. Por otro lado, aquellos que en la oposición expresan en privado su esperanza de que, con la escalada de la crisis, el ejército tenga que intervenir, ya sea para forzar a Morsi a hacer concesiones o, de forma más radical, para deponer a Morsi, deberían pensar si ello no supone cerrar del todo la oportunidad de avanzar hacia una transición democrática”.
Las relaciones entre Europa y el Norte de África nunca han sido fáciles. Marcadas históricamente por la expansión colonial europea en la región, el poso de resentimiento anticolonial dejado y la división por áreas de influencia durante la Guerra Fría, la principal fractura entre ambas orillas del Mediterráneo sigue siendo socioeconómica y política. Dicho en otros términos, un mar de subdesarrollo y autoritarismo separa la orilla sur de la del norte.
En contra de sus principios democráticos, la Unión Europea se ha acomodado a esa realidad en aras de una malentendida estabilidad y, no menos, la primacía de sus intereses económicos y geoestratégicos. Así la supuesta contención del islamismo, la inmigración y el terrorismo contribuyó a la connivencia entre regímenes democráticos y autoritarios.
A semejanza del modelo mantenido por Estados Unidos en Oriente Próximo, el énfasis puesto en la seguridad relegó a un segundo plano el respeto a los derechos humanos, la justicia social y las libertades. Pero, a la larga, este matrimonio de conveniencia se ha mostrado insostenible e incluso contraproducente.
Paradójicamente, en lugar de propiciar estabilidad y seguridad, los entonces catalogados “socios estratégicos” han sembrado las semillas de la inestabilidad e inseguridad. Igualmente, lejos de introducir cierta moderación en el panorama político de sus respectivos países, han retroalimentado la radicalización y el islamismo al mismo tiempo que han debilitado otras opciones más seculares, liberales, progresistas y modernizadoras.
En este nuevo contexto, la tradicional disonancia entre el discurso y la acción exterior europea se ha saldado con un notable déficit en su imagen y credibilidad. Pero los cambios propiciados por la denominada primavera árabe son, también, interpretados como una segunda oportunidad para recomponer la política exterior europea en la región. En concreto, se trata de “restaurar el vínculo roto entre desarrollo, democracia y seguridad”.
Ésta es la principal lectura que se hace en esta obra colectiva (disponible en la web del CIDOB), fruto del proyecto de investigación «The Broken Link: la integración de la promoción de la democracia, los derechos humanos, y la seguridad humana en las políticas de desarrollo españolas: casos de estudio, lecciones aprendidas y propuestas para una mejor coordinación y una mejor eficacia de la ayuda», dirigido por el profesor de Ciencia Política de la UNED, José Ignacio Torreblanca.
Con un importante elenco de especialistas, la obra se divide en dos primeros capítulos de carácter conceptual en torno al desarrollo, la seguridad y la democracia; un tercero dedicado a la acción exterior española en materia de defensa/seguridad, cooperación al desarrollo y diplomacia; seguido por otros tres apartados centrados en los casos de Túnez, Egipto y Mauritania. Por último, además de sintetizar los principales argumentos de las diferentes aportaciones, las conclusiones sugieren una serie de recomendaciones tanto para la acción exterior española como europea.
De muy recomendable lectura, la obra recobra ―si cabe― mayor actualidad ante el golpe de Estado en Egipto y la respuesta europea al mismo, auténtica prueba de fuego para validar o no su renovado compromiso con la democratización de la región.
En esta tesitura, conviene recoger lo señalado premonitoriamente por Hélène Michou: “Egipto empieza a parecerse, preocupadamente, a Turquía a finales de los años setenta, cuando el ejército se hizo con el poder para poner fin al derramamiento de sangre en las calles. Para evitarlo, Morsi y los Hermanos Musulmanes deberían hacer concesiones reales y tender puentes con sus opositores laicos. Utilizar la victoria en las urnas para imponer enseguida la voluntad de la mayoría islamista no está funcionando. Por otro lado, aquellos que en la oposición expresan en privado su esperanza de que, con la escalada de la crisis, el ejército tenga que intervenir, ya sea para forzar a Morsi a hacer concesiones o, de forma más radical, para deponer a Morsi, deberían pensar si ello no supone cerrar del todo la oportunidad de avanzar hacia una transición democrática”.