Domingo Garí: Estados Unidos en la guerra del Sáhara Occidental. Madrid: Los Libros de La Catarata, 2021 (224 páginas).
A semejanza de otros conflictos de descolonización en el denominado Tercer Mundo, el del Sáhara Occidental coincidió en el tiempo con el periodo de la Guerra Fría. En consecuencia, pese a que no guardaba relación alguna con esta confrontación, terminó percibiéndose mediante el prisma de la bipolaridad, paradigma que dominó la política (y análisis) internacional desde la Segunda Guerra Mundial hasta prácticamente la caída del muro de Berlín (1989) o, si se quiere, la desaparición de la Unión Soviética (1991).
Por lo general, el grueso de las luchas de liberación nacional en el mundo colonizado remitía al deseo de los pueblos subyugados a poner fin a esa dominación colonial, después de un periodo significativo de vejaciones, explotación y sometimiento; además de expresar una creciente identidad nacional. Una buena parte de estos procesos de emancipación nacional trascurrió de manera paralela a una estructura de poder bipolar del sistema internacional, de la que resultaba muy difícil sustraerse.
En este contexto, de división bipolar del mundo entre los dos grandes bloques mundiales de poder, predominó una visión de suma cero en la relación de rivalidad y hostilidad entre ambas superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, en la que las ganancias de una eran percibidas como equivalentes a las pérdidas de otra. Desde esta óptica, en Washington prevaleció la tendencia a confundir o asociar deliberadamente a los movimientos nacionalistas con los comunistas.
Del mismo modo, algunos actores locales en Oriente Medio y el Norte de África magnificaron e internacionalizaron las amenazas internas o regionales con objeto de llamar la atención, recabar apoyo o bien implicar a la superpotencia de la que eran aliados. De esta forma, desafíos de orden interno o regional fueron deliberadamente internacionalizados e incluso bipolarizados, pese a carecer de origen alguno en la controversia política e ideológica de la Guerra Fría. Por ejemplo, la crisis de Jordania en 1957 y del Líbano en 1958.
El del Sáhara Occidental no fue una excepción a esta pauta, como muestra en este trabajo Domingo Garí, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de La Laguna. Centrado en la política exterior de Estados Unidos sobre la cuestión del Sáhara Occidental durante el periodo entre 1974 y 1987, el profesor Garí utiliza toda una serie de fuentes primarias (fondos de archivos presidenciales de Ford, Carter, Departamento de Estado, Archivos Nacionales y los disponibles de la CIA), sin menospreciar otras secundarias (bibliográficas) sobre el conflicto.
Durante esa mencionada etapa, el autor aborda tres administraciones estadounidenses, la de Ford (1974-1977), Carter (1977-1981) y Reagan, (1981-1989), haciéndose eco de la notable influencia que en la visión estratégica de Washington sobre el Sáhara Occidental tuvieron entonces Kissinger, Consejero de Seguridad Nacional (1969-1973) y Secretario de Estado (1973-1977) en las administraciones de Nixon y de Ford; y Brzezinski, consejero de Seguridad Nacional (1977-1981) en la administración Carter.
Si bien desde la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos era el actor internacional más influyente en la región, no era menos cierto que estaba más claramente involucrado en la zona de Oriente Medio que en la del Norte de África. Pero su condición de superpotencia, con una evidente hegemonía en el hemisferio occidental y capitalista, implicaba una visión global, sin perder de vista cualquier rincón del planeta, máxime si afectaba a sus aliados e intereses estratégicos (en este caso destacaban, entre otras consideraciones, estabilidad de la monarquía marroquí, doble fachada mediterránea y atlántica de Marruecos, Estrecho de Gibraltar, flanco sur de la OTAN, además de los alineamientos geoestratégicos en África y Oriente Medio frente a la Unión Soviética).
Unido a otras importantes áreas geopolíticas del Tercer Mundo, el continente africano era entonces otro de los campos de batalla de la Guerra Fría. Desde esa atalaya, de la competición bipolar, Washington contemplaba el mundo, con independencia de que los asuntos que se dirimían en las relaciones internacionales tuvieran su origen o no en dicha controversia.
De hecho, como expone el profesor Garí, avalando sus afirmaciones con la documentación pertinente, en la cúpula del poder estadounidense se conocía el limitado papel que tenía la Unión Soviética en el conflicto y su interés en que se buscara una solución negociada. Las buenas relaciones de Moscú con Argelia no excluyeron las que desarrolló también con Marruecos, que “superaba a Argelia en los intercambios comerciales con la Unión Soviética”.
Entiende el autor que estos hechos desmentían “la teoría marroquí de que su enfrentamiento en el Sáhara Occidental era un episodio de la Guerra Fría”. Es más, convendría añadir que Moscú nunca reconoció al Frente Polisario ni a la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), tampoco negó las tesis de Rabat sobre la presunta marroquinidad del Sáhara Occidental.
Pero la política exterior más ideologizada de la administración Reagan, junto al recrudecimiento de la tensión bipolar durante la denominada segunda Guerra Fría (en particular, a raíz de la revolución iraní y la invasión soviética de Afganistán a principios y finales respectivamente de 1979), señalaron un indudable punto de inflexión en las relaciones internacionales que, por extensión, terminó afectando también al transcurso del conflicto del Sáhara Occidental.
La presidencia de Reagan reforzó su apoyo militar a Marruecos con objeto de contener, presuntamente, los avances de la Unión Soviética en el Tercer Mundo. En concreto, responsabilizaba a la presidencia de Carter de debilidad por haber perdido terreno en favor del comunismo. Si bien, cabe matizar, que este asesoramiento y apoyo militar estadounidense no fue el único que recibió Marruecos, aunque fue fundamental. En esta dinámica, la construcción de los muros de contención disuadió a la guerrilla saharaui, dejándola sin efectividad e invirtiendo el equilibrio de poder en el campo de batalla en favor de la ocupación marroquí.
Del mismo modo, los actores locales en la región tendieron a magnificar la amenaza soviética para contrarrestar su debilidad e implicar a las superpotencias. El rey de Marruecos, Hasán II, no dejó de agitar esta alarma a lo largo de todo el conflicto hasta lograr su objetivo, pese a las mencionadas relaciones mantenidas entre Rabat y Moscú, de las que no parecía excluida la adquisición de armamento.
Si bien el apoyo de Washington a Rabat no es una novedad, ni tampoco los intentos de rentabilizar la tensión bipolar entre ambas superpotencias por los actores locales, el profesor Domingo Garí acredita esta tesis en su trabajo con una documentación actualmente disponible en los archivos estadounidenses, a la espera —como reivindica el autor— de que se desclasifiquen otros importantes fondos documentales, en particular los españoles, debido a la consabida responsabilidad de España como potencia colonial y administradora del Sáhara Occidental.
A semejanza de otros conflictos de descolonización en el denominado Tercer Mundo, el del Sáhara Occidental coincidió en el tiempo con el periodo de la Guerra Fría. En consecuencia, pese a que no guardaba relación alguna con esta confrontación, terminó percibiéndose mediante el prisma de la bipolaridad, paradigma que dominó la política (y análisis) internacional desde la Segunda Guerra Mundial hasta prácticamente la caída del muro de Berlín (1989) o, si se quiere, la desaparición de la Unión Soviética (1991).
Por lo general, el grueso de las luchas de liberación nacional en el mundo colonizado remitía al deseo de los pueblos subyugados a poner fin a esa dominación colonial, después de un periodo significativo de vejaciones, explotación y sometimiento; además de expresar una creciente identidad nacional. Una buena parte de estos procesos de emancipación nacional trascurrió de manera paralela a una estructura de poder bipolar del sistema internacional, de la que resultaba muy difícil sustraerse.
En este contexto, de división bipolar del mundo entre los dos grandes bloques mundiales de poder, predominó una visión de suma cero en la relación de rivalidad y hostilidad entre ambas superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, en la que las ganancias de una eran percibidas como equivalentes a las pérdidas de otra. Desde esta óptica, en Washington prevaleció la tendencia a confundir o asociar deliberadamente a los movimientos nacionalistas con los comunistas.
Del mismo modo, algunos actores locales en Oriente Medio y el Norte de África magnificaron e internacionalizaron las amenazas internas o regionales con objeto de llamar la atención, recabar apoyo o bien implicar a la superpotencia de la que eran aliados. De esta forma, desafíos de orden interno o regional fueron deliberadamente internacionalizados e incluso bipolarizados, pese a carecer de origen alguno en la controversia política e ideológica de la Guerra Fría. Por ejemplo, la crisis de Jordania en 1957 y del Líbano en 1958.
El del Sáhara Occidental no fue una excepción a esta pauta, como muestra en este trabajo Domingo Garí, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de La Laguna. Centrado en la política exterior de Estados Unidos sobre la cuestión del Sáhara Occidental durante el periodo entre 1974 y 1987, el profesor Garí utiliza toda una serie de fuentes primarias (fondos de archivos presidenciales de Ford, Carter, Departamento de Estado, Archivos Nacionales y los disponibles de la CIA), sin menospreciar otras secundarias (bibliográficas) sobre el conflicto.
Durante esa mencionada etapa, el autor aborda tres administraciones estadounidenses, la de Ford (1974-1977), Carter (1977-1981) y Reagan, (1981-1989), haciéndose eco de la notable influencia que en la visión estratégica de Washington sobre el Sáhara Occidental tuvieron entonces Kissinger, Consejero de Seguridad Nacional (1969-1973) y Secretario de Estado (1973-1977) en las administraciones de Nixon y de Ford; y Brzezinski, consejero de Seguridad Nacional (1977-1981) en la administración Carter.
Si bien desde la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos era el actor internacional más influyente en la región, no era menos cierto que estaba más claramente involucrado en la zona de Oriente Medio que en la del Norte de África. Pero su condición de superpotencia, con una evidente hegemonía en el hemisferio occidental y capitalista, implicaba una visión global, sin perder de vista cualquier rincón del planeta, máxime si afectaba a sus aliados e intereses estratégicos (en este caso destacaban, entre otras consideraciones, estabilidad de la monarquía marroquí, doble fachada mediterránea y atlántica de Marruecos, Estrecho de Gibraltar, flanco sur de la OTAN, además de los alineamientos geoestratégicos en África y Oriente Medio frente a la Unión Soviética).
Unido a otras importantes áreas geopolíticas del Tercer Mundo, el continente africano era entonces otro de los campos de batalla de la Guerra Fría. Desde esa atalaya, de la competición bipolar, Washington contemplaba el mundo, con independencia de que los asuntos que se dirimían en las relaciones internacionales tuvieran su origen o no en dicha controversia.
De hecho, como expone el profesor Garí, avalando sus afirmaciones con la documentación pertinente, en la cúpula del poder estadounidense se conocía el limitado papel que tenía la Unión Soviética en el conflicto y su interés en que se buscara una solución negociada. Las buenas relaciones de Moscú con Argelia no excluyeron las que desarrolló también con Marruecos, que “superaba a Argelia en los intercambios comerciales con la Unión Soviética”.
Entiende el autor que estos hechos desmentían “la teoría marroquí de que su enfrentamiento en el Sáhara Occidental era un episodio de la Guerra Fría”. Es más, convendría añadir que Moscú nunca reconoció al Frente Polisario ni a la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), tampoco negó las tesis de Rabat sobre la presunta marroquinidad del Sáhara Occidental.
Pero la política exterior más ideologizada de la administración Reagan, junto al recrudecimiento de la tensión bipolar durante la denominada segunda Guerra Fría (en particular, a raíz de la revolución iraní y la invasión soviética de Afganistán a principios y finales respectivamente de 1979), señalaron un indudable punto de inflexión en las relaciones internacionales que, por extensión, terminó afectando también al transcurso del conflicto del Sáhara Occidental.
La presidencia de Reagan reforzó su apoyo militar a Marruecos con objeto de contener, presuntamente, los avances de la Unión Soviética en el Tercer Mundo. En concreto, responsabilizaba a la presidencia de Carter de debilidad por haber perdido terreno en favor del comunismo. Si bien, cabe matizar, que este asesoramiento y apoyo militar estadounidense no fue el único que recibió Marruecos, aunque fue fundamental. En esta dinámica, la construcción de los muros de contención disuadió a la guerrilla saharaui, dejándola sin efectividad e invirtiendo el equilibrio de poder en el campo de batalla en favor de la ocupación marroquí.
Del mismo modo, los actores locales en la región tendieron a magnificar la amenaza soviética para contrarrestar su debilidad e implicar a las superpotencias. El rey de Marruecos, Hasán II, no dejó de agitar esta alarma a lo largo de todo el conflicto hasta lograr su objetivo, pese a las mencionadas relaciones mantenidas entre Rabat y Moscú, de las que no parecía excluida la adquisición de armamento.
Si bien el apoyo de Washington a Rabat no es una novedad, ni tampoco los intentos de rentabilizar la tensión bipolar entre ambas superpotencias por los actores locales, el profesor Domingo Garí acredita esta tesis en su trabajo con una documentación actualmente disponible en los archivos estadounidenses, a la espera —como reivindica el autor— de que se desclasifiquen otros importantes fondos documentales, en particular los españoles, debido a la consabida responsabilidad de España como potencia colonial y administradora del Sáhara Occidental.