Francisco López Segrera: Cuba-EEUU. De enemigos cercanos a amigos distantes (1959-2015). Barcelona: El Viejo Topo, 2015 (172 páginas).
Las relaciones entre Cuba y Estados Unidos han sido todo menos fáciles. Si bien a partir de la revolución cubana (1959) se deterioraron de manera definitiva, no es menos cierto que durante la etapa anterior tampoco fueron idílicas.
De hecho, en el análisis de las relaciones bilaterales entre Washington y La Habana, no cabe disociar los dos períodos de antes y después de la revolución. Por el contrario, en opinión de Francisco López Segrera, ambos resultan claves para comprender las relaciones de subordinación y dependencia impuestas por Estados Unidos a Cuba en 1898, cuando reemplazó el colonialismo español (1510-1899) por su presencia neocolonial.
Pese a que la isla caribeña accedió a la independencia en 1902, el nuevo Estado nació mediatizado por las repetidas interferencias estadounidenses: la Enmienda Platt (1901) permitía a Washington “intervenir en los asuntos internos de la Isla” y disponer de bases para sus barcos; y los “tratados de reciprocidad comercial” relegaban su economía a la exportación de materia prima (azúcar) e impedían su industrialización.
En sintonía con la conocida Doctrina Monroe (1823), Estados Unidos había contribuido a poner fin a la influencia europea en el continente americano, pero a cambio de extender la suya. En esta tesitura, Cuba fue uno de los primeros ejemplos del destino que depararía a otros países de América Latina y el Caribe.
Sin duda, esta parte de la historia es la menos conocida o difundida de las relaciones entre ambos países, aunque no por ello menos importante para comprender su posterior evolución. Es más, según el autor, la revolución fue, en buena medida, una respuesta a esta situación neocolonial.
A partir de aquí López Segrera se centra en la más conocida y controvertida relación mantenida a lo largo de la Guerra Fría. Entre otros episodios, destaca el frustrado intento de invasión por Playa Girón (1961), la crisis de los misiles (1962) y, en particular, la adopción del embargo económico, comercial y financiero estadounidense a Cuba (1962).
Pese a la tensión alcanzada, también se conocieron momentos de cierta distensión sin que concluyeran en una reanudación de las relaciones diplomáticas rotas por Washington. Pero su política de acoso y derribo del régimen castrista tampoco consiguió los resultados buscados.
Con el fin de la Guerra Fría, la implosión de la Unión Soviética y la consiguiente desaparición del Bloque del Este, Washington consideró que era cuestión de tiempo que el régimen cayera como una “fruta madura”. En sus cálculos, aquél no podría sobrevivir sin el apoyo material y económico soviético, al mismo tiempo que condicionó la reanudación de las relaciones diplomáticas y el fin del bloqueo al cambio de régimen.
Paralelamente, Estados Unidos mantenía relaciones con China de manera creciente y las reanudaba con Vietnam sin las exigencias de cambios políticos internos que reclamaba a Cuba. Pese a esta retórica, más propia de la era bipolar, se advertía cierta distensión en las relaciones bilaterales e incluso una creciente cooperación en materias comunes o que afectaban a ambos países, desde la meteorología hasta el narcotráfico. Sin olvidar algunos desencuentros o tensiones como los que rodearon la repatriación del niño Elián González (1999-2000), entre otros.
Cabe preguntar, por tanto, ¿qué posibilitó el cambio en esta concepción de la política exterior para reanudar las relaciones bilaterales entre ambos países? Entre las detalladas repuestas que ofrece López Segrera, cabe destacar el fracaso de la política de bloqueo —sostenida durante más de cinco décadas— sin conseguir los resultados esperados. Esta revisión de su política exterior no implica un cambio en las exigencias estadounidenses, sino la manera de intentarlo. Dicho en palabras del autor: “Obama no cuestiona el carácter injusto del bloqueo, sólo su ineficiencia”.
No menos importante son otras consideraciones como el relevo generacional del exilio cubano en Estados Unidos, con una generación más joven, sin los resentimientos de la más vieja, y con mayor predisposición a mantener relaciones con su tierra de origen.
De la misma forma, el desembarco de otros Estados como Canadá o miembros de la Unión Europea está revelándose prometedor. Son los principales socios comerciales y suministradores de inversiones directas, proyectos y turismo; además de adquirir toda una serie de ventajas estratégicas ante un previsible cambio político y económico en la Isla.
Sin olvidar que, unido al atractivo dividendo económico que representa la Isla para la empresas estadounidenses, Washington ha terminado concluyendo que su presencia ejercerá a la larga mayor influencia que su ausencia, máxime ante un eventual relevo generacional en la cúpula del poder cubano (previsiblemente Raúl Castro se retirará en 2018). Desde esta lógica, se estima que la apertura internacional de Cuba tendrá un mayor efecto en su transición y democratización que los ensayados intentos coercitivos de cambio de régimen.
Desde el punto de vista de La Habana, López Segrera destaca una serie de circunstancias como la creciente multipolaridad en el sistema internacional (pese al carácter unipolar en materia militar); los cambios gubernamentales experimentados en América Latina y el Caribe, con relaciones menos subordinadas hacia Estados Unidos como en el pasado; las dificultades económicas de socios cubanos claves como Venezuela durante la etapa más reciente; además de la necesidad de insertarse en la economía mundial ante el agotamiento de su modelo económico. Sin olvidar un elemento fundamental, que toda la negociación ha partido de unos límites: no perder ni un ápice de la “soberanía nacional”, ni renunciar a valores claves como la “redistribución de la riqueza” y “la justicia social”.
Con una amplia bibliografía en su bagaje académico, el nuevo texto de Francisco López Segrera ofrece una apretada síntesis, organizada en tres capítulos y acompañada de una cronología, que resulta fundamental para conocer los cambios operados en Washington y La Habana con objeto de reanudar sus relaciones diplomáticas y proseguir con su normalización (para lo que será imprescindible eliminar el bloqueo), después de un dilatado periodo de repetidos desencuentros y malentendidos desde finales del siglo XIX.
De hecho, en el análisis de las relaciones bilaterales entre Washington y La Habana, no cabe disociar los dos períodos de antes y después de la revolución. Por el contrario, en opinión de Francisco López Segrera, ambos resultan claves para comprender las relaciones de subordinación y dependencia impuestas por Estados Unidos a Cuba en 1898, cuando reemplazó el colonialismo español (1510-1899) por su presencia neocolonial.
Pese a que la isla caribeña accedió a la independencia en 1902, el nuevo Estado nació mediatizado por las repetidas interferencias estadounidenses: la Enmienda Platt (1901) permitía a Washington “intervenir en los asuntos internos de la Isla” y disponer de bases para sus barcos; y los “tratados de reciprocidad comercial” relegaban su economía a la exportación de materia prima (azúcar) e impedían su industrialización.
En sintonía con la conocida Doctrina Monroe (1823), Estados Unidos había contribuido a poner fin a la influencia europea en el continente americano, pero a cambio de extender la suya. En esta tesitura, Cuba fue uno de los primeros ejemplos del destino que depararía a otros países de América Latina y el Caribe.
Sin duda, esta parte de la historia es la menos conocida o difundida de las relaciones entre ambos países, aunque no por ello menos importante para comprender su posterior evolución. Es más, según el autor, la revolución fue, en buena medida, una respuesta a esta situación neocolonial.
A partir de aquí López Segrera se centra en la más conocida y controvertida relación mantenida a lo largo de la Guerra Fría. Entre otros episodios, destaca el frustrado intento de invasión por Playa Girón (1961), la crisis de los misiles (1962) y, en particular, la adopción del embargo económico, comercial y financiero estadounidense a Cuba (1962).
Pese a la tensión alcanzada, también se conocieron momentos de cierta distensión sin que concluyeran en una reanudación de las relaciones diplomáticas rotas por Washington. Pero su política de acoso y derribo del régimen castrista tampoco consiguió los resultados buscados.
Con el fin de la Guerra Fría, la implosión de la Unión Soviética y la consiguiente desaparición del Bloque del Este, Washington consideró que era cuestión de tiempo que el régimen cayera como una “fruta madura”. En sus cálculos, aquél no podría sobrevivir sin el apoyo material y económico soviético, al mismo tiempo que condicionó la reanudación de las relaciones diplomáticas y el fin del bloqueo al cambio de régimen.
Paralelamente, Estados Unidos mantenía relaciones con China de manera creciente y las reanudaba con Vietnam sin las exigencias de cambios políticos internos que reclamaba a Cuba. Pese a esta retórica, más propia de la era bipolar, se advertía cierta distensión en las relaciones bilaterales e incluso una creciente cooperación en materias comunes o que afectaban a ambos países, desde la meteorología hasta el narcotráfico. Sin olvidar algunos desencuentros o tensiones como los que rodearon la repatriación del niño Elián González (1999-2000), entre otros.
Cabe preguntar, por tanto, ¿qué posibilitó el cambio en esta concepción de la política exterior para reanudar las relaciones bilaterales entre ambos países? Entre las detalladas repuestas que ofrece López Segrera, cabe destacar el fracaso de la política de bloqueo —sostenida durante más de cinco décadas— sin conseguir los resultados esperados. Esta revisión de su política exterior no implica un cambio en las exigencias estadounidenses, sino la manera de intentarlo. Dicho en palabras del autor: “Obama no cuestiona el carácter injusto del bloqueo, sólo su ineficiencia”.
No menos importante son otras consideraciones como el relevo generacional del exilio cubano en Estados Unidos, con una generación más joven, sin los resentimientos de la más vieja, y con mayor predisposición a mantener relaciones con su tierra de origen.
De la misma forma, el desembarco de otros Estados como Canadá o miembros de la Unión Europea está revelándose prometedor. Son los principales socios comerciales y suministradores de inversiones directas, proyectos y turismo; además de adquirir toda una serie de ventajas estratégicas ante un previsible cambio político y económico en la Isla.
Sin olvidar que, unido al atractivo dividendo económico que representa la Isla para la empresas estadounidenses, Washington ha terminado concluyendo que su presencia ejercerá a la larga mayor influencia que su ausencia, máxime ante un eventual relevo generacional en la cúpula del poder cubano (previsiblemente Raúl Castro se retirará en 2018). Desde esta lógica, se estima que la apertura internacional de Cuba tendrá un mayor efecto en su transición y democratización que los ensayados intentos coercitivos de cambio de régimen.
Desde el punto de vista de La Habana, López Segrera destaca una serie de circunstancias como la creciente multipolaridad en el sistema internacional (pese al carácter unipolar en materia militar); los cambios gubernamentales experimentados en América Latina y el Caribe, con relaciones menos subordinadas hacia Estados Unidos como en el pasado; las dificultades económicas de socios cubanos claves como Venezuela durante la etapa más reciente; además de la necesidad de insertarse en la economía mundial ante el agotamiento de su modelo económico. Sin olvidar un elemento fundamental, que toda la negociación ha partido de unos límites: no perder ni un ápice de la “soberanía nacional”, ni renunciar a valores claves como la “redistribución de la riqueza” y “la justicia social”.
Con una amplia bibliografía en su bagaje académico, el nuevo texto de Francisco López Segrera ofrece una apretada síntesis, organizada en tres capítulos y acompañada de una cronología, que resulta fundamental para conocer los cambios operados en Washington y La Habana con objeto de reanudar sus relaciones diplomáticas y proseguir con su normalización (para lo que será imprescindible eliminar el bloqueo), después de un dilatado periodo de repetidos desencuentros y malentendidos desde finales del siglo XIX.
Nada parece garantizar mejor su éxito que el respeto mutuo desde sus obvias diferencias políticas-ideológicas y respectivas soberanías. Pese a las inevitables incertidumbres (ascenso presidente republicano a la Casa Blanca), de lo que no cabe duda es que se abre un nuevo capítulo en la tormentosa historia de las relaciones bilaterales entre Cuba y Estados Unidos.