Olga Rodríguez: Yo muero hoy. Las revueltas en el mundo árabe. Barcelona: Debate, 2012 (384 páginas).
Las revueltas árabes no surgieron por “generación espontánea”; por el contrario, son el resultado de una prolongada experiencia de lucha por el cambio político en toda la región. Ésta es la tesis que sostiene la periodista Olga Rodríguez a lo largo de su trabajo sobre la denominada primavera árabe.
Si bien reconoce que cada país árabe posee sus propias peculiaridades, no deja por ello de advertir que el conjunto de los países que integran el mundo árabe comparte también contextos semejantes.
En el ámbito económico destaca la corrupción y las enormes desigualdades, incrementadas durante los últimos años por la adopción de las recetas neoliberales de desregulación de los mercados, liberalización de sus economías y privatización de las empresas públicas, acompañadas de una drástica reducción de las ayudas sociales y de las inversiones públicas que sólo han beneficiado a una minoría, la élite del poder político y económico, en detrimento de la mayoría social.
A su vez, en el terreno político, además del sempiterno autoritarismo, persiste la falta de libertades y la represión a la contestación política y todo tipo de disidencia. Desde esta óptica, la autora recoge las experiencias de lucha acumuladas durante los últimos años desde los diferentes espacios: grupos de oposición, movimiento obrero, defensores de los derechos humanos, movimiento de la mujer y un elenco de activistas que, en suma, forman el tejido asociativo de la sociedad civil árabe como espacio potencialmente emancipatorio frente a unos Estados duros e incluso feroces.
En su recorrido por Egipto (país que más espacio ocupa en el libro), Túnez, Libia, Siria, Bahréin y Yemen, Olga Rodríguez se adentra tanto en los desencadenantes más inmediatos de las revueltas como en su pasado más reciente, al mismo tiempo que retrata algunos de sus más prominentes activistas y protagonistas, poniéndole rostro humano a los levantamientos y acercando al lector a la realidad social árabe.
Además de señalar la principal controversia entre las sociedades árabes y sus regímenes autoritarios, la autora también se hace eco de las contradicciones existentes entre los sectores laicos de la oposición y los islamistas, ensanchadas tras los triunfos electorales de estos últimos con sus expresiones de conservadurismo social (en particular, respecto a la mujer) y su acomodación a las políticas económicas neoliberales.
Las rivalidades regionales e internacionales suscitadas ante los cambios introducidos en el escenario político también son objeto de análisis. Particularmente interesante, en este sentido, son los capítulos que dedica a Siria y Bahréin, poniendo de manifiesto las contradicciones e intereses de los Estados de la región y las potencias mundiales, que abogan por las libertades en un país y justifican o silencian su aplastamiento en otro. Dicho con palabras de la autora: “Los intereses geoestratégicos marcan la política exterior mundial, aunque a veces se los disfrace de razones humanitarias” (pág. 362).
Por último, su balance final tiene un sabor agridulce. Pese a reconocer el esfuerzo realizado, considera que las características de esta oleada de protestas (espontaneidad, carencia de organización y liderazgo que, a su vez, agruparon a diferentes sectores sociales), no sirve como estrategia a largo plazo. Esto es, a la nueva etapa abierta y pendiente aún de escribirse.
Las revueltas árabes no surgieron por “generación espontánea”; por el contrario, son el resultado de una prolongada experiencia de lucha por el cambio político en toda la región. Ésta es la tesis que sostiene la periodista Olga Rodríguez a lo largo de su trabajo sobre la denominada primavera árabe.
Si bien reconoce que cada país árabe posee sus propias peculiaridades, no deja por ello de advertir que el conjunto de los países que integran el mundo árabe comparte también contextos semejantes.
En el ámbito económico destaca la corrupción y las enormes desigualdades, incrementadas durante los últimos años por la adopción de las recetas neoliberales de desregulación de los mercados, liberalización de sus economías y privatización de las empresas públicas, acompañadas de una drástica reducción de las ayudas sociales y de las inversiones públicas que sólo han beneficiado a una minoría, la élite del poder político y económico, en detrimento de la mayoría social.
A su vez, en el terreno político, además del sempiterno autoritarismo, persiste la falta de libertades y la represión a la contestación política y todo tipo de disidencia. Desde esta óptica, la autora recoge las experiencias de lucha acumuladas durante los últimos años desde los diferentes espacios: grupos de oposición, movimiento obrero, defensores de los derechos humanos, movimiento de la mujer y un elenco de activistas que, en suma, forman el tejido asociativo de la sociedad civil árabe como espacio potencialmente emancipatorio frente a unos Estados duros e incluso feroces.
En su recorrido por Egipto (país que más espacio ocupa en el libro), Túnez, Libia, Siria, Bahréin y Yemen, Olga Rodríguez se adentra tanto en los desencadenantes más inmediatos de las revueltas como en su pasado más reciente, al mismo tiempo que retrata algunos de sus más prominentes activistas y protagonistas, poniéndole rostro humano a los levantamientos y acercando al lector a la realidad social árabe.
Además de señalar la principal controversia entre las sociedades árabes y sus regímenes autoritarios, la autora también se hace eco de las contradicciones existentes entre los sectores laicos de la oposición y los islamistas, ensanchadas tras los triunfos electorales de estos últimos con sus expresiones de conservadurismo social (en particular, respecto a la mujer) y su acomodación a las políticas económicas neoliberales.
Las rivalidades regionales e internacionales suscitadas ante los cambios introducidos en el escenario político también son objeto de análisis. Particularmente interesante, en este sentido, son los capítulos que dedica a Siria y Bahréin, poniendo de manifiesto las contradicciones e intereses de los Estados de la región y las potencias mundiales, que abogan por las libertades en un país y justifican o silencian su aplastamiento en otro. Dicho con palabras de la autora: “Los intereses geoestratégicos marcan la política exterior mundial, aunque a veces se los disfrace de razones humanitarias” (pág. 362).
Por último, su balance final tiene un sabor agridulce. Pese a reconocer el esfuerzo realizado, considera que las características de esta oleada de protestas (espontaneidad, carencia de organización y liderazgo que, a su vez, agruparon a diferentes sectores sociales), no sirve como estrategia a largo plazo. Esto es, a la nueva etapa abierta y pendiente aún de escribirse.