Ignacio Gutiérrez de Terán e Ignacio Álvarez-Ossorio (eds.): Informe sobre las revueltas árabes. Madrid: Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2011 (315 páginas).
Desde su descolonización, los Estados árabes han venido acumulando un conjunto de factores políticos, económicos, sociales y demográficos que, sin olvidar su subordinada posición en el sistema internacional, propiciaron el efecto de contagio de la inicial revuelta tunecina.
Un incidente local (la autoinmolación a lo bonzo del joven tunecino Muhammad Bouazizi después de haber sido humillado públicamente) adquirió muy pronto una dimensión regional para, seguidamente, pasar a ser nacional y, finalmente, trasnacional (o panárabe).
Aunque existían numerosos y rigurosos estudios sobre las condiciones y, no menos, las razones para la contestación política en las sociedades árabes, lo cierto es que, como sucede en muchos acontecimientos históricos de esta magnitud, su estallido fue imprevisible.
Menos previsible aún era que mediante la presión popular se pudiera derrotar a un autócrata como Ben Ali, Mubarak o Gadafi. Pero ninguna revuelta ni revolución tiene éxito sin la quiebra, división, apoyo o consentimiento del Ejército. Esto último sucedió en Túnez, pero no en Egipto, donde paralelamente se produjo un golpe de Estado encubierto; ni tampoco en Libia, donde la nada altruista intervención de la OTAN fue determinante.
No menos concluyente fue la entrada de las tropas de Arabia Saudí y de los Emiratos Árabes para aplastar la contestación política en Bahréin, mientras sigue sin despejarse la situación en Yemen y se mantiene en Siria la sangrienta represión del régimen de Bashar al-Asad sobre su ciudadanía y las fuerzas opositoras.
Todos estos casos (Túnez, Egipto, Yemen, Bahréin, Libia y Siria) son objeto de estudio por un importante elenco de especialistas, reunidos en esta obra colectiva que se acompaña de un anexo documental. En el prólogo, sus editores realizan una síntesis preliminar de la Primavera Árabe, en la que clasifican su diferente impacto regional en tres categorías:
Los regímenes reformistas como Jordania y Marruecos, que han intentado incorporar algunas reformas para neutralizar las protestas. Los regímenes acomodaticios como los petro-Estados (monarquías y emiratos) del Golfo, que han realizado algunas concesiones económicas y fiscales en la misma dirección. Los regímenes disfuncionales como Sudán, Irak y Líbano, que por sus conflictos internos, junto a sus “tensiones sociales, regionales y confesionales” no han generado el clima propicio para secundar esta oleada de protestas. Un apéndice de esta situación es Argelia, donde su pasada guerra civil pesa como una losa sobre el presente. En suma, su lectura es muy recomendable para quienes deseen comprender y realizar un seguimiento de las revueltas árabes.
Desde su descolonización, los Estados árabes han venido acumulando un conjunto de factores políticos, económicos, sociales y demográficos que, sin olvidar su subordinada posición en el sistema internacional, propiciaron el efecto de contagio de la inicial revuelta tunecina.
Un incidente local (la autoinmolación a lo bonzo del joven tunecino Muhammad Bouazizi después de haber sido humillado públicamente) adquirió muy pronto una dimensión regional para, seguidamente, pasar a ser nacional y, finalmente, trasnacional (o panárabe).
Aunque existían numerosos y rigurosos estudios sobre las condiciones y, no menos, las razones para la contestación política en las sociedades árabes, lo cierto es que, como sucede en muchos acontecimientos históricos de esta magnitud, su estallido fue imprevisible.
Menos previsible aún era que mediante la presión popular se pudiera derrotar a un autócrata como Ben Ali, Mubarak o Gadafi. Pero ninguna revuelta ni revolución tiene éxito sin la quiebra, división, apoyo o consentimiento del Ejército. Esto último sucedió en Túnez, pero no en Egipto, donde paralelamente se produjo un golpe de Estado encubierto; ni tampoco en Libia, donde la nada altruista intervención de la OTAN fue determinante.
No menos concluyente fue la entrada de las tropas de Arabia Saudí y de los Emiratos Árabes para aplastar la contestación política en Bahréin, mientras sigue sin despejarse la situación en Yemen y se mantiene en Siria la sangrienta represión del régimen de Bashar al-Asad sobre su ciudadanía y las fuerzas opositoras.
Todos estos casos (Túnez, Egipto, Yemen, Bahréin, Libia y Siria) son objeto de estudio por un importante elenco de especialistas, reunidos en esta obra colectiva que se acompaña de un anexo documental. En el prólogo, sus editores realizan una síntesis preliminar de la Primavera Árabe, en la que clasifican su diferente impacto regional en tres categorías:
Los regímenes reformistas como Jordania y Marruecos, que han intentado incorporar algunas reformas para neutralizar las protestas. Los regímenes acomodaticios como los petro-Estados (monarquías y emiratos) del Golfo, que han realizado algunas concesiones económicas y fiscales en la misma dirección. Los regímenes disfuncionales como Sudán, Irak y Líbano, que por sus conflictos internos, junto a sus “tensiones sociales, regionales y confesionales” no han generado el clima propicio para secundar esta oleada de protestas. Un apéndice de esta situación es Argelia, donde su pasada guerra civil pesa como una losa sobre el presente. En suma, su lectura es muy recomendable para quienes deseen comprender y realizar un seguimiento de las revueltas árabes.