Sami Moubayed: Bajo la bandera del terror. Un viaje a las entrañas de Dáesh. Barcelona: Península, 2016 (320 páginas). Traducción de Juanjo Estrella.
Uno de los temas políticos en la escena internacional de más actualidad y que mayor atención recibe es el terrorismo yihadista. No se trata de un fenómeno nuevo, aunque aparece renovado en sus formas, dimensión y articulación. También en su propia autodenominación como Estado Islámico o Dáesh por sus siglas en árabe (al Dawla al islamiyya fi al Iraq wa al Sham); o bien en inglés como ISIS/ISIL/IS (Islamic State of Irak and Syria/the Levant).
A diferencia de al Qaeda, la organización primigenia en la que se originó, el ISIS (por seguir la versión empleada en el texto) no sólo es un grupo terrorista, sino también presenta las formas de un movimiento insurgente e incluso la de un ejército (contaría entre unos 30.000 y 50.000 efectivos). No permanece escondido o resguardado en madrigueras o cuevas; por el contrario, posee una importante dimensión territorial, que ha llegado a controlar una extensión de 90.000 kilómetros cuadrados y eliminado las fronteras entre Siria e Irak. Por último, pero no menos importante, se ha articulado como un proto-Estado (proclamando un Califato), en el que gobierna y desde donde pretende “permanecer y expandirse”.
Pese a los retrocesos que viene sufriendo en sus posiciones a lo largo de los últimos meses y, previsiblemente, seguirá registrando ante la actual ofensiva contra su bastión en Mosul, todo parece indicar que la derrota definitiva del ISIS permanece lejana y no se logrará sólo mediante los bombardeos aéreos. De momento, se podrá limitar su expansión e incluso reducirla de manera significativa, pero su amenaza permanecerá de manera más o menos latente o manifiesta en la región, principalmente; sin excluir sus acciones terroristas en otras partes de la geografía mundial.
En suma, su reducción a límites marginales o deseada eliminación requiere de una mayor implicación no sólo en materia militar (con soldados sobre el terreno), sino también de un acuerdo político, económico y social (incluso educativo) de alcance regional e internacional. Semejante opción, es de temer, no está sobre la mesa; y ni siquiera se contempla, pese a que comienzan a presentarse algunas ideas sobre la configuración de un nuevo orden regional (A Westphalian Peace for Middle East). Sin embargo, los intereses contrapuestos son tantos y tan variados que dicha meta está todavía muy lejos, cuando no se presenta como prácticamente inalcanzable.
Si bien el texto del historiador sirio Sami Moubayed no pretende diseñar ninguna ocurrente salida a este laberinto, su viaje a las entrañas de Dáesh advierte de lo que no se debe hacer ni seguir haciendo. A la pregunta de por qué el autodenominado Estado Islámico se ha expandido tan rápidamente entre Irak y Siria, cabe sintetizar la respuesta del autor en torno a tres ejes. Primero, el fracaso de la modernización política y socioeconómica de Siria e Irak que, paradójicamente, contaban con dos regímenes laicos, nacionalistas y, teóricamente, socializantes, gobernados ambos por sendas ramas del partido Baaz (“renacimiento”). Pero en lugar de propiciar una sociedad más justa, crearon unos Estados feroces y policiales, de culto a la personalidad, desigualdad e injusticia social, sin ninguna participación sociopolítica ni escrutinio del poder. Además de frustrar las expectativas depositadas en el prometido “renacimiento” de dichas sociedades, desacreditaron el laicismo, el nacionalismo y las ideologías políticas contemporáneas, en particular, las más progresistas o de izquierdas.
Segundo, lo anterior abonó un terreno de cultivo que se mostró muy fértil para la emergencia de los diversos islamismos que, como recoge pormenorizadamente el autor en el caso de Siria, fueron radicalizándose hasta desembocar en sus versiones más extremas: salafista-yihadistas. Sin obviar su fomento por la aproximación más rigorista o wahabita de Arabia Saudí que, con sus ingentes recursos, retroalimentó sus bases filosóficas y políticas hasta alcanzar cierto predominio ideológico.
Tercero, una respuesta más coyuntural se debe a los precedentes, de repetidos y frustrados intentos de insurgencia en Siria (1964, 1976 y 1982), que vieron en las protestas –surgidas al calor de la denominada primavera árabe– una nueva oportunidad; además de las consecuencias derivadas de la invasión estadounidense de Irak. En concreto, el desmantelamiento del ejército iraquí y la desbaazificación del régimen supuso en la práctica la devastación del Estado. Miles de familias se quedaron sin empleo y sustento, fueron desclasadas y humilladas. Sin olvidar la discriminación de la que fueron objeto por pertenecer a la minoría suní en la que se había sustentado, en buena medida, el régimen de Saddam Hussein; ahora marginada y excluida de cualquier esfera institucional y de poder.
No es de extrañar, por tanto, que se incrementara el resentimiento de la antigua elite política y económica del país; y que antiguos oficiales del ejército iraquí pasaran a formar parte del Estado mayor del ISIS, adoptando los atuendos y barbas islamistas. Incluso su sistema de inteligencia está diseñado a semejanza del anterior régimen de Saddam. De aquí las dificultades para ser penetrado por otros servicios secretos.
En suma, el libro de Sami Moubayed aporta una aproximación a Dáesh en torno a su infraestructura, gobierno, ideología, financiación, propaganda, medios de comunicación, educación, exhibición de la violencia, yihadistas extranjeros, posición de la mujer; además de las rivalidades y alianzas con otros grupos yihadistas. No menos importante es la óptica empleada en su elaboración, árabe y asentada sobre el terreno, con fuentes de primera mano (entrevistas, principalmente) que, sin duda alguna, enriquece la comprensión de esta amenaza y la creciente literatura existente al respecto.
Uno de los temas políticos en la escena internacional de más actualidad y que mayor atención recibe es el terrorismo yihadista. No se trata de un fenómeno nuevo, aunque aparece renovado en sus formas, dimensión y articulación. También en su propia autodenominación como Estado Islámico o Dáesh por sus siglas en árabe (al Dawla al islamiyya fi al Iraq wa al Sham); o bien en inglés como ISIS/ISIL/IS (Islamic State of Irak and Syria/the Levant).
A diferencia de al Qaeda, la organización primigenia en la que se originó, el ISIS (por seguir la versión empleada en el texto) no sólo es un grupo terrorista, sino también presenta las formas de un movimiento insurgente e incluso la de un ejército (contaría entre unos 30.000 y 50.000 efectivos). No permanece escondido o resguardado en madrigueras o cuevas; por el contrario, posee una importante dimensión territorial, que ha llegado a controlar una extensión de 90.000 kilómetros cuadrados y eliminado las fronteras entre Siria e Irak. Por último, pero no menos importante, se ha articulado como un proto-Estado (proclamando un Califato), en el que gobierna y desde donde pretende “permanecer y expandirse”.
Pese a los retrocesos que viene sufriendo en sus posiciones a lo largo de los últimos meses y, previsiblemente, seguirá registrando ante la actual ofensiva contra su bastión en Mosul, todo parece indicar que la derrota definitiva del ISIS permanece lejana y no se logrará sólo mediante los bombardeos aéreos. De momento, se podrá limitar su expansión e incluso reducirla de manera significativa, pero su amenaza permanecerá de manera más o menos latente o manifiesta en la región, principalmente; sin excluir sus acciones terroristas en otras partes de la geografía mundial.
En suma, su reducción a límites marginales o deseada eliminación requiere de una mayor implicación no sólo en materia militar (con soldados sobre el terreno), sino también de un acuerdo político, económico y social (incluso educativo) de alcance regional e internacional. Semejante opción, es de temer, no está sobre la mesa; y ni siquiera se contempla, pese a que comienzan a presentarse algunas ideas sobre la configuración de un nuevo orden regional (A Westphalian Peace for Middle East). Sin embargo, los intereses contrapuestos son tantos y tan variados que dicha meta está todavía muy lejos, cuando no se presenta como prácticamente inalcanzable.
Si bien el texto del historiador sirio Sami Moubayed no pretende diseñar ninguna ocurrente salida a este laberinto, su viaje a las entrañas de Dáesh advierte de lo que no se debe hacer ni seguir haciendo. A la pregunta de por qué el autodenominado Estado Islámico se ha expandido tan rápidamente entre Irak y Siria, cabe sintetizar la respuesta del autor en torno a tres ejes. Primero, el fracaso de la modernización política y socioeconómica de Siria e Irak que, paradójicamente, contaban con dos regímenes laicos, nacionalistas y, teóricamente, socializantes, gobernados ambos por sendas ramas del partido Baaz (“renacimiento”). Pero en lugar de propiciar una sociedad más justa, crearon unos Estados feroces y policiales, de culto a la personalidad, desigualdad e injusticia social, sin ninguna participación sociopolítica ni escrutinio del poder. Además de frustrar las expectativas depositadas en el prometido “renacimiento” de dichas sociedades, desacreditaron el laicismo, el nacionalismo y las ideologías políticas contemporáneas, en particular, las más progresistas o de izquierdas.
Segundo, lo anterior abonó un terreno de cultivo que se mostró muy fértil para la emergencia de los diversos islamismos que, como recoge pormenorizadamente el autor en el caso de Siria, fueron radicalizándose hasta desembocar en sus versiones más extremas: salafista-yihadistas. Sin obviar su fomento por la aproximación más rigorista o wahabita de Arabia Saudí que, con sus ingentes recursos, retroalimentó sus bases filosóficas y políticas hasta alcanzar cierto predominio ideológico.
Tercero, una respuesta más coyuntural se debe a los precedentes, de repetidos y frustrados intentos de insurgencia en Siria (1964, 1976 y 1982), que vieron en las protestas –surgidas al calor de la denominada primavera árabe– una nueva oportunidad; además de las consecuencias derivadas de la invasión estadounidense de Irak. En concreto, el desmantelamiento del ejército iraquí y la desbaazificación del régimen supuso en la práctica la devastación del Estado. Miles de familias se quedaron sin empleo y sustento, fueron desclasadas y humilladas. Sin olvidar la discriminación de la que fueron objeto por pertenecer a la minoría suní en la que se había sustentado, en buena medida, el régimen de Saddam Hussein; ahora marginada y excluida de cualquier esfera institucional y de poder.
No es de extrañar, por tanto, que se incrementara el resentimiento de la antigua elite política y económica del país; y que antiguos oficiales del ejército iraquí pasaran a formar parte del Estado mayor del ISIS, adoptando los atuendos y barbas islamistas. Incluso su sistema de inteligencia está diseñado a semejanza del anterior régimen de Saddam. De aquí las dificultades para ser penetrado por otros servicios secretos.
En suma, el libro de Sami Moubayed aporta una aproximación a Dáesh en torno a su infraestructura, gobierno, ideología, financiación, propaganda, medios de comunicación, educación, exhibición de la violencia, yihadistas extranjeros, posición de la mujer; además de las rivalidades y alianzas con otros grupos yihadistas. No menos importante es la óptica empleada en su elaboración, árabe y asentada sobre el terreno, con fuentes de primera mano (entrevistas, principalmente) que, sin duda alguna, enriquece la comprensión de esta amenaza y la creciente literatura existente al respecto.