Un líder político debe proyectarse, en su mercado electoral, en una triple dimensión: la democrática, por la que representa los intereses de los votantes, o de todos los ciudadanos si es que resulta elegido, y que van a participar en la gestión política a través de él.
La dimensión afectiva por la que el candidato debe encarnar las necesidades y deseos colectivos y por la que se constituye en el modelo ideal al que todos miran con simpatía y con admiración y al que, consciente o inconscientemente, tienden a imitar sus competidores electorales.
Por último, y quizá la más importante, la dimensión efectiva que es la percepción de la convicción que tienen los ciudadanos de que el candidato va a cumplir las promesas formuladas al electorado durante la campaña y, con ello, de que es la persona idónea para satisfacer sus deseos y expectativas.
En el diseño de estos perfiles, juegan un papel preeminente los partidos, ya que deberían ser el entorno adecuado para la generación y desarrollo de los líderes.
Un partido moderno, bien organizado, que aplica las técnicas de gestión de una empresa eficiente, incluso en los procesos de selección de sus directivos, debe permitir generar candidatos constructivos, mientras que los partidos con estructuras obsoletas, paternalistas o autocráticas producen lideres destructivos de la propia organización política.
Muchos partidos son exageradamente burocráticos y la consecuencia es que no generan líderes, ni buenos ni malos, porque su endogamia ahoga cualquier iniciativa logrando implantar un conservadurismo y una comodidad entre sus cuadros que les induce a eludir la asunción de cualquier riesgo o responsabilidad.
Esta actitud queda reflejada en aquella famosa frase, totalmente en vigor en Política, de que " el que se mueve, no sale en la foto".
¿Qué tipo de candidatos nos podemos encontrar, actualmente, en el panorama político de cualquier nación?. En mi opinión, podríamos sintetizarlos en tres:
- El candidato habilidoso
- El candidato flemático
- El candidato líder
El candidato habilidoso se caracteriza por su actividad arrolladora pero, a la vez, improvisada y dirigida en múltiples direcciones.
Es un candidato que genera simpatías en el electorado, ya que transmite optimismo, y se presenta como el adalid en la solución de cualquier problemática que exista. Suele hablar bien; controla los medios de comunicación y está dispuesto a destacar en cualquier acto que implique presencia de ciudadanos. Es el gran amigo de todos, incluso de sus propios contrincantes.
Sin embargo, suele ser un candidato peligrosos por su ambición que, muchas veces, oculta o disimula; esta ambición le empuja a cualquier componenda ideológica con tal de conseguir el poder.
Su irreflexión y su precipitación en la toma de decisiones, suelen ser la consecuencia de su superficialidad e impaciencia, ya que pretende alcanzar unos resultados rápidos y sorprendentes para mantener su popularidad.
La forma de equilibrar a este tipo de candidato es establecer un equipo de campaña constituido por personas que le hagan ver la realidad y con una metodología de trabajo totalmente planificada para mantener controlada la potencial dispersión del candidato.