Esos cambios tecnológicos, que indicábamos en el artículo anterior, se están generando a tal velocidad que una parte significativa de los ciudadanos no llega a poder asimilarlos con la tranquilidad que requieren, generando una negativa tensión mental, así como un rechazo al instrumento técnico en sí mismo.
A todo esto, habría que añadir la desigualdad entre los diferentes grupos sociales en cuanto a la posibilidad real de acceso a las nuevas tecnologías; la existencia de lo que se denomina “brecha tecnológica”.
Por si fuera poco problemático lo indicado hasta aquí, los partidos, además, tienen encima de sus “cabezas” la “Espada de Damocles” del declive, constatado, de las ideologías y la suspicacia, cuando no oposición, ante determinadas instituciones establecidas y, entre ellas, a los partidos y a la clase política en general.
Este es un fenómeno de especial significado ya que implica y conlleva una seria devaluación de la imagen y de la “marca” de las organizaciones políticas y, como consecuencia de esto, una significativa pérdida de fidelidad hacia ellos del elector potencial.
Estas circunstancias, desde el punto de vista de una campaña electoral, originan y obligan a una permanente adecuación de los programas a lo que se cree que desea el mercado político y da lugar a que al votante le cueste diferenciar a un partido de otro.
Este panorama se agudiza con el incremento del número de partidos que compiten por un mismo segmento del mercado, por ejemplo, los “centroderecha” o los “centroizquierda”. La consecuencia de esta nueva situación es que el ciudadano, cada vez, es menos fiel a la ideología que representa el partido y su participación en unos comicios llega a ser impredecible.
Esto lo ratifica el elevado porcentaje de “indecisos” que nos muestran las encuestas a pocos días de celebrarse unas elecciones. Cuando estos valores son superiores, como se indica en las investigaciones de mercado que se publican, a un 30 por ciento, resulta muy difícil efectuar estimaciones acertadas.
Esta incómoda situación debería obligar a las organizaciones políticas a diseñar estrategias de Comunicación que permitan asociar su producto electoral, (partido, programa y candidatos), con una positiva capacidad de gestión al servicio de la ciudadanía.
Con el próximo artículo finalizaremos este breve análisis del perfil del nuevo votante e indicaremos los cuatro puntos en los que, en nuestra opinión, se debe basar la Estrategia de Marketing Electoral en estas novedosas circunstancias.