En los últimos años, la Sanidad Pública ha introducido un aspecto que ya era habitual en la Privada y es el hecho de la posibilidad de elegir al profesional al que acudir por parte del paciente; de cambiar de médico si lo desea.
Este trámite no es baladí ni mucho menos pues significa, en definitiva, lo mismo que en cualquier empresa: una mayor o menor cartera de clientes y las consecuencias económicas que se puedan derivar de ello.
Parecería lógico que los sistemas salariales, en especial la parte correspondiente a remuneración variable sujeta a consecución de ciertos objetivos por ejemplo, estuviera correlacionada directamente con el número de pacientes que atiende un médico, por lo que aquel que, por las razones que sea, pierda “clientela” podría ver penalizados sus ingresos.
Aunque el elemento reputacional sigue siendo el factor determinante en la elección del especialista, sobre todo cuando los casos son de cierta importancia, no cabe duda que intervienen otros elementos, no tan significativos, pero sí dignos de tenerse en cuenta.
El paciente puede seleccionar a su médico por medio de un proceso objetivo de evaluación y ponderación de sus características profesionales y personales pero, también, por consideraciones subjetivas a veces dotadas de cierta irracionalidad, como puede ser por cercanía a su domicilio o lugar de trabajo, o por la recomendación de terceras personas.
Una vez efectuada la primera visita, el paciente tiene dos posibles alternativas derivadas de los resultados subjetivos de la misma: rechazar al especialista y no volver a su consulta buscando, en consecuencia, otro profesional distinto o, si queda satisfecho, convertirse en un cliente habitual del mismo.
En esa segunda situación adquiere una nueva dimensión con su médico y sus relaciones se desarrollarán por otras vías. La figura de éste se transforma en la mente del enfermo y se convierte en un sujeto que le aporta confianza y tranquilidad.
Esto hará, por otro lado, que comunique a su entorno familiar, a sus amigos y demás componentes de su círculo habitual, las bondades profesionales y personales de su médico. En esto las Redes Sociales resultan ser de una importancia impensable hasta hace muy poco tiempo, ya que el antiguo “boca a boca”, hoy virtual, se multiplica, gracias a Internet, por un factor de dimensiones insospechadas.
Esta difusión a través de la Red, siempre que lo que se comunique sean aspectos positivos, se convierte para el médico en un elemento publicitario y de prestigio de primer orden, ya que permitirá interesar a nuevos pacientes potenciales, enorgullecer y fidelizar a los actuales y, en definitiva, reforzar la imagen personal del médico o la corporativa de la unidad, ambulatorio, clínica o sociedad sanitaria en la que preste sus servicios.
Hablaremos más adelante de este fenómeno.