Los expertos y los manuales de gestión directiva nos han indicado, reiteradamente, que la supervivencia de una organización, empresarial o no, dependía, en gran medida, de la visión anticipada que se tuviera de la problemática del entorno que la afectara.
También de la propia capacidad de diagnóstico de sus dirigentes y, por supuesto, de la aplicación de una correcta estrategia en línea con lo que se desprenda de los dos puntos anteriores.
En estos tiempos en los que se ha evolucionado de una Economía Doméstica a una Globalizada, la problemática se ha complicado peligrosamente y ya no sirve, sólo, la intuición, la perspicacia, el “buen ojo” del directivo, sino que se imponen técnicas que permitan clarificar las ideas ante un entorno cambiante.
De ahí que necesitemos, imperiosamente, herramientas que ayuden a racionalizar el proceso de toma de decisiones. Y aquí es donde la Investigación de Mercados ofrece sus servicios al Plan de Marketing, pretendiendo ser un auténtico elemento de contraste entre las hipotéticas teorías y la realidad ineludible.
Esta base conceptual es la que ha originado las diferentes definiciones de investigación Comercial; desde la denominada “científica”, debida a Servois y que indicaba que era aquella técnica por la que podíamos conocer la Oferta y la Demanda de un producto o servicio, de una forma integral, es decir cualitativa y cuantitativamente, así como su evolución en el espacio y en el tiempo.
Hasta la “instrumental” de la AMA, Americam Marketing Association, que la define como una herramienta para obtener, clasificar y analizar todos los datos y hechos referidos a la comercialización de productos y servicios desde que salen de fábrica hasta que llegan al cliente final.
Esta definición ignora la necesidad de estudiar los productos antes, incluso, de fabricarlos; cuando se tiene una idea de ellos y se impone analizar su aceptación por parte del mercado.
Ésta, quizá, sea una de las más importantes aplicaciones de la Investigación Comercial o, por lo menos, de las más rentables, ya que impide que se dilapiden grandes inversiones en productos o servicios que no van a tener suficiente penetración en el mercado.