2.- Los Programas Electorales
Uno de los elementos que, históricamente, más importancia han tenido en las campañas electorales han sido los programas políticos. Los partidos dedicaban, y dedican, bastante tiempo y recursos a la confección de unos programas en los que, en teoría, se recoge la esencia del partido y lo que éste va a desarrollar en el período de gobierno, si es que gana las elecciones.
El programa electoral supone bastante más que unas simples propuestas electorales, ya que, además, incorpora las metas que se pretenden lograr, así como la responsabilidad ante la Sociedad que partidos y clase política asumen en su consecución.
Sin embargo, la realidad actual es muy distinta. Una causa importante es la pereza mental e intelectual que domina a las masas de todos los países desarrollados. Las TICs nos han facilitado tanto la vida que preferimos los canales audiovisuales que nos insuflan la información por los ojos y los oídos, como por ósmosis, que esforzarnos en leer varias páginas de buenas intenciones electorales.
Otra razón de peso es que la mayoría de los programas son irreales y carentes de contenidos serios como para tomarlos en consideración. Esto es lo que ha originado el que, ahora, sean vistos como elementos secundarios de las tramoyas de las campañas, como simples trámites que la parafernalia electoral obliga a cumplir aunque todo el mundo los infravalore y los consideren material publicitario desechable.
Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que, a nivel de la Comunicación, la gente valora mucho más lo visual que lo intelectual. Nos hemos acostumbrado a ver y a oír disquisiciones sin esforzarnos en entenderlas.
Esto, llevado al plano del Marketing Electoral, implica que es necesario considerar, en la campaña, esta pereza del votante potencial; el atrofio, diría, de su capacidad de análisis, tan importante para la decisión correcta de su opción política. La conclusión de todo esto es que votamos de forma, eminentemente, emocional.
Hoy en día tiene más importancia una buena campaña de Comunicación audiovisual que un buen programa electoral que, como consecuencia de la imperante crisis de las ideologías, ha dejado de ser una guía de la gestión a realizar para convertirse, como mucho, en una pauta indicativa de algo que se cumplirá sólo parcialmente.
Parte de la culpa de esto la tienen, una vez más, los partidos y los candidatos puesto que no les preocupa que el programa electoral no se cumpla, cuando ya han sido elegidos. Es fácil encontrar disculpas: la falta de recursos económicos, como consecuencia de la crisis, o la malísima situación en la que dejaron las arcas públicas sus predecesores que, siempre, es peor de lo que imaginaban.
Recordemos la conocida frase del difunto alcalde de Madrid, Tierno Galván, cuando afirmaba que “los programas electorales se hacen para no cumplirlos”. Hoy, esta sentencia parece que ha sido asumida por la generalidad de las organizaciones políticas, con la ventaja, para ellas, de que el sistema nos obliga a esperar otros cuatro años para exigirles las correspondientes responsabilidades.
Uno de los elementos que, históricamente, más importancia han tenido en las campañas electorales han sido los programas políticos. Los partidos dedicaban, y dedican, bastante tiempo y recursos a la confección de unos programas en los que, en teoría, se recoge la esencia del partido y lo que éste va a desarrollar en el período de gobierno, si es que gana las elecciones.
El programa electoral supone bastante más que unas simples propuestas electorales, ya que, además, incorpora las metas que se pretenden lograr, así como la responsabilidad ante la Sociedad que partidos y clase política asumen en su consecución.
Sin embargo, la realidad actual es muy distinta. Una causa importante es la pereza mental e intelectual que domina a las masas de todos los países desarrollados. Las TICs nos han facilitado tanto la vida que preferimos los canales audiovisuales que nos insuflan la información por los ojos y los oídos, como por ósmosis, que esforzarnos en leer varias páginas de buenas intenciones electorales.
Otra razón de peso es que la mayoría de los programas son irreales y carentes de contenidos serios como para tomarlos en consideración. Esto es lo que ha originado el que, ahora, sean vistos como elementos secundarios de las tramoyas de las campañas, como simples trámites que la parafernalia electoral obliga a cumplir aunque todo el mundo los infravalore y los consideren material publicitario desechable.
Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que, a nivel de la Comunicación, la gente valora mucho más lo visual que lo intelectual. Nos hemos acostumbrado a ver y a oír disquisiciones sin esforzarnos en entenderlas.
Esto, llevado al plano del Marketing Electoral, implica que es necesario considerar, en la campaña, esta pereza del votante potencial; el atrofio, diría, de su capacidad de análisis, tan importante para la decisión correcta de su opción política. La conclusión de todo esto es que votamos de forma, eminentemente, emocional.
Hoy en día tiene más importancia una buena campaña de Comunicación audiovisual que un buen programa electoral que, como consecuencia de la imperante crisis de las ideologías, ha dejado de ser una guía de la gestión a realizar para convertirse, como mucho, en una pauta indicativa de algo que se cumplirá sólo parcialmente.
Parte de la culpa de esto la tienen, una vez más, los partidos y los candidatos puesto que no les preocupa que el programa electoral no se cumpla, cuando ya han sido elegidos. Es fácil encontrar disculpas: la falta de recursos económicos, como consecuencia de la crisis, o la malísima situación en la que dejaron las arcas públicas sus predecesores que, siempre, es peor de lo que imaginaban.
Recordemos la conocida frase del difunto alcalde de Madrid, Tierno Galván, cuando afirmaba que “los programas electorales se hacen para no cumplirlos”. Hoy, esta sentencia parece que ha sido asumida por la generalidad de las organizaciones políticas, con la ventaja, para ellas, de que el sistema nos obliga a esperar otros cuatro años para exigirles las correspondientes responsabilidades.