Una cabeza de alfiler brillando
en lo oscuro perpetuo. El color
azul de un iris sin pupila. Nubes.
La piel de la ciudad como un injerto
de huesos rotos y coral. La boca
de un dios mostrando su millón de dientes.
Hablando. Rascacielos de cristal
que repiten cielo. Que lo escinden.
Una ventana abierta. Un pasillo.
La puerta del despacho, el diseño
minimalista de los muebles.
La fotocopiadora exhala luz
geométrica y fugaz. Sobre la mesa
hay informes y gráficas, folios
en blanco. Y la estricta realidad
de unas tijeras
atravesando un pájaro.
Brilla su ojo minúsculo en lo oscuro
perpetuo. Y se extingue.
Y ya no queda nada.
en lo oscuro perpetuo. El color
azul de un iris sin pupila. Nubes.
La piel de la ciudad como un injerto
de huesos rotos y coral. La boca
de un dios mostrando su millón de dientes.
Hablando. Rascacielos de cristal
que repiten cielo. Que lo escinden.
Una ventana abierta. Un pasillo.
La puerta del despacho, el diseño
minimalista de los muebles.
La fotocopiadora exhala luz
geométrica y fugaz. Sobre la mesa
hay informes y gráficas, folios
en blanco. Y la estricta realidad
de unas tijeras
atravesando un pájaro.
Brilla su ojo minúsculo en lo oscuro
perpetuo. Y se extingue.
Y ya no queda nada.
Raúl Quinto (Cartagena, 1978), es Licenciado en Historia del Arte y trabaja como profesor en Almería. Ha publicado los poemarios Grietas (La Garúa, 2007), La piel del vigilante (DVD, 2005), La flor de la tortura (Renacimiento, 2008) y Ruido Blanco (La Bella Varsovia, 2012), al que pertenece el poema aquí reproducido.