Por Víctor Gómez Ferrer
«Cada palabra es un nudo
de misericordia que se
cierra sobre sí mismo»
Más que una palabra sumergida, lo que deviene del dictum de Miguel Ángel Curiel es el vuelo de su palabra. Vencida al aire, expirada como un beso, una lágrima, un sí. Otra cosa sería preguntarle al poetizar de Los sumergidos por su origen y su errar de nomadeo subacuático, de piedra lanzada al mar, piedra animada. Advertimos pronto que es un libro que se sumerge desde el daño, que está atravesado de la sinceridad del que, herido de realidades y sueños, resiste y reside en la intemperie. ¿Existe poesía que no sea de una sola desnudez, amorosa, política y espiritual? ¿Qué permite al poema habitar la memoria, transformar al lector y ser, a su vez, herida de salud en otro ser? ¿Es la poesía anticipación de lo pasado y vivencia de lo por venir? ¿Será el amor –capital de lo irracional− la fuerza de voluntad que se expresa sin las ataduras de la tribu, como el exorcismo de tanta cotidianeidad sin sentido? Este preguntar nos llega, y nos remite a un no saber natural, un temblor: la fragilidad habitada.
"Pero incluso esto está escrito para sobrevivir
al huidizo, al extraño, que siempre a la espera
de algo, tiene miedo a que la noche que nos
hace visibles al mundo, se vaya para siempre"
No es el amor sino lo opuesto al poder. Así se advierte en sus contrarios: el tiempo que no se detiene, la distancia que no se reduce, lo social que no se somete, la superficie que no lo respeta. Los sumergidos es un libro de amor y de insurrección. “Oscuridad y nieve” leemos en un poema. Instintivamente, desde otros libros anteriores hasta este, singular y rebelde, leo en la poética, en todos y cada uno de los poemas de Curiel, una voluntad y un silencio que tensan el arco. Lo que sale disparado por ambos es la vida íntima (e inexplorada aún) del lector. La voluntad de Los sumergidos es la de amar la vida, defenderla de la violencia antinatural del capitalismo, y exponerla en la pureza de las aguas sumergidas en las embarradas orillas de lo cerval. La nostalgia domina en este libro gran parte del cuerpo. Porque la poesía de Curiel es un cuerpo resuelto en “oscuridad y nieve”, que se deja caminar sólo por quienes no temen sumergirse. El silencio es un habla difícil. Guardaremos ese secreto, ese dilema. Se quiebra la boca que quiere decir lo que no se ha vivido, así como se impone la afonía, cuando queremos leer por otros lo que sólo ellos pueden decir:
“Debemos temblar
para no rompernos.
Ser más allá
de nosotros.”
Aunque predominan los textos en prosa, Los Sumergidos es un libro musical. Es poesía. El autor se desprende de géneros y clichés. Cada palabra llena un hueco, de manera insustituible. Cada imagen, momento, es un umbral entre lo visible y lo invisible. Cada poema del libro exige una abisal y lenta inmersión. Y es el enigma trama inseparable del objeto de arte, en este caso, el texto, lo que conecta el buen hacer del lector con el buen hacer del poema. Por eso, cada uno encontramos en Los sumergidos algo propio y, a la vez, indecible salvo como lo acabamos de leer.
"Ni siquiera yo he podido iluminar con mis palabras una pequeña habitación oscura, pero los sumergidos sí han iluminado de silencio el agua" Ahora emergen y vuelven a tomar una gran bocanada de aire nuevo. El libro entonces debería titularse Los sumergidos. Sólo debajo del agua pueden decirse lo que no son capaces de decirse fuera.
Antes de terminar con este acompañamiento, querría añadir dos cosas sin importancia. Que leyendo “me puse el pan en la oreja y oí pájaros”, nos predisponemos a mirar el mundo desde la mirada intuitiva o alucinada del amante. Los pájaros de la amistad vuelven en cada lectura porque esa amistad, la última, que emana del vínculo umbilical de los amantes, tendrá vuelo aquí y ahora, entre los lectores y el libro, y no admitirá juicios ni cárceles.
Y la segunda cuestión: una deuda de oscuridad me obliga a constatar que no existe poesía difícil y poesía fácil, poesía clara o poesía oscura. Sólo existe buena poesía y el resto. La buena poesía es un ejercicio de veracidad y creatividad que no admite sistemas, prebendas, cánones o taxonomías (y exige un lector atento, moroso, reincidente). Es hija de la libertad, se disciplina en la soledad sonora y se extraña en el presente, porque su atemporalidad la aleja de lo previsible. Si la vida es compleja, y denso el ahora nuestro de cada día, ¿cómo puede ser una palabra, espacio, acontecimiento, encuentro, en el que el libro y los lectores dialoguen sin tapujos?
“En los niveles más bajos,
la señal más oscura.”
Los sumergidos es, en definitiva, un canto contracorriente, de amor e insurrección. Una osadía. Un pacto.
Miguel Ángel Curiel, poeta y narrador, viajero impenitente, cantautor, nació en Korbach Valdeck , Alemania (31 de marzo de 1966), a donde sus padres, originarios de Jaraíz de la Vera (Cáceres) habían emigrado. Su infancia y su juventud se desenvolvieron en Talavera de la Reina (Toledo). Hizo estudios de Geografía e Historia en Madrid. En la actualidad reside en Lugo. Influido por la lírica de Holan y Paul Celan, su idea de la poesía, de raíz elegíaca y fuertemente romántica, pero de una gran vitalidad y riqueza metafórica en el estilo del surrealismo e ilustrada por referentes de un gran cultura poética, apuesta por el fragmentarismo y una compleja teoría del conocimiento a través de una nostalgia que remueve los más profundos dolores. Son sus temas esenciales la muerte y el paso del tiempo. Algunas de sus obras publicadas: El verano, 2001, accésit del premio Adonáis; Poemas 1996-2000, 2001. Accésit Premio Rafael Morales 2000, Talavera; Hálito, Editorial Vitrubio, (Madrid, 2002), premio Eladio Caballero o Mal de altura (Editorial Añil, Castilla la Mancha, 2006) y Diario de la luz, premio Ciudad de Mérida.
«Cada palabra es un nudo
de misericordia que se
cierra sobre sí mismo»
Más que una palabra sumergida, lo que deviene del dictum de Miguel Ángel Curiel es el vuelo de su palabra. Vencida al aire, expirada como un beso, una lágrima, un sí. Otra cosa sería preguntarle al poetizar de Los sumergidos por su origen y su errar de nomadeo subacuático, de piedra lanzada al mar, piedra animada. Advertimos pronto que es un libro que se sumerge desde el daño, que está atravesado de la sinceridad del que, herido de realidades y sueños, resiste y reside en la intemperie. ¿Existe poesía que no sea de una sola desnudez, amorosa, política y espiritual? ¿Qué permite al poema habitar la memoria, transformar al lector y ser, a su vez, herida de salud en otro ser? ¿Es la poesía anticipación de lo pasado y vivencia de lo por venir? ¿Será el amor –capital de lo irracional− la fuerza de voluntad que se expresa sin las ataduras de la tribu, como el exorcismo de tanta cotidianeidad sin sentido? Este preguntar nos llega, y nos remite a un no saber natural, un temblor: la fragilidad habitada.
"Pero incluso esto está escrito para sobrevivir
al huidizo, al extraño, que siempre a la espera
de algo, tiene miedo a que la noche que nos
hace visibles al mundo, se vaya para siempre"
No es el amor sino lo opuesto al poder. Así se advierte en sus contrarios: el tiempo que no se detiene, la distancia que no se reduce, lo social que no se somete, la superficie que no lo respeta. Los sumergidos es un libro de amor y de insurrección. “Oscuridad y nieve” leemos en un poema. Instintivamente, desde otros libros anteriores hasta este, singular y rebelde, leo en la poética, en todos y cada uno de los poemas de Curiel, una voluntad y un silencio que tensan el arco. Lo que sale disparado por ambos es la vida íntima (e inexplorada aún) del lector. La voluntad de Los sumergidos es la de amar la vida, defenderla de la violencia antinatural del capitalismo, y exponerla en la pureza de las aguas sumergidas en las embarradas orillas de lo cerval. La nostalgia domina en este libro gran parte del cuerpo. Porque la poesía de Curiel es un cuerpo resuelto en “oscuridad y nieve”, que se deja caminar sólo por quienes no temen sumergirse. El silencio es un habla difícil. Guardaremos ese secreto, ese dilema. Se quiebra la boca que quiere decir lo que no se ha vivido, así como se impone la afonía, cuando queremos leer por otros lo que sólo ellos pueden decir:
“Debemos temblar
para no rompernos.
Ser más allá
de nosotros.”
Aunque predominan los textos en prosa, Los Sumergidos es un libro musical. Es poesía. El autor se desprende de géneros y clichés. Cada palabra llena un hueco, de manera insustituible. Cada imagen, momento, es un umbral entre lo visible y lo invisible. Cada poema del libro exige una abisal y lenta inmersión. Y es el enigma trama inseparable del objeto de arte, en este caso, el texto, lo que conecta el buen hacer del lector con el buen hacer del poema. Por eso, cada uno encontramos en Los sumergidos algo propio y, a la vez, indecible salvo como lo acabamos de leer.
"Ni siquiera yo he podido iluminar con mis palabras una pequeña habitación oscura, pero los sumergidos sí han iluminado de silencio el agua" Ahora emergen y vuelven a tomar una gran bocanada de aire nuevo. El libro entonces debería titularse Los sumergidos. Sólo debajo del agua pueden decirse lo que no son capaces de decirse fuera.
Antes de terminar con este acompañamiento, querría añadir dos cosas sin importancia. Que leyendo “me puse el pan en la oreja y oí pájaros”, nos predisponemos a mirar el mundo desde la mirada intuitiva o alucinada del amante. Los pájaros de la amistad vuelven en cada lectura porque esa amistad, la última, que emana del vínculo umbilical de los amantes, tendrá vuelo aquí y ahora, entre los lectores y el libro, y no admitirá juicios ni cárceles.
Y la segunda cuestión: una deuda de oscuridad me obliga a constatar que no existe poesía difícil y poesía fácil, poesía clara o poesía oscura. Sólo existe buena poesía y el resto. La buena poesía es un ejercicio de veracidad y creatividad que no admite sistemas, prebendas, cánones o taxonomías (y exige un lector atento, moroso, reincidente). Es hija de la libertad, se disciplina en la soledad sonora y se extraña en el presente, porque su atemporalidad la aleja de lo previsible. Si la vida es compleja, y denso el ahora nuestro de cada día, ¿cómo puede ser una palabra, espacio, acontecimiento, encuentro, en el que el libro y los lectores dialoguen sin tapujos?
“En los niveles más bajos,
la señal más oscura.”
Los sumergidos es, en definitiva, un canto contracorriente, de amor e insurrección. Una osadía. Un pacto.
Miguel Ángel Curiel, poeta y narrador, viajero impenitente, cantautor, nació en Korbach Valdeck , Alemania (31 de marzo de 1966), a donde sus padres, originarios de Jaraíz de la Vera (Cáceres) habían emigrado. Su infancia y su juventud se desenvolvieron en Talavera de la Reina (Toledo). Hizo estudios de Geografía e Historia en Madrid. En la actualidad reside en Lugo. Influido por la lírica de Holan y Paul Celan, su idea de la poesía, de raíz elegíaca y fuertemente romántica, pero de una gran vitalidad y riqueza metafórica en el estilo del surrealismo e ilustrada por referentes de un gran cultura poética, apuesta por el fragmentarismo y una compleja teoría del conocimiento a través de una nostalgia que remueve los más profundos dolores. Son sus temas esenciales la muerte y el paso del tiempo. Algunas de sus obras publicadas: El verano, 2001, accésit del premio Adonáis; Poemas 1996-2000, 2001. Accésit Premio Rafael Morales 2000, Talavera; Hálito, Editorial Vitrubio, (Madrid, 2002), premio Eladio Caballero o Mal de altura (Editorial Añil, Castilla la Mancha, 2006) y Diario de la luz, premio Ciudad de Mérida.