Conferencia de Yaiza Martínez dictada el 8/3/2017 en el IES Juan de Aréjula de Lucena (Córdoba) en el marco del programa "Conocer a los clásicos" del Ministerio de Educación y Cultura.
En 1957, exiliada en Roma, María Zambrano escribía en una carta al poeta español de la Generación del 27, Jorge Guillén:
“Cuando lo conocí [a Miguel Pizarro] yo era una niña y él un joven brillante y lleno de cualidades que yo admiraba, y él me llevó al mundo de la poesía y de la belleza. Mi Padre me había llevado siempre por el camino de la filosofía. Yo he buscado la unidad, la fuente escondida de donde salen las dos, pues a ninguna he podido renunciar”.
Abro la siguiente conferencia con este párrafo porque me parece clave para ilustrar cómo se conjugan, en el pensamiento filosófico de María Zambrano, poesía y filosofía, diríase que para llegar a la verdad sin agotarla, como siempre abriéndola más, en lugar de cerrarla en rígidos conceptos.
Tiene así Zambrano una actitud de indagación y conocimiento que podríamos describir como “amorosa”, porque se sitúa entre el asombro o devoción, y la cuidadosa atención hacia todo lo que se observa, hacia todo sobre lo que se habla.
En 1950, en el prólogo de su libro Hacia un saber sobre el alma [1], la propia Zambrano dirá que siempre se sintió más encadenada a las “razones de amor” como medio de conocimiento, suponemos que en contraposición a la razón racionalista o a la lógica de la filosofía moderna dentro de las que ella misma se había formado.
Pero en el amor empieza todo para Zambrano, como si el conocimiento no pudiera desligarse de él. Como ella misma explica en su carta a Guillén: por un lado, en la poesía la introduciría el hombre al que la propia Zambrano definió como su “gran amor”, su primo Miguel Pizarro. Y otro de sus seres queridos, su padre, el pedagogo y también filósofo Blas José Zambrano, la acercó a la filosofía, a la que la pensadora dedicaría toda su vida.
Dado que hoy es 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, que por cierto se celebra desde 1911, haré un inciso aquí para decir que Zambrano no es la única mujer brillante de la historia que pudo desarrollar sus aptitudes gracias a un contexto propicio, amoroso, en el que su derecho a saber fue reconocido y cuidado.
Hallamos esta misma circunstancia en otras mujeres que –con el viento en contra, por los usos y costumbres de su época- también lograron estudiar, publicar, investigar, desarrollarse intelectualmente y, en última instancia, brillar por méritos propios en sus campos.
Así, encontramos, por ejemplo, a la francesa medieval Christine de Pizan que, con ayuda de su padre, llegó a convertirse en la primera escritora profesional de la historia (en 1405 publicaría La ciudad de las damas, considerada la primera obra feminista) o a la filósofa, astrónoma y matemática del siglo III, Hipatia, que pudo formarse gracias a que su padre era director de la Biblioteca de Alejandría. Eso por nombrar solo a un par de ellas. Pero volvamos a Zambrano.
¿Quién fue María Zambrano?
El 22 de abril de 1904 nace en Vélez-Málaga la filósofa y ensayista María Zambrano. Fue hija y nieta de maestros. Ya a los cinco años comienza a moverse por la geografía española, allá donde su padre era destinado. Desde esa edad parece que cambiar de lugar de residencia sería uno de sus designios.
En 1908, la familia se traslada a Segovia y, posteriormente, a Madrid, donde Zambrano pasa su adolescencia y donde nace su hermana Araceli, según sus propias palabras, “la alegría más grande de su vida”. A Araceli dedicará Zambrano, muchos años más tarde, el libro Claros del bosque.
En 1913 comienza a estudiar bachillerato en Segovia, donde era, junto a otra compañera, la única chica del instituto (inciso: hace solo unos días ha sido declarada Hija Adoptiva y Predilecta de esta ciudad). En 1921, ya en Madrid, se matricula en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad.
En sus años universitarios, María Zambrano conoce al filósofo y ensayista Ortega y Gasset, profesor, amigo y creador del concepto de “razón vital”, que se contrapone al de la “razón abstracta” del racionalismo clásico.
Entiende Ortega que la razón ha de ser un instrumento al servicio de la vida y no algo ajeno al mundo vital, como propusiera primero Platón –que lleva la razón al mundo de las ideas- y después Descartes, que sitúa el pensamiento, y no la vida, como eje de la existencia con su célebre máxima “pienso luego existo”.
Así que aquí ya vamos viendo varias “razones” como métodos de acercamiento y comprensión de la realidad, y como antecedentes del pensamiento de María Zambrano.
Defensora de la República, cuando los franquistas ganan la guerra, Zambrano tiene que exiliarse. Sale con su familia de España hacia Francia el 28 de enero de 1939 y después, con su marido diplomático, Alfonso Rodríguez Aldave, viaja a París, México, Nueva York y La Habana. Durante este periplo sigue escribiendo, publicando, enseñando y dando conferencias.
Debido a la II guerra mundial, Zambrano no puede reunirse con su madre enferma y su hermana Araceli (el padre ya había muerto), en un París ocupado por los nazis. Cuando por fin lo consigue, llega tarde, su madre ya ha fallecido y su hermana Araceli está al borde de la locura.
A partir de 1947, las hermanas Zambrano vivirán juntas, hasta la muerte de Araceli, en 1972. Lo harán en diversos lugares del mundo: París, Cuba, México, Roma, etc. Finalmente, tras más de 50 años de exilio, María Zambrano regresará a España, ya sola. Corría el año 1984.
En los años ochenta llegan los reconocimientos oficiales: Zambrano fue Premio Príncipe de Asturias en 1981, fue nombrada Hija Predilecta de Andalucía en 1985; en 1987 se constituye en Vélez-Málaga la fundación que lleva su nombre y, en 1988, recibe el Premio Cervantes. Muere en Madrid el 6 de febrero de 1991.
Según los expertos, esta trayectoria vital se correspondería con tres periodos en la obra de Zambrano: una primera etapa de formación, en la que se gesta su “razón poética’, de la que voy a hablar a continuación; el tiempo del exilio, donde desarrolla un pensamiento vinculado a la problemática histórica del momento; y la última etapa, tras el regreso a España, caracterizada por una actividad intelectual “incansable” [2].
Razón poética para todas las zonas de la vida
Como hemos dicho, en el siglo XX la filosofía europea –en la que Zambrano se forma- está impregnada del racionalismo de origen cartesiano que, grosso modo, acentúa el papel de la razón en la adquisición del conocimiento, en contra del papel de la experiencia y de los sentidos. Descartes aseguraba que solo por medio de la razón se podían descubrir ciertas verdades universales.
En este contexto, Zambrano busca otro tipo de razón. Lo hace porque se da cuenta de que, como escribe en Claros del bosque, “la vida del hombre, por muy consciente que (este) sea y por muy amante del conocer, no está empleada continuamente en la lógica” [3].
Para Zambrano, el ser humano no es un “sujeto cartesiano” sino un “hombre-organismo”, que se construye a partir de “la ruina del anhelo, de la avidez, de la esperanza originaria” [4], esto es, a partir de las emociones que nos unen a la vida y hacen que en ella perduremos, resistamos, busquemos la supervivencia.
Por tanto, este hombre-organismo, que es mucho más que únicamente lógica o razón, podrá alcanzar conocimiento solo con un método distinto al de la razón racionalista; con un método que se haga cargo “de esta vida, al fin desamparada de la lógica (…)”; un método que abarque, en definitiva, “todas las zonas de la vida”.
¿Cómo sería ese método? ¿Con qué medio cuenta el ser humano para acercarse a la vida, a su complejidad? ¿Cómo se puede nombrar la vida para conocerla (puesto que el lenguaje es conceptualizar para conocer) y, al mismo tiempo, no traicionarla reduciéndola a conceptos?
Cree Zambrano que nombrar sin reducir es posible gracias a la palabra poética, modo del lenguaje más cercano a la revelación de las verdades que a la conceptualización de las verdades, por lo tanto, más capaz de mostrar las verdades sin someterlas a la rigidez o a la congelación ideológicas.
Así, para Zambrano, el poeta o la poeta es aquella que “ama la verdad no excluyente” [5], es decir, que nombra lo que observa, lo que se aparece, sin la propensión a limitarlo “violentamente”, de manera definitoria, sino más bien abierta, polisémica; mostrando verdades mientras las menciona.
A continuación, como si bebiera de ese venero, de ese contenido simbólico que el lenguaje poético despliega, la razón podría desentrañar esas verdades para mostrarlas sin cerrarlas, y así seguir fiel a la vida y su “discontinuidad” [6]; esa discontinuidad que Zambrano describe en Claros del bosque como:
“(…) imagen fiel del vivir mismo, del propio pensamiento, de la discontinua atención, de lo inconcluso de todo sentir y apercibirse, y aún más de toda acción”.
De esta forma, trata Zambrano de crear una metodología de aproximación a las cosas para conocerlas –el método de la razón poética-, que describirá –breve y poéticamente- en Claros del bosque [7]. Dicha metodología de la razón poética exigiría lo siguiente:
“Hay que dormirse arriba en la luz. Hay que estar despierto abajo en la oscuridad intraterrestre, intracorporal, de los diversos campos que el hombre terrestre habita: el de la tierra, el del universo, el suyo propio”.
Sería este un método que, por tanto, incluiría la claridad (razón) en la que debemos dormir, puesto que pareciera que la luz tiene dos caras. Una de ellas, ciertamente, puede generar conocimiento sobre un objeto específico, sobre el cual se enfoca. Pero la otra cara dejaría en la sombra al resto de las cosas. Por tanto, es importante conocer con la razón, sin olvidar que el resto de lo conocido también espera, existe y, sobre todo, convive con eso que estamos conociendo.
Asimismo, sería necesario dormirse arriba en la luz para dejar que la revelación se produzca, no solo ir en busca del saber haciendo un esfuerzo racional, sino ser capaces de esperar a que ese saber venga de abajo, de los “ínferos del alma”, de la discontinuidad, de lo vivo.
Por eso, propone la filósofa, estar despiertos en la oscuridad del cuerpo propio, del de la Tierra, del cosmos, porque es en ellos donde habitamos, de donde verdaderamente podemos aprender, tal vez porque el verdadero aprendizaje radique solo en la vivencia.
Así, este “método de la razón poética” reuniría razón y experiencia, y sería una fuente fidedigna de sabiduría y de conocimiento. El lenguaje poético cobraría en él una especial relevancia porque permitiría exceder la “lógica”; expresar la manera en que la “inteligencia y el corazón unidos forman un solo ser que late” [8], y conoce. No olvidemos que, etimológicamente, el término griego poiesis, origen del término “poesía”, significaba a un tiempo intuición reveladora y creación a través de la palabra.
En definitiva, la “razón poética” sería un modo de acercamiento racional a la realidad para conocerla, no excluyente de las zonas “no lógicas” de la vida; que tendría el lenguaje poético como medio de expresión y de comprensión, pues este lenguaje permite acercarse al fluido propio de la vida, y conservarlo además en el discurso.
Según Zambrano, el ser humano podría recuperar, gracias a esta razón poética, “otros medios de visibilidad que su mente y sus sentidos mismos reclaman por haberlos poseído alguna vez poéticamente” [9]; podría retomar formas de conocimiento que ya existían antes de que Platón señalase en La República que la poesía va en contra de la verdad [10].
En coherencia con estas ideas, en la investigación y expresión de María Zambrano, en sus libros –especialmente, en Claros del bosque y De la aurora-, a menudo encontramos un lenguaje metafórico para expresar la indagación filosófica. También encontramos la musicalidad y el ritmo propios de la imaginación “poética”.
De esta forma, en la obra de Zambrano: “la palabra se encarna en la imagen y la razón fertiliza en el símbolo para lograr la finalidad anhelada: engendrar los ínferos y dar luz en la conciencia”, advierte la también filósofa Chantal Maillard [11].
En 1957, exiliada en Roma, María Zambrano escribía en una carta al poeta español de la Generación del 27, Jorge Guillén:
“Cuando lo conocí [a Miguel Pizarro] yo era una niña y él un joven brillante y lleno de cualidades que yo admiraba, y él me llevó al mundo de la poesía y de la belleza. Mi Padre me había llevado siempre por el camino de la filosofía. Yo he buscado la unidad, la fuente escondida de donde salen las dos, pues a ninguna he podido renunciar”.
Abro la siguiente conferencia con este párrafo porque me parece clave para ilustrar cómo se conjugan, en el pensamiento filosófico de María Zambrano, poesía y filosofía, diríase que para llegar a la verdad sin agotarla, como siempre abriéndola más, en lugar de cerrarla en rígidos conceptos.
Tiene así Zambrano una actitud de indagación y conocimiento que podríamos describir como “amorosa”, porque se sitúa entre el asombro o devoción, y la cuidadosa atención hacia todo lo que se observa, hacia todo sobre lo que se habla.
En 1950, en el prólogo de su libro Hacia un saber sobre el alma [1], la propia Zambrano dirá que siempre se sintió más encadenada a las “razones de amor” como medio de conocimiento, suponemos que en contraposición a la razón racionalista o a la lógica de la filosofía moderna dentro de las que ella misma se había formado.
Pero en el amor empieza todo para Zambrano, como si el conocimiento no pudiera desligarse de él. Como ella misma explica en su carta a Guillén: por un lado, en la poesía la introduciría el hombre al que la propia Zambrano definió como su “gran amor”, su primo Miguel Pizarro. Y otro de sus seres queridos, su padre, el pedagogo y también filósofo Blas José Zambrano, la acercó a la filosofía, a la que la pensadora dedicaría toda su vida.
Dado que hoy es 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, que por cierto se celebra desde 1911, haré un inciso aquí para decir que Zambrano no es la única mujer brillante de la historia que pudo desarrollar sus aptitudes gracias a un contexto propicio, amoroso, en el que su derecho a saber fue reconocido y cuidado.
Hallamos esta misma circunstancia en otras mujeres que –con el viento en contra, por los usos y costumbres de su época- también lograron estudiar, publicar, investigar, desarrollarse intelectualmente y, en última instancia, brillar por méritos propios en sus campos.
Así, encontramos, por ejemplo, a la francesa medieval Christine de Pizan que, con ayuda de su padre, llegó a convertirse en la primera escritora profesional de la historia (en 1405 publicaría La ciudad de las damas, considerada la primera obra feminista) o a la filósofa, astrónoma y matemática del siglo III, Hipatia, que pudo formarse gracias a que su padre era director de la Biblioteca de Alejandría. Eso por nombrar solo a un par de ellas. Pero volvamos a Zambrano.
¿Quién fue María Zambrano?
El 22 de abril de 1904 nace en Vélez-Málaga la filósofa y ensayista María Zambrano. Fue hija y nieta de maestros. Ya a los cinco años comienza a moverse por la geografía española, allá donde su padre era destinado. Desde esa edad parece que cambiar de lugar de residencia sería uno de sus designios.
En 1908, la familia se traslada a Segovia y, posteriormente, a Madrid, donde Zambrano pasa su adolescencia y donde nace su hermana Araceli, según sus propias palabras, “la alegría más grande de su vida”. A Araceli dedicará Zambrano, muchos años más tarde, el libro Claros del bosque.
En 1913 comienza a estudiar bachillerato en Segovia, donde era, junto a otra compañera, la única chica del instituto (inciso: hace solo unos días ha sido declarada Hija Adoptiva y Predilecta de esta ciudad). En 1921, ya en Madrid, se matricula en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad.
En sus años universitarios, María Zambrano conoce al filósofo y ensayista Ortega y Gasset, profesor, amigo y creador del concepto de “razón vital”, que se contrapone al de la “razón abstracta” del racionalismo clásico.
Entiende Ortega que la razón ha de ser un instrumento al servicio de la vida y no algo ajeno al mundo vital, como propusiera primero Platón –que lleva la razón al mundo de las ideas- y después Descartes, que sitúa el pensamiento, y no la vida, como eje de la existencia con su célebre máxima “pienso luego existo”.
Así que aquí ya vamos viendo varias “razones” como métodos de acercamiento y comprensión de la realidad, y como antecedentes del pensamiento de María Zambrano.
Defensora de la República, cuando los franquistas ganan la guerra, Zambrano tiene que exiliarse. Sale con su familia de España hacia Francia el 28 de enero de 1939 y después, con su marido diplomático, Alfonso Rodríguez Aldave, viaja a París, México, Nueva York y La Habana. Durante este periplo sigue escribiendo, publicando, enseñando y dando conferencias.
Debido a la II guerra mundial, Zambrano no puede reunirse con su madre enferma y su hermana Araceli (el padre ya había muerto), en un París ocupado por los nazis. Cuando por fin lo consigue, llega tarde, su madre ya ha fallecido y su hermana Araceli está al borde de la locura.
A partir de 1947, las hermanas Zambrano vivirán juntas, hasta la muerte de Araceli, en 1972. Lo harán en diversos lugares del mundo: París, Cuba, México, Roma, etc. Finalmente, tras más de 50 años de exilio, María Zambrano regresará a España, ya sola. Corría el año 1984.
En los años ochenta llegan los reconocimientos oficiales: Zambrano fue Premio Príncipe de Asturias en 1981, fue nombrada Hija Predilecta de Andalucía en 1985; en 1987 se constituye en Vélez-Málaga la fundación que lleva su nombre y, en 1988, recibe el Premio Cervantes. Muere en Madrid el 6 de febrero de 1991.
Según los expertos, esta trayectoria vital se correspondería con tres periodos en la obra de Zambrano: una primera etapa de formación, en la que se gesta su “razón poética’, de la que voy a hablar a continuación; el tiempo del exilio, donde desarrolla un pensamiento vinculado a la problemática histórica del momento; y la última etapa, tras el regreso a España, caracterizada por una actividad intelectual “incansable” [2].
Razón poética para todas las zonas de la vida
Como hemos dicho, en el siglo XX la filosofía europea –en la que Zambrano se forma- está impregnada del racionalismo de origen cartesiano que, grosso modo, acentúa el papel de la razón en la adquisición del conocimiento, en contra del papel de la experiencia y de los sentidos. Descartes aseguraba que solo por medio de la razón se podían descubrir ciertas verdades universales.
En este contexto, Zambrano busca otro tipo de razón. Lo hace porque se da cuenta de que, como escribe en Claros del bosque, “la vida del hombre, por muy consciente que (este) sea y por muy amante del conocer, no está empleada continuamente en la lógica” [3].
Para Zambrano, el ser humano no es un “sujeto cartesiano” sino un “hombre-organismo”, que se construye a partir de “la ruina del anhelo, de la avidez, de la esperanza originaria” [4], esto es, a partir de las emociones que nos unen a la vida y hacen que en ella perduremos, resistamos, busquemos la supervivencia.
Por tanto, este hombre-organismo, que es mucho más que únicamente lógica o razón, podrá alcanzar conocimiento solo con un método distinto al de la razón racionalista; con un método que se haga cargo “de esta vida, al fin desamparada de la lógica (…)”; un método que abarque, en definitiva, “todas las zonas de la vida”.
¿Cómo sería ese método? ¿Con qué medio cuenta el ser humano para acercarse a la vida, a su complejidad? ¿Cómo se puede nombrar la vida para conocerla (puesto que el lenguaje es conceptualizar para conocer) y, al mismo tiempo, no traicionarla reduciéndola a conceptos?
Cree Zambrano que nombrar sin reducir es posible gracias a la palabra poética, modo del lenguaje más cercano a la revelación de las verdades que a la conceptualización de las verdades, por lo tanto, más capaz de mostrar las verdades sin someterlas a la rigidez o a la congelación ideológicas.
Así, para Zambrano, el poeta o la poeta es aquella que “ama la verdad no excluyente” [5], es decir, que nombra lo que observa, lo que se aparece, sin la propensión a limitarlo “violentamente”, de manera definitoria, sino más bien abierta, polisémica; mostrando verdades mientras las menciona.
A continuación, como si bebiera de ese venero, de ese contenido simbólico que el lenguaje poético despliega, la razón podría desentrañar esas verdades para mostrarlas sin cerrarlas, y así seguir fiel a la vida y su “discontinuidad” [6]; esa discontinuidad que Zambrano describe en Claros del bosque como:
“(…) imagen fiel del vivir mismo, del propio pensamiento, de la discontinua atención, de lo inconcluso de todo sentir y apercibirse, y aún más de toda acción”.
De esta forma, trata Zambrano de crear una metodología de aproximación a las cosas para conocerlas –el método de la razón poética-, que describirá –breve y poéticamente- en Claros del bosque [7]. Dicha metodología de la razón poética exigiría lo siguiente:
“Hay que dormirse arriba en la luz. Hay que estar despierto abajo en la oscuridad intraterrestre, intracorporal, de los diversos campos que el hombre terrestre habita: el de la tierra, el del universo, el suyo propio”.
Sería este un método que, por tanto, incluiría la claridad (razón) en la que debemos dormir, puesto que pareciera que la luz tiene dos caras. Una de ellas, ciertamente, puede generar conocimiento sobre un objeto específico, sobre el cual se enfoca. Pero la otra cara dejaría en la sombra al resto de las cosas. Por tanto, es importante conocer con la razón, sin olvidar que el resto de lo conocido también espera, existe y, sobre todo, convive con eso que estamos conociendo.
Asimismo, sería necesario dormirse arriba en la luz para dejar que la revelación se produzca, no solo ir en busca del saber haciendo un esfuerzo racional, sino ser capaces de esperar a que ese saber venga de abajo, de los “ínferos del alma”, de la discontinuidad, de lo vivo.
Por eso, propone la filósofa, estar despiertos en la oscuridad del cuerpo propio, del de la Tierra, del cosmos, porque es en ellos donde habitamos, de donde verdaderamente podemos aprender, tal vez porque el verdadero aprendizaje radique solo en la vivencia.
Así, este “método de la razón poética” reuniría razón y experiencia, y sería una fuente fidedigna de sabiduría y de conocimiento. El lenguaje poético cobraría en él una especial relevancia porque permitiría exceder la “lógica”; expresar la manera en que la “inteligencia y el corazón unidos forman un solo ser que late” [8], y conoce. No olvidemos que, etimológicamente, el término griego poiesis, origen del término “poesía”, significaba a un tiempo intuición reveladora y creación a través de la palabra.
En definitiva, la “razón poética” sería un modo de acercamiento racional a la realidad para conocerla, no excluyente de las zonas “no lógicas” de la vida; que tendría el lenguaje poético como medio de expresión y de comprensión, pues este lenguaje permite acercarse al fluido propio de la vida, y conservarlo además en el discurso.
Según Zambrano, el ser humano podría recuperar, gracias a esta razón poética, “otros medios de visibilidad que su mente y sus sentidos mismos reclaman por haberlos poseído alguna vez poéticamente” [9]; podría retomar formas de conocimiento que ya existían antes de que Platón señalase en La República que la poesía va en contra de la verdad [10].
En coherencia con estas ideas, en la investigación y expresión de María Zambrano, en sus libros –especialmente, en Claros del bosque y De la aurora-, a menudo encontramos un lenguaje metafórico para expresar la indagación filosófica. También encontramos la musicalidad y el ritmo propios de la imaginación “poética”.
De esta forma, en la obra de Zambrano: “la palabra se encarna en la imagen y la razón fertiliza en el símbolo para lograr la finalidad anhelada: engendrar los ínferos y dar luz en la conciencia”, advierte la también filósofa Chantal Maillard [11].
La construcción de la persona y la humanización de la historia
Maillard, estudiosa de Zambrano [12], ha señalado que el pensamiento de esta se forja bajo las influencias de Ortega y Gasset, ya mencionado, y de otros maestros como Xavier Zubiri o García Morente; de la filosofía existencial, fenomenológica y vitalista; de Spinoza o de Plotino. Pero también de autores del ámbito de la psicología, de la mística o de la antropología de la religión.
Sin embargo, a pesar de todas estas influencias, Zambrano anduvo un camino individual que quiso convertir en método, “describir mientras lo recorría”: el de la razón poética de la que venimos hablando.
Curiosamente, la razón poética de Zambrano no queda expuesta de manera sistemática en su propia obra, sino que subyace a todos sus libros como modo de pensamiento y escritura. Tal es la coherencia del caminar de Zambrano, de ese conocer haciendo.
Pero Maillard señala un fin para la razón poética, que va más allá del conocimiento: la creación de la persona. Nos dice que, con su metodología, Zambrano pretende alcanzar “la esencia sagrada, inasible, de lo humano, que se muestra en múltiples maneras”; busca que “la razón esté asistida por el corazón, para que esté presente la persona toda entera”; que la razón alcance “la máxima amplitud y la mínima violencia” para Zambrano instaurada, como hemos dicho, con la ruptura entre poesía y filosofía propuesta por Platón, en el siglo III a.C. [13]
Porque Zambrano ve en el mito platónico de la caverna, en el esfuerzo de salir de la oscuridad a la luz, una forma de conocer violentada, que culmina en el mundo de las ideas, alejado de la contingencia de la vida y, en consecuencia, de la naturaleza humana.
Hay así, para ella, una “primera renuncia” en el “camino de la filosofía”, que consiste en que el filósofo “impulsado por el violento amor a lo que buscaba, abandone la superficie del mundo, la generosa inmediatez de la vida” para tratar de alcanzar eso que busca. Es entonces cuando descubre el ascetismo “como instrumento de este género de saber ambicioso” [14].
Como alternativa, en la escritura de Zambrano “la palabra se encarna en la imagen y la razón fertiliza en el símbolo (…) para elevarse a los lugares donde ser, plenamente, sea posible”. Porque “la conducción hacia la luz, la alimentación de ese cuerpo en su vida no podrá realizarse en la aridez de la razón”, explica Maillard.
Esa “construcción de la persona” conllevaría, además de consecuencias individuales, consecuencias “colectivas”, pues el ser humano, al asumir su propia libertad como ser pleno, podría propiciar una humanización de la historia.
Como todo absolutismo, el racionalismo de alguna manera ha matado la historia –que se desarrolla en el tiempo-, al realizar una abstracción del tiempo. La consecuencia del racionalismo como “cosmovisión” es que el ser humano deje de sentir el paso del tiempo y su constante destrucción, deje de saberse en lucha perpetua contra el tiempo.
Viviendo en esta atemporalidad artificial, la conciencia humana, que despierta gracias al paso del tiempo, al atravesar la vida, no puede despertar ni asumir el tiempo, incluso los distintos tiempos de la persona.
Dado que toda historia es construcción, y el sueño de la razón, del absolutismo, e incluso de las religiones monoteístas, ha sido construir por encima del tiempo, si el ser humano recobra la conciencia de su naturaleza temporal, construirá una historia más humanizada. Así, del mismo modo que la razón poética pretende abarcar y considerar todos los aspectos del ser humano, y no solo los lógicos, esa otra historia tendrá en cuenta la diversidad humana e incluso no humana, la necesidad de cuidar la vida en todos sus aspectos, dada nuestra temporalidad.
Sobre la autoría y la autoridad
En la introducción a su libro Hacia un saber sobre el alma, María Zambrano escribe:
“Y no se me figura en este momento necesario que yo diga más para atreverme a ofrecer al eventual lector éste mi librito, donde se sigue la trayectoria, el nacimiento, de la razón poética, llegado a mí casi a ciegas, en la penumbra del ser y del no ser, del saber y del no saber.” [15]
En este párrafo, la pensadora sin duda nos sorprende, al presentarnos su obra casi menospreciándola, llamándola “librito”. En otros momentos de la obra de Zambrano hallaremos otro factor sorprendente más: Zambrano se refiere a sí misma como “autor” en lugar de como “autora”. Como es 8 de marzo, convendría cuestionarse por qué hace esto María Zambrano.
Esta falta de reconocimiento de Zambrano al nivel de su propia obra (no compuesta precisamente por meros “libritos”) e incluso a su propio sexo (evitando mencionarse a sí misma como “autora”) creo que podría tener su origen en la desautorización histórica a las obras de las mujeres. Esa desautorización se ha producido en dos direcciones: a menudo se les ha robado a las mujeres la autoría de sus obras y con frecuencia, también, se las ha desautorizado o desacreditado.
Como consecuencia, hoy día muy poca gente sabe, por ejemplo, que las primeras definiciones de los procesos químicos fueron de perfumistas asirias; que la acadia EnhedduAnna llevó a cabo, hace 5.000 años, las primeras notaciones astronómicas o que la astrónoma danesa Sofía Brahe realizó casi al completo, junto a su hermano Tycho, el catálogo de posición de planetas y del fondo estelar que más tarde serviría a Kepler para anunciar sus leyes astronómicas [16].
Todas esas autorías fueron borradas por la historia, alerta la investigadora de la Universidad de Valencia, Ana López-Navajas, especializada en el estudio del papel de las mujeres en todas las ramas del conocimiento a lo largo de los siglos.
Como consecuencia, vivimos en una “distorsión histórica y cultural”; en una historia y una cultura que, aún consideradas como universales, “no son más que una historia y una cultura de género. Masculino, por supuesto. Completamente parcial. Los hechos considerados relevantes o hitos culturales… todos son de protagonismo masculino”, alerta López-Navajas.
En este contexto en que está tan “naturalizado el hecho de que las mujeres no han hecho nada relevante” (tampoco en filosofía), parece natural que Zambrano pidiera disculpas con ese “mi librito” por su incursión en la filosofía, un ámbito en el que las mujeres tampoco han tenido cabida, en el que su autoría no ha quedado registrada.
Porque, desde la antigüedad y en las épocas medieval, moderna y contemporánea, especialmente durante los siglos XX y XXI, ha habido mujeres filósofas, pero estas apenas han entrado en el canon filosófico occidental. Algunos ejemplos de ellas son: Hipatia de Alejandría, Hildegarda de Bingen, Anne Conway (que crea el concepto de mónadas antes de Leibniz), María Montessori, Adela Cortina, Hanna Arendt o Martha Nussbaum, por nombrar solo a unas pocas de todos los tiempos.
Seguramente, ninguno de vosotros ha estudiado a ninguna de estas filósofas en ESO o bachillerato ni las estudiará a fondo en la carrera de filosofía, si os decantáis por ella.
En España, tenemos un caso muy ilustrativo de este borrado general de la autoría de las mujeres filósofas, el de Oliva de Sabuco de Nantes Barrera.
En 1587, esta mujer publicó Nueva filosofía de la naturaleza del hombre, un tratado que fue imprimido varias veces a lo largo de la vida de la autora, y en siglos sucesivos. Su autoría, sin embargo, fue posteriormente cuestionada y el texto pasó a ser considerado como obra de su padre.
Por otro lado, ¿por qué se menciona a sí misma Zambrano como “autor”? Quizá esa desaparición sistemática de referentes femeninos en todos los ámbitos del conocimiento haga que las mujeres, cuando acceden a dicho conocimiento, solo encuentren autores, a hombres como referentes. Por tanto, les resultará difícil identificarse a sí mismas al escribir, al automencionarse, como si la autoría femenina no pudiera ser real.
Y esto nos lleva al tema de la autoridad. Desgraciadamente, si la autoría femenina no puede ser real, la autoridad femenina tampoco podrá serlo. Entendemos aquí como autoridad “el prestigio merecido por competencia en determinadas materias”, esto es, el reconocimiento social al valor de las mujeres por sus propios méritos.
De nuevo Ana López-Navajas alerta de que, al omitir y excluir todo el saber que las mujeres han producido a lo largo de la historia, a estas se les deja de conceder valor social.
La consecuencia de esto os afecta a vosotras, estudiantes, directamente, porque, según esta especialista: “las chicas salen de la educación obligatoria –una educación donde se les ha enseñado que ellos son los protagonistas y ellas son insignificantes- en una situación de secundariedad social que marca su identidad personal y el (menor) desarrollo social que pueden alcanzar. Esta vulnerabilidad con la que salen de la educación alimenta un abanico de discriminaciones que van desde la violencia de género hasta el techo de cristal”.
Pero no solo salís perdiendo vosotras, también vosotros, los chicos, perdéis, porque “para todos, la exclusión de la producción cultural de autoría femenina y del protagonismo femenino significa que se nos sustrae buena parte de nuestro acervo cultural. Hay una transmisión cultural deficiente que nos empobrece a todos, no solo a las mujeres”, sigue diciendo López-Navajas.
Tened en cuenta que en los libros de texto actuales de ESO, en ciencias solo aparecen un 5% de mujeres, frente al 95% de hombres. En Tecnología, las mujeres no llegan ni al 1%. En Historia, solo hay un 5% de representatividad femenina. En Literatura Española, hasta el siglo XVIII solo aparece una escritora o en el siglo XX no aparecen ni poetas ni dramaturgas.
Música, con un 6% y Plástica, con un 5% de mujeres son otras de las muestras de la omisión de las artistas y su producción, de la tradición cultural que se divulga en los institutos.
En el contexto en que creció Zambrano la cosa quizá fuera todavía peor a nivel académico (aunque ella no sufría el machismo del reggaeton o la presión de la publicidad que en el presente minan la autoimagen de las chicas adolecentes continuamente), tal vez de ahí sus disculpas y su confusión con su propia autoría femenina.
Pero quiero cerrar esta conferencia con su autoridad. La obra de María Zambrano es profunda y compleja y, hoy por hoy, tal vez sea más necesaria que nunca porque apuesta por una reconciliación entre la vida y el conocimiento, por el conocimiento que es amor a la vida y aspira a mejorarla, a integrarla en su diversidad, a comprenderla en su complejidad, musical y extensa.
En una sociedad humana en extremo tecnologizada y, al mismo tiempo, amenazada por una catástrofe climática autoinducida, las propuestas y hallazgos de Zambrano sin duda consuelan y, lo que es más importante, abren vías para una construcción individual y colectiva saludable y esperanzadora.
Maillard, estudiosa de Zambrano [12], ha señalado que el pensamiento de esta se forja bajo las influencias de Ortega y Gasset, ya mencionado, y de otros maestros como Xavier Zubiri o García Morente; de la filosofía existencial, fenomenológica y vitalista; de Spinoza o de Plotino. Pero también de autores del ámbito de la psicología, de la mística o de la antropología de la religión.
Sin embargo, a pesar de todas estas influencias, Zambrano anduvo un camino individual que quiso convertir en método, “describir mientras lo recorría”: el de la razón poética de la que venimos hablando.
Curiosamente, la razón poética de Zambrano no queda expuesta de manera sistemática en su propia obra, sino que subyace a todos sus libros como modo de pensamiento y escritura. Tal es la coherencia del caminar de Zambrano, de ese conocer haciendo.
Pero Maillard señala un fin para la razón poética, que va más allá del conocimiento: la creación de la persona. Nos dice que, con su metodología, Zambrano pretende alcanzar “la esencia sagrada, inasible, de lo humano, que se muestra en múltiples maneras”; busca que “la razón esté asistida por el corazón, para que esté presente la persona toda entera”; que la razón alcance “la máxima amplitud y la mínima violencia” para Zambrano instaurada, como hemos dicho, con la ruptura entre poesía y filosofía propuesta por Platón, en el siglo III a.C. [13]
Porque Zambrano ve en el mito platónico de la caverna, en el esfuerzo de salir de la oscuridad a la luz, una forma de conocer violentada, que culmina en el mundo de las ideas, alejado de la contingencia de la vida y, en consecuencia, de la naturaleza humana.
Hay así, para ella, una “primera renuncia” en el “camino de la filosofía”, que consiste en que el filósofo “impulsado por el violento amor a lo que buscaba, abandone la superficie del mundo, la generosa inmediatez de la vida” para tratar de alcanzar eso que busca. Es entonces cuando descubre el ascetismo “como instrumento de este género de saber ambicioso” [14].
Como alternativa, en la escritura de Zambrano “la palabra se encarna en la imagen y la razón fertiliza en el símbolo (…) para elevarse a los lugares donde ser, plenamente, sea posible”. Porque “la conducción hacia la luz, la alimentación de ese cuerpo en su vida no podrá realizarse en la aridez de la razón”, explica Maillard.
Esa “construcción de la persona” conllevaría, además de consecuencias individuales, consecuencias “colectivas”, pues el ser humano, al asumir su propia libertad como ser pleno, podría propiciar una humanización de la historia.
Como todo absolutismo, el racionalismo de alguna manera ha matado la historia –que se desarrolla en el tiempo-, al realizar una abstracción del tiempo. La consecuencia del racionalismo como “cosmovisión” es que el ser humano deje de sentir el paso del tiempo y su constante destrucción, deje de saberse en lucha perpetua contra el tiempo.
Viviendo en esta atemporalidad artificial, la conciencia humana, que despierta gracias al paso del tiempo, al atravesar la vida, no puede despertar ni asumir el tiempo, incluso los distintos tiempos de la persona.
Dado que toda historia es construcción, y el sueño de la razón, del absolutismo, e incluso de las religiones monoteístas, ha sido construir por encima del tiempo, si el ser humano recobra la conciencia de su naturaleza temporal, construirá una historia más humanizada. Así, del mismo modo que la razón poética pretende abarcar y considerar todos los aspectos del ser humano, y no solo los lógicos, esa otra historia tendrá en cuenta la diversidad humana e incluso no humana, la necesidad de cuidar la vida en todos sus aspectos, dada nuestra temporalidad.
Sobre la autoría y la autoridad
En la introducción a su libro Hacia un saber sobre el alma, María Zambrano escribe:
“Y no se me figura en este momento necesario que yo diga más para atreverme a ofrecer al eventual lector éste mi librito, donde se sigue la trayectoria, el nacimiento, de la razón poética, llegado a mí casi a ciegas, en la penumbra del ser y del no ser, del saber y del no saber.” [15]
En este párrafo, la pensadora sin duda nos sorprende, al presentarnos su obra casi menospreciándola, llamándola “librito”. En otros momentos de la obra de Zambrano hallaremos otro factor sorprendente más: Zambrano se refiere a sí misma como “autor” en lugar de como “autora”. Como es 8 de marzo, convendría cuestionarse por qué hace esto María Zambrano.
Esta falta de reconocimiento de Zambrano al nivel de su propia obra (no compuesta precisamente por meros “libritos”) e incluso a su propio sexo (evitando mencionarse a sí misma como “autora”) creo que podría tener su origen en la desautorización histórica a las obras de las mujeres. Esa desautorización se ha producido en dos direcciones: a menudo se les ha robado a las mujeres la autoría de sus obras y con frecuencia, también, se las ha desautorizado o desacreditado.
Como consecuencia, hoy día muy poca gente sabe, por ejemplo, que las primeras definiciones de los procesos químicos fueron de perfumistas asirias; que la acadia EnhedduAnna llevó a cabo, hace 5.000 años, las primeras notaciones astronómicas o que la astrónoma danesa Sofía Brahe realizó casi al completo, junto a su hermano Tycho, el catálogo de posición de planetas y del fondo estelar que más tarde serviría a Kepler para anunciar sus leyes astronómicas [16].
Todas esas autorías fueron borradas por la historia, alerta la investigadora de la Universidad de Valencia, Ana López-Navajas, especializada en el estudio del papel de las mujeres en todas las ramas del conocimiento a lo largo de los siglos.
Como consecuencia, vivimos en una “distorsión histórica y cultural”; en una historia y una cultura que, aún consideradas como universales, “no son más que una historia y una cultura de género. Masculino, por supuesto. Completamente parcial. Los hechos considerados relevantes o hitos culturales… todos son de protagonismo masculino”, alerta López-Navajas.
En este contexto en que está tan “naturalizado el hecho de que las mujeres no han hecho nada relevante” (tampoco en filosofía), parece natural que Zambrano pidiera disculpas con ese “mi librito” por su incursión en la filosofía, un ámbito en el que las mujeres tampoco han tenido cabida, en el que su autoría no ha quedado registrada.
Porque, desde la antigüedad y en las épocas medieval, moderna y contemporánea, especialmente durante los siglos XX y XXI, ha habido mujeres filósofas, pero estas apenas han entrado en el canon filosófico occidental. Algunos ejemplos de ellas son: Hipatia de Alejandría, Hildegarda de Bingen, Anne Conway (que crea el concepto de mónadas antes de Leibniz), María Montessori, Adela Cortina, Hanna Arendt o Martha Nussbaum, por nombrar solo a unas pocas de todos los tiempos.
Seguramente, ninguno de vosotros ha estudiado a ninguna de estas filósofas en ESO o bachillerato ni las estudiará a fondo en la carrera de filosofía, si os decantáis por ella.
En España, tenemos un caso muy ilustrativo de este borrado general de la autoría de las mujeres filósofas, el de Oliva de Sabuco de Nantes Barrera.
En 1587, esta mujer publicó Nueva filosofía de la naturaleza del hombre, un tratado que fue imprimido varias veces a lo largo de la vida de la autora, y en siglos sucesivos. Su autoría, sin embargo, fue posteriormente cuestionada y el texto pasó a ser considerado como obra de su padre.
Por otro lado, ¿por qué se menciona a sí misma Zambrano como “autor”? Quizá esa desaparición sistemática de referentes femeninos en todos los ámbitos del conocimiento haga que las mujeres, cuando acceden a dicho conocimiento, solo encuentren autores, a hombres como referentes. Por tanto, les resultará difícil identificarse a sí mismas al escribir, al automencionarse, como si la autoría femenina no pudiera ser real.
Y esto nos lleva al tema de la autoridad. Desgraciadamente, si la autoría femenina no puede ser real, la autoridad femenina tampoco podrá serlo. Entendemos aquí como autoridad “el prestigio merecido por competencia en determinadas materias”, esto es, el reconocimiento social al valor de las mujeres por sus propios méritos.
De nuevo Ana López-Navajas alerta de que, al omitir y excluir todo el saber que las mujeres han producido a lo largo de la historia, a estas se les deja de conceder valor social.
La consecuencia de esto os afecta a vosotras, estudiantes, directamente, porque, según esta especialista: “las chicas salen de la educación obligatoria –una educación donde se les ha enseñado que ellos son los protagonistas y ellas son insignificantes- en una situación de secundariedad social que marca su identidad personal y el (menor) desarrollo social que pueden alcanzar. Esta vulnerabilidad con la que salen de la educación alimenta un abanico de discriminaciones que van desde la violencia de género hasta el techo de cristal”.
Pero no solo salís perdiendo vosotras, también vosotros, los chicos, perdéis, porque “para todos, la exclusión de la producción cultural de autoría femenina y del protagonismo femenino significa que se nos sustrae buena parte de nuestro acervo cultural. Hay una transmisión cultural deficiente que nos empobrece a todos, no solo a las mujeres”, sigue diciendo López-Navajas.
Tened en cuenta que en los libros de texto actuales de ESO, en ciencias solo aparecen un 5% de mujeres, frente al 95% de hombres. En Tecnología, las mujeres no llegan ni al 1%. En Historia, solo hay un 5% de representatividad femenina. En Literatura Española, hasta el siglo XVIII solo aparece una escritora o en el siglo XX no aparecen ni poetas ni dramaturgas.
Música, con un 6% y Plástica, con un 5% de mujeres son otras de las muestras de la omisión de las artistas y su producción, de la tradición cultural que se divulga en los institutos.
En el contexto en que creció Zambrano la cosa quizá fuera todavía peor a nivel académico (aunque ella no sufría el machismo del reggaeton o la presión de la publicidad que en el presente minan la autoimagen de las chicas adolecentes continuamente), tal vez de ahí sus disculpas y su confusión con su propia autoría femenina.
Pero quiero cerrar esta conferencia con su autoridad. La obra de María Zambrano es profunda y compleja y, hoy por hoy, tal vez sea más necesaria que nunca porque apuesta por una reconciliación entre la vida y el conocimiento, por el conocimiento que es amor a la vida y aspira a mejorarla, a integrarla en su diversidad, a comprenderla en su complejidad, musical y extensa.
En una sociedad humana en extremo tecnologizada y, al mismo tiempo, amenazada por una catástrofe climática autoinducida, las propuestas y hallazgos de Zambrano sin duda consuelan y, lo que es más importante, abren vías para una construcción individual y colectiva saludable y esperanzadora.
Notas
[1] María Zambrano, Hacia un saber sobre el alma, Alianza Editorial, 2005, p. 13.
[2] Fuente: Fundación María Zambrano.
[3] María Zambrano, Claros del bosque, Biblioteca de Bolsillo, 1988, p. 15.
[4] María Zambrano, El hombre y lo divino, FCE, 1993, p. 199.
[5] María Zambrano, Filosofía y poesía, FCE, 1996, pp. 13-25.
[6] María Zambrano, Claros del bosque, Biblioteca de Bolsillo, 1988, pp. 11-18.
[7] Ibíd. p. 39.
[8] Ibíd, página 73.
[9] María Zambrano, Claros del bosque, p. 147.
[10] María Zambrano, Filosofía y poesía, FCE, 1996, p.29.
[11] Chantal Maillard, Las mujeres en la filosofía española en Breve historia feminista de la literatura española (Volumen V), Universidad de Puerto Rico, 1998, pp. 267-296.
[12] Ver Chantal Maillard, La creación por la metáfora. Introducción a la razón-poética, Anthropos, 1992.
[13] María Zambrano, Filosofía y poesía, FCE, 1996, pp. 13-25
[14] Ibíd, p. 17.
[15] María Zambrano, Hacia un saber sobre el alma, Alianza literaria, 2005, p. 14.
[16] Entrevista de Yaiza Martínez a Ana López Navajas. en Tendencias21, el 6 de noviembre de 2015.
[1] María Zambrano, Hacia un saber sobre el alma, Alianza Editorial, 2005, p. 13.
[2] Fuente: Fundación María Zambrano.
[3] María Zambrano, Claros del bosque, Biblioteca de Bolsillo, 1988, p. 15.
[4] María Zambrano, El hombre y lo divino, FCE, 1993, p. 199.
[5] María Zambrano, Filosofía y poesía, FCE, 1996, pp. 13-25.
[6] María Zambrano, Claros del bosque, Biblioteca de Bolsillo, 1988, pp. 11-18.
[7] Ibíd. p. 39.
[8] Ibíd, página 73.
[9] María Zambrano, Claros del bosque, p. 147.
[10] María Zambrano, Filosofía y poesía, FCE, 1996, p.29.
[11] Chantal Maillard, Las mujeres en la filosofía española en Breve historia feminista de la literatura española (Volumen V), Universidad de Puerto Rico, 1998, pp. 267-296.
[12] Ver Chantal Maillard, La creación por la metáfora. Introducción a la razón-poética, Anthropos, 1992.
[13] María Zambrano, Filosofía y poesía, FCE, 1996, pp. 13-25
[14] Ibíd, p. 17.
[15] María Zambrano, Hacia un saber sobre el alma, Alianza literaria, 2005, p. 14.
[16] Entrevista de Yaiza Martínez a Ana López Navajas. en Tendencias21, el 6 de noviembre de 2015.