Antonio Gamoneda y su Blues Castellano (1961-66)

Redactado por Yaiza Martínez el Sábado, 2 de Diciembre 2006 a las 12:47


| Bitácora

Por María Ángeles Maeso
Voy a escribir sobre un recuerdo de una hora. El recuerdo se titula Blues Castellano y la hora corresponde a 1988, año en el que compré Edad. A Gamoneda le habían concedido el Premio Nacional de Poesía en 1987, pero tuve que esperar a leerlo, ya que, sorprendentemente, la primera edición se había agotado en un par de meses. Comencé a leerlo en la misma puerta de la librería; seguí sin levantar la vista mientras andaba por la calle, con Edad esperé en la parada del autobús y con él seguí imantada por un modo de decir que no podía abandonar.

Quiero tener para siempre ese recuerdo, ese modo de atravesar una ciudad con un libro en la mano; embebida y feliz, hipnotizada por palabras que me traían un aire lorquiano y de Cesar Vallejo y, sobre todo, un inconfundible sabor de casa: en Edad, estaban los serios conflictos existenciales que tenían que ver con algunas dificultades para conjugar lo público y lo íntimo; alguien nombraba todo eso de un modo tan elusivo y al mismo tiempo tan enérgicamente que atrapaba.

Admiré a ese autor que me pareció valiente, un gigante con una visión del mundo extraordinariamente singular, poderosamente hermosa. Al fin tenía un poeta a quien venerar. Como los caballeros medievales buscaban una dama que orientara su actos yo llevaba años buscando a mi poeta. Y estaba ahí. Traía imágenes de tierra muy pisada por la infancia y mucho invierno en la mirada. Era bastante más de lo que yo podía esperar.

Blues Castellano sonó desesperado haciendo el silencio que conoce toda la meseta castellana y cuando leí la palabra ‘sartén’ me dio, en efecto, un sonido a madre. Y lei ‘legumbres’ como quien comprende la vida a través de su sabor. Tenía entre las manos un puñado de miradas lentas y calladas que sobrevolaban mi memoria y se quedaban sobre mí. No lo olvidaré.

Años atrás (1985) su autor había recibido el Premio de Castilla y León de las Letras y yo aún no sabía nada de aquel poeta. Luego supe que no era la única, que había atravesado su tiempo sin apenas ser oído. Su condición de periférico le había hecho invisible hasta esos años ochenta casi para todos.

Recientemente, pude comprobar cómo aquella hora de 1988 revivía dentro de Esta luz, que es su poesía recopilada (1947-2004) donde Blues castellano sigue sonando recio con sus innegociables verdades. Lo injusto es nombrado tal y como se descubre: mezclado con la belleza de una mañana, con la ternura de una madre; el saberse escarnecido y olvidado no impide la certeza de algo más grande y más real, que pervive dentro de uno mismo; el amor y el pensamiento de resistencia conllevan, ineludiblemente, dolor; bolsas de pena inseparables de quienes tienen la vida por oficio; ciertas verdades del pasado que llegan envueltas de vergüenza: otra forma de dolor que el poeta encara con el rigor de una luz que no negocia.

Aquí no hay dolor de mala conciencia, sino ese sufrimiento que corta la respiración y nos encoge y nos hace enrojecer y que se llama vergüenza. Blues castellano es el libro que le hace un sitio a la vergüenza. La dignidad y la justicia son sus hermanos. Pero la vergüenza habla de algo que está en la médula del humano, tener vergüenza es revolucionario (sicut Marx) y emerge desde una raíz común en voces graves de vigorosa humanidad. Con ese sentimiento, dirá Gamoneda, hacemos lo que debemos: fraternidades sin grandes pretensiones, sin señuelos de libertad y hasta sin esperanza.

Durante el siglo pasado se promocionó una especie de veneración hacia el grupo poético catalán del medio siglo. Los señoritos de la mala conciencia (Gil de Biedma et alter) habían contribuido a dignificar el sentimiento de la derrota de los abatidos por un guerra. Las voces de la izquierda divina y periférica daban más juego que los graves expresiones de los poetas del interior que tocan sólos. En Blues castellano el dolor del perdedor conmueve por su inquebrantable dureza. Antonio Gamoneda nos mueve la mirada hacia la pobreza de los campos labrados y esa agricultura violenta del secano se transforma en valor, la rotunda realidad de la tristeza en una lírica expresión cortante como el frío. Blues castellano crea un mundo de miradas que se alzan, se cruzan o se bajan movidas por el amor, la camaradería y la amistad, en pos de verdades extraídas laboriosamente; a ritmo de madrugadas, de necesidades y humillaciones; en una dialéctica de amo y trabajador, que no da ninguna paz, pero sí un tipo de placer inseparable de una moral primaria, inserta en leyes de naturales:

“Hoy, domingo, la tierra es semejante
a la belleza y la necesidad
de lo que yo más amo.”

El único poema que el poeta ha añadido a Blues castellano, (escrito entre1961 y 1966) es uno muy breve. En él, la belleza prevalece sobre la muerte. En el paisaje existencial y geográfico de Gamoneda, siempre hierve gozosamente la luz sobre el espino. No se me olvide.


Mª Ángeles Maeso (Valdanzo, Soria, 1955) es profesora de Creación literaria y de castellano para inmigrantes en el I.E.S. Alarnes de Getafe (Madrid). Ha publicado los libros de poesía Sin Regreso (1991), Trazado de la Periferia (Vitruvio 1996), El bebedor de los arroyos (Huerga y Fierro 2000) y el libro Vamos, Vemos, al que pertenece el poema que reproducimos (Premio de Poesía Homenaje León Felipe, Editorial Celya, 2003). También es autora de las novelas La voz de la Sirena (1987), Los condes del No y No (infantil, Marenostrum, 2005) y Perro (Huerga y Fierro, 2004).
Yaiza Martínez
| Sábado, 2 de Diciembre 2006

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