Anna Muzychuk
Anna Muzychuk, la campeona mundial de ajedrez, manifestó que no acudiría al Mundial de Arabia Saudí porque no está de acuerdo con las costumbres que en esa zona se imponen a las mujeres.
Considero que es una decisión valiente, que no todas las personas están en condiciones de tomar. Renunciar a asistir a esa reunión supone renunciar a revalidar el título, y cualquier deportista sabe lo que cuesta conseguir y mantener un palmarés semejante.
Además de la perseverancia y claridad en la definición de objetivos propios de cualquier deportista de élite - características que comparten con los líderes - Anna nos ha dado una lección de dignidad muy provechosa para cualquier persona que asume el rol de liderazgo de un equipo: cuenta con un código ético o conjunto de valores que le ayudan a tomar decisiones en momentos difíciles.
Decidir entre plegarse a las exigencias de una sociedad diferente a la suya - con valores diferentes a los suyos - o defender sus valores es un dilema de difícil resolución, porque implica poner en la balanza ventajas e inconvenientes que repercutirán en su futuro: por un lado, fama, notoriedad, dinero y posibilidades de asegurar el futuro desde el punto de vista profesional y crematístico; por otro, estar en paz consigo misma y sentirse cómoda en su pellejo aún a sabiendas que la decisión le acarreará dificultades de diversa índole.
Considero que es una decisión valiente, que no todas las personas están en condiciones de tomar. Renunciar a asistir a esa reunión supone renunciar a revalidar el título, y cualquier deportista sabe lo que cuesta conseguir y mantener un palmarés semejante.
Además de la perseverancia y claridad en la definición de objetivos propios de cualquier deportista de élite - características que comparten con los líderes - Anna nos ha dado una lección de dignidad muy provechosa para cualquier persona que asume el rol de liderazgo de un equipo: cuenta con un código ético o conjunto de valores que le ayudan a tomar decisiones en momentos difíciles.
Decidir entre plegarse a las exigencias de una sociedad diferente a la suya - con valores diferentes a los suyos - o defender sus valores es un dilema de difícil resolución, porque implica poner en la balanza ventajas e inconvenientes que repercutirán en su futuro: por un lado, fama, notoriedad, dinero y posibilidades de asegurar el futuro desde el punto de vista profesional y crematístico; por otro, estar en paz consigo misma y sentirse cómoda en su pellejo aún a sabiendas que la decisión le acarreará dificultades de diversa índole.
La ética, por el hecho de ser personal, nos pone en la tesitura de tener que decidir entre lo que nosotros creemos que es bueno y lo que la sociedad nos exige. Ello supone pasar muchas horas calibrando pros y contras, haciéndose el ánimo para poder afrontar las dificultades que vendrán si seguimos los dictados de nuestra conciencia, o las inherentes a nuestro desasosiego interior si cedemos a las presiones externas.
Ojalá todos los líderes fueran capaces de mantener esa lucha interna. Y ojalá fueran capaces de resolverla de acuerdo con su código de valores, porque a pesar del coste personal - al menos de momento - está lanzando poderosos mensajes a su entorno sobre la importancia de regir el propio comportamiento de forma coherente. Ese mensaje cala en los demás y ayuda a crear un clima de relaciones interpersonales basadas en el respeto, la confianza, la incorporación de valores en el modelo de interrelación y, consecuentemnte, la definicón de objetivos del equipo de acuerdo con estándares éticos que repercuten, a su vez, en la sociedad.
Por eso cada vez hay, afortunadamente, más empresas que favorecen estos planteamientos y cada vez más clientes que los premian: empresas éticas que generan comportamientos éticos en su interior y en su zona de influencia.
Ojalá todos los líderes fueran capaces de mantener esa lucha interna. Y ojalá fueran capaces de resolverla de acuerdo con su código de valores, porque a pesar del coste personal - al menos de momento - está lanzando poderosos mensajes a su entorno sobre la importancia de regir el propio comportamiento de forma coherente. Ese mensaje cala en los demás y ayuda a crear un clima de relaciones interpersonales basadas en el respeto, la confianza, la incorporación de valores en el modelo de interrelación y, consecuentemnte, la definicón de objetivos del equipo de acuerdo con estándares éticos que repercuten, a su vez, en la sociedad.
Por eso cada vez hay, afortunadamente, más empresas que favorecen estos planteamientos y cada vez más clientes que los premian: empresas éticas que generan comportamientos éticos en su interior y en su zona de influencia.
Nadie dijo que fuera fácil. Bauman nos lo explica muy bien, y tenemos la suerte de que cada vez hay más empresas y organizaciones en general que aceptan el coste que supone para el "resistente" y se le valora como una aportación hacia la empresa que genera valor en términos de reputación corporativa (y por ende de beneficios a medio plazo). De modo que debemos celebrar la decisión de Anna, la repercusión mediática que ha tenido tal decisión y el el trasfondo de todo ello: esta sociedad empieza a valorar de nuevo comportamientos éticos. Por eso es tan importante que los líderes hagan estas reflexiones periódicamente: sus decisiones al respecto están marcando el rumbio hacia una sociedad cada vez un poco mejor.