Ficha Técnica
Título: Una historia secreta de la consciencia
Autor: Gary Lachman
Edita: Ediciones Atalanta, Girona, 2016, 2ª edición
Traducción: Isabel Margelí
Encuadernación: Cartoné, con guardas ilustradas
Número de páginas: 466
ISBN: 978-84-945231-5-1
Precio: 27 euros
La primera edición original de esta obra apareció en 2003. Han pasado, pues, trece años hasta que la Editorial Atalanta nos diera la oportunidad de acceder a ella en nuestro idioma. Hecho que podemos considerar de afortunado acierto, ya que se trata de una interesante manera de exponernos cómo ha evolucionado en la historia ese concepto tan lábil que llamamos consciencia.
El impulso que empuja al autor para el desarrollo de su propuesta es el debate que se ha suscitado acerca de la esencia, del modo de ser, de la constitución de la consciencia. ¿Se trata únicamente del producto de una serie de operaciones de nuestro cerebro, circunscrito, por tanto, a un principio físico? ¿O, por el contrario, se trata de algo que va más allá de lo puramente cerebral?
Lachman, desde las primeras páginas y para que no exista duda, deja meridianamente clara su postura: “siempre existirán individuos como yo, que consideren que todo el proyecto científico de explicar la consciencia está mal encaminado. Para nosotros, explicar la consciencia sería lo mismo que ‘explicar’ una cantata de Bach o Los Girasoles, de Van Gogh”.
Trata, pues, de dar respuesta a una corriente que sostiene la postura contraria y cuyo representante más influyente sea Daniel Dennet y su libro La consciencia explicada, editado en 1992, y a quien se han sumado otros científicos de la importancia de Nicholas Humphrey y John Searle, entre otros.
Pero no nos llamemos a engaño. Este libro no trata de explicar la conscienca ni es, en ningún sentido, una explicación científica del cerebro o de nuestro mundo interior. Esa tarea corresponde a otros especialistas. Lo que pretende Lachman es exponer que el actual monopolio sobre la consciencia por parte de científicos y algunos filósofos académicos es infundado; estos, en sus explicaciones oficiales, excluyen toda una historia del pensamiento sobre la consciencia y su posible evolución.
¿Pretende, pues, el autor que es estéril el estudio científico de la consciencia y que, por ende, ha de ser abandonado? Ni mucho menos, ya que eso sería muy reduccionista a la par que absurdo; lo que defiende es la importancia de integrar lo que la ciencia nos cuenta sobre el cerebro y la mente en una perspectiva más amplia, en una imagen más grande de la historia de la humanidad y en una visión más extensa de su futuro.
Para ello, Lachman se centra en la tradición metafísica, espiritual y esotérica, sin temor a las suspicacias que puedan despertar algunos de tales términos, revestidos en ocasiones de un carácter peyorativo. Piensa que, en esa tradición, la consciencia, más que ser explicada, se convierte en la protagonista del drama. Lo que expresa así: “Para decirlo de forma resumida, si las actuales explicaciones científicas de la consciencia se basan en las moléculas y en las neuronas, en la contradicción es la propia consciencia la responsable de esas neuronas y moléculas”. Es claro: para los materialistas, la materia es lo primero y, para la tradición contraria, lo primero es la consciencia.
Y no una consciencia estática, producto finalizado e inmutable del cerebro, sino que se trata de una presencia viva y en evolución, cuyo desarrollo puede seguirse a lo largo de varios períodos históricos; un desarrollo que Lachman, con gran acierto, nos propone visitar a lo largo de las páginas de este libro.
Son claras sus palabras: “la idea primordial es que los seres humanos, tal como son, no constituyen el punto final de una evolución, y que su consciencia, tal como es, no es un estado definitivo alcanzado por casualidad. […] aún existe la posibilidad de que los seres humanos evolucionen hacia algo muy diferente y de que dicha diferencia adopte la forma de una consciencia nueva, más amplia y expansiva, que ya se ha manifestado en el pasado y continúa haciéndolo en el presente”. Ese es, pues, el objetivo de la presente obra: con la mirada puesta en el ayer más lejano de nuestro despertar consciente, prever qué podría ser exactamente tal consciencia nueva.
Desde la propia Introducción del libro, Lachman nos señala las características que conforman esa nueva consciencia y lo hace buscando el apoyo de autores como Danah Zohar, Wolf Singer, Denis Pare, Rodolfo Llinás o Yuri Moskvitin, algunos de ellos estudiados con más detenimiento en alguno de los capítulos.
El estudio y exploración de la consciencia, en contraposición al intento de explicarla cuenta ya con una larga historia, pues se presenta bajo la apariencia de prácticas religiosas y espirituales. Ahora bien, como búsqueda filosófica y científica vinculada a la idea de evolución, sus raíces apenas datan de finales del siglo XIX y principios del XX.
En busca de la consciencia cósmica
Y así da comienzo la trayectoria de la obra, con una primera parte: En busca de la consciencia cósmica, en la que Lachman aporta detalles de las ideas y el entorno cultural relacionados con aquellos primeros viajes de la mente.
En un primer capítulo, el autor se detiene en analizar la vida y obra de Richard Maurice Bucke y su pensamiento principal: la humanidad está evolucionando hacia una forma de consciencia superior, que el Cosmos no es una materia muerta, sino una presencia viva. Este desarrollo de la consciencia, a modo darwiniano, tendría forma de pirámide invertida, en cuya base se situaría la mente perceptiva, desde la que se pasa a la mente receptiva y de esta a la mente conceptual para culminar en la consciencia cósmica, una consciencia del cosmos.
Curioso es el segundo capítulo, William James y la revelación anestésica, en el que traza unas breves pinceladas sobre este pintoresco filósofo, psicólogo y científico quien, reconociendo el valor del moderno método científico, no dudó en deplorar su tendencia a tachar de irreales los fenómenos y experiencias que escapaban a su metodología. Fraguó el concepto de “voluntad de creer”, que afirmaba que la efectividad de una creencia es un buen indicador de su valor como verdad, dando un validez a la experiencia como una fundamento más sólido que los sistemas metafísicos.
Más destacado es el personaje analizado en el capítulo tres, Henri Bergson y su élan vital. Lachman supera con mesurado acierto el condensar en unas pocas páginas el complejo pensamiento del autor que analiza, un autor, Bergson, interesado por los problemas de la consciencia, la evolución y los estados alterados del ser y que culminó su obra defendiendo una evolución creadora. Sostenía que los hechos psicológicos son cualitativamente diferentes de los físicos, por lo que la consciencia es un dato irreductible al determinismo científico, concluyendo que es la consciencia la que utiliza al cerebro y no es un producto de este. No compartía la idea determinista de la evolución, sino que propugnaba su pensamiento de un impulso creador, el élan vital, que penetra en la materia y conduce la evolución a formas de mayor complejidad y libertad. Finalmente, apuntaba que la consciencia cósmica es una percepción del mundo no limitada ni filtrada por el cerebro, tal como explica Lachman: “así pues, la consciencia invadió la materia con el fin de utilizarla para su propósito, que es incrementar la consciencia”.
Dicho esto, le toca el turno a El superhombre, tema que aborda el capítulo cuarto. Y, evidentemente, se trata de la propuesta de Nietszche. En este apartado, el autor no se detiene en explicar su teoría del superhombre, sino que, tras unas breves reflexiones, nos lleva a la conclusión de que su superhombre no enlazaba con la idea de una evolución de la consciencia, puesto que no creía en una realidad espiritual. Pero sí lo trae a colación como una consecuencia de la hipótesis que propugna que la evolución lleva a la humanidad a la aparición de un ser superior. Pero sí aprovecha Lachman para acercarnos al ocultismo; nos dice: “Un terreno en que coincidieron la doctrina biológica de la evolución, la figura visionaria del superhombre y la idea de que la humanidad se adentraba en una nueva forma de consciencia, fue el ocultismo”, un fenómeno que gozó de gran vitalidad en el siglo XIX y comienzos del XX. Así nos deja a las puertas del capítulo quinto, A.R. Orage y la New Age.
Gary Lachman se detiene en proponer una sucinta síntesis del pensamiento de Alfred Orage, a quien muchos inscriben dentro de la escuela esotérica Cuarto Camino. Unas líneas de su credo, expresado en el primer número de The New Age, del que fue coeditor, nos ayudarán a entender la esencia de su pensamiento: “Con la fe en que el objeto y propósito predilectos de la voluntad universal de vivir es la creación de una raza de seres suma y progresivamente inteligentes ...” Pensaba que poseemos diferentes formas de consciencia, así como que la humanidad entera evoluciona lentamente hacia un nuevo tipo de ser. Lachman expone, además, las relaciones de Orage con otros pensadores de su época, resultando este capítulo muy enriquecedor para el conocimiento de los movimientos de esta naturaleza producidos en los comienzos del siglo XX. Una de esas personas estrechamente vinculada con Orage fue Piotr Demiánovich Ouspenski , a quien dedica su sexto capítulo, con especial incidencia en su llamada Cuarta Dimensión.
El autor lo define como uno de los “hombres nuevos” de los que hablaba Orage y a estudiarlo con detenimiento se dedica en las páginas de este sexto capítulo con el que culmina la primera parte de su obra. Nos describe su biografía, su manera de proceder, sus inquietudes y sus experiencias, para culminar en un análisis más detenido de la quizás más importante obra de Ouspenski, Tertium Organum, un alarde de especulación metafísica, entusiasmo intelectual, penetración poética y optimismo evolucionista. Nos describe dos obsesiones de Ouspenski: la del déja vu, que le lleva al nieztscheano eterno retorno, y su convicción de que tras la fachada del mundo cotidiano yace otra realidad, una cuarta dimensión. Define Lachman como tema básico de Tertium Organum la necesidad de traspasar los límites artificiales del conocimiento impuestos por la inadecuada lógica de la ciencia positivista, para demostrar que nuestra consciencia cotidiana y normal es solo un modo de consciencia y que el mundo físico que percibimos a través de ella es su producto. Se trata de un importante capítulo dentro de esta primera parte de la obra.
La evolución esotérica
La Evolución esotérica constituye la segunda parte, que se abre con el capítulo El obispo y el bulldog, el séptimo del libro. Un capítulo de mera transición, en el que expone los comienzos de la teoría de Darwin, con sus antecedentes y posteriores pensadores, haciendo hincapié en que aquella teoría de la evolución, a su juicio, hacía innecesaria la mente para justificar la evolución de las especies. El título del capítulo está referido al debate celebrado en 1860 entre el arzobispo Wilberforce y el biólogo Huxley, conocido como el bulldog de Darwin.
Que entre Madame es el título del capítulo octavo. Por supuesto, esta madame no puede ser otra que Helena Petrova Blavatsky, personaje muy controvertido en su época y no muy apreciada en la actualidad. Pero si Lachman la hace aparecer en escena es porque considera que fue la primera persona que defendió con energía un elemento transfísico en la evolución, presentado un esquema de la evolución cósmica y humana considerablemente distinto del ofrecido por la ciencia moderna. Justifica lo llamativo de su aparición en el panorama del siglo XIX por el advenimiento de la segunda ley de la termodinámica de Clausius, que ofrecía un futuro pesimista al cosmos y a la humanidad, a la que Blavatsky contraponía algún tipo de esperanza con sus teorías. Lógicamente, no defiende el autor a la extravagante médium, pero sí expone lo acertado de algunas de sus propuestas, como son la de la unidad fundamental de toda la existencia; la idea, corolario de la anterior, de que el universo está vivo; la de que el ser humano es un microcosmos que comprende en sí todas las fuerzas que operan en el universo, etc. Quizás, este capítulo sería prescindible, salvo como anécdota o como introductor del personaje que aparece en el siguiente: El doctor Steiner, supongo.
En este capítulo, el noveno, se limita el autor a presentarnos a Rudolf Steiner, comentando algo de su biografía y de quienes influyeron en su pensamiento: Goethe, Euclides, Kant, … junto a otras personas a las que la historia prácticamente desconoce. Serán los capítulos diez y once los que nos abran las puertas a sus propuestas, que Lachman analiza en detalle.
En el capítulo 10, De la ciencia de Goethe a la sabiduría del ser humano, el autor comienza con estas líneas: “Steiner combinó su sensibilidad psíquica, sus conocimientos sobre la cosmovisión de Goethe y el marco evolutivo de La doctrina secreta para elaborar una versión extraordinaria de la evolución humana y cósmica. Puso a su enseñanza el nombre de antroposofía”. Y lo hacía en un momento en que el cientificismo se había establecido como garante oficial de la verdad, a lo que Steiner contraponía que la ciencia tiene que combatirse con la ciencia, asunto al que se dedicó de lleno. En el fondo, lo que se proponía era una investigación rigurosa y la exploración de la consciencia, es decir, entender cómo nuestra consciencia llegó a ser lo que es en la actualidad. O lo que es lo mismo, la consciencia en evolución: “El hombre no solo está ahí para formarse una imagen de un mundo concluido; no: él mismo coopera en la existencia efectiva del mundo”.
Y Lachman continúa su análisis en el capítulo siguiente, La evolución cósmica. Aquí recoge y sintetiza la doctrina de Steiner sobre la evolución de nuestro sistema solar hasta llegar a la materialización actual de la tierra, previendo nuevas fases de una creciente espiritualización, un proceso que viene guiado por las jerarquías espirituales; todo un sistema que elaboró tras la lectura de los registros akáshicos. También Lachman se refiere a los estados de consciencia que propuso Steiner, recogidos en la serie de conferencias disponibles bajo el título La teosofía del rosacruz. Pese a la complejidad del tema, el autor nos ofrece una buena síntesis del pensamiento de la antroposofía.
Esta segunda parte de la obra, dedicada a la evolución esotérica, se cierra con La hipnagogia, término relativamente reciente, poco conocido hasta los planteamientos del profesor de la universidad de Brunel, Andreas Mavromatis, quien publicó la primera obra exhaustiva sobre ese estado de consciencia excepcional entre la vigilia y el sueño; unos estados que, pese a no saber cómo reconocerlos, nos son habituales diariamente. El autor dedica este bloque a explicar la relación del cerebro con la hipnagogia, apuntando que coincide tal situación de la consciencia con los planteamientos de Rudolf Steiner, lo que viene a confirmar su carácter evolutivo y que da pie a pensar que existen muchas realidades y que lo que llamamos estado de vigilia es solo una de ellas. Finaliza con las siguientes palabras: “si esta evolución de la consciencia puede verse en la propia estructura del cerebro […] la pregunta siguiente es: ¿ha dejado dicha evolución alguna otra huella? […] ¿existe algún registro fósil de la mente?”. Justamente lo que trata en la tercera parte del libro, con el apropiado título La arqueología de la consciencia.
La arqueología de la consciencia
En ella, el autor examina las pruebas que demuestran qué tipo de consciencia pudieron experimentar nuestros antepasados antiguos y prehistóricos; si la consciencia ha evolucionado, no cabe duda de que hemos llegado al punto actual a través de etapas previas.
La mente invisible es el primer bloque de esta nueva parte de la obra. Y esto es así porque, cuando pretendemos estudiar la historia de la consciencia, nos enfrentamos al hecho de que no existen restos fósiles, por el simple hecho de que no es material, es libre respecto a la materialidad. Hoy solo disponemos de nuestra propia consciencia que, en contra del cientificismo, no se constriñe a nuestro cerebro. Y algo más: nuestra consciencia, nuestro verdadero yo, nos es realmente invisible, no es asible por nuestros medios, se nos escapa. Y, siendo esto así, ¿cómo podemos saber que ha evolucionado? Pues porque aunque no sea material, no carece de relación con la materia; podemos ver cómo la penetra y la desarrolla desde sus estadios más tempranos hasta cuerpos cada vez más refinados y complejos. Y es ahí donde pensadores como Bergson o Teilhard de Chardin pueden dibujar el movimiento evolutivo de la consciencia a través de la materia. Llegados a este punto, la meta ya no es el control directo de esa materia, sino que la consciencia se centra en el desarrollo y crecimiento del mundo interior, estableciendo nuevas maneras de interactuar y relacionarse con aquella. ¿Cómo? A través del arte, la ciencia y la religión, en una palabra, de la cultura.
Pero, ¿cuándo empezó exactamente la mente a dejar su huella en el mundo físico? No se conoce la respuesta ni, probablemente, se conocerá nunca, aunque Lachman sugiere que sí ha dejado algún rastro que se sitúa en los mitos, una etapa de preconsciencia. Alude al ejemplo de los niños que, hasta los dos años, no rompen el cascarón de su estado urobórico, en el que no distinguen ninguna ruptura entre ellos y el mundo exterior y trae como ejemplo el mito de la expulsión del edén que, opina, “es el trauma que experimenta cada ser humano al salir del cascarón urobórico de la infancia”. En cualquier caso, sugiere que la aparición de la autoconsciencia es relativamente reciente, situándola en el comienzo de un registro escrito, la historia, el nacimiento de la civilización.
Seguidamente, Gary Lachman dedica un extenso capítulo, el quince, a El mundo perdido. En él recorre diversas teorías que, aunque no probadas científicamente pero basadas en determinados hallazgos, permiten especular con cierta racionalidad y fundamento. Nos habla de Marija Gimbutas y su civilización matriarcal, muy desarrollada, anterior incluso a la egipcia, y que desapareció aplastada por otras más burdas. Aporta los trabajos de Stan Gooch sobre los conocimientos de los neandertales, que no eran tan primitivos como se admite habitualmente y que hoy perviven apresados dentro de nuestro cerebro. También Richard Rudgley, quien defiende las pruebas de la existencia de una lengua paleolítica o unas matemáticas de la edad de piedra. Finalmente, los trabajos de Paul Devereux acerca de la afición primitiva por los estados alterados de consciencia y la aparición de un talento astronómico aparecido en una edad muy temprana. Trae a colación inexplicables hallazgos de anomalías evolutivas, como la presencia de fósiles anatómicamente modernos en épocas arcaicas. Todo ello para concluir que “estas anomalías dan a entender que la pulcra y metódica versión de la ‘ascensión del hombre’ desde los simiescos ancestros primitivos hasta nosotros no es tan evidente como quieren afirmar los expertos”. Esto es lo que Lachman afirma.
En un paso más, el autor dedica un capítulo a La consciencia no cerebral. Propone que la consciencia de nuestros antepasados prehistóricos fue muy diferente a la nuestra y no debía de diferir mucho de la de los animales. Se trataba de una consciencia con un conocimiento, no por aprendizaje, sino por una captación irreflexiva e inmediata de las leyes fundamentales de la existencia. Pero, con la explosión cerebral esto cambió. Sin embargo, parece que la física cuántica y la relatividad abren la puerta a un universo más concordante con la cosmología de los antiguos. En apoyo de su teoría, realiza un estudio de la obra de Réné Schwaller y sus investigaciones sobre la esfinge y otros monumentos del antiguo Egipto que abundan en la idea de la existencia de una civilización muy anterior a la histórica que conocemos, dotada de ese conocimiento inmediato, de intuición, y que vendría a estar confirmada por hallazgos arqueológicos cuya datación no se corresponde con la admitida por la arqueología convencional.
Pese a ello, en un momento dado, mejor, a lo largo de un período largo, se produjo una escisión en nuestro cerebro, por la que perdimos esa manera de conocer inmediata e intuitiva. Una escisión, por otro lado, necesaria para que se produjera la evolución. Nuestros ancestros no tenían necesidad de de explorar el cosmos, lo tenían ahí, estaban como en casa; gozaban de una consciencia comunal y la escisión comienza, precisamente, cuando se toma consciencia de la individualidad. En tal sentido, apunta, citando a otros autores, que nuestra mente lineal proviene de nuestra ascendencia cromañoide, mientras las cualidades místicas e intuitivas son herencia de los neandertales. Un signo importante del inicio de esa escisión es la aparición del alfabeto, fruto de un esfuerzo abstracto y lineal, que dominará a la parte intuitiva del cerebro. En la actualidad, con la aparición de internet, parece que nos podemos estar alejando de ese pensamiento lineal para volver al renacimiento de la imagen. Shlain, Gooch, Julian Jaynes y Wilson Van Dusen, son algunos de los autores que cimientan los planteamientos de Lachman. Y con ellos cierra la tercera parte del libro para adentrarnos en la cuarta, dedicada a la Epistemología participativa.
Epistemología participativa
En ella, trata de cómo pudo ser la consciencia antes de aquella escisión y sobre cómo podría ser en el futuro. Se apoya en tres autores, Owen Barfield (que nos muestra cuánto puede decirnos la historia del lenguaje sobre la evolución de la consciencia), Yuri Moskvitin (que trató sobre nuestros mecanismos de percepción y la relación de la consciencia con el mundo exterior como un todo) y Colin Wilson (quien habla de nuestra capacidad para traspasar los límites del presente y experimentar otras épocas y lugares).
Y, en efecto, en El impacto de la metáfora, se detiene Lachman en Owen Barfield. La idea esencial de este discípulo de Rudolf Steiner, la resume el autor: “Con el tiempo no solamente han evolucionado nuestras ideas sobre las cosas, sino también nuestra consciencia de ellas, y esa evolución queda registrada en el lenguaje. Y aunque la concepción estándar de la evolución supone una consciencia muy similar a la nuestra, confrontada con un mundo exterior preexistente compuesto por objetos distintos, independientes e impermeables, lo que queda registrado en el lenguaje […] es algo diferente”. A medida que retrocedemos en la historia, el lenguaje se vuelve más figurativo, más metafórico y más semejante al de la poesía de lo que es hoy. Para Barfield, los relatos sobre espíritus de la naturaleza, cuentos populares y mitos y leyendas, todo eso tiene su origen en la consciencia participativa de la que ya hemos hablado y que evoluciona al estadio actual.
Todavía muchas más páginas dedica Lachman a la obra de Barfield: el capítulo diecinueve, La mente participativa, y el veinte, El tapiz de la naturaleza. En el primero de estos dos, se concluye que, según Barfield, el mundo que vemos es como es porque nuestra consciencia es como es; si esta, nuestra consciencia, fuera distinta, el mundo también lo sería. Y en el siguiente, se refiere a que la historia del lenguaje es tan importante porque revela una consciencia y un mundo diferentes de los nuestros. Resultan muy interesantes estos capítulos dedicados a Barfield, que merecen una lectura reposada, recorriendo su pensamiento a través de sus principales obras.
Yuri Moskvitin es el protagonista de los dos capítulos siguientes del libro. Los titula Pensar el pensamiento: Yuri Moskvitin y la antroposfera y El agujero negro de la consciencia. En ellos Lachman nos ofrece un acertado resumen de los planteamientos de este autor danés que exige una lectura de estas páginas. Un pensamiento, el de Moskvitin, que se podría sintetizar, con todos los riesgos que se corre de comprimir tanto una teoría meditada y amplia, en su concepto de antroposfera: “nombre inusual con el que se refiere al mundo creado por la consciencia humana, que, a su entender, lo incluye todo, desde las pinturas rupestres a la teoría de la relatividad”; es decir, vivimos en un mundo que es mucho más humano que natural, que es, en definitiva, producto de la mente humana. Por lo que respecta a ese agujero negro de la consciencia, Lachman se refiere a la incapacidad de conocer nuestro yo más íntimo, ya que, al reflexionar sobre él, hay una petición de principio: quién observa al que observa, al que reflexiona. Como decimos, son dos capítulos de una lectura muy sugestiva.
Los dos siguientes capítulos, Otros tiempos y lugares y La facultad X, los dedica Lachman a Colin Wilson. Es difícil sintetizar el amplio resumen que hace de este autor. Mejor, utilizar para describirlo, las propias palabras de Lachman: “Uno de los escasos pensadores que han valorado las ideas de Moskvitin es Colin Wilson, que ha dedicado casi medio siglo a lidiar con el problema de la consciencia. Sus ideas sobre la Facultad X y nuestra capacidad para traspasar los límites del presente y experimentar otras épocas y lugares nos permiten entrever algunos poderes, hoy adormecidos pero quizá pronto activos, latentes en la mente humana”. Teorías ciertamente controvertidas pero que Lachman considera conveniente aportar en apoyo de su propuesta.
Presencia del origen
Llegamos, así, a la quinta parte de la obra, Presencia del origen, centrada en la obra de un solo pensador, el filósofo de la cultura Jean Gebser. Ciertamente, no se trata de un autor ampliamente conocido, pero sí lo es para quienes se interesan en las ideas sobre la evolución y la historia de la consciencia. Así, Lachman se detiene en la obra Origen y presente, que data de 1949, obra exigente e intimidadora. ¿Y por qué lo hace así Lachman? En primer lugar porque opina, quizás sin demasiada justificación, que sus ideas merecen ser mejor conocidas; pero también, en segundo lugar, porque tal vez constituya su obra la defensa más extensamente razonada y bien documentada que existe de la evolución de la consciencia. Pero, curándose en salud, Lachman afirma que no pretende decir que la argumentación de Gebser sea la correcta, sino que presenta unas pruebas muy convincentes. Y, como dedica muchas páginas a la vida de aquel filósofo, lo justifica en que su vida encarna un pensamiento clave: que la filosofía está para ser vivida y no meramente pensada.
Su análisis de Gebser lo desarrolla en cuatro capítulos. El primero de ellos lo titula La ascensión al Monte Veontoux, en alusión a la ascensión que hiciera Petrarca a esta cumbre sin una motivación pragmática, sino por el simple deseo de contemplar el panorama, algo inaudito hasta ese momento, y que le produjo una experiencia única. Lachman comenta la biografía de Gebser, haciendo hincapié en las cinco estructuras mentales que concibió y cómo la civilización occidental ha estado sumida en la agonía de la estructura vigente de su consciencia; y de cómo nos encaminamos precipitadamente hacia una nueva forma de consciencia que se manifestaría en una nueva experiencia del tiempo. Pensaba Gebser que la raza humana se dirigiría en las décadas venideras hacia una catástrofe global, una era de absoluto materialismo científico y desprovista de espíritu pero que se podría evitar con voluntad y capacidad de visión.
Estructuras de la consciencia, La estructura mental-racional y La estructura integral son los tres siguientes capítulos que Lachman dedica al estudio de la obra de Gebser. Y lo hace partiendo del análisis de su libro ya citado Origen y presente, un tomo de una seiscientas páginas de enseñanzas y sabidurías inmensas destinadas a un lector ya iniciado en ciertos aspectos de la historia de la cultura y de la civilización occidental, así como en los aspectos más esotéricos de la creatividad humana. Lachman explica con detalle las estructuras propuestas por Gebser: la arcaica, la mágica, la mítica, la mental-racional y la mental integral, teniendo siempre en cuenta que, según el propio Gebser, en esta evolución de las estructuras de la consciencia, las anteriores continúan activas y presentes en la nuestra.
Epílogo
Con esto, llegamos al Epílogo que Lachman titula Ganando tiempo, en alusión a esa nueva forma de consciencia manifestada, según Gebser, en una novedosa experiencia del tiempo. Es justamente el tiempo el eje central de este último apartado del libro. Nos encontramos en un mundo más frenético, más rápido, aunque hay quienes no están de acuerdo con la situación e impulsan movimientos desaceleradores que invitan a pisar el freno.
Pero hay más circunstancias: la opinión de que el pasado continúa existiendo y está presente a la consciencia, necesitando solo un reajuste para que nos sea accesible; la idea de que lo pictórico, el mundo de la imagen, que llena nuestra vida está sustituyendo al pensamiento racional-lineal; incluso, el mundo del libro, que nos invita a salir del aquí y ahora para penetrar pausadamente en otro espacio-tiempo, parece llamado a quebrarse; que el ego, nuestra consciencia del yo, en cuanto necesitado de trascendencia, no es algo que se pueda desestimar sin más; … Todo ello nos invita a pensar que la experiencia humana del tiempo está sufriendo una mutación fundamental; que asistimos a alguna transformación de las cosas; que la consciencia humana, al menos en el mundo occidental, se encamina hacia un cambio radical en su infraestructura mental o está ya en sus primeras fases y que este cambio comportará una nueva experiencia del tiempo. Se inclina Lachman por pensar que estamos ante una transformación de la consciencia misma y que disponemos del potencial necesario para llevarla a cabo. Y cierra citando esta frase de Gebser: “el mundo nunca será un paraíso. Si llegase a serlo, su existencia se volvería ilusoria. No nos engañemos ni sucumbamos a falsas esperanzas. El mundo no mejorará demasiado, tan solo será un poco distinto y tal vez sepa valorar un poco más las cosas que realmente importan”.
Concluyendo
Nos hallamos ante una historia de la consciencia, no de la única historia de la consciencia; hay muchas otras, según reconoce el autor, quien confía en que vaya saliendo a la luz el mayor número de ellas. Tampoco son únicas las ideas de la consciencia aquí expuestas, sino que, como dice el propio Lachman, son una fracción de las muchas que se han concebido y cuyas implicaciones y posibilidades enriquecen nuestra vida. E, igualmente, reconoce que sus preferencias e intereses son las que han guiado la selección de autores y de vericuetos por los que nos ha conducido en esta su historia secreta de la consciencia.
Aunque nos muestra sus preferencias y aquellas opiniones por las que se inclina, el autor es muy respetuoso con el lector. Le ofrece datos, argumentos, informaciones, para que pueda ir llegando, si acepta cuanto se le propone, a las conclusiones que pretende defender. Es un logro alcanzado.
En cualquier caso, el libro resulta sumamente ameno y de asequible lectura, pese a lo complejo del tema tratado. Evidentemente, en asunto tan complicado, la diversidad de opiniones es abundante. No las esconde Lachman, aunque corresponde al lector encontrar la suya propia y oponerla, razonadamente, a las por él expuestas.
En cuanto a la presentación del libro, es de destacar lo cuidado de la edición. Encuadernado en cartoné, con tipología gráfica muy clara y generosa distribución del texto, con guardas bellamente ilustradas. Las notas, por capítulos, se incluyen al final, haciendo así, más fácil la lectura. Aunque podría ampliar mucho la bibliografía, Gary Lachman se ha circunscrito a la más esencial a los efectos de su obra, una obra de recomendable lectura.
Índice
Introducción. La consciencia explicada
Primera parte. En busca de la consciencia cósmica
Capítulo 1. R.M. Bucke y el futuro de la humanidad
Capítulo 2. William James y la revelación anestésica
Capítulo 3. Henri Bergson y el élan vital
Capítulo 4. El superhombre
Capítulo 5. A.R. Orage y la New Age
Capítulo 6. La cuarta dimensión de Ouspensky
Segunda parte. Evolución esotérica
Capítulo 7. El obispo y el bulldog
Capítulo 8. Que entre Madame
Capítulo 9. El doctor Steiner, supongo
Capítulo 10. De la ciencia de Goethe a la sabiduría del ser humano
Capítulo 11. La evolución cósmica
Capítulo 12. La hipnagogia
Tercera parte. La arqueología de la consciencia
Capítulo 13. La mente invisible
Capítulo 14. Romper el cascarón
Capítulo 15. El mundo perdido
Capítulo 16. La consciencia no cerebral
Capítulo 17. La escisión
Cuarta parte. Epistemología participativa
Capítulo 18. El impacto de la metáfora
Capítulo 19. La mente participativa
Capítulo 20. El tapiz de la naturaleza
Capítulo 21. Pensar el pensamiento: Yuri Moskvitin y la antroposfera
Capítulo 22. El agujero negro de la consciencia
Capítulo 23. Otros tiempos y lugares
Capítulo 24. La facultad X
Quinta parte. La presencia del origen
Capítulo 25. La ascensión al monte Ventoux
Capítulo 26. Estructuras de la consciencia
Capítulo 27. La estructura mental-racional
Capítulo 28. La estructura integral
Epílogo. Ganando tiempo
Notas
Bibliografía selecta
Título: Una historia secreta de la consciencia
Autor: Gary Lachman
Edita: Ediciones Atalanta, Girona, 2016, 2ª edición
Traducción: Isabel Margelí
Encuadernación: Cartoné, con guardas ilustradas
Número de páginas: 466
ISBN: 978-84-945231-5-1
Precio: 27 euros
La primera edición original de esta obra apareció en 2003. Han pasado, pues, trece años hasta que la Editorial Atalanta nos diera la oportunidad de acceder a ella en nuestro idioma. Hecho que podemos considerar de afortunado acierto, ya que se trata de una interesante manera de exponernos cómo ha evolucionado en la historia ese concepto tan lábil que llamamos consciencia.
El impulso que empuja al autor para el desarrollo de su propuesta es el debate que se ha suscitado acerca de la esencia, del modo de ser, de la constitución de la consciencia. ¿Se trata únicamente del producto de una serie de operaciones de nuestro cerebro, circunscrito, por tanto, a un principio físico? ¿O, por el contrario, se trata de algo que va más allá de lo puramente cerebral?
Lachman, desde las primeras páginas y para que no exista duda, deja meridianamente clara su postura: “siempre existirán individuos como yo, que consideren que todo el proyecto científico de explicar la consciencia está mal encaminado. Para nosotros, explicar la consciencia sería lo mismo que ‘explicar’ una cantata de Bach o Los Girasoles, de Van Gogh”.
Trata, pues, de dar respuesta a una corriente que sostiene la postura contraria y cuyo representante más influyente sea Daniel Dennet y su libro La consciencia explicada, editado en 1992, y a quien se han sumado otros científicos de la importancia de Nicholas Humphrey y John Searle, entre otros.
Pero no nos llamemos a engaño. Este libro no trata de explicar la conscienca ni es, en ningún sentido, una explicación científica del cerebro o de nuestro mundo interior. Esa tarea corresponde a otros especialistas. Lo que pretende Lachman es exponer que el actual monopolio sobre la consciencia por parte de científicos y algunos filósofos académicos es infundado; estos, en sus explicaciones oficiales, excluyen toda una historia del pensamiento sobre la consciencia y su posible evolución.
¿Pretende, pues, el autor que es estéril el estudio científico de la consciencia y que, por ende, ha de ser abandonado? Ni mucho menos, ya que eso sería muy reduccionista a la par que absurdo; lo que defiende es la importancia de integrar lo que la ciencia nos cuenta sobre el cerebro y la mente en una perspectiva más amplia, en una imagen más grande de la historia de la humanidad y en una visión más extensa de su futuro.
Para ello, Lachman se centra en la tradición metafísica, espiritual y esotérica, sin temor a las suspicacias que puedan despertar algunos de tales términos, revestidos en ocasiones de un carácter peyorativo. Piensa que, en esa tradición, la consciencia, más que ser explicada, se convierte en la protagonista del drama. Lo que expresa así: “Para decirlo de forma resumida, si las actuales explicaciones científicas de la consciencia se basan en las moléculas y en las neuronas, en la contradicción es la propia consciencia la responsable de esas neuronas y moléculas”. Es claro: para los materialistas, la materia es lo primero y, para la tradición contraria, lo primero es la consciencia.
Y no una consciencia estática, producto finalizado e inmutable del cerebro, sino que se trata de una presencia viva y en evolución, cuyo desarrollo puede seguirse a lo largo de varios períodos históricos; un desarrollo que Lachman, con gran acierto, nos propone visitar a lo largo de las páginas de este libro.
Son claras sus palabras: “la idea primordial es que los seres humanos, tal como son, no constituyen el punto final de una evolución, y que su consciencia, tal como es, no es un estado definitivo alcanzado por casualidad. […] aún existe la posibilidad de que los seres humanos evolucionen hacia algo muy diferente y de que dicha diferencia adopte la forma de una consciencia nueva, más amplia y expansiva, que ya se ha manifestado en el pasado y continúa haciéndolo en el presente”. Ese es, pues, el objetivo de la presente obra: con la mirada puesta en el ayer más lejano de nuestro despertar consciente, prever qué podría ser exactamente tal consciencia nueva.
Desde la propia Introducción del libro, Lachman nos señala las características que conforman esa nueva consciencia y lo hace buscando el apoyo de autores como Danah Zohar, Wolf Singer, Denis Pare, Rodolfo Llinás o Yuri Moskvitin, algunos de ellos estudiados con más detenimiento en alguno de los capítulos.
El estudio y exploración de la consciencia, en contraposición al intento de explicarla cuenta ya con una larga historia, pues se presenta bajo la apariencia de prácticas religiosas y espirituales. Ahora bien, como búsqueda filosófica y científica vinculada a la idea de evolución, sus raíces apenas datan de finales del siglo XIX y principios del XX.
En busca de la consciencia cósmica
Y así da comienzo la trayectoria de la obra, con una primera parte: En busca de la consciencia cósmica, en la que Lachman aporta detalles de las ideas y el entorno cultural relacionados con aquellos primeros viajes de la mente.
En un primer capítulo, el autor se detiene en analizar la vida y obra de Richard Maurice Bucke y su pensamiento principal: la humanidad está evolucionando hacia una forma de consciencia superior, que el Cosmos no es una materia muerta, sino una presencia viva. Este desarrollo de la consciencia, a modo darwiniano, tendría forma de pirámide invertida, en cuya base se situaría la mente perceptiva, desde la que se pasa a la mente receptiva y de esta a la mente conceptual para culminar en la consciencia cósmica, una consciencia del cosmos.
Curioso es el segundo capítulo, William James y la revelación anestésica, en el que traza unas breves pinceladas sobre este pintoresco filósofo, psicólogo y científico quien, reconociendo el valor del moderno método científico, no dudó en deplorar su tendencia a tachar de irreales los fenómenos y experiencias que escapaban a su metodología. Fraguó el concepto de “voluntad de creer”, que afirmaba que la efectividad de una creencia es un buen indicador de su valor como verdad, dando un validez a la experiencia como una fundamento más sólido que los sistemas metafísicos.
Más destacado es el personaje analizado en el capítulo tres, Henri Bergson y su élan vital. Lachman supera con mesurado acierto el condensar en unas pocas páginas el complejo pensamiento del autor que analiza, un autor, Bergson, interesado por los problemas de la consciencia, la evolución y los estados alterados del ser y que culminó su obra defendiendo una evolución creadora. Sostenía que los hechos psicológicos son cualitativamente diferentes de los físicos, por lo que la consciencia es un dato irreductible al determinismo científico, concluyendo que es la consciencia la que utiliza al cerebro y no es un producto de este. No compartía la idea determinista de la evolución, sino que propugnaba su pensamiento de un impulso creador, el élan vital, que penetra en la materia y conduce la evolución a formas de mayor complejidad y libertad. Finalmente, apuntaba que la consciencia cósmica es una percepción del mundo no limitada ni filtrada por el cerebro, tal como explica Lachman: “así pues, la consciencia invadió la materia con el fin de utilizarla para su propósito, que es incrementar la consciencia”.
Dicho esto, le toca el turno a El superhombre, tema que aborda el capítulo cuarto. Y, evidentemente, se trata de la propuesta de Nietszche. En este apartado, el autor no se detiene en explicar su teoría del superhombre, sino que, tras unas breves reflexiones, nos lleva a la conclusión de que su superhombre no enlazaba con la idea de una evolución de la consciencia, puesto que no creía en una realidad espiritual. Pero sí lo trae a colación como una consecuencia de la hipótesis que propugna que la evolución lleva a la humanidad a la aparición de un ser superior. Pero sí aprovecha Lachman para acercarnos al ocultismo; nos dice: “Un terreno en que coincidieron la doctrina biológica de la evolución, la figura visionaria del superhombre y la idea de que la humanidad se adentraba en una nueva forma de consciencia, fue el ocultismo”, un fenómeno que gozó de gran vitalidad en el siglo XIX y comienzos del XX. Así nos deja a las puertas del capítulo quinto, A.R. Orage y la New Age.
Gary Lachman se detiene en proponer una sucinta síntesis del pensamiento de Alfred Orage, a quien muchos inscriben dentro de la escuela esotérica Cuarto Camino. Unas líneas de su credo, expresado en el primer número de The New Age, del que fue coeditor, nos ayudarán a entender la esencia de su pensamiento: “Con la fe en que el objeto y propósito predilectos de la voluntad universal de vivir es la creación de una raza de seres suma y progresivamente inteligentes ...” Pensaba que poseemos diferentes formas de consciencia, así como que la humanidad entera evoluciona lentamente hacia un nuevo tipo de ser. Lachman expone, además, las relaciones de Orage con otros pensadores de su época, resultando este capítulo muy enriquecedor para el conocimiento de los movimientos de esta naturaleza producidos en los comienzos del siglo XX. Una de esas personas estrechamente vinculada con Orage fue Piotr Demiánovich Ouspenski , a quien dedica su sexto capítulo, con especial incidencia en su llamada Cuarta Dimensión.
El autor lo define como uno de los “hombres nuevos” de los que hablaba Orage y a estudiarlo con detenimiento se dedica en las páginas de este sexto capítulo con el que culmina la primera parte de su obra. Nos describe su biografía, su manera de proceder, sus inquietudes y sus experiencias, para culminar en un análisis más detenido de la quizás más importante obra de Ouspenski, Tertium Organum, un alarde de especulación metafísica, entusiasmo intelectual, penetración poética y optimismo evolucionista. Nos describe dos obsesiones de Ouspenski: la del déja vu, que le lleva al nieztscheano eterno retorno, y su convicción de que tras la fachada del mundo cotidiano yace otra realidad, una cuarta dimensión. Define Lachman como tema básico de Tertium Organum la necesidad de traspasar los límites artificiales del conocimiento impuestos por la inadecuada lógica de la ciencia positivista, para demostrar que nuestra consciencia cotidiana y normal es solo un modo de consciencia y que el mundo físico que percibimos a través de ella es su producto. Se trata de un importante capítulo dentro de esta primera parte de la obra.
La evolución esotérica
La Evolución esotérica constituye la segunda parte, que se abre con el capítulo El obispo y el bulldog, el séptimo del libro. Un capítulo de mera transición, en el que expone los comienzos de la teoría de Darwin, con sus antecedentes y posteriores pensadores, haciendo hincapié en que aquella teoría de la evolución, a su juicio, hacía innecesaria la mente para justificar la evolución de las especies. El título del capítulo está referido al debate celebrado en 1860 entre el arzobispo Wilberforce y el biólogo Huxley, conocido como el bulldog de Darwin.
Que entre Madame es el título del capítulo octavo. Por supuesto, esta madame no puede ser otra que Helena Petrova Blavatsky, personaje muy controvertido en su época y no muy apreciada en la actualidad. Pero si Lachman la hace aparecer en escena es porque considera que fue la primera persona que defendió con energía un elemento transfísico en la evolución, presentado un esquema de la evolución cósmica y humana considerablemente distinto del ofrecido por la ciencia moderna. Justifica lo llamativo de su aparición en el panorama del siglo XIX por el advenimiento de la segunda ley de la termodinámica de Clausius, que ofrecía un futuro pesimista al cosmos y a la humanidad, a la que Blavatsky contraponía algún tipo de esperanza con sus teorías. Lógicamente, no defiende el autor a la extravagante médium, pero sí expone lo acertado de algunas de sus propuestas, como son la de la unidad fundamental de toda la existencia; la idea, corolario de la anterior, de que el universo está vivo; la de que el ser humano es un microcosmos que comprende en sí todas las fuerzas que operan en el universo, etc. Quizás, este capítulo sería prescindible, salvo como anécdota o como introductor del personaje que aparece en el siguiente: El doctor Steiner, supongo.
En este capítulo, el noveno, se limita el autor a presentarnos a Rudolf Steiner, comentando algo de su biografía y de quienes influyeron en su pensamiento: Goethe, Euclides, Kant, … junto a otras personas a las que la historia prácticamente desconoce. Serán los capítulos diez y once los que nos abran las puertas a sus propuestas, que Lachman analiza en detalle.
En el capítulo 10, De la ciencia de Goethe a la sabiduría del ser humano, el autor comienza con estas líneas: “Steiner combinó su sensibilidad psíquica, sus conocimientos sobre la cosmovisión de Goethe y el marco evolutivo de La doctrina secreta para elaborar una versión extraordinaria de la evolución humana y cósmica. Puso a su enseñanza el nombre de antroposofía”. Y lo hacía en un momento en que el cientificismo se había establecido como garante oficial de la verdad, a lo que Steiner contraponía que la ciencia tiene que combatirse con la ciencia, asunto al que se dedicó de lleno. En el fondo, lo que se proponía era una investigación rigurosa y la exploración de la consciencia, es decir, entender cómo nuestra consciencia llegó a ser lo que es en la actualidad. O lo que es lo mismo, la consciencia en evolución: “El hombre no solo está ahí para formarse una imagen de un mundo concluido; no: él mismo coopera en la existencia efectiva del mundo”.
Y Lachman continúa su análisis en el capítulo siguiente, La evolución cósmica. Aquí recoge y sintetiza la doctrina de Steiner sobre la evolución de nuestro sistema solar hasta llegar a la materialización actual de la tierra, previendo nuevas fases de una creciente espiritualización, un proceso que viene guiado por las jerarquías espirituales; todo un sistema que elaboró tras la lectura de los registros akáshicos. También Lachman se refiere a los estados de consciencia que propuso Steiner, recogidos en la serie de conferencias disponibles bajo el título La teosofía del rosacruz. Pese a la complejidad del tema, el autor nos ofrece una buena síntesis del pensamiento de la antroposofía.
Esta segunda parte de la obra, dedicada a la evolución esotérica, se cierra con La hipnagogia, término relativamente reciente, poco conocido hasta los planteamientos del profesor de la universidad de Brunel, Andreas Mavromatis, quien publicó la primera obra exhaustiva sobre ese estado de consciencia excepcional entre la vigilia y el sueño; unos estados que, pese a no saber cómo reconocerlos, nos son habituales diariamente. El autor dedica este bloque a explicar la relación del cerebro con la hipnagogia, apuntando que coincide tal situación de la consciencia con los planteamientos de Rudolf Steiner, lo que viene a confirmar su carácter evolutivo y que da pie a pensar que existen muchas realidades y que lo que llamamos estado de vigilia es solo una de ellas. Finaliza con las siguientes palabras: “si esta evolución de la consciencia puede verse en la propia estructura del cerebro […] la pregunta siguiente es: ¿ha dejado dicha evolución alguna otra huella? […] ¿existe algún registro fósil de la mente?”. Justamente lo que trata en la tercera parte del libro, con el apropiado título La arqueología de la consciencia.
La arqueología de la consciencia
En ella, el autor examina las pruebas que demuestran qué tipo de consciencia pudieron experimentar nuestros antepasados antiguos y prehistóricos; si la consciencia ha evolucionado, no cabe duda de que hemos llegado al punto actual a través de etapas previas.
La mente invisible es el primer bloque de esta nueva parte de la obra. Y esto es así porque, cuando pretendemos estudiar la historia de la consciencia, nos enfrentamos al hecho de que no existen restos fósiles, por el simple hecho de que no es material, es libre respecto a la materialidad. Hoy solo disponemos de nuestra propia consciencia que, en contra del cientificismo, no se constriñe a nuestro cerebro. Y algo más: nuestra consciencia, nuestro verdadero yo, nos es realmente invisible, no es asible por nuestros medios, se nos escapa. Y, siendo esto así, ¿cómo podemos saber que ha evolucionado? Pues porque aunque no sea material, no carece de relación con la materia; podemos ver cómo la penetra y la desarrolla desde sus estadios más tempranos hasta cuerpos cada vez más refinados y complejos. Y es ahí donde pensadores como Bergson o Teilhard de Chardin pueden dibujar el movimiento evolutivo de la consciencia a través de la materia. Llegados a este punto, la meta ya no es el control directo de esa materia, sino que la consciencia se centra en el desarrollo y crecimiento del mundo interior, estableciendo nuevas maneras de interactuar y relacionarse con aquella. ¿Cómo? A través del arte, la ciencia y la religión, en una palabra, de la cultura.
Pero, ¿cuándo empezó exactamente la mente a dejar su huella en el mundo físico? No se conoce la respuesta ni, probablemente, se conocerá nunca, aunque Lachman sugiere que sí ha dejado algún rastro que se sitúa en los mitos, una etapa de preconsciencia. Alude al ejemplo de los niños que, hasta los dos años, no rompen el cascarón de su estado urobórico, en el que no distinguen ninguna ruptura entre ellos y el mundo exterior y trae como ejemplo el mito de la expulsión del edén que, opina, “es el trauma que experimenta cada ser humano al salir del cascarón urobórico de la infancia”. En cualquier caso, sugiere que la aparición de la autoconsciencia es relativamente reciente, situándola en el comienzo de un registro escrito, la historia, el nacimiento de la civilización.
Seguidamente, Gary Lachman dedica un extenso capítulo, el quince, a El mundo perdido. En él recorre diversas teorías que, aunque no probadas científicamente pero basadas en determinados hallazgos, permiten especular con cierta racionalidad y fundamento. Nos habla de Marija Gimbutas y su civilización matriarcal, muy desarrollada, anterior incluso a la egipcia, y que desapareció aplastada por otras más burdas. Aporta los trabajos de Stan Gooch sobre los conocimientos de los neandertales, que no eran tan primitivos como se admite habitualmente y que hoy perviven apresados dentro de nuestro cerebro. También Richard Rudgley, quien defiende las pruebas de la existencia de una lengua paleolítica o unas matemáticas de la edad de piedra. Finalmente, los trabajos de Paul Devereux acerca de la afición primitiva por los estados alterados de consciencia y la aparición de un talento astronómico aparecido en una edad muy temprana. Trae a colación inexplicables hallazgos de anomalías evolutivas, como la presencia de fósiles anatómicamente modernos en épocas arcaicas. Todo ello para concluir que “estas anomalías dan a entender que la pulcra y metódica versión de la ‘ascensión del hombre’ desde los simiescos ancestros primitivos hasta nosotros no es tan evidente como quieren afirmar los expertos”. Esto es lo que Lachman afirma.
En un paso más, el autor dedica un capítulo a La consciencia no cerebral. Propone que la consciencia de nuestros antepasados prehistóricos fue muy diferente a la nuestra y no debía de diferir mucho de la de los animales. Se trataba de una consciencia con un conocimiento, no por aprendizaje, sino por una captación irreflexiva e inmediata de las leyes fundamentales de la existencia. Pero, con la explosión cerebral esto cambió. Sin embargo, parece que la física cuántica y la relatividad abren la puerta a un universo más concordante con la cosmología de los antiguos. En apoyo de su teoría, realiza un estudio de la obra de Réné Schwaller y sus investigaciones sobre la esfinge y otros monumentos del antiguo Egipto que abundan en la idea de la existencia de una civilización muy anterior a la histórica que conocemos, dotada de ese conocimiento inmediato, de intuición, y que vendría a estar confirmada por hallazgos arqueológicos cuya datación no se corresponde con la admitida por la arqueología convencional.
Pese a ello, en un momento dado, mejor, a lo largo de un período largo, se produjo una escisión en nuestro cerebro, por la que perdimos esa manera de conocer inmediata e intuitiva. Una escisión, por otro lado, necesaria para que se produjera la evolución. Nuestros ancestros no tenían necesidad de de explorar el cosmos, lo tenían ahí, estaban como en casa; gozaban de una consciencia comunal y la escisión comienza, precisamente, cuando se toma consciencia de la individualidad. En tal sentido, apunta, citando a otros autores, que nuestra mente lineal proviene de nuestra ascendencia cromañoide, mientras las cualidades místicas e intuitivas son herencia de los neandertales. Un signo importante del inicio de esa escisión es la aparición del alfabeto, fruto de un esfuerzo abstracto y lineal, que dominará a la parte intuitiva del cerebro. En la actualidad, con la aparición de internet, parece que nos podemos estar alejando de ese pensamiento lineal para volver al renacimiento de la imagen. Shlain, Gooch, Julian Jaynes y Wilson Van Dusen, son algunos de los autores que cimientan los planteamientos de Lachman. Y con ellos cierra la tercera parte del libro para adentrarnos en la cuarta, dedicada a la Epistemología participativa.
Epistemología participativa
En ella, trata de cómo pudo ser la consciencia antes de aquella escisión y sobre cómo podría ser en el futuro. Se apoya en tres autores, Owen Barfield (que nos muestra cuánto puede decirnos la historia del lenguaje sobre la evolución de la consciencia), Yuri Moskvitin (que trató sobre nuestros mecanismos de percepción y la relación de la consciencia con el mundo exterior como un todo) y Colin Wilson (quien habla de nuestra capacidad para traspasar los límites del presente y experimentar otras épocas y lugares).
Y, en efecto, en El impacto de la metáfora, se detiene Lachman en Owen Barfield. La idea esencial de este discípulo de Rudolf Steiner, la resume el autor: “Con el tiempo no solamente han evolucionado nuestras ideas sobre las cosas, sino también nuestra consciencia de ellas, y esa evolución queda registrada en el lenguaje. Y aunque la concepción estándar de la evolución supone una consciencia muy similar a la nuestra, confrontada con un mundo exterior preexistente compuesto por objetos distintos, independientes e impermeables, lo que queda registrado en el lenguaje […] es algo diferente”. A medida que retrocedemos en la historia, el lenguaje se vuelve más figurativo, más metafórico y más semejante al de la poesía de lo que es hoy. Para Barfield, los relatos sobre espíritus de la naturaleza, cuentos populares y mitos y leyendas, todo eso tiene su origen en la consciencia participativa de la que ya hemos hablado y que evoluciona al estadio actual.
Todavía muchas más páginas dedica Lachman a la obra de Barfield: el capítulo diecinueve, La mente participativa, y el veinte, El tapiz de la naturaleza. En el primero de estos dos, se concluye que, según Barfield, el mundo que vemos es como es porque nuestra consciencia es como es; si esta, nuestra consciencia, fuera distinta, el mundo también lo sería. Y en el siguiente, se refiere a que la historia del lenguaje es tan importante porque revela una consciencia y un mundo diferentes de los nuestros. Resultan muy interesantes estos capítulos dedicados a Barfield, que merecen una lectura reposada, recorriendo su pensamiento a través de sus principales obras.
Yuri Moskvitin es el protagonista de los dos capítulos siguientes del libro. Los titula Pensar el pensamiento: Yuri Moskvitin y la antroposfera y El agujero negro de la consciencia. En ellos Lachman nos ofrece un acertado resumen de los planteamientos de este autor danés que exige una lectura de estas páginas. Un pensamiento, el de Moskvitin, que se podría sintetizar, con todos los riesgos que se corre de comprimir tanto una teoría meditada y amplia, en su concepto de antroposfera: “nombre inusual con el que se refiere al mundo creado por la consciencia humana, que, a su entender, lo incluye todo, desde las pinturas rupestres a la teoría de la relatividad”; es decir, vivimos en un mundo que es mucho más humano que natural, que es, en definitiva, producto de la mente humana. Por lo que respecta a ese agujero negro de la consciencia, Lachman se refiere a la incapacidad de conocer nuestro yo más íntimo, ya que, al reflexionar sobre él, hay una petición de principio: quién observa al que observa, al que reflexiona. Como decimos, son dos capítulos de una lectura muy sugestiva.
Los dos siguientes capítulos, Otros tiempos y lugares y La facultad X, los dedica Lachman a Colin Wilson. Es difícil sintetizar el amplio resumen que hace de este autor. Mejor, utilizar para describirlo, las propias palabras de Lachman: “Uno de los escasos pensadores que han valorado las ideas de Moskvitin es Colin Wilson, que ha dedicado casi medio siglo a lidiar con el problema de la consciencia. Sus ideas sobre la Facultad X y nuestra capacidad para traspasar los límites del presente y experimentar otras épocas y lugares nos permiten entrever algunos poderes, hoy adormecidos pero quizá pronto activos, latentes en la mente humana”. Teorías ciertamente controvertidas pero que Lachman considera conveniente aportar en apoyo de su propuesta.
Presencia del origen
Llegamos, así, a la quinta parte de la obra, Presencia del origen, centrada en la obra de un solo pensador, el filósofo de la cultura Jean Gebser. Ciertamente, no se trata de un autor ampliamente conocido, pero sí lo es para quienes se interesan en las ideas sobre la evolución y la historia de la consciencia. Así, Lachman se detiene en la obra Origen y presente, que data de 1949, obra exigente e intimidadora. ¿Y por qué lo hace así Lachman? En primer lugar porque opina, quizás sin demasiada justificación, que sus ideas merecen ser mejor conocidas; pero también, en segundo lugar, porque tal vez constituya su obra la defensa más extensamente razonada y bien documentada que existe de la evolución de la consciencia. Pero, curándose en salud, Lachman afirma que no pretende decir que la argumentación de Gebser sea la correcta, sino que presenta unas pruebas muy convincentes. Y, como dedica muchas páginas a la vida de aquel filósofo, lo justifica en que su vida encarna un pensamiento clave: que la filosofía está para ser vivida y no meramente pensada.
Su análisis de Gebser lo desarrolla en cuatro capítulos. El primero de ellos lo titula La ascensión al Monte Veontoux, en alusión a la ascensión que hiciera Petrarca a esta cumbre sin una motivación pragmática, sino por el simple deseo de contemplar el panorama, algo inaudito hasta ese momento, y que le produjo una experiencia única. Lachman comenta la biografía de Gebser, haciendo hincapié en las cinco estructuras mentales que concibió y cómo la civilización occidental ha estado sumida en la agonía de la estructura vigente de su consciencia; y de cómo nos encaminamos precipitadamente hacia una nueva forma de consciencia que se manifestaría en una nueva experiencia del tiempo. Pensaba Gebser que la raza humana se dirigiría en las décadas venideras hacia una catástrofe global, una era de absoluto materialismo científico y desprovista de espíritu pero que se podría evitar con voluntad y capacidad de visión.
Estructuras de la consciencia, La estructura mental-racional y La estructura integral son los tres siguientes capítulos que Lachman dedica al estudio de la obra de Gebser. Y lo hace partiendo del análisis de su libro ya citado Origen y presente, un tomo de una seiscientas páginas de enseñanzas y sabidurías inmensas destinadas a un lector ya iniciado en ciertos aspectos de la historia de la cultura y de la civilización occidental, así como en los aspectos más esotéricos de la creatividad humana. Lachman explica con detalle las estructuras propuestas por Gebser: la arcaica, la mágica, la mítica, la mental-racional y la mental integral, teniendo siempre en cuenta que, según el propio Gebser, en esta evolución de las estructuras de la consciencia, las anteriores continúan activas y presentes en la nuestra.
Epílogo
Con esto, llegamos al Epílogo que Lachman titula Ganando tiempo, en alusión a esa nueva forma de consciencia manifestada, según Gebser, en una novedosa experiencia del tiempo. Es justamente el tiempo el eje central de este último apartado del libro. Nos encontramos en un mundo más frenético, más rápido, aunque hay quienes no están de acuerdo con la situación e impulsan movimientos desaceleradores que invitan a pisar el freno.
Pero hay más circunstancias: la opinión de que el pasado continúa existiendo y está presente a la consciencia, necesitando solo un reajuste para que nos sea accesible; la idea de que lo pictórico, el mundo de la imagen, que llena nuestra vida está sustituyendo al pensamiento racional-lineal; incluso, el mundo del libro, que nos invita a salir del aquí y ahora para penetrar pausadamente en otro espacio-tiempo, parece llamado a quebrarse; que el ego, nuestra consciencia del yo, en cuanto necesitado de trascendencia, no es algo que se pueda desestimar sin más; … Todo ello nos invita a pensar que la experiencia humana del tiempo está sufriendo una mutación fundamental; que asistimos a alguna transformación de las cosas; que la consciencia humana, al menos en el mundo occidental, se encamina hacia un cambio radical en su infraestructura mental o está ya en sus primeras fases y que este cambio comportará una nueva experiencia del tiempo. Se inclina Lachman por pensar que estamos ante una transformación de la consciencia misma y que disponemos del potencial necesario para llevarla a cabo. Y cierra citando esta frase de Gebser: “el mundo nunca será un paraíso. Si llegase a serlo, su existencia se volvería ilusoria. No nos engañemos ni sucumbamos a falsas esperanzas. El mundo no mejorará demasiado, tan solo será un poco distinto y tal vez sepa valorar un poco más las cosas que realmente importan”.
Concluyendo
Nos hallamos ante una historia de la consciencia, no de la única historia de la consciencia; hay muchas otras, según reconoce el autor, quien confía en que vaya saliendo a la luz el mayor número de ellas. Tampoco son únicas las ideas de la consciencia aquí expuestas, sino que, como dice el propio Lachman, son una fracción de las muchas que se han concebido y cuyas implicaciones y posibilidades enriquecen nuestra vida. E, igualmente, reconoce que sus preferencias e intereses son las que han guiado la selección de autores y de vericuetos por los que nos ha conducido en esta su historia secreta de la consciencia.
Aunque nos muestra sus preferencias y aquellas opiniones por las que se inclina, el autor es muy respetuoso con el lector. Le ofrece datos, argumentos, informaciones, para que pueda ir llegando, si acepta cuanto se le propone, a las conclusiones que pretende defender. Es un logro alcanzado.
En cualquier caso, el libro resulta sumamente ameno y de asequible lectura, pese a lo complejo del tema tratado. Evidentemente, en asunto tan complicado, la diversidad de opiniones es abundante. No las esconde Lachman, aunque corresponde al lector encontrar la suya propia y oponerla, razonadamente, a las por él expuestas.
En cuanto a la presentación del libro, es de destacar lo cuidado de la edición. Encuadernado en cartoné, con tipología gráfica muy clara y generosa distribución del texto, con guardas bellamente ilustradas. Las notas, por capítulos, se incluyen al final, haciendo así, más fácil la lectura. Aunque podría ampliar mucho la bibliografía, Gary Lachman se ha circunscrito a la más esencial a los efectos de su obra, una obra de recomendable lectura.
Índice
Introducción. La consciencia explicada
Primera parte. En busca de la consciencia cósmica
Capítulo 1. R.M. Bucke y el futuro de la humanidad
Capítulo 2. William James y la revelación anestésica
Capítulo 3. Henri Bergson y el élan vital
Capítulo 4. El superhombre
Capítulo 5. A.R. Orage y la New Age
Capítulo 6. La cuarta dimensión de Ouspensky
Segunda parte. Evolución esotérica
Capítulo 7. El obispo y el bulldog
Capítulo 8. Que entre Madame
Capítulo 9. El doctor Steiner, supongo
Capítulo 10. De la ciencia de Goethe a la sabiduría del ser humano
Capítulo 11. La evolución cósmica
Capítulo 12. La hipnagogia
Tercera parte. La arqueología de la consciencia
Capítulo 13. La mente invisible
Capítulo 14. Romper el cascarón
Capítulo 15. El mundo perdido
Capítulo 16. La consciencia no cerebral
Capítulo 17. La escisión
Cuarta parte. Epistemología participativa
Capítulo 18. El impacto de la metáfora
Capítulo 19. La mente participativa
Capítulo 20. El tapiz de la naturaleza
Capítulo 21. Pensar el pensamiento: Yuri Moskvitin y la antroposfera
Capítulo 22. El agujero negro de la consciencia
Capítulo 23. Otros tiempos y lugares
Capítulo 24. La facultad X
Quinta parte. La presencia del origen
Capítulo 25. La ascensión al monte Ventoux
Capítulo 26. Estructuras de la consciencia
Capítulo 27. La estructura mental-racional
Capítulo 28. La estructura integral
Epílogo. Ganando tiempo
Notas
Bibliografía selecta
Notas sobre el autor
Gary Lachman es escritor y músico. Nació en Bayonne, New Jersey, en 1955 y, desde 1996, vive en Londres. Entre 1975 y 1977 fue bajista, letrista y miembro fundador del grupo Blondie y, en 1981, guitarrista de Iggy Pop. Actualmente escribe y colabora para The Guardian, Mojo y The Times Literary Supplement. Es autor de In search of Ouspensky: The genius in the shadow of Gurdjieff, A dark muse: a history of the occult, Rudolf Steiner (publicado por Atalanta), Politics and the occult: the left, the right and the radically unseen y Jung the mistic, así como de numerosos artículos. Probablemente, este libro que comentamos sea el más importante de los suyos.
Gary Lachman es escritor y músico. Nació en Bayonne, New Jersey, en 1955 y, desde 1996, vive en Londres. Entre 1975 y 1977 fue bajista, letrista y miembro fundador del grupo Blondie y, en 1981, guitarrista de Iggy Pop. Actualmente escribe y colabora para The Guardian, Mojo y The Times Literary Supplement. Es autor de In search of Ouspensky: The genius in the shadow of Gurdjieff, A dark muse: a history of the occult, Rudolf Steiner (publicado por Atalanta), Politics and the occult: the left, the right and the radically unseen y Jung the mistic, así como de numerosos artículos. Probablemente, este libro que comentamos sea el más importante de los suyos.