Ficha Técnica
Título: Sosiego. El arte de envejecer
Autor: Wilhelm Schmid
Edita: Kairós, Barcelona, 2015
Colección: Ensayo
Traducción: Francisco García Lorenzana
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 104
ISBN: 978-84-9988-439-4
Precio: 9,50 euros
El tema de la vejez no es nuevo. Lógicamente, es viejo, muy antiguo. ¿Quién no recuerda el De senectute, de Cicerón? Después de él, sobre todo en los últimos tiempos, la bibliografía específica es abundante, aunque, probablemente, es mayoritaria la que aborda temas que ayudan a envejecer desde el punto de vista de la salud y el mantenimiento de vida activa, no tanto de reflexión sobre esta etapa de la vida y su significado ante el último tramo del existir. A este respecto, acude a la mente el último capítulo de las memorias del reconocido filósofo y teólogo Hans Küng, cuyas páginas encierran todo un tratado sobre el final de la vida y la actitud ante él. Tal y como ocurre con el libro que presentamos.
A un grupo de personas “mayores”, el autor les dio una conferencia sobre el envejecimiento. A todos les gustó mucho lo que dijo, pero, le advirtieron de que no sabía nada de lo que había explicado. A su juicio, hay que ser una persona “mayor” para poder entender y explicar ese paso tan natural de la vida que es el hacerse viejo.
En la actualidad, no está muy bien visto eso de tener muchos años. Se viste uno con ropas juveniles, se tiñe el pelo, pasa por quirófanos para borrar las arrugas, … Se ha dado carta de ciudadanía a la expresión anti-aging, que, en su acepción más negativa, alude a ofrecer una apariencia de menor edad. Y, lo peor llega cuando se le da cartilla sanitaria como si el envejecer fuese una enfermedad.
Y, ante este panorama, el autor nos define su postura: “En lugar de emplear todas las fuerzas en destruir el envejecimiento, prefiero rescatar conscientemente la vida que se encuentra enterrada en las arrugas.” Hay que sumarse al arte de envejecer para vivir con este proceso, en lugar de vivirlo a la contra. ¿Por qué? Pues, según Wilhelm Schmid “la vida sigue siendo bella y que vale la pena; y, cuando no se trate de la propia vida en esta fase, al menos de la vida como un todo.” Y nos habla desde su propia experiencia personal y profesional.
De ahí que nos proponga darle a la vida una nueva orientación, tomando consciencia de ella. Nos invita a reflexionar en ocasiones sobre cuestiones que se nos plantean en el envejecer: ¿qué significa este proceso?, ¿cómo transcurre?, ¿dónde me encuentro en este momento?, ¿qué me espera?, ¿cómo me puedo preparar para eso que me espera?, ¿qué está en mi mano hacer y qué no?
Hay quien desea morir de manera repentina, sin pasar por este proceso. Pero, la naturaleza lo ha hecho lento, con una finalidad: ayudar a la vida que viene detrás de nosotros, aportándole todo nuestro saber y nuestra experiencia.
Este proceso de envejecer permite descubrir recursos que pueden hacer que la vida sea más fácil y más rica en este preciso momento. Uno de tales recursos es la serenidad. No una serenidad aparente y ficticia, que nos permita vanagloriarnos (en el sentido más estricto del término) de ella, sino auténtica y profunda. Y este libro que comentamos nos brinda diez pasos para alcanzar la serenidad. “El primer paso de esta senda es la disposición a reflexionar sobre las etapas de la vida, reconocer que dicha reflexión no siempre es la misma en cada una de las etapas, y comprender las características propias de la época de la vejez y del envejecimiento, para que sea más fácil que nos dejemos atrapar por la serenidad.”
El primer paso para alcanzar la serenidad que preconiza el autor, constituye el primer capítulo de la obra; no muy extenso (no alcanza las diez páginas), lleva por título Pensamientos para cada época de la vida. Schmid nos expresa que uno de los fundamentos de la vida es la polaridad, la presencia de polos opuestos: alegría-tristeza, miedo-esperanza, … y, sobre todo, ser-dejar de ser. Según el autor, se ha puesto en cuestión tal fundamento de la polaridad y su texto es un intento de mostrar cómo puede ayudar la serenidad.
Para ello, compara la vida con un día normal. La mañana, cargada de energía, es el primer cuarto de la vida, en el que todo está abierto; el lema sería “yo puedo ser esto, si quisiera”, pues el campo de posibilidades no tiene prácticamente límites. Sobre los treinta años, se presenta el segundo cuarto de la vida, cuando la pregunta fundamental es “¿qué planes se pueden realizar aún?” En su lema, desaparece el potencial “podría”, sustituido por un enérgico “yo puedo”. Y, al llegar a los cincuenta años, se alcanza la mitad de la vida; aquí, la serenidad es solo posible si estamos muy dispuestos a dejarnos llevar por la transición que supone. “El envejecimiento nos sigue los pasos como un acosador, que no mantiene una distancia constante y al que por ello no podemos ignorar.” Ahora, nuestra mirada cambia de objetivo, sustituyendo paulatinamente el futuro por el pasado, preguntándonos cómo ha transcurrido nuestra vida y qué hemos hecho y logrado hasta ahora.
Segundo capítulo y segundo paso para alcanzar la ansiada serenidad. Su título: Comprensión de las peculiaridades de la edad y del envejecimiento. Nos encontramos en el tercer cuarto de la vida, en torno a los sesenta años. Y, para alcanzar la serenidad que propugna, Schmid nos explica qué tres aspectos encierra su propuesta: 1. Adquisición del conocimiento de las peculiaridades de esta fase de la vida. 2. Mantener una actitud abierta a los cambios asociados con la edad. Y 3, comprensión de los retos que el envejecimiento trae consigo.
Y, aunque aún el lema de esta fase continúa siendo “yo puedo”, ante las múltiples actividades que nos es dado realizar y ante las ganas de vivir, surge una enorme rebelión ante el cierre de muchas de las alternativas que se nos presentaban. Aumenta, eso sí, la fuerza del espíritu, que podemos canalizar mucho mejor.
La serenidad es ahora reconciliarse con aspectos tan discretos, como la palabra “aún”: aún tienes buen aspecto, aún estás en forma, aún mantienes la cabeza clara. Signos evidentes de cómo nos perciben los demás y un hecho que hemos de aceptar.
También es el momento de empezar a vislumbrar el proceso inverso al de la infancia: ella es un proceso hacia la autonomía y la independencia; ahora, nos vemos abocados a una menor autonomía y una mayor dependencia. Incluso, la muerte aparece en el horizonte como algo real y más cercano.
Surgen unas preguntas que hasta ahora no nos parecían necesarias: ¿en qué entorno me gustaría envejecer?, ¿cuánto costaría?, ¿cuál será el momento preciso en que deba optar por las respuestas a estas cuestiones?
El autor nos brinda una fórmula que favorece la serenidad que buscamos: entregarnos a las costumbres y los hábitos que hemos venido manteniendo. Algo que desarrolla en el tercer capítulo: Costumbres que facilitan la vida.
El cuidado de los hábitos, de las costumbres constituye el tercer paso hacia la serenidad. Su sentido, el de los hábitos, radica en que podemos confiar en ellos sin tener que emplear fuerzas adicionales, en un momento en que nos encontramos en el cuarto cuarto de la vida.
La modernidad, los más jóvenes, encuentran aburrido hacer siempre lo mismo. Pero, según remarca el autor, “el arte de vivir consiste también en la adquisición consciente de costumbres para dejarse llevar por ellas siempre que sea posible.”
Porque las costumbres son modos de actuar fiables y que se repiten con una regularidad tranquila, de manera que, incluso, pueden afrontar una urgencia que no se puede evitar; las costumbres nos permiten eludir innumerables decisiones que debemos tomar continuamente; en definitiva, las costumbres constituyen un entramado de relaciones y procesos fiables a los que podemos dar un sentido, sin la necesidad de preocuparnos constantemente por ellas.
Y, con la siguiente frase que cierra este apartado, el autor nos introduce ya en el cuarto capítulo: “Afortunadamente, el disfrute de los placeres puede anclarse, gracias a las costumbres, incluso en la vejez.”
De tal disfrute va el cuarto capítulo, Disfrutar de los placeres y de la felicidad. Es, lógicamente, el cuarto paso hacia la serenidad: disfrutar conscientemente de los placeres y conocer la felicidad. La serenidad consiste en dejarse seducir por las pequeñas delicias que la vida nos brinda cada día. Pone Schmid varios ejemplos de sencillos placeres como el saborear una bebida o una comida concreta; añade el placer del recuerdo, incluso el de aquellos hechos que nos producen una serena nostalgia; y, por supuesto, el placer de comunicar, bien en conversaciones, bien escribiendo detalles de nuestra vida; sin olvidar el dolce far niente, el placer de no hacer nada, el ocio.
Concluye: “La serenidad no consigue que todo y en todo momento y por encima de todo dé placer; el privilegio del anciano sereno es que ya no debe correr detrás de todos los placeres, y se trata precisamente de tener el placer que a todos reemplaza: no tener ninguno.” Y, más adelante, introduciéndonos en el quinto capítulo, “la vida obliga a la aceptación serena de muchas cosas que no se pueden cambiar, en especial experimentar el dolor y la infelicidad.”
Y Convivir con el dolor y la infelicidad es el título de este apartado. Con los placeres de los que se ha hablado en el epígrafe precedente, las personas pueden intentar la construcción de un muro a su alrededor, para que las experiencias positivas alejen las negativas. Y aquí surge el quinto paso para alcanzar la serenidad: el fortalecimiento de la capacidad de sufrimiento para poder convivir con pequeñas dolencias y problemas más importantes.
La tesis del autor es que, ante el creciente número de “debilidades físicas” que los años nos van aportando, no cabe una actitud de desesperación; son inevitables pasos que forman parte del conjunto de toda una vida, y teme más a la incapacidad de aceptar algo malo que al propio daño que este pueda ocasionar. Huye de la depresión, de la melancolía, que deben ser sustituidas por una aceptación serena y positiva de lo inevitable, pero que formará parte de la extensa experiencia vital.
Pero, no nos deja huérfanos e indefensos ante estos ataques. “Para no hacerle demasiado caso a la cabeza, se puede recurrir a las diferentes modalidades del contacto físico que permiten que sea más fácil conservar la serenidad, incluso en los momentos más difíciles.” De ello trata el sexto capítulo, Tocar para sentir la cercanía.
Arranca Schmid partiendo de una hipótesis: las personas dependen del contacto físico durante toda su vida. De ahí que sea la búsqueda de este contacto físico el sexto paso hacia la serenidad: “El contacto físico es una atención sin la cual tanto el cuerpo como el espíritu se acaban secando y marchitando.”
Pero, ocurre que, precisamente en el momento en que es más importante esta necesidad, en la vejez, es menor la disposición de los demás a facilitarlo, por lo que es necesario prestarle mayor atención. Aunque hay que advertir de que la serenidad no se alcanza únicamente a través de un contacto corporal adecuado, sino con cualquier tipo de estímulo agradable que puedan proporcionarnos los sentidos: un bello paisaje, una hermosa melodía, un exquisito manjar, …
Pero, no solo es importante el contacto físico; tanto como él es imprescindible el contacto espiritual que tiene que ver con todas las sensaciones que se pueden derivar de la amistad y de la amabilidad. Pues hay que tener en cuenta que “la serenidad es un estado en el que el individuo se encuentra libre de turbaciones físicas o morales, y nada tiene que ver con la indiferencia ni con la insensibilidad.”
Aún atisba un principio de inquietud: ¿qué ocurre cuando la vida del espíritu se debilita con el tiempo y casi desaparece? Solo una suposición puede ser la respuesta; quizás, la de que todo lo espiritual sigue viviendo de otra manera.
Amor y amistad para sentirse inmerso en una red. Así se titula el séptimo capítulo de esta obra. La reflexión del autor en este apartado se centra en las relaciones personales que mantenemos a lo largo de la vida, dándole sentido. Así, alude a la que se establece entre padres e hijos, abuelos y nietos o con aquella persona con la que hemos compartido nuestra existencia a lo largo de tantos años. Su desaparición, convierte en desierto nuestro entorno. Pero no acaba aquí el mundo relacional, tan necesario para la serenidad en la vejez; alude, también a la amistad, que Schmid perfila con cuidado y no olvida a los enemigos, que, con su fidelidad a lo largo de los años, forman parte de nuestra vida, en ocasiones, estimulándonos en muchas de nuestras actividades.
El octavo capítulo es Conocimiento para adquirir alegría y serenidad. “Un octavo y decisivo paso hacia la serenidad es el conocimiento. El conocimiento ayuda a seguir adelante cuando se plantean preguntas, es la búsqueda de sentido y de relaciones, y alcanza su objetivo cuando se pueden reconocer las relaciones: ‘Ahora tiene sentido’.” No se trata, sin embargo, del sentido de la vida, sino del sentido en la vida, el sentido de los fenómenos y las experiencias individuales. Preguntarse qué se puede hacer con los diferentes niveles del sentido, con el sentido corporal (experiencias de los sentidos), con el sentido del alma (a partir de las sensaciones transmitidas por las relaciones) y con el sentido espiritual (a partir de las reflexiones y los pensamientos).
Lo que nos propone el autor aquí es echar una mirada atrás, sobre el conjunto de toda nuestra vida, abrazando y aceptando lo que consideramos que ha sido positivo y lo negativo también. Nadie nos va juzgar por cómo hemos vivido: “el propio significado de la vida es el tribunal supremo de la existencia, solo ante sí misma tiene que justificar una persona su vida”, nos dice Schmid. Con este conocimiento, se pueden evitar los nervios finales y alcanzar una serenidad definitiva.
Y recomienda sentirse dichoso con lo realizado, sentirse alegre; una alegría que, desde luego, no es permanente, sino sentir la alegría de verse lleno, algo que va más allá de sentir alegría en momentos determinados. Estar de acuerdo con el conjunto de la vida, aunque no con todos los detalles, es el fundamento de la dicha. Y tener en cuenta que no es necesario aceptarlo siempre todo con serenidad, pero sí preguntarnos de qué sirve enfurecerse; la serenidad dichosa no descarta la tristeza.
El final de la vida se aproxima, ya no es algo lejano, sino que lo percibimos cada vez más cerca. De ahí que Una relación con la muerte para poder vivir con ella sea el contenido del noveno y penúltimo capítulo de este interesante libro.
La serenidad es lo que podemos ganar cuando envejecemos. Y el noveno paso en el camino para alcanzarla consiste en encontrar una actitud ante el final de la vida. Saber que se dispone de una cantidad limitada de tiempo, la hace más valiosa, como ocurre con todo lo deseado y, a la vez, escaso. A partir de aquí, el autor se sumerge en una personal reflexión sobre el hecho de morir, incluyendo la posibilidad de la eutanasia o el suicidio. Y, pensando en cómo le gustaría que fuesen los últimos instantes de su vida, querría que a sus labios subiera lo que tantas veces ha repetido: Gracias, Señor, por el regalo de tantas cosas hermosas. Y termina: “¿A quién me refiero con ‘Señor’? No lo sé. Pero, siempre me pareció que hay algo que es mucho más grande que yo, que me ha dado la vida y me ha guiado a lo largo de la vida. ¿Se trata de una fuerza cósmica? Aunque así fuera, no me tomo demasiado en serio que sepa lo que está haciendo. Se trata solo de una idea que me rodea, un algo más invisible, que me conduce y gobierna sobre mi vida. Y que, una vez más, puede ocurrir como pasa con tanta frecuencia en la vida: que, en el momento que se cierra una puerta, se abre otra.”
Y llegamos al décimo y último capítulo de la obra: Pensamientos sobre la posibilidad de una vida después de la muerte. Así nos propone el décimo paso hacia la serenidad: abrir la vida a una dimensión eterna, que aparece más allá del final de la vida y que, como mínimo, se puede imaginar.
Las páginas siguientes las dedica el autor a explicarnos cómo puede ser ese nuevo existir, si es que se da; se trataría de pensar en que pertenecemos a un Todo y que la muerte es la puerta que conduce a la experiencia de la trascendencia, se entienda esta de manera profana o religiosa. Aduce que, si nuestra esencia constitutiva es energía, esta no se destruye, sino que se transforma; y extrapola esta idea de la física al campo espiritual, considerando al alma como sinónimo de esa energía, sin olvidar aludir al transhumanismo.
Y concluye: “Ahora también habría que confiar en que no toda la vida termina con la muerte, sino únicamente la vida vivida en esta figura, que se recupera para otra vida en el sueño del ser.” ¿Y si no fuera así? Entonces, esta vida ha sido, por lo menos, una vida hermosa. Y pensarlo, nos ayuda a disfrutar de un sereno envejecer.
Se trata de un capítulo que invita a la reflexión y con el que no pocos no estarán de acuerdo, ya que las puertas abiertas por sus palabras conducen a diferentes caminos y experiencias, de las que cada uno tiene sus propias propuestas.
¿Qué más se puede decir de este libro? Desde luego, son la profesión y la profesionalidad de Wilhelm Schmid las que avalan sus páginas. No deja de ser una materia opinable. Pero, de lo que no cabe duda es de que, quien se sienta concernido por sus palabras, en estas páginas encontrará un serio andamiaje por el que moverse con cierto grado de serenidad cuando la última estación de la vida se aproxima.
En cuanto a su presentación, la obra tiene varias cualidades a destacar. En primer lugar, su lenguaje sumamente asequible, con continuas alusiones a experiencias del autor o a aquellas que cada lector puede reconocer en su vida. No es excesivamente largo, sino muy ajustado a lo que su autor pretende trasladar. Y se acompaña de una generosa composición tipográfica, muy de agradecer cuando es de suponer que el grueso de sus lectores se encuentra entre personas que ya cuentan con varias décadas sobre sus hombros. A ello ayuda, además, la presencia de unos pequeños recuadros entre las páginas de cada capítulo, donde se encuentra la frase que puede considerarse clave de su contenido: todo un acierto.
Índice
Prólogo
1. Pensamientos para cada época de la vida
2. Comprensión de las peculiaridades de la edad y del envejecimiento
3. Costumbres que facilitan la vida
4. Disfrutar de los placeres y de la felicidad
5. Convivir con el dolor y la infelicidad
6. Tocar para sentir la cercanía
7. Amor y amistad para sentirse inmerso en una red
8. Conocimiento para adquirir alegría y serenidad
9. Una relación con la muerte para poder vivir con ella
10. Pensamientos sobre la posibilidad de una vida después de la muerte
Título: Sosiego. El arte de envejecer
Autor: Wilhelm Schmid
Edita: Kairós, Barcelona, 2015
Colección: Ensayo
Traducción: Francisco García Lorenzana
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 104
ISBN: 978-84-9988-439-4
Precio: 9,50 euros
El tema de la vejez no es nuevo. Lógicamente, es viejo, muy antiguo. ¿Quién no recuerda el De senectute, de Cicerón? Después de él, sobre todo en los últimos tiempos, la bibliografía específica es abundante, aunque, probablemente, es mayoritaria la que aborda temas que ayudan a envejecer desde el punto de vista de la salud y el mantenimiento de vida activa, no tanto de reflexión sobre esta etapa de la vida y su significado ante el último tramo del existir. A este respecto, acude a la mente el último capítulo de las memorias del reconocido filósofo y teólogo Hans Küng, cuyas páginas encierran todo un tratado sobre el final de la vida y la actitud ante él. Tal y como ocurre con el libro que presentamos.
A un grupo de personas “mayores”, el autor les dio una conferencia sobre el envejecimiento. A todos les gustó mucho lo que dijo, pero, le advirtieron de que no sabía nada de lo que había explicado. A su juicio, hay que ser una persona “mayor” para poder entender y explicar ese paso tan natural de la vida que es el hacerse viejo.
En la actualidad, no está muy bien visto eso de tener muchos años. Se viste uno con ropas juveniles, se tiñe el pelo, pasa por quirófanos para borrar las arrugas, … Se ha dado carta de ciudadanía a la expresión anti-aging, que, en su acepción más negativa, alude a ofrecer una apariencia de menor edad. Y, lo peor llega cuando se le da cartilla sanitaria como si el envejecer fuese una enfermedad.
Y, ante este panorama, el autor nos define su postura: “En lugar de emplear todas las fuerzas en destruir el envejecimiento, prefiero rescatar conscientemente la vida que se encuentra enterrada en las arrugas.” Hay que sumarse al arte de envejecer para vivir con este proceso, en lugar de vivirlo a la contra. ¿Por qué? Pues, según Wilhelm Schmid “la vida sigue siendo bella y que vale la pena; y, cuando no se trate de la propia vida en esta fase, al menos de la vida como un todo.” Y nos habla desde su propia experiencia personal y profesional.
De ahí que nos proponga darle a la vida una nueva orientación, tomando consciencia de ella. Nos invita a reflexionar en ocasiones sobre cuestiones que se nos plantean en el envejecer: ¿qué significa este proceso?, ¿cómo transcurre?, ¿dónde me encuentro en este momento?, ¿qué me espera?, ¿cómo me puedo preparar para eso que me espera?, ¿qué está en mi mano hacer y qué no?
Hay quien desea morir de manera repentina, sin pasar por este proceso. Pero, la naturaleza lo ha hecho lento, con una finalidad: ayudar a la vida que viene detrás de nosotros, aportándole todo nuestro saber y nuestra experiencia.
Este proceso de envejecer permite descubrir recursos que pueden hacer que la vida sea más fácil y más rica en este preciso momento. Uno de tales recursos es la serenidad. No una serenidad aparente y ficticia, que nos permita vanagloriarnos (en el sentido más estricto del término) de ella, sino auténtica y profunda. Y este libro que comentamos nos brinda diez pasos para alcanzar la serenidad. “El primer paso de esta senda es la disposición a reflexionar sobre las etapas de la vida, reconocer que dicha reflexión no siempre es la misma en cada una de las etapas, y comprender las características propias de la época de la vejez y del envejecimiento, para que sea más fácil que nos dejemos atrapar por la serenidad.”
El primer paso para alcanzar la serenidad que preconiza el autor, constituye el primer capítulo de la obra; no muy extenso (no alcanza las diez páginas), lleva por título Pensamientos para cada época de la vida. Schmid nos expresa que uno de los fundamentos de la vida es la polaridad, la presencia de polos opuestos: alegría-tristeza, miedo-esperanza, … y, sobre todo, ser-dejar de ser. Según el autor, se ha puesto en cuestión tal fundamento de la polaridad y su texto es un intento de mostrar cómo puede ayudar la serenidad.
Para ello, compara la vida con un día normal. La mañana, cargada de energía, es el primer cuarto de la vida, en el que todo está abierto; el lema sería “yo puedo ser esto, si quisiera”, pues el campo de posibilidades no tiene prácticamente límites. Sobre los treinta años, se presenta el segundo cuarto de la vida, cuando la pregunta fundamental es “¿qué planes se pueden realizar aún?” En su lema, desaparece el potencial “podría”, sustituido por un enérgico “yo puedo”. Y, al llegar a los cincuenta años, se alcanza la mitad de la vida; aquí, la serenidad es solo posible si estamos muy dispuestos a dejarnos llevar por la transición que supone. “El envejecimiento nos sigue los pasos como un acosador, que no mantiene una distancia constante y al que por ello no podemos ignorar.” Ahora, nuestra mirada cambia de objetivo, sustituyendo paulatinamente el futuro por el pasado, preguntándonos cómo ha transcurrido nuestra vida y qué hemos hecho y logrado hasta ahora.
Segundo capítulo y segundo paso para alcanzar la ansiada serenidad. Su título: Comprensión de las peculiaridades de la edad y del envejecimiento. Nos encontramos en el tercer cuarto de la vida, en torno a los sesenta años. Y, para alcanzar la serenidad que propugna, Schmid nos explica qué tres aspectos encierra su propuesta: 1. Adquisición del conocimiento de las peculiaridades de esta fase de la vida. 2. Mantener una actitud abierta a los cambios asociados con la edad. Y 3, comprensión de los retos que el envejecimiento trae consigo.
Y, aunque aún el lema de esta fase continúa siendo “yo puedo”, ante las múltiples actividades que nos es dado realizar y ante las ganas de vivir, surge una enorme rebelión ante el cierre de muchas de las alternativas que se nos presentaban. Aumenta, eso sí, la fuerza del espíritu, que podemos canalizar mucho mejor.
La serenidad es ahora reconciliarse con aspectos tan discretos, como la palabra “aún”: aún tienes buen aspecto, aún estás en forma, aún mantienes la cabeza clara. Signos evidentes de cómo nos perciben los demás y un hecho que hemos de aceptar.
También es el momento de empezar a vislumbrar el proceso inverso al de la infancia: ella es un proceso hacia la autonomía y la independencia; ahora, nos vemos abocados a una menor autonomía y una mayor dependencia. Incluso, la muerte aparece en el horizonte como algo real y más cercano.
Surgen unas preguntas que hasta ahora no nos parecían necesarias: ¿en qué entorno me gustaría envejecer?, ¿cuánto costaría?, ¿cuál será el momento preciso en que deba optar por las respuestas a estas cuestiones?
El autor nos brinda una fórmula que favorece la serenidad que buscamos: entregarnos a las costumbres y los hábitos que hemos venido manteniendo. Algo que desarrolla en el tercer capítulo: Costumbres que facilitan la vida.
El cuidado de los hábitos, de las costumbres constituye el tercer paso hacia la serenidad. Su sentido, el de los hábitos, radica en que podemos confiar en ellos sin tener que emplear fuerzas adicionales, en un momento en que nos encontramos en el cuarto cuarto de la vida.
La modernidad, los más jóvenes, encuentran aburrido hacer siempre lo mismo. Pero, según remarca el autor, “el arte de vivir consiste también en la adquisición consciente de costumbres para dejarse llevar por ellas siempre que sea posible.”
Porque las costumbres son modos de actuar fiables y que se repiten con una regularidad tranquila, de manera que, incluso, pueden afrontar una urgencia que no se puede evitar; las costumbres nos permiten eludir innumerables decisiones que debemos tomar continuamente; en definitiva, las costumbres constituyen un entramado de relaciones y procesos fiables a los que podemos dar un sentido, sin la necesidad de preocuparnos constantemente por ellas.
Y, con la siguiente frase que cierra este apartado, el autor nos introduce ya en el cuarto capítulo: “Afortunadamente, el disfrute de los placeres puede anclarse, gracias a las costumbres, incluso en la vejez.”
De tal disfrute va el cuarto capítulo, Disfrutar de los placeres y de la felicidad. Es, lógicamente, el cuarto paso hacia la serenidad: disfrutar conscientemente de los placeres y conocer la felicidad. La serenidad consiste en dejarse seducir por las pequeñas delicias que la vida nos brinda cada día. Pone Schmid varios ejemplos de sencillos placeres como el saborear una bebida o una comida concreta; añade el placer del recuerdo, incluso el de aquellos hechos que nos producen una serena nostalgia; y, por supuesto, el placer de comunicar, bien en conversaciones, bien escribiendo detalles de nuestra vida; sin olvidar el dolce far niente, el placer de no hacer nada, el ocio.
Concluye: “La serenidad no consigue que todo y en todo momento y por encima de todo dé placer; el privilegio del anciano sereno es que ya no debe correr detrás de todos los placeres, y se trata precisamente de tener el placer que a todos reemplaza: no tener ninguno.” Y, más adelante, introduciéndonos en el quinto capítulo, “la vida obliga a la aceptación serena de muchas cosas que no se pueden cambiar, en especial experimentar el dolor y la infelicidad.”
Y Convivir con el dolor y la infelicidad es el título de este apartado. Con los placeres de los que se ha hablado en el epígrafe precedente, las personas pueden intentar la construcción de un muro a su alrededor, para que las experiencias positivas alejen las negativas. Y aquí surge el quinto paso para alcanzar la serenidad: el fortalecimiento de la capacidad de sufrimiento para poder convivir con pequeñas dolencias y problemas más importantes.
La tesis del autor es que, ante el creciente número de “debilidades físicas” que los años nos van aportando, no cabe una actitud de desesperación; son inevitables pasos que forman parte del conjunto de toda una vida, y teme más a la incapacidad de aceptar algo malo que al propio daño que este pueda ocasionar. Huye de la depresión, de la melancolía, que deben ser sustituidas por una aceptación serena y positiva de lo inevitable, pero que formará parte de la extensa experiencia vital.
Pero, no nos deja huérfanos e indefensos ante estos ataques. “Para no hacerle demasiado caso a la cabeza, se puede recurrir a las diferentes modalidades del contacto físico que permiten que sea más fácil conservar la serenidad, incluso en los momentos más difíciles.” De ello trata el sexto capítulo, Tocar para sentir la cercanía.
Arranca Schmid partiendo de una hipótesis: las personas dependen del contacto físico durante toda su vida. De ahí que sea la búsqueda de este contacto físico el sexto paso hacia la serenidad: “El contacto físico es una atención sin la cual tanto el cuerpo como el espíritu se acaban secando y marchitando.”
Pero, ocurre que, precisamente en el momento en que es más importante esta necesidad, en la vejez, es menor la disposición de los demás a facilitarlo, por lo que es necesario prestarle mayor atención. Aunque hay que advertir de que la serenidad no se alcanza únicamente a través de un contacto corporal adecuado, sino con cualquier tipo de estímulo agradable que puedan proporcionarnos los sentidos: un bello paisaje, una hermosa melodía, un exquisito manjar, …
Pero, no solo es importante el contacto físico; tanto como él es imprescindible el contacto espiritual que tiene que ver con todas las sensaciones que se pueden derivar de la amistad y de la amabilidad. Pues hay que tener en cuenta que “la serenidad es un estado en el que el individuo se encuentra libre de turbaciones físicas o morales, y nada tiene que ver con la indiferencia ni con la insensibilidad.”
Aún atisba un principio de inquietud: ¿qué ocurre cuando la vida del espíritu se debilita con el tiempo y casi desaparece? Solo una suposición puede ser la respuesta; quizás, la de que todo lo espiritual sigue viviendo de otra manera.
Amor y amistad para sentirse inmerso en una red. Así se titula el séptimo capítulo de esta obra. La reflexión del autor en este apartado se centra en las relaciones personales que mantenemos a lo largo de la vida, dándole sentido. Así, alude a la que se establece entre padres e hijos, abuelos y nietos o con aquella persona con la que hemos compartido nuestra existencia a lo largo de tantos años. Su desaparición, convierte en desierto nuestro entorno. Pero no acaba aquí el mundo relacional, tan necesario para la serenidad en la vejez; alude, también a la amistad, que Schmid perfila con cuidado y no olvida a los enemigos, que, con su fidelidad a lo largo de los años, forman parte de nuestra vida, en ocasiones, estimulándonos en muchas de nuestras actividades.
El octavo capítulo es Conocimiento para adquirir alegría y serenidad. “Un octavo y decisivo paso hacia la serenidad es el conocimiento. El conocimiento ayuda a seguir adelante cuando se plantean preguntas, es la búsqueda de sentido y de relaciones, y alcanza su objetivo cuando se pueden reconocer las relaciones: ‘Ahora tiene sentido’.” No se trata, sin embargo, del sentido de la vida, sino del sentido en la vida, el sentido de los fenómenos y las experiencias individuales. Preguntarse qué se puede hacer con los diferentes niveles del sentido, con el sentido corporal (experiencias de los sentidos), con el sentido del alma (a partir de las sensaciones transmitidas por las relaciones) y con el sentido espiritual (a partir de las reflexiones y los pensamientos).
Lo que nos propone el autor aquí es echar una mirada atrás, sobre el conjunto de toda nuestra vida, abrazando y aceptando lo que consideramos que ha sido positivo y lo negativo también. Nadie nos va juzgar por cómo hemos vivido: “el propio significado de la vida es el tribunal supremo de la existencia, solo ante sí misma tiene que justificar una persona su vida”, nos dice Schmid. Con este conocimiento, se pueden evitar los nervios finales y alcanzar una serenidad definitiva.
Y recomienda sentirse dichoso con lo realizado, sentirse alegre; una alegría que, desde luego, no es permanente, sino sentir la alegría de verse lleno, algo que va más allá de sentir alegría en momentos determinados. Estar de acuerdo con el conjunto de la vida, aunque no con todos los detalles, es el fundamento de la dicha. Y tener en cuenta que no es necesario aceptarlo siempre todo con serenidad, pero sí preguntarnos de qué sirve enfurecerse; la serenidad dichosa no descarta la tristeza.
El final de la vida se aproxima, ya no es algo lejano, sino que lo percibimos cada vez más cerca. De ahí que Una relación con la muerte para poder vivir con ella sea el contenido del noveno y penúltimo capítulo de este interesante libro.
La serenidad es lo que podemos ganar cuando envejecemos. Y el noveno paso en el camino para alcanzarla consiste en encontrar una actitud ante el final de la vida. Saber que se dispone de una cantidad limitada de tiempo, la hace más valiosa, como ocurre con todo lo deseado y, a la vez, escaso. A partir de aquí, el autor se sumerge en una personal reflexión sobre el hecho de morir, incluyendo la posibilidad de la eutanasia o el suicidio. Y, pensando en cómo le gustaría que fuesen los últimos instantes de su vida, querría que a sus labios subiera lo que tantas veces ha repetido: Gracias, Señor, por el regalo de tantas cosas hermosas. Y termina: “¿A quién me refiero con ‘Señor’? No lo sé. Pero, siempre me pareció que hay algo que es mucho más grande que yo, que me ha dado la vida y me ha guiado a lo largo de la vida. ¿Se trata de una fuerza cósmica? Aunque así fuera, no me tomo demasiado en serio que sepa lo que está haciendo. Se trata solo de una idea que me rodea, un algo más invisible, que me conduce y gobierna sobre mi vida. Y que, una vez más, puede ocurrir como pasa con tanta frecuencia en la vida: que, en el momento que se cierra una puerta, se abre otra.”
Y llegamos al décimo y último capítulo de la obra: Pensamientos sobre la posibilidad de una vida después de la muerte. Así nos propone el décimo paso hacia la serenidad: abrir la vida a una dimensión eterna, que aparece más allá del final de la vida y que, como mínimo, se puede imaginar.
Las páginas siguientes las dedica el autor a explicarnos cómo puede ser ese nuevo existir, si es que se da; se trataría de pensar en que pertenecemos a un Todo y que la muerte es la puerta que conduce a la experiencia de la trascendencia, se entienda esta de manera profana o religiosa. Aduce que, si nuestra esencia constitutiva es energía, esta no se destruye, sino que se transforma; y extrapola esta idea de la física al campo espiritual, considerando al alma como sinónimo de esa energía, sin olvidar aludir al transhumanismo.
Y concluye: “Ahora también habría que confiar en que no toda la vida termina con la muerte, sino únicamente la vida vivida en esta figura, que se recupera para otra vida en el sueño del ser.” ¿Y si no fuera así? Entonces, esta vida ha sido, por lo menos, una vida hermosa. Y pensarlo, nos ayuda a disfrutar de un sereno envejecer.
Se trata de un capítulo que invita a la reflexión y con el que no pocos no estarán de acuerdo, ya que las puertas abiertas por sus palabras conducen a diferentes caminos y experiencias, de las que cada uno tiene sus propias propuestas.
¿Qué más se puede decir de este libro? Desde luego, son la profesión y la profesionalidad de Wilhelm Schmid las que avalan sus páginas. No deja de ser una materia opinable. Pero, de lo que no cabe duda es de que, quien se sienta concernido por sus palabras, en estas páginas encontrará un serio andamiaje por el que moverse con cierto grado de serenidad cuando la última estación de la vida se aproxima.
En cuanto a su presentación, la obra tiene varias cualidades a destacar. En primer lugar, su lenguaje sumamente asequible, con continuas alusiones a experiencias del autor o a aquellas que cada lector puede reconocer en su vida. No es excesivamente largo, sino muy ajustado a lo que su autor pretende trasladar. Y se acompaña de una generosa composición tipográfica, muy de agradecer cuando es de suponer que el grueso de sus lectores se encuentra entre personas que ya cuentan con varias décadas sobre sus hombros. A ello ayuda, además, la presencia de unos pequeños recuadros entre las páginas de cada capítulo, donde se encuentra la frase que puede considerarse clave de su contenido: todo un acierto.
Índice
Prólogo
1. Pensamientos para cada época de la vida
2. Comprensión de las peculiaridades de la edad y del envejecimiento
3. Costumbres que facilitan la vida
4. Disfrutar de los placeres y de la felicidad
5. Convivir con el dolor y la infelicidad
6. Tocar para sentir la cercanía
7. Amor y amistad para sentirse inmerso en una red
8. Conocimiento para adquirir alegría y serenidad
9. Una relación con la muerte para poder vivir con ella
10. Pensamientos sobre la posibilidad de una vida después de la muerte
Notas sobre el autor
Wilhelm Schmid, nacido en 1953 en Billenhausen (región de Suabia en Baviera), vive en Berlín como filósofo independiente e imparte filosofía como profesor invitado en la Universidad de Erfurt. Desde 2010 también imparte conferencias en China. En 2012 recibió el premio alemán Meckatzer-Philosophie por sus méritos especiales en la enseñanza de la filosofía y, en 2013, el premio suizo Egnér, por sus obras sobre el arte de vivir. Estudió filosofía e historia en Berlín, París y Tubinga. Durante muchos años, fue profesor invitado en Riga (Letonia) y Tiflis (Georgia), así como “párroco filosófico” en un hospital cerca de Zúrich (Suiza). Es uno de los divulgadores filosóficos de más éxito en Alemania. Se dio a conocer tanto con sus textos científicos como con sus textos populares sobre el arte de vivir, la filosofía y la autoayuda en una corriente filosófica denominada la "Filosofía de la vida." Autor de numerosos libros, entre los que, en español, encontramos, El arte de vivir ecológico, La felicidad. Todo lo que debe saber al respecto y por qué no es lo más importante en la vida, y En busca de un nuevo arte de vivir.
Wilhelm Schmid, nacido en 1953 en Billenhausen (región de Suabia en Baviera), vive en Berlín como filósofo independiente e imparte filosofía como profesor invitado en la Universidad de Erfurt. Desde 2010 también imparte conferencias en China. En 2012 recibió el premio alemán Meckatzer-Philosophie por sus méritos especiales en la enseñanza de la filosofía y, en 2013, el premio suizo Egnér, por sus obras sobre el arte de vivir. Estudió filosofía e historia en Berlín, París y Tubinga. Durante muchos años, fue profesor invitado en Riga (Letonia) y Tiflis (Georgia), así como “párroco filosófico” en un hospital cerca de Zúrich (Suiza). Es uno de los divulgadores filosóficos de más éxito en Alemania. Se dio a conocer tanto con sus textos científicos como con sus textos populares sobre el arte de vivir, la filosofía y la autoayuda en una corriente filosófica denominada la "Filosofía de la vida." Autor de numerosos libros, entre los que, en español, encontramos, El arte de vivir ecológico, La felicidad. Todo lo que debe saber al respecto y por qué no es lo más importante en la vida, y En busca de un nuevo arte de vivir.