Ficha Técnica
Título: ¿Qué decimos cuando hablamos de Dios? La fe en una cultura escéptica
Autor: Juan Antonio Estrada
Edita: Editorial Trotta, Madrid, 2015
Colección: Estructuras y Procesos
Serie: Religión
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 180
ISBN: 978-84-9879-564-6
Precio: 15 euros
Sinopsis de la Editorial
¿Qué contenido damos al lenguaje sobre Dios? ¿Sabemos lo que decimos cuando repetimos una palabra cargada de significados pero carente de referencias? Preguntas como estas son el punto de partida de este libro, marcado por la crisis del imaginario religioso y cristiano acerca de Dios. Pero desde la amenaza del vacío de sentido surgen otras preguntas. Pues si Dios existe, ¿cómo comunicarse con él? ¿Cómo designarlo y nombrarlo? ¿A quién o a qué dirigirse si no forma parte del universo físico? ¿Es posible una revelación divina que se diferencie de una proyección subjetiva? ¿Qué criterios encontrar para evaluar la posible verdad de una experiencia religiosa?
A partir de aquí se plantea la crisis de las imágenes tradicionales sobre Dios; de un concepto de salvación orientado a después de la muerte; de la fe como un creer en lo que no se ve, y de un concepto de revelación cuya legitimación última viene dada por la jerarquía de la Iglesia. Hay que replantear la fe desde una cristología renovada en la que la humanidad del judío Jesús sea el referente fundamental. La fe en Dios está mediatizada por la fe en Jesucristo y esta remite a un proyecto de vida con sentido, en el que la dimensión religiosa abre horizontes de significado y de motivación. Lo cual exige replantear teologías sobre Jesús, y en especial la cristología paulina, que desplazan su oferta de salvación y responden a cuestiones diferentes de las nuestras.
Se hace necesaria una transformación del imaginario cultural y religioso sobre Dios que se apoye en el cambio que se dio en el mismo Jesús. El mensaje del Nuevo Testamento, incluidos los evangelios, ha de ser contextualizado histórica y culturalmente. El proceso de desmitificación del Nuevo Testamento ha de tener continuidad y abarcar también la tradición dogmática para que la fe resulte comprensible, comunicable y creíble en una cultura determinada por el escepticismo. La identidad cristiana remite a la discontinuidad cultural, y desde ambas hay que deconstruir y reconstruir los contenidos de la fe para responder a la pregunta: ¿qué decimos cuando hablamos de Dios?
Introducción
Lo primero que habría que decir es que este es un libro muy oportuno. En la escolástica, uno de los prolegómenos para comenzar a hablar de una tesis era el recurrir ad termina; es decir, acudir a los conceptos, saber qué se quiere decir cuando se expone una idea. Algo muy básico, porque, de no hacerlo así, se corre el peligro de perderse en diálogos absurdos pues no se habla de lo mismo. Se debate sobre cuestiones que, aunque se planteen con una misma palabra, los que opinan sobre ella lo hacen desde diferentes acepciones del término. Y, evidentemente, se trata de una discusión estéril, sobre la que no es posible un acuerdo. Y esto que parece tan elemental, sin embargo, se olvida habitualmente y asistimos a agrios enfrentamientos que, quizás, carecerían de fundamento.
Más o menos, esta es la idea que subyace en la Introducción que nos ofrece Juan Antonio Estrada. Introducción en la que abundan otras ideas, como, por ejemplo, la de que Dios es un tema que no apasiona, que ha pasado a un segundo término o, peor, ha dejado de interesar; hoy día, no ser religioso es lo natural. Ante esta postura, defiende el autor que ahora hay que dar razones de la propia fe, mostrar que ser cristiano es razonable. “Hay que hacer inteligibles a los otros los valores, las motivaciones existenciales, el modelo de conducta y el proyecto de sentido con que se vive El problema es que el creyente tiene que justificarse, aunque a veces no tiene claro en qué consiste su fe”. Y nos advierte de que crece el número de personas que creen sin pertenecer, que van por libre, abriendo un foso entre la Iglesia a la que dicen pertenecer y su postura vivencial; y también aumenta el número de quienes pertenecen sin creer, quienes se suman a prácticas y ritos vacíos de contenido.
Lo determinante, más de aquello en que se cree, es el proyecto de vida a que nos conduce nuestra creencia; lo que importa es el sentido que se da a la existencia, las metas y valores que nos movilizan, porque, en definitiva, la fe es un compromiso personal.
Por otro lado, nos encontramos en una nueva etapa histórica que, entre otras exigencias, nos demanda un replanteamiento de las dimensiones culturales de lo religioso, ya que los contenidos obsoletos de la fe no corresponden a la mentalidad y preguntas actuales. Más aún: las religiones, nacidas de una experiencia y administradas por un cuerpo institucional, las iglesias, se encuentran con que esa necesaria institucionalización es también una amenaza: la institución puede sofocar la fe.
Y de todo esto trata el estudio que comentamos: “En este libro buscamos una nueva comprensión de la fe, que no traicione la identidad cristiana y que no quede prisionera del pasado”.
Muy interesante Introducción que nos sitúa en la senda de la obra, en la que nos adentramos por el primero de sus capítulos dedicado a Las creencias heredadas.
¿Es la fe un don de Dios o una elección humana?
¿Es Creer don divino o elección libre? Estrada parte de las definiciones del Catecismo de la Iglesia Católica, que concibe la fe como un don divino, pero que precisa que el ser humano responda a él asumiéndolo. Lo resume así: “la constitución del hombre como ser religioso, que busca a Dios y puede conocerlo con certeza por sus obras y nombrarlo, aunque subsista su misterio y su infinitud”.
Analiza y reflexiona sobre los contenidos del Catecismo acerca de este punto, explicando lo que se deduce de su interpretación y haciendo notar aquellos extremos que no tiene en cuenta de la realidad actual. Concluye: “Buena parte de esta concepción responde a la de la época de cristiandad, más que a la situación del siglo XXI. Sigue siendo el punto de partida para la comprensión oficial de la fe, a pesar de los cambios que se han producido”.
Seguidamente, Juan Antonio Estrada hace un breve recorrido referencial sobre el significado de la fe en las distintas corrientes hermenéuticas del Antiguo y del Nuevo Testamento; nos hace ver cómo una serie de historias reales o creadas por sus autores pasan a ser interpretadas desde un prisma religioso: “La Biblia tiene una base histórica, la del pueblo judío, pero es también una construcción ideológica, en la que la teología se ha impuesto a la historia”. Y, más adelante: “El problema está en qué significa creer en esas historias y en los hechos que cuentan”. Concretamente y refiriéndose al Nuevo Testamento nos plantea la necesidad de reflexionar sobre los problemas que suscita en la actualidad la concepción de fe plural que encierra.
Para finalizar este bloque, el autor nos lleva por un recorrido histórico sobre el eje ciencia o conocimiento y fe. Vemos así las posturas encontradas de Anselmo de Canterbury y Guillermo Ockham , entre catolicismo y protestantismo y lo expuesto por los concilios Vaticano I y II. Se trata de un recorrido corto pero sistemático, comprehensivo y clarificador, que resulta del mayor interés. Como lo es su conclusión: “Hoy son las filosofías de la Ilustración, las corrientes críticas posmodernas y las ciencias, las que plantean nuevos retos al cristianismo, que necesita una nueva inculturación en un contexto muy diferente del de sus orígenes”.
La fe en medio de una cultura escéptica
El segundo paso que nos plantea Estrada es Creer en una cultura escéptica. Parte de una realidad incontestable: tanto las religiones como las iglesias se hallan afectadas por desafíos nuevos que no se daban anteriormente. Por lo tanto, hoy no se puede ser creyente de la misma manera en que se era en una sociedad cristiana; y, peor aún, en una sociedad que ha sido cristiana y ha dejado de serlo en gran medida.
Por otro lado, también ha cambiado el contexto del pensamiento filosófico que nos ha llevado de una filosofía centrada en la autonomía del individuo a su toma de conciencia como ser relacional e interpersonal, como ser en el mundo. No cabe duda de que tales cambios culturales hacen la fe problemática. El papel de la religión ha sido sustituido por la ciencia; nos encontramos en el vestíbulo de una era científica que pretende superar los saberes presuntamente obsoletos y no fundamentados, como, según esa ciencia, son las grandes cosmovisiones religiosas y filosóficas. Ante este nuevo empirismo, solo se podría afirmar un ser divino si hubiese algo que lo hiciera verificable o inviable; por lo que la fe actual ha de ser ilustrada, es decir, que pueda dar razones de su creer al tiempo que es compatible con las dudas e inseguridades.
Tal situación ha desembocado en una crisis tanto de los sistemas filosóficos como de los ordenamientos morales del mundo. Es cierto, sin embargo, que se puede hablar de una religión subsistente, que sirve de factor cultural de identificación y de pertenencia, simultáneo a la disolución de la fe; pero nada más. De la salvación religiosa se ha pasado a proyectos emancipadores y progresos científicos que permiten construir un nuevo cielo. Pese a ello, el autor nos recuerda que ni siquiera la ciencia escapa a presupuestos no fundamentados; aduce, como ejemplo, que la ciencia no permite decidir qué es lo más importante y cuáles son las tareas que preferir, hecho que supera la racionalidad científica a favor de juicios morales, políticos y humanitarios. Y da un paso más: el retorno actual de lo religioso, en el contexto social descrito, es una muestra de que la racionalidad científico-técnica es insuficiente para las necesidades globales. La absolutización de la racionalidad instrumental y científica nos está llevando al vacío por falta de respuesta a las preguntas de sentido. Nos dice: “La creencia en Dios tiene la doble tarea de preservar la memoria de las víctimas contra los triunfalismos del presente y la desmemoria histórica”. Una respuesta a la necesidad de sentido.
Aborda, también Juan Antonio Estrada la pérdida de referencias. Ya no son válidos para la sociedad actual el argumento de autoridad para convencer: son precisos los argumentos de la razón. Por otro lado, la simbología y forma de expresarse la religión a través de unos determinados rituales han dejado de significar algo para las mentalidades actuales; hay quien los conserve, como signo de su identidad, pero ya vacíos de contenido. Y si la ciencia ha cuestionado las creencias, no le ha ido a la zaga la filosofía, lo que ha llevado a una total indiferencia religiosa, en la que la divinidad deja de ser un tema interesante.
Aunque, eso sí: pese a sus intentos de resultar novedosos, los autores del nuevo ateísmo no aportan ningún razonamiento a los ya esgrimidos desde el siglo XIX.
Por otro lado, se ha producido un desplazamiento de la creencia en Dios a la creencia en la Iglesia, cuando la realidad es que cuando las iglesias en su conjunto, sus instituciones y comportamientos contradicen la hermenéutica cristiana de la vida, se convierten en un obstáculo para la fe: se ha producido un desfase doctrinal e institucional con los avances de la sociedad, lo que ha acarreado un creciente distanciamiento de los cristianos de la iglesia como institución. Y la pérdida de influjo de las religiones no ha ido acompañada por nuevas alternativas cosmovisionales, lo que ha conducido a una crisis cultural.
La pregunta por Dios
Preguntarse por Dios. Así titula el capítulo tercero de esta interesante obra. Retoma el Catecismo oficial de la Iglesia Católica. Y, desde las primeras líneas, nos expone su contenido: “Antes que hablar de su revelación [de Dios], hay que asegurar que se le conoce y que se puede afirmar su existencia. Este es el esquema tradicional de la época de cristiandad. Hay que estudiar ahora los cambios que se han producido en la sociedad y en la antropología, y que determinan nuestra comprensión acerca de la posible comunicación divina”. Es el propio concepto de revelación el que ha entrado en crisis. Si antes se partía de la revelación divina, ahora es la ausencia de Dios el punto de partida. Desde aquí, el autor nos habla del problema desde una perspectiva cosmológica, una perspectiva racional y desde una perspectiva del sentido, analizando cada una de ellas y haciéndonos ver sus respectivos argumentos y puntos débiles.
Se refiere luego al lenguaje necesariamente antropomórfico que utilizamos para hablar de Dios, lo que, evidentemente, desemboca en una total imposibilidad de definir los límites de una divinidad que nos trasciende. Nos dice: “¿Tiene sentido aplicar los términos de esencia y existencia a Dios? Es un lenguaje formalmente correcto para nosotros, pero vacío de contenido, porque no sabemos en qué consiste la divinidad. ¿Qué es Dios? No lo sabemos”.
¿Buscamos, pues, un Dios inalcanzable? Desde una perspectiva racional, dejando aparte la problemática de la revelación, lo más comprensible es el silencio. No pudiendo argumentar su existencia o no existencia, lo que sí es evidente es que lo hemos buscado en la historia. Concluye: “La fe en Dios está abierta a las proyecciones de la subjetividad. La finitud y la contingencia son, en última instancia, insuperables y relativizan todo el discurso sobre la divinidad. Queda el remedio de la revelación, que plantea nuevos problemas de conocimiento y referentes a la presunta realidad que se comunica”. Y justamente a ese problema de la revelación o proyección humana sobre lo revelado se dedica el cuarto capítulo, uno de los troncales del estudio.
La proyección humana en la revelación
¿Qué es una revelación?, se pregunta Estrada. Y nos ofrece la síntesis básica del concepto de revelación y fe: “Dios se comunica en la historia y puede ser conocido mediante la razón por todos, pero se añade la manifestación sobrenatural”. A partir de aquí, hace un análisis de lo que ha supuesto esto en la Iglesia Católica, con sus dogmas, formulados con categorías filosóficas y teológicas obsoletas y superadas; con su censura eclesiástica; y con su pretensión de intervenir en cuestiones de moral, ciencia y filosofía con afirmaciones que se salen del campo de la teología y de la fe, aunque sean objeto de discusión científica, política o social. Así se aleja de Cristo, objeto central de la fe cristiana; sin ver que la dimensión interpersonal inherente a la imitación y seguimiento de Cristo tiene prioridad sobre las ciencias del depósito de la fe. Un recorrido por la historia sirve de apoyo a la exposición argumentativa del autor.
¿Puede una divinidad trascendente darse a conocer en este mundo concreto? Todo depende de qué religión se parta para hacer un análisis correcto. En nuestro caso, ¿se ha comunicado Dios en la Biblia? Hay que partir de la base de que la Biblia no trata de contar la historia de Israel, sino el testimonio de la fe en Yaveh; en definitiva, la Biblia es una canalización de experiencias que se reflejan en textos que las interpretan. Estrada hace una explicación de la forma en que se construyó el libro sagrado, haciendo hincapié en que toda teofanía genera una liberación histórica, punto fundamental para acometer su lectura. Recoge el autor las contradicciones que encierra el texto bíblico, concluyendo en lo problemática que resulta la experiencia religiosa. Una experiencia que cuenta con la base cultural y religiosa del que la recibe y que condiciona su transmisión; así, nos dice: “Las revelaciones, más que transmisión de verdades sobrenaturales, son iluminaciones de la experiencia que transforman al que las recibe y le capacitan para una nueva experiencia”.
Esto nos lleva a otra cuestión capital: ¿Cómo evaluar lo revelado? Es algo muy complejo, puesto que toda revelación se da en una experiencia personal, que viene muy condicionada por el entorno social, cultural y religioso del sujeto que la recibe. La única manera de poder afirmar algo sobre la validez de lo revelado es por el efecto que produce en quien recibe esa comunicación. No es un tema nuevo; ya San Ignacio de Loyola establecía unas reglas para discernir espíritus, para saber distinguir con objetividad qué hay de objetivo o de subjetivo en una revelación. Nos aclara el autor la cuestión: "El problema hoy sería si una experiencia religiosa tiene coherencia con el humanismo de los derechos humanos. Solo lo que humaniza puede ser obra divina. La dignidad humana es en Occidente el criterio último para evaluar las religiones”. Como se puede apreciar, un argumento, lógicamente, condicionado por una creencia en la divinidad, pues no es privilegio de los creyentes la activa defensa de los derechos humanos; pero, sin duda, es una excelente pista para, dentro del teísmo, evaluar la presunción de una experiencia religiosa.
La fe en Cristo
Juan Antonio Estrada nos introduce ahora en el capítulo quinto de tan interesante obra: De creer en Dios a la fe en Cristo. Y lo hace con una buena síntesis de lo abordado ya con anterioridad, lo que nos coloca en la mejor posición para acometer la lectura de este nuevo capítulo. He aquí una serie de citas que nos acercan al contenido: “La divinidad no es nunca objeto de la experiencia, sino que se revela de forma no temática e indirecta como la que posibilita ese sentido. […] El ser absoluto se comunica de forma no absoluta. […] A diferencia del judaísmo y del islam, el cristianismo se basa en la vida y muerte de una persona, más que en una creencia doctrinal que haya transmitido. […] En el cristianismo, el sistema de creencias no es lo primero, sino la referencia personal a Jesucristo. […] De esta forma cambia la fe, que ya no se dirige a alguien inalcanzable, sino a un personaje cognoscible, del que derivan un proyecto de sentido y una forma de creer”.
En otras palabras, creer en Jesús es, ni más ni menos, que comprometerse con su proyecto de vida, asumiendo su visión de la sociedad y religión judías. En este sentido, no nos ofrece Jesús un sistema alternativo de prácticas religiosas como haría un reformador de la religión; lo que nos propone es un estilo de vida abierto a las necesidades humanas, que incide en la transformación social. Es ese sentido de solidaridad con el ser humano, con el otro, lo que está por encima de dogmas, teorías religiosas o ritos cultuales. Por eso, la ortodoxia religiosa no puede ser el criterio último para un cristiano.
Podríamos preguntarnos si ese modelo de vida al que invita Jesús tiene sentido, vistos su fracaso, su muerte y su posterior resurrección. Sufrió un gran abandono y la gran paradoja es que esa experiencia suya de tal abandono forma parte intrínseca de la revelación de Dios. ¿Qué nos dice? Que Dios está con las víctimas, con los que tienen hambre y sed de justicia, con los perseguidos como Jesús. A partir de aquí, Juan Antonio Estrada nos sumerge en un amplio análisis del simbolismo de la resurrección de Jesús y de la vida más allá de la muerte, basándose en la interpretación de las Escrituras.
Después de Cristo vinieron las cristologías. El autor se detiene de manera especial en la surgida sobre la base de las propuestas de Pablo, hasta desembocar en un apartado sobre dos maneras de entender la salvación, donde enfrenta a la conciencia con la norma.
Teodicea y antropodicea
Alcanzamos así el sexto y último capítulo de la obra: De la teodicea a la antropodicea. Es un capítulo amplio y de gran profundidad donde se encara el problema del mal, el talón de Aquiles de todas las religiones. No es válido huir del mal basándonos en la justicia ultramundana, de ultratumba.
Expone el autor que el mal por excelencia no es el físico (la enfermedad, el desastre natural) o el moral (el pecado, el daño a otro o la injusticia); para él es la desesperación que surge de una vida sin sentido. Y aquí es donde encaja la salvación: cuando la vida merece la pena. No encuentra adecuado apelar a la finitud y la contingencia humanas para explicar el mal que soportamos, como apunta Torres Queiruga; el sufrimiento forma parte de la existencia, como el gozo y el placer y la solución no es eliminarlo totalmente, sino integrarlo en una vida feliz, una vida con sentido, en la que quede compensado.
Hay que preguntarse desde aquí si la fe religiosa aporta algo a la felicidad. Y Estrada es contundente: “Si las religiones e ideologías quieren tener relevancia, tendrán que mostrar que sus contenidos sirven para luchar contra el mal y generar sentido”. Y, para un cristiano, ¿es creíble el Dios de la cruz? El ejemplo de Jesús con su fe en Dios motiva a vivir y a morir como él, desde la lucha contra lo que oprime, contra el mal, el dolor, el sufrir.
Y llega la pregunta final: ¿Qué decimos al hablar de Dios? Juan Antonio Estrada resume así el contenido de su estudio: “Que nos identificamos con el proyecto de vida de Jesús. También, que asumimos la muerte desde la esperanza y la identificación con el Crucificado. Este es el credo cristiano, que hoy sigue siendo válido para muchas personas”.
Concluyendo
Es esta una obra densa. No permite una lectura fácil, sino reposada, apoyada en la reflexión. Usa mucho el autor, casi continuamente y a lo largo de todo el libro, de frases cortas, concisas, muy meditadas y perfiladas; cada una de ellas, por lo general, merece un comentario, una meditación. Y, en muchos casos, suscita nuevas preguntas, quizás nuevas inquietudes que pueden perturbar las aguas aparentemente mansas de la tradición. Se muestra muy cuidadoso con sus afirmaciones, respetuoso con opiniones contrarias o diferentes, aceptando los límites a los que puede llegar la razón y razonando su postura.
Todo ello hace complejo el análisis, en unos pocos párrafos, de una obra tan profunda. Todo lo expuesto en este comentario no son sino unas pinceladas que solo pretenden cursar una invitación a sumergirse en su lectura. Creyentes y no creyentes pueden encontrar argumentos para sustentar su pensamiento y hallar una vía que les permita comprender mejor las razones que defienden con respeto quienes difieren de sus presupuestos ideológicos.
Nada que objetar por lo que se refiere a la edición. Quizás, sería de agradecer un cuerpo de letra mayor que no someta a cansancio ocular a quienes tengan el acierto de recorrer sus páginas.
Índice
Introducción
1. Las creencias heredadas
1. Creer, ¿don divino o elección libre?
2. La fe en la Biblia
3. Las creencias en la historia de la teología
2. Creer en una cultura escéptica
1. Los cambios culturales hacen la fe problemática
2. La pérdida de referencias
3. La Iglesia como lugar ambiguo de la fe
3. Preguntarse por Dios
1. Un Dios sin lugar en el universo
2. La impotencia de la teología negativa
3. ¿Buscar a un Dios inalcanzable?
4. ¿Revelación o proyección humana?
1. ¿Qué es una revelación?
2. ¿Se ha comunicado Dios en la Biblia?
3. La experiencia religiosa es problemática
4. ¿Cómo evaluar lo revelado?
5. De creer en Dios a la fe en Cristo
1. Creer en Dios desde el proyecto de vida
2. ¿Tiene sentido su muerte y resurrección?
3. ¿Devaluó la cristología a Jesús?
4. Dos maneras de entender la salvación
6. De la teodicea a la antropodicea
1. ¿Salvarse es ir al cielo?
2. La crisis de la teología judía
3. ¿Es creíble el Dios de la cruz?
4. ¿Qué decimos al hablar de Dios?
Título: ¿Qué decimos cuando hablamos de Dios? La fe en una cultura escéptica
Autor: Juan Antonio Estrada
Edita: Editorial Trotta, Madrid, 2015
Colección: Estructuras y Procesos
Serie: Religión
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 180
ISBN: 978-84-9879-564-6
Precio: 15 euros
Sinopsis de la Editorial
¿Qué contenido damos al lenguaje sobre Dios? ¿Sabemos lo que decimos cuando repetimos una palabra cargada de significados pero carente de referencias? Preguntas como estas son el punto de partida de este libro, marcado por la crisis del imaginario religioso y cristiano acerca de Dios. Pero desde la amenaza del vacío de sentido surgen otras preguntas. Pues si Dios existe, ¿cómo comunicarse con él? ¿Cómo designarlo y nombrarlo? ¿A quién o a qué dirigirse si no forma parte del universo físico? ¿Es posible una revelación divina que se diferencie de una proyección subjetiva? ¿Qué criterios encontrar para evaluar la posible verdad de una experiencia religiosa?
A partir de aquí se plantea la crisis de las imágenes tradicionales sobre Dios; de un concepto de salvación orientado a después de la muerte; de la fe como un creer en lo que no se ve, y de un concepto de revelación cuya legitimación última viene dada por la jerarquía de la Iglesia. Hay que replantear la fe desde una cristología renovada en la que la humanidad del judío Jesús sea el referente fundamental. La fe en Dios está mediatizada por la fe en Jesucristo y esta remite a un proyecto de vida con sentido, en el que la dimensión religiosa abre horizontes de significado y de motivación. Lo cual exige replantear teologías sobre Jesús, y en especial la cristología paulina, que desplazan su oferta de salvación y responden a cuestiones diferentes de las nuestras.
Se hace necesaria una transformación del imaginario cultural y religioso sobre Dios que se apoye en el cambio que se dio en el mismo Jesús. El mensaje del Nuevo Testamento, incluidos los evangelios, ha de ser contextualizado histórica y culturalmente. El proceso de desmitificación del Nuevo Testamento ha de tener continuidad y abarcar también la tradición dogmática para que la fe resulte comprensible, comunicable y creíble en una cultura determinada por el escepticismo. La identidad cristiana remite a la discontinuidad cultural, y desde ambas hay que deconstruir y reconstruir los contenidos de la fe para responder a la pregunta: ¿qué decimos cuando hablamos de Dios?
Introducción
Lo primero que habría que decir es que este es un libro muy oportuno. En la escolástica, uno de los prolegómenos para comenzar a hablar de una tesis era el recurrir ad termina; es decir, acudir a los conceptos, saber qué se quiere decir cuando se expone una idea. Algo muy básico, porque, de no hacerlo así, se corre el peligro de perderse en diálogos absurdos pues no se habla de lo mismo. Se debate sobre cuestiones que, aunque se planteen con una misma palabra, los que opinan sobre ella lo hacen desde diferentes acepciones del término. Y, evidentemente, se trata de una discusión estéril, sobre la que no es posible un acuerdo. Y esto que parece tan elemental, sin embargo, se olvida habitualmente y asistimos a agrios enfrentamientos que, quizás, carecerían de fundamento.
Más o menos, esta es la idea que subyace en la Introducción que nos ofrece Juan Antonio Estrada. Introducción en la que abundan otras ideas, como, por ejemplo, la de que Dios es un tema que no apasiona, que ha pasado a un segundo término o, peor, ha dejado de interesar; hoy día, no ser religioso es lo natural. Ante esta postura, defiende el autor que ahora hay que dar razones de la propia fe, mostrar que ser cristiano es razonable. “Hay que hacer inteligibles a los otros los valores, las motivaciones existenciales, el modelo de conducta y el proyecto de sentido con que se vive El problema es que el creyente tiene que justificarse, aunque a veces no tiene claro en qué consiste su fe”. Y nos advierte de que crece el número de personas que creen sin pertenecer, que van por libre, abriendo un foso entre la Iglesia a la que dicen pertenecer y su postura vivencial; y también aumenta el número de quienes pertenecen sin creer, quienes se suman a prácticas y ritos vacíos de contenido.
Lo determinante, más de aquello en que se cree, es el proyecto de vida a que nos conduce nuestra creencia; lo que importa es el sentido que se da a la existencia, las metas y valores que nos movilizan, porque, en definitiva, la fe es un compromiso personal.
Por otro lado, nos encontramos en una nueva etapa histórica que, entre otras exigencias, nos demanda un replanteamiento de las dimensiones culturales de lo religioso, ya que los contenidos obsoletos de la fe no corresponden a la mentalidad y preguntas actuales. Más aún: las religiones, nacidas de una experiencia y administradas por un cuerpo institucional, las iglesias, se encuentran con que esa necesaria institucionalización es también una amenaza: la institución puede sofocar la fe.
Y de todo esto trata el estudio que comentamos: “En este libro buscamos una nueva comprensión de la fe, que no traicione la identidad cristiana y que no quede prisionera del pasado”.
Muy interesante Introducción que nos sitúa en la senda de la obra, en la que nos adentramos por el primero de sus capítulos dedicado a Las creencias heredadas.
¿Es la fe un don de Dios o una elección humana?
¿Es Creer don divino o elección libre? Estrada parte de las definiciones del Catecismo de la Iglesia Católica, que concibe la fe como un don divino, pero que precisa que el ser humano responda a él asumiéndolo. Lo resume así: “la constitución del hombre como ser religioso, que busca a Dios y puede conocerlo con certeza por sus obras y nombrarlo, aunque subsista su misterio y su infinitud”.
Analiza y reflexiona sobre los contenidos del Catecismo acerca de este punto, explicando lo que se deduce de su interpretación y haciendo notar aquellos extremos que no tiene en cuenta de la realidad actual. Concluye: “Buena parte de esta concepción responde a la de la época de cristiandad, más que a la situación del siglo XXI. Sigue siendo el punto de partida para la comprensión oficial de la fe, a pesar de los cambios que se han producido”.
Seguidamente, Juan Antonio Estrada hace un breve recorrido referencial sobre el significado de la fe en las distintas corrientes hermenéuticas del Antiguo y del Nuevo Testamento; nos hace ver cómo una serie de historias reales o creadas por sus autores pasan a ser interpretadas desde un prisma religioso: “La Biblia tiene una base histórica, la del pueblo judío, pero es también una construcción ideológica, en la que la teología se ha impuesto a la historia”. Y, más adelante: “El problema está en qué significa creer en esas historias y en los hechos que cuentan”. Concretamente y refiriéndose al Nuevo Testamento nos plantea la necesidad de reflexionar sobre los problemas que suscita en la actualidad la concepción de fe plural que encierra.
Para finalizar este bloque, el autor nos lleva por un recorrido histórico sobre el eje ciencia o conocimiento y fe. Vemos así las posturas encontradas de Anselmo de Canterbury y Guillermo Ockham , entre catolicismo y protestantismo y lo expuesto por los concilios Vaticano I y II. Se trata de un recorrido corto pero sistemático, comprehensivo y clarificador, que resulta del mayor interés. Como lo es su conclusión: “Hoy son las filosofías de la Ilustración, las corrientes críticas posmodernas y las ciencias, las que plantean nuevos retos al cristianismo, que necesita una nueva inculturación en un contexto muy diferente del de sus orígenes”.
La fe en medio de una cultura escéptica
El segundo paso que nos plantea Estrada es Creer en una cultura escéptica. Parte de una realidad incontestable: tanto las religiones como las iglesias se hallan afectadas por desafíos nuevos que no se daban anteriormente. Por lo tanto, hoy no se puede ser creyente de la misma manera en que se era en una sociedad cristiana; y, peor aún, en una sociedad que ha sido cristiana y ha dejado de serlo en gran medida.
Por otro lado, también ha cambiado el contexto del pensamiento filosófico que nos ha llevado de una filosofía centrada en la autonomía del individuo a su toma de conciencia como ser relacional e interpersonal, como ser en el mundo. No cabe duda de que tales cambios culturales hacen la fe problemática. El papel de la religión ha sido sustituido por la ciencia; nos encontramos en el vestíbulo de una era científica que pretende superar los saberes presuntamente obsoletos y no fundamentados, como, según esa ciencia, son las grandes cosmovisiones religiosas y filosóficas. Ante este nuevo empirismo, solo se podría afirmar un ser divino si hubiese algo que lo hiciera verificable o inviable; por lo que la fe actual ha de ser ilustrada, es decir, que pueda dar razones de su creer al tiempo que es compatible con las dudas e inseguridades.
Tal situación ha desembocado en una crisis tanto de los sistemas filosóficos como de los ordenamientos morales del mundo. Es cierto, sin embargo, que se puede hablar de una religión subsistente, que sirve de factor cultural de identificación y de pertenencia, simultáneo a la disolución de la fe; pero nada más. De la salvación religiosa se ha pasado a proyectos emancipadores y progresos científicos que permiten construir un nuevo cielo. Pese a ello, el autor nos recuerda que ni siquiera la ciencia escapa a presupuestos no fundamentados; aduce, como ejemplo, que la ciencia no permite decidir qué es lo más importante y cuáles son las tareas que preferir, hecho que supera la racionalidad científica a favor de juicios morales, políticos y humanitarios. Y da un paso más: el retorno actual de lo religioso, en el contexto social descrito, es una muestra de que la racionalidad científico-técnica es insuficiente para las necesidades globales. La absolutización de la racionalidad instrumental y científica nos está llevando al vacío por falta de respuesta a las preguntas de sentido. Nos dice: “La creencia en Dios tiene la doble tarea de preservar la memoria de las víctimas contra los triunfalismos del presente y la desmemoria histórica”. Una respuesta a la necesidad de sentido.
Aborda, también Juan Antonio Estrada la pérdida de referencias. Ya no son válidos para la sociedad actual el argumento de autoridad para convencer: son precisos los argumentos de la razón. Por otro lado, la simbología y forma de expresarse la religión a través de unos determinados rituales han dejado de significar algo para las mentalidades actuales; hay quien los conserve, como signo de su identidad, pero ya vacíos de contenido. Y si la ciencia ha cuestionado las creencias, no le ha ido a la zaga la filosofía, lo que ha llevado a una total indiferencia religiosa, en la que la divinidad deja de ser un tema interesante.
Aunque, eso sí: pese a sus intentos de resultar novedosos, los autores del nuevo ateísmo no aportan ningún razonamiento a los ya esgrimidos desde el siglo XIX.
Por otro lado, se ha producido un desplazamiento de la creencia en Dios a la creencia en la Iglesia, cuando la realidad es que cuando las iglesias en su conjunto, sus instituciones y comportamientos contradicen la hermenéutica cristiana de la vida, se convierten en un obstáculo para la fe: se ha producido un desfase doctrinal e institucional con los avances de la sociedad, lo que ha acarreado un creciente distanciamiento de los cristianos de la iglesia como institución. Y la pérdida de influjo de las religiones no ha ido acompañada por nuevas alternativas cosmovisionales, lo que ha conducido a una crisis cultural.
La pregunta por Dios
Preguntarse por Dios. Así titula el capítulo tercero de esta interesante obra. Retoma el Catecismo oficial de la Iglesia Católica. Y, desde las primeras líneas, nos expone su contenido: “Antes que hablar de su revelación [de Dios], hay que asegurar que se le conoce y que se puede afirmar su existencia. Este es el esquema tradicional de la época de cristiandad. Hay que estudiar ahora los cambios que se han producido en la sociedad y en la antropología, y que determinan nuestra comprensión acerca de la posible comunicación divina”. Es el propio concepto de revelación el que ha entrado en crisis. Si antes se partía de la revelación divina, ahora es la ausencia de Dios el punto de partida. Desde aquí, el autor nos habla del problema desde una perspectiva cosmológica, una perspectiva racional y desde una perspectiva del sentido, analizando cada una de ellas y haciéndonos ver sus respectivos argumentos y puntos débiles.
Se refiere luego al lenguaje necesariamente antropomórfico que utilizamos para hablar de Dios, lo que, evidentemente, desemboca en una total imposibilidad de definir los límites de una divinidad que nos trasciende. Nos dice: “¿Tiene sentido aplicar los términos de esencia y existencia a Dios? Es un lenguaje formalmente correcto para nosotros, pero vacío de contenido, porque no sabemos en qué consiste la divinidad. ¿Qué es Dios? No lo sabemos”.
¿Buscamos, pues, un Dios inalcanzable? Desde una perspectiva racional, dejando aparte la problemática de la revelación, lo más comprensible es el silencio. No pudiendo argumentar su existencia o no existencia, lo que sí es evidente es que lo hemos buscado en la historia. Concluye: “La fe en Dios está abierta a las proyecciones de la subjetividad. La finitud y la contingencia son, en última instancia, insuperables y relativizan todo el discurso sobre la divinidad. Queda el remedio de la revelación, que plantea nuevos problemas de conocimiento y referentes a la presunta realidad que se comunica”. Y justamente a ese problema de la revelación o proyección humana sobre lo revelado se dedica el cuarto capítulo, uno de los troncales del estudio.
La proyección humana en la revelación
¿Qué es una revelación?, se pregunta Estrada. Y nos ofrece la síntesis básica del concepto de revelación y fe: “Dios se comunica en la historia y puede ser conocido mediante la razón por todos, pero se añade la manifestación sobrenatural”. A partir de aquí, hace un análisis de lo que ha supuesto esto en la Iglesia Católica, con sus dogmas, formulados con categorías filosóficas y teológicas obsoletas y superadas; con su censura eclesiástica; y con su pretensión de intervenir en cuestiones de moral, ciencia y filosofía con afirmaciones que se salen del campo de la teología y de la fe, aunque sean objeto de discusión científica, política o social. Así se aleja de Cristo, objeto central de la fe cristiana; sin ver que la dimensión interpersonal inherente a la imitación y seguimiento de Cristo tiene prioridad sobre las ciencias del depósito de la fe. Un recorrido por la historia sirve de apoyo a la exposición argumentativa del autor.
¿Puede una divinidad trascendente darse a conocer en este mundo concreto? Todo depende de qué religión se parta para hacer un análisis correcto. En nuestro caso, ¿se ha comunicado Dios en la Biblia? Hay que partir de la base de que la Biblia no trata de contar la historia de Israel, sino el testimonio de la fe en Yaveh; en definitiva, la Biblia es una canalización de experiencias que se reflejan en textos que las interpretan. Estrada hace una explicación de la forma en que se construyó el libro sagrado, haciendo hincapié en que toda teofanía genera una liberación histórica, punto fundamental para acometer su lectura. Recoge el autor las contradicciones que encierra el texto bíblico, concluyendo en lo problemática que resulta la experiencia religiosa. Una experiencia que cuenta con la base cultural y religiosa del que la recibe y que condiciona su transmisión; así, nos dice: “Las revelaciones, más que transmisión de verdades sobrenaturales, son iluminaciones de la experiencia que transforman al que las recibe y le capacitan para una nueva experiencia”.
Esto nos lleva a otra cuestión capital: ¿Cómo evaluar lo revelado? Es algo muy complejo, puesto que toda revelación se da en una experiencia personal, que viene muy condicionada por el entorno social, cultural y religioso del sujeto que la recibe. La única manera de poder afirmar algo sobre la validez de lo revelado es por el efecto que produce en quien recibe esa comunicación. No es un tema nuevo; ya San Ignacio de Loyola establecía unas reglas para discernir espíritus, para saber distinguir con objetividad qué hay de objetivo o de subjetivo en una revelación. Nos aclara el autor la cuestión: "El problema hoy sería si una experiencia religiosa tiene coherencia con el humanismo de los derechos humanos. Solo lo que humaniza puede ser obra divina. La dignidad humana es en Occidente el criterio último para evaluar las religiones”. Como se puede apreciar, un argumento, lógicamente, condicionado por una creencia en la divinidad, pues no es privilegio de los creyentes la activa defensa de los derechos humanos; pero, sin duda, es una excelente pista para, dentro del teísmo, evaluar la presunción de una experiencia religiosa.
La fe en Cristo
Juan Antonio Estrada nos introduce ahora en el capítulo quinto de tan interesante obra: De creer en Dios a la fe en Cristo. Y lo hace con una buena síntesis de lo abordado ya con anterioridad, lo que nos coloca en la mejor posición para acometer la lectura de este nuevo capítulo. He aquí una serie de citas que nos acercan al contenido: “La divinidad no es nunca objeto de la experiencia, sino que se revela de forma no temática e indirecta como la que posibilita ese sentido. […] El ser absoluto se comunica de forma no absoluta. […] A diferencia del judaísmo y del islam, el cristianismo se basa en la vida y muerte de una persona, más que en una creencia doctrinal que haya transmitido. […] En el cristianismo, el sistema de creencias no es lo primero, sino la referencia personal a Jesucristo. […] De esta forma cambia la fe, que ya no se dirige a alguien inalcanzable, sino a un personaje cognoscible, del que derivan un proyecto de sentido y una forma de creer”.
En otras palabras, creer en Jesús es, ni más ni menos, que comprometerse con su proyecto de vida, asumiendo su visión de la sociedad y religión judías. En este sentido, no nos ofrece Jesús un sistema alternativo de prácticas religiosas como haría un reformador de la religión; lo que nos propone es un estilo de vida abierto a las necesidades humanas, que incide en la transformación social. Es ese sentido de solidaridad con el ser humano, con el otro, lo que está por encima de dogmas, teorías religiosas o ritos cultuales. Por eso, la ortodoxia religiosa no puede ser el criterio último para un cristiano.
Podríamos preguntarnos si ese modelo de vida al que invita Jesús tiene sentido, vistos su fracaso, su muerte y su posterior resurrección. Sufrió un gran abandono y la gran paradoja es que esa experiencia suya de tal abandono forma parte intrínseca de la revelación de Dios. ¿Qué nos dice? Que Dios está con las víctimas, con los que tienen hambre y sed de justicia, con los perseguidos como Jesús. A partir de aquí, Juan Antonio Estrada nos sumerge en un amplio análisis del simbolismo de la resurrección de Jesús y de la vida más allá de la muerte, basándose en la interpretación de las Escrituras.
Después de Cristo vinieron las cristologías. El autor se detiene de manera especial en la surgida sobre la base de las propuestas de Pablo, hasta desembocar en un apartado sobre dos maneras de entender la salvación, donde enfrenta a la conciencia con la norma.
Teodicea y antropodicea
Alcanzamos así el sexto y último capítulo de la obra: De la teodicea a la antropodicea. Es un capítulo amplio y de gran profundidad donde se encara el problema del mal, el talón de Aquiles de todas las religiones. No es válido huir del mal basándonos en la justicia ultramundana, de ultratumba.
Expone el autor que el mal por excelencia no es el físico (la enfermedad, el desastre natural) o el moral (el pecado, el daño a otro o la injusticia); para él es la desesperación que surge de una vida sin sentido. Y aquí es donde encaja la salvación: cuando la vida merece la pena. No encuentra adecuado apelar a la finitud y la contingencia humanas para explicar el mal que soportamos, como apunta Torres Queiruga; el sufrimiento forma parte de la existencia, como el gozo y el placer y la solución no es eliminarlo totalmente, sino integrarlo en una vida feliz, una vida con sentido, en la que quede compensado.
Hay que preguntarse desde aquí si la fe religiosa aporta algo a la felicidad. Y Estrada es contundente: “Si las religiones e ideologías quieren tener relevancia, tendrán que mostrar que sus contenidos sirven para luchar contra el mal y generar sentido”. Y, para un cristiano, ¿es creíble el Dios de la cruz? El ejemplo de Jesús con su fe en Dios motiva a vivir y a morir como él, desde la lucha contra lo que oprime, contra el mal, el dolor, el sufrir.
Y llega la pregunta final: ¿Qué decimos al hablar de Dios? Juan Antonio Estrada resume así el contenido de su estudio: “Que nos identificamos con el proyecto de vida de Jesús. También, que asumimos la muerte desde la esperanza y la identificación con el Crucificado. Este es el credo cristiano, que hoy sigue siendo válido para muchas personas”.
Concluyendo
Es esta una obra densa. No permite una lectura fácil, sino reposada, apoyada en la reflexión. Usa mucho el autor, casi continuamente y a lo largo de todo el libro, de frases cortas, concisas, muy meditadas y perfiladas; cada una de ellas, por lo general, merece un comentario, una meditación. Y, en muchos casos, suscita nuevas preguntas, quizás nuevas inquietudes que pueden perturbar las aguas aparentemente mansas de la tradición. Se muestra muy cuidadoso con sus afirmaciones, respetuoso con opiniones contrarias o diferentes, aceptando los límites a los que puede llegar la razón y razonando su postura.
Todo ello hace complejo el análisis, en unos pocos párrafos, de una obra tan profunda. Todo lo expuesto en este comentario no son sino unas pinceladas que solo pretenden cursar una invitación a sumergirse en su lectura. Creyentes y no creyentes pueden encontrar argumentos para sustentar su pensamiento y hallar una vía que les permita comprender mejor las razones que defienden con respeto quienes difieren de sus presupuestos ideológicos.
Nada que objetar por lo que se refiere a la edición. Quizás, sería de agradecer un cuerpo de letra mayor que no someta a cansancio ocular a quienes tengan el acierto de recorrer sus páginas.
Índice
Introducción
1. Las creencias heredadas
1. Creer, ¿don divino o elección libre?
2. La fe en la Biblia
3. Las creencias en la historia de la teología
2. Creer en una cultura escéptica
1. Los cambios culturales hacen la fe problemática
2. La pérdida de referencias
3. La Iglesia como lugar ambiguo de la fe
3. Preguntarse por Dios
1. Un Dios sin lugar en el universo
2. La impotencia de la teología negativa
3. ¿Buscar a un Dios inalcanzable?
4. ¿Revelación o proyección humana?
1. ¿Qué es una revelación?
2. ¿Se ha comunicado Dios en la Biblia?
3. La experiencia religiosa es problemática
4. ¿Cómo evaluar lo revelado?
5. De creer en Dios a la fe en Cristo
1. Creer en Dios desde el proyecto de vida
2. ¿Tiene sentido su muerte y resurrección?
3. ¿Devaluó la cristología a Jesús?
4. Dos maneras de entender la salvación
6. De la teodicea a la antropodicea
1. ¿Salvarse es ir al cielo?
2. La crisis de la teología judía
3. ¿Es creíble el Dios de la cruz?
4. ¿Qué decimos al hablar de Dios?
Notas sobre el autor
Juan Antonio Estrada es catedrático de Filosofía en la Universidad de Granada, en la que obtuvo el doctorado en filosofía, después de la licenciatura que cursó en la Universidad de Comillas en Madrid. Es también doctor en teología por la Universidad Gregoriana de Roma, tras sus estudios en Innsbruck (maestro en teología) y Múnich. A lo largo de su docencia universitaria ha impartido cursos de filosofía, y también de teología, en universidades latinoamericanas, especialmente en San Salvador y en México. Ha recibido el doctorado honoris causa de la Universidad Iberoamericana de México (2013). Es miembro de la Asociación Española de Ciencias de la Religión y de la Asociación de Teólogos Juan XXIII, y forma parte del consejo asesor de diversas revistas de filosofía y de teología.
Ha publicado obras y artículos de teología y de filosofía y colaborado en diccionarios y obras colectivas. En el área de la filosofía de la religión se ha centrado en la problemática de la teodicea, la teología natural y la teología filosófica. En estos estudios analiza la racionalidad de la fe en Dios, así como los interrogantes que plantean el ateísmo y el agnosticismo a la fe cristiana y, en general, a las creencias religiosas.
Es autor de La teoría crítica de Max Horkheimer (1990), Identidad y reconocimiento del otro en una sociedad mestiza (1998), La pregunta por Dios (2005) y De la salvación a un proyecto de sentido (2013), y de los dos volúmenes de Dios en las tradiciones filosóficas (1994 y 1996), La imposible teodicea (2003), Razones y sinrazones de la creencia religiosa (2001), Imágenes de Dios (2003), Por una ética sin teología (2004) y El sentido y el sinsentido de la vida (2010), además de Religiosos en una sociedad secularizada (2008). También ha colaborado, entre otras obras, en Discurso y realidad (1994), ¿Para qué filosofía? (1996), Lenguajes sobre Dios (1998), Las ilusiones de la identidad (2000), Pluralidad y sentido de las religiones (2002), El futuro de la filosofía (2004), Identidad, historia y sociedad (2007), Pensar la nada (2007) e Itinerarios del nihilismo (2009).
Juan Antonio Estrada es catedrático de Filosofía en la Universidad de Granada, en la que obtuvo el doctorado en filosofía, después de la licenciatura que cursó en la Universidad de Comillas en Madrid. Es también doctor en teología por la Universidad Gregoriana de Roma, tras sus estudios en Innsbruck (maestro en teología) y Múnich. A lo largo de su docencia universitaria ha impartido cursos de filosofía, y también de teología, en universidades latinoamericanas, especialmente en San Salvador y en México. Ha recibido el doctorado honoris causa de la Universidad Iberoamericana de México (2013). Es miembro de la Asociación Española de Ciencias de la Religión y de la Asociación de Teólogos Juan XXIII, y forma parte del consejo asesor de diversas revistas de filosofía y de teología.
Ha publicado obras y artículos de teología y de filosofía y colaborado en diccionarios y obras colectivas. En el área de la filosofía de la religión se ha centrado en la problemática de la teodicea, la teología natural y la teología filosófica. En estos estudios analiza la racionalidad de la fe en Dios, así como los interrogantes que plantean el ateísmo y el agnosticismo a la fe cristiana y, en general, a las creencias religiosas.
Es autor de La teoría crítica de Max Horkheimer (1990), Identidad y reconocimiento del otro en una sociedad mestiza (1998), La pregunta por Dios (2005) y De la salvación a un proyecto de sentido (2013), y de los dos volúmenes de Dios en las tradiciones filosóficas (1994 y 1996), La imposible teodicea (2003), Razones y sinrazones de la creencia religiosa (2001), Imágenes de Dios (2003), Por una ética sin teología (2004) y El sentido y el sinsentido de la vida (2010), además de Religiosos en una sociedad secularizada (2008). También ha colaborado, entre otras obras, en Discurso y realidad (1994), ¿Para qué filosofía? (1996), Lenguajes sobre Dios (1998), Las ilusiones de la identidad (2000), Pluralidad y sentido de las religiones (2002), El futuro de la filosofía (2004), Identidad, historia y sociedad (2007), Pensar la nada (2007) e Itinerarios del nihilismo (2009).