Ficha Técnica
Título: La ciencia desde la fe. Los conocimientos científicos no cuestionan la existencia de Dios
Autor: Alister McGrath
Edita: Espasa Libros, S.L.U., Barcelona, 2016
Traducción: Albino Santos Mosquera
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 328
ISBN: 978-84-670-4634-2
Precio: 19,90 euros
“Este libro es un informe provisional emitido desde las fronteras entre la ciencia y la religión, una promesa de algo que jamás podría aspirar a estar terminado o a ser perfecto, en parte porque los campos en cuestión están en movimiento, y en parte también porque hay en ese territorio demasiado que absorber y asimilar para una sola persona”. Este párrafo, tomado de las páginas finales del libro, nos explica brevemente lo que Alister McGrath se propuso al redactarlo. Se trata de una obra en la que el autor nos desgrana el camino que recorrió desde unos planteamientos prácticamente ateos, nacidos de su pasión por la ciencia, hasta convertirse en creyente, superando el supuesto choque y la supuesta incompatibilidad entre ciencia y fe. Porque, para él, ambas son complementarias y la carencia de una de ellas empobrecería el conocimiento de la realidad, mientras que, juntas, lo enriquecen.
Y así es como arranca el libro, con unas páginas autobiográficas en las que nos relata su juvenil pasión por la ciencia, que le llevó a un alejamiento de la idea de Dios, hasta que se produjo un asombro extasiado ante el espectáculo del cielo, contemplado desde el silencio de un desértico espacio en Irán. Una sensación que, de ninguna manera, aunque para muchos lo sea, constituye un fin en sí misma, sino que es un punto de partida para la exploración y el conocimiento, que nos lleva a una nueva manera de ver las cosas.
Lógicamente, en la génesis de su reconversión figura la pregunta de cómo estoy aquí, en este mundo, a la que responde la ciencia. Pero existe la otra pregunta, formulada de diferentes maneras, para la que la ciencia carece de respuesta: ¿por qué estoy yo aquí?, ¿cuál es el sentido de mi existir? Plantearse estas cuestiones no supone un necesario abandono de la ciencia, solo significa respetar sus límites y no forzarla a convertirse en algo distinto de la ciencia en sí.
A partir de aquí, desfilan diferentes autores con sus respectivos planteamientos ante la cuestión, dedicándose el autor a intentar hacer ver al lector que la fe no perjudica nuestro conocimiento de la naturaleza, como defienden muchos. Muy al contrario, la fe nos brinda distintas maneras de reflexionar sobre nuestra experiencia de la belleza natural.
Por último, en este primer capítulo de su recorrido, McGrath se extiende sobre el gran mito del conflicto entre ciencia y religión. Para él, no son los ateos quienes provocan este conflicto; el ateo, simplemente, prescinde de Dios; son los antiteístas, los adeptos del Nuevo Ateísmo quienes encienden un debate que carece de sentido pues se trata básicamente de una construcción social, inventada para satisfacer las necesidades y favorecer la intereses de ciertos grupos sociales. El autor, en su libro, ofrece un enfoque alternativo que consiste en la reapropiación por nuestra parte de otro más antiguo y más sensato que ve de buen grado la confluencia de la ciencia y la fe, al tiempo que respeta las diferencias de identidad y de límites de ambas. En este sentido, es duro en su juicio sobre el antiteísta: “Su retórica desdeñosa le permite presentar su ignorancia en materia de ideas religiosas como si constituyera una virtud intelectual, cuando, en realidad, no es más que una excusa arrogante para no tener que pensar”.
Siendo la ciencia y la religión dos de las mayores fuerzas culturales del mundo actual, nos pide que exploremos un modo diferente de concebir la ciencia y la religión, un modo que vincula ambos campos de un modo tan satisfactorio desde el plano racional como estimulante desde el imaginativo.
Comprender las cosas
Relatos, imágenes y mapas. Comprender las cosas es el título del segundo capítulo de la obra. En él, el autor profundiza más, con abundantes ejemplos, en su propuesta manifestada anteriormente: no existe conflicto entre ciencia y religión, sino que se trata de puntos de vista complementarios sobre la realidad.
Nos habla de cómo la ciencia descompone la realidad para conocerla, como desmontar un reloj; pero la religión aporta la manera de reunificar las piezas para ver su sentido.
Se atiene a la expresión de Jay Gould: la ciencia no es atea ni teísta, es solo ciencia. La cuestión es que el ser humano necesita integrar las muchas dimensiones de la vida en un todo coherente y satisfactorio. Pero cuando esa visión global no se corresponde con la de una clase dominante, la tendencia de esta es condenar esa visión como una locura, un problema psiquiátrico, que merece el correspondiente tratamiento; de esta forma, lo que es una represión intelectual se reviste de una apariencia de servicio público.
Identifica esta postura con la demostrada por el Nuevo Ateísmo, que mantiene incólume su idea de que ciencia y religión son dos mundos en guerra. Y aluden con frecuencia a versiones, a su juicio interesadas, de la historia para demostrar que la religión siempre supuso un freno a la ciencia, algo que McGrath intenta desmontar con argumentos en los que ocurre justamente lo contrario; eso sin olvidar que los antiteístas olvidan citar que, en ocasiones, ha sido el prejuicio antirreligioso el que ha frenado el proceso científico. También alude a la debilidad argumental del cientismo.
Pero sí hay que tener presente que la realidad es muy compleja y que la mejor manera de no encerrarse dentro de unas teorías opresivas es mirar nuestro mundo desde múltiples ventanas. Más aún: necesitamos contar con la existencia de diferentes niveles de la realidad que hay que abordar de maneras correspondientemente distintas.
De pruebas y demostraciones
De las teorías científicas y de su capacidad de responder a las cuestiones que nos plantea la realidad, y de las religiosas con su posibilidad de ayudar a comprender dicha realidad va el tercer capítulo del libro: Teoría, pruebas y demostración. ¿Cómo sabemos que algo es verdad? Y arranca con una reflexión de Bertrand Russell sobre el hecho de que la filosofía nos enseña a vivir sin seguridad, sin certezas.
Es innegable el anhelo humano de certeza. Pero, dicho esto, hablar en términos de pruebas concluyentes es, además de simplista, engañoso. Porque la ciencia se mueve en el terreno resbaladizo de las teorías y se encuentra siempre en una situación de cambio constante, como nos enseña su historia; maneja hipótesis que consideramos que cuadran mejor con los hechos que observamos. McGrath aporta varios ejemplos de cómo la ciencia ha modificado muchos de sus planteamientos a lo largo de los siglos, teniendo hoy unas teorías que pueden ser modificadas por investigaciones posteriores.
De ahí que proceda el autor a explicar el alcance de las pruebas y demostraciones científicas que cuentan con un amplio margen para la fe; porque no es lo mismo la ausencia total de evidencia de apoyo a una teoría que una ausencia de evidencia de total apoyo. “Creemos que ciertas teorías son verdaderas y tenemos buenas razones para pensarlo, pero no podemos demostrar que lo sean”. Lo que no significa, lógicamente, que no sean razonables; todo lo contrario. Y aporta varios ejemplos para sustentar su propuesta, como el del bosón de Higgs.
Visto esto, McGrath entra en el campo de la teoría en el ámbito de la religión. Recurre aquí, una vez más, a su propio itinerario desde el ateísmo a la religión, intentando responder a la cuestión de cómo funciona la fe religiosa, qué hace exactamente. La concibe como un cambio de mentalidad, de manera de ver las cosas: “probé a mirarlo todo a través de una lente teísta y descubrí que esta me proporcionaba una claridad y una nitidez de enfoque mucho mayores que la del ateísmo”. También en estas páginas recurre a ejemplos de científicos que hicieron idéntico camino, como el caso de Chesterton y Lewis.
Naturalmente, se cuestiona si, como ocurre en la ciencia, podemos demostrar las teorías en la religión, recurriendo a Lewis quien afirmaba que la legitimidad intelectual de una teoría (Dios), se basaba en la capacidad de esta para unificar y explicar, aun cuando la teoría en sí no fuese demostrable, algo que se ha podido comprobar en los variados ejemplos que nos ofrece la historia, entre los más reciente, el de la teoría de cuerdas. Con el psicólogo William James, nos explica que la “fe religiosa es básicamente una fe en la existencia de un orden que no se ve, pero en el que podemos descubrir y explicar los enigmas del orden natural”.
Un mundo extraño
Inventar el universo. Nuestro extraño mundo es el título del cuarto capítulo, digamos un cuarto mojón en esta vereda en la que acompañamos a McGrath en su paso del ateísmo juvenil a su teísmo razonado y razonable.
En él, McGrath nos introduce, primero, en el campo de la cosmología, resumiendo, acertadamente, el estado de la cuestión sobre los orígenes del universo. “En los últimos años, ha surgido un amplio consenso en torno a esa historia, tanto en lo relativo a cuándo empezó todo como en lo referente a cómo se desarrolló. Pero en lo que no hay acuerdo es al respecto de lo que esa historia significa”. Nos expone los principales hitos, a través de los siglos, sobre la idea del origen del universo, intentando dar respuesta a dos preguntas: ¿por qué podemos explicar tanto sobre él? Y ¿por qué parece estar tan bien ajustado para la presencia de la vida?
Para la primera cuestión, y muy resumidamente, nos hace ver que podemos entender el orden del universo porque nuestra mente es racional y lo podemos explicar con las matemáticas. Para la segunda pregunta se extiende argumentando las muy escasas posibilidades de que existiera la vida si se debiera únicamente al azar, dado el enorme cúmulo de condiciones que tenían que darse para que fuese posible nuestro existir.
Especial atención presta a los científicos Stephen Hawking y Lawrence Krauss, sometiendo a una severa crítica sus obras El gran diseño y Un universo de la nada, respectivamente.
El capítulo se cierra con una reflexión sobre la eternidad, concebida como una atemporalidad o intemporalidad, es decir, que se encuentra fuera del espacio-tiempo.
Inevitablemente, Darwin
En una obra como esta no puede faltar un capítulo dedicado a Darwin y los problemas que sus teorías plantearon a la fe. Darwin y la evolución. Nuevas preguntas para la ciencia y la fe, es como se titula el quinto capítulo.
Sobre un asunto acerca del cual se han vertido caudalosas opiniones por todas las vías, es difícil hacer un resumen acertado. McGrath se enfrenta al reto y sale airoso, consciente, eso sí, de los muchos aspectos que quedan fuera del alcance de su comentario, muy ceñido a los objetivos que se propuso al redactar su obra.
En este capítulo, examina “la cuestión de la significación de la teoría darwiniana de la evolución y, para ello, nos fijaremos tanto en su desarrollo histórico como en sus enunciaciones más contemporáneas y en qué impacto puede tener en las creencias religiosas”.
Así pues, dedica varias páginas al contexto en el que nació la teoría darwiniana original, para referirse, luego, a los que considera tres aspectos centrales que la caracterizan: 1. El principio de la variación; 2. El principio de la herencia; y 3. El principio de la selección.
Se detiene, seguidamente, en la significación religiosa de las ideas de Darwin, de quien recoge sus inicios dentro de la ortodoxia cristiana, su paso por una cierta forma de deísmo, para devenir agnóstico, aunque no ateo.
Tras Darwin, no podía faltar una referencia, amplia por lo demás, al encuentro de Asociación Británica para el Progreso de la Ciencia, entre el obispo Wilberforce y Huxley. Para McGrath, este debate, que se mostró como un icono del encontronazo entre la ciencia y la religión, cuenta hoy con descripciones más informadas y equilibradas, que hacen verlo con otra luz muy distinta.
No cabe duda de que las teorías de Darwin han sido adoptadas, a veces con entusiasmo, por ciertos sectores del progresismo político, social o religioso. El autor lo centra en la eugenesia, concretamente, en dos cuestiones: ¿No podríamos usar los conocimientos adquiridos para mejorar la calidad de la humanidad? Y ¿avalarían el impedir que nazcan seres humanos defectuosos?
Un último apartado hace referencia a las tensiones entre darwinismo y la fe, basándose en tres temas principales: 1. El darwinismo aporta una interpretación materialista de la naturaleza humana; 2. Dios queda suprimido del mundo; y 3. ¿Una puesta en tela de juicio de las interpretaciones tradicionales del libro del Génesis? Para el siguiente capítulo deja el tratar sobre la naturaleza humana y cómo nos ayudan los relatos de la ciencia y de la fe a conocer mejor quiénes somos y por qué importamos.
Qué nos hace humanos
Capítulo sexto. Almas. De lo que nos hace humanos. Se trata de un capítulo complejo, aunque fácilmente asequible merced al estilo muy cercano del autor, donde se abordan diversas cuestiones que confluyen en la esencia de la humanidad.
¿Cuál es nuestra concepción de la humanidad? ¿Qué distingue a los seres humanos de los demás? ¿De verdad tenemos un alma? ¿Acaso somos almas? ¿Qué es exactamente un alma? Tales son las cuestiones a las que pretende dar respuesta McGrath.
Primeramente, defiende el emergentismo, atacando al reduccionismo físico para el que solo somos átomos y moléculas, defendiendo que, en nuestro proceso evolutivo, no solo cuenta la evolución biológica, sino también la cultural. Y también se enfrenta al reduccionismo genético, para el que solo somos máquinas dedicadas a perpetuar genes, trayendo para apoyar su postura las aportaciones de Denis Noble.
Llegados a este punto, se pregunta si hay un alma. Y para responder trata de definir el concepto de alma, recorriendo las diferentes concepciones que ha tenido a lo largo de la historia, desde la época clásica hasta las aportaciones del Antiguo y el Nuevo Testamento, a la luz de las actuales exégesis de sus textos. Y, aunque no aporta su propia definición, siembra la idea de una existencia relacional.
En la que no falta la relación con Dios, porque los seres humanos no podemos evitar pensar en él. Para McGrath, “existe hoy un consenso más amplio en torno a la idea de que la religión es un fenómeno natural, una actividad humana cognitivamente innata que surge a través de las formas humanas naturales de pensar, y no a pesar de ellas”. ¿Y por qué venimos hechos así de fábrica? Nadie lo sabe en realidad.
Se refiere seguidamente al humanismo, cuyo concepto también ha evolucionado en el tiempo, llegando en la actualidad a considerar como sinónimos al humanismo con el humanismo secular, el que no se siente interpelado por la religión, una idea que trata de rebatir apoyándose en las propuestas de Mary Midgley.
¿Es posible mejorar constantemente la condición humana a través de la ciencia y la tecnología? La experiencia muestra cómo la tecnología y la ciencia no siempre se han utilizado para hacer el bien, para mejorarnos humanamente.
McGrath apunta que estas experiencias, muy recientes algunas de ellas, “apuntan a la presencia de una pauta: no una pauta sistemática de maldad pura, como (desde luego) tampoco una bondad pura, sino una pauta de complejidad y ambigüedad humanas”.
Lo que hace que, en ocasiones, los seres humanos estropeemos la religión, pero, también, la ciencia. Se pregunta, no sin razón, el autor si podemos trascender nuestros límites, cambiar nuestras naturalezas. Una postura que ha dado pie al transhumanismo, al que dedica las últimas reflexiones de este capítulo.
Los límites de la ciencia
Este capítulo, el séptimo, lleva un título sobre el que el autor ayuda al lector a reflexionar: La búsqueda de sentido y los límites de la ciencia.
Parte de la base de que todo científico es un ser humano y es esta condición la que lleva a tener opiniones sobre cuestiones más profundas que las que aborda la ciencia y para las que esta carece de respuestas.
Se pregunta si tiene límites la ciencia y a meditar sobre esta cuestión dedica las abundantes páginas de este capítulo. Hay, nos dice, quienes piensan que no, que no tiene límites su enorme potencial. Pero, ¿qué consecuencias se seguirían si en efecto los tiene?
Ante las preguntas fundamentales, McGrath sugiere tres opciones: ignorarlas, esperar a que la ciencia pueda algún día responder adecuadamente y una tercera, a la que se apunta, usar múltiples mapas de sentido para dar respuesta y ofrecer una visión enriquecida de la realidad. ¿Significa, en esta tercera postura, que se ha de abandonar la ciencia? Contundentemente, no; solo significa reconocer y respetar sus límites sin forzarla a convertirse en algo que ya no sería ciencia.
Y continúa su reflexión preguntándose por qué nos importa el sentido. Y lo hace apoyándose en el generalizado consenso en la literatura especializada en psicología de que atribuir un sentido a la vida es algo importante para el bienestar humano. La cuestión es que hay variadas fuentes para encontrar tal sentido: metas, valores, sensación de eficacia, base para la autoestima, la religión, … Pero de lo que no parece haber duda es en que la ciencia no figura entre esas fuentes para hallar el sentido. Eso no quiere decir que no pueda ayudar a arrojar luz sobre estas cuestiones.
El resto del capítulo se dedica a analizar y rebatir, con fundamentados argumentos, los serios planteamientos del filósofo ateo Alex Rosenberg, expuestos en su libro The atheist’s guide to reality. Y lo concluye con el siguiente párrafo: “La ciencia es una herramienta de vital importancia para investigar nuestro mundo y vivir en él. Pero arroja luz solamente sobre una parte de la imagen general, no sobre toda ella. Pensar que hace más que eso es autoengañarse. Y, claro está, necesitamos ver la figura entera para vivir unas vidas auténticas y llenas de sentido”.
A vueltas con la ética
Este capítulo octavo de la obra, ¿Una ética empírica? Ciencia y moral, es, probablemente, uno de los que puede generar más debate, pues escapa y sobrepasa la frontera de lo empírico, de lo que hemos dado en llamar racional.
La cuestión que aborda es si la ciencia puede proporcionarnos las bases para fundamentar una ética, una moral. McGrath viene a decirnos que no se puede evaluar decisiones en función de sus efectos a la hora de promover u obstaculizar el bienestar humano, que se ha pretendido promover.
Aborda en profundidad, tratando de rebatir, el darwinismo social: a la vista están los resultados de su aplicación tanto en los hechos del pasado siglo como en muchos del presente. Alude a tres grandes motivos de preocupación que dejaron los fallidos experimentos de este darwinismo. El primero es la trasposición desde el ámbito de las observaciones de lo que sucedía en la naturaleza a la esfera de las prescripciones sobre lo que debería suceder en la sociedad humana; el segundo motivo es que la teorización científica es provisional y lo que una generación puede considerar como una respuesta científica a una situación concreta tal vez sea abandonado más adelante por una generación futura; y, finalmente, el tercer motivo es que las cuestiones morales han sido tratadas en las tentativas producidas hasta ahora como si fueran cuestiones científicas, susceptibles de ser respondidas apelando simplemente a los datos empíricos.
Dedica el autor seguidamente varias páginas a analizar las ideas de Sam Harris recogidas en su libro The moral landscape, para detenerse, a continuación en la psicología evolucionista en relación con la ética. Se refiere, concretamente, al análisis que introduce sobre si existe algún metarrelato darwiniano que pueda servir de base, por sí solo, para la reflexión ética, “ya sea mostrando que algunos de nuestros valores morales más firmemente establecidos son en realidad vestigios de nuestro pasado evolutivo, ya sea aportando su propio conjunto de tales valores”. Concluye que el darwinismo social no es una consecuencia necesaria de la teoría de Darwin sobre la selección natural, sino que “surge de atribuir a las pautas naturales subyacentes al fenómeno de la evolución un carácter normativo para la conducta de los seres humanos, a partir de la transposición de lo observado en los procesos naturales a los principios impuestos en los sistemas morales”.
Aporta McGrath numerosos ejemplos para exponer las diferentes posturas sostenidas a lo largo del tiempo por numerosos autores.
Cierra el capítulo con el epígrafe ¿Una ética racional? Los límites de la razón. Se argumenta a favor de una idea cuando esta es razonable; lo cual es válido siempre y cuando no nos encierre dentro de una forma de racionalismo que acota los movimientos de la empresa científica, recluyéndola en un corsé racionalista y congelándola en el mundo del pensamiento del siglo XVIII.
No se puede afrontar una idea con una mentalidad cerrada en lo aprendido hasta ahora. Alude, por ejemplo, a la mecánica cuántica, incomprensible para una mentalidad formada en la mecánica clásica, a la que puede parecer no razonable. Por eso, aboga por inspirarnos en otros relatos adicionales cuando un relato resulte inadecuado para un determinado fin. Y concluye: “criticar a la ciencia por no facilitarnos unos principios morales conforme e los que vivir nuestra vida es como culpar a un microscopio por no hacer buen café”. Lo que no implica que se trate de relatos y juicios arbitrarios ni irracionales, pues no hay que suspender el pensamiento racional para construir y emitir juicios sobre lo que está bien y sobre lo que es verdadero. Se trata, en definitiva, de la tesis defendida por el autor sobre los relatos interconectados.
El sentido de la vida
El noveno y último capítulo de la obra es Ciencia y fe. Dar sentido al mundo, dar sentido a la vida. Quizás, podría haber figurado como el primero, ya que en él el autor resume todo lo que ha sido su recorrido desde el ateísmo juvenil hasta sus actuales planteamientos. Nos advierte de que no ha pretendido hacer una defensa de la ciencia ni del cristianismo: “Esta obra, pues, es más una exaltación de las posibilidades intelectuales y existenciales que un tratado de los fundamentos del conocimiento humano”. Con humildad, reconoce su incapacidad para demostrar con contundencia sus propuestas, pero sí afirma que su enfoque amplía las posibilidades de la ciencia, ofreciendo una paleta mucho más amplia para poder comprender la realidad y dar sentido a la vida.
Su recorrido lo hace a través de los siguientes epígrafes, que nos dan una pista de los pasos dados en su avance: Entretejer relatos de la realidad; ¿Un universo inventado? ¿Inventarse las cosas o verlas con mayor claridad?; Una religión racional: ¿dónde está el misterio entonces?; ¿Una síntesis indebida? Por qué no estoy fusionando ciencia y religión; De cómo la religión enriquece un relato científico; El “problema del ahora”: subjetividad y ciencia; y, finalmente, El firmamento nocturno: de la visión de los cielos.
Concluyendo
La cuestión del posible enfrentamiento entre ciencia y fe proporciona un debate que no pierde actualidad; muy al contrario, escuchamos voces que expresan opiniones en diversos sentidos con argumentos que, a lo que se ve, nunca son lo suficientemente convincentes para zanjar cualquier discusión. Pero sí lo son para quienes sostienen una postura u otra sin que se pueda prever un final.
Este libro de Alister McGrath se inscribe en esa corriente tan viva. Desde un primer momento, nos advierte de que se trata de la biografía de un recorrido intelectual, que arranca desde su juventud, inicialmente religiosa, a su paso por un ateísmo activo, para concluir en su aceptación de la fe, apoyado en la racionalidad y lo razonable de sus argumentos. No pretende convencer a nadie; parte de la base de su imposibilidad; simplemente, trata de mostrar el camino que él ha seguido en la esperanza de que sea útil a cuantos se encuentran en la situación de duda existencial por la que él pasó.
Evidentemente, tratando de defender sus postulados, ha de intentar rebatir la argumentación de quienes han seguido vías diferentes alcanzando conclusiones distintas; y lo hace, lógicamente y de manera especial, refiriéndose a los ateos activistas, a los antiteístas, que atacan con argumentos, a su juicio nada sólidos, a quienes sostienen posiciones de fe. De ahí que Richard Dawkins, Hitchens, o Bertrand Russell, entre otros muchos, pululen por las páginas del libro, especialmente el primero de ellos. Y la defensa de sus posturas, no el ataque a las de otros, la realiza con una argumentación sólida, aunque no siempre compartida, desde el mayor respeto, lo que es muy de agradecer.
Por lo demás, se trata de una obra de fácil lectura; fácil y amena, porque McGrath tiene un estilo directo y didáctico, acompañado de numerosos ejemplos que ayudan a la comprensión de aquellos aspectos que pudieran resultar menos fáciles de digerir.
Su presentación es muy agradable, con un cuerpo de letra generoso y adecuados márgenes. Todo lo cual invita a una lectura reposada y grata de su amplio contenido.
Índice
1. Del asombro al conocimiento. El comienzo de un viaje
El asombro extasiado: una puerta al entendimiento
Por qué no podemos sustraernos a las grandes preguntas
Una comprensión enriquecida de la realidad
La fe y el aprecio por la naturaleza
El gran mito: el “conflicto” perpetuo entre ciencia y religión
2. Relatos, imágenes y mapas. Comprender las cosas
El sentido y las preguntas fundamentales
La ciencia no es atea ni teísta: es solo ciencia
En busca de la inteligibilidad y coherencia
Relatos sobre la ciencia y la religión
Cuestionamiento del relato de la presunta “guerra” entre ciencia y religión
Múltiples mapas de la realidad
Múltiples niveles de la realidad
Múltiples relatos de la realidad
3. Teoría, pruebas y demostración. ¿Cómo sabemos que algo es verdad?
El anhelo humano de la certeza
La teoría en la ciencia: ver correctamente las cosas
Un estudio de caso: las teorías del Sistema Solar
Pruebas, demostración y fe dentro del ámbito de la ciencia
La partícula de la fe: el bosón de Higgs
La teoría en el ámbito de la religión: dar sentido a la vida
La fe como cambio de mentalidad
Regreso a la fe: G. K. Chesterton y C. S. Lewis
Ciencia y religión: ¿podemos demostrar las teorías?
4. Inventar el universo. Nuestro extraño mundo
El comienzo de los tiempos
La extraña racionalidad del cosmos
La vida en el universo, un fenómeno extraño
Críticos de la tesis de la creación: Stephen Hawking y Lawrence Krauss
¿Qué es la eternidad?
5. Darwin y la evolución. Nuevas preguntas para la ciencia y la fe
El contexto de la teoría darwiniana original
La teoría darwiniana de la evolución: los temas centrales
La significación religiosa de las ideas de Darwin
La leyenda del encuentro de la Asociación Británica en Oxford en 1860
Darwinismo social: el problema de la eugenesia
Tensiones entre el darwinismo y la fe
6. Almas. De lo que nos hace humanos
El reduccionismo físico: ¿solamente somos átomos y moléculas?
El reduccionismo genético: ¿bailamos al son del ADN?
¿Hay un alma?
¿Por qué no podemos dejar de hablar de Dios?
De por qué el humanismo necesita buscarse un nuevo nombre
El lado oscuro de la naturaleza humana
Cuando la ciencia se estropea
Cuando la religión se estropea
¿Trascender nuestros límites? ¿Cambiar nuestras naturalezas?
7. La búsqueda de sentido y los límites de la ciencia
¿Tiene límites la ciencia?
Preguntas fundamentales: por qué necesitamos respuestas
Por qué nos importa el sentido
Una alternativa fallida: cientismo y sentido
Sentido y naturalismo
8. ¿Una ética empírica? Ciencia y moral
¿Puede la ciencia ser el fundamento de la moral?
Sam Harris a propósito de la ciencia y la ética
La psicología evolucionista y la ética
¿Una ética racional? Los límites de la razón
9. Ciencia y fe. Dar sentido al mundo, dar sentido a la vida
Entretejer relatos de la realidad
¿Un universo inventado? ¿Inventarse las cosas o verlas con mayor claridad?
Una religión racional: ¿dónde está el misterio entonces?
¿Una síntesis indebida? Por qué no estoy fusionando ciencia y religión
De cómo la religión enriquece un relato científico
El “problema del ahora”: subjetividad y ciencia
El firmamento nocturno: de la visión de los cielos
Conclusión
Lecturas adicionales
Notas
Índice analítico y onomástico
Título: La ciencia desde la fe. Los conocimientos científicos no cuestionan la existencia de Dios
Autor: Alister McGrath
Edita: Espasa Libros, S.L.U., Barcelona, 2016
Traducción: Albino Santos Mosquera
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 328
ISBN: 978-84-670-4634-2
Precio: 19,90 euros
“Este libro es un informe provisional emitido desde las fronteras entre la ciencia y la religión, una promesa de algo que jamás podría aspirar a estar terminado o a ser perfecto, en parte porque los campos en cuestión están en movimiento, y en parte también porque hay en ese territorio demasiado que absorber y asimilar para una sola persona”. Este párrafo, tomado de las páginas finales del libro, nos explica brevemente lo que Alister McGrath se propuso al redactarlo. Se trata de una obra en la que el autor nos desgrana el camino que recorrió desde unos planteamientos prácticamente ateos, nacidos de su pasión por la ciencia, hasta convertirse en creyente, superando el supuesto choque y la supuesta incompatibilidad entre ciencia y fe. Porque, para él, ambas son complementarias y la carencia de una de ellas empobrecería el conocimiento de la realidad, mientras que, juntas, lo enriquecen.
Y así es como arranca el libro, con unas páginas autobiográficas en las que nos relata su juvenil pasión por la ciencia, que le llevó a un alejamiento de la idea de Dios, hasta que se produjo un asombro extasiado ante el espectáculo del cielo, contemplado desde el silencio de un desértico espacio en Irán. Una sensación que, de ninguna manera, aunque para muchos lo sea, constituye un fin en sí misma, sino que es un punto de partida para la exploración y el conocimiento, que nos lleva a una nueva manera de ver las cosas.
Lógicamente, en la génesis de su reconversión figura la pregunta de cómo estoy aquí, en este mundo, a la que responde la ciencia. Pero existe la otra pregunta, formulada de diferentes maneras, para la que la ciencia carece de respuesta: ¿por qué estoy yo aquí?, ¿cuál es el sentido de mi existir? Plantearse estas cuestiones no supone un necesario abandono de la ciencia, solo significa respetar sus límites y no forzarla a convertirse en algo distinto de la ciencia en sí.
A partir de aquí, desfilan diferentes autores con sus respectivos planteamientos ante la cuestión, dedicándose el autor a intentar hacer ver al lector que la fe no perjudica nuestro conocimiento de la naturaleza, como defienden muchos. Muy al contrario, la fe nos brinda distintas maneras de reflexionar sobre nuestra experiencia de la belleza natural.
Por último, en este primer capítulo de su recorrido, McGrath se extiende sobre el gran mito del conflicto entre ciencia y religión. Para él, no son los ateos quienes provocan este conflicto; el ateo, simplemente, prescinde de Dios; son los antiteístas, los adeptos del Nuevo Ateísmo quienes encienden un debate que carece de sentido pues se trata básicamente de una construcción social, inventada para satisfacer las necesidades y favorecer la intereses de ciertos grupos sociales. El autor, en su libro, ofrece un enfoque alternativo que consiste en la reapropiación por nuestra parte de otro más antiguo y más sensato que ve de buen grado la confluencia de la ciencia y la fe, al tiempo que respeta las diferencias de identidad y de límites de ambas. En este sentido, es duro en su juicio sobre el antiteísta: “Su retórica desdeñosa le permite presentar su ignorancia en materia de ideas religiosas como si constituyera una virtud intelectual, cuando, en realidad, no es más que una excusa arrogante para no tener que pensar”.
Siendo la ciencia y la religión dos de las mayores fuerzas culturales del mundo actual, nos pide que exploremos un modo diferente de concebir la ciencia y la religión, un modo que vincula ambos campos de un modo tan satisfactorio desde el plano racional como estimulante desde el imaginativo.
Comprender las cosas
Relatos, imágenes y mapas. Comprender las cosas es el título del segundo capítulo de la obra. En él, el autor profundiza más, con abundantes ejemplos, en su propuesta manifestada anteriormente: no existe conflicto entre ciencia y religión, sino que se trata de puntos de vista complementarios sobre la realidad.
Nos habla de cómo la ciencia descompone la realidad para conocerla, como desmontar un reloj; pero la religión aporta la manera de reunificar las piezas para ver su sentido.
Se atiene a la expresión de Jay Gould: la ciencia no es atea ni teísta, es solo ciencia. La cuestión es que el ser humano necesita integrar las muchas dimensiones de la vida en un todo coherente y satisfactorio. Pero cuando esa visión global no se corresponde con la de una clase dominante, la tendencia de esta es condenar esa visión como una locura, un problema psiquiátrico, que merece el correspondiente tratamiento; de esta forma, lo que es una represión intelectual se reviste de una apariencia de servicio público.
Identifica esta postura con la demostrada por el Nuevo Ateísmo, que mantiene incólume su idea de que ciencia y religión son dos mundos en guerra. Y aluden con frecuencia a versiones, a su juicio interesadas, de la historia para demostrar que la religión siempre supuso un freno a la ciencia, algo que McGrath intenta desmontar con argumentos en los que ocurre justamente lo contrario; eso sin olvidar que los antiteístas olvidan citar que, en ocasiones, ha sido el prejuicio antirreligioso el que ha frenado el proceso científico. También alude a la debilidad argumental del cientismo.
Pero sí hay que tener presente que la realidad es muy compleja y que la mejor manera de no encerrarse dentro de unas teorías opresivas es mirar nuestro mundo desde múltiples ventanas. Más aún: necesitamos contar con la existencia de diferentes niveles de la realidad que hay que abordar de maneras correspondientemente distintas.
De pruebas y demostraciones
De las teorías científicas y de su capacidad de responder a las cuestiones que nos plantea la realidad, y de las religiosas con su posibilidad de ayudar a comprender dicha realidad va el tercer capítulo del libro: Teoría, pruebas y demostración. ¿Cómo sabemos que algo es verdad? Y arranca con una reflexión de Bertrand Russell sobre el hecho de que la filosofía nos enseña a vivir sin seguridad, sin certezas.
Es innegable el anhelo humano de certeza. Pero, dicho esto, hablar en términos de pruebas concluyentes es, además de simplista, engañoso. Porque la ciencia se mueve en el terreno resbaladizo de las teorías y se encuentra siempre en una situación de cambio constante, como nos enseña su historia; maneja hipótesis que consideramos que cuadran mejor con los hechos que observamos. McGrath aporta varios ejemplos de cómo la ciencia ha modificado muchos de sus planteamientos a lo largo de los siglos, teniendo hoy unas teorías que pueden ser modificadas por investigaciones posteriores.
De ahí que proceda el autor a explicar el alcance de las pruebas y demostraciones científicas que cuentan con un amplio margen para la fe; porque no es lo mismo la ausencia total de evidencia de apoyo a una teoría que una ausencia de evidencia de total apoyo. “Creemos que ciertas teorías son verdaderas y tenemos buenas razones para pensarlo, pero no podemos demostrar que lo sean”. Lo que no significa, lógicamente, que no sean razonables; todo lo contrario. Y aporta varios ejemplos para sustentar su propuesta, como el del bosón de Higgs.
Visto esto, McGrath entra en el campo de la teoría en el ámbito de la religión. Recurre aquí, una vez más, a su propio itinerario desde el ateísmo a la religión, intentando responder a la cuestión de cómo funciona la fe religiosa, qué hace exactamente. La concibe como un cambio de mentalidad, de manera de ver las cosas: “probé a mirarlo todo a través de una lente teísta y descubrí que esta me proporcionaba una claridad y una nitidez de enfoque mucho mayores que la del ateísmo”. También en estas páginas recurre a ejemplos de científicos que hicieron idéntico camino, como el caso de Chesterton y Lewis.
Naturalmente, se cuestiona si, como ocurre en la ciencia, podemos demostrar las teorías en la religión, recurriendo a Lewis quien afirmaba que la legitimidad intelectual de una teoría (Dios), se basaba en la capacidad de esta para unificar y explicar, aun cuando la teoría en sí no fuese demostrable, algo que se ha podido comprobar en los variados ejemplos que nos ofrece la historia, entre los más reciente, el de la teoría de cuerdas. Con el psicólogo William James, nos explica que la “fe religiosa es básicamente una fe en la existencia de un orden que no se ve, pero en el que podemos descubrir y explicar los enigmas del orden natural”.
Un mundo extraño
Inventar el universo. Nuestro extraño mundo es el título del cuarto capítulo, digamos un cuarto mojón en esta vereda en la que acompañamos a McGrath en su paso del ateísmo juvenil a su teísmo razonado y razonable.
En él, McGrath nos introduce, primero, en el campo de la cosmología, resumiendo, acertadamente, el estado de la cuestión sobre los orígenes del universo. “En los últimos años, ha surgido un amplio consenso en torno a esa historia, tanto en lo relativo a cuándo empezó todo como en lo referente a cómo se desarrolló. Pero en lo que no hay acuerdo es al respecto de lo que esa historia significa”. Nos expone los principales hitos, a través de los siglos, sobre la idea del origen del universo, intentando dar respuesta a dos preguntas: ¿por qué podemos explicar tanto sobre él? Y ¿por qué parece estar tan bien ajustado para la presencia de la vida?
Para la primera cuestión, y muy resumidamente, nos hace ver que podemos entender el orden del universo porque nuestra mente es racional y lo podemos explicar con las matemáticas. Para la segunda pregunta se extiende argumentando las muy escasas posibilidades de que existiera la vida si se debiera únicamente al azar, dado el enorme cúmulo de condiciones que tenían que darse para que fuese posible nuestro existir.
Especial atención presta a los científicos Stephen Hawking y Lawrence Krauss, sometiendo a una severa crítica sus obras El gran diseño y Un universo de la nada, respectivamente.
El capítulo se cierra con una reflexión sobre la eternidad, concebida como una atemporalidad o intemporalidad, es decir, que se encuentra fuera del espacio-tiempo.
Inevitablemente, Darwin
En una obra como esta no puede faltar un capítulo dedicado a Darwin y los problemas que sus teorías plantearon a la fe. Darwin y la evolución. Nuevas preguntas para la ciencia y la fe, es como se titula el quinto capítulo.
Sobre un asunto acerca del cual se han vertido caudalosas opiniones por todas las vías, es difícil hacer un resumen acertado. McGrath se enfrenta al reto y sale airoso, consciente, eso sí, de los muchos aspectos que quedan fuera del alcance de su comentario, muy ceñido a los objetivos que se propuso al redactar su obra.
En este capítulo, examina “la cuestión de la significación de la teoría darwiniana de la evolución y, para ello, nos fijaremos tanto en su desarrollo histórico como en sus enunciaciones más contemporáneas y en qué impacto puede tener en las creencias religiosas”.
Así pues, dedica varias páginas al contexto en el que nació la teoría darwiniana original, para referirse, luego, a los que considera tres aspectos centrales que la caracterizan: 1. El principio de la variación; 2. El principio de la herencia; y 3. El principio de la selección.
Se detiene, seguidamente, en la significación religiosa de las ideas de Darwin, de quien recoge sus inicios dentro de la ortodoxia cristiana, su paso por una cierta forma de deísmo, para devenir agnóstico, aunque no ateo.
Tras Darwin, no podía faltar una referencia, amplia por lo demás, al encuentro de Asociación Británica para el Progreso de la Ciencia, entre el obispo Wilberforce y Huxley. Para McGrath, este debate, que se mostró como un icono del encontronazo entre la ciencia y la religión, cuenta hoy con descripciones más informadas y equilibradas, que hacen verlo con otra luz muy distinta.
No cabe duda de que las teorías de Darwin han sido adoptadas, a veces con entusiasmo, por ciertos sectores del progresismo político, social o religioso. El autor lo centra en la eugenesia, concretamente, en dos cuestiones: ¿No podríamos usar los conocimientos adquiridos para mejorar la calidad de la humanidad? Y ¿avalarían el impedir que nazcan seres humanos defectuosos?
Un último apartado hace referencia a las tensiones entre darwinismo y la fe, basándose en tres temas principales: 1. El darwinismo aporta una interpretación materialista de la naturaleza humana; 2. Dios queda suprimido del mundo; y 3. ¿Una puesta en tela de juicio de las interpretaciones tradicionales del libro del Génesis? Para el siguiente capítulo deja el tratar sobre la naturaleza humana y cómo nos ayudan los relatos de la ciencia y de la fe a conocer mejor quiénes somos y por qué importamos.
Qué nos hace humanos
Capítulo sexto. Almas. De lo que nos hace humanos. Se trata de un capítulo complejo, aunque fácilmente asequible merced al estilo muy cercano del autor, donde se abordan diversas cuestiones que confluyen en la esencia de la humanidad.
¿Cuál es nuestra concepción de la humanidad? ¿Qué distingue a los seres humanos de los demás? ¿De verdad tenemos un alma? ¿Acaso somos almas? ¿Qué es exactamente un alma? Tales son las cuestiones a las que pretende dar respuesta McGrath.
Primeramente, defiende el emergentismo, atacando al reduccionismo físico para el que solo somos átomos y moléculas, defendiendo que, en nuestro proceso evolutivo, no solo cuenta la evolución biológica, sino también la cultural. Y también se enfrenta al reduccionismo genético, para el que solo somos máquinas dedicadas a perpetuar genes, trayendo para apoyar su postura las aportaciones de Denis Noble.
Llegados a este punto, se pregunta si hay un alma. Y para responder trata de definir el concepto de alma, recorriendo las diferentes concepciones que ha tenido a lo largo de la historia, desde la época clásica hasta las aportaciones del Antiguo y el Nuevo Testamento, a la luz de las actuales exégesis de sus textos. Y, aunque no aporta su propia definición, siembra la idea de una existencia relacional.
En la que no falta la relación con Dios, porque los seres humanos no podemos evitar pensar en él. Para McGrath, “existe hoy un consenso más amplio en torno a la idea de que la religión es un fenómeno natural, una actividad humana cognitivamente innata que surge a través de las formas humanas naturales de pensar, y no a pesar de ellas”. ¿Y por qué venimos hechos así de fábrica? Nadie lo sabe en realidad.
Se refiere seguidamente al humanismo, cuyo concepto también ha evolucionado en el tiempo, llegando en la actualidad a considerar como sinónimos al humanismo con el humanismo secular, el que no se siente interpelado por la religión, una idea que trata de rebatir apoyándose en las propuestas de Mary Midgley.
¿Es posible mejorar constantemente la condición humana a través de la ciencia y la tecnología? La experiencia muestra cómo la tecnología y la ciencia no siempre se han utilizado para hacer el bien, para mejorarnos humanamente.
McGrath apunta que estas experiencias, muy recientes algunas de ellas, “apuntan a la presencia de una pauta: no una pauta sistemática de maldad pura, como (desde luego) tampoco una bondad pura, sino una pauta de complejidad y ambigüedad humanas”.
Lo que hace que, en ocasiones, los seres humanos estropeemos la religión, pero, también, la ciencia. Se pregunta, no sin razón, el autor si podemos trascender nuestros límites, cambiar nuestras naturalezas. Una postura que ha dado pie al transhumanismo, al que dedica las últimas reflexiones de este capítulo.
Los límites de la ciencia
Este capítulo, el séptimo, lleva un título sobre el que el autor ayuda al lector a reflexionar: La búsqueda de sentido y los límites de la ciencia.
Parte de la base de que todo científico es un ser humano y es esta condición la que lleva a tener opiniones sobre cuestiones más profundas que las que aborda la ciencia y para las que esta carece de respuestas.
Se pregunta si tiene límites la ciencia y a meditar sobre esta cuestión dedica las abundantes páginas de este capítulo. Hay, nos dice, quienes piensan que no, que no tiene límites su enorme potencial. Pero, ¿qué consecuencias se seguirían si en efecto los tiene?
Ante las preguntas fundamentales, McGrath sugiere tres opciones: ignorarlas, esperar a que la ciencia pueda algún día responder adecuadamente y una tercera, a la que se apunta, usar múltiples mapas de sentido para dar respuesta y ofrecer una visión enriquecida de la realidad. ¿Significa, en esta tercera postura, que se ha de abandonar la ciencia? Contundentemente, no; solo significa reconocer y respetar sus límites sin forzarla a convertirse en algo que ya no sería ciencia.
Y continúa su reflexión preguntándose por qué nos importa el sentido. Y lo hace apoyándose en el generalizado consenso en la literatura especializada en psicología de que atribuir un sentido a la vida es algo importante para el bienestar humano. La cuestión es que hay variadas fuentes para encontrar tal sentido: metas, valores, sensación de eficacia, base para la autoestima, la religión, … Pero de lo que no parece haber duda es en que la ciencia no figura entre esas fuentes para hallar el sentido. Eso no quiere decir que no pueda ayudar a arrojar luz sobre estas cuestiones.
El resto del capítulo se dedica a analizar y rebatir, con fundamentados argumentos, los serios planteamientos del filósofo ateo Alex Rosenberg, expuestos en su libro The atheist’s guide to reality. Y lo concluye con el siguiente párrafo: “La ciencia es una herramienta de vital importancia para investigar nuestro mundo y vivir en él. Pero arroja luz solamente sobre una parte de la imagen general, no sobre toda ella. Pensar que hace más que eso es autoengañarse. Y, claro está, necesitamos ver la figura entera para vivir unas vidas auténticas y llenas de sentido”.
A vueltas con la ética
Este capítulo octavo de la obra, ¿Una ética empírica? Ciencia y moral, es, probablemente, uno de los que puede generar más debate, pues escapa y sobrepasa la frontera de lo empírico, de lo que hemos dado en llamar racional.
La cuestión que aborda es si la ciencia puede proporcionarnos las bases para fundamentar una ética, una moral. McGrath viene a decirnos que no se puede evaluar decisiones en función de sus efectos a la hora de promover u obstaculizar el bienestar humano, que se ha pretendido promover.
Aborda en profundidad, tratando de rebatir, el darwinismo social: a la vista están los resultados de su aplicación tanto en los hechos del pasado siglo como en muchos del presente. Alude a tres grandes motivos de preocupación que dejaron los fallidos experimentos de este darwinismo. El primero es la trasposición desde el ámbito de las observaciones de lo que sucedía en la naturaleza a la esfera de las prescripciones sobre lo que debería suceder en la sociedad humana; el segundo motivo es que la teorización científica es provisional y lo que una generación puede considerar como una respuesta científica a una situación concreta tal vez sea abandonado más adelante por una generación futura; y, finalmente, el tercer motivo es que las cuestiones morales han sido tratadas en las tentativas producidas hasta ahora como si fueran cuestiones científicas, susceptibles de ser respondidas apelando simplemente a los datos empíricos.
Dedica el autor seguidamente varias páginas a analizar las ideas de Sam Harris recogidas en su libro The moral landscape, para detenerse, a continuación en la psicología evolucionista en relación con la ética. Se refiere, concretamente, al análisis que introduce sobre si existe algún metarrelato darwiniano que pueda servir de base, por sí solo, para la reflexión ética, “ya sea mostrando que algunos de nuestros valores morales más firmemente establecidos son en realidad vestigios de nuestro pasado evolutivo, ya sea aportando su propio conjunto de tales valores”. Concluye que el darwinismo social no es una consecuencia necesaria de la teoría de Darwin sobre la selección natural, sino que “surge de atribuir a las pautas naturales subyacentes al fenómeno de la evolución un carácter normativo para la conducta de los seres humanos, a partir de la transposición de lo observado en los procesos naturales a los principios impuestos en los sistemas morales”.
Aporta McGrath numerosos ejemplos para exponer las diferentes posturas sostenidas a lo largo del tiempo por numerosos autores.
Cierra el capítulo con el epígrafe ¿Una ética racional? Los límites de la razón. Se argumenta a favor de una idea cuando esta es razonable; lo cual es válido siempre y cuando no nos encierre dentro de una forma de racionalismo que acota los movimientos de la empresa científica, recluyéndola en un corsé racionalista y congelándola en el mundo del pensamiento del siglo XVIII.
No se puede afrontar una idea con una mentalidad cerrada en lo aprendido hasta ahora. Alude, por ejemplo, a la mecánica cuántica, incomprensible para una mentalidad formada en la mecánica clásica, a la que puede parecer no razonable. Por eso, aboga por inspirarnos en otros relatos adicionales cuando un relato resulte inadecuado para un determinado fin. Y concluye: “criticar a la ciencia por no facilitarnos unos principios morales conforme e los que vivir nuestra vida es como culpar a un microscopio por no hacer buen café”. Lo que no implica que se trate de relatos y juicios arbitrarios ni irracionales, pues no hay que suspender el pensamiento racional para construir y emitir juicios sobre lo que está bien y sobre lo que es verdadero. Se trata, en definitiva, de la tesis defendida por el autor sobre los relatos interconectados.
El sentido de la vida
El noveno y último capítulo de la obra es Ciencia y fe. Dar sentido al mundo, dar sentido a la vida. Quizás, podría haber figurado como el primero, ya que en él el autor resume todo lo que ha sido su recorrido desde el ateísmo juvenil hasta sus actuales planteamientos. Nos advierte de que no ha pretendido hacer una defensa de la ciencia ni del cristianismo: “Esta obra, pues, es más una exaltación de las posibilidades intelectuales y existenciales que un tratado de los fundamentos del conocimiento humano”. Con humildad, reconoce su incapacidad para demostrar con contundencia sus propuestas, pero sí afirma que su enfoque amplía las posibilidades de la ciencia, ofreciendo una paleta mucho más amplia para poder comprender la realidad y dar sentido a la vida.
Su recorrido lo hace a través de los siguientes epígrafes, que nos dan una pista de los pasos dados en su avance: Entretejer relatos de la realidad; ¿Un universo inventado? ¿Inventarse las cosas o verlas con mayor claridad?; Una religión racional: ¿dónde está el misterio entonces?; ¿Una síntesis indebida? Por qué no estoy fusionando ciencia y religión; De cómo la religión enriquece un relato científico; El “problema del ahora”: subjetividad y ciencia; y, finalmente, El firmamento nocturno: de la visión de los cielos.
Concluyendo
La cuestión del posible enfrentamiento entre ciencia y fe proporciona un debate que no pierde actualidad; muy al contrario, escuchamos voces que expresan opiniones en diversos sentidos con argumentos que, a lo que se ve, nunca son lo suficientemente convincentes para zanjar cualquier discusión. Pero sí lo son para quienes sostienen una postura u otra sin que se pueda prever un final.
Este libro de Alister McGrath se inscribe en esa corriente tan viva. Desde un primer momento, nos advierte de que se trata de la biografía de un recorrido intelectual, que arranca desde su juventud, inicialmente religiosa, a su paso por un ateísmo activo, para concluir en su aceptación de la fe, apoyado en la racionalidad y lo razonable de sus argumentos. No pretende convencer a nadie; parte de la base de su imposibilidad; simplemente, trata de mostrar el camino que él ha seguido en la esperanza de que sea útil a cuantos se encuentran en la situación de duda existencial por la que él pasó.
Evidentemente, tratando de defender sus postulados, ha de intentar rebatir la argumentación de quienes han seguido vías diferentes alcanzando conclusiones distintas; y lo hace, lógicamente y de manera especial, refiriéndose a los ateos activistas, a los antiteístas, que atacan con argumentos, a su juicio nada sólidos, a quienes sostienen posiciones de fe. De ahí que Richard Dawkins, Hitchens, o Bertrand Russell, entre otros muchos, pululen por las páginas del libro, especialmente el primero de ellos. Y la defensa de sus posturas, no el ataque a las de otros, la realiza con una argumentación sólida, aunque no siempre compartida, desde el mayor respeto, lo que es muy de agradecer.
Por lo demás, se trata de una obra de fácil lectura; fácil y amena, porque McGrath tiene un estilo directo y didáctico, acompañado de numerosos ejemplos que ayudan a la comprensión de aquellos aspectos que pudieran resultar menos fáciles de digerir.
Su presentación es muy agradable, con un cuerpo de letra generoso y adecuados márgenes. Todo lo cual invita a una lectura reposada y grata de su amplio contenido.
Índice
1. Del asombro al conocimiento. El comienzo de un viaje
El asombro extasiado: una puerta al entendimiento
Por qué no podemos sustraernos a las grandes preguntas
Una comprensión enriquecida de la realidad
La fe y el aprecio por la naturaleza
El gran mito: el “conflicto” perpetuo entre ciencia y religión
2. Relatos, imágenes y mapas. Comprender las cosas
El sentido y las preguntas fundamentales
La ciencia no es atea ni teísta: es solo ciencia
En busca de la inteligibilidad y coherencia
Relatos sobre la ciencia y la religión
Cuestionamiento del relato de la presunta “guerra” entre ciencia y religión
Múltiples mapas de la realidad
Múltiples niveles de la realidad
Múltiples relatos de la realidad
3. Teoría, pruebas y demostración. ¿Cómo sabemos que algo es verdad?
El anhelo humano de la certeza
La teoría en la ciencia: ver correctamente las cosas
Un estudio de caso: las teorías del Sistema Solar
Pruebas, demostración y fe dentro del ámbito de la ciencia
La partícula de la fe: el bosón de Higgs
La teoría en el ámbito de la religión: dar sentido a la vida
La fe como cambio de mentalidad
Regreso a la fe: G. K. Chesterton y C. S. Lewis
Ciencia y religión: ¿podemos demostrar las teorías?
4. Inventar el universo. Nuestro extraño mundo
El comienzo de los tiempos
La extraña racionalidad del cosmos
La vida en el universo, un fenómeno extraño
Críticos de la tesis de la creación: Stephen Hawking y Lawrence Krauss
¿Qué es la eternidad?
5. Darwin y la evolución. Nuevas preguntas para la ciencia y la fe
El contexto de la teoría darwiniana original
La teoría darwiniana de la evolución: los temas centrales
La significación religiosa de las ideas de Darwin
La leyenda del encuentro de la Asociación Británica en Oxford en 1860
Darwinismo social: el problema de la eugenesia
Tensiones entre el darwinismo y la fe
6. Almas. De lo que nos hace humanos
El reduccionismo físico: ¿solamente somos átomos y moléculas?
El reduccionismo genético: ¿bailamos al son del ADN?
¿Hay un alma?
¿Por qué no podemos dejar de hablar de Dios?
De por qué el humanismo necesita buscarse un nuevo nombre
El lado oscuro de la naturaleza humana
Cuando la ciencia se estropea
Cuando la religión se estropea
¿Trascender nuestros límites? ¿Cambiar nuestras naturalezas?
7. La búsqueda de sentido y los límites de la ciencia
¿Tiene límites la ciencia?
Preguntas fundamentales: por qué necesitamos respuestas
Por qué nos importa el sentido
Una alternativa fallida: cientismo y sentido
Sentido y naturalismo
8. ¿Una ética empírica? Ciencia y moral
¿Puede la ciencia ser el fundamento de la moral?
Sam Harris a propósito de la ciencia y la ética
La psicología evolucionista y la ética
¿Una ética racional? Los límites de la razón
9. Ciencia y fe. Dar sentido al mundo, dar sentido a la vida
Entretejer relatos de la realidad
¿Un universo inventado? ¿Inventarse las cosas o verlas con mayor claridad?
Una religión racional: ¿dónde está el misterio entonces?
¿Una síntesis indebida? Por qué no estoy fusionando ciencia y religión
De cómo la religión enriquece un relato científico
El “problema del ahora”: subjetividad y ciencia
El firmamento nocturno: de la visión de los cielos
Conclusión
Lecturas adicionales
Notas
Índice analítico y onomástico
Notas sobre el autor
Alister McGrath (Belfast, Irlanda del Norte, 1953), biofísico y teólogo, es profesor de Ciencia y Religión en la Universidad de Oxford. Estudió en las universidades de Oxford y Cambridge, y después de trabajar inicialmente en el ámbito de las ciencias naturales, empezó a interesarse por la Teología. Es uno de los escritores cristianos más leídos e influyentes en el mundo, y participa en numerosos congresos y debates sobre la racionalidad de la fe cristiana, la teología sistemática, la espiritualidad y la apologética. Fue elegido miembro de la Royal Society of Arts en 2005 y es autor, entre otros títulos, de El espejismo de Dawkins, con quien ha debatido sobre ciencia y fe en distintas ocasiones, y de Science Inventing the Universe: Why We Can't Stop Talking About, Faith and God, y C.S. Lewis. Su Biografía (Biografias y Testimonios).
Alister McGrath (Belfast, Irlanda del Norte, 1953), biofísico y teólogo, es profesor de Ciencia y Religión en la Universidad de Oxford. Estudió en las universidades de Oxford y Cambridge, y después de trabajar inicialmente en el ámbito de las ciencias naturales, empezó a interesarse por la Teología. Es uno de los escritores cristianos más leídos e influyentes en el mundo, y participa en numerosos congresos y debates sobre la racionalidad de la fe cristiana, la teología sistemática, la espiritualidad y la apologética. Fue elegido miembro de la Royal Society of Arts en 2005 y es autor, entre otros títulos, de El espejismo de Dawkins, con quien ha debatido sobre ciencia y fe en distintas ocasiones, y de Science Inventing the Universe: Why We Can't Stop Talking About, Faith and God, y C.S. Lewis. Su Biografía (Biografias y Testimonios).