Ficha Técnica
Título: La apuesta de Dios (La aporía del mal y el mito de Job)
Autor: José Antonio Gómez Marín
Edita: Editorial Renacimiento, Sevilla, 2021
Colección: Los Cuatro Vientos
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 320
ISBN: 978-84-18387-72-2
Precio: 20,81 euros
“El concepto del Mal es huidizo y sobre él los grandes pensadores apenas han aventurado más que improvisaciones teóricas”. Estas palabras del libro que se comenta pueden bien constituir la síntesis apretada de su contenido. El Mal, lo malo, el dolor, el sufrimiento, constituye un problema que viene oprimiendo a la humanidad a lo largo de los siglos. Se han intentado respuestas, especialmente desde el ámbito de las religiones, pero sin un éxito definitivo, sin una solución que sea incuestionablemente aceptada.
“Se trata, pues, de una preocupación, no poco obsesiva, que no desmaya siquiera ante la evidencia de su fracaso final”. Pese a ello, José Antonio Gómez Marín, haciendo gala de una extraordinaria erudición, nos ofrece en esta obra una aproximación al tema, brindando las conclusiones a que han llegado pensadores y filósofos a través de siglos de historia. Su opinión personal, tímidamente desvelada en algunos momentos, no se nos muestra como una aportación a la discusión por decisión del autor que, humildemente, piensa que poco puede aportar. Pese a ello, no da por concluido su compromiso con el tema.
Búsqueda de una definición
Naturalmente, las primeras secciones del libro tratan de aproximarnos a una definición del concepto de Mal. Parte de la base de que el Mal es irracional y, en consecuencia, los problemas relacionados con él carecen de una respuesta intelectual, por lo que resiste a cualquier intento de comprensión.
¿Tiene entidad el Mal, es ontológicamente real? Negarle entidad ha constituido uno de los recursos a los que han recurrido muchos pensadores. Y aquí, página tras página, el autor hace presentes a intelectuales de todas las épocas que han tratado con mayor o menor grado de acierto esta cuestión: ¿qué es el Mal?
Trata Gómez Marín de ofrecernos una tipología del Mal. En primer lugar, hace referencia al mal metafísico, que “responde a la contingencia y finitud humanas, a la consiguiente inevitabilidad de la muerte”. Si el final que nos aguarda, la muerte, es un símbolo radical del Mal, no es de extrañar que la humanidad, desde sus orígenes, haya intentado apoderarse de él y superarlo.
Pero, además, existe el mal físico, inevitable, que siempre genera en nosotros una reacción para neutralizarlo; se trata del dolor, del sufrimiento, la enfermedad, las catástrofes naturales. Pero, en cuanto sufrimiento experimentado por el sujeto, no es objetivable, sino que es algo concreto, personal y existencial.
Además de estos dos tipos, de estas dos maneras, de concebir el mal, nos encontramos con el mal moral; es un concepto que surge de la conciencia de falta, digamos de pecado, de transgresión punible que el hombre puede aceptar o rebelarse ante ella, sin cuestionarse que no es más que la consecuencia de su propio comportamiento. A nadie se le oculta que aquí se esconde la idea de pecado, incluido el original, que también es ampliamente referido por el autor trayendo de la mano a pensadores y teólogos.
La aporía del Mal, evidentemente, no puede ausentarse. ¿Es Dios el responsable de la existencia del Mal? O no es un Dios bueno o no es omnipotente; porque, si es bueno y puede, debería de eliminarlo; y, si no puede hacerlo, es que no lo puede todo. Aquí, tal y como propone Gómez Marín, es de vital importancia contraponer el concepto de Mal al de Bien. No falta quien lo defina como la ausencia de Bien, sin que tenga entidad propia.
Evidentemente, las teodiceas, las antropodiceas, la psicología del psicoanálisis o el marxismo, cada uno a su manera tratan de explicar la situación y proponer, cada uno a su manera, alguna solución; así, por ejemplo, Marx habla de transformar la sociedad para superar lo que considera el mal que la atenaza; Freud señala que hay que elevar al individuo a su nivel adulto; o Camus, que piensa que hay que luchar a pesar del sinsentido de la vida.
Como resumen de todo lo que el autor nos ha propuesto en este primer bloque de su libro, cabe señalar que, probablemente, el Mal no está en Dios ni en el hombre, reside, más bien, en el desencuentro de ambos, al menos en lo que respecta al mal moral, porque no puede extenderse al mal físico, aunque ambos, junto con el mal metafísico, están inextricablemente juntos.
Al habla con la filosofía y la teología
En una segunda parte, Gómez Marín nos invita a un recorrido por las disquisiciones filosóficas y teológicas sobre el mal, en la que, una vez más, da muestras de su profundo conocimiento del tema y de los muchos y variados autores que lo han tratado.
Desde un punto de vista filosófico y una vez establecido que el Mal no es una realidad separada, es amplia la variedad de posturas ante el problema. Hay una posición que entiende que, sin él, sin el Mal, la realidad quedaría incompleta por lo que no se daría la armonía universal; y otra posición lo considera como el último grado del ser, caracterizado por su miseria ontológica; mientras que otros, como Hegel, lo proponen como algo real que contribuye al desarrollo lógico-metafísico de lo realmente existente: sería el Mal una negatividad positiva. Por su parte, San Agustín explica que el Mal es un alejamiento de Dios.
Pero, ¿cuál es el origen del Mal?, se pregunta el autor uniéndose a San Agustín. “Volvemos al argumento de la desontologización al repetir que el mal no puede ser otra cosa que privación”, apunta como respuesta. Aunque no deja de reconocer que la búsqueda de ese origen y su localización continúa hasta nuestros días. Schelling y Hegel son los dos filósofos a los que presta especial atención sobre este particular.
Ya se ha apuntado cómo la cuestión del Mal pone a prueba las teodiceas, aquellas teorías que exoneran a Dios de toda responsabilidad por su existencia y sus efectos. Se trata, por lo general, de construcciones heredadas de la tradición judeocristiana, para la que, si bien Dios no es el creador del Mal, sin embargo, de alguna manera lo administra.
Partiendo de las tendencias que apuntan al Mal como un castigo de Dios a su criatura pecadora, es interesante el estudio que propone el autor sobre el tema de la culpa y su reparación, explicando cómo, en los tiempos primitivos de la iglesia no existía ese concepto de “culpa”, aunque sí, lógicamente, el de transgresión: “la noción de culpa que implica la del perdón y, en consecuencia, la de una institución penitencial, aunque aparezca en el Antiguo Testamento, no figura en el Evangelio, sino que es introducida poco a poco por la Iglesia una vez que esta deriva en organización jerárquica”. Pese a ello, este peso de la culpa informa la cultura europea desde su herencia judeocristiana, ahormada por la Iglesia, afirma Gómez Marín, en busca de su influencia terrenal. Freud, Nietzsche y Schopenhauer con sus planteamientos sobre la culpa son algunos de los autores reseñados por Gómez Marín.
Castigos a la culpa son el purgatorio y el infierno; si bien el segundo es eterno, el primero es temporal y, además, redimible. En cualquier caso, para el autor se trata de unos conceptos herencia fósil de las culturas primitivas, cuando no construcciones ideológicas de las religiones primitivas. Desde luego, lo que parece evidente es que el actual proceso de secularización que vivimos no es ajeno a la crítica intensa a que se ha sometido la escatología.
El Mal personificado
Cuestión diferente es la personalización del Mal en la figura del diablo, personaje que se produce y desarrolla en el pensamiento judeocristiano. Satán es el principio tentador, cuyo poder se ve debilitado por el libre albedrío humano, que es quien decide la posible transgresión y, en consecuencia, es el responsable del Mal, del pecado. A esta concepción se opone la que explica que es el hombre, abrumado por la culpa y propenso a darle sentido, quien crea a Satán.
Una vez personalizado el Mal, no existe impedimento para que el arte se lance a su representación. Desde luego, no desde los orígenes del cristianismo, cuando se consideraba que el diablo no era material, por lo que no correspondía la atribución de una figura; posteriormente, sí fue objeto de representación, así como su lugar de residencia, el infierno. Y, una vez personalizado, no es de extrañar que surjan los pactos con el maligno, de los que hay precedentes que culminan en el Fausto, de Goethe: personaje que recoge una serie de leyendas.
A partir de aquí, Gómez Marín se detiene ampliamente en el libro de Job. Le importa “mostrar el origen, la evolución y canonización de un mito antiquísimo que se centra en una figura apasionante de la reflexión teológica: la del justo sufriente”. En primer lugar, informa sobre la manera de nacer un mito, recogiendo las diferentes aportaciones sobre el tema: si se trata de una leyenda con base histórica o si, simplemente, se trata de un símbolo llevado a la narración, entre otras concepciones. De lo que no hay duda es de que su naturaleza es social, por lo que podría definirse como “una creación humana primitiva, anónima, impersonal e inconsciente que materializa esa imaginación en estado puro y que contiene dentro de sí a la ciencia, a la religión, a la poesía y a la filosofía”. No se trata de algo contrario a la razón, sino de una propuesta que exige mucha hermenéutica a la hora de reconsiderarla. En cualquier caso, es evidente que el concepto de mito reclama la comprensión previa de una manera arcaica de pensar, propia del hombre primitivo. En su interpretación, es necesario despojarlo de toda literalidad, buscando su significado simbólico, última intención de su autor.
En esta línea, Gómez Marín nos ofrece su propia definición: “el mito, para mí, es un lenguaje primordial en el que el hombre, en los primeros estadios de su civilización, trata de dar noticia de lo misterioso que encuentra en su vida, en la Naturaleza, en el propio enigma. Un lenguaje que se vale de símbolos, es decir, de representaciones forjadas en el imaginario para expresar lo inefable y dar sentido con ello a su experiencia de lo numinoso”.
Concretándose en el mito de Job, nos confiesa que se trata de un concepto, de un tema inabordable desde la razón y solo inteligible desde la flexibilidad del imaginario. Job, no parece caber duda, es un personaje de ficción. En su mitificación aparecen todas las cuestiones relativas al Mal, como es el caso de la doctrina de la retribución, la idea de la penitencia como virtud, la actitud del protagonista ante Dios justificándolo, la permisividad de Dios para consentir el Mal, …
En el mito, se cobra conciencia de que el problema del Mal es una aporía porque carece de respuesta intelectual y que Job es un personaje como el que no existe otro igual en ser incomprendido y, por otro lado, tan tergiversado. La culminación de esta obra, el Libro de Job, está probablemente en su desenlace.
Valgan estas palabras del autor como cierre a su ensayo: “El Hombre nada puede saber de los designios de Dios, ni tampoco de la razón que mueve tanto al Bien como al Mal, viviendo como vive inmerso en el misterio insondable que es la propia existencia”.
Concluyendo
El libro que comentamos es una obra para tener a mano, cuando se trata de hablar del Mal. O de su opuesto, el Bien. Porque Gómez Marín nos ofrece, de manera didáctica y bien escalonada, las aportaciones de pensadores y filósofos sobre este tema y los que emanan de él: la culpa, el pecado, la justicia, el perdón, el dolor, el sufrimiento, …; desde los más antiguos hasta los más recientes, con lo que se tiene a la vista un completo panorama del tema.
Desde luego, es indispensable, sobre todo, para el análisis y comprensión del mito recogido en el Libro de Job; un mito que ha sido abordado por exegetas, filósofos, teólogos, psicólogos, etc. Un mito, en definitiva, cuyo espíritu ha trascendido el tiempo y ha echado raíces en nuestra cultura occidental.
Índice
Advertencia preliminar
Introducción
Parte I. Aproximación al concepto
1. La entidad del mal
2. El rastro de Platón
3. Tipología del mal
4. El hombre culpable
5. ¿Es Dios omnipotente?
Parte II. Disquisiciones filosóficas y teológicas
1. Teorías filosóficas
1.1. El mal visto por Schelling y Hegel
2. Sobre las teodiceas
2.1. Sobre la culpa y su reparación
2.2. El purgatorio y el infierno
2.3. La reflexión sobre la escatología
2.4. El infierno o País de los muertos
3. La personificación del mal
3.1. La imagen en el arte
3.2. Los pactos con el diablo
Parte III. Reflexiones para interpretar el mito
Parte IV. Orígenes, desarrollo y sentido del mito de Job
1. Precedentes de la leyenda o el cuento de Job
2. El mito de Job visto por los Padres de la Iglesia
3. Job visto desde la modernidad
4. La rebelión de Job
5. El Dios de Job y su “mediador”
Parte V. La apuesta divina y la reparación
Conclusión
Bibliografía utilizada
Título: La apuesta de Dios (La aporía del mal y el mito de Job)
Autor: José Antonio Gómez Marín
Edita: Editorial Renacimiento, Sevilla, 2021
Colección: Los Cuatro Vientos
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 320
ISBN: 978-84-18387-72-2
Precio: 20,81 euros
“El concepto del Mal es huidizo y sobre él los grandes pensadores apenas han aventurado más que improvisaciones teóricas”. Estas palabras del libro que se comenta pueden bien constituir la síntesis apretada de su contenido. El Mal, lo malo, el dolor, el sufrimiento, constituye un problema que viene oprimiendo a la humanidad a lo largo de los siglos. Se han intentado respuestas, especialmente desde el ámbito de las religiones, pero sin un éxito definitivo, sin una solución que sea incuestionablemente aceptada.
“Se trata, pues, de una preocupación, no poco obsesiva, que no desmaya siquiera ante la evidencia de su fracaso final”. Pese a ello, José Antonio Gómez Marín, haciendo gala de una extraordinaria erudición, nos ofrece en esta obra una aproximación al tema, brindando las conclusiones a que han llegado pensadores y filósofos a través de siglos de historia. Su opinión personal, tímidamente desvelada en algunos momentos, no se nos muestra como una aportación a la discusión por decisión del autor que, humildemente, piensa que poco puede aportar. Pese a ello, no da por concluido su compromiso con el tema.
Búsqueda de una definición
Naturalmente, las primeras secciones del libro tratan de aproximarnos a una definición del concepto de Mal. Parte de la base de que el Mal es irracional y, en consecuencia, los problemas relacionados con él carecen de una respuesta intelectual, por lo que resiste a cualquier intento de comprensión.
¿Tiene entidad el Mal, es ontológicamente real? Negarle entidad ha constituido uno de los recursos a los que han recurrido muchos pensadores. Y aquí, página tras página, el autor hace presentes a intelectuales de todas las épocas que han tratado con mayor o menor grado de acierto esta cuestión: ¿qué es el Mal?
Trata Gómez Marín de ofrecernos una tipología del Mal. En primer lugar, hace referencia al mal metafísico, que “responde a la contingencia y finitud humanas, a la consiguiente inevitabilidad de la muerte”. Si el final que nos aguarda, la muerte, es un símbolo radical del Mal, no es de extrañar que la humanidad, desde sus orígenes, haya intentado apoderarse de él y superarlo.
Pero, además, existe el mal físico, inevitable, que siempre genera en nosotros una reacción para neutralizarlo; se trata del dolor, del sufrimiento, la enfermedad, las catástrofes naturales. Pero, en cuanto sufrimiento experimentado por el sujeto, no es objetivable, sino que es algo concreto, personal y existencial.
Además de estos dos tipos, de estas dos maneras, de concebir el mal, nos encontramos con el mal moral; es un concepto que surge de la conciencia de falta, digamos de pecado, de transgresión punible que el hombre puede aceptar o rebelarse ante ella, sin cuestionarse que no es más que la consecuencia de su propio comportamiento. A nadie se le oculta que aquí se esconde la idea de pecado, incluido el original, que también es ampliamente referido por el autor trayendo de la mano a pensadores y teólogos.
La aporía del Mal, evidentemente, no puede ausentarse. ¿Es Dios el responsable de la existencia del Mal? O no es un Dios bueno o no es omnipotente; porque, si es bueno y puede, debería de eliminarlo; y, si no puede hacerlo, es que no lo puede todo. Aquí, tal y como propone Gómez Marín, es de vital importancia contraponer el concepto de Mal al de Bien. No falta quien lo defina como la ausencia de Bien, sin que tenga entidad propia.
Evidentemente, las teodiceas, las antropodiceas, la psicología del psicoanálisis o el marxismo, cada uno a su manera tratan de explicar la situación y proponer, cada uno a su manera, alguna solución; así, por ejemplo, Marx habla de transformar la sociedad para superar lo que considera el mal que la atenaza; Freud señala que hay que elevar al individuo a su nivel adulto; o Camus, que piensa que hay que luchar a pesar del sinsentido de la vida.
Como resumen de todo lo que el autor nos ha propuesto en este primer bloque de su libro, cabe señalar que, probablemente, el Mal no está en Dios ni en el hombre, reside, más bien, en el desencuentro de ambos, al menos en lo que respecta al mal moral, porque no puede extenderse al mal físico, aunque ambos, junto con el mal metafísico, están inextricablemente juntos.
Al habla con la filosofía y la teología
En una segunda parte, Gómez Marín nos invita a un recorrido por las disquisiciones filosóficas y teológicas sobre el mal, en la que, una vez más, da muestras de su profundo conocimiento del tema y de los muchos y variados autores que lo han tratado.
Desde un punto de vista filosófico y una vez establecido que el Mal no es una realidad separada, es amplia la variedad de posturas ante el problema. Hay una posición que entiende que, sin él, sin el Mal, la realidad quedaría incompleta por lo que no se daría la armonía universal; y otra posición lo considera como el último grado del ser, caracterizado por su miseria ontológica; mientras que otros, como Hegel, lo proponen como algo real que contribuye al desarrollo lógico-metafísico de lo realmente existente: sería el Mal una negatividad positiva. Por su parte, San Agustín explica que el Mal es un alejamiento de Dios.
Pero, ¿cuál es el origen del Mal?, se pregunta el autor uniéndose a San Agustín. “Volvemos al argumento de la desontologización al repetir que el mal no puede ser otra cosa que privación”, apunta como respuesta. Aunque no deja de reconocer que la búsqueda de ese origen y su localización continúa hasta nuestros días. Schelling y Hegel son los dos filósofos a los que presta especial atención sobre este particular.
Ya se ha apuntado cómo la cuestión del Mal pone a prueba las teodiceas, aquellas teorías que exoneran a Dios de toda responsabilidad por su existencia y sus efectos. Se trata, por lo general, de construcciones heredadas de la tradición judeocristiana, para la que, si bien Dios no es el creador del Mal, sin embargo, de alguna manera lo administra.
Partiendo de las tendencias que apuntan al Mal como un castigo de Dios a su criatura pecadora, es interesante el estudio que propone el autor sobre el tema de la culpa y su reparación, explicando cómo, en los tiempos primitivos de la iglesia no existía ese concepto de “culpa”, aunque sí, lógicamente, el de transgresión: “la noción de culpa que implica la del perdón y, en consecuencia, la de una institución penitencial, aunque aparezca en el Antiguo Testamento, no figura en el Evangelio, sino que es introducida poco a poco por la Iglesia una vez que esta deriva en organización jerárquica”. Pese a ello, este peso de la culpa informa la cultura europea desde su herencia judeocristiana, ahormada por la Iglesia, afirma Gómez Marín, en busca de su influencia terrenal. Freud, Nietzsche y Schopenhauer con sus planteamientos sobre la culpa son algunos de los autores reseñados por Gómez Marín.
Castigos a la culpa son el purgatorio y el infierno; si bien el segundo es eterno, el primero es temporal y, además, redimible. En cualquier caso, para el autor se trata de unos conceptos herencia fósil de las culturas primitivas, cuando no construcciones ideológicas de las religiones primitivas. Desde luego, lo que parece evidente es que el actual proceso de secularización que vivimos no es ajeno a la crítica intensa a que se ha sometido la escatología.
El Mal personificado
Cuestión diferente es la personalización del Mal en la figura del diablo, personaje que se produce y desarrolla en el pensamiento judeocristiano. Satán es el principio tentador, cuyo poder se ve debilitado por el libre albedrío humano, que es quien decide la posible transgresión y, en consecuencia, es el responsable del Mal, del pecado. A esta concepción se opone la que explica que es el hombre, abrumado por la culpa y propenso a darle sentido, quien crea a Satán.
Una vez personalizado el Mal, no existe impedimento para que el arte se lance a su representación. Desde luego, no desde los orígenes del cristianismo, cuando se consideraba que el diablo no era material, por lo que no correspondía la atribución de una figura; posteriormente, sí fue objeto de representación, así como su lugar de residencia, el infierno. Y, una vez personalizado, no es de extrañar que surjan los pactos con el maligno, de los que hay precedentes que culminan en el Fausto, de Goethe: personaje que recoge una serie de leyendas.
A partir de aquí, Gómez Marín se detiene ampliamente en el libro de Job. Le importa “mostrar el origen, la evolución y canonización de un mito antiquísimo que se centra en una figura apasionante de la reflexión teológica: la del justo sufriente”. En primer lugar, informa sobre la manera de nacer un mito, recogiendo las diferentes aportaciones sobre el tema: si se trata de una leyenda con base histórica o si, simplemente, se trata de un símbolo llevado a la narración, entre otras concepciones. De lo que no hay duda es de que su naturaleza es social, por lo que podría definirse como “una creación humana primitiva, anónima, impersonal e inconsciente que materializa esa imaginación en estado puro y que contiene dentro de sí a la ciencia, a la religión, a la poesía y a la filosofía”. No se trata de algo contrario a la razón, sino de una propuesta que exige mucha hermenéutica a la hora de reconsiderarla. En cualquier caso, es evidente que el concepto de mito reclama la comprensión previa de una manera arcaica de pensar, propia del hombre primitivo. En su interpretación, es necesario despojarlo de toda literalidad, buscando su significado simbólico, última intención de su autor.
En esta línea, Gómez Marín nos ofrece su propia definición: “el mito, para mí, es un lenguaje primordial en el que el hombre, en los primeros estadios de su civilización, trata de dar noticia de lo misterioso que encuentra en su vida, en la Naturaleza, en el propio enigma. Un lenguaje que se vale de símbolos, es decir, de representaciones forjadas en el imaginario para expresar lo inefable y dar sentido con ello a su experiencia de lo numinoso”.
Concretándose en el mito de Job, nos confiesa que se trata de un concepto, de un tema inabordable desde la razón y solo inteligible desde la flexibilidad del imaginario. Job, no parece caber duda, es un personaje de ficción. En su mitificación aparecen todas las cuestiones relativas al Mal, como es el caso de la doctrina de la retribución, la idea de la penitencia como virtud, la actitud del protagonista ante Dios justificándolo, la permisividad de Dios para consentir el Mal, …
En el mito, se cobra conciencia de que el problema del Mal es una aporía porque carece de respuesta intelectual y que Job es un personaje como el que no existe otro igual en ser incomprendido y, por otro lado, tan tergiversado. La culminación de esta obra, el Libro de Job, está probablemente en su desenlace.
Valgan estas palabras del autor como cierre a su ensayo: “El Hombre nada puede saber de los designios de Dios, ni tampoco de la razón que mueve tanto al Bien como al Mal, viviendo como vive inmerso en el misterio insondable que es la propia existencia”.
Concluyendo
El libro que comentamos es una obra para tener a mano, cuando se trata de hablar del Mal. O de su opuesto, el Bien. Porque Gómez Marín nos ofrece, de manera didáctica y bien escalonada, las aportaciones de pensadores y filósofos sobre este tema y los que emanan de él: la culpa, el pecado, la justicia, el perdón, el dolor, el sufrimiento, …; desde los más antiguos hasta los más recientes, con lo que se tiene a la vista un completo panorama del tema.
Desde luego, es indispensable, sobre todo, para el análisis y comprensión del mito recogido en el Libro de Job; un mito que ha sido abordado por exegetas, filósofos, teólogos, psicólogos, etc. Un mito, en definitiva, cuyo espíritu ha trascendido el tiempo y ha echado raíces en nuestra cultura occidental.
Índice
Advertencia preliminar
Introducción
Parte I. Aproximación al concepto
1. La entidad del mal
2. El rastro de Platón
3. Tipología del mal
4. El hombre culpable
5. ¿Es Dios omnipotente?
Parte II. Disquisiciones filosóficas y teológicas
1. Teorías filosóficas
1.1. El mal visto por Schelling y Hegel
2. Sobre las teodiceas
2.1. Sobre la culpa y su reparación
2.2. El purgatorio y el infierno
2.3. La reflexión sobre la escatología
2.4. El infierno o País de los muertos
3. La personificación del mal
3.1. La imagen en el arte
3.2. Los pactos con el diablo
Parte III. Reflexiones para interpretar el mito
Parte IV. Orígenes, desarrollo y sentido del mito de Job
1. Precedentes de la leyenda o el cuento de Job
2. El mito de Job visto por los Padres de la Iglesia
3. Job visto desde la modernidad
4. La rebelión de Job
5. El Dios de Job y su “mediador”
Parte V. La apuesta divina y la reparación
Conclusión
Bibliografía utilizada
Notas sobre el autor
José Antonio Gómez Marín se licenció en Ciencias Políticas y Económicas en la Universidad Complutense obteniendo con posterioridad el grado de doctor además de graduarse en Periodismo e ingresar en el cuerpo de Técnicos de Administración Civil del Estado. Durante años, enseñó Sociología de la Religión en la Facultad de Sociología de dicha Universidad, dedicándose luego a ejercer como columnista y editorialista en varios de los más importantes periódicos y revistas españoles del último medio siglo. Entre sus libros figura La idea de sociedad en Valle-Inclán y El ‘Tesoro” de Covarrubias. Lengua y saber en la España manierista. Es Académico de número de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras.
José Antonio Gómez Marín se licenció en Ciencias Políticas y Económicas en la Universidad Complutense obteniendo con posterioridad el grado de doctor además de graduarse en Periodismo e ingresar en el cuerpo de Técnicos de Administración Civil del Estado. Durante años, enseñó Sociología de la Religión en la Facultad de Sociología de dicha Universidad, dedicándose luego a ejercer como columnista y editorialista en varios de los más importantes periódicos y revistas españoles del último medio siglo. Entre sus libros figura La idea de sociedad en Valle-Inclán y El ‘Tesoro” de Covarrubias. Lengua y saber en la España manierista. Es Académico de número de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras.