Ficha Técnica
Título: “El placer de vivir”
Autor: André Comte-Sponville
Edita: Paidós. Madrid, marzo 2011
En El placer de vivir, los principales ejes del pensamiento de André Comte-Sponville quedan reflejados en una especie de “André Comte-Sponville para todos los públicos”. Así, pasamos del escrito argumentado sobre Montaigne, el estoicismo, la felicidad de desear, etc., a los comentarios sagaces y humorísticos sobre la Navidad, la moda, las vacaciones… Es el itinerario personal de un pensador que nos ofrece, tal como le vienen a la mente, los pensamientos que le inspiran el mundo en el que vive.
El estilo sobrio y claro de estos textos rehúye cualquier tecnicismo universitario y su lectura proporciona un auténtico placer. Siempre inteligente y eficaz, Comte Sponville hace que con esta guía el lector penetre en los secretos de la cotidianeidad, poniendo a su alcance las cuestiones fundamentales de la filosofía.
En estas páginas el lector encontrará también una moral laica; una espiritualidad sin Dios; una concepción de la ciudadanía no partidista y verdaderamente activa; y un humanismo (desesperado) aplicados al amor, la muerte, la familia, el empleo, el racismo, el capitalismo…
Extracto de El placer de vivir
Los domingos
“Durante mucho tiempo, detesté los domingos. Veía en ellos, lo veo todavía a veces, un resumen de nuestra vida, en lo que tiene de más vacío, de más vano, de más insatisfactorio. Un compendio de nada. ¿Necesario? Sí, como el descanso del séptimo día. Pero igual de estéril. Ni siquiera Dios tuvo nada que hacer. ¿Cómo podríamos evitar aburrirnos?
Paradoja del domingo: la de parecer a la vez necesario e inútil, indispensable y vano. Una semana entera trabajando, corriendo, esperando el fin de semana… ¡que llegue pronto el domingo! Luego el sábado para el ocio, para las compras, para los amigos, para las salidas, para la diversión… Al fin, el domingo. ¿Para qué? Para el descanso. Para esperar el lunes. Para nada. O bien para distraer a los niños, para hacer compañía a la esposa, al marido, para fingir que somos felices… Para nada o para vivir, pues, y jamás la frontera me parecía tan tenue, entre lo uno y lo otro, entre la vanidad de ser y la nada de no ser, como el domingo, cuando debemos vivir sin hacer nada, cuando debemos vivir por vivir, simplemente, y nos descubrimos incapaces o insatisfechos…
Aquellos que van a misa son más afortunados. Esto les supone una ocupación, un fin, una justificación. ¿Suficiente? No es seguro. Recuerdo, de la época en que era creyente, la tristeza también de las iglesias el domingo, esa especie de atontamiento sombrío, bajo la bóveda inmensa, mi fatiga, mi perplejidad de niño o de adolescente, mi impaciencia, mi abatimiento, mi aburrimiento…
Sin embargo, algo ha cambiado en mis domingos. ¿Qué? Una cierta felicidad, al menos cuando todo va más o menos bien, una cierta paz, una cierta tranquilidad… Los hijos han crecido, se distraen solos, me dejan trabajar si quiero, no hacer nada si lo deseo… Una mujer amada y amante. Una obra por proseguir. La vida que pasa, que continúa, que avanza… Mis domingos han perdido su estatus de excepción: se han banalizado, calmado, distendido… Por la mañana, me levanto el primero; voy a comprar los periódicos, los cruasanes… Desayuno familiar o amoroso. Un poco de trabajo, de paseo, a menudo solo, de jardinería, a menudo a dos, de reposo… Tengo mis momentos de tristeza, como todo el mundo, de depresión, de angustia, de abismo, por otra parte más bien escasos y apenas más frecuentes ahora el domingo que los demás días. Cuando todo va mal, es agradable al menos no hacer nada, esperar que las cosas se calmen, que pasen, que consigamos salir del apuro… Y agradable, cuando todo va bien, aún más agradable no hacer otra cosa más que aprovecharlo, que degustar la vida que viene, que se va, es su manera de venir, que fluye lenta, tranquila, voluptuosamente… ¿La soledad? ¿La finitud? ¿El cansancio? Forman parte de nuestra vida. Como el placer. Como el amor. Como la felicidad. Hay que aceptarlo todo, y esto es lo que significan los domingos: que la vida es para tomarla o dejarla, felicidad y desgracia, trabajo y reposo, y que vale más tomarla claro está, a pesar del cansancio, a pesar de la angustia a veces o a menudo, que el domingo, al fin y al cabo, es sólo un día como los demás, simplemente un poco más libre, un poco más lúcido, un poco más auténtico quizás, y como la piedra de toque de nuestra vida y de nuestra felicidad.
¿La felicidad? Es cuando los domingos son agradables, distendidos, serenos, dedicados tanto al amor como al descanso, al placer de vivir más que al miedo a morir, a la liviandad de estar juntos más que al peso de estar solo, al poder de existir, como dice Spinoza, más que al sabor de la nada.
Parece una filosofía, y en el fondo lo es. Parece una felicidad, y es la única quizá que nos es accesible. Que no está reservada a los domingos, por supuesto. Pero el domingo la aprovechamos mejor, cuando la tenemos, igual que sufrimos más por su ausencia, cuando falta. Por eso el domingo es un día de reflexión, de retorno a uno mismo, de meditación, lo necesitamos, de filosofía aplicada finalmente, que es la única que vale, y viva.
Sabiduría del reposo, reposo de la sabiduría. La felicidad, la verdadera, es cuando incluso los domingos saben a felicidad”.
Datos del autor
André Comte-Sponville nació en Francia en 1952. Es uno de los filósofos franceses más brillantes y apreciados tanto dentro como fuera de su país. A partir de los 18 años se declara ateo y empieza a buscar respuestas sobre la religión, Dios y la espiritualidad dentro de la filosofía, concretamente en la tradición materialista.
Sus filósofos de influencia son Epicuro, los estoicistas, Montaigne y Spinoza. Entre los contemporáneos, está próximo sobre todo a Claude Lévi-Strauss, Marcel Conche y Clément Rosset.
Actualmente es profesor de la Universidad de París - La Sorbona y colabora en diversos medios franceses como Libération. El 4 de marzo de 2008 fue nombrado miembro del Comité Consultivo Nacional de Ética Francés por el presidente de la República Francesa Nicolás Sarkozy.
Es autor de numerosas obras que, por su claridad expositiva, ponen la filosofía al alcance de todos. “La felicidad desesperadamente”; “El amor, la soledad”; “Invitación a la filosofía”; “Diccionario filosófico”; “El capitalismo, ¿es moral?”; “Pequeño tratado de las grandes virtudes”; "Impromptus”; “El alma del ateísmo”; “La vida humana”; “La miel y la absenta” y “Sobre el cuerpo”, todas ellas publicadas por Paidós.
Título: “El placer de vivir”
Autor: André Comte-Sponville
Edita: Paidós. Madrid, marzo 2011
En El placer de vivir, los principales ejes del pensamiento de André Comte-Sponville quedan reflejados en una especie de “André Comte-Sponville para todos los públicos”. Así, pasamos del escrito argumentado sobre Montaigne, el estoicismo, la felicidad de desear, etc., a los comentarios sagaces y humorísticos sobre la Navidad, la moda, las vacaciones… Es el itinerario personal de un pensador que nos ofrece, tal como le vienen a la mente, los pensamientos que le inspiran el mundo en el que vive.
El estilo sobrio y claro de estos textos rehúye cualquier tecnicismo universitario y su lectura proporciona un auténtico placer. Siempre inteligente y eficaz, Comte Sponville hace que con esta guía el lector penetre en los secretos de la cotidianeidad, poniendo a su alcance las cuestiones fundamentales de la filosofía.
En estas páginas el lector encontrará también una moral laica; una espiritualidad sin Dios; una concepción de la ciudadanía no partidista y verdaderamente activa; y un humanismo (desesperado) aplicados al amor, la muerte, la familia, el empleo, el racismo, el capitalismo…
Extracto de El placer de vivir
Los domingos
“Durante mucho tiempo, detesté los domingos. Veía en ellos, lo veo todavía a veces, un resumen de nuestra vida, en lo que tiene de más vacío, de más vano, de más insatisfactorio. Un compendio de nada. ¿Necesario? Sí, como el descanso del séptimo día. Pero igual de estéril. Ni siquiera Dios tuvo nada que hacer. ¿Cómo podríamos evitar aburrirnos?
Paradoja del domingo: la de parecer a la vez necesario e inútil, indispensable y vano. Una semana entera trabajando, corriendo, esperando el fin de semana… ¡que llegue pronto el domingo! Luego el sábado para el ocio, para las compras, para los amigos, para las salidas, para la diversión… Al fin, el domingo. ¿Para qué? Para el descanso. Para esperar el lunes. Para nada. O bien para distraer a los niños, para hacer compañía a la esposa, al marido, para fingir que somos felices… Para nada o para vivir, pues, y jamás la frontera me parecía tan tenue, entre lo uno y lo otro, entre la vanidad de ser y la nada de no ser, como el domingo, cuando debemos vivir sin hacer nada, cuando debemos vivir por vivir, simplemente, y nos descubrimos incapaces o insatisfechos…
Aquellos que van a misa son más afortunados. Esto les supone una ocupación, un fin, una justificación. ¿Suficiente? No es seguro. Recuerdo, de la época en que era creyente, la tristeza también de las iglesias el domingo, esa especie de atontamiento sombrío, bajo la bóveda inmensa, mi fatiga, mi perplejidad de niño o de adolescente, mi impaciencia, mi abatimiento, mi aburrimiento…
Sin embargo, algo ha cambiado en mis domingos. ¿Qué? Una cierta felicidad, al menos cuando todo va más o menos bien, una cierta paz, una cierta tranquilidad… Los hijos han crecido, se distraen solos, me dejan trabajar si quiero, no hacer nada si lo deseo… Una mujer amada y amante. Una obra por proseguir. La vida que pasa, que continúa, que avanza… Mis domingos han perdido su estatus de excepción: se han banalizado, calmado, distendido… Por la mañana, me levanto el primero; voy a comprar los periódicos, los cruasanes… Desayuno familiar o amoroso. Un poco de trabajo, de paseo, a menudo solo, de jardinería, a menudo a dos, de reposo… Tengo mis momentos de tristeza, como todo el mundo, de depresión, de angustia, de abismo, por otra parte más bien escasos y apenas más frecuentes ahora el domingo que los demás días. Cuando todo va mal, es agradable al menos no hacer nada, esperar que las cosas se calmen, que pasen, que consigamos salir del apuro… Y agradable, cuando todo va bien, aún más agradable no hacer otra cosa más que aprovecharlo, que degustar la vida que viene, que se va, es su manera de venir, que fluye lenta, tranquila, voluptuosamente… ¿La soledad? ¿La finitud? ¿El cansancio? Forman parte de nuestra vida. Como el placer. Como el amor. Como la felicidad. Hay que aceptarlo todo, y esto es lo que significan los domingos: que la vida es para tomarla o dejarla, felicidad y desgracia, trabajo y reposo, y que vale más tomarla claro está, a pesar del cansancio, a pesar de la angustia a veces o a menudo, que el domingo, al fin y al cabo, es sólo un día como los demás, simplemente un poco más libre, un poco más lúcido, un poco más auténtico quizás, y como la piedra de toque de nuestra vida y de nuestra felicidad.
¿La felicidad? Es cuando los domingos son agradables, distendidos, serenos, dedicados tanto al amor como al descanso, al placer de vivir más que al miedo a morir, a la liviandad de estar juntos más que al peso de estar solo, al poder de existir, como dice Spinoza, más que al sabor de la nada.
Parece una filosofía, y en el fondo lo es. Parece una felicidad, y es la única quizá que nos es accesible. Que no está reservada a los domingos, por supuesto. Pero el domingo la aprovechamos mejor, cuando la tenemos, igual que sufrimos más por su ausencia, cuando falta. Por eso el domingo es un día de reflexión, de retorno a uno mismo, de meditación, lo necesitamos, de filosofía aplicada finalmente, que es la única que vale, y viva.
Sabiduría del reposo, reposo de la sabiduría. La felicidad, la verdadera, es cuando incluso los domingos saben a felicidad”.
Datos del autor
André Comte-Sponville nació en Francia en 1952. Es uno de los filósofos franceses más brillantes y apreciados tanto dentro como fuera de su país. A partir de los 18 años se declara ateo y empieza a buscar respuestas sobre la religión, Dios y la espiritualidad dentro de la filosofía, concretamente en la tradición materialista.
Sus filósofos de influencia son Epicuro, los estoicistas, Montaigne y Spinoza. Entre los contemporáneos, está próximo sobre todo a Claude Lévi-Strauss, Marcel Conche y Clément Rosset.
Actualmente es profesor de la Universidad de París - La Sorbona y colabora en diversos medios franceses como Libération. El 4 de marzo de 2008 fue nombrado miembro del Comité Consultivo Nacional de Ética Francés por el presidente de la República Francesa Nicolás Sarkozy.
Es autor de numerosas obras que, por su claridad expositiva, ponen la filosofía al alcance de todos. “La felicidad desesperadamente”; “El amor, la soledad”; “Invitación a la filosofía”; “Diccionario filosófico”; “El capitalismo, ¿es moral?”; “Pequeño tratado de las grandes virtudes”; "Impromptus”; “El alma del ateísmo”; “La vida humana”; “La miel y la absenta” y “Sobre el cuerpo”, todas ellas publicadas por Paidós.