Ficha Técnica
Título: El animal que somos. Una nueva historia de lo que significa ser humano
Autora: Melanie Challenger
Edita: Roca Editorial, Barcelona, 2021
Traducción: Ana Herrera
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 270
ISBN: 978-84-17805-93-7
Precio: 18,90 euros
Un título transparente el que ocupa la cubierta de este libro: no oculta ni disimula su propuesta, recordarnos que, nos guste o no nos guste, somos animales. Un subtítulo matiza y completa el sentido de este ensayo: Una nueva historia de lo que significa ser humano.
No sería extraño cuestionarnos si, en la época en que hablamos de inteligencia artificial, de las capacidades de nuestro cerebro, de la posibilidad de la trascendencia, tiene sentido volver la vista hacia nuestras raíces, nuestras humildes raíces. Melanie Challenger piensa que sí, que sí tiene sentido. Es más: considera que es necesario para situarnos correctamente en el lugar que nos corresponde en el universo.
Nada más abrir la primera página del libro, nos encontramos con esta frase de la autora: “Actualmente, el mundo está dominado por un animal que no cree ser un animal. Y el futuro lo imagina un animal que no quiere ser animal”. Existe, pues, un problema: que no sabemos cómo comportarnos correctamente ante la vida.
Hay concepciones ampliamente extendidas que nos indican que los humanos no somos animales, sino que somos criaturas con un alma; es decir, que tenemos un cuerpo animal que nos hace sangrar y envejecer y, por otro lado, está la parte que parece proceder de nuestra inteligencia y conciencia propia, nuestro espíritu. Así las cosas, podemos creer que ya hemos dejado atrás el ser un animal, pero la verdad es que somos una colonia de energía pensante y sintiente, envuelta en “una carne delicada que se eriza cuando tiene frío o cuando estamos enamorados”.
¿El centro del Universo?
Este olvido de nuestro ser animal nos ha llevado a pensar que somos el centro del universo, nada más y nada menos que una imago Dei, una imagen de Dios. Situarnos en nuestra auténtica realidad es el objetivo que plantea Melanie Challenger en este libro: “un intento de entender qué tipo de ser somos. […] Es una invitación para tener en cuenta de nuevo la maravilla que representa ser un animal”.
¿Tenemos los humanos delirios de grandeza? Algo en esta línea es lo que apunta la autora. Pensar que somos una especie privilegiada en la naturaleza, nos ha dado la convicción de que el resto de seres vivos no son dignos de ser considerados sujetos de derechos, que se trata de niveles de vida inferiores incapaces de sentimientos, de moralidad, de conciencia.
Sin embargo, somos seres con una enorme capacidad de destrucción que puede oscurecer cualquier atisbo de superioridad que nos irroguemos, incluida la noción de trascendencia que nos planteamos. Naturalmente, resulta agradable pensar que solo las tendencias humanas tienen estatus moral, pero es algo que no tiene fácil encaje con el hecho de que somos animales.
Ni tan siquiera la idea de que la evolución se ha encaminado para culminar en el ser humano puede sostenerse con fundamento. Ni la larga historia de la búsqueda del alma puede cimentarla de manera irrefutable. Cada día nacen nuevas pruebas, según la autora, de que los animales tienen sentimientos y objetivos, que llevan unas vidas plenas y complejas que implican sentimientos y control mental; lo que supone superar esa línea divisoria que instituimos para afianzar nuestra diferencia con ellos y nuestra superioridad como especie única. Sin embargo, todo lo que hacemos, lo hacemos como animales, aunque nos justifiquemos como humanos.
En este primer apartado de su libro, la autora hace un amplio recorrido por conceptos tales como la dignidad, el humanismo, la evolución, los sentimientos, la vida, mostrando y demostrando nuestras raíces materiales que compartimos con el resto de seres vivos, concluyendo que “ya no somos individuos milagrosos, sino un poco de materia que se puede seleccionar, alterar y usar para objetivos no previstos”.
La consciencia y los otros
En un paso más, nos introduce en lo que parece constituirnos como seres especiales: la mente. Empieza así: “Se ha asumido desde hace siglos que lo que hace especiales a los humanos es nuestro don del pensamiento. Sin embargo, ni sabemos ni nos ponemos de acuerdo sobre lo que es ‘pensamiento’ o ‘inteligencia’ o ‘conciencia’”, siendo como son la base para sustentar nuestra sensación del yo, justamente, la esencia de lo que somos.
Pero hay más. Lo que parece definirnos como humanos es que tenemos relaciones sociales, que no solo nos conocemos a nosotros mismos, sino que tan importante como esto es que dependemos también de conocer a los demás; y que estas relaciones pueden cambiar rápidamente. Pues no hay que olvidar que “las personas no solo se mienten unas a otras, sino que se mienten a sí mismas para mentir mejor a las demás”.
Pese a ese tránsito de pensar en un yo a un nosotros, tan necesario como especie, la autora afirma que no somos consecuencia de la cooperación ni que, como colección de individuos, seamos un supraorganismo, afirmación esta última que encontraría detractores. Para ella, más que seres definidos por una cooperación per se, tenemos más una versatilidad cooperativa.
Ser persona
Por supuesto, estas ideas dan pie a Challenger para aventurarse en la cuestión del valor intrínseco de la persona frente a considerarla como un medio o forma indirecta para defenderse de quienes son competidores. Recorre para ello los planteamientos de pensadores como Kant, Livingstone Smith, etc. También hace incursión en el papel que desempeña nuestro cerebro en la experiencia consciente o en la oportunidad de dar sentido a nuestra vida, conciencia que también atribuye a los animales a cuya existencia igualmente dota de sentido.
Ocupan a la autora las cuestiones que plantea la inteligencia artificial, al ser capaces de crear algo que puede superarnos. Y “para salvarnos de una inteligencia superior que tememos que nos vea y nos trate como nosotros hemos tratado a los otros animales, nos dicen que nos convirtamos en máquinas nosotros mismos”. Podemos preguntarnos, en esta tesitura, que, si una persona es una sustancia mental, ya sea alma o res cogitans, o un fragmente de código de ordenador, entonces, bajo determinadas circunstancias, cualquier cosa podría ser una persona.
¿Miedo a ser animales?
Unas palabras de Emil Cioran encabezan el siguiente apartado del libro: “Mientras todos los seres tienen su lugar en la naturaleza, el hombre sigue siendo una criatura metafísica extraviada, perdida en la vida, un extraño para la creación”, palabras estas últimas que titulan el capítulo.
Ser animal asusta. Así de escueta se manifiesta Melanie Challenger. Ser animal asusta. Porque la conciencia de estar a merced de los actos hostiles del mundo que nos rodea ejerce una fuerte influencia en nuestras vidas. Y ocurre que, cuando identificamos un peligro en una fracción de segundo y de manera inconsciente, nuestro cerebro construye una narrativa consciente para dar sentido a ese miedo que nos provoca.
Y una manera de ejercer nuestra defensa es la vida en grupo, de manera que, juntos, podamos dominar las amenazas. Las conductas altruistas como acción colectiva benefician a la colonia, al grupo. Algo que podemos contemplar en la naturaleza, en el comportamiento de muchos animales. Lo que ocurre es que, mientras estos buscan superar las amenazas, los humanos tendemos a defendernos de las amenazas que sufren las ideas que usamos para superar las amenazas.
Es evidente que una determinada visión del mundo puede conducir a una sensación de peligro que nos puede conducir a un sistema de creencias que nos ayude a superarla. Y esas creencias ocasionarían que podamos asegurarnos que somos seres vivos únicos y superiores, aunque la realidad de lo que somos contradice lo que nos decimos a nosotros mismos que somos.
Una constancia de nuestra realidad animal es la muerte que nos aguarda a todos. Algo que, indudablemente, nos crea una angustia existencial y la suposición de una falta de sentido para nuestra vida. Y así vemos cómo en muchas culturas se usan los sistemas de creencias en un sentido de la vida para poder manejar los temores existenciales. Pero no solo la muerte nos impone nuestra realidad animal; también hay que tener en cuenta el cómo nacemos.
Junto a la realidad de la muerte se está imponiendo la idea de la extinción de nuestra especie, sustrayéndonos a lo que ocurre con las demás de los animales. Son muchos los que están convencidos de que no hay un punto final para la humanidad; y si nuestro planeta está abocado a esa extinción, se buscan soluciones fuera de él, en otros planetas del universo. Quizás tengamos más posibilidades de solucionar la pobreza que crear otra Tierra en algún sitio, lugar al que tendríamos que llevar nuestra manera de realizarnos. Y es llegada la hora de mirar a la naturaleza y a los animales y seres vivos que la habitan como entes a los que debemos empatía por todo lo que compartimos con ellos.
Somos polvo de estrella
Si volvemos la vista atrás, a nuestros orígenes, veremos que llegamos a la existencia a partir de la muerte de una estrella; y, llegado el momento, también nuestra estrella morirá. En realidad, somos “un fragmento de espacio vacío y de electricidad antigua, una cantidad inimaginable de átomos que llevan protones y neutrones y electrones que dan volteretas”; somos, en definitiva, primates con un cerebro que posee enormes cantidades de células nerviosas unidas entre sí formando un complejo grande, del cual, de alguna manera surgen nuestros procesos de pensamiento; al menos, así lo entiende Melanie Challenger.
Y aclara su postura: “Eso no significa que debamos ver la vida humana como algo sin sentido. Pensar que uno es excepcional es distinto de pensar que nuestras vidas no tienen sentido. Existen muchos motivos para creer que esa sensación de creernos trascendentes es algo de lo que podemos prescindir. Sin embargo, el peso del ser humano en el mundo es más algo psicológico que cualquier otra cosa”. Con independencia de que puede ser una postura no compartida, no cabe duda de la suficiente solidez de sus planteamientos.
Un Colofón cierra este estudio de Melanie Challenger. Plantea en él algunas cuestiones que invitan a la reflexión: ¿qué ganaríamos si no fuéramos animales? ¿Qué ganamos con ser animales? Ser una persona, nos dice, es realmente un recuerdo de ser un animal, aunque olvidamos que ser una persona y un animal son la misma cosa.
Concluyendo
Melanie Challenger nos ofrece en esta obra un excelente trabajo, de robusto rigor científico, revestido de un lenguaje muy asequible que hacen de ella una delicia de lectura, en ocasiones apasionante. Nos sitúa en el lugar exacto que ocupamos en la naturaleza, mostrándonos nuestro lado compartido con el resto de los animales que la habitan, a la vez que destaca las virtudes y privilegios de esa situación. El hecho de tener consciencia, de ser conscientes de nuestro yo, de tener sentimientos e, incluso, sentido de trascendencia no nos hace diferir de los animales que comparten el planeta, ya que todos poseemos idéntica base.
Esta situación nuestra como animales nos ha de llevar a devolverles la dignidad y el valor que tienen, abandonando la idea de que podemos hacer uso de ellos a nuestro antojo, con total desprecio a su auténtica valía. Y, al igual que ellos, aprender a respetar y cuidar nuestro común cobijo, la tierra y la naturaleza.
Otros muchos temas de apasionante interés son abordados en esta obra, como puede ser la evolución, su sentido y significado; la trascendencia o la inmanencia; comentarios sobre muchos ejemplos de la vida animal, aportados por la autora, que indican nuestro parecido a su forma de actuar; … El libro tiene todos los merecimientos para ser leído y disfrutado.
Es evidente que, partiendo de estas premisas, las conclusiones a las que llega la autora y que trascienden esa nuestra realidad animal, no son compartidas por todas las corrientes del pensamiento. Es cierto. Para también lo es que el razonamiento de Challenger es muy consistente y da muestras de la humildad que adorna al auténtico científico, siendo consciente de los límites a los que alcanza su ciencia.
En definitiva, se trata de un libro que hay que tener muy presente; su lectura es una invitación a la reflexión y nos sitúa en una excelente plataforma desde la que poder abordar cualquier postulado sobre nuestra realidad de seres humanos.
Índice
El sello indeleble
Delirios de grandeza
La guerra civil de la mente
Un extraño para la creación
El viaje diario de las estrellas
Colofón: Sobre el encanto de ser animal
Bibliografía
Agradecimientos
Lista de ilustraciones
Índice onomástico
Título: El animal que somos. Una nueva historia de lo que significa ser humano
Autora: Melanie Challenger
Edita: Roca Editorial, Barcelona, 2021
Traducción: Ana Herrera
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 270
ISBN: 978-84-17805-93-7
Precio: 18,90 euros
Un título transparente el que ocupa la cubierta de este libro: no oculta ni disimula su propuesta, recordarnos que, nos guste o no nos guste, somos animales. Un subtítulo matiza y completa el sentido de este ensayo: Una nueva historia de lo que significa ser humano.
No sería extraño cuestionarnos si, en la época en que hablamos de inteligencia artificial, de las capacidades de nuestro cerebro, de la posibilidad de la trascendencia, tiene sentido volver la vista hacia nuestras raíces, nuestras humildes raíces. Melanie Challenger piensa que sí, que sí tiene sentido. Es más: considera que es necesario para situarnos correctamente en el lugar que nos corresponde en el universo.
Nada más abrir la primera página del libro, nos encontramos con esta frase de la autora: “Actualmente, el mundo está dominado por un animal que no cree ser un animal. Y el futuro lo imagina un animal que no quiere ser animal”. Existe, pues, un problema: que no sabemos cómo comportarnos correctamente ante la vida.
Hay concepciones ampliamente extendidas que nos indican que los humanos no somos animales, sino que somos criaturas con un alma; es decir, que tenemos un cuerpo animal que nos hace sangrar y envejecer y, por otro lado, está la parte que parece proceder de nuestra inteligencia y conciencia propia, nuestro espíritu. Así las cosas, podemos creer que ya hemos dejado atrás el ser un animal, pero la verdad es que somos una colonia de energía pensante y sintiente, envuelta en “una carne delicada que se eriza cuando tiene frío o cuando estamos enamorados”.
¿El centro del Universo?
Este olvido de nuestro ser animal nos ha llevado a pensar que somos el centro del universo, nada más y nada menos que una imago Dei, una imagen de Dios. Situarnos en nuestra auténtica realidad es el objetivo que plantea Melanie Challenger en este libro: “un intento de entender qué tipo de ser somos. […] Es una invitación para tener en cuenta de nuevo la maravilla que representa ser un animal”.
¿Tenemos los humanos delirios de grandeza? Algo en esta línea es lo que apunta la autora. Pensar que somos una especie privilegiada en la naturaleza, nos ha dado la convicción de que el resto de seres vivos no son dignos de ser considerados sujetos de derechos, que se trata de niveles de vida inferiores incapaces de sentimientos, de moralidad, de conciencia.
Sin embargo, somos seres con una enorme capacidad de destrucción que puede oscurecer cualquier atisbo de superioridad que nos irroguemos, incluida la noción de trascendencia que nos planteamos. Naturalmente, resulta agradable pensar que solo las tendencias humanas tienen estatus moral, pero es algo que no tiene fácil encaje con el hecho de que somos animales.
Ni tan siquiera la idea de que la evolución se ha encaminado para culminar en el ser humano puede sostenerse con fundamento. Ni la larga historia de la búsqueda del alma puede cimentarla de manera irrefutable. Cada día nacen nuevas pruebas, según la autora, de que los animales tienen sentimientos y objetivos, que llevan unas vidas plenas y complejas que implican sentimientos y control mental; lo que supone superar esa línea divisoria que instituimos para afianzar nuestra diferencia con ellos y nuestra superioridad como especie única. Sin embargo, todo lo que hacemos, lo hacemos como animales, aunque nos justifiquemos como humanos.
En este primer apartado de su libro, la autora hace un amplio recorrido por conceptos tales como la dignidad, el humanismo, la evolución, los sentimientos, la vida, mostrando y demostrando nuestras raíces materiales que compartimos con el resto de seres vivos, concluyendo que “ya no somos individuos milagrosos, sino un poco de materia que se puede seleccionar, alterar y usar para objetivos no previstos”.
La consciencia y los otros
En un paso más, nos introduce en lo que parece constituirnos como seres especiales: la mente. Empieza así: “Se ha asumido desde hace siglos que lo que hace especiales a los humanos es nuestro don del pensamiento. Sin embargo, ni sabemos ni nos ponemos de acuerdo sobre lo que es ‘pensamiento’ o ‘inteligencia’ o ‘conciencia’”, siendo como son la base para sustentar nuestra sensación del yo, justamente, la esencia de lo que somos.
Pero hay más. Lo que parece definirnos como humanos es que tenemos relaciones sociales, que no solo nos conocemos a nosotros mismos, sino que tan importante como esto es que dependemos también de conocer a los demás; y que estas relaciones pueden cambiar rápidamente. Pues no hay que olvidar que “las personas no solo se mienten unas a otras, sino que se mienten a sí mismas para mentir mejor a las demás”.
Pese a ese tránsito de pensar en un yo a un nosotros, tan necesario como especie, la autora afirma que no somos consecuencia de la cooperación ni que, como colección de individuos, seamos un supraorganismo, afirmación esta última que encontraría detractores. Para ella, más que seres definidos por una cooperación per se, tenemos más una versatilidad cooperativa.
Ser persona
Por supuesto, estas ideas dan pie a Challenger para aventurarse en la cuestión del valor intrínseco de la persona frente a considerarla como un medio o forma indirecta para defenderse de quienes son competidores. Recorre para ello los planteamientos de pensadores como Kant, Livingstone Smith, etc. También hace incursión en el papel que desempeña nuestro cerebro en la experiencia consciente o en la oportunidad de dar sentido a nuestra vida, conciencia que también atribuye a los animales a cuya existencia igualmente dota de sentido.
Ocupan a la autora las cuestiones que plantea la inteligencia artificial, al ser capaces de crear algo que puede superarnos. Y “para salvarnos de una inteligencia superior que tememos que nos vea y nos trate como nosotros hemos tratado a los otros animales, nos dicen que nos convirtamos en máquinas nosotros mismos”. Podemos preguntarnos, en esta tesitura, que, si una persona es una sustancia mental, ya sea alma o res cogitans, o un fragmente de código de ordenador, entonces, bajo determinadas circunstancias, cualquier cosa podría ser una persona.
¿Miedo a ser animales?
Unas palabras de Emil Cioran encabezan el siguiente apartado del libro: “Mientras todos los seres tienen su lugar en la naturaleza, el hombre sigue siendo una criatura metafísica extraviada, perdida en la vida, un extraño para la creación”, palabras estas últimas que titulan el capítulo.
Ser animal asusta. Así de escueta se manifiesta Melanie Challenger. Ser animal asusta. Porque la conciencia de estar a merced de los actos hostiles del mundo que nos rodea ejerce una fuerte influencia en nuestras vidas. Y ocurre que, cuando identificamos un peligro en una fracción de segundo y de manera inconsciente, nuestro cerebro construye una narrativa consciente para dar sentido a ese miedo que nos provoca.
Y una manera de ejercer nuestra defensa es la vida en grupo, de manera que, juntos, podamos dominar las amenazas. Las conductas altruistas como acción colectiva benefician a la colonia, al grupo. Algo que podemos contemplar en la naturaleza, en el comportamiento de muchos animales. Lo que ocurre es que, mientras estos buscan superar las amenazas, los humanos tendemos a defendernos de las amenazas que sufren las ideas que usamos para superar las amenazas.
Es evidente que una determinada visión del mundo puede conducir a una sensación de peligro que nos puede conducir a un sistema de creencias que nos ayude a superarla. Y esas creencias ocasionarían que podamos asegurarnos que somos seres vivos únicos y superiores, aunque la realidad de lo que somos contradice lo que nos decimos a nosotros mismos que somos.
Una constancia de nuestra realidad animal es la muerte que nos aguarda a todos. Algo que, indudablemente, nos crea una angustia existencial y la suposición de una falta de sentido para nuestra vida. Y así vemos cómo en muchas culturas se usan los sistemas de creencias en un sentido de la vida para poder manejar los temores existenciales. Pero no solo la muerte nos impone nuestra realidad animal; también hay que tener en cuenta el cómo nacemos.
Junto a la realidad de la muerte se está imponiendo la idea de la extinción de nuestra especie, sustrayéndonos a lo que ocurre con las demás de los animales. Son muchos los que están convencidos de que no hay un punto final para la humanidad; y si nuestro planeta está abocado a esa extinción, se buscan soluciones fuera de él, en otros planetas del universo. Quizás tengamos más posibilidades de solucionar la pobreza que crear otra Tierra en algún sitio, lugar al que tendríamos que llevar nuestra manera de realizarnos. Y es llegada la hora de mirar a la naturaleza y a los animales y seres vivos que la habitan como entes a los que debemos empatía por todo lo que compartimos con ellos.
Somos polvo de estrella
Si volvemos la vista atrás, a nuestros orígenes, veremos que llegamos a la existencia a partir de la muerte de una estrella; y, llegado el momento, también nuestra estrella morirá. En realidad, somos “un fragmento de espacio vacío y de electricidad antigua, una cantidad inimaginable de átomos que llevan protones y neutrones y electrones que dan volteretas”; somos, en definitiva, primates con un cerebro que posee enormes cantidades de células nerviosas unidas entre sí formando un complejo grande, del cual, de alguna manera surgen nuestros procesos de pensamiento; al menos, así lo entiende Melanie Challenger.
Y aclara su postura: “Eso no significa que debamos ver la vida humana como algo sin sentido. Pensar que uno es excepcional es distinto de pensar que nuestras vidas no tienen sentido. Existen muchos motivos para creer que esa sensación de creernos trascendentes es algo de lo que podemos prescindir. Sin embargo, el peso del ser humano en el mundo es más algo psicológico que cualquier otra cosa”. Con independencia de que puede ser una postura no compartida, no cabe duda de la suficiente solidez de sus planteamientos.
Un Colofón cierra este estudio de Melanie Challenger. Plantea en él algunas cuestiones que invitan a la reflexión: ¿qué ganaríamos si no fuéramos animales? ¿Qué ganamos con ser animales? Ser una persona, nos dice, es realmente un recuerdo de ser un animal, aunque olvidamos que ser una persona y un animal son la misma cosa.
Concluyendo
Melanie Challenger nos ofrece en esta obra un excelente trabajo, de robusto rigor científico, revestido de un lenguaje muy asequible que hacen de ella una delicia de lectura, en ocasiones apasionante. Nos sitúa en el lugar exacto que ocupamos en la naturaleza, mostrándonos nuestro lado compartido con el resto de los animales que la habitan, a la vez que destaca las virtudes y privilegios de esa situación. El hecho de tener consciencia, de ser conscientes de nuestro yo, de tener sentimientos e, incluso, sentido de trascendencia no nos hace diferir de los animales que comparten el planeta, ya que todos poseemos idéntica base.
Esta situación nuestra como animales nos ha de llevar a devolverles la dignidad y el valor que tienen, abandonando la idea de que podemos hacer uso de ellos a nuestro antojo, con total desprecio a su auténtica valía. Y, al igual que ellos, aprender a respetar y cuidar nuestro común cobijo, la tierra y la naturaleza.
Otros muchos temas de apasionante interés son abordados en esta obra, como puede ser la evolución, su sentido y significado; la trascendencia o la inmanencia; comentarios sobre muchos ejemplos de la vida animal, aportados por la autora, que indican nuestro parecido a su forma de actuar; … El libro tiene todos los merecimientos para ser leído y disfrutado.
Es evidente que, partiendo de estas premisas, las conclusiones a las que llega la autora y que trascienden esa nuestra realidad animal, no son compartidas por todas las corrientes del pensamiento. Es cierto. Para también lo es que el razonamiento de Challenger es muy consistente y da muestras de la humildad que adorna al auténtico científico, siendo consciente de los límites a los que alcanza su ciencia.
En definitiva, se trata de un libro que hay que tener muy presente; su lectura es una invitación a la reflexión y nos sitúa en una excelente plataforma desde la que poder abordar cualquier postulado sobre nuestra realidad de seres humanos.
Índice
El sello indeleble
Delirios de grandeza
La guerra civil de la mente
Un extraño para la creación
El viaje diario de las estrellas
Colofón: Sobre el encanto de ser animal
Bibliografía
Agradecimientos
Lista de ilustraciones
Índice onomástico
Notas sobre la autora
Melanie Challenger trabaja como investigadora sobre la historia de la humanidad y el mundo natural, y sobre filosofía ambiental. Recibió un premio Darwin Now por su investigación entre los inuit canadienses y la beca internacional del Arts Council con el British Antarctic Survey por su trabajo sobre la historia de la caza de ballenas. Vive con su familia en Inglaterra.
Melanie Challenger trabaja como investigadora sobre la historia de la humanidad y el mundo natural, y sobre filosofía ambiental. Recibió un premio Darwin Now por su investigación entre los inuit canadienses y la beca internacional del Arts Council con el British Antarctic Survey por su trabajo sobre la historia de la caza de ballenas. Vive con su familia en Inglaterra.