Nuevamente un 22 de Abril nos encuentra reflexionando sobre la crisis planetaria donde los avances no parecen estar a la altura de la encrucijada en la que nos encontramos. Los llamamientos de la ONU en esta fecha emblemática suenan casi a una letanía, insistiendo en la necesidad de realizar mayores esfuerzos para promover un desarrollo sostenible y frenar el impacto negativo de las actividades humanas en nuestra Madre Tierra. Necesitamos resolver el acuciante problema energético, urge dar respuestas a las necesidades reales y limitadas, esas que tan bien retrató MacNeef en su libro La economía descalza
Pensé en la primera vez que se festejó este día, propiciado por la ONU en el año 1970 con el único fin de crear una conciencia social sobre el delicado equilibrio de nuestros ecosistemas y de nuestro propio destino como humanidad. Por una parte, fue casi inevitable para mí comparar los estudios que llevé a cabo para mi tesis doctoral en el año 2003 bajo el título ‘La atención a la situación del mundo en la educación científica’. Un año más tarde, reflexionaba sobre el significado de la paz y las implicaciones de la crisis planetaria para la anhelada construcción de culturas sosteniblemente pacíficas en otro libro que escribí con mucho cariño: 'Redes para la Paz'. En ambos trabajos hay un amplio análisis de numerosos aspectos de la crisis global, evidenciando la insostenibilidad en nuestros modelos de producción y consumo y las intrincadas problemáticas asociadas a las diferentes dimensiones del desarrollo que han sido recogidas como los tres ‘pilares’ clásicos del desarrollo sostenible desde la Cumbre de Río: lo ecológico o ‘ambiental verde’, lo económico y lo social. No pocas veces he reflexionado sobre la dificultad de capturar una visión coherente, modificar nuestras percepciones del ‘estado del mundo’ y sobre todo ... actuar en consecuencia. Mucho se ha avanzado desde entonces en la percepción de los problemas ... pero ¿qué podemos ‘contar de bueno’ en este Día de la Tierra 2014?
La respuesta a esta cuestión no es sencilla: a una crisis percibida como fundamentalmente ecológica, bajo la influencia de la candente cuestión del cambio climático, se sumó en el 2007 la debacle financiera que agudizó desequilibrios económicos y sociales de una manera impensable. Se han hecho visibles las ‘otras’ dimensiones del desarrollo, como la ética y la gobernabilidad, aunque continúan en un rocambolesco vaivén en torno al dilema más difícil de aceptar: la incompatibilidad entre el concepto de un desarrollo sostenible y la falacia de perseguirlo a través del crecimiento económico. Con frecuencia me siento parte de la cofradía del doodle interactivo de Google, una compañera invisible que se une a las piruetas del camaleón velado, el colibrí rufo, el macaco japonés, el escarabajo pelotero, la medusa luna y el pez globo para insistir en la importancia de proteger el planeta que habitamos. Pero todos sabemos que hay mucho que decir acerca de nuestros modos de producción y consumo y, sobre todo, de nuestra ambición por 'medir' el cambio en términos que resultan a todas luces incompatibles.
No obstante, y a pesar de la profundización de la multi-crisis, hay un movimiento en marcha tratando de producir ese necesario cambio disruptivo del ‘orden social’, miles y miles de personas que introducen prácticas sociales generando redes que irrigan el planeta cubriéndolo de solidaridad (y tapando como pueden los huecos de un agónico estado de bienestar). Esta visión desde la acción y la ‘práctica’ ligada a la innovación social ya se mencionaba como una necesidad para cambiar nuestra conciencia en la época de la Cumbre de Estocolmo de 1972 y aparece citada en informes como 'Los límites del crecimiento'. En la página 193 dice textualmente:
'We believe in fact that the need will quickly become evident for social innovation to
match technical change, for radical reform of institutions and political processes at all
levels, including the highest, that of world polity. We are confident that our generation
will accept this challenge if we understand the tragic consequences that inaction may
bring'.
No es de extrañar que las referencias a este movimiento global de transición hayan estado presentes en varios de los 26 papers presentados en la Conferencia Social Frontiers: The next edge of social innovation research. Incluso nuestra contribución hablando de las cuestiones de conocimiento, poder y las barreras al empowerment (empoderamiento) de la gente (artículo escrito con Svenja Tams, de la Universidad de Bath (Reino Unido) con el título How empowering is social innovation? Identifying barriers to participation in community driven innovation.
Estos trabajos bucean en la investigación sobre innovación social y almismo tiempo ejemplifican un movimiento que está emergiendo en todo el mundo en forma de proyectos locales bottom-up, con participación de múltiples actores o stakeholders. Experimentos sociales que surgen y se multiplican bajo la denominación de Living Labs, Open Living Labs, Espacios Sociales de Innovación (ESDIs), social clusters, social hubs, change labs y parques sociales de innovación, entre otras denominaciones. A pesar de la ausencia de debate en torno a la definición de innovación social en el encuentro de Londres, existe consenso en asumir de un modo más o menos implícito a la innovación social como la generación, experimentación y aplicación de nuevas prácticas para responder a los desafíos sociales.
La innovación social identifica la búsqueda de soluciones en nuestro querido planeta azul y es protagonista de un dilema que se repite cotidianamente en la intencionalidad y las acciones de miles de individuos y organizaciones, un dilema que puede expresarse en términos muy simples: el delicado y difícil equilibrio entre tener y ser.
'We believe in fact that the need will quickly become evident for social innovation to
match technical change, for radical reform of institutions and political processes at all
levels, including the highest, that of world polity. We are confident that our generation
will accept this challenge if we understand the tragic consequences that inaction may
bring'.
No es de extrañar que las referencias a este movimiento global de transición hayan estado presentes en varios de los 26 papers presentados en la Conferencia Social Frontiers: The next edge of social innovation research. Incluso nuestra contribución hablando de las cuestiones de conocimiento, poder y las barreras al empowerment (empoderamiento) de la gente (artículo escrito con Svenja Tams, de la Universidad de Bath (Reino Unido) con el título How empowering is social innovation? Identifying barriers to participation in community driven innovation.
Estos trabajos bucean en la investigación sobre innovación social y almismo tiempo ejemplifican un movimiento que está emergiendo en todo el mundo en forma de proyectos locales bottom-up, con participación de múltiples actores o stakeholders. Experimentos sociales que surgen y se multiplican bajo la denominación de Living Labs, Open Living Labs, Espacios Sociales de Innovación (ESDIs), social clusters, social hubs, change labs y parques sociales de innovación, entre otras denominaciones. A pesar de la ausencia de debate en torno a la definición de innovación social en el encuentro de Londres, existe consenso en asumir de un modo más o menos implícito a la innovación social como la generación, experimentación y aplicación de nuevas prácticas para responder a los desafíos sociales.
La innovación social identifica la búsqueda de soluciones en nuestro querido planeta azul y es protagonista de un dilema que se repite cotidianamente en la intencionalidad y las acciones de miles de individuos y organizaciones, un dilema que puede expresarse en términos muy simples: el delicado y difícil equilibrio entre tener y ser.