LA FORMACIÓN DE LOS INGENIEROS EN EL PLAN 57


Gabriel Barceló

08/12/2018


Vamos a continuar con la crónica de la promoción 108 de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid. Terminamos los estudios en 1964, siendo la primera promoción del Plan 57, por lo que cumplimos nuestro cincuenta aniversario como ingenieros en 2.014.


 
Aunque el preámbulo de la Ley de 20 de julio de 1957, sobre ordenación de las enseñanzas técnicas, por la que fue aprobado El Plan 57 de selección y acceso a las escuelas de ingeniería, establecía que: Ello obliga a revisar la organización y los métodos de enseñanza, con el fin de lograr que un número mayor de técnicos pueda incorporarse en plazo breve a sus puestos de trabajo, para rendir allí el máximo esfuerzo para el bien común.
El hecho es que los programas lectivos en la Escuela no variaron sustancialmente, y los mismos profesores daban las mismas asignaturas a las dos promociones que simultáneamente cursábamos la carrera de ingeniero. Lo único que realmente había cambiado en aquel curso, fue el sistema de acceso a la escuela de ingeniería.
Como anécdota, y en prueba de lo expresado, podemos recordar que un catedrático, nos comunicó, tras un examen parcial, que había suspendido a toda la clase, menos a un alumno, por lo que era un aviso por nuestra falta de interés en la asignatura, que tendría muy en cuenta para el examen final….
Pidió la palabra un compañero, que solicitó al profesor nos indicase cual era la pregunta que todos, menos uno, habíamos fallado, a lo que este contesto, leyendo un pequeño párrafo de su libro de texto, e indicando que esa respuesta, que era la única correcta, estaba en la página tal de su libro, aunque solo la había dado correctamente el compañero no suspendido. Recordó además, que ya a principio de curso había expresado que no aprobaría quien no respondiese conforme a su libro, que era esencial adquirirlo para aprobar esa asignatura. Otro compañero se levantó, y le expreso al profesor que ese párrafo que había leído no se encontraba escrito en la página que había indicado, de su libro, que todos y cada uno de nosotros habíamos comprado y estudiado. El profesor, confuso, dijo que eso no podía ser, ya que había podido aprobar a un alumno, que tenía la contestación correcta. El alumno aprobado, después de ver su texto, comento que en su libro, si estaba redactado el párrafo, conforme a como lo había leído el profesor. La cuestión era extraña, pues en los demás libros se podía comprobar que no existía tal respuesta. La cuestión planteada se resolvió cuando el compañero aprobado se levantó, y confesó que él no había comprado el libro, que había utilizado un ejemplar de un primo suyo: ¡que había cursado esa asignatura tres años antes!
Quedó confirmado que en la edición que habíamos comprado, por error ese párrafo había sido omitido. Las notas de este examen fueron anuladas, quedando constatado también que el profesor no había revisado las galeradas de la reedición de su libro, que habíamos adquirido, y que el programa lectivo no había sido modificado, a pesar de la intención de la nueva ley.
El preámbulo de la referida ley seguía expresando que Una estructura concebida para el mejor aprovechamiento del valioso potencial humano, que aspire a participar en esta importante tarea y con la suficiente flexibilidad, para que pueda adaptarse a la rápida e incesante evolución de la técnica, constituye uno de los propósitos de esta Ley.
No obstante, la estructura administrativa no varió, aunque alguno nuevos profesores, como D: Juan José Scala en Mecánica, habían desarrollado nuevos programas lectivos concebidos para este nuevo periodo. El Catedrático Scala había aprobado la oposición a su cátedra de Mecánica, y en 1960 inicio su primer curso como catedrático. Preparó un programa, en mi opinión  innovador, en que la teoría se acompañaba de múltiples supuestos y problemas matemáticos, con el fin de que no perdiéramos la agilidad de cálculo y raciocinio que el antiguo método de selección inculcaba en los alumnos. De esta forma, quiso aunar las directrices de la Ley, con lo que él entendía eran ventajas del antiguo sistema de selección de ingenieros.
Aunque la nueva Ley establecía La importancia  que debe concederse…a la realización de prácticas en talleres y laboratorios, y en la necesidad· de intensificar la formación cultural y humana de quienes, por imperativo de su profesión, habrán de ejercer a menudo funciones rectoras en amplios sectores sociales. El hecho es que en la carrera tuvimos muy pocas clase de prácticas y talleres, la enseñanza seguía siendo teórica, salvo el dibujo. En los dos primeros cursos, por supuesto no hubo ninguna práctica, y posteriormente, en la carrera, existían clases prácticas, por ejemplo, de estadística o matemáticas.
Analizar el contenido de las materias impartidas en un plan de estudios, o incluso, la tasa de conocimientos matemáticos en contextos de ingeniería, es muy complejo pues exige una gran cantidad de conocimientos conexos, pero resulta un objetivo deseable si se desea adaptar la formación del ingeniero a las necesidades de una práctica profesional que evoluciona de forma vertiginosa.
 
La formación como acceso social
Durante casi ochocientos años, desde que existen las universidades, se ha dado por supuesto que el estudio de una carrera universitaria al término de la pubertad, era una requisito para poder acceder a posiciones de liderazgo o de mejores condiciones sociales y económicas, en definitiva, para situarte en la vida.
En una sociedad basada en la disposición generalizada de riqueza y recursos, pero con grandes tasas de paro, parece que esta ecuación ya no se cumple, y el disponer de uno o varios títulos académicos no es garantía de un puesto de trabajo o de un estatus social concreto.
En muchos casos, el estudiante concibe hoy al mundo universitario como un simple expedidor de títulos, pero no como el lugar donde puede formarse y adquirir   conocimientos. Es bien cierto que en un mundo globalizado y con Internet, la adquisición de conocimientos sobre los procedimientos y procesos industriales puede plantearse mediante otras muchas opciones, y no digamos en el caso de ciencias puras y matemáticas.
Pero como en otras actividades humanas, aceptamos la presunción de que un programa académico es una selección institucional de los conocimientos necesarios, y también que su interpretación por un profesor seleccionado por esa institución, nos aportara los conocimientos y usos necesarios que necesitaremos en nuestra actividad profesional. Incluso cuando, en muchos casos son impartidos mediante una vía coactiva o hasta disciplinaria. El alumno asume que el profesor es su prescriptor, sin poder valorar si este procedimiento será realmente valido en su vida profesional, o incluso, sin poder constatar que las soluciones virtuales que le propone el profesor son, realmente, las herramientas futuras de su trabajo personal.
No obstante, la preparación adquirida en unos estudios universitarios no solamente no es perjudicial, sino que, constituye una fuerte base para afrontar el devenir de la vida y conseguir con mejor éxito, cualquier tarea que se quiera emprender, incluso aunque a veces, esa formación reglada no nos parezca la más idónea o la más deseada.
Desde una perspectiva amplia, el dedicar cinco o seis años de la juventud a realizar unos estudios regulados y metódicos no puede ser perjudicial para el futuro. Por tanto, tiene plenamente  sentido el gran esfuerzo que, sin duda, tiene que realizar el joven estudiante, para finalizar su carrera universitaria. Incluso en esta época, en que se escuchan comentarios, como que ‹‹La universidad es una fábrica de parados››, o que tras la carrera, se tiene que presentar uno a oposiciones de guardias municipales para obtener un puesto de trabajo, el estudiar nunca será un perjuicio, y si un mérito, aunque cada vez, ese esfuerzo tenga menos reconocimiento.
Son muchas veces reales las críticas a la enseñanza reglada y a la mala preparación que pueden llegar a adquirir los estudiantes. Todo es susceptible de crítica y de mejora. Pero esa crítica no debe suponer el no abordar los retos personales adquiridos, o abandonar los estudios.
Aquellos que dispongan de un proyecto muy concreto, pueden iniciar su actividad emprendedora sin esperar a este paréntesis de estudios iniciales. También pueden existir otros cuyas características personales les impida acceder a las aulas, o consideren que es una pérdida de tiempo.
Pero en un país en que la enseñanza está subvencionada por el estado, y que el precio o tasa de obtener un título académico, no corresponde al verdadero coste de esa formación, es irracional el perder esta oportunidad. Mientras la enseñanza universitaria, apoyada además en becas y sistemas de acceso, tenga los costes actuales para el alumno, el perder ese derecho no tiene sentido.
Además, el estudio, como tantas otras características de la condición humana, puede llegar a ser un hábito, por lo que ir superando cotas de conocimiento, sin gran esfuerzo, o incluso disfrutando de ese estudio, puede ser fácil a la larga. Es muy difícil, casi imposible, llegar a ser asesor, consultor o prescriptor en una materia, si no se han realizado previamente los estudios correspondientes. Muchas personas, y no solo las cabezas privilegiadas, pueden llegar a ser líderes en algún campo del saber, con perseverancia y continuidad, fundamentalmente por haber pasado por la universidad.
 
Matemáticas en la formación
En todas las carreras de ingeniería, en todos los países, las matemáticas han constituido la pieza clave en la selección y en la formación de futuros ingenieros dese las primeras escuelas, como es el caso de la Escuela Politécnica francesa en 1794.
En España, hubo un modelo, aplicado por los arquitectos que exigía como acceso previo a su carrera, el disponer del título de la facultad de matemáticas.
En los primeros modelos de formación en ingeniería se buscaba el ideal enciclopedista, con una posible alianza entre las ciencias puras y las aplicadas, pero dando un peso disuasorio a la incapacidad del alumno en la resolución de problemas matemáticos. No obstante, la organización del saber que debe ser impartido en una carrera y su contenido concreto, es un tema controvertido y de constante discusión.
Por ello, esos modelos iniciales fueron evolucionando en favor de un aprendizaje de tecnologías concretas, del desarrollo del análisis matemático y su implementación en varias disciplinas de ciencias aplicadas, y en el estudio y desarrollo de programas computacionales y el cálculo computacional. Por tanto, se ha mantenido el requerimiento de unos fundados conocimientos matemáticos.
Pero, simultáneamente, la evolución de la tecnología ha exigido el aumento de especializaciones ingenieriles, la ampliación de los campos científicos, incluso de las matemáticas.
Puede hacerse la consideración a este respecto que los abogados, a pesar de una evolución equivalente en su especialización profesional, han mantenido una única carrera de derecho, y no han tenido la ingenuidad de trocearla a nivel académico, manteniendo así una posición diferenciada en la sociedad.
Todo ello unido al incremento del número de estudiantes que ingresan en las carreras de ingeniería, que pudiera entenderse que exigen esa especialización, y si cabe, una simplificación de su formación, como por ejemplo, una reducción del contenido en matemáticas, o la sustitución de esta por la incorporación de la tecnología informática, como herramienta para el ingeniero. Evidentemente la reducción de las ambiciones matemáticas permite una más fácil generalización de la carrera y una más fácil adaptación de los estudiantes a esta formación. Simultáneamente, la utilización de programas computacionales, sin ser requerido su análisis, permite concebir unos ingenieros prácticos, sin fundamentos científicos, que puedan enfrentarse a las tareas requeridas en la práctica.
No obstante, en España las escuelas de ingeniería no han querido prescindir de una formación científica y rigurosa para los ingenieros superiores, reservando a los ingenieros técnicos esas capacidades prácticas.
Incluso se ha llegado a comentar que la pérdida del nivel tecnológico de la Gran Bretaña fue debida a una laxitud en la formación de los ingenieros, que en un momento dado decidieron reforzar sus conocimientos con disciplinas humanistas, en detrimento de las matemáticas, las ciencia o la tecnología. Un ejemplo es la industria del automóvil, que siendo los británicos líderes en sus comienzos, actualmente han perdido gran parte de su capacidad creativa e industrial en este sector.
Los ingenieros calculistas usan la computadora para diseñar, construir y controlar los cálculos necesarios para construir puentes, carreteras, plantas químicas etc. Pero tiene que haber otros ingenieros que sean los que conciben y desarrollan esos programas, y para ello necesitan, además de saber programar, conocer la complejidad del análisis previo a la programación, la tecnología, e incluso las fuentes científicas de las que se nutre esa tecnología.
La formación matemática de los ingenieros evoluciona constantemente, en la medida que también cambian las propias matemáticas, sus modelos y el cálculo computacional y, en conexión estrecha con la evolución de las tecnologías. Que hoy día adelantan que es una barbaridad…
Es un reto definir la formación requerida para dotar de las herramientas necesarias a los futuros ingenieros, incluso de conocimientos científicos y tecnológicos, o de la compresión matemática necesaria.
 
Uso de ordenadores
La tecnología ha sido considerada como un instrumento simplificador de necesidades matemáticas en la formación, o incluso una herramienta que economiza las necesidades de compresión matemática del futuro ingeniero.
El uso que hace el estudiante de herramientas matemáticas, como formulas, ábacos, conocimientos empíricos, maquetas, etc. se ha venido construyendo en base a una experiencia colectiva acumulada durante siglos, pero acelerada en los últimos cincuenta años.
En nuestros años de formación, además de las ecuaciones de la teoría y de los libros, solo disponíamos habitualmente de la regla de cálculo. Este era un instrumento de cálculo habitual en la ingeniería, equivalente a una computadora analógica, y basada en el cálculo logarítmico. Su origen es incierto, ya que se trata de un instrumento que se ha ido perfeccionando con el tiempo, y aunque en su historia se hace constante referencia a autores anglosajones, creo que debe recordarse al matemático portugués Pedro Nunes, o Petrus Nonius (Alcácer do Sal, Portugal, 1492 – Coímbra, 1577), pues fue quien en 1514 inventó el nonio, un dispositivo que permitía medir fracciones de una escala, mediante otra escala auxiliar. Posteriormente, el matemático francés Pierre Vernier (Ornans, 1580 – ibídem, 1637), desarrollo una escala más perfeccionada para medir longitudes con mejor precisión.
Hasta la introducción de los ordenadores para el cálculo tecnológico, y científico, fue la regla de cálculo la herramienta universalmente utilizada por los ingenieros. En los cursos de la escuela, nuestra promoción pudo acceder a cursos de programación de ordenadores en diversos lenguajes, empezando siempre con el álgebra de Boole y el lenguaje máquina. Pero estos cursos eran realmente teóricos, pues en aquellos años no se disponía todavía de ordenadores, ni del posible acceso a los mismos.