Bitácora

FISEC y Morin en un jardín de hilos bifurcados

Redactado por Gabinete de Comunicación el Viernes, 16 de Mayo 2008 a las 13:08
| Viernes, 16 de Mayo 2008


Homenaje a Edgar Morin.
El concepto de relacionalidad que aporta el trabajo de FISEC lo conecta al pensamiento complejo del filosofo Edgard Morin y lo adentra al complexus


Antonio Matiello*

El pensamiento complejo de Edgar Morin ha influenciado las líneas de investigación del Foro Iberoamericano sobre Estrategias de Comunicación desde siempre. Sus conceptos acerca de la transdisciplinariedad, la interrelación cultural, la sociología psicológica de los pueblos, la antropolítica, el desarrollo afectivo y ético han dejado huellas en casi todo lo que pensamos o escribimos desde el I Encuentro Iberoamericano sobre Estrategias de Comunicación, en el año 2000, cuando FISEC todavía no se había establecido como tal.
Al fin y al cabo, hace mucho que ya no quedan ideas originales, sino interpretaciones o deducciones (i)lógicas, expresiones de la democracia cognitiva que el pensador francés reclama a la ciencia.
De hecho, si nos detenemos a leer algunas de las conclusiones de aquel encuentro, irremediablemente nos acordaremos de sus aportaciones. En aquel entonces decíamos, recogiendo la sustancia de los debates impartidos en Madrid:
· Una concepción de la estrategia orientada a la acción y a la transformación capaz de conducirnos del estado actual de cosas a otro estado de futuro más deseado.
Fijaos que Morin decía, muchos años antes, en El Método II, la vida de la vida, que “…el problema central de la acción es la estrategia…”, lo que nos remite a Raymond Aron (1905-1983), que se preguntaba “¿puede la estrategia ser una ciencia?”, para luego contestarse “sí, pero que sea una ciencia de la acción”.
En los Croisements de Cultures, encuentro filosófico de 11 miembros de FISEC con Edgar Morin coordinado por Gala Naumova, miembro también de FISEC, en un chateaux en el sureste de Francia a principios de mayo, Morin aclaró que la comunicación describe una relación circular con la acción, que a la vez la organiza y la hace funcionar. Lo que pasa es que eso no basta para el teórico del pensamiento complejo. “La comunicación aporta informaciones, pero no la comprensión”, una de sus actuales obsesiones, hasta el punto de haber propuesto a la UNESCO que creara la disciplina de Comprensión Humana y Cultural en todas las universidades en que sea posible, en todo el planeta.
En realidad, tal propuesta resulta un tanto desesperanzadora, desde el punto de vista de que si necesitamos enseñar comprensión humana a los jóvenes de todo el mundo, es porque se supone que somos incapaces de comprender, o demasiado egoístas para hacerlo. Sobre todo cuando se trata de comprender al otro con sus verdades, idiosincrasias, circunstancias sociológicas, culturales, antropológicas, psicológicas, socioeconómicas y políticas.
En ese caso enfocamos al otro como un pueblo alejado, de otro entorno. No falta quien aprecia incomprensión en las últimas propuestas de la Unión Europea para contener el flujo de inmigrantes ilegales en el continente, como hay también quienes reclaman ajustes en los mercados laborales de los países miembros de la UE y el combate a toda clase de violencia, a la destructuración urbana y a la crisis del sistema de pensiones, problemas provocados, según ellos, por los sin papeles.
Pero además, se puede decir lo mismo de un conciudadano, situación cotidiana que nos pasa a todos a menudo, como subrayó Morin en el encuentro. “A nosotros encanta Charlot en las películas de Charlie Chaplin, pero no si nos cruzamos con él en la calle”.
En ese punto, citaba al estudioso portugués Antonio Damásio (1945), para quien no existe la racionalidad pura, a pesar de Kant y la Crítica de la Razón Pura, sino pasión y racionalidad. La racionalidad parte del ser humano, sujeto de la acción y de la Historia, pero también caudal de esas pasiones y humores que tanto molestaban a Spinoza, Bacon y incluso a Demócrito, de quien la tradición oral dice que se quitó los ojos para pensar mejor.
Francis Bacon (1561-1626) afirmaba en su empirismo, cuatro siglos antes de Damásio, que el puro acto de pensar con objetividad era imposible pues el pensamiento tenía una fuente subjetiva, el ser humano.
Morin nos llevó también hasta Pascal (Blaise, 1623-1662) que preconizaba la imposibilidad de la racionalización de todo como, por ejemplo, la poesía. “La racionalidad es una locura”, afirmó en el debate que impartimos, siempre con una calurosa sonrisa en la cara. Si para Bataille (Georges, 1897-1962) la racionalidad ha sido engendrada por la locura, Morin la ve más como un concepto biodegradable, como las verdades científicas. A mí siempre me ha gustado más esa idea de biodegrabilidad de las verdades, o certezas, que los archipiélagos de éstas sembrando mares de incertidumbre, como se dice en Los Siete Saberes para una Educación del Futuro.
Para Morin, la pasión como protagonista del binomio con la racionalidad la abre de manera relacional. Es decir, el mundo actual necesita, más que racionalidad, relacionalidad, lo que va en contra del paradigma que se planteó el pensamiento occidental en el siglo XVII, cuando separó el espirito de la materia, inaugurando la modernidad en la filosofía. Algo como Demócrito arrancándose los ojos en la antigüedad griega, en nombre de la pureza de la racionalidad. Un error que, según Morin, solamente no han cometido personas muy sensibles, como las mujeres o los poetas. Su ejemplo aquí es Artur Rimbaud.
Regresemos a las conclusiones del encuentro fundacional de FISEC de 2000 en Madrid:
· Que la estrategia implica una dimensión humana. Las estrategias son actividades humanas dirigidas a otras personas con el fin de armonizar conductas, lo que requiere, de una parte, comunicación y, de otra, procesos deductivos orientados a interpretar las intenciones y estrategias ajenas.
Morin nos habla del “ser humano como fenómeno total”, que suena como la liberación o superación del dilema de Antoine Roquentin en La Nausea, de Sartre (Jean-Paul, 1905-1980) frente al árbol en el parque con el malestar de su existencia, o de la condena de existir a la que alude Schopenhauer (Artur, 1788-1860) en la Metafísica del Amor. Roquentin está mareado por vivir pero también siente la conciencia del objeto, lo que remite a la fenomenología de Husserl (Edmund, 1859-1938), que Sartre llamaba la intentionnalité, o la cosificación de la vida, según la cual, toda consciencia es la consciencia de algo, de una cosa -en el caso de Roquentin, el árbol-. Eso, a su vez, sostiene Berkeley (George, 1685-1753), para quién nada existe si no es percibido por la mente humana. No deja de ser, de una forma u otra, el famoso “Pienso, luego existo” de Descartes (René, 1596-1650), lo que, tratándose de humanos, “demasiado humanos”, no sería una exageración decir “pienso, luego hesito”, como hace el economista Eduardo Gianetti (El Auto Engaño, Cia. Das Letras, Brasil, 1997).
· Que esa dimensión humana no es reducible a valores económicos. La estrategia es una apuesta por el futuro a partir de valores éticos. La ética se ha convertido en un nuevo factor de la estrategia. Cuando las personas apostamos en serio porque compartimos valores, podemos mover montañas. En cambio, no valemos nada si no contamos con el otro.
Para Morin la ética tiene que ver, por supuesto, con el respeto al otro como clave de la convivencia, o la convivialidad, como él suele clasificar la idea del personaje de Tolstói, Ivan Illitch, sobre la capacidad humana para la convivencia armoniosa, la amistad y etc. Más recientemente el profesor ha defendido también lo que llama “reforma de vida” como un valor ético, dentro de su propuesta de una Política de Civilización, tema y título de su último libro, en que desarrolla más detalladamente su mirada hacia la comprensión humana y la necesidad urgente de aceptar al otro como es, con respeto mutuo, basado en la ética, dentro de la acción de la relacionalidad.
Yo, por mi parte, discrepo humildemente de que la ética se haya convertido en un nuevo factor de la estrategia, sino que tiene que serlo. Y eso depende de nosotros, sujetos de la acción. Ya no faltan relatos de muchos comunicadores y estrategas, sobre todo en el campo de la política, a los que no importa la ética del ser humano para lograr sus retos (véase el artículo “Después de la política”, Jesús Timoteo Álvarez, Universidad Complutense de Madrid, 2007). Se trata, una vez más, del viejo y desgastado bordón de que los fines justifican los medios.
También Morin se ocupa de buscar el establecimiento de la ética como ese factor cuando contradice a Fukuyama al sostener que la Historia no ha acabado. No todavía. Para él, la estrategia debe estar volcada hacia la ecología de la acción, “que no sigue siempre las intenciones de los actores”. Así como la comunicación debe estar al servicio de la comprensión, la estrategia será una herramienta de la ética, o que se articule ensalzada por ella.
“Los actores muchas veces tardan en percibir sus errores, lo que conlleva todo un nuevo paradigma, pues renunciar al mejor de los mundos no significa renunciar a un mundo mejor”, dijo sacando el ejemplo de la guerra de las Malvinas como el equivoco final y fatal de la dictadura argentina. Ahora mismo tenemos las tentativas de contra información del gobierno de Myanmar (ex Birmania) mostrando a sus militares ayudando a los desplazados por el huracán mientras la prensa de todo el mundo se ocupa en mostrar imágenes de los miles de muertos y las condiciones en que se encuentran los supervivientes, a quien no llega toda la ayuda internacional que ofrecen muchos países por orden de sus gobernantes.
Volvemos a las conclusiones de los comienzos de FISEC:
· Que necesitamos empresas e instituciones con sistemas de valores orientados a las personas (“El corazón del misterio está en nosotros, no la llave”, escribe Morín en El método). Ahora bien, dado que cada persona tiene su propio sistema de valores y de asignar preferencias, necesitamos de la comunicación estratégica para establecer cursos de acción que ayuden a que todos los que integren una organización compartan un proyecto de futuro.
De nuevo: “…el problema central de la acción es la estrategia…”. Y en el mismo texto (El método, la vida de la vida) él aborda el concepto de “los riesgos de la acción” de que hablaba Hannah Arendt (1906-1975) para elaborar el raciocinio de la ecología de la acción como premisa para la etología de la acción, desde el punto de vista de que su problema central es efectivamente la estrategia.
Además, ha destacado el profesor en el encuentro en Francia la necesidad de reforma de las organizaciones en sentido de rechazar los modelos céntricos y concéntricos, los determinismos y sus verticalismos absolutos. “Hablo de una organización molecular basada en una estructura celular, un edificio de urgencias que ya no tolera a un poder central”. Hablaba, así, de hacer de la ética el eje de la estrategia, su hilo conductor y conector con otras culturas, entornos distintos, con estrategias ajenas, en dos palabras, con el otro, en términos de relacionalidad.
· Que la comunicación estratégica no se constriña al mundo empresarial o político sino que se utilice en todos los ámbitos del quehacer humano, como una herramienta que ayude al incremento de la calidad de vida y la armonía de sujetos. En ese contexto, el papel preciado y preciso que han de cumplir las estrategias de comunicación es el de servir de pegamento de las fracturas sociales y el de tender puentes entre los distintos operadores y culturas, entre los distintos presentes y futuros.
Ahora bien, es precisamente aquí que FISEC se conecta con Morin y su trabajo. En realidad, nos ha dicho que lo que más le gusta del Foro es exactamente eso de buscar construir puentes, al intentar entender, interpretar y sobre todo aceptar las estrategias ajenas, o sea, aceptar al otro. En el artículo La epistemología de la complejidad, publicada en la Gaceta de Antropología, él dice que “el pensamiento complejo es ante todo un pensamiento que relaciona. Es el significado más cercano del término complexus (lo que está tejido en conjunto) Esto quiere decir que en oposición al modo de pensar tradicional, que divide el campo de los conocimientos en disciplinas atrincheradas y clasificadas, el pensamiento es un modo de religación. Está, pues, contra el aislamiento de los objetos de conocimiento; reponiéndoles en su contexto, y de ser posible en la globalidad a la que pertenecen”.
· Que el futuro precisa de la visión de algunas personas que anticipan un horizonte, un nuevo escenario en el cual puedan tener éxito las personas y recursos involucrados. Dado que los recursos son escasos (agua, energía, etc) deben ser administrados con criterios de eficiencia económica y social. Incrementar la productividad no es hoy día un mero principio económico sino sobre todo una exigencia ética. Nadie tiene derecho a despilfarrar. Esto vale para todos: empresas, políticos, medios colegios y universidades.
Morin nos dice, en los Cuadernos de California, que “El mundo occidental ha inventado un modelo prometeico de dominación, de conquista de la naturaleza, ajeno a cualquiera idea de sabiduría”. Además, la noción de un desarrollo sustentable ya no basta para él, que reclama un concepto más amplio y crítico que recoja los mejores rasgos del concepto de “desarrollo”.
Es la síntesis de su “política de la civilización”, es decir, el desarrollo afectivo y moral en escala terrestre, la política del hombre o del humano; la antropolítica, tema inadvertido del encuentro anual de FISEC en Ciudad de México en 2005 (“Recuperando al hombre – experiencias y propuestas desde la Nueva Teoría Estratégica”), por fin, es toda una construcción compleja.
No estará de más recatar aquí también su aportación de la ecología de la acción como enriquecedora de su etología.
· Que, sin embargo, no basta con incrementar la productividad. La estrategia elegida para hacerlo es importante. Los hechos demuestran que las empresas están incrementando la productividad a través del denominador, es decir, restando costes, ajustando, lo que genera un alto índice de desempleo. O, si se prefiere, grandes cantidades de “achatarramiento humano”. Ese desempleo se vuelve contra la dimensión humana: se priva la persona de un potencial de desarrollo.
Otra vez, “el ser humano como fenómeno total”.
· Que contra esa tendencia hay que incrementar la productividad a través del numerador: es decir, mediante la innovación. Y dado que son los hombres los que innovan, en este enfoque, por primera vez la persona es la clave del éxito.
“La emergencia de la vida en nuestro planeta ha constituido, quizá, un acontecimiento único. La evolución es efectivamente autodesarrollo del sistema biótico, pero ese desarrollo es inseparable de las condiciones aleatorias (mutaciones y selecciones naturales)…” Los Cuadernos de California.
· Que para innovar hay que compartir e interrelacionar. Lo que nos lleva de nuevo a la comunicación. Compartir implica romper los muros que aíslan. La organización con barreras ha muerto y si no fuese así habría que ayudarla a derrumbar esas barreras.
Aquí, de nuevo, el documento no habla de otra cosa que no sea interpretar, y desde luego aceptar estrategias ajenas, de religar los hilos o, como dice Morín, la religación del pensamiento complejo, que para nosotros del FISEC se traduce en la relacionalidad.
· Que en el actual entorno político de poder diluido y negociado, y en la nueva era de la vulnerabilidad que vivimos se precisa de democracias fuertes que superen la ingenuidad y los populismos. Ello exige un nuevo perfil de político que supere el uso y abuso del poder y también la figura del político administrador, y que del político-estratega, un político capaz de hacer la transformación que el país necesita.
Si miramos a los países, o a sus bloques (Unión Europea, TLC, Mercosur, Pacto Andino,…), como grupos, llegamos a Adam Smith (1723-1790). El padre de la economía moderna dijo que si cada uno hace lo que es mejor para si, el grupo ganará. John Nash (1928) lo tomó en serio y ganó un Nobel con una tesis basada en este razonamiento y en conclusiones que lo hicieron uno de los grandes de la teoría de los juegos, después de John von Neumann (1903-1957) y Oskar Morgenstern (1902-1976). A parte de todas las simulaciones matemáticas y suposiciones sustentadas por posibilidades lógicas que engrandecen el trabajo de Nash, lo que importa aquí es saber que hacer lo que es mejor para uno no puede transponer los límites del posible en una convivencia social. Pues de esa manera, no gana uno, no gana otro y, al fin y al cabo, no gana el grupo.
Por eso, si quiero vender lechugas, no me bastará con cobrar mil euros la unidad. A pesar de que el mismo Adam Smith subrayase que la capacidad del hombre de someterse a riesgos mueve la economía, o a que pese al número de idiotas pueda ser infinito hablando de marketing, como enseña el amigo Mateo Torres Gómez, Director del Plan de Turismo de Granada y compañero de FISEC, la posibilidad de no vender una sola lechuga será mayoritaria.
Aquí Morin reaparece con su reforma de vida hacia un estado que yo llamaría de “ética plena”. Su pensamiento es de tal manera complejo y transdisciplinario que siempre vuelve; emerge como que de un mar etimológico. Hablemos de lo que sea, y él podrá ser citado, pues algo de su obra estará allí.
(*) Antonio Matiello es consultor y presidente del Capítulo brasileño de FISEC,











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