Cuando creé esta sección de “Vivir, Viajar” lo hice pensando en sugerir a mis lectores destinos, rincones, hotelitos, restaurantes, bares, museos, mercadillos etc. etc. que un día conocí y que, a mi entender, merecen ser compartidos. Son experiencias que, si mis lectores se animan, pueden pasar a formar parte también de sus viajes y sus vidas.
Esta Semana Santa y sin salir de casa he visto muchos de esos sitios. Se diría que alguien hubiese programado los canales de TV conspirando contra mis recuerdos. Pero lo cierto es que mi alegría superó mi nostalgia: “Mira en la tele están dando…” Así en unos pocos días reviví pasajes de Iguazú, Atacama, San Telmo, Buenos Aires, la Isla de Pascua, Machu Pichu, Puebla, Ciudad de México, Mérida… Isla Mujeres, Capadocia, Cabo Norte, la Costa Almafitana…
En ocasiones los lugares eran los protagonistas en otras acompañaban el relato, así la muerte de García Márquez trajo consigo escenas de Barranquilla (y la Fundación La Cueva, de la que un día les hablaré), Santa Marta, la Sierra Tairona y Cartagena de Indias.
Pero si las imágenes reavivan los recuerdos, el tiempo los borra e incluso los re-escribe. Y hay un momento en que ya no recordamos el lugar, sino que recordamos el recuerdo. Bueno, el recuerdo del recuerdo. Con todo lo peor que le puede pasar a los recuerdos es cuando no solo desaparece lo que tienen de intangibles, sino que también desaparece su soporte material, aquello que sostenía el recuerdo. Hay un chiste gallego que nos habla de esas pérdidas. Dice así: “Pepiño, recuerdas a tus 90 años cundo corríamos detrás de las mozas” “Si, si claro que sí, lo que no recuerdo es por qué lo hacíamos?”. Con todo, nadie ha sabido contar esa dura sensación de ver “matar el recuerdo” como lo hace Charles Aznavour en “Trousse Chemise”. Una cosa es perder a tu amor, y otra que un día “te” talan el bosque en el que ibas a hacer el amor y “te” pongan en su lugar una urbanización de lujo. Vale la pena escuchar sus palabras.
Y todo eso y mucho más es lo que he sentido con el incendio de Valparaíso. Sentí matar mis recuerdos y el dolor del fuego en mis propias carnes. Mi primera visita fue en 2003 gracias al profesor y amigo Claudio Avendaño. Y siempre que voy a Chile busco un pretexto para regresar a la belleza caótica de sus calles.
Para mí Valparaíso es más que una ciudad y más que un recuerdo: es el “order from noise” de Heinz von Froester hecho ciudad. Una emergencia. El símbolo vivo del pensamiento complejo.
Y cómo dormir sabiendo que hay barrios enteros que han desaparecido y docenas de muertos y cientos de familias en la calle. Por eso desde aquí, mi dolor, afecto y solidaridad con Valparaíso, su gente y con todos mis amigos chilenos. Pero también un mensaje de esperanza: los símbolos no mueren. Valparaíso- haciendo honor a su nombre- renacerá de sus cenizas. ¿Por qué no iniciar ya una campaña internacional de solidaridad para que eso ocurra pronto?
Esta Semana Santa y sin salir de casa he visto muchos de esos sitios. Se diría que alguien hubiese programado los canales de TV conspirando contra mis recuerdos. Pero lo cierto es que mi alegría superó mi nostalgia: “Mira en la tele están dando…” Así en unos pocos días reviví pasajes de Iguazú, Atacama, San Telmo, Buenos Aires, la Isla de Pascua, Machu Pichu, Puebla, Ciudad de México, Mérida… Isla Mujeres, Capadocia, Cabo Norte, la Costa Almafitana…
En ocasiones los lugares eran los protagonistas en otras acompañaban el relato, así la muerte de García Márquez trajo consigo escenas de Barranquilla (y la Fundación La Cueva, de la que un día les hablaré), Santa Marta, la Sierra Tairona y Cartagena de Indias.
Pero si las imágenes reavivan los recuerdos, el tiempo los borra e incluso los re-escribe. Y hay un momento en que ya no recordamos el lugar, sino que recordamos el recuerdo. Bueno, el recuerdo del recuerdo. Con todo lo peor que le puede pasar a los recuerdos es cuando no solo desaparece lo que tienen de intangibles, sino que también desaparece su soporte material, aquello que sostenía el recuerdo. Hay un chiste gallego que nos habla de esas pérdidas. Dice así: “Pepiño, recuerdas a tus 90 años cundo corríamos detrás de las mozas” “Si, si claro que sí, lo que no recuerdo es por qué lo hacíamos?”. Con todo, nadie ha sabido contar esa dura sensación de ver “matar el recuerdo” como lo hace Charles Aznavour en “Trousse Chemise”. Una cosa es perder a tu amor, y otra que un día “te” talan el bosque en el que ibas a hacer el amor y “te” pongan en su lugar una urbanización de lujo. Vale la pena escuchar sus palabras.
Y todo eso y mucho más es lo que he sentido con el incendio de Valparaíso. Sentí matar mis recuerdos y el dolor del fuego en mis propias carnes. Mi primera visita fue en 2003 gracias al profesor y amigo Claudio Avendaño. Y siempre que voy a Chile busco un pretexto para regresar a la belleza caótica de sus calles.
Para mí Valparaíso es más que una ciudad y más que un recuerdo: es el “order from noise” de Heinz von Froester hecho ciudad. Una emergencia. El símbolo vivo del pensamiento complejo.
Y cómo dormir sabiendo que hay barrios enteros que han desaparecido y docenas de muertos y cientos de familias en la calle. Por eso desde aquí, mi dolor, afecto y solidaridad con Valparaíso, su gente y con todos mis amigos chilenos. Pero también un mensaje de esperanza: los símbolos no mueren. Valparaíso- haciendo honor a su nombre- renacerá de sus cenizas. ¿Por qué no iniciar ya una campaña internacional de solidaridad para que eso ocurra pronto?