Francisco Aguadero Fernández,
En la última semana de septiembre de 2019 un comité de expertos de la OMS (Organización Mundial de la Salud) y el Banco Mundial entregaba a la ONU un análisis sobre el riesgo de una emergencia sanitaria global próxima. Alertaba de que la pandemia tendría aspecto de gripe masiva, pero muy letal, y de que el mundo no tenía estructura ni herramientas suficientes para evitar su fuerza devastadora que situaba entre 50 y 80 millones de muertos y un 5% de la economía global. En el mismo informe se apuntaba también qué había que hacer para prevenirla. El informe había sido encargado por la ONU con el objetivo de aprender de los errores habidos en las últimas epidemias.
No sirvió de mucho, no aprendimos nada, porque las autoridades mundiales y de los diferentes países no prestaron la atención necesaria. El virus llegó, se expandió como un relámpago, nos pilló con el paso cambiado, sin estar preparados para hacerle frente y todos los gobiernos, todos, reaccionaron tarde y con capacidades limitadas.
No sirvió de mucho, no aprendimos nada, porque las autoridades mundiales y de los diferentes países no prestaron la atención necesaria. El virus llegó, se expandió como un relámpago, nos pilló con el paso cambiado, sin estar preparados para hacerle frente y todos los gobiernos, todos, reaccionaron tarde y con capacidades limitadas.
Hablar de la vida en el 2020 es hablar del coronavirus o Covid-19. Un virus que ha conseguido lo inimaginable: parar el mundo y hacer temblar el planeta. Ha confinado a una gran parte de la humanidad. Un virus que en el momento en que se escriben estas líneas ha segado la vida de casi 300.000 personas y que cambiará, sin duda, la forma en que vamos a vivir y disfrutar en adelante.
¿Cómo será la vida y el mundo tras la salida de esta crisis? No lo sabemos. Como tampoco sabemos las amenazas que nos esperan, ni el rumbo que tomará la sociedad. Sí podemos intuir que llegarán nuevas amenazas globales y que la sociedad ha de tomarse muy en serio el peligro que individual y colectivamente, estamos corriendo si no cambiamos nuestro comportamiento y formas de vida.
Por el momento seguimos en el estado de alarma o alerta sanitaria que ha traído un confinamiento casero, en el domicilio, al que se han visto obligado los ciudadanos de un buen número de países. La inmensa mayoría de la sociedad española lo ha llevado de una forma ejemplar, quedándose en casa o atendiendo heroicamente los servicios públicos, con un alto grado de fraternidad, puesto de manifiesto en los masivos aplausos en los atardeceres. El esfuerzo conjunto de la ciudanía por medio de una disciplina social en el cumplimiento de las normas del confinamiento y una solidaridad social manifiesta, ha salvado miles de vidas humanas.
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Pero llega la llamada desescalada, que yo prefiero llamar desconfinamiento progresivo, y se echa en falta la unidad y el comportamiento de solidaridad habido durante el confinamiento. Aparece el individualismo, los particularismos, los intereses de unos y otros, el ir a lo nuestro y no a lo de todos, los reinos de taifas campan a sus anchas y hasta irresponsabilidades tanto de políticos como de una parte de los ciudadanos se hacen patentes.
Enseguida hemos dejado de lado el sentido común, la búsqueda del necesario bien social y cada uno va a lo suyo. Enseguida nos olvidamos del qué puedo yo hacer por mí mismo y por los demás en la lucha contra el virus y pasamos directamente a pedir, cuando no a exigir, buscando excepcionalidades, con esa sangrante expresión del individualismo que es la de “qué hay de lo mío” para yo llegar a una normalidad cuanto antes, parece no importar el bien común. Como si eso, la llegada a la normalidad, no fuera lo que queremos todos. El cuándo llegaremos a ella dependerá mucho de la unidad que mantengamos en la lucha contra el virus y la puesta en práctica de los valores del bien común y del interés de todos. Nunca han sido buenos los reinos de taifas, tampoco serán buenos ahora, si con ellos pretendemos escapar del interés general para concentrarnos solo en el particular y en los egoísmos.
Estamos en un tránsito hacia la normalidad que está lleno de riesgos y espinas. Pero, ¿qué normalidad buscamos? Para unos sería la vuelta a la situación en la que estábamos antes de la llegada del coronavirus, para otros, se trata de una nueva normalidad, porque la anterior ya no será posible, tal cual era. Personalmente pienso que muchas cosas no volverán a ser como antes, o porque no son posibles o porque a la sociedad no le conviene. Vamos, deberíamos ir, hacia una nueva normalidad o nueva realidad. Pero bien digo vamos, porque hay que andar y reconstruir mucho hasta llegar a ella.
El coronavirus ha puesto de manifiesto nuestras debilidades y miserias. Nos ha demostrado que no somos tan fuertes como creíamos y que nuestros egoísmos en la vida tienen fecha de caducidad. El avance de las sociedades se mide por el bienestar de sus componentes y por el cuidado de sus mayores, pero en esto último nos hemos quedado cortos, no hemos estado a la altura. El virus nos ha puesto de manifiesto que ante pandemias como esta u otros desastres naturales y sus consecuencias, no cabe otra que seguir el camino de la unión, porque la alternativa es la decepción y la muerte.
Por supuesto que la solución y la salida de esta crisis es difícil, si fuera fácil no sería crisis, mejor dicho, no serían crisis. Ya que, a la situación de emergencia sanitaria, con unos servicios médicos desbordados y un país confinado, hay que añadir las consecuencias de la misma: crisis económica, social, laboral y de confianza en las instituciones, porque nuestra sociedad cambia, pero la política, nuestra política, parece que no.
Dice el sociólogo Manuel Castells que “Sólo hay futuro en una reencarnación colectiva de nuestra especie” y se habla de un cambio de paradigma, al igual que en la Nueva Teoría Estratégica (NTE) se habla de un cambio de paradigma en la estrategia. Yo pienso que la pandemia del Covid-19 no va a cambiar el mundo, pero sí va a acelerar y a profundizar muchos de los cambios que ya estaban sucediendo y va a introducir otros necesarios para una mejor convivencia. Es preciso que el futuro que nos espera escape de la barbarie y se centre en el bien común.
Por supuesto que cuando la pandemia pase habrá alumbrado una nueva realidad o normalidad. Albergamos la duda de cómo será, pero sería bueno para la sociedad en su conjunto y para el planeta que saliéramos de esta más unidos, más solidarios, más humanos. El futuro ha de asentarse en tres pilares: el humanismo, la responsabilidad y la sostenibilidad del planeta. Ello requiere un cambio en los comportamientos individuales, en la sociedad como colectivo y en la política como gestora de las instituciones. Se hace necesario cambiar los parámetros y relaciones de la globalización actual y llevar a cabo un cambio en los Estados que profundice en la interdependencia entre regiones y países, para dar una respuesta conjunta a los retos de la vida, basada en el conocimiento científico, la consideración humana, la voluntad popular y el bien común, por encima de todo. Sostiene la Nueva Teoría Estratégica (NTE) que “el ser humano es la pieza clave necesaria para que las explicaciones y modelos estratégicos aterricen, se encarnen y cobren otra forma más útil”. No pretendo corregir a Albert Einstein cuando decía que “es en las crisis donde nace la inventiva”, yo pienso que la capacidad de invención ya está en nosotros y que es en las crisis donde se desarrolla y se pone de manifiesto. Es un reto para todos que nos ayudaría a recuperar la normalidad. A ver si es verdad.
¿Cómo será la vida y el mundo tras la salida de esta crisis? No lo sabemos. Como tampoco sabemos las amenazas que nos esperan, ni el rumbo que tomará la sociedad. Sí podemos intuir que llegarán nuevas amenazas globales y que la sociedad ha de tomarse muy en serio el peligro que individual y colectivamente, estamos corriendo si no cambiamos nuestro comportamiento y formas de vida.
Por el momento seguimos en el estado de alarma o alerta sanitaria que ha traído un confinamiento casero, en el domicilio, al que se han visto obligado los ciudadanos de un buen número de países. La inmensa mayoría de la sociedad española lo ha llevado de una forma ejemplar, quedándose en casa o atendiendo heroicamente los servicios públicos, con un alto grado de fraternidad, puesto de manifiesto en los masivos aplausos en los atardeceres. El esfuerzo conjunto de la ciudanía por medio de una disciplina social en el cumplimiento de las normas del confinamiento y una solidaridad social manifiesta, ha salvado miles de vidas humanas.
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Pero llega la llamada desescalada, que yo prefiero llamar desconfinamiento progresivo, y se echa en falta la unidad y el comportamiento de solidaridad habido durante el confinamiento. Aparece el individualismo, los particularismos, los intereses de unos y otros, el ir a lo nuestro y no a lo de todos, los reinos de taifas campan a sus anchas y hasta irresponsabilidades tanto de políticos como de una parte de los ciudadanos se hacen patentes.
Enseguida hemos dejado de lado el sentido común, la búsqueda del necesario bien social y cada uno va a lo suyo. Enseguida nos olvidamos del qué puedo yo hacer por mí mismo y por los demás en la lucha contra el virus y pasamos directamente a pedir, cuando no a exigir, buscando excepcionalidades, con esa sangrante expresión del individualismo que es la de “qué hay de lo mío” para yo llegar a una normalidad cuanto antes, parece no importar el bien común. Como si eso, la llegada a la normalidad, no fuera lo que queremos todos. El cuándo llegaremos a ella dependerá mucho de la unidad que mantengamos en la lucha contra el virus y la puesta en práctica de los valores del bien común y del interés de todos. Nunca han sido buenos los reinos de taifas, tampoco serán buenos ahora, si con ellos pretendemos escapar del interés general para concentrarnos solo en el particular y en los egoísmos.
Estamos en un tránsito hacia la normalidad que está lleno de riesgos y espinas. Pero, ¿qué normalidad buscamos? Para unos sería la vuelta a la situación en la que estábamos antes de la llegada del coronavirus, para otros, se trata de una nueva normalidad, porque la anterior ya no será posible, tal cual era. Personalmente pienso que muchas cosas no volverán a ser como antes, o porque no son posibles o porque a la sociedad no le conviene. Vamos, deberíamos ir, hacia una nueva normalidad o nueva realidad. Pero bien digo vamos, porque hay que andar y reconstruir mucho hasta llegar a ella.
El coronavirus ha puesto de manifiesto nuestras debilidades y miserias. Nos ha demostrado que no somos tan fuertes como creíamos y que nuestros egoísmos en la vida tienen fecha de caducidad. El avance de las sociedades se mide por el bienestar de sus componentes y por el cuidado de sus mayores, pero en esto último nos hemos quedado cortos, no hemos estado a la altura. El virus nos ha puesto de manifiesto que ante pandemias como esta u otros desastres naturales y sus consecuencias, no cabe otra que seguir el camino de la unión, porque la alternativa es la decepción y la muerte.
Por supuesto que la solución y la salida de esta crisis es difícil, si fuera fácil no sería crisis, mejor dicho, no serían crisis. Ya que, a la situación de emergencia sanitaria, con unos servicios médicos desbordados y un país confinado, hay que añadir las consecuencias de la misma: crisis económica, social, laboral y de confianza en las instituciones, porque nuestra sociedad cambia, pero la política, nuestra política, parece que no.
Dice el sociólogo Manuel Castells que “Sólo hay futuro en una reencarnación colectiva de nuestra especie” y se habla de un cambio de paradigma, al igual que en la Nueva Teoría Estratégica (NTE) se habla de un cambio de paradigma en la estrategia. Yo pienso que la pandemia del Covid-19 no va a cambiar el mundo, pero sí va a acelerar y a profundizar muchos de los cambios que ya estaban sucediendo y va a introducir otros necesarios para una mejor convivencia. Es preciso que el futuro que nos espera escape de la barbarie y se centre en el bien común.
Por supuesto que cuando la pandemia pase habrá alumbrado una nueva realidad o normalidad. Albergamos la duda de cómo será, pero sería bueno para la sociedad en su conjunto y para el planeta que saliéramos de esta más unidos, más solidarios, más humanos. El futuro ha de asentarse en tres pilares: el humanismo, la responsabilidad y la sostenibilidad del planeta. Ello requiere un cambio en los comportamientos individuales, en la sociedad como colectivo y en la política como gestora de las instituciones. Se hace necesario cambiar los parámetros y relaciones de la globalización actual y llevar a cabo un cambio en los Estados que profundice en la interdependencia entre regiones y países, para dar una respuesta conjunta a los retos de la vida, basada en el conocimiento científico, la consideración humana, la voluntad popular y el bien común, por encima de todo. Sostiene la Nueva Teoría Estratégica (NTE) que “el ser humano es la pieza clave necesaria para que las explicaciones y modelos estratégicos aterricen, se encarnen y cobren otra forma más útil”. No pretendo corregir a Albert Einstein cuando decía que “es en las crisis donde nace la inventiva”, yo pienso que la capacidad de invención ya está en nosotros y que es en las crisis donde se desarrolla y se pone de manifiesto. Es un reto para todos que nos ayudaría a recuperar la normalidad. A ver si es verdad.
© Francisco Aguadero Fernández, 12 de mayo de 2020.
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