Puebla es conocida como la ciudad de los ángeles. Hay razones para ello, fue fundada con el nombre de «Ciudad de los Ángeles» el 16 de abril de 1531. Todo se debió a un sueño en el que Julián Garcés, obispo de Tlaxcala, vio un campo en el que dos ángeles trazaban y delimitaban con cuerdas los límites de la ciudad que él debía fundar por mandato de la corona española. Lo cierto es que esa zona era conocida como «Cuetlaxcoapan», «donde las serpientes cambian de piel», pero el obispo prefirió los ángeles a las serpientes que siempre han tenido algo de demoníaco. Y si no que se lo pregunten a otro Obispo- esta vez Diego de Landa- quien por su culpa hizo auto de fe en el que quemó todos los códices mayas (menos tres que todavía se conservan).
Menos superticiosos, los actuales habitantes de Puebla han bautizado de Agelópolis al nuevo desarrollo urbanístico de la ciudad, donde mis anfitriones me han alojado cerca de la Facultad de Ciencias de la comunicación de la BUAP en que mañana comienzo mi seminario.
Pero que nadie se lleve a error: los ángeles del obispo Julián Garcés siguen habitando el centro histórico de Puebla, y todavía se les puede ver si uno mira para lo alto que es donde suelen estar los ángeles. De hecho, he visto a varios en el coro de la Capilla del Rosario (considerada la “Octava maravilla del mundo”) tocando el laud y otros instrumentos mientras se daban un barroco y mundano baño de oro. Mientras en la verja de la catedral otros ángeles con la mano en alto parecen brindar (eso sí sin copa y sin alcohol) por el visitante que se acerca al Zócalo.Y todo indica que también hay ángeles, aunque yo no los haya llegado a ver, en los fogones de las cocinas poblanas a juzgar por las recetas y los sabores que de ellas salen.
Es precisamente en el centro histórico de Puebla por donde deambulo estas mañanas fotografiando ángeles y visitando sus monumentos. Declarado Patrimonio Mundial en 1987 por la Unesco, conserva 2.691 monumentos en 391 manzanas dentro de un perímetro rectangular de 6,9 kilómetros cuadrados. Todo un lujo que estos días está a mi alcance. De mis vistas destacaría, además de la Capilla del Rosario, el Museo Amparo, magnifico y pedagógico encuentro con el arte y la vida precolombina; la Biblioteca Palafoxina (1646), la única que conserva todos sus elementos originales intactos; el barrio de los sapos con sus casas coloniales y sus antigüedades, y sus calles en retícula siempre adornadas por el perfil de alguna cúpula. Y si hay suerte a los afortunados se les aparece el Popocatépetl (“montaña que humea”), para los amigos el Popo, con sus 5,500 metros, su cumbre nevada y su eterna fumarola. Pero no se hagan ilusiones es siempre una visión fugaz entre una nieve y la que viene.
Menos superticiosos, los actuales habitantes de Puebla han bautizado de Agelópolis al nuevo desarrollo urbanístico de la ciudad, donde mis anfitriones me han alojado cerca de la Facultad de Ciencias de la comunicación de la BUAP en que mañana comienzo mi seminario.
Pero que nadie se lleve a error: los ángeles del obispo Julián Garcés siguen habitando el centro histórico de Puebla, y todavía se les puede ver si uno mira para lo alto que es donde suelen estar los ángeles. De hecho, he visto a varios en el coro de la Capilla del Rosario (considerada la “Octava maravilla del mundo”) tocando el laud y otros instrumentos mientras se daban un barroco y mundano baño de oro. Mientras en la verja de la catedral otros ángeles con la mano en alto parecen brindar (eso sí sin copa y sin alcohol) por el visitante que se acerca al Zócalo.Y todo indica que también hay ángeles, aunque yo no los haya llegado a ver, en los fogones de las cocinas poblanas a juzgar por las recetas y los sabores que de ellas salen.
Es precisamente en el centro histórico de Puebla por donde deambulo estas mañanas fotografiando ángeles y visitando sus monumentos. Declarado Patrimonio Mundial en 1987 por la Unesco, conserva 2.691 monumentos en 391 manzanas dentro de un perímetro rectangular de 6,9 kilómetros cuadrados. Todo un lujo que estos días está a mi alcance. De mis vistas destacaría, además de la Capilla del Rosario, el Museo Amparo, magnifico y pedagógico encuentro con el arte y la vida precolombina; la Biblioteca Palafoxina (1646), la única que conserva todos sus elementos originales intactos; el barrio de los sapos con sus casas coloniales y sus antigüedades, y sus calles en retícula siempre adornadas por el perfil de alguna cúpula. Y si hay suerte a los afortunados se les aparece el Popocatépetl (“montaña que humea”), para los amigos el Popo, con sus 5,500 metros, su cumbre nevada y su eterna fumarola. Pero no se hagan ilusiones es siempre una visión fugaz entre una nieve y la que viene.
Ángeles y volcanes nos sirven de bello pretexto para hablarles del centro Histórico de Puebla, pero además los ángeles nos sirven hoy para hablarles de la estrategia. La verdad es que no sé si en su mundo hacían o no falta las estrategias, pero su presencia trae a colación hoy un tema que está sobre el tapete: la conveniencia o no de que la Iglesia Católica renueve su manera de relacionarse con la sociedad y por tanto sus estrategias de comunicación. Lo han mencionado mis amigos de la OCCLAC este mes de julio en Brasil, pero también lo ha reavivado la vista del Papa a Madrid hace escasamente unas semana. Y más aún su próximo encuentro en Brasil donde los evangelistas les quitan los feligreses por millares a golpe de “negro espirituales “, de alegría de vivir y de proximidad pastoral.
Cualquier experto sabe que la comunicación ha de responder a la identidad de la institución/organización/empresa que quiere comunicarse con sus públicos. Y por eso cuando se habla de estrategias de comunicación no se piensa en desvirtuar y falsear la propia realidad/identidad (en este caso la de la Iglesia) para decir lo que otros quisieran escuchar. Se trata de atraer y conectar siguiendo siendo uno mismo. Eso implica renovar los mensajes, generar mejor la significación adecuada y tener un adecuado patrón de conectividad. Algo que la Iglesia Católica podría trabajar más profesionalmente y sobre todo mas a fondo (separar doctrinas humanas- y por tanto susceptibles de cambio y renovación- de dogmas intocables). Pero que, en mi opinión, no sería nada nuevo, pues ya lo viene haciendo desde hace tiempo dejando que algunos temas más incómodos se descuelguen de la agenda. Porque si no ¿donde está hoy día el purgatorio en el discurso eclesiástico¿ ¿donde la resurrección de los muertos? ¿donde el ángel caído? Y claro ¿qué fue de aquellos ángeles que luchaban contra demonios con forma de serpiente?
Tal vez la respuesta para esta última pregunta sea la más fácil: están en Puebla, solo hay que saber mirar para encontrarlos.
Cualquier experto sabe que la comunicación ha de responder a la identidad de la institución/organización/empresa que quiere comunicarse con sus públicos. Y por eso cuando se habla de estrategias de comunicación no se piensa en desvirtuar y falsear la propia realidad/identidad (en este caso la de la Iglesia) para decir lo que otros quisieran escuchar. Se trata de atraer y conectar siguiendo siendo uno mismo. Eso implica renovar los mensajes, generar mejor la significación adecuada y tener un adecuado patrón de conectividad. Algo que la Iglesia Católica podría trabajar más profesionalmente y sobre todo mas a fondo (separar doctrinas humanas- y por tanto susceptibles de cambio y renovación- de dogmas intocables). Pero que, en mi opinión, no sería nada nuevo, pues ya lo viene haciendo desde hace tiempo dejando que algunos temas más incómodos se descuelguen de la agenda. Porque si no ¿donde está hoy día el purgatorio en el discurso eclesiástico¿ ¿donde la resurrección de los muertos? ¿donde el ángel caído? Y claro ¿qué fue de aquellos ángeles que luchaban contra demonios con forma de serpiente?
Tal vez la respuesta para esta última pregunta sea la más fácil: están en Puebla, solo hay que saber mirar para encontrarlos.