Escrito por: Carlos Manuel Sánchez
El oxímoron del título parece una simple boutade, pero refleja una realidad dramática: el juego que nos han obligado y nos obligan a jugar no es saldar las deudas contraídas, sino, muy al contrario, a estar constantemente endeudados.
Tres, cuatro años atrás las entidades financieras te regalaban el dinero en forma de tarjetas de crédito, hipotecas (hasta el 120%), préstamos, etc. ¡Cómo negarse al dinero barato y fácil! La fiesta, nos decían, no terminaría nunca. Pero no era una fiesta. Era el diseño del control. La deuda es la gran estrategia de control. Un control que de forma fractal va ejerciéndose desde los poseedores de los títulos de deuda hasta los más misérrimos de nuestro planeta.
La visión es peor que escalofriante: es absurda. En resumen, se trata de un facilitar el endeudamiento de empresas, familias y países para después calificar la capacidad de devolución de los préstamos según los intereses privados de quienes se han arrogado esa capacidad.
En el medio, una deuda bancaria provocada por unas acciones financieras basadas en titularizaciones, es decir, productos financieros que ocultan los riesgos de otros sobre los que se basan. Este nuevo “dinero” se sustenta en…nada. Y sobre la nada se especula hasta que alguien dice: “¡ya! A recoger.” Entonces, se pasa la deuda privada de los bancos a la esfera pública de los Estados. Después sólo queda especular sobre la prima de riesgo y …a recoger unos cuantos los dineros de muchos. La perversión es perfecta.
“¿Cómo hemos llegado hasta aquí?”, nos preguntamos alarmados. “No hace tanto tiempo las economías nacionales no estaban tan mal. ¿Qué ha pasado?’’ Fundamentalmente que los controles sobre la actividad financiera desparecieron desde la época de Reagan. Y ya se sabe. La codicia hace el resto.
Y por ella, por la codicia, este sistema económico no funciona. Nos hace trabajar de manera ilimitada para consumir ilimitadamente, en un mundo de recursos limitados y sobrepoblado. El capitalismo, tal y como se vive aceleradamente desde las dos últimas décadas, ha abandonado su capacidad de impulsar la creatividad y el mantenimiento de los proyectos basados en la creación de riqueza, mediante la inversión productiva y el ahorro. Ha preferido focalizar su actividad en el dinero. ¡Qué gran error confundir dinero y riqueza!
Cuando el dinero compra dinero, o sea, especula, en lugar de generar riqueza (industria, agricultura, bienes de equipo y de transformación…) crea burbuja, movimientos de aire. Ocurre como el martillo que se golpea a sí mismo en una endiablada curvatura: no clava clavo. La especulación financiera que sufrimos, junto con los valores consumistas irresponsables (no nos excusemos tan fácilmente), nos han endeudado por generaciones.La foto social hoy está hecha a contraluz: se está rompiendo la confianza en el sistema porque la especulación financiera es exactamente no colaborativa. La codicia no es colaborativa. Esta economía no nos sirve.
¿Y ahora qué? ¿Saldremos de esta? ¿Por dónde? ¿Qué nos espera?
Alguna loma del horizonte se vislumbra. Por ejemplo, que hay que llegar a ser conscientes de la interdependencia de todos los actores sociales, y, por tanto, de la posibilidad de articular las diferencias (intereses) de los grupos sociales mediante la conectividad de sentido. Hay que recuperar motivos por los cuales hacemos las cosas. La supervivencia ha sido siempre un buen motivo. Sólo que en nuestra sociedad, compleja y contradictoria, la sobrevivencia general dependerá de la colaboración. En esta dirección avanza la necesidad de recuperar lo público como espacio de cooperación. No hay que nacionalizar bancos; hay que fundar una banca pública, administrada por el conjunto de ciudadanos-accionistas y con controles públicos.
Por ejemplo que hay que reinventar la credibilidad del sistema económico. La credibilidad, madre de la confianza, que es donde se desarrolla una economía perdurable, responsable, legitimada socialmente y desarrolladora de la realización personal. Una economía con sentido (otra vez). ¿Por qué no crear una agencia de calificación de deuda europea? De hecho, la pregunta es ¿por qué no se ha hecho hasta ahora? ¿Por qué no se deja quebrar a bancos como quiebran pequeñas empresas, autónomos y familias? ¿Por qué los créditos del BCE van directamente a los bancos que compran deuda del Tesoro para recapitalizarse, en lugar de transferir el crédito barato a los ciudadanos, desde los propios Estados, que no tendrían que endeudarse aún más?
Conexión significativa, credibilidad, perdurabilidad, democracia, interdependencia: esas son palabras clave del futuro. ¿Cómo llegar allí? He esbozado siquiera algunos senderos, pero me temo que los grandes caminos hoy, en este atardecer de época, como en el poema de Antonio Machado, serpean cenicientos y desaparecen
El oxímoron del título parece una simple boutade, pero refleja una realidad dramática: el juego que nos han obligado y nos obligan a jugar no es saldar las deudas contraídas, sino, muy al contrario, a estar constantemente endeudados.
Tres, cuatro años atrás las entidades financieras te regalaban el dinero en forma de tarjetas de crédito, hipotecas (hasta el 120%), préstamos, etc. ¡Cómo negarse al dinero barato y fácil! La fiesta, nos decían, no terminaría nunca. Pero no era una fiesta. Era el diseño del control. La deuda es la gran estrategia de control. Un control que de forma fractal va ejerciéndose desde los poseedores de los títulos de deuda hasta los más misérrimos de nuestro planeta.
La visión es peor que escalofriante: es absurda. En resumen, se trata de un facilitar el endeudamiento de empresas, familias y países para después calificar la capacidad de devolución de los préstamos según los intereses privados de quienes se han arrogado esa capacidad.
En el medio, una deuda bancaria provocada por unas acciones financieras basadas en titularizaciones, es decir, productos financieros que ocultan los riesgos de otros sobre los que se basan. Este nuevo “dinero” se sustenta en…nada. Y sobre la nada se especula hasta que alguien dice: “¡ya! A recoger.” Entonces, se pasa la deuda privada de los bancos a la esfera pública de los Estados. Después sólo queda especular sobre la prima de riesgo y …a recoger unos cuantos los dineros de muchos. La perversión es perfecta.
“¿Cómo hemos llegado hasta aquí?”, nos preguntamos alarmados. “No hace tanto tiempo las economías nacionales no estaban tan mal. ¿Qué ha pasado?’’ Fundamentalmente que los controles sobre la actividad financiera desparecieron desde la época de Reagan. Y ya se sabe. La codicia hace el resto.
Y por ella, por la codicia, este sistema económico no funciona. Nos hace trabajar de manera ilimitada para consumir ilimitadamente, en un mundo de recursos limitados y sobrepoblado. El capitalismo, tal y como se vive aceleradamente desde las dos últimas décadas, ha abandonado su capacidad de impulsar la creatividad y el mantenimiento de los proyectos basados en la creación de riqueza, mediante la inversión productiva y el ahorro. Ha preferido focalizar su actividad en el dinero. ¡Qué gran error confundir dinero y riqueza!
Cuando el dinero compra dinero, o sea, especula, en lugar de generar riqueza (industria, agricultura, bienes de equipo y de transformación…) crea burbuja, movimientos de aire. Ocurre como el martillo que se golpea a sí mismo en una endiablada curvatura: no clava clavo. La especulación financiera que sufrimos, junto con los valores consumistas irresponsables (no nos excusemos tan fácilmente), nos han endeudado por generaciones.La foto social hoy está hecha a contraluz: se está rompiendo la confianza en el sistema porque la especulación financiera es exactamente no colaborativa. La codicia no es colaborativa. Esta economía no nos sirve.
¿Y ahora qué? ¿Saldremos de esta? ¿Por dónde? ¿Qué nos espera?
Alguna loma del horizonte se vislumbra. Por ejemplo, que hay que llegar a ser conscientes de la interdependencia de todos los actores sociales, y, por tanto, de la posibilidad de articular las diferencias (intereses) de los grupos sociales mediante la conectividad de sentido. Hay que recuperar motivos por los cuales hacemos las cosas. La supervivencia ha sido siempre un buen motivo. Sólo que en nuestra sociedad, compleja y contradictoria, la sobrevivencia general dependerá de la colaboración. En esta dirección avanza la necesidad de recuperar lo público como espacio de cooperación. No hay que nacionalizar bancos; hay que fundar una banca pública, administrada por el conjunto de ciudadanos-accionistas y con controles públicos.
Por ejemplo que hay que reinventar la credibilidad del sistema económico. La credibilidad, madre de la confianza, que es donde se desarrolla una economía perdurable, responsable, legitimada socialmente y desarrolladora de la realización personal. Una economía con sentido (otra vez). ¿Por qué no crear una agencia de calificación de deuda europea? De hecho, la pregunta es ¿por qué no se ha hecho hasta ahora? ¿Por qué no se deja quebrar a bancos como quiebran pequeñas empresas, autónomos y familias? ¿Por qué los créditos del BCE van directamente a los bancos que compran deuda del Tesoro para recapitalizarse, en lugar de transferir el crédito barato a los ciudadanos, desde los propios Estados, que no tendrían que endeudarse aún más?
Conexión significativa, credibilidad, perdurabilidad, democracia, interdependencia: esas son palabras clave del futuro. ¿Cómo llegar allí? He esbozado siquiera algunos senderos, pero me temo que los grandes caminos hoy, en este atardecer de época, como en el poema de Antonio Machado, serpean cenicientos y desaparecen