En su nueva misión como ilustre escudero de Josep Fontana, Borja de Riquer reitera de forma obsesiva los insultos a mí dirigidos como españolista de derechas, viejo lerrouxista, libelista y otras lindezas por el estilo, pero se va por las ramas y trampea con lo principal: ¿Qué diría de Riquer de un historiador que hubiera escrito que España fue el primer estado nación moderno de Europa y que la identidad española comenzó a forjarse en los tiempos de Racaredo, cuando no en los legendarios de Indibil y Mandonio? Sin duda, que era un nacionalista romántico. Nadie se enfadaría ni sufriría ataques de histeria por eso: los historiadores nacionalistas románticos constituyeron una legión muy estimada en el siglo XIX y hasta en el primer tercio del XX –tardorromanticos, los llamaba Francisco Ayala-, por su decisiva contribución a la forja de las naciones y en muchas de ellas recibieron de las autoridades coronas de laureles y homenajes patrióticos, además de sabroso estipendios.
Pero leer hoy las mismas ensoñaciones solo puede suscitar, en el caso de Cataluña, una exclamación: ¡Ay, si Vicens Vives levantara la cabeza! ¿Por qué? Primero, porque quien tales cosas escribe recurre al alto magisterio de Vicens como prueba de legitimidad de origen de sus desatinos; y además, o sobre todo, porque la primera batalla historiográfica librada por Vicens, con apenas 25 años de edad, fue contra Antoni Rovira i Virgili cuando respondió a la acusación de que en sus primeros trabajos publicados no había mostrado “sensibilitat catalanesca”, diciéndole: “Si he prescindit de l’esperit nacional en analitzar el regnat de Ferran II és perquè a la documentació de l’època no hi ha res que ens revelés un estat de consciència nacional”. No tenía otro motivo mi evocación de Vicens al leer, escrito por Fontana, que la identidad catalana se remonta al arcano de los tiempos y que Cataluña fue el primer estado nación moderno de Europa. O sea, lo propio del nacionalismo romántico, un tipo de historiografía que Jaume Vicens volvió a someter a crítica en enero de 1960, último año de su vida, cuando escribió que la “coacción romántica” seguía planeando sobre “les produccions dels nostres més eminents historiadors, algun dels quals arribá a confondre història romàntica amb història nacional”. Este es el mismo Vicens que poco más de tres años antes, en diciembre de 1956, había dirigido a la Juventut de Catalunya una especie de manifiesto-llamada en el que, entre otras cosas de la misma enjundia, afirmaba que “el separatisme és una actitud de ressentiment col.lectiu incompatible amb tota missió universal”.
Y por lo demás, los insultos, sazonados por los miserables juicios de intención que Borja de Riquer atribuye a quienes han recordado a Jaume Vicens Vives con ocasión del último libro de Josep Fontana, son tan despreciables que no merecen respuesta.
Santos Juliá
Pero leer hoy las mismas ensoñaciones solo puede suscitar, en el caso de Cataluña, una exclamación: ¡Ay, si Vicens Vives levantara la cabeza! ¿Por qué? Primero, porque quien tales cosas escribe recurre al alto magisterio de Vicens como prueba de legitimidad de origen de sus desatinos; y además, o sobre todo, porque la primera batalla historiográfica librada por Vicens, con apenas 25 años de edad, fue contra Antoni Rovira i Virgili cuando respondió a la acusación de que en sus primeros trabajos publicados no había mostrado “sensibilitat catalanesca”, diciéndole: “Si he prescindit de l’esperit nacional en analitzar el regnat de Ferran II és perquè a la documentació de l’època no hi ha res que ens revelés un estat de consciència nacional”. No tenía otro motivo mi evocación de Vicens al leer, escrito por Fontana, que la identidad catalana se remonta al arcano de los tiempos y que Cataluña fue el primer estado nación moderno de Europa. O sea, lo propio del nacionalismo romántico, un tipo de historiografía que Jaume Vicens volvió a someter a crítica en enero de 1960, último año de su vida, cuando escribió que la “coacción romántica” seguía planeando sobre “les produccions dels nostres més eminents historiadors, algun dels quals arribá a confondre història romàntica amb història nacional”. Este es el mismo Vicens que poco más de tres años antes, en diciembre de 1956, había dirigido a la Juventut de Catalunya una especie de manifiesto-llamada en el que, entre otras cosas de la misma enjundia, afirmaba que “el separatisme és una actitud de ressentiment col.lectiu incompatible amb tota missió universal”.
Y por lo demás, los insultos, sazonados por los miserables juicios de intención que Borja de Riquer atribuye a quienes han recordado a Jaume Vicens Vives con ocasión del último libro de Josep Fontana, son tan despreciables que no merecen respuesta.
Santos Juliá