Imaginémonos una orquesta de música. Clásica, claro. Muchos veremos un director más allá de la edad de jubilación común en los mortales y unos músicos no tan mayores como él, en general también entrados en años aunque con varios jóvenes artistas infiltrados. Con un estilo de dirección que transmite una autoridad decantada con el paso del tiempo, un poco distante, sobria, elegante, bien vestida, que se trata de usted. Y una forma de actuar consciente de que se encuentran en un escaparate público de primera. Al final, aplausos que recibe primero el director, luego pide a los más destacados que se levanten y al final lo hace la orquesta entera, incluso con el director bajo el pedestal.
Pensemos ahora en el equipo habitual en nuestro trabajo. Los adjetivos igual no corresponden exactamente. Son parecidos, pero habría que adaptarlos. Por ejemplo, la edad quizá es entre diez y quince años más joven, con todo lo que implica de mayor informalidad y cercanía. La batuta es posible que esté más cuestionada. Y la sincronización no es tan milimétrica, ni en apariencia ni en realidad. Hay subgrupos por edades, algunos de los cuales se relacionan difícilmente con el resto. No hay tanta sensación de exposición pública ni se comparte igual el trabajo bien hecho. Y el director recoge flores que no suele repartir.
El trabajo del futuro creo que se parecerá al primero de los dos casos. Más aún a lo que sugirió ayer el Coro y Orquesta Nacionales de España, interpretando la Sinfonía Heroica de Beethoven y dirigidos por David Afkham, su próximo director principal. Un director nacido en 1983 (o sea, hoy con 32 años). Igual es por las expectativas que genera todo lo nuevo, pero tuve la suerte de ver de cerca su joven estilo de dirección y la cara de varios de los maduros profesores, y de poder imaginarme algo tan distante del Auditorio Nacional como el mundo profesional en el futuro. Justo por eso, por tratarse de escenarios lejanos, me pareció especialmente inspirador que el más joven fuera el que estuviera dirigiendo una obra maravillosa y sugerentemente titulada en estos momentos de cambio en la sociedad, de un compositor político siempre cercano a las ideas de la revolución francesa. Dirigía con la batuta, pero solo a veces. Con manos de bailarín de danza, con el cuerpo, los gestos y expresiones de su cara, ritmo, energía, caras de asombro, placer, paz o energía, flequillo volador, expresivo parpadeo de miope, incluso señalando con el índice cuando es el momento de callar, atenuar o acentuar unas notas. Como tocando todos los instrumentos a la vez, con paso enérgico de las páginas de la partitura y vestido con un frac impecable, de los de toda la vida. Y, sobre todo, pareciendo que mantenía el contacto visual con cada profesor en los momentos clave para cada uno, animándoles con gestos continuos de aprobación e incluso felicitándolos con la mirada. Un estilo que consiguió mucho más que motivación entre mayores y joven. Sinfonía poco habitual de edades. Una combinación de ilusión, armonía, trabajo colaborativo en un equipo ávido de la profesionalidad de cada actor y enfocado hacia un trabajo que trascendía fuera del escenario. Lo mejor de cada uno y su edad, optimizado por el conjunto.
La ovación del público fue recibida con toda la orquesta en pie por indicación del director, que hizo protagonista a un equipo cuya media de edad quizá fuera dos décadas mayor que la suya.
No sé cómo trabajaremos dentro de unos años, ni siquiera si seguiremos haciéndolo tal como lo entendemos hoy. Pero apuesto a que nuestra actividad profesional tendrá ingredientes como el talento individual y colectivo, el trabajo colaborativo - suma de lo mejor de la creatividad y autonomía de cada persona -, la combinación intergeneracional de tecnología, energía, experiencia y frescura, el reconocimiento auténtico y la capacidad de ilusionar por su efecto en la sociedad.
Pensemos ahora en el equipo habitual en nuestro trabajo. Los adjetivos igual no corresponden exactamente. Son parecidos, pero habría que adaptarlos. Por ejemplo, la edad quizá es entre diez y quince años más joven, con todo lo que implica de mayor informalidad y cercanía. La batuta es posible que esté más cuestionada. Y la sincronización no es tan milimétrica, ni en apariencia ni en realidad. Hay subgrupos por edades, algunos de los cuales se relacionan difícilmente con el resto. No hay tanta sensación de exposición pública ni se comparte igual el trabajo bien hecho. Y el director recoge flores que no suele repartir.
El trabajo del futuro creo que se parecerá al primero de los dos casos. Más aún a lo que sugirió ayer el Coro y Orquesta Nacionales de España, interpretando la Sinfonía Heroica de Beethoven y dirigidos por David Afkham, su próximo director principal. Un director nacido en 1983 (o sea, hoy con 32 años). Igual es por las expectativas que genera todo lo nuevo, pero tuve la suerte de ver de cerca su joven estilo de dirección y la cara de varios de los maduros profesores, y de poder imaginarme algo tan distante del Auditorio Nacional como el mundo profesional en el futuro. Justo por eso, por tratarse de escenarios lejanos, me pareció especialmente inspirador que el más joven fuera el que estuviera dirigiendo una obra maravillosa y sugerentemente titulada en estos momentos de cambio en la sociedad, de un compositor político siempre cercano a las ideas de la revolución francesa. Dirigía con la batuta, pero solo a veces. Con manos de bailarín de danza, con el cuerpo, los gestos y expresiones de su cara, ritmo, energía, caras de asombro, placer, paz o energía, flequillo volador, expresivo parpadeo de miope, incluso señalando con el índice cuando es el momento de callar, atenuar o acentuar unas notas. Como tocando todos los instrumentos a la vez, con paso enérgico de las páginas de la partitura y vestido con un frac impecable, de los de toda la vida. Y, sobre todo, pareciendo que mantenía el contacto visual con cada profesor en los momentos clave para cada uno, animándoles con gestos continuos de aprobación e incluso felicitándolos con la mirada. Un estilo que consiguió mucho más que motivación entre mayores y joven. Sinfonía poco habitual de edades. Una combinación de ilusión, armonía, trabajo colaborativo en un equipo ávido de la profesionalidad de cada actor y enfocado hacia un trabajo que trascendía fuera del escenario. Lo mejor de cada uno y su edad, optimizado por el conjunto.
La ovación del público fue recibida con toda la orquesta en pie por indicación del director, que hizo protagonista a un equipo cuya media de edad quizá fuera dos décadas mayor que la suya.
No sé cómo trabajaremos dentro de unos años, ni siquiera si seguiremos haciéndolo tal como lo entendemos hoy. Pero apuesto a que nuestra actividad profesional tendrá ingredientes como el talento individual y colectivo, el trabajo colaborativo - suma de lo mejor de la creatividad y autonomía de cada persona -, la combinación intergeneracional de tecnología, energía, experiencia y frescura, el reconocimiento auténtico y la capacidad de ilusionar por su efecto en la sociedad.